Tiempo, memoria y violencia

Tiempo, memoria y violencia en el proceso de infantilizacion

Laura Vargas Garfias

 

Introducción

“Sólo en tanto posee el poder de utilizar lo pasado para la vida y de transformar lo acaecido en Historia, el hombre se vuelve humano” (Nietzsche).

“Nadie puede omitir el pensamiento político cuando se analiza la teorización o el discurrir acerca de cuestiones que en definitiva son de poder” (Zaffaroni).

A partir de los años 60 ́s del siglo pasado, se hizo necesaria la investigación del niño y del adolescente porque se dijo eran el futuro de la humanidad; por ello, fue necesario saber cómo eran, cómo llegaron a ser lo que son, quién o quiénes los construyeron: la naturaleza, la sociedad, los padres, la economía, la política, cuáles fueron sus referentes, qué saberes han tratado de estudiarlos, educarlos, diagnosticarlos, curarlos, controlarlos y para qué fines y por último, qué hizo el infante/niño/adolescente, para sobrevivir en su contexto de vida.

En el presente artículo se hablará principalmente del adulto como constructor de realidades y concretamente del infante, porque no se puede hablar del mismo sin hablar del adulto; por ello, se tratará de indagar el origen de la infancia más que de la adolescencia, raíz de nuestra realidad.

El punto de partida es el siglo XII de la Edad Media en Occidente, donde el conocimiento estaba a cargo de los clérigos y sólo para ellos. A principios de este siglo, se produjo un cambio y una ruptura respecto de ese monopolio mismo que vino a democratizarse; es decir, ya no solamente la iglesia era la única que tenía acceso a los saberes, ahora cualquiera podía acceder a tal conocimiento.

Surgieron entonces estudiantes que no pertenecía ni a la Iglesia ni a la monarquía y por lo mismo, no estaban de acuerdo con el orden establecido, ocurriendo una diversidad de cambios políticos, económicos, culturales, que propiciaron la decadencia de la monarquía y principalmente de la Iglesia a lo largo de los siglos XIV y XV, pero principalmente, el ascenso de una nueva clase: la burguesía, promovida por los intelectuales de su época creadores del estado moderno y una burocracia garante de un discurso securitario, mismo que se originó a partir de las grandes pestes que ocasionaban innumerables muertes a lo largo de toda Europa, creencia también de que era castigo divino y por lo que la sociedad vivía con temor constante. Todo esto culminó hasta el surgimiento de la modernidad como tal, a partir del siglo XVIII.

El florecimiento de la universidad y de los estudiantes a principios del siglo XII, propició la aparición de un nuevo concepto de la realidad por el conocimiento que provenía de los estudios de los árabes y griegos, permitiendo el surgimiento del Estado y sus nuevas instituciones de control.

Le Goff, en su obra “Los intelectuales en la edad media”, señala: “en la base del mundo intelectual, los profesionales que en el siglo XII anunciaron el lugar de la cultura en el movimiento urbano, junto a ciertos hombres de iglesia, profesores de gramática y de retórica, jueces, abogados y notarios se contaron entre los artesanos del poder de las ciudades”. Estos nuevos pensadores que se decían artesanos, pero no de manos, aportaron las ideas de cambio que eran necesarias para la nueva clase en ascenso.

Le Goff también menciona que los elementos culturales en la naturaleza y el funcionamiento de las ciudades medievales, junto a los aspectos económicos, jurídicos y políticos propiciados por los estudiosos de la época y donde el mercader ya no era el único y tal vez ni siquiera el principal actor en la génesis urbana de Occidente medieval, es decir, todos aquellos que por su ciencia de la escritura, por su competencia en el derecho, todos, merecen ser considerados como los autores intelectuales del crecimiento urbano y los principales grupos socioprofesionales a los que la ciudad medieval debe su poder y fisionomía.

Así, surgen tres poderes: clerical, monárquico y universitario, formando un sistema trifuncional compuesto por la función religiosa, función político-guerrera y función de la ciencia, como comienzo de la abundancia y de la economía productiva (Le Goff).

Los cambios que sucedieron en los siglos XIV, XV y siguientes, son de discontinuidad y rupturas, de conocimientos reavivados, pensamientos nuevos y útiles, incluso violencias utilitarias.

El surgimiento de las ciudades y el desplazamiento de los siervos superexplotados resultado de la emigración, vinieron a engrosar la población de viejas ciudades abandonadas y que estaban siendo renovadas. La aparición de estructuras centralizadas y con más poder fue beneficiosa tanto para los nobles como para los nuevos burgueses y artesanos. Inicio el modo de producción capitalista, privatización de la tierra, nuevas ciudades comerciales; pero además, a la par, la ciudad apestada donde se establecían los leprosos y con todo ello, modernos controles urbanos por el hacinamiento y la especulación de la vida debido a las grandes pestes, principalmente la peste negra (Anitua).

Surgieron cambios culturales; por ejemplo, lo que anteriormente eran hechos públicos devendrían en privados; lo importante era no ver ciertos actos repugnantes o contrarios al buen gusto como defecar, dormir, tener relaciones sexuales, que en estos siglos ya empezaron a ser considerados “incívicos”.

Desde los círculos que rodeaban al monarca se escribieron nuevos códigos de conducta que eran finalmente previsión y disciplina del cuerpo tal como lo describe Elías Norbert en su libro El proceso de las civilización, inventándose los “buenos” modales a fin de contener la violencia del individuo considerado salvaje por temor a su violencia; la vida era muy corta, siempre amenazada por las pestes que minaban grandes grupos poblacionales y a todo ello los sujetos temían; pero ahora, debido a los grandes descubrimientos y al comienzo del proceso de industrialización, se hizo necesaria la conservación del cuerpo como máquina de producción. De hecho, el primer reloj mecánico surgió en el siglo XIII, empezando

a dar a la empresa humana el latido y el ritmo regulares y colectivos de la máquina (Sibilia).

Se empezó a exigir una rutina metódica, junto con las necesidades de sincronizar todas las acciones humanas y organizar todas las tareas. Para mediados del siglo XIV, se puntualizaron las horas y los minutos, surgieron virtudes como la puntualidad y la idea de la pérdida de tiempo y cada vez fueron surgiendo relojes más precisos en la incansable necesidad de normar, es decir disciplinar el cuerpo (Sibilia).

Anitua, en su libro Historia de los pensamientos criminológicos, señala que el valor del individualismo se engrandecía con las nuevas formas de producción donde las virtudes personales (ser marino, artesano, mercader, gobernante, etc.) era mejor que pertenecer a la nobleza o a los clérigos; ahora el individuo pasaba a ser el nuevo centro de atención, preocupación política, económica y social, que incluso más tarde, se proclamaría “universal”.

Desde principios del siglo XIV hasta finales del siglo XVII, se produjo una importante revolución científica que propició otra visión del mundo junto con la navegación y los cambios en la organización social. Uno de esos primeros cambios se produjo al haberse retomado el derecho romano, propiciando la separación entre la teología y la filosofía; con ello, la Iglesia se encargaría del alma del individuo y el estado, apoyado en la filosofía, controlaría el cuerpo. La iglesia utilizaba el sistema Inquisitivo para extraer la verdad del individuo y salvar su alma y el Estado, tenía de su lado la “cientifización” para el control del cuerpo.

El trabajo asalariado surge en el siglo XVI y XVII, por el crecimiento de los mercados junto con el suministro de materias primas, con ello, la ampliación del ámbito geográfico del universo meramente europeo y reducido a algunas áreas y ciudades que hasta nuestro siglo XXI siguen siendo de las principales ciudades ya no solo de Europa, sino del mundo llamadas ahora primermundistas.

Este inicio de la edad moderna dice Anitua, está marcado por el acontecimiento más espectacular: la “era de los viajes”, el llamado “descubrimiento de América”. Esta basta expansión europea tanto al interior como al exterior necesitó nuevos controles de la masa social, tanto para la problemática de la peste como para posibilitar la diferencia ahora del individuo y del nuevo valor del humano, en este momento y hasta ahora surgió la sociedad segregativa y excluyente.

Los descubrimientos científicos como: cartas para conocer el cielo, predecir el futuro y la navegación, la construcción de barcos más estables, la creación de armas, el conocimiento de los números de la india, el álgebra, la astronomía, todo ello proveniente principalmente de los árabes mismos que posibilitaron la recuperación del pensamiento griego, el uso del papel, la brújula, la pólvora, provenientes de China, mayor producción agraria y con ello la posibilidad de dominar la naturaleza, los anteojos, reloj, etc., culminó hasta el surgimiento de la Modernidad como tal en el siglo XVIII.

Retomando ciertos acontecimientos sobre el infante de las épocas mencionadas por historiadores, psicólogos, psiquiatras, médicos, pedagogos y todo aquel que haya escrito sobre el infante, hace necesario entonces dar cuenta cómo se ha utilizado su cuerpo, cómo se ha construido su hábitat y finalmente la

homogenización y control de su educación a través de la escolarización, para poder “alcanzar” un lugar dentro de lo social, siempre apalabrados por el adulto ó quien quiera que sea (padres, institución, especialista, escuela, etc.), y así intentar otra mirada y otra lectura.

Entonces ¿Seguimos cargando con la herencia de occidente o subyugados a su racionalización? (misma que Weber conceptualizó como ese proceso de profesionalización y burocratización de los órganos encargados de administrar el poder a la vera del estado).

Primer tiempo: historicismo mítico del infante en la edad media ¿cuerpo desechado o cuerpo glorificado?

“¡Cómo expresar mis emociones ante aquella catástrofe, ni describir al desdichado que con tan infinitos trabajos y cuidados me había esforzado en formar! Sus miembros eran proporcionados; y había seleccionado unos rasgos hermosos para él. ¡Hermosos! ¡Dios mío!” (Frankenstein, Mary W. Shelley).

En 1817, la novela Frankenstein es escrita por Mary W. Shelley, misma que nos puede servir de metáfora para entender cómo se fueron construyendo las cuestiones políticas, sociales y económicas de la época, incluido el proceso de infantilización.

Siguiendo el relato de la novela, cuando finalmente el Dr. Frankenstein logra culminar su creación, menciona haber logrado: “un ser como yo, o de organización

más sencilla […] dar vida a un animal tan complejo y maravilloso como el hombre” Finalmente, se da cuenta que ha creado un monstruo al que no puede detener, que lo ha dotado de fuerza, de sentido, de necesidades, de subjetividad; un monstruo humano, que siente como humano, odia, quiere, ama, siente soledad, eso lo llevará a la misma conducta que el humano tiende hacer: matar.

“El remordimiento me había aniquilado toda esperanza. Yo era el autor de males que ya no tenía remedio, y vivía con el miedo constante de que el monstruo que había creado perpetrara alguna maldad. Tenía el vago presentimiento de que no había terminado todo, y de que cometería algún nuevo crimen que, por su enormidad, borraría casi el recuerdo de los anteriores” (Frankenstein, Mary W. Shelley).

El infante, como se le ha llamado al niño a partir del siglo XIV proviene del latín infantia, infancia; “mudez” de infant, radical de infans infante, niño pequeño; mudo, de in “no” y fans, participio activo de fari, “hablar” (breve diccionario etimológico de la lengua esbañola).

Esta infancia que abarca los primeros años de vida del niño (desde que nace hasta aproximadamente los 6 años), ha sido objeto de abusos, maltratos y muertes; la imagen que de ellos se ha tenido ha sido compleja, mítica y más cerca quizás a la naturaleza y sus instintos, por lo que el periodo de la infancia, fue considerado potencialmente peligroso y riesgoso, siendo necesario la construcción de diferentes herramientas de dominación, domesticación y control por parte del adulto, los infantes fueron considerados no personas, cuerpos cosificados y subjetividades dóciles y útiles como lo señalado Foucault.

Así, para entender la subjetividad del infante, su cuerpo como síntoma o construcción de la época no es posible sin remitirse a la historiografía, para lo cual De Certeau menciona se necesita “conocer la cuestión del otro (relación del presente con el pasado).

“No es importante retomar el tiempo para encontrar una gran continuidad ni una pretendida evolución o determinismo histórico sino, al contrario, percibir los accidentes que están en la raíz de lo que hoy se conoce y existe” (Foucault).

El síntoma social del infante en el pasado de occidente de la edad media, del siglo XII y XIII, puede representarse como cuerpo de desecho construido y legitimado por la Iglesia misma que representaba el mandato de Dios en la tierra, y que devino junto con la monarquía, en un poder totalizador de realidad y destino.

Este pasado del infante, siempre con un futuro incierto, el infans sacer siguiendo la conceptualización de Agamben en Homo sacer, esa oscura figura del derecho romano antiguo donde la vida humana se incluye en el orden, pero únicamente bajo la forma de su exclusión, es decir de la posibilidad absoluta de que cualquiera le mate sin ser responsable jurídico ni penable por dicha acción aniquiladora.

Siguiendo esta figura enigmática pero ahora del infans sacer, infante matable por cualquiera, permite dar cuenta de la no existencia del infante en este periodo de la Edad Media, desde que nacía se le podía dar muerte por cualquiera, se disponía de su cuerpo para la necesidad del adulto sin importar quien lo ejecutara.

En esta Edad Media los infantes eran arrojados a los ríos, a las zanjas, se depositaban en vasijas y eran olvidados, se abandonaban en los caminos, principalmente a las niñas, mismas que muchas veces no eran alimentadas por dar preferencia a los niños varones (Ariès).

Desde que nacía el infante se entregaba a una ama de cría o nodriza que vivía en el campo, pero como ésta, tenía a su cuidado muchos niños que le eran entregados, a veces no alcazaba la leche que su cuerpo producía llevando a muchos niños a morir de hambre o por descuido, lo cual era considerado algo normal; incluso la madre que había entregado un primer hijo a la nodriza y se embarazaba nuevamente, volvía entregar el segundo a el ama de cría sin importar lo que había pasado con el primero. La nodriza o ama de cría era la única que le daba pecho al niño por que los pechos de la madre real estaban reservados para el adulto como un valor establecido sólo para él.

Si el infante tenía alguna deformación, se les consideraba suplantadores del infante normal, a lo que san Agustín dijo “están poseídos por un demonio […] sometidos al poder del Diablo […] algunos infantes mueren en esa situación”. Incluso los mismos padres de la iglesia consideraban que si un niño pequeño lloraba cometía un pecado (De Mause), cuestión que llevó a Lutero a afirmar que con frecuencia, tomen a los infantes recién nacidos poniéndolos en su lugar, pues son más aborrecibles que diez infantes con excremento por su avidez y sus gritos.

El infante era considerado un pecado señala De Mause, siguiendo a Richar Allestre, menciona que el recién nacido está mancillado y corrompido por el pecado heredado de nuestros primeros padres a través de nuestra carne, por lo que el bautismo incluía el exorcismo del demonio.

Se creía que los infantes se convertirían en seres malvados por lo que se les ataba o se les empañaba con fajas por mucho tiempo, donde sólo se les dejaba ver la cara, incluso se les colgaba de la pared como si fueran un cuadro y allí se dejaban por periodos prolongados, asimismo se les entablaba para que se no torcieran o se deformaran como los padres, también se ataban a sillas para que no se arrastraran como un animal entre otras tantas cosas.

La limpieza de las chimeneas era un trabajo exclusivo para el infante de clase inferior donde muchos morían; se emparedaba en muros, se les enterraba en los cimientos de las construcciones o para reforzar las estructuras de los puentes; esta práctica se hizo frecuente desde que se construyó la muralla de Jericó hasta el año 1843. (De Mause).

El Infante en este periodo tiene un no lugar, dice Philippe Ariès en su libro El niño y la vida familiar en el antiguo régimen, no existió un periodo de infancia, el niño era visto como un adulto pequeño, tampoco existía el periodo de la adolescencia, ya que la vida del individuo era muy corta y se pasaba rápidamente de la niñez a la adultez si es que no morían. La relación del infante, el adulto y su entorno estaba interpelada por el trabajo para obtener los recursos básicos y subsistir.

Si el infante mostraba dominio por el lenguaje o fuerza para poder ayudar, se le incorporaba al espacio del adulto, siendo esto según Ariès, un tránsito pequeño para convertirse en un adulto completo, compartiendo el trabajo y los juegos.

El infante era un copartícipe “natural” de la sexualidad del adulto, pudiendo ser tocado por cualquiera en todo momento, o bien ser testigo presencial de las relaciones sexuales del adulto (todo esto de alguna manera ya lo describía Sade en sus textos).

Lo relatado anteriormente son algunos acontecimientos para dar cuenta del lugar que tenía el infante sólo como desecho y utilidad corpórea, no importaba a qué clase social perteneciera, eran maltratados, violentados y matados por igual.

En este momento para los infantes no existía ningún sentimiento de amor u odio, más bien se les temía y se les evitaba, convivían por igual con los adultos, no se diferenciaban de ellos ni por su trabajo ni por los trabajos a realizar.

La (no) existencia del infante en este periodo siguió su camino en los siglos siguientes, pero ¿ha quedado en el pasado?

“[…] Niño que aún no tiene pasado que denegar y puede jugar entre los alambrados del pasado y del futuro con insolente ceguera. Pero su juego se verá inevitablemente estorbado: en buena hora, será despertado de su negligencia” (Nietzsche).

Segundo tiempo: Proceso de infantilización.

“El hombre, […] se opone a la grande y creciente carga del pasado: ésta lo doblega o lo inclina hacia un costado, entumece su andar como un fardo invisible y oscuro” (Nietzsche).

“Un hombre que, del todo carente de la fuerza del olvido, estuviese condenado a verlo todo como un devenir: un ser como tal ya no cree en su propia existencia, no cree en sí mismo” (Nietzsche).

Con el crecimiento de las ciudades, mismo que había dado origen a esa nueva clase social que vendría a identificarse con todo ello (la burguesía), primeros comerciantes, artesanos y banqueros, hombres libres de las relaciones de servidumbre feudal en busca del amparo real o estatal y su aseguramiento, también se hizo evidente la nueva visión del mundo “moderno”, basado en el poder y la fuerza; donde el Estado buscará de la misma forma que lo hace el individuo, el nuevo valor: el dinero, acumular riqueza; ahora el dinero pasaba a ser así, un valor de la persona; si el padre o la madre del infante tenía riqueza entonces el infante tendrá valía.

Es en este momento, donde se iniciará el proceso de infantilización; necesario preparar al infante para el mundo adulto por medio de la institución educativa, por lo que la escuela permitió la separación entre el adulto y el infante para la protección y salvaguarda de la nueva clase, nuevo estado, nuevas ciudades y nueva realidad social. Es con esta modernidad donde se empieza a construir una sociedad que afectará tanto al infante como a los padres y al mismo pedagogo (persona encargada ahora de la educación del infante); es decir se empezará a dar un sentido utilitario a esta nueva realidad representada por la razón excluyente e incluyente del hombre, raíces y herencia del infante y adolescente del siglo XXI.

Esta separación de adulto e infante construyó una nueva realidad, un nosotros y el “otro” representado por clases y utilidad, con ello una nueva manera de ser y pensar del individuo, así como otra manera de ser… (mal)tratado; inclusión y exclusión, separación infante adulto, principalmente dentro de las clases burguesa y aristócrata y de los otros sin clase.

Los nuevos ricos ya no debían abandonar a sus hijos a una ama de cría considerada ahora inferior, pues se creía que el cuerpo del niño se corrompía por el alimento ajeno y degenerado de la leche que penetraba en el cuerpo del infante de clase superior.

El nuevo cuerpo cosificado del infante se hizo necesario ahora su conservación, pues iba hacer el heredero de los bienes del padre, por lo que tenía que ser educado con todos los nuevos modales, conocimientos y virtudes de la nueva clase.

Ahora ya no se les vendaba, la orina y las heces eran examinadas para saber su estado interior y si tenían un mal olor, se creía que su cuerpo tenía una mala inclinación. A los infantes de la clase inferior se les castigaba con métodos de la Santa Inquisición, se les apaleaba, se les metía a cuartos obscuros durante horas, se les cortaba o se pinchaba la planta de los pies.

Para los hijos de la burguesía mercantil y aristócrata surge la ternura, pero con la severidad que supone la educación, la muerte en un primer momento era aceptada como algo natural y divino, pero después se convirtió en un sentimiento intolerable pues se trataba del heredero y continuador de la empresa económica para la que tenía que ser educado e instruido.

Dentro de este Proceso de escolarización, que consistía en incrementar sus capacidades dentro del nuevo invento de la familia al amparo de la Iglesia y el Estado, se delegó la responsabilidad educadora a una nueva figura: el pedagogo, que debía proteger, cuidar y educar al infante dentro de los nuevos valores; el rol del docente era complementario del paterno.

En este proceso de pedagogización se debía enseñar al infante filología, gramática, literatura, humanidades, a que hablaran correctamente y así tener una cultura extensa, escribir con letra bonita, saber latín y otros idiomas, una compostura y gracia de la cara, entre otras cosas. Se homogenizaba la educación, la racionalidad y disciplina del trabajo escolar.

Uno de los principales reformistas de este proceso civilizatorio del infante fue Desiderio Erasmo (1466-1536); en 1530, escribe su libro llamado “De civilitate morum puerilium”, en el que describe cómo es y cómo debe ser el comportamiento de los infantes.

Ahora el infante tiene que ser bueno, por lo que tendrá que ser corregido y educado en su comportamiento de acuerdo con los buenos modales y la moral que se va reafirmando con los cuentos escritos en este momento. Ahora el niño va a ser bueno si se comporta de acuerdo con el manual y malo si no lo hace.

Erasmo dedica el manual al infante Enrique de Bogoña, considerado del más alto linaje, de la más larga fortuna y las más halagüeñas esperanzas, ya que es hijo de Adolfo, príncipe de Veere, y al que le desea salud y por ello todos los infantes que deseen o tengan estas características, tendrán que ser educados y comportarse de acuerdo con el manual.

El erasmismo propicio y legitimó el naciente individualismo es decir, el sujeto tendrá un nuevo valor que portará su cuerpo a través de su vestimenta y será, menciona Erasmo, “cuerpo de su cuerpo” y por el cual se deducirá su espíritu que vestirá al cuerpo, por ello en este periodo se vestirán igual adultos e infantes, todo este progreso mercantil y urbano, representa la ruptura con la idea organicista y con el representante del “Todo” que es Dios, el individualismo es el primer paso al liberalismo burgués.

Rousseau en 1762 publica Emilio o De la educación, en el que describe cómo debía ser educado un infante, periodo que va a durar aproximadamente hasta los siete años y después se pasara a la niñez, que es entonces el punto de partida y la base sobre la cual se construirán los logros posteriores del ser adulto; en este proceso de infantilización, el educando deberá adquirir todo lo necesario para lograr lo que se proponga siempre en el sentido de la riqueza que debe ser su logro más importante. Rousseau mencionaba que la infancia y la niñez es un periodo de total dependencia al mundo de los adultos, dicha dependencia es propia de la especie humana: “Nacemos débiles, tenemos necesidad de asistencia, nacemos tontos, tenemos necesidad de juicio. Todo lo que nosotros no poseemos por nacimiento y de lo que tenemos gran necesidad al ser mayores, nos es dado por la educación, la verdadera libertad será de acuerdo con someterse a la necesidad y, luego de lograrlo, alcanzar la razón, lo cual marca la frontera entre la infancia y la adultez”

En este periodo el individuo tendrá que alcanzar la razón a través de la disciplina, misma que deberá aprender el infante en la escuela, siendo receptor y heredero de los nuevos valores dentro de este naciente proceso de mercantilización, el cual necesitó un cuerpo social controlado y disciplinado a través de una institución llamada Estado y con este una nueva racionalización por clases de individuos incluidos y excluidos, ricos y pobres, burguesía, aristocracia y proletario, lumpemproletariado, binarismo llevado a los infantes donde los hijos de los burgueses y aristócratas, ahora si tendrán un lugar preferente dentro de este cuerpo social.

“Si uno quisiera imaginar la naturaleza humana más poderosa e imperante, la reconocería por su facultad de desconocer los confines desde los cuales el sentido histórico surte sus efectos nocivos y parasitarios” (Nietzsche).

Tercero Tiempo: Su domesticación, Disciplina y Vigilancia.

“La Historia, […] comprendida de una manera clara y exhaustiva, al menos sirve para una cosa: para convencerse de que aun los espíritus más elevados de nuestra especie no saben cuán fortuitamente han concebido las visiones que procuran imponer a los demás mediante coerción, debido a que poseen una conciencia excepcionalmente imperiosa” (Nietzsche).

Federici señala que la primera máquina desarrollada por el capitalismo fue el cuerpo humano, no la máquina de vapor ni tampoco el reloj; este periodo de mercantilización, propició el surgimiento de una sociedad disciplinada, un cuerpo social como capital, en términos de Marx, cuerpo máquina tanto del adulto, del infante, la mujer y del anciano, mismos que trabajaban por igual, muchas veces incluso por un solo sueldo o sin él; incluso el cuerpo femenino estaba en manos del Estado y de los médicos que llevaron a reducir al útero en una máquina de reproducción de trabajo a la que ya no se le permitía abortar o matar al hijo, pues representaba una futura mano de obra; nuevo cuerpo social disciplinado dócil y útil para el trabajo en la fábrica, siguiendo a Foucault.

Ya no es posible la separación entre niños, adultos, mujeres, ancianos; todos son tratados de igual manera por el Estado y en tal situación, todos convertidos en infans, es decir sin voz, mudos, nadie es escuchado; el Estado se ha convertido así, en el dueño del cuerpo sometido, condenado, degradado por una función negativa, violentado y simbolizado ahora incluso, como un cuerpo criminal, nueva racionalización del cuerpo.

Fábricas manufactureras, escuela, ejército, hospital, todos antecedentes de la cárcel y donde la práctica de encierro se convirtió en una espera de los enjuiciados, que se prolongaba de tal manera, que terminaban muriendo, se encerraba a los vagos y mendigos para hacerlos trabajar, se encerraba mujeres, ancianos, infantes, muchas veces llevados por sus mismos familiares. Se encerraba también como castigo, cuando por el caso que fuera, no podían ser matados, mutilados o hacerles trabajar.

Son las primeras expansiones de las prácticas del secuestro para los que se consideraba representaban un peligro social; morían en la cárcel locos, prostitutas, sifilíticos, gente que no podía mantenerse y vivían de limosna; todos ellos mantendrían un estigma de haber sido dejados de la mano de Dios, ahora vistos dejados por la mano del Estado.

Los calabozos eran igualmente un lugar de exclusión, al que se enviaba a morir en condiciones infrahumanas: oscuridad, hambre, sed, privación de aire puro, promiscuidad, desnudez, enfermedades y donde existía la convivencia con niños, locos, vagabundos y demás.

Así se fue construyendo el Estado disciplinario y como menciona Zaffaroni en su libro La cuestión criminal, un estado de policía, que hasta la fecha continúa vigente con sus respectivas actualizaciones, configurando, refiere Anitua, una nueva línea punitiva en la cual lo administrativo actúa a veces en consuno, refiriendo que el discurso securitario se relaciona populisticamente, con las necesidades de reprimir los flujos migratorios y también con ese nuevo derecho penal que pretende dar cuenta de todos los otros “riesgos” de las sociedades modernas: “La actividad estatal ha sido la que ha causado más muertes a lo largo de la historia que aquí se cuenta. […] mi temor sobre lo que pueda hacerse, sobre la violencia no significativa que puede implementarse, desde las burocracias estatales”.

El miedo, continúa Anitua, fue el arma principal a fin de lograr la imposición de las modernas burocracias y con ello, imponer el Estado, el mercado y el sistema punitivo que hoy sigue existiendo. Ese miedo se erigió como miedo del “otro”, otro que asumió la figura del mendigo, del pobre, acusados de contaminar; el miedo a la peste enmarcaría toda una realidad surgiendo el higienismo social y creándose la identidad del “nosotros”, lenguaje que constituyó, la inclusión de las diferencias y con ello su exclusión. Esta doble función será y es todavía, la característica de los sistemas penales: sistemas, menciona Tenorio Tagle, de “control de la pobreza”.

Finalmente, la infancia es una construcción histórica más de significados; no se ha estudiado al infante/niño como tal, como sujeto, sino solamente ha sido diagnosticado por discursos de los saberes “expertos” y sus conceptualizaciones e imágenes estereotipadas, mediante parámetros de peligrosidad, riesgo, maldad, etc., que se han erigido alrededor de él.

Infancias de cuerpos angustiados, afectados por un dolor sin palabra que se hace visible en el cuerpo como conducta muchas veces invisible en lo biológico; pero siempre sin logos, sin escucha del propio sujeto, sólo objeto de estudio del adulto, profesionista, maestro, los padres, etc., y oídos sordos totalmente al reclamo foucaultiano, “dar la palabra al objeto de estudio”; sólo el discurso institucional regulador de cuerpos disciplinados, dóciles, al servicio de los utilitarismos de los sistemas de poder; cuerpos cosificados como mercancía de la que mientras pueda obtenerse una ganancia económica, tendrán aceptación y una vez agotado su beneficio, convertirse en cuerpos desechados de valor obsoleto, pues ya no representa ninguna ganancia.

BIBLIOGRAFIA:

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Laura Vargas Garfias

Lic. En Derecho. Especialista en Derecho Penal; Mtra. En Teoría Psicoanalítica; Doctoranda en Saberes sobre Subjetividad y Violencia.