Síntoma y Escrituración

Ana Lucía Rodríguez Fernández
 El mapa es abierto, conectable, en todas sus dimensiones, desmontable, alterable, susceptible de recibir constantemente modificaciones. Puede ser roto, alterado, adaptarse a distintos montajes, iniciando por un individuo, un grupo, una formación social. Puede dibujarse en una pared, concebirse como una obra de arte, construirse como una acción política o como una meditación. Una de las características más importantes del rizoma quizá sea la de tener siempre múltiples entradas (…), contrariamente al calco, que siempre vuelve «a lo mismo», un mapa es un asunto de performance, mientras que el calco siempre permite una supuesta competance.

Giles Deleuze y Félix Guattari

(…) un hermoso duelo y un hermoso enemigo cuyo infinito poder nos revela nuestra potencia infinita, ¡puesto que resistimos, puesto que aún no estamos muertos!

          Clément Rosset

(…) la memoria no preexiste de manera simple, sino múltiple, está registrada en diversas variedades de signos.

            Sigmund Freud

Pero de lo que se trata en la pregunta por el tiempo es de obtener una respuesta tal, que a partir suyo se hagan comprensibles los diversos modos del ser-temporal; y de hacer que se vuelva visible, desde el comienzo mismo, una posible conexión entre aquello que es en el tiempo y aquello que es la temporalidad propia (eigentliche Zeitlichkeit).

        Martin Heidegger

La hierba sólo existe entre los grandes espacios no cultivados. Llena los vacíos. Crece entre, y en medio de otras cosas. La flor es bella, la berza útil, la adormidera nos hace enloquecer. Pero la hierba es desbordamiento, toda una lección moral.

    Henry Miller


Aquello que será después es ahora. Ahora es el dominio de ahora. Y mientras dura la improvisación yo nazco.
                                                    Clarice Lispector

¿Cómo ser fiel al compromiso con la multiplicidad? ¿Cómo atender a una exigencia del devenir y, al mismo tiempo, escriturar? ¿Cómo hacer libro sin establecer una unidad y una estructura que, como tal, subordina la multiplicidad bajo un ideal de Todo? ¿Cómo escriturar el devenir, las intensidades y la producción del deseo, sin caer en jerarquizaciones, relaciones unívocas o significaciones que cierren, que coagulen y que bloqueen toda posibilidad de creación? Estas preguntas, estas inquietudes, son las que ─como fuegos artificiales─ hacían pequeñas explosiones en mi pensar mientras intentaba decidir qué o cómo escribir sobre el azar. Me agobiaba la idea de estructurar, y en mi cabeza se multiplicaban las posibles líneas de escrituración. Pero entonces me encontré con una frase de Deleuze: “No hay ninguna diferencia entre aquello de lo que un libro habla y cómo está hecho.”1 Azar y necesidad: así es como devino, de manera performativa, este escrito: saltos de una lectura a otra, mapeo de conceptos, interrupciones en el flujo de ciertas oraciones ─porque irrumpía el relámpago de otra idea─ para recomenzarla en otra parte, en otro tiempo, a partir de alguna de las líneas que se fueron desplegando. Escribir azarosamente para que, en el devenir de la escritura, se vaya conformando la necesidad: dimensiones ontológicas que no tienen que ver con una dialéctica que las ponga en oposición. ¿Qué es el azar? ¿Qué es entonces la necesidad? Hay que hacer un constante esfuerzo para desarticular las relaciones binarias en las que tendemos a caer: azar y necesidad no son contrarios; tampoco son categorías del pensamiento que ordena el mundo. Eso es posterior. En cada uno de los apartados o dimensiones de este escrito, se pone en acto ─o al menos se hace el intento─ el devenir azaroso: funciona por conexiones, hace converger conceptos en tanto intensidades que atraviesan un cuerpo… el cuerpo de un sujeto que acaece, de un sujeto que está siendo azarosa y necesariamente. Este escrito no pretende, de modo alguno, ser un ejemplo de lo múltiple o una representación del azar, sino que constituye un hacer que busca poner en acto la multiplicidad. “Lo múltiple hay que hacerlo, pero no añadiendo constantemente una dimensión superior, sino, al contrario, de la forma más simple, a fuerza de sobriedad, al nivel de las dimensiones de que se dispone.”2

Este escrito es, en sí mismo, un devenir subjetivo; un intento por poner en acto la voluntad de potencia creadora que desborda toda posibilidad de sentido, significación o aprehensión. Un mapa en el que convergen trazos que, si bien es cierto que permiten la articulación de ciertos conceptos, su territorialización, también desarticulan y hacen estallar líneas de fuga que apuntan en n direcciones, que forman infinitos posibles de otras articulaciones, de múltiples producciones. Este texto no es la multiplicidad; sin embargo, sí es una suerte de escrituración de la multiplicidad. Procede por variaciones, se expande y forma una especie de red de nodos.3 Claro que, si me fuerzan, podría establecer algún eje de significación (aunque siempre devendrían múltiples ejes posibles). Sin embargo, esa urgencia de unidad es una cuestión de método; una necesidad del yo representativo que busca comprensión y sentido. Urgencia inevitable de la que, no obstante, nos podemos aprovechar para desarticularnos y lanzarnos hacia el devenir; urgencia de la que nos podemos servir como catapulta: como una intensidad más, como otra de las tantas líneas de fuga posibles. Esta suerte de selección conceptual o racional, selección que nos permite pensar desde categorías o conceptos, podría llevarnos a sostener que de lo que se trata esta escrituración, es de lo múltiple… pero no. El devenir de este escrito no se trata de la multiplicidad; ya lo dije antes: es su puesta en acto, una pragmática que la despliega, no su ejemplo ni su representación. Lo que sí podríamos decir, es que algunas líneas o trazos que marcan los surcos de este mapeo son la subjetividad y su relación, trágica y en gerundio, con el azar y la necesidad. El siendo de la subjetividad y sus despliegues o formaciones: el síntoma y la escrituración. Así, a modo de la escritura de Gumbrecht en Berlin 1926, podemos saltar de un apartado a otro, podemos partir de en medio, porque cualquier dimensión puede ser “el medio”. No hay principio o final, no hay un empezar o un acabar ─sólo irrupciones e interrupciones─. Esta constelación de conceptos, este mapa, es una suerte de flujo semántico; funciona como la metonimia significante: por conjunciones (y… y… y…). Por ello la dificultad ante la que me enfrenté al momento de titularlo… por lo que, si gustan, titúlenlo como se les ocurra.

¡Haced rizoma y no raíz, no plantéis nunca! ¡No sembréis, horadad! ¡No seáis ni uno ni múltiple, sed multiplicidades! ¡Haced la línea, no el punto! La velocidad transforma el punto en línea. ¡Sed rápidos, incluso sin movernos! Línea de suerte, línea de cadera, línea de fuga. ¡No suscitéis un General en vosotros! Nada de ideas justas, justo una idea (Godard). Tened ideas cortas. Haced mapas, y no fotos ni dibujos. Sed la Pantera Rosa, y que vuestros amores sean como el de la avispa y el de la orquídea, el gato y el babuino.4

El Síntoma

¿Tengo un argumento de vida?, soy inesperadamente fragmentaria. Soy poco a poco. Mi historia es vivir.

Clarice Lispector

Infancia no es destino. Las huellas mnémicas que quedan inscritas en una infancia mítica, no determinan el acontecer futuro de una subjetividad. Decir tal cosa, sería lo mismo que sostener que la escritura está dada de antemano y que, si lográsemos leer esa huella, podríamos saber lo que está por venir. El porvenir es siempre lo que llega por sorpresa; es lo menos calculable. Es lo impensable. Es cierto que la huella produce efectos, pero son efectos casi infinitos; efectos que se producen a partir de choques de fuerzas que, desde el acontecer de dicha huella, producen infinitas combinaciones. Infinitos que contienen otros infinitos posibles. La huella no es un fósil cuyo sentido es unívoco e interpretable. La huella está viva y, por lo tanto, está en movimiento: produce, re-produce y deviene multiplicidad. La huella es, más bien, un campo de fuerza: campo en el que se desplazan las pulsiones ─indiferenciadas, pero contenidas, ralentizadas, por una materialidad que acota, que ya implica una primera diferenciación─ y, de manera azarosa, chocan, se colapsan, y algo producen: devienen creación. Poiesis del caos en la materia. Azar y necesidad se conjugan en una ontología inseparable: no son dos conceptos opuestos… ni siquiera hemos de pensarlos como conceptos ─pues éstos, como herramienta de la racionalidad, constituyen un momento posterior a la génesis de la materia: el concepto es un momento ulterior al punto nodal en el que las fuerzas, la energía pulsional, deviene ser─. El caos ─fuerzas indiferenciadas─es el azar absoluto: no tenemos representación de él. Sin embargo, en el momento en que estas fuerzas chocan y, de nuevo, azarosamente se ligan a una materialidad, algo ha sido creado. Algo es. Y es necesariamente. El único deber del ser, dice Deleuze, es ser. O, parafraseando a Parménides: el ser es; el no ser no es. Ahora bien, ¿de qué se trata, específicamente, este deber? ¿Qué tipo de necesidad es a la que ambas afirmaciones están apelando? ¿Necesidad lógica? ¿Categoría del pensamiento que permite establecer relaciones causales y comprender el sentido de un pasado? ¿Teleología? ¿Qué relación hay entre esta huella, la memoria, y la posibilidad de re- escriturar la historia? ¿Qué relación de necesidad se establece entre esta huella y el síntoma?

De un solo caso no puede pedirse razonablemente más que lo que puede brindar. En cuanto a aquellos que no han querido creer hasta ahora en la validez universal y sin excepciones de la etiología psicosexual en la histeria, difícilmente adquirirán esa convicción por el conocimiento de un historial clínico. Lo mejor que pueden hacer es posponer su juicio hasta adquirir por su propio trabajo el derecho a tener una convicción.5

Para pensar el síntoma, como uno de los caminos que guiarán nuestra pregunta por la subjetividad, hemos de retornar a Freud. Y, precisamente porque otro de los caminos es la escrituración, hemos de retomar no la teoría, sino los casos clínicos: ahí, donde en la escena analítica, algo del pasado deviene temporalidad presente; ahí donde todos los tiempos se colapsan en un presente que no es más que una suerte de devenir loco, donde el sentido se pierde y lo importante no es una categoría que venga a cuento. El ritmo de escritura con el que nos encontramos en los casos freudianos tiene un tono bastante distinto al que adopta en sus escritos más técnicos. A diferencia de éstos, de los escritos técnicos o teóricos, en los casos parece que nos topamos con un Freud que se recarga algo más hacia el lado científico de su propia balanza; parece que le quiere poner unas cuantas pesas más al platillo de la objetividad a medida que va hilando el caso. Quiere exponer, encontrar causas y efectos, hilos conductores y deducciones. Quiere dar un cuadro clínico “completo”. Pero esto, me parece, es sólo por momentos y en ocasiones. Freud se deja resbalar constantemente. Esa misma escritura que puede resultar un poco chocante a los ojos de lectores que no buscan afirmaciones o respuestas cabales, es al mismo tiempo la que nos deja entrever que la balanza más bien oscila: el Freud que no sabe surge de pronto, irrumpe todo el tiempo: se nos muestra en frases, en notas al pie y en las recurrentes excusas que da al lector por no poder darle un “todo”; en esa misma escritura, entre las contundentes interpretaciones de talante sexual, Freud abre su propio pensar.6 Creo que los casos freudianos pueden leerse en dos sentidos. Uno, el que nos está dado como de antemano por la lógica de la argumentación, el sentido “explícito” de las interpretaciones y deducciones teóricas que ejemplifica con cada caso. Pero hay otro sentido: el que puede leerse de manera oblicua, apuntando y recopilando todas esas notas, esas frases que, como líneas de fuga, abren otras posibilidades y, sobre todo, preguntas. Afirmaciones que, en medio de la aparente certeza deductiva de los síntomas, en medio de las teorías que Freud parece afirmar en casos concretos ─que, si se tratase de eso, los casos tendrían únicamente un estatuto de ejemplo─, encontramos un constante retorno de lo que podríamos llamar un no saber; tenemos una producción o escrituración en la que tanto la certeza como la(s) identidad(es) comienza(n) a diluirse. Oblicuidad del pensamiento freudiano que le permitirá moverse desde el lugar poiético de la producción. Finalmente, Freud no está haciendo teoría para luego aplicarla a los casos, sino que está intentando forjar y dar forma a una teoría a la par que trabaja ─produce─ en la clínica. Sus casos no son ejemplificaciones de elucubraciones teóricas abstractas: son el testimonio del devenir corpóreo, en la escritura, de la teoría psicoanalítica. Los casos freudianos son, me parece, el cuerpo de la teoría analítica, con toda la luz y con toda la oscuridad que ser cuerpo implica.

Así, esta dimensión del síntoma permite, aunque sea sólo de manera parcial, rastrear y dar cuenta de esa otra lectura que puede hacerse a partir de un caso: el de Dora. Intentaré dejar de lado la primera posibilidad de lectura, pues, mal que bien, se comprende con cierta facilidad; seguir el rastro de sentido es más sencillo si atendemos a la lógica interpretativa de Freud. Pero quiero dejar de lado eso que “se comprende” para moverme, de la mano de Freud, hacia aquello que no se comprende; por lo menos no de manera tan evidente.7 Lo primero que quiero resaltar es lo que apunta Freud en las “Palabras preliminares”, donde llama la atención al lector sobre el cambio de técnica en el psicoanálisis. A diferencia de lo que postula en Estudios preliminares, aquí nos advierte que ya no pretende partir de síntomas particulares y resolverlos uno a uno; uno detrás de otro para encontrar el nexo causal entre el síntoma y aquello que aparentemente lo ocasionó. Es decir, recordar el acontecimiento traumático e interpretarlo no llevará necesariamente a la cura del mismo.8 Ahora el método consiste no en indagar sobre las causas, sino en dejar que el paciente hable, sin exigirle una lógica temporal o cronológica. “Ahora dejo que el enfermo mismo determine el tema del trabajo cotidiano, y entonces parto de la superficie que el inconciente ofrece a su atención en cada caso.”9 La regla de la asociación libre se radicaliza. Esta nueva forma de proceder es, evidentemente, más problemática desde el lugar del analista: ya no es éste quien guía la sesión a partir de preguntas e indagaciones; ya ha soltado esa brújula que le permitía llegar a la tierra firme del acontecimiento traumático. Ahora sí está a la deriva, a expensas de la asociación libre del analizante. Me parece que, con este cambio de método, también hay un cambio en el lugar del analista: este método “nuevo” pone a prueba su capacidad flotante de escucha; ya no hay brújula que oriente, ya no hay migas de pan que, como nexos, lleven del síntoma a la elucidación de su causa. Lo que ahora le es brindado por el analizante son sólo fragmentos, retazos de una historia contada como su memoria10 que le permite entretejerla ─con los bemoles de los olvidos, represiones y espejismos encubridores─ y que, dice Freud, “ni siquiera me alcanza para orientarme.”11 Esto, sin duda, tiene que ver con la transferencia: “campo de batalla en el que están destinadas a encontrarse todas las fuerzas que se combaten entre sí”.12 Esta nueva forma de proceder se deslinda por completo de la sugestión ─pensada no sólo como hipnosis, sino como dirección o guía hacia la racionalización del padecimiento; como implantación de ideas en el paciente: sobreinterpretaciones─. En el proceder analítico ya no se pretende exteriorizar los síntomas o revivirlos; hacer eso es análogo a una sugestión directa ─operación que va en contra de la postura energetista de Freud, quien no cree que “con un mínimo esfuerzo pueda moverse un gran peso”13─.

 La sugestión directa es la sugestión dirigida contra la exteriorización de los síntomas, una lucha entre la autoridad de ustedes y los motivos de la enfermedad. Al practicarla, ustedes no hacen caso de esos motivos; sólo exigen al enfermo que sofoque su exteriorización en síntomas.14

No ha de sofocarse, pues, la exteriorización de la pulsión por vía del síntoma. Ésta es sólo una vía más: ha de permitírsele al paciente que la saque a la luz… y luego ver qué se puede hacer con ello.15 La esperanza de poder orientar la escucha hacia la cura queda aún más reducida a medida que avanzamos en la lectura y nos enfrentamos a lo que Freud va trabajando: resulta que el trauma biográfico, que antes prometía establecer nexos más o menos evidentes con la formación del síntoma, ahora resulta incluso inservible para explicar la especificidad de éste. Es decir, no encontramos una relación de necesidad ─como causa-efecto predecible─ entre el acontecimiento traumático y un determinado síntoma: “comprenderíamos los nexos tanto o tan poco si en vez de tussis nervosa, afonía, desazón y taedium vitae, otros síntomas hubieran sido el resultado del trauma.”16 Es decir, Freud aquí nos arroja a la ya conocida frase de “ir al caso por caso”. Esta aseveración ha sido tan repetida que puede en ocasiones sonar como un cliché que nos deslinda de la responsabilidad del pensar teórico ─una forma de zafarse desde la jerga psicoanalítica, una manera política que nos evite la pena de decir: “no sé” ─. Sin embargo, me parece pertinente recalcar ese no saber. Precisamente, una de las cosas hacia las que apunta el “caso por caso” ─además de a la absoluta singularidad subjetiva─ es al no saber: hay que analizar cada caso, uno a la vez, para poder decir algo al respecto. No sabemos nada de antemano. Por otro lado, creo que no debemos olvidar la importancia de dicho imperativo analítico pues, si pretendemos prestar oído a un otro, hemos de asumir que estamos arrojados a una escucha que nos (des)coloca en la absoluta incertidumbre: no hay nexos, no hay razón necesaria; comprenderíamos lo mismo si se nos presentan unos u otros síntomas… o (por ahora) ninguno.

Ahora bien, desde la Comunicación preliminar ya podemos encontrar atisbos de esta problemática respecto al trauma como factor desencadenante del síntoma. Ahí Freud nos dice que aquello que desencadena al síntoma es un factor accidental; si bien es cierto que el trauma se plantea como factor desencadenante, como la causa que ocasiona el síntoma, éste es un mero factor accidental o azaroso. Eso nos hace pensar que podría haber algo previo, una suerte de predisposición psíquica que está como a la espera de un acontecimiento hiper-intenso, de un evento cualquiera que opere a modo de factor desencadenante, de “pretexto” para hacer brotar un síntoma. Sin embargo, no creo que eso “previo” pueda ser planteado como un contenido; hemos de tener cuidado de no caer en la tentación de pensar el inconciente como un saco lleno de significados a priori, a la espera de ser desenterrados, descifrados o descubiertos. No hay nada escrito como contenido… el inconciente es un aparato donde, a partir de experiencias hiper-intensas, se han inscrito huellas que dan lugar a la producción, al desplazamiento, pero que como huellas, no contienen un significado. El inconciente es un entramado pulsional al que no podemos atribuir un contenido representacional. En estricto sentido, no habría algo previo en el inconciente, únicamente fuerzas pulsionales y huellas mnémicas que permiten el desplazamiento y la posterior significación. Desde esta perspectiva, y con el cuidado que merece esta afirmación, podríamos plantear que eso “previo”, esa latencia que irrumpe y sorprende, es la pulsión… las pulsiones. Fuerzas pulsionales que constituyen el aparato psíquico y que, en un momento azaroso ─momento que no podríamos determinar como un punto exacto dentro de la concepción del tiempo cronológico─, en el devenir de un acontecimiento no determinado como destino, se ligan al cuerpo como medio de escape, como vía de satisfacción o de descarga. “En todas las psiconeurosis los procesos psíquicos son durante un buen trecho los mismos, y sólo después entra en cuenta la «solicitación somática» que procura a los procesos psíquicos inconcientes una salida hacia lo corporal.”17 Entonces, una vez ligada la pulsión al cuerpo, aparece el síntoma.18 Sólo entonces podríamos tejer una red de sentido; sólo entonces podríamos mirar hacia atrás y establecer nexos racionales… pero éstos no serán nunca estarán previamente determinados: podría haber sido cualquier otro acontecimiento, o producir otro síntoma, o no producir nada.19 Si así fuese, si el síntoma pudiese ser predicho, lo que tendríamos sería una lógica de causa y efecto; una lógica que nos permitiría predecir el destino psíquico de cada una de las subjetividades. No hemos de olvidar la enseñanza de Hume: la relación causa-efecto es un producto de la imaginación. Un producto del pensamiento racional a quien le urge inventarse un sentido que le permita controlar y pronosticar.20

Por otro lado, hemos de recordar también la enseñanza freudiana: la pulsión es ciega e indiferenciada, no tiene contenido; por lo que, si se ha ligado a X o a Y síntoma, debemos suponer que es, en gran medida, por el influjo del azar y del devenir ─que se inscribe en otro registro que el de la razón: el de las pulsiones─ de esas fuerzas, de esa energética que produce agenciamientos. Es únicamente après coup que podríamos establecer una lógica causal; un nexo lógico.21 Pero eso no quiere decir que éste preexista en el inconciente como un contenido que está a la espera de un “trauma ocasionador” para salir a la luz y conseguir la formación de síntoma. Así, tampoco ─por lo menos no en todos los casos─ el apalabramiento llevará a la solución o desaparición del síntoma. Además, el síntoma tiene más de un significado. “El síntoma histérico no trae consigo este sentido, sino que le es prestado, es soldado con él, por así decir, y en cada caso puede ser diverso de acuerdo con la naturaleza de los pensamientos sofocados que pugnan por expresarse.”22 Es decir, se nos presentan cada vez más dificultades para lograr desanudar el síntoma de su afecto… pues éste no se reduce a un único sentido. Es cierto que en el caso de Dora prepondera la teoría sexual; sin embargo, Freud apunta que éste es sólo uno de los posibles factores que han de confluir para la formación de síntoma y que, para que se dé tal formación, es preciso que converjan más de uno. Desde esta lógica, cuando Freud está interpretando el asco que se ha producido en la joven Dora a partir de la escena del beso con el Sr. K, y después de hacer toda una construcción teórica sobre el miembro sexual masculino, la micción y el asco a los excrementos, Freud nos confiesa que dicha vía asociativa no es, en modo alguno, suficiente: “No considero solucionado el problema con la prueba de esta vía asociativa. Que esta asociación pueda ser evocada no explica aún que lo sea de hecho. Y no lo es en circunstancias normales. El conocimiento de la vía no dispensa las fuerzas que la transitan.”23 El conocimiento de la vía no dispensa de las fuerzas que la transitan. ¿No está hablando aquí Freud de las fuerzas pulsionales? ¿No está diciendo que la asociación y el apalabramiento, en última instancia, no dispensan ─extirpan─ dichas fuerzas pulsionales? Es decir, no es que la construcción teórica y la interpretación del sentido sexual del síntoma ─como lo sería la interpretación de cualquier otro de sus sentidos─ pierda validez o importancia… pero no es todo ni parece ser suficiente para abordar el entramado psíquico. ¿No nos dice Freud que no hemos de dar demasiada importancia al esclarecimiento interpretativo de un síntoma?24 ¿No nos dice, también, que un mismo sueño podría dar para el análisis de toda una vida? Creo que esa aseveración es fácil de comprender si partimos de la premisa de que no hay un sentido oculto y resguardado en el inconciente; de la premisa de que no hay un contenido ahí guardado al que, si trabajamos bien y si nos esforzamos lo suficiente, podremos acceder y aprehenderlo. Ya lo dijimos: con el “nuevo método” Freud radicaliza el imperativo de la escucha flotante y la regla de la asociación libre; lo único que puede suponer el analista es que todas esas ocurrencias pueden producir alguna suerte de conexión inconciente; pues éste trabaja por contigüidad, simultaneidad y desplazamiento.

Ya tenemos averiguado que un síntoma corresponde con toda regularidad a varios significados simultáneamente; agreguemos ahora que también puede expresar varios significados sucesivamente. El síntoma puede variar uno de sus significados o su significado principal en el curso de los años, o el papel rector puede pasar de un significado a otro. (…) Por más que siguiendo estas elucidaciones la parte somática del síntoma histérico aparezca como el elemento más permanente, de más difícil sustitución, y la psíquica como el más mudable, el más fácil de subrogar, no se infiera de esta relación una jerarquía entre ambas. Para la terapia psíquica, la parte psíquica es en todos los casos la más importante.25

Es decir, el síntoma no sólo resguarda una multiplicidad de sentidos posibles ─en tanto ficciones, creaciones o construcciones que el sujeto produce en su libre decir─, sino que éstos pueden variar o cambiar a lo largo del tiempo ─la huella no es destino sino posibilidad abierta de producción; el sentido no está dado, se construye, se produce: es ficción─. Aun cuando el síntoma somático desaparezca, la primacía de lo psíquico es indudable en la teoría freudiana: la fuerza pulsional simplemente se ha desplazado hacia otro sentido, hacia otra producción o hacia otro síntoma. Podríamos seguir construyendo sentido, toda una vida, sobre un mismo sueño… sobre un mismo síntoma. Porque, ya lo dijimos, el sentido no está dado de antemano. Y, ¿no es eso, precisamente, la vida?, ¿la posibilidad de seguir construyendo, una y otra vez, sentido(s)? Esto, sin duda, me parece que es posible pensarlo a partir de la idea freudiana de la huella; trazo en el cuerpo/aparato psíquico que permite la escrituración y la re- escrituración de múltiples e infinitos sentidos. Todo depende del poder asumir esa posibilidad, esa potencia productora. Hacerse cargo de las pulsiones, de las fuerzas que nos habitan, y hacer algo con ellas. Pienso en la voluntad de poder nietzscheana… ¿no es el superhombre el que, como héroe trágico, se hace responsable de su potencia, crea/produce a partir de ella? La meta del psicoanálisis no se reduce al apalabramiento de afectos para desanudar y “curar” síntomas, sino que se abre a la posibilidad subjetiva de hacer un corte y, con éste, producir la diferencia dentro del eterno retorno de lo mismo (dentro del devenir y del retorno de las pulsiones).

Se trata de una enunciación, un corte, una suerte de foco no discursivo (…). Se trata por tanto de un universo heterogéneo con componentes múltiples. De estas constelaciones de universos, de mundos, se escinde un ‘enunciador’ que las mantiene juntas de una nueva manera.26

El sentido, entonces, no es nunca una presencia: se nos escapa constantemente; se desliza y se desplaza. El síntoma, podríamos decir, se nos presenta con retardo, volviéndose imposible aprehender aquello que éste presume presentarnos: sentidos, nexos y causas evidentes. El síntoma es una suerte de efecto retardado de esas huellas y de esas fuerzas pulsionales que jamás podremos hacer presentes. Sin embargo, aun cuando no podamos hacerlas presentes por vía de la palabra, aun cuando éstas no tienen (una) representación, son absolutamente efectivas: producen efectos, síntomas, sueños, lapsus… todos ellos producciones o retoños de un inconciente que insiste energéticamente en el cuerpo. Retoños que retornan, una y otra vez ─las pulsiones, en tanto inextirpables, retornarán incesantemente y de manera distinta, con producciones variables─. Es decir, la carga psíquica pugna por emerger y produce una multiplicidad de efectos impensables e impredecibles; infancia no es destino, y las inscripciones en el aparato psíquico no determinan nada. Son sólo vasos comunicantes que producen un sinnúmero de posibilidades productoras. Potencia del devenir. La fuerza del inconciente deviene acto, síntoma, sueño… deviene en un sinnúmero de formas que permiten la posterior producción de sentidos. En palabras de Nietzsche: “el principio de la persistencia de la energía exige el Eterno Retorno.” Mientras persista el principio de energía, habrá retorno: habrá producción sintomática, lapsus, sueños, actos fallidos…27

Ahora bien, respecto a este “principio de persistencia de la energía” que, según Nietzsche, exige el eterno retorno, es interesante retomar el síntoma como Freud lo trata en el caso de Dora. Ahí plantea que la enfermedad brinda cierta ganancia psíquica al paciente: a través de ella, se opera cierta economía de la energía psíquica que halla cómo servirse del síntoma y, por tanto, éste queda anclado en la vida anímica. “El enfermarse ahorra, ante todo, una operación psíquica; se presenta como la solución económicamente más cómoda en caso de conflicto psíquico (refugio en la enfermedad) (…).”28 El síntoma se ha vuelto parte de la vida anímica del paciente y, como “parte de su vida”, no lo abandonará fácilmente… menos aun porque le brinda cierta ganancia. El síntoma tiene un propósito (vital). Incluso, Freud llega a decir que en ocasiones la enfermedad se convierte en “la única arma que le queda [al paciente] para afirmarse en la vida (…).”29 Creo que aquí Freud no está hablando de los síntomas “imaginarios”, o incluso “simbólicos” ─como los hemos denominado anteriormente─, sino de síntomas mucho más cercanos a lo real: a las pulsiones. ¿Sería realmente vital un síntoma tal como el adormecimiento de las piernas o la imposibilidad de tomar agua? ¿No está apuntando Freud a otro tipo de síntomas, a unos mucho más enraizados en lo pulsional? ¿Cómo podríamos extirpar un síntoma así, de ese talante, sin extirpar al mismo tiempo algo de la propia vida del paciente?30 Freud dice que el trabajo analítico, en estos casos, implicaría lograr que el paciente dilucidara el propósito de su enfermedad. Si le llegase a “caer el veinte” de este propósito, quizá la pulsión podría encontrar otro camino, uno mucho menos doloroso para el analizante… uno más productivo en términos de subjetividad.

Retomemos la transferencia: campo de batalla en el que las pulsiones se ponen en juego. El síntoma y su persistencia, aunque implica cierta ganancia, también implica cierto gasto de energía; energía que se ha sustraído al yo y que, por ende, no le permite producir otra cosa. Toda su energía vital está volcada hacia la conservación de la enfermedad. La tarea terapéutica, entonces, consistiría en lograr desanudar esa energía, esas ligaduras pulsionales, para volver a ponerlas a disposición del sujeto: que éste pueda hacer algo más con ellas. Es decir, lograr que la satisfacción pulsional no sea sustitutiva, que no sea por vía de la enfermedad, sino que encuentre vías más directas y, como dijimos, menos dolorosas. La tarea analítica, pensada desde este “nuevo método” que me parece indisociable de la transferencia, consiste en la renovación del conflicto y no en su anulación. ¿Para qué renovar el conflicto? ¿Para qué dejar que las fuerzas pulsionales se encuentren, salgan a la luz y converjan en un mismo campo de batalla? Precisamente, para que éstas se deslinden, se desanuden y, con ello, se abra la posibilidad de producir otros enlaces… otros des-enlaces. Versiones múltiples que, sin embargo, son posibilitadas por la misma huella.31 El problema ─siempre surgen problemas─ será precisamente la no movilidad de las pulsiones enganchadas al síntoma; es decir, que la ganancia secundaria impida, en una suerte de resistencia vital, un desanudamiento, una des-coagulación. He ahí la tarea, derridianamente imposible e incesante, no sólo del analista, sino más bien de todo sujeto que se coloque en el lugar de analizante. Es una tarea para la que tenemos toda una vida… o, precisamente porque tenemos toda una vida, estamos arrojados a esa tarea, a ese constante trabajo energético y pulsional.

(…) el arte del analista debe ser el de suspender las certidumbres del sujeto, hasta que se consumen sus últimos espejismos. Y es en el discurso donde debe escandirse su resolución.32

Escrituración

Es un mundo enmarañado de lianas, sílabas, madreselvas, colores y palabras, umbral de entrada a la ancestral caverna que es el útero del mundo y del que voy a nacer.

Clarice Lispector

Uno de los niveles de la escritura, a la par de la palabra, es el de hacer discurso. El de significar. Sin embargo, hemos de preguntarnos por los otros niveles en la medida en que nos preguntemos por la función de la palabra en análisis ─o en cualquier otro proceso del devenir del sujeto─: ¿es el análisis, en estricto sentido, la cura por la palabra? ¿Es éste el único nivel posible de la palabra? ¿Demandamos, nos jugamos el deseo, en una apuesta por la palabra, el significado y el sentido? La palabra, en su relación con el significado, establece las condiciones para el saber y para la certeza. ¿No se trata el psicoanálisis, precisamente, de lo contrario? Es decir, ¿de diluir las certezas que se erigen sobre los discursos y de desarticular el saber como un todo? En ese sentido, me parece, la apuesta del psicoanálisis no debe ir por el lado de la palabra como custodio del sentido; no se trata del mecanismo que plantea el primer Freud de Estudios Preliminares: apalabrar el trauma para desligar el afecto y hacer desaparecer el síntoma. Palabra, trauma y síntoma: conceptos que esbozan la pregunta por la relación entre la memoria y el decir. Relación que puede llevarnos por el camino de la simbolización, o por los canales del devenir.33 Iremos en contra del primer camino para desarticular las ideas continuidad y sucesión, de evolución y progreso, de causa y efecto; para ir en contra de la noción estructural de linealidad y de la teleología que subsume todo acontecer bajo el gobierno de un Uno como completud. No es que el primer camino sea falso: es una posibilidad más; pero una que, a mi parecer, da pocos frutos en cuanto a producción subjetiva. El camino no es, pues, el de las unidades o las dicotomías dialécticas; sino el de las dimensiones, las múltiples direcciones, los fragmentos, las rupturas y lo cambiante. No se trata de buscar origen y finalidad, sino en medios en constante metamorfosis. En otras palabras, el camino no es un camino, es un rizoma: líneas de fuga, un “sistema acentrado, no jerárquico y significante, sin General, sin memoria organizadora o autómata central, definido únicamente por una circulación de estados.”34 La función de la palabra debe ser más bien como un proceso de variaciones, de expansiones y del devenir de intensidades que produzcan la anulación de todo centro.

El tiempo no es homogéneo, lineal o sin interrupciones; el tiempo es espacio de discontinuidades, de un cúmulo de acontecimientos irruptores, de fuerzas disímbolas en continuo choque y en continua producción espacial. Sin embargo, el flujo o estructura narrativa del discurso nos presenta un tiempo que, de hecho, parece ser así: un movimiento continuo, con un inicio, un entre y un final.35 Es decir, la estructura narrativa de la escritura puede llegar a confundirnos con su pretensión de sentido y de necesidad teleológica. Sin embargo, no hemos de caer en la trampa: eso no es la escrituración como intentamos pensarla; esa estructura pertenece al campo de la comprensión que se sirve de categorías como linealidad y cronología para erigir al Uno y sus descendientes. ¿Cómo podríamos, pues, restituirle una función distinta a la palabra a partir del pensamiento freudiano? Primero, habría que pensar la escrituración como un espaciamiento temporal de dichas discontinuidades, de dichas fuerzas en tensión. Creo que, si atendemos al acto performativo de la palabra ─y, de la mano, a la radicalización del método analítico que se inaugura en el momento en que Freud exhorta a que el paciente teja por sí mismo, libremente, sin guía, sin dirección y sin cronología─, podremos establecer otras relaciones entre la escrituración y el decir: el decir es incesante, lo que nos muestra es el fragmento, la finitud y la temporalidad. La palabra hace evidente, aun a pesar de sí misma, el no-Todo: es una conversación con la muerte como posibilidad creadora. Cada vez que un sujeto quiere cerrar el sentido; cada vez que un sujeto dice “A es X”, X repite incesante e incansablemente “no soy eso… ni eso… ni eso… pero también puedo ser eso… y eso… y eso…”. El devenir del caos se territorializa en la palabra, en su significado; pero se desterritorializa en la medida en que éste no alcanza nunca para agotarlo… inevitablemente habrá desplazamiento significante.36

En el siglo XX, el historiador se da cuenta de que el pasado no es algo objetivo, fosilizado e inalterable: la Historia no constituye una Verdad. Más bien, se trata de interpretaciones, de ficciones que se construyen desde un punto de vista variable. Es decir, la historia no es una y verdadera: la historia hace evidente el cambio, lo no estable, el fragmento y la temporalidad. La escrituración de la historia es un sistema de versiones posibles. ¿No es esto, precisamente, lo que propone el psicoanálisis? Freud, oscilando entre el saber científico y la literatura, se inclina incontables veces hacia el lado ficcional de la balanza. Creo que Freud nos deja entrever, pese a sus constantes intentos de establecer un “saber” científico, que no hay saber sobre algo… que nada se comprende y que incluso la cura del síntoma ─aparente objetivo del análisis─ es aleatoria y hasta azarosa. Parece, más bien, que el sujeto va a análisis para descoagularse; para devenir diferencia y multiplicidad. ¿Cuál es la función, pues, de la palabra; cuál es la función de este hacer histó(e)rico? Es decir, ¿por qué y para qué escriturar? Y ¿cuál es la función de la palabra en ese hacer? Si el psicoanálisis parte de la palabra como su material de trabajo, es para otra cosa ─quizá más cercana a lo que el mismo Freud plantea poco tiempo después de sus Escritos Preliminares─; para algo distinto a la significación, a la comprensión, o a la construcción de sentido. Si el psicoanálisis parte de la palabra, es para que opere lo rizomático del inconciente; para que se ponga en acto la producción de la multiplicidad.37 “Lo que escribo es un «esto». No va a parar, continúa.”38 En ese sentido, el análisis es una suerte de escena de la escritura; donde la escrituración no es un libreto que justifica o que da sentido. La escritura no redime la vida o la muerte, ni encamina el sentido hacia un Todo. Hay un núcleo real-caótico que es imposible de simbolizar; es decir, no es posible erigir un sentido único o unívoco; y, al mismo tiempo, es ese núcleo el que instaura la condición de posibilidad de la producción simbólica ─en la medida en que el desplazamiento va en busca del Todo, lo que se hace evidente es el fragmento y la imposibilidad─. La escrituración, pues, es una marcha interminable donde se repite y retorna algo de lo imposible de apalabrar: desplazamiento, desencadenamiento e in-versión. Producción multiplicada. “El lenguaje no es la “casa del ser” (Heidegger), sino un lugar de una alteración intinerante.”39 Si el psicoanálisis parte de la palabra, es para establecer la posibilidad de una escrituración que evidencie la imposibilidad de un lugar propio; una escrituración que

Se apoya en un hecho constantemente inicial, a saber: que el tema nunca es autorizado por un lugar, que no se puede apoyar el cogito inalterable, que permanece siempre extranjero a sí mismo y por consiguiente siempre algo le falta o le sobra, siempre propagador de una muerte, endeudado en lo que se refiere a la desaparición de una “substancia” genealógica y territorial, ligado a un nombre sin propiedad.40

El inconciente ha de ser pensado como rizoma; y como tal, no está cerrado sobre sí mismo, ni tiene un contenido previo que está ahí, oculto en los recovecos de la palabra y a la espera de ser descifrado. El inconciente, como un rizoma, produce multiplicidad y en la multiplicidad se constituye. “Tanto para los enunciados como para los deseos, lo fundamental no es reducir el inconsciente, ni interpretarlo o hacerlo significar según un árbol. Lo fundamental es producir inconsciente, y, con él, nuevos enunciados, otros deseos: el rizoma es precisamente esa producción de inconsciente.”41 ¿Por qué es importante hacer esta corrección sobre la noción de inconciente, o sobre el método analítico? La primera respuesta: por ser fieles a la multiplicidad. La respuesta elaborada: para establecer una relación distinta con el pasado; para que éste no sea vivido como una fatalidad inalterable, como un destino pre-escrito y del cual es imposible zafarse o producir diferencia. Es importante enfatizar el carácter múltiple del inconciente, precisamente, para hacer estallar la posibilidad fáctica de dar otras versiones, de colocarse en otros lugares, de tener otras posturas. Todo sujeto está poseído por un discurso que lo sostiene, que le posibilita/imposibilita ver, un discurso que lo posiciona en el mundo, que le da un lugar (prestado). Perder el discurso a partir de la asociación libre, implica quedar despojado de “lo propio”, sentir el vértigo de un abismo donde nada se sostiene: quedar dis-locado. En este desposeerse el yo pierde la conciencia de sí, se vuelve un extranjero y se da cuenta de que, para siempre, ha perdido toda certeza; descubre que se ha perdido a sí mismo y que no hay vuelta atrás. La función de la palabra en análisis tiene que ver con un despojarse de la linealidad, de la búsqueda de origen y de futuro. El compromiso que ha de asumir el psicoanálisis es el compromiso con lo múltiple y con el azar: desenmascarar los discursos soberanos que poseen al yo y que le impiden decir en su nombre, que lo atan y exigen de él el cumplimiento de una promesa que zanja su libertad.

Os romperán vuestro rizoma, os dejarán vivir y hablar a condición de bloquearos cualquier salida. Cuando un rizoma está bloqueado, arborificado, ya no hay nada que hacer, el deseo no pasa, pues el deseo siempre se produce y se mueve rizomáticamente. Siempre que el deseo sigue un árbol se producen repercusiones internas que lo hacen fracasar y lo conducen a la muerte; pero el rizoma actúa sobre el deseo por impulsos externos y productivos.42

La multiplicidad misma pone en duda las creencias, lo criterios de racionalidad, el origen, el pasado y el destino. Es importante reestablecer el estatuto de la multiplicidad porque ello hace posible seguir trazando líneas de fuga; hace posible el vivir en gerundio. Pensar el inconciente como algo dado o escrito ─como marca inalterable─ de antemano, bloquea el deseo: éste ya no tiene hacia dónde moverse; ya no le es posible producir(se).43 En Freud encontramos ya la intuición de que no ha de eliminarse la incertidumbre ─el azar─ en aras de que el sentido y el discurso se organicen. La incertidumbre misma es el postulado de la construcción y el elemento en el que se produce una escrituración que no cesa. Si bien no son palabras de Freud, sí creo que podemos encontrar en él la noción del psicoanálisis como un des-encuentro con lo desconocido, con ese caos pulsional ─con ese real lacaniano que atraviesa el cuerpo─; des-encuentro que ha de ocurrir tras deconstruir el arsenal de lo simbólico que defiende al sujeto dándole “certezas”. Es decir, el psicoanálisis no apunta a la cura de la palabra en el sentido de la mera asociación discursiva ─encajada en el significante─; hay que desmantelar el puro bla, bla, bla… “Pero escribir es frustrante para mí; al escribir lucho con lo imposible. Con el enigma de la naturaleza.”44 Si el psicoanálisis parte de la palabra, es para deslindar y para cartografiar, para trazar las líneas y los parajes de un mapa: para que acontezca el devenir.45 Así, la escrituración sería formación de multiplicidades que devienen a partir de huellas cuyos efectos no pueden predecirse de antemano o agotarse en significaciones posteriores. Ni podemos predecir, ni podemos explicar el acontecimiento del ser. Teoría del caos: el devenir del azar como potencia, como líneas de fuerza, se determina de manera necesaria en la materialidad del ser.

“Escribir, hacer rizoma, ampliar nuestro territorio por desterritorialización, extender la línea de fuga hasta lograr que englobe todo el plan de consistencia en una máquina abstracta.”46 Las explicaciones o intentos racionales por comprender no tienen cabida en esta dimensión ontológica; son cuestiones posteriores de un yo que busca sostenerse, ramificar y categorizar para tener la ilusión de que “controla” algo. La escrituración, entonces, es en presente continuo; en gerundio: está deviniendo y permite el devenir. Escriturar acontece en un escenario, en una escena en la que convergen un sinnúmero de líneas, de potencias que producen infinitas combinaciones posibles y que, en el momento en que son agenciadas, dan cabida a la producción de algo nuevo. La palabra y su función en el campo de la escrituración es rizomática: una suerte de asociación libre, de pensamiento nómada que no importa dónde comience ─porque no hay principio ni fin, sólo múltiples en medios; perspectivas─, no importa dónde se corte y dónde recomience. Ruptura con el significante a partir de la palabra misma como propulsora del devenir: la asociación, como el rizoma, puede interrumpirse o romperse en cualquier punto, puede desviarse hacia cualquier otra línea, “(…) pero siempre recomienza según ésta o aquella de sus líneas, y según otras.”47 Así, la escrituración no tiene que ver un estado de hecho que ha de describirse; no tiene que ver tampoco con la búsqueda de un origen ─con la comprensión o dilucidación de un punto de desencadenamiento─; éste es inhallable: ha devenido multiplicidad. La escrituración ha de ser rizoma, y “el rizoma es una antigenealogía”.48

Entonces escribir es la manera de quien usa la palabra como un cebo, la palabra que pesca lo que no es palabra. Cuando esa no-palabra –la entrelínea– muerde el cebo, algo se ha escrito. Cuando se ha pescado la entrelínea, se puede con alivio tirar la palabra. Pero ahí termina la analogía: la no-palabra, al morder el cebo, lo ha incorporado. Lo que salva entonces es escribir distraídamente.49

Lo que salva es escribir distraídamente, dice Lispector, sin pensar. Componer indeterminadamente, sin método o medida. Escribir/hablar fuera de sí, deslindándose de, y deslizándose entre las determinaciones lógicas y racionales de ese yo que se des-vive por intentar entender y controlar. “Se me ha ocurrido de repente que no es necesario el orden para vivir. No hay ningún patrón que seguir y ni siquiera existe el propio patrón; nazco.”50 Lo que salva es la fluencia, el devenir febril en el que el yo se descentra, en el que el yo no piensa y donde, precisamente, la vida pulsa. Asociación libre: histo(e)rización del discurso para “salvarse”. ¿Para salvarse de qué? De la fosilización; de la coagulación… salvarse del no movimiento y de un tiempo detenido. Salvarse es insertarse en el tiempo, en la temporalidad: en el devenir.51 Pero, paradójicamente, ese sumergirse en la temporalidad de la vida, ese devenir y asumirse un sujeto en el tiempo, lleva implícito un saber sobre la muerte. Ahora bien, que la palabra sea cebo, tiene doble filo. Por un lado, busca crear discurso: tiene voluntad de verdad y pretende erigir certezas. Plantear esto no es un error, sino una necesidad. La palabra permite crear sentidos; en ocasiones la palabra se territorializa. Sin embargo, la falta de origen exige que la totalidad se estremezca, el devenir desterritorializa, pues incansablemente irrumpe e introduce la diferencia y el sin-sentido; lo homogéneo, el Uno, el Todo como absoluto, es un imposible. La histo(e)rización, el hablar distraídamente, en asociación libre, permite la fractura de todo discurso; “no siendo nunca presencia, sino un simulacro de una presencia que se disloca, se desplaza, se repite, no tiene propiamente lugar, el borrarse pertenece a su estructura.”52 El análisis inscribe una lógica del diferir; del sentido como un no todo que se construye, destruye y reconstruye una y otra vez. Una tras otra. Y de nuevo. Eso es la vida.

El fin de mi Dasein, mi muerte, no es algo con ocasión de lo cual se corte súbitamente un curso secuencial, sino una posibilidad de la que el Dasein sabe de un modo u otro: la más extrema posibilidad de sí mismo que él puede asumir, que puede apropiarse en cuanto una que le está por delante (beworstehend).53

En el fondo de este devenir se encuentran, me parece, los dos principios freudianos: principio de muerte y principio de vida; una suerte de caos que se vuelve contra sí mismo, al tiempo que se protege en lo material, y que inscribe la economía de un eterno retorno como reserva que se abre-paso como pulsión de vida. La muerte se retarda, se temporiza y se abre-paso como vida. La vida no es más que un diferir, un desplazamiento constante que pugna por ganar un puesto, un espacio junto a la muerte. Es sólo una interminable lucha que busca abrirse-paso, conquistar un lugar dentro de la muerte que la funda. Espaciamiento que es temporización: juego de suplementos que se deslizan en los intersticios de un inconciente que se multiplica; inconciente que no está determinado y cuyos efectos y producciones son impredecibles. La muerte está en el principio de una vida que sólo puede defenderse por una economía de la muerte, creando reservas a partir de diferir y repetir.54 Bajo la influencia del instinto de conservación, diferimos; la vida se esfuerza por protegerse a sí misma difiriendo, temporizando y aplazando la muerte. La vida es, pues, la producción que se resiste a la muerte, un devenir que desarticula la linealidad, la determinación y las categorías racionales de causa-efecto; la vida como temporalización presente es una economía de la muerte.55

Escriturar es, pues, una suerte de procrastinación de la muerte: un juego temporal en el que ésta se desplaza. Trabajo contra la muerte que nos convierte, subjetivamente, en héroes trágicos.56 ¿Cuál es, entonces, la función de la palabra? Inscribirnos en la temporalidad, en el fragmento, en la falta: el no todo que permite soltar y desaferrarse. Hablar distraídamente nos inscribe en un tiempo que se desplaza y nos muestra que todo es temporal: nada es absoluto y, entonces, podemos dejarnos arrastrar por el flujo de nuestro propio deseo… nada más complicado que eso. Pero, ¿quién dijo que la multiplicidad era asunto fácil? ¿Quién dijo que ser tiempo era cosa sencilla? El pensamiento ─y el quehacer─ de Freud nos va a precipitar hacia el no saber, hacia este abismo que hace temblar la certeza de sí que nos resguarda en el interior de una conciencia plenamente dueña de sí misma. El devenir retarda la muerte, pero también nos precipita hacia ella… y, por tanto, a la vida. Es decir, salvarse

a partir del hablar distraído, es devenir sujeto, es devenir un superhombre que ha matado a Dios.57 Sin embargo, matar a Dios también implica quedar desamparado, estar en el mundo sin coartada y, por ello, abierto al no saber ─al devenir─. De lo único que tiene certeza el sujeto es de su propia muerte. ¿Por qué alguien querría tal cosa? Es decir, quedarse sin coartadas, sin garantes. Sólo un loco, quizá. Un loco que, sin embargo, lo quiere.

Porque quiero sentir en las manos el nervio trémulo y vivaz del ya y que me reaccione ese nervio como una bulliciosa vena. Y que se rebele, ese nervio de vida, y que se retuerza y lata. Y que se derramen zafiros, amatistas y esmeraldas en el oscuro erotismo de la vida plena; porque en mi oscuridad tiembla por fin el gran topacio, la palabra que tiene luz propia.58

Es aquí donde empieza el habla sin voluntad de verdad; sin voluntad de discurso. La función de la palabra no es atrapar el sentido, sino instaurar el devenir y romper con la lógica de la narrativa. El habla distraída es entonces una suerte de histo(e)rizar que juega con la multiplicidad de sentidos, con la diferencia, y con el fragmento. Creo que la función de la palabra distraída instaura una economía de la muerte en la que se logra evidenciar, mostrar, algo del propio deseo; en el habla distraída está el rodeo pulsional que hace la vida hacia la muerte en forma de memoria, de historia. Lo que nos queda, pues, es histo(e)rizar: salvarnos a partir de retranscripciones incesantes, de un devenir incansable. Únicamente porque no hay un sentido y una verdad, precisamente porque el sujeto no es completo, porque lo que hay es la multiplicidad, es que hemos de emprender un quehacer histó(é)rico; es por eso que puede producirse la vida. Si se plantease que el sujeto es un todo, unívoco y completo, con un ser determinado o una esencia indiscutible, se zanjaría cualquier otra posibilidad, la palabra sería única, el nombre estaría vinculado con la verdad y en su cripta sólo habitaría la muerte. Salvarse es entonces dar cabida a la vida, a la vibración y el nervio trémulo y vivaz. Salvarse es poder producir esos “zafiros, amatistas y esmeraldas en el oscuro erotismo de la vida plena; porque en mi oscuridad tiembla por fin el gran topacio, la palabra que tiene luz propia.”

Bibliografía

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_________________. Fragmento de análisis de un caso de histeria (Dora). En Obras Completas, Tomo VII. Buenos Aires: Amorrortu, 2011.

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Bibliografía en línea

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HEIDEGGER, Martin. El concepto de tiempo. Escuela de Filosofía Universidad ARCIS [www.philosophia.cl].

ZOURABICHVI, François. “¿Qué es un devenir para Gilles Deleuze?” Conferencia pronunciada en Horlieu (Lyon) el 27 de marzo de 1997, en Reflexiones Marginales #37. Danza y Filosofía (2a parte). Febrero-marzo 2017. [http://reflexionesmarginales.com/3.0/que-es-un-devenirpara-gilles-deleuze/].


1 Deleuze, Gilles y Félix Guattari. Rizoma (Introducción). Valencia: Pre-Textos, 1997, p. 11.

2 Ibid. p. 16.

3 Red topográfica en la que se crean líneas de fuga diversas y donde el centro es imposible de localizar: no hay posibilidad de genealogía; sólo una constelación divergente con vasos comunicantes.

4 Ibid. p. 56.
5 Freud. Fragmento de análisis de un caso de histeria (Dora). En Obras Completas, Tomo VII. Buenos Aires: Amorrortu, 2011, p. 12. [Cursivas mías].

6 En particular, retomaré “Fragmento de análisis de un caso de histeria (Dora)”, pues me parece que en la escrituración de este caso se problematiza el síntoma, se cuestiona su ligazón con la cura por la palabra y se pone en juego cierto tipo de necesidad.

7 Retomaré ciertos postulados teóricos que aparecen en el caso; principalmente aquellos que tienen que ver con el síntoma y su formación.

8 ¿No está Freud intuyendo una suerte de sesgo en el método interpretativo de la cura por la palabra? ¿No está, de algún modo, advirtiendo una dificultad mayor en el trabajo del desanudamiento del síntoma? Me parece, a partir de la lectura de este caso, que la cura del síntoma ya no se nos presenta como una fórmula tan “simple” como aparece en los primeros escritos; es decir, parece que ya no basta con recordar y expresar para desligar el afecto. Esto me lleva a preguntarme si habría, en estricto sentido, una cura total o completa del síntoma. Es decir, si la pulsión es inextirpable, ¿no habrá siempre, inevitablemente, formación de síntoma? Pienso que podría haber, por decirlo de algún modo, dos clases de síntoma: los que tienen un nexo más evidente con un trauma y, en ese sentido, podrían desanudarse del afecto y curarse a través de la palabra; y otros que, en la medida en que están ligados a la pulsión (que no tiene contenido, no tiene representación, y en ese sentido no podría darse un apalabramiento cabal… porque nunca sería eso que se ha dicho, sino otra cosa) no podrían erradicarse. Creo que con ese segundo tipo de síntomas, habría que emprender otro tipo de trabajo analítico; no buscar su causa, su nexo con un trauma, sino que el sujeto lograse colocarse en otro lugar y hacer algo distinto… producir algo distinto al síntoma. ¿Sería eso la sublimación, dirigir la pulsión hacia otra meta? ¿Podría pensarse, en ese sentido, la producción como una suerte de síntoma? ¿O simplemente sería otro destino de pulsión?

9 Ibid. p. 11.

10 La memoria es sin duda un tema importante para Freud. En la página 18, apunta que la meta del psicoanálisis no es únicamente la cura del síntoma, sino que se suma la tarea de “salvar todos los deterioros de la memoria del enfermo”. Recordemos que, para Freud, conciencia y memoria se excluyen.

11 Ibid. p. 16.
12 Freud. 28a conferencia. La terapia analítica (1916-1917). En Obras Completas. Tomo XVI,

pp. 413-414. 13 Ibid. p. 410.

14 Ibid. p. 408.
15 Sobre esto profundizaré más adelante, cuando retome el síntoma como una ganancia y,

más aún, como un propósito vital. 16 Freud. Caso Dora. Óp. Cit. p. 25. 17 Ibid. p. 38.

18 Y aparece como algo necesario. Pero pensamos necesario no en el sentido racional o lógico. No en su relación con la causa, ni como efecto determinado de antemano. Recordemos: la huella no es destino. Sin embargo, en el momento en que la lucha de fuerzas energéticas engendra algo en lo material, esto se vuelve absolutamente necesario, puesto que ya es. Eso, repito, no quiere decir que podríamos predecir el surgimiento de un síntoma: esto es imposible en la medida en que la energía es indiferenciada y las posibilidades de su producción son casi infinitas. Nunca podríamos agotar la necesidad en términos de sentido.

19 Creo oportuno recodar en este punto lo que Freud propone respecto a los dos momentos del trauma. Es decir, un síntoma no es ocasionado a partir de un único momento traumático; el acontecimiento ocasionador del síntoma constituiría un segundo momento del trauma, ligado a uno que suponemos ha acontecido antes en el tiempo, pero que no ha producido efecto alguno. Es decir, el segundo momento del trauma se engancha a una vivencia antigua: se produce una suerte de corto circuito entre ambas, y deviene la formación de síntoma. Sin embargo, aquí también es sólo a posteriori que podemos establecer el nexo entre el segundo momento (ocasionador) y el primer momento (que permanecía como una huella mnémica, latente. Condición de posibilidad de la formación de un síntoma). Pero el enlace es azaroso. El segundo momento pudo no ocurrir, o no producir nada, o producir cualquier otra cosa… La noción de causa-efecto sólo nos aparece en un momento lógico posterior; no me parece que esté, de suyo, en el inconciente como destino.

20 A partir de esta relación causa-efecto, se puede establecer un criterio lógico de necesidad. Sin embargo, esta es sólo una categoría racional; no tiene que ver con la necesidad ontológica, ligada al deber del Ser, de la que hablamos en otro apartado y que tiene que ver con el estatuto y el devenir de las fuerzas pulsionales en su imbricación con lo material. Cabe, por ahora, distinguir necesidad de destino.

21 Freud apunta, en la Comunicación preliminar, que hay al menos dos tipos de nexos: los que él llama “corporales” y que se nos presentan con mucha mayor evidencia (pienso, por ejemplo, en Anna O. y su imposibilidad de tomar agua porque vio al perro beber de su vaso; o en el adormecimiento de las piernas de cierta paciente de Freud porque su padre se recostó en ellas; etc.). Hay, sin embargo, otro tipo de nexos a los que Freud denomina “simbólicos”. Estos son mucho menos evidentes que los primeros y se relacionan en mayor medida con la formación del trauma psíquico. Siguiendo los tres registros lacanianos, el primer tipo de nexo me parece mucho más cargado del lado de lo imaginario (el padre que se acuesta en las piernas y entonces éstas quedan adormecidas); el segundo tipo de nexo es denominado por el mismo Freud como simbólico (ahí se juega más de un significado y más de un acontecimiento). Cabe aquí preguntarnos si habría un tercer tipo de nexo: el real. Creo, precisamente, que este tipo de nexo sería el que está entramado directamente con las pulsiones (inextirpables), y en ese sentido, esta clase de síntoma no sería “curable” por vía de una palabra que busca encontrar un sentido, un origen o una causa inconciente. Porque, en estricto sentido, ¿esa causa existe? Si no hay representación de la pulsión, tampoco podríamos atribuirle el estatuto de “causa”, sino simplemente de fuerza: motor de producción (ya sea de un síntoma o de cualquier otra cosa).

22 Ibid. p. 37.

23 Ibid. p. 29.

24 Cfr. Ibid. p. 43.

25 Ibid. pp. 47-48.

26 Guattari, Félix. “Caosmosis”. Buenos Aires: Manantial, 2001. En Lazzarato, Maurizio. La máquina. EIPCP. [En línea]. http://eipcp.net/transversal/1106/lazzarato/es

27 No debemos olvidar que Freud, aunque apunta que la huella psíquica es imborrable, enfatiza que no por ello es inalterable. Así, no es contradictorio plantear la posibilidad de que, pese a que el síntoma persistirá, el trazo se modifique y se produzcan otros efectos. La persistencia de las pulsiones del inconciente no es, pues, incompatible con la posibilidad de la diferencia; afirmar que el síntoma ─en la medida en que está ligado a la pulsión─ es inextirpable, no tiene que ver con un fatalismo, con un pesimismo, ni con la idea de que la vida está (del todo) determinada. La pulsión –pensada como lo mismo que retorna– tiene múltiples salidas y, en tanto nunca puede satisfacerse como presencia, emergerá siempre como diferencia. He ahí la posibilidad de subjetivación y el posible camino para alterar las huellas, para marcar otros sentidos y, por qué no, para producir otros síntomas, otros signos (que, por lo demás, no dejarán de desplazar las fuerzas pulsionales, posibilitando su Eterno ─mientras dure la vida─ Retorno). Creo que es esa, y no la cura por la palabra, la meta principal del psicoanálisis.

28 Ibid. Nota al pie número 32, p. 39. 29 Ibid. p. 40.

30 Es como si, extirpando el síntoma abruptamente, se arrebatase algo que había devenido vital.

31 Que, como planteamos antes, podríamos pensar como aquella inscripción, como aquella escrituración anterior al “primer momento del trauma”; huella que queda inscrita en un momento temporal y lógicamente inhallable. Podríamos plantear que esta huella es, precisamente, la marca del azar y la necesidad en el cuerpo. Marca que se inscribe en el momento en que lo azaroso e indiferenciado se vuelve necesario: en el momento en que cierta energía se liga a una materialidad; en el momento en que surge un cuerpo… en el momento en que el Ser es.

32 Lacan. “Función y campo de la palabra” en Escritos I. México: Siglo XXI, 1987, p. 241.

33 ““Devenir”, en primer lugar, es sin duda cambiar: ya no comportarse más ni sentir las cosas de la misma manera; ya no hacer las mismas evaluaciones. Sin duda no cambiamos de

identidad: la memoria permanece cargada de todo lo que hemos vivido; el cuerpo envejece sin metamorfosis. Sin embargo, “devenir” significa que los datos más familiares de la vida han cambiado de sentido o que ya no mantenemos las mismas relaciones con los elementos habituales de nuestra existencia: el conjunto se juega de otra manera.” Zourabichvi, François. “¿Qué es un devenir para Gilles Deleuze?” Conferencia pronunciada en Horlieu (Lyon) el 27 de marzo de 1997, en Reflexiones Marginales #37. Danza y Filosofía (2a parte). Febrero-marzo 2017. [En línea]. http://reflexionesmarginales.com/3.0/que-es-un-devenir- para-gilles-deleuze/

34 Deleuze; Félix Guattari. Óp. cit. p. 49.

35 La estructura narrativa contiene o engloba pasado, presente y futuro. Así, en esta estructura que imbrica los tres tiempos, se inscriben dos categorías: 1) la retroacción del sentido ─necesidad lógica o epistemológica─, y 2) la anticipación del porvenir ─implícita en la articulación teleológica del lenguaje que arma un sentido unívoco─. Sin embargo, la escrituración también puede evocar aquello que lo excede: como cebo que algo atrapa y que algo muestra.

36 En este sentido, es interesante pensar al síntoma como una producción subjetiva, pero coagulada, estancada como una fuerza reactiva que va, en alguna medida, en contra de la vida. El devenir de lo múltiple permitiría la des-fosilización; permitiría moverse de postura, crear otras versiones. Re-escriturar la huella a partir de la metonimia. Esto implica una trasmutación subjetiva. La pregunta, me parece, no debe apuntalarse hacia el “origen traumático” del síntoma, sino hacia la posibilidad de re-escrituración y cómo a partir de ésta se podrían producir otros efectos. La pregunta es por el devenir que diluiría toda marca aparentemente indeleble. Ahora bien, la problemática se inscribe en la posibilidad de trasmutación de las fuerzas o potencias a favor de la creación. ¿Cómo hacer del síntoma una producción? ¿Cómo devendría tal? ¿Cómo trasmutar la pulsión de muerte en voluntad de potencia? ¿Cómo transformar las fuerzas reactivas que se vuelcan sobre el sujeto en una potencia productora?

37 Recordemos la noción freudiana del Ello. El inconciente es un “Eso” que no tiene representación, que es pura fuerza pulsional indiferenciada.

38 Lispector, Clarice. Agua Viva. Tr. Elena Losada. Madrid: Siruela, 2004, p. 111.
39 de Certeau, Michel. “La ficción de la historia. Moisés y el monoteísmo.” en Escritura de la

historia. México: Historiografía. Universidad Iberoamericana, 1999, p. 303. 40 Ibid. pp. 306-307.

41 Deleuze; Félix Guattari. Óp. cit. p. 41. 42 Ibid. p. 32.

43 El deseo, líneas de fuga pulsionales, produce y se produce. Poducir(se) que Freud llama “abrirse paso”.

44 Lispector. Óp. Cit. p. 85.

45 Devenir es una suerte de constante “abrirse paso”. Incesante descodificación o desterritorialización; flujo continuo de fuerzas disímbolas, de pulsiones indiferenciadas “jugando” en un campo de batalla donde algo podrá ser agenciado… sin por ello erigirse como lo último, o como el Todo acabado. El devenir implica, incuestionablemente, la inmanencia y la singularidad.

46 Deleuze; Félix Guattari. Óp. cit. p. 27. La máquina abstracta está relacionada con la noción de producción subjetiva, de rizoma y de trasmutación. Tiene que ver con el agenciamiento de las fuerzas: con la producción activa. El agenciamiento se vincula a la máquina abstracta en tanto que ésta presenta línea de fuga, movimiento y metamorfosis. Potencia de transformación o transmutación. La máquina abstracta “sigue” un plan de variación continua y podemos pensarla como una “meseta” ─donde se ponen en relación

infinitas variables─. Podríamos decir que la máquina abstracta es la máquina de subjetivación: la máquina con mayor individuación o más singular. La máquina abstracta es

una suerte de “enunciador” que vincula de distintas maneras la multiplicidad; las dimensiones.“Su acción, según la definición de poder en Foucault, es una acción sobre una acción posible, una acción sobre individuos “libres”, es decir, sobre individuos que pueden siempre, virtualmente, actuar diferente. Ello no implica solamente eventuales fracasos en la sujeción, resultados imprevisibles, la activación de desviaciones, de trucos, de resistencias de los individuos, sino también la posibilidad de procesos de subjetivación independientes, autónomos.” Lazzarato, Maurizio. Óp. Cit.

47 Deleuze; Félix Guattari. Óp. cit. p. 22. 48 Ibid. p. 25.

49 Lispector. Óp. Cit. p. 25.

50 Ibid. p. 44.

51 Pienso al psicoanálisis como una suerte de régimen presentista, de escena que se inscribe siempre en el tiempo presente; porque el cuerpo es únicamente presente, y en él donde se

configura la relación con el pasado y la proyección del futuro ─y con ello, la constitución de la subjetividad─. Aquello que se escritura en el aparato psíquico, las huellas freudianas, no

son indelebles; no son un pasado coagulado ni el oráculo fatal del futuro. Son nódulos que se ramifican; posibilidades que se abren y se despliegan infinitamente: el trabajo subjetivo es, precisamente, agenciarse algunas de las producciones de ese inconciente que se ramifica. Producción en el devenir subjetivo.

52 Derrida. La diferencia. Escuela de Filosofía Universidad ARCIS [en línea] www.philosophia.cl. p. 22.

53 Heidegger, Martin. El concepto de tiempo. Escuela de Filosofía Universidad ARCIS [en línea] www.philosophia.cl. p. 12.

54 “Diferir en este sentido es temporizar, es recurrir, consciente o inconciente a la mediación temporal y temporizadora de un rodeo que suspende el cumplimiento o la satisfacción del deseo.” Derrida, La diferencia. Óp. Cit. p. 7

55 No se trata de una Historia que busque en el pasado las razones del presente y dé pistas para la predicción del futuro. Más aún, me pregunto por qué en ocasiones nos es impuesto un “deber de recordar”; una suerte de imperativo que aparenta una responsabilidad subjetiva con el pasado. Creo que la única responsabilidad con ese pasado ─que deleuzianamente

podríamos pensar como fuerza reactiva─, es en tanto producción presente ─trasmutación del devenir activo de las fuerzas─. ¿Por qué hemos de suponer que hay un deber de recordar?

La memoria es raíz que ancla; es territorialización de acontecimientos como “causa”. Creo que, más bien, el deber es con el presente y no hemos de empeñarnos por hacer del pasado algo presente. En eso, también, radica el asumir subjetivamente la falta, el devenir… el No- Todo. El olvido no es un borramiento, es una acción activa contra el pasado; acción que produce: voluntad de potencia creadora. El pasado no se suprime, sigue ahí, pero como algo inhallable, como algo que se ha metamorfoseado y que ha cambiado de naturaleza.

56 ¿Será el psicoanálisis, como un escenario de la escritura, una forma de procrastinar la muerte? ¿No se trata de una suerte de desplazamiento apalabrado de ese saber sobre la muerte? Un deslazamiento histó(é)rico que, en términos heideggerianos, produciría una suerte de cuidado de sí.

57 Discurso soberano que nos posee. 58 Ibid. p. 22.

Ana Lucía Rodríguez Fernández

Ana Lucía Rodríguez Fernández: licenciada en Filosofía por la Universidad Iberoamericana, y maestra en “Saberes sobre Subjetividad y Violencia” por el Colegio de Saberes. Actualmente, cursa la especialidad en “Práctica psicoanalítica: posicionamiento ético ante el dolor”, y el doctorado en “Saberes Sobre Subjetividad y Violencia” ─ambos en el Colegio de Saberes─. Cuenta con estudios en el Círculo Psicoanalítico Mexicano, así como en el Nuevo Centro de Estudios de Psicoanálisis (NUCEP), Madrid. Es autora de varios artículos relacionados con la filosofía y con el psicoanálisis.