Hay un soporte para que las palabras adquieran una fuerza específica, una textura propia, una función y una existencia concretas. Ese soporte no solo las posibilita, las reúne, las repele o las colapsa; aquel soporte además se cuela entre ellas: superficie de agua o de fuego, superficie de piedra o de pura tierra, tejidos de arañas nocturnas más que noche del tiempo. El soporte es un exceso, también contiene y rebasa a las figuras de negación, pero nunca se confunde con ellas.
Hay soportes que nos ofrecen nuevas identidades; otros, nos invitan a perder el rostro.