Vivir es ser otro. Y sentir no es posible si se siente hoy como ayer se sintió: sentir hoy lo mismo que ayer no es sentir: es recordar hoy lo que ayer se sintió, es ser hoy el cadáver vivo de lo que ayer fue la vida perdida.
Fernando Pessoa
Este texto es una invitación a recorrer junto conmigo las horas de un tiempo enloquecido.i Enloquecido por los encuentros, por el choque de los cuerpos, de las historias que les constituyen, de los ecos que les habitan. Esos encuentros que nos hacen sentir el tiempo enloquecido y que, a su vez, nos invitan a pensar ese otro tiempo en lo que he sido. En lo que el sujeto ha sido, ese “sido” en donde el tiempo junto con el sujeto se estancan.
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No recuerdo la primera vez, sólo tengo una imagen borrosa de lo que fue la última. El número uno no existe más allá del relato que queda confundido en el cuerpo, el número uno no existe sin una sucesión de números que le cuenten; que le delimiten una imagen borrosa de lo que fue esa “primera vez”. Cuando entré por primera vez a una cárcel para adolescentes yo era también una adolescente entre los diecinueve y veinte años; confundida, con ganas de saber y con miedo a reconocer que tenía muchas más preguntas que respuestas. Entrar a ese espacio implicaba cierto despojo: de mis pertenencias, de la vestimenta que me acomodaba, de mi privacidad, de mi nombre completo y la información personal que dentro de ese lugar se volvía algo así como “confidencial”, del control del tiempo, de un mundo conocido y, sobre todo, de mis tantas respuestas. Salir de ese espacio implicaba cierta ruptura: una sensación de haber sido sustraída de la vida por unas horas mezclada con el arrebato de toda una vida-otra atravesándome el cuerpo; traspasar esa última-primera puerta creyendo que el mundo se detuvo esas dos o cuatro horas que se estuvo dentro, pero chocando con los cuerpos de la gente que corre por la calle, sintiendo el teléfono convulsionarse en la mochila por los mensajes pendientes que no han tenido respuesta, tropezándome con las horas de un tiempo que se había olvidado que existía. Después de esa primera vez, le han seguido cuatro años de entradas y salidas a todo tipo de cárceles, a todo tipo de mundos cuya temporalidad choca con esa otra del mundo que se recuerda fuera.
Cuando entras a una cárcel el tiempo enloquece, pierde sentido… pierde su rumbo en aquel camino lineal que la cotidianidad traza. El tiempo deja de correr para caminar lento, a veces incluso diría que se detiene. Se pausa en seco. Como cuando se quiere correr al jardín, pero se olvida que la puerta de cristal permanecía cerrada; golpe en seco con la frialdad de una ilusión que ante el impacto se agrieta. En el encierro el tiempo también se sabe encarcelado; se siente olvidado, se siente detenido por los filtros de control y las paredes que le rodean, se sabe libre fuera de ese espacio… como las personas que también lo habitan fuera. Yo soy una de esas personas que lo habitan fuera, pero también soy esa otra que lo habita dentro; a ratos, cuatro o cinco veces a la semana y en una cantidad de horas que se sienten como una eternidad sobre el cuerpo. Cuando salgo de una cárcel siento el agotamiento de esa eternidad sobre los hombros.
Habitar el tiempo dentro de la cárcel es como caer en el limbo del mundo… es olvidarse de que existe un mundo. ¿Qué hora es? Las primeras veces me importaba mucho saber la hora, controlar el tiempo que pasaría dentro, así como registrar en cada una de las aduanas mis entradas y salidas puntuales, hasta llevaba conmigo un reloj, a pesar de lo incómodos que siempre me han parecido. ¿Qué hora es? Hoy ya no me importa tanto; ni tengo idea ni pregunto, no dentro de ese espacio. El registro de mis entradas y salidas en las libretas de ese lugar se vuelven cada vez más confusas; el otro día entré a 16:00 horas para salir a las 15:00, y fue uno de los custodios el que a carcajadas me dijo que estaba perdida en el tiempo. He caído en cuenta de que aquella que habita el tiempo dentro se resiste con fuerza a esa otra que lo habita fuera, se resiste en cada uno de esos momentos en los que olvida su reloj en casa, en el coche, en la mochila; se resiste cada vez que tiene que llenar esas libretas y le parece más sencillo inventarse una hora que preguntar; aquella que entra parece necesitar olvidar-se de ese tiempo que corre para poder entrar a otro tiempo: el tiempo en el cuerpo, los tiempos de los encuentros en el cuerpo y su relato.
¿Qué hora es? (pregunto ahora mientras escribo sentada en el patio de una cárcel) Aquí parece que a nadie le importa, ni las horas ni los días ni el relato de una vida. Silencio. La hora aquí no tiene nombreii, no tiene tiempo; el tiempo no tiene horas y los nombres parecen haber sido tragados por el agujero negro de ese limbo que se habita. Ni nombres ni horas ni tiempos por donde comenzar a romper el silencio de una historia; a veces se escuchan sólo ecos de los acontecimientos pasados cuyos gritos no cesan de desgarrar los cuerpos. Creo que yo dejé de preguntar la hora cuando descubrí que dentro de este espacio no acababa con el silencio, no rompía las distancias y no calmaba la incomodidad de mirar a los ojos a quienes parecen tener la mirada fija hacia adentro… fija en otro tiempo: tal vez pasado, o quizá sólo perdido fuera de los tiempos.
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¿El contar del tiempo comienza por el cero, o por el “uno”? ¿Será que el inicio de un cuento ocurre únicamente en el entre de ambos? En el baile de idas y vueltas que convierten al cero en uno; una y otra vez, pero nunca una vez última. ¿Será el cero aquel número vacío que habita en los bordes que le dan cuerpo a un reloj, que sostienen los tiempos de una historia? El cero como el vacío donde habitan las posibilidades para comenzar un cuento. ¿Podemos pensar el origen en ese cero? Aquel cero inaprensible, inapalabrable, que deja de ser cada vez que se cree que es. Sylvie Le Poulichet se refiere al origen como un “conjunto de trazas orientadas por una ficción”,iii aquel que sólo ocurre desde el posicionamiento en que el sujeto le mira y que le permite el anclaje de su historia; sin embargo, es ese mismo origen el que excede a toda posibilidad de comienzo. El cero como ese origen que excede al tiempo, que una vez que se nombra algo de sus trazos se desordena toda la sucesión de una historia. El decir del cero es lo que viene a enloquecer los tiempos de una historia cuando se le nombra, cuando aquel cero se convierte en “uno” y desfasa la secuencia de números que le siguen;iv en ese momento, el origen pierde su función de origen en tanto se le nombra, se le sitúa, cuando se llena con fragmentos algo de su ausencia y su vacío. ¿Violentar el cero con la palabra, con el uno, con el dos, con el concepto que se le quiera poner para darle sentido a su vacío es lo que permite que los acontecimientos ocurran cada vez?v
Siguiendo la propuesta de Le Poulichet, en La obra del tiempo en psicoanálisis, es en el proceso analítico donde aquellos acontecimientos que fundan la historia de un sujeto y la constitución de sus fantasmas tienen lugar. El acontecimiento, en este caso, se da en la desgarradura misma del tiempo; cuando pasado-presente-futuro ocurren como una misma presencia cuyo choque irrumpe el tiempo cronológico para abrir-nos a la escucha de otros tiempos. No se escucha ya un sentido único en el relato de la historia, sino un sinfín de sentidos en tanto la multiplicidad de sus temporalidades se ponen en resonancia; como diría la autora, es ese resonar donde nuestra escucha “flota entre varios tiempos”.vi Y me parece que no es sólo nuestra escucha lo que flota entre, sino también los cuerpos que se juegan en ese encuentro donde otras ligaduras se hacen cada vez posibles.
Ahora bien, ¿qué sucede ante la escucha de un tiempo que parece suspendido? Un tiempo que parece coagulado en imágenes y significantes que se han vivido inamovibles, o que para algunos no han tenido siquiera lugar por quedar en el exceso del tiempo mismo. ¿Cómo situar un acontecimiento en el pasado cuando para el sujeto parece no haber pasado todavía? ¿Cómo darle un lugar en el tiempo a los sucesos que no dejan de pasar como un exceso? Fuera de todo tiempo, fuera de toda palabra. ¿Importa darles un lugar en el tiempo? “Sólo cuando el acontecimiento ha ocurrido, el sujeto cesa de coincidir con él, cesa de serlo para contarlo”,vii parecería entonces que para relatar algo, y jugar con ese relato, primero tiene que ocurrir para el sujeto. ¿Aquello que ocurre es la instauración de un origen, del cero en el cuento? En tanto abre las vías para el relato de una historia. ¿Se puede relatar una historia sin la idea de origen? ¿De dónde parte la historia cuando parecen no haber tiempos que la delimiten? Cuando hablamos de un tiempo coagulado, ¿habremos de hacerle un lugar también a la importancia de un tiempo cronológico que se juegue a la par con los tiempos de la transferencia?viii Porque, ¿cómo comenzar a desordenar las horas de un tiempo que ha quedado coagulado en el instante?
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El instante no es ahora, el instante se escapa de todo intento de aprehensión. Lo rodea, le da la vuelta, lo marea, lo voltea y, una vez más, se le escapa. El instante es tan breve que ni las palabras logran asirlo, y es el cuerpo ya el que da cuenta de su irrupción. Irrupción que, en el mejor de los casos, agrieta la identidad y la historia que se cuenta el sujeto sobre sí para entonces arrojarlo a las preguntas que abran paso a otro tipo de lazos y sentidos posibles; a recomponer la cadena de sus tiempos. Sin embargo, cuando el instante es catastrófico el yo queda a la deriva de un tiempo inhabitable, fijado en ese tiempo cuyos pasajes han quedado rotos. En ese instante no hay distancias, no hay yo porque todo es el momento mismo en el que se desaparece; no hay sujeto en tanto la temporalidad para contar-se parece haber quedado abolida. Aquel instante es catastrófico en tanto desgarra los lazos entre sujeto y objeto, y abre un agujero por donde el yo se desvanece, por donde parece perderse al quedar sumergido en ese tiempo.ix ¿Qué queda en ese agujero entonces, cuerpo, fragmentos de cuerpo con una historia irrelatable? El cuerpo al no enlazarse en el tiempo, ¿queda como exceso? ¿de instante?
Aparece como eco, también, aquella pregunta que leía de Le Poulichet: “¿Cómo volver entonces del instante catastrófico, que no tiene ni comienzo ni fin?”x ¿Cómo (re)componer un relato cuando el punto de partida ha quedado confundido con el instante mismo? Pienso aquí en los actos, tan presentes y constantes en mis encuentros con aquellos sujetos que viven dentro de las cárceles; tan vivos cuando la palabra falla en el intento por situar, por decir, por aprehender algo de aquel exceso que rebasa al cuerpo. Actos autolesivos: llámense cortes, rayones o “charrascas” en su cuerpo. Actos violentos hacia un otro: llámese riña, armarse de palabras, “echarse un tiro” o amenazas de transgredir el cuerpo, la vida y la libertad del otro (a veces en nombre del amor y del cuidado). Paso rápidamente por estos ejemplos de actos que en varias ocasiones a-parecen como grito, como llamado; ya no únicamente a un otro, sino a un tiempo. ¿Será el acto un intento también por hacer/dar/instaurar un tiempo? Ahí donde la palabra falla. ¿Se puede volver a introducir un tiempo, con puntos de partida y sitios de llegada, sin cierta violencia? ¿Podemos pensar en algunos de estos actos como una vía para transferir la catástrofe a un lugar donde pueda comenzar a ser delimitada?
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Quienes viven dentro de la cárcelxi tienden a llamar al tiempo muerto; y eso solamente cuando se les pregunta, o cuando por accidente se tropiezan con un recuerdo vivo en su relato de lo que era el tiempo fuera de ese espacio. “Afuera la vida sigue”, esa frase también la comparten varios; ¿qué implicaciones subjetivas tendrá pensar que la vida sólo es posible fuera? Si el tiempo adentro está “muerto”, ¿lo sujetos que lo habitan también lo están? Cuando El extranjero de Camus entra a prisión dice “…desde ese día, sentí que mi casa era mi celda y que mi vida se detenía allí.”xii ¿Cuántos como él creen que su vida se detiene en el encierro? En esa celda a la que efectivamente varios terminan por llamar casa.
Del tiempo encarcelado casi no se habla, mucho menos se cuenta; es como la bestia que acecha entre las sombras que han quedado plasmadas en las paredes de su institución. Todos saben que está ahí, pero nadie le nombra. A veces pareciera que temen nombrarle, porque junto con el decir del tiempo se escucha el susurro de una voz que cuenta los años de una condena… Los años en los que se seguirá “muerto”. ¿Se podrá volver a nacer después de una muerte como esa? Lo más fuerte es cuando se escucha el miedo ante la idea de regresar a la vida: “¿no será mejor morirme aquí adentro?” se pregunta otra vez Romeo después de fantasear con su salida.
En el no querer decir del tiempo, se escucha también el dolor de no poder vivirle; de no poder correrle, caminarle, transitarle, habitarle; de no poder contarle más allá del suceso que al parecer lo detuvo. ¿Cómo repercute esta sensación de detención del tiempo en la repetición de un instante catastrófico?
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Relato de un breve encuentro dentro de una cárcel para adolescentes
Ambos guardan silencio -¿o es ya el silencio el que los aguarda?-, mientras miran esa pared en la que suelen jugar frontón aquellos que buscan que el tiempo les pase rápido. Es entonces cuando se les aproxima Juan.
Juan se detiene en seco. Abre los ojos tan grandes, que Nella se pregunta si su mirada fue a buscar el calendario en algún rincón de su mente.
¿De las grietas surge el encuentro, o del encuentro surgen las grietas? Anto se pregunta.
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Anne Dufourmantelle bordea la experiencia del encuentro con las siguientes palabras “El encuentro se sostiene en la juntura de los tiempos, allí donde el acontecimiento tiene lugar. Allí donde la línea de falla deviene fractura y se abre en ese lugar un sitio desconocido, donde no tenemos apoyo.”xiii ¿Será que va pensando el encuentro en el lugar del acontecimiento al que Le Poulichet apuesta su ocurrir en el análisis? En aquella intimidad que teje el entre-dos, donde las fronteras con lo conocido se desdibujan y donde ninguna lengua alcanza para describir lo que allí acontece. Allí en el choque, en la irrupción, en la fisura, en la desterritorialización… ¿Cómo vivir tal transgresión sin amor de por medio? ¿Cómo invitar a ello, sino en nombre de la escucha que les acoge? Esa escucha que “vela por lo inesperado”,xiv que está siempre a la espera de lo indecible, lo inalcanzable, lo intraducible; que, al mismo tiempo, teje familiaridades entre los cuerpos cuya extrañeza jamás dejará de hacerse presente en el encuentro. Extrañeza que quizás sea la que permita que la escucha sea distinta cada vez; y que con ese cada vez se desplieguen las posibilidades para componer un texto ante los acontecimientosxv que parecen haberlo perdido.
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Relato de un encuentro con Saori dentro de una cárcel psiquiátrica
En (el) silencio, es cuando sus miradas vuelven a encontrarse y ambas sonríen. Saori continúa sentada, en el ir y venir entre el jugueteo de dedos y de miradas.
Ambas vuelven a compartir una sonrisa, una línea que parece re-dibujar los contornos de una complicidad frente al vivir del tiempo.
Después de aquella sesión, le han seguido varias en las que Nella no se asegura de ver la hora en el reloj antes de terminar, así como muchas otras en las que Saori se adelanta para terminar cuando lo siente.
Darian Leader, en ¿Qué es la locura?, escribe lo siguiente en relación al trabajo con las psicosis: “Terminar, al fin y al cabo, introduce una puntuación, causando impacto a muchos niveles diferentes.”xvi ¿Qué impacto habrá tenido aquel terminar expresado por Saori? Puntuación que no sólo fue introducida por ella, sino que fue respetada por quien la escucha. En el trabajo con las psicosis, ¿la introducción de una puntuación en el tiempo-espacio es la posibilidad de comenzar a puntuar una historia subjetiva también? ¿La posibilidad de que el sujeto se sitúe junto con esa puntuación?
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Para poder hablar de la existencia del tiempo habremos de darle lugar a su presencia-ausencia en la psique del sujeto; allí donde tanto el pasar del tiempo como el no pasar se juegan de manera constante en la composición de una subjetividad. Es en, y desde, la existencia donde podemos comenzar a pensar la temporalidad, no ya en los procesos inconscientes que se mantienen insistentes fuera toda concepción de “tiempo”. A este respecto, Le Poulichet nos dice que “La <<existencia>> supone efectivamente una condición temporal particular que liga el ser al desaparecer: un acontecimiento existe verdaderamente en una representación cuando ha sido excluido de un presente y puede quedarse representado en otro presente, es decir, cuando puede contarse como ausente.”xvii
Esa existencia pareciera que se teje en el paso por el examen de realidad que otorga sentido a aquello que insiste, al instaurarlo en la temporalidad de una historia que sostiene el posicionamiento de un sujeto frente al otro. Es aquí donde me parece conveniente introducir el trenzar del tiempo que se juega en la fantasía; allí donde, como diría Georges Didi-Huberman, “el tiempo no se limita a fluir: trabaja”.xviii Su trabajo consiste en el des-trenzar de los tiempos con relación al deseo y las representaciones del sujeto.
Siguiendo a Didi-Huberman, quien se remite a Freud, podemos pensar el despertar de un deseo en el presente, cuyo alumbramiento remite a una experiencia anterior-infantil (pasado) en la que se creyó haber cumplido tal deseo; el futuro, entonces, será creado a partir de ese “pasado” que se busca reencontrar junto con el cumplimiento del deseo.xix Así, la fantasía instaura un tiempo a destiempo, en el ir y venir de esa búsqueda siempre fallida que apuesta constantemente a la reanudación.
El sujeto “es” cuando deja de ser, su siendo podríamos pensarlo en la irrupción del acontecimiento que agrieta ese “ser” fijado en un tiempo al arrojarlo a su devenir. Su siendo vive en la ausencia que abre a la posibilidad constante de entramar una-otra presencia.
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La caída en el abismo, en ese agujero sin límites temporales, también la podemos vivir en el encuentro con las psicosis. En esa invasión que de maneras muy singulares se percibe en cada encuentro: en las voces o en las imágenes que irrumpen el discurso, en las miradas que traspasan el cuerpo con cierta transgresión o con cierto desconsuelo, en el apretar las extremidades del cuerpo por su movimiento incontrolable o en el sostener de la cabeza como en el intento de que los ruidos dejen de lacerarla. También, se escucha en el repetir de las voces; tanto las que llaman “alucinaciones” como esas otras de sujetos que han tomado la autoría total de sus historias. Ese agujero sin límites es el que al inicio suele albergar nuestro encuentro, y el que a veces insiste con destruir las posibilidades de un lazo. ¿Cómo comenzar a delimitarlo? ¿es acaso importante para el trabajo con las psicosis?
Regreso a Le Poulichet y a su propuesta de los tiempos en el análisis, donde hace un breve recorrido para pensar los acontecimientos que no cesan en el sujeto psicótico debido al no advenimiento de la represión. En otras palabras, los acontecimientos en las psicosis no dejan de pasar en tanto el sujeto es invadido constantemente por los procesos primariosxx (inconscientes); ante la ausencia de represión, parece no haber un límite entre los procesos primarios y secundarios, siendo los primeros los que irrumpen como invasión en el intento de organizar un lazo con la realidad.xxi
Por otro lado, la autora dice lo siguiente respecto al encuentro de los tiempos en la experiencia analítica con las neurosis: “…la presencia del analista da pasajeramente un tiempo a lo que no pasa, precisamente para hacerlo pasar”;xxii es el encuentro de esos tiempos en transferencia lo que permite comenzar a ligar aquello que insiste, lo que no deja de cesar para el sujeto y que en el entre-dos puede comenzar a tener lugar. En las neurosis, el choque entre el tiempo que pasa y aquel que no pasa abre el tiempo de la repetición (el tiempo de transferencia), donde la actualización de los acontecimientos psíquicos se vuelve posible, así como la escucha del deseo y la reelaboración. Por esto mismo, es que la presencia del analista abre un pasaje donde los tiempos pueden comenzar a jugarse a destiempo para la recomposición de una historia subjetiva; es en el encuentro mismo donde la repetición puede abrir lugar a las preguntas sobre el origen y la historia del sujeto. ¿Pensamos entonces en una autoría compartida en esa recomposición de una historia en el análisis? Historia que re-compone el analizante frente a otro que le escucha, pero que también le acompaña en el des-orden de su puntuación. “Sin signos de puntuación, ninguno de nosotros tendría una historia”,xxiii nos recuerda Leader.
¿Podemos pensar este encuentro también en las psicosis? ¿Qué lugar ocupa el analista en ese intento de dar lugar a lo que no cesa de pasar y que, en las psicosis, parece vivirse de manera invasiva?
Leader es quien nos propone la importancia de acompañar al sujeto psicótico en la construcción de una temporalidad; sin embargo, al querer ponerlo a dialogar con Le Poulichet, pienso en que serán distintas las maneras de dar un tiempo en las psicosis a esas otras que podemos explorar en las neurosis. Comenzando por el hecho de que esa historia que relata el sujeto neurótico, en el sujeto psicótico “no ha estado en absoluto presente”xxiv, en tanto su relato está invadido por las demandas y deseos de otro; sin rupturas o grietas desde donde puedan surgir las preguntas para su reelaboración. Cabe mencionar, que, si bien esa “no autoría” de sus historias es frecuente, no quiere decir que no podamos apostarle al advenimiento de su voz, de su deseo; es en esa apuesta donde nuestra escucha y nuestra presencia se arriesgan al por venir de un sujeto en el encuentro. Aquella autoría compartida que comienzo a pensar en el entre-dos de las psicosis iría más allá de una puntuación semántica si pensamos que la invasión junto con la ausencia de límites está muy presente en el cuerpo del sujeto psicótico; esa puntuación abríamos de expandirla también al tiempo y ritmo de las sesiones, tanto ajustándonos a las necesidades del sujeto como introduciendo una permanencia en los días, las horas y los lugares de encuentro… ¿sería esta una vía más para delimitar el sentir que desborda al cuerpo? Una forma de respetar al sujeto, su sentir, su cuerpo mismo; apostándole a un encuentro donde la amenaza de invasión no le rija para que otras formas de encuentro puedan vislumbrarse. Quizá incluso estas pequeñas (pero no por ello menos importantes) puntuaciones en el tiempo-espacio permitan que los ritmos y tiempos psíquicos también puedan comenzar a ser delimitados en nuestros encuentros; introduciendo coordenadas simbólicas que acompañen al sujeto en el intento de situarse en su historia, más allá de un lugar de objeto.xxv
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Tengo veintiséis años, y en cada una de las sesiones que he tenido con Romeo él me pregunta mi edad para recordar-nos el tiempo que lleva dentro de esa cárcel psiquiátrica. “Toda una vida”, me dice. Toda mi vida, me quedo pensando. Cada una de las letras que conforman ese veintiséis nos recorren el cuerpo de maneras distintas al decirlo en voz alta, pero algo de su pesadez nos obliga a respirar hondo cada vez que lo escuchamos. ¿Cómo ha sido la vida de Romeo dentro de la cárcel veintiséis años? ¿Cómo era su vida antes? ¿Cómo es que esas vidas que se escuchan divididas se encuentran una y otra vez para hacerse vivir?
Cuando Romeo habla parece que el tiempo en su discurso no transcurre. Parece detenerse en el repetir constante de un delirio cuya persecución nos abruma, en esos silencios frente a las preguntas que le invitan a continuar desempolvando aquellos recuerdos de su vida antes del encierro, en esas quejas sin cesar ante el maltrato que vive dentro de ese espacio, en el repetir de nombres y direcciones que parecen ser únicamente conceptos nítidamente gravados sobre su memoria, pero cuyas historias continúan perdidas frente a su pregunta. Curioso fue cuando esos mismos nombres y direcciones que parecían invadir su mente sin cesar nos llevaron a las hojas; hojas cuyo blanco se tiño de nombres, apellidos, direcciones, canciones… Hasta que fueron naciendo breves fragmentos de historias:
No quería matarlo.
Si hubiera sabido que terminaría aquí de verdad no lo hubiera matado.
Pero él me atacó, él y los otros.
Ellos siguen aquí. Me quieren matar.
Lo que más se ha repetido en aquellos fragmentos es el relato del incidente por el cual terminó aquí, en una cárcel, así como los nombres de personas y lugares que parecen remitir a una violencia tal que hasta el día de hoy no han podido ser pronunciados en voz alta en nuestro espacio. Pero están ahí, presentes en las hojas de la libreta que por años le he llevado; hojas donde se fue trazando cierto recorrido de regreso al incidente que Romeo recuerda como el último, el último antes del encierro de una vida. El último, que al comenzar a ser nombrado se transformó en primero.
En ocasiones, aquella voz que se presenta en su escritura se acompaña también de esa otra que dice en voz alta lo que escucha dentro de su mente; un conjunto de voces que al escuchar-se en unisón nos develan cierta movilización… ¿De la catástrofe? ¿de su historia? ¿de su delirio? ¿de su vida?
Con el tiempo, esas hojas se han ido transformando en cartas. Cartas sin respuestas, con destinatarios cuyos rostros son ambiguos, pero con nombres y apellidos bien marcados. Con pedazos de direcciones des-ordenadas, de lugares donde alguna vez se formó un recuerdo, una memoria… de lugares que regresan como memoria de algo perdido. De lugares que, tal vez, hoy se construyen para crear lo que se dice “recuerdo”. Cartas que también se han quedado vacías de palabras, con sobres llenos de gritos ante la desesperanza de su escucha. Cartas de silencio, cuyo ruido sólo se escucha como eco en el cuerpo al desdoblar su hoja en blanco. ¿A quién llaman esas cartas? ¿A las personas pasadas, las presentes-ausentes, o a las que se esperan por venir? A todas esas personas y a ninguna. ¿Será que es un llamado también para sí?
11
Empiezo al revés, y no empiezo; ¿un inicio al revés es inicio? ¿O es un regreso a la recopilación de un texto inexistente?
7
A ratos, el sentir del tiempo en el cuerpo se hace presente. Ha sido en los encuentros, tanto dentro de las cárceles como en el consultorio, donde he descubierto que el tiempo no se piensa, se siente. En el rugir del estómago, en el latir de un corazón vivo. Las horas pasan con cada una de las lágrimas que las cuentan al caer de un rostro… Pasan en el abrir de una boca que les quiere escupir, pero que se las vuelve a tragar en el cerrar de los labios que tienen miedo a perder. Esas mismas horas que pasan se detienen cuando los párpados caen rendidos ante la luz de un recuerdo difuso, cansados en la búsqueda de revivir lo que se cree que fue y todavía no ha sido. Es el tiempo mismo el que tropieza con las palabras que se amontonan ante la intensidad de su llegada, el que crea un agujero donde las horas se olvidan junto con toda palabra. Son las arterias las que le entretejen, creando pequeñas ramificaciones entre lo que (no) fue, es y será de un cuerpo.
El tiempo entre-dosxxvi es otro tiempo, es quizá un tiempo de los cuerpos. Un tiempo cuyo transcurrir desborda el orden de las horas, de los días. Ese que navega entre una mirada y la otra, el que se detiene también ante el reflejo que le retrocede. Aquel irrumpe ante el encuentro de dos cuerpos que no necesitan de las manos para tocarse, de los dedos para recorrer las líneas de sus marcas. El tiempo entre-dos no es más un tiempo que nos interese saber, sino un despertar de la vida que retoma su movimiento ante el desconocimiento de sí. Es un saber únicamente en relación con el sentir, un saberse sentirse vivo ante el encuentro… con el cuerpo de otro, con el propio cuerpo que alberga a otros.
Pareciera que querer hablar del tiempo es una apuesta imposible, es una traición también a su sentir. Querer hablar del tiempo es un riesgo a lo posible, es acoger el ritmo de su vaivén hasta que una irrupción despierte el sentir de una historia sobre el cuerpo.
Referencias
i El des-orden de tiempos con el que decidí entretejer este texto es al que invito al lector a recorrer junto conmigo. Sin embargo, la lectura en orden cronológico de los tiempos (0-11) también es posible para quienes prefieran llevar a cabo ese otro recorrido.
iiTrayendo también aquella literatura que me ha acompañado en este proceso; “la hora sin nombre” que siente habitar el extranjero de Albert Camus en el encierro.
iii Le Poulichet, Sylvie, La obra del tiempo en psicoanálisis, Amorrortu editores, 1994, p. 97.
iv Ibid, p. 92.
v Pensando el cada vez a la par con las propuestas de Jean-Luc Nancy: “Ese <<uno solo>> sentido no tiene una unidad ni unicidad: es <<un solo>> sentido (de <<un solo>> ser), porque es cada vez el sentido. No lo es <<en general>>, y no lo es de una vez por todas”. Véase Jean-Luc, Nancy, Un pensamiento finito, Anthropos, 2002, p. 9.
vi Le Poulichet, op. cit., p. 17.
vii Ibid, p. 134.
viii Pensando los tiempos de la transferencia en relación con ese otro-nuevo tiempo, donde podemos pensar la repetición y el acontecimiento, que se abre entre el tiempo que no pasa y el tiempo que pasa. Ese otro modo temporal que se instaura ante el choque (en transferencia) del tiempo psíquico que pasa y el que no pasa, Le Poulichet lo nombra “tiempo identificante” donde pasado-presente-futuro se encuentran para hacer resonar el deseo del sujeto. Véase Ibid, p. 39-50.
ix Ibid, p. 108-112.
x Ibid, p. 109.
xi Cabe mencionar que en este apartado/tiempo me refiero principalmente a los relatos que he escuchado en las cárceles varoniles para adultos declarados tanto imputables como inimputables. Estas puntuaciones son importantes, ya que las experiencias respecto al tiempo dentro de estos espacios suelen variar conforme a las etapas de desarrollo y el sexo de los sujetos.
xii Camus, Albert, El extranjero, Alianza, 2016, p. 75-76.
xiii Dufourmantelle, Anne, En caso de amor. Psicopatología de la vida amorosa, Nocturna, 2018, p. 104.
xiv Dufourmantelle, Anne. Potencia de la dulzura, Nocturna, 2022, p. 120.
xv Pensando aquí los acontecimientos con relación al trauma: “…los enclaves traumáticos son esos agujeros en el tiempo donde los acontecimientos no constituyen su texto o lo perdieron”. Véase Le Poulichet, op. cit., p. 131.
xvi Leader, Darian, ¿Qué es la locura? Sexto Piso, 2013, p. 382.
xvii Le Poulichet, op. cit., p. 44.
xviii Didi-Huberman, Georges, La imagen superviviente. Historia del arte y tiempo de los fantasmas según Aby Warburg, Abada editores, 2009, p. 287.
xix Ibid, p. 297.
xx Haciendo referencia a los procesos pulsionales que suceden una y otra vez debido a que no están instaurados en el tiempo. Estos procesos primarios son inconscientes, por lo tanto atemporales y carentes de representación.
xxi Le Poulichet, op. cit., p. 46-47.
xxii Ibid, p. 48-49.
xxiii Leader, op. cit., p. 381.
xxiv Ibid, p. 377.
xxv Ibid, p. 381.
xxvi “La caída del día conviene a la metamorfosis, y es a veces en el entre-dos de esa exploración que guían los dos protagonistas, en la penumbra del consultorio de un analista, que el horizonte puede abrirse, jamás ahí donde creemos”. Véase Dufourmantelle, op. cit., p. 37, de quién me he acompañado para pensar el entre-dos.
Bibliografía
Camus, Albert, El extranjero, Alianza, 2016.
Darian, Leader, ¿Qué es la locura? Sexto Piso, 2013.
Didi-Huberman, Georges, La imagen superviviente. Historia del arte y tiempo de los fantasmas según Aby Warburg, Abada editores, 2009.
Dufourmantelle, Anne, Potencia de la dulzura, Nocturna, 2022.
Dufourmantelle, Anne, En caso de amor. Psicopatología de la vida amorosa, Nocturna, 2018.
Jean-Luc, Nancy, Un pensamiento finito, Anthropos, 2002.
Le Poulichet, Sylvie, La obra del tiempo en psicoanálisis, Amorrortu editores, 1994.
Licenciada en psicología por la UIA y maestra en saberes sobre subjetividad y violencia por el Colegio de Saberes. Se ha dedicado principalmente al trabajo dentro de centros penitenciarios; acompañando y escuchando a personas privadas de su libertad. Tiene experiencia clínica con adolescentes y pacientes psiquiátricos. Actualmente, es doctorante en saberes sobre subjetividad y violencia en el Colegio de Saberes; su tema de investigación se presenta bajo el título “De una historia muerta a una historia viva”.