Condimento de la vida
Que alimenta el corazón
Más que alegría, dolor
Que nunca cierra su herida.
Tisana para bebida
Que calma por un instante
Es ley de cada habitante
Desde que el mundo fue mundo
Sólo de dicha un segundo
Para los pobres amantes.
Violeta Parra
La oportunidad de leer a Stiegler me representa una bocanada de aire fresco, al mismo tiempo que la inmersión en las aguas profundas del misterio filosófico. De inicio derrumba el mito del filósofo como alguien sabiondo que solo se dedica a leer. Imagen que si bien puede representar a un filósofo, no es exclusiva del quehacer filosófico, pues en ese quehacer estamos todos en potencia: en cuanto empiezan las preguntas, la filosofía es posible, y esta condición nos envuelve volviéndonos nosotros. Sin embargo, esta posibilidad, viene acompañada de la invitación de Stiegler: pasar al acto, hacer de la vida una armonía entre las ideas y la manera de vivir, suponiendo de antemano que la cuestión de la filosofía en primer lugar es la acción.
Pasar al acto en 2020. La invitación stiegleriana es una especie de suicidio vitalizante. La hegemonía discursiva de nuestra era está en la felicidad permanente como signo de la realización. Uno es el peor enemigo de sí mismo en cuanto no extraiga todo el potencial de sí, (esto significa básicamente monetizar y al mismo tiempo consumir). En ese sentido apostar por el caos, el enigma filosófico, ya de antemano supone salirse de la corriente en que el mercado nos mete a todos.
Apostar por salir de la corriente en mi experiencia, en mí pasar al acto es complejo. Me ha representado noches sin sueño y el resquebrajamiento de mis sueños. Hoy por hoy la apuesta es por la vida, (anticipando una reflexión futura: la vida es algo que merece ser vivido). Niego a la dictadura de la felicidad, y el club de los optimistas, ¿Cuál es la afirmación? La afirmación es una potencia: pasar al acto. Pero pasar al acto es complejo, puede representar incluso la cárcel para algunos. En ese sentido rescato los versos de Violeta:
Condimento de la vida
Que alimenta el corazón
Más que alegría, dolor
Que nunca cierra su herida.
Psicólogo de formación, aprendiz de músico y etnólogo por gusto. A sus 27 años, ha recorrido casi todo el país buscando la otredad. No sería raro encontrarlo contando chistes en una cantina en Monterrey, cruzando la frontera a pie en Chiapas o tomando fotos en una vecindad en Tepito. Su consigna: ser como Sócrates, filosofar hasta la muerte.