Ensayo escritural en dos partes:
Relato
Breve y añorante prólogo
Lo que pongo en tus manos querido lector, llegó a mí siendo estudiante de licenciatura, mientras realizaba mi servicio social intentando “poner orden” en el archivo de la universidad, dedicado a la filosofía. Mi labor, como la que suele encomendarse a los que cubren horas de servicio, consistía en hacer aquello que a los demás les faltaba tiempo para hacer o bien consideraban una tarea fuera de sus investiduras.
Pasé muchas horas entre montones de papeles que había que desempolvar, catalogar y archivar de acuerdo con algunos de los criterios establecidos por la archivística como: tema, fecha, autorías, en fin. Minucioso, difícil y sin duda comprometedor el asunto de determinar en dónde va tal o cual texto, qué comparten tal o cual reflexión, por qué deben ir juntos tal o cual pensamiento.
Debo confesar que a veces el hastío y el exceso de información me llevaban a acomodar los papeles y documentos por tamaños. En estos casos evidentemente obviaba los contenidos y me daban igual las fechas y las autorías. Incluso en algunos momentos de extremo ocio llegué a disponer los documentos de acuerdo con el color y la forma de la caligrafía que los caracterizaba.
Ignoro las consecuencias posteriores que mis irreverencias y hartazgos produjeron y han producido entre los académicos que anhelan encontrar orden y coherencia en la disposición de tiempos y contenidos. Han pasado ya muchos, muchos años.
A pesar del tedio que por lo general caracterizó esos meses, fueron varios los consuelos que obtuve de mi estancia entre el polvo y la penumbra del archivo. Entre ellos estaba el pensar que mi labor resultaba fundamental para que aquellos portadores de toga y birrete pudieran buscar en el más inmaculado y preciso orden posible (más allá de mis arrebatos catalogadores), los datos para desempeñar sus trascendentales propuestas.
Uno de esos días en los que consciente y prudentemente realizaba la separación de los documentos aparecieron una serie de hojas que, de forma mucho más explícita que el resto de los documentos, evidenciaban la imposibilidad de otorgarles un espacio específico entre los demás.
Se trataba de siete cuartillas, amarillentas, desgastadas y en algunas partes rotas. La caligrafía de una máquina de escribir, todavía mecánica ni siquiera eléctrica, guardaba la textura de los golpes de las teclas sobre el papel. Inmediatamente, el color, el olor y la textura del papel me desataron la añoranza y melancolía que abrigan las huellas impresas y los gestos de la materia sobre la materia.
En ese momento no fui consciente de que esos lienzos darían paso a lo que fue mi tesis de licenciatura y más allá, definirían uno de los temas que me han apasionado y definido mis indagaciones como filósofa.
Segundo breve prólogo que intenta ser “un poco más académico”
Comparto en este ensayo los contenidos tal y como aparecían en estas páginas. Se trata de la transcripción de lo que parece haber sido una videoconferencia, cuyo audio y sonido se perdieron al trasladar el archivo de su lugar original a la sede que actualmente lo alberga.
Busqué de manera obsesiva en la videoteca y fonoteca la videoconferencia que al parecer fue la fuente “original”, de la cual provenía la transcripción, sin éxito. Pasé por entrevistas, buceos y extremas pesquisas en múltiples acervos sin lograr el encuentro con el diálogo que se sustentó en su momento (desconocemos la fecha exacta en la que aconteció).[1]
Me he conformado por ahora, con las letras impresas, con la “escritura” de aquél, no sé si remoto o cercano acontecimiento, sin perder la esperanza de poder acercarme, aunque sea un poco más a su performatividad, si es que logro dar algún día con el video.
Debo alabar y agradecer sin lugar a dudas, al autor de la transcripción, al personaje omnisciente (desconocido hasta ahora) que detrás de las bambalinas puso en papel lo que sucedió durante la videoconferencia[2], entre los interlocutores. Le debo personalmente la intuición de algunos gestos y estados de ánimo de los hablantes, que al leerlos ofrecen tenues destellos tridimensionales y carnosos provenientes de la letra impresa.
Del nudo que se incita a partir de la histórica, interminable y vigente discusión sobre los límites o fronteras entre la oralidad y la escritura, de la desesperación que he sentido por no encontrar el video que me aproximaría más a los gestos y sentimientos de los personajes, es de donde parte el título de la presente reflexión.
Cabe advertir que el nombre que he otorgado al contenido de estas cuartillas: ¿Qué de la ausencia se juega en la escritura?, está posiblemente muy lejos de ser el que se le hubiera dado en otras circunstancias. He pensado incluso, en varios momentos, que no debería de tener título, que es probable, dadas las condiciones que plantea el texto, que los hablantes nunca pensaron intitularlo y que resulta por lo mismo totalmente arbitrario darle un nombre. Por ello parto de una interrogación y no de un resultado para enunciarlo. Agencié, me agencié su nombre, por intuición, por ser el que personalmente me parece que hila las voces que aparecen en las hojas.
He pasado y repasado estas cuartillas, en vigilia, en sueños. Aparecen y reaparecen, retornan cada vez distintas. No en vano se han convertido en uno de los ejes de mis obsesivos cuestionamientos. He decidido publicarlas ahora, tal y como las encontré, con cada una de las palabras que me han cimbrado.
En fin, después de tanto preámbulo meloso doy paso hacia los tránsitos, atropellos, síntomas y hazañas que me han develado, exigido y otorgado estas cuartillas.
Dejo pues querido interlocutor, en tus manos, bajo tu mirada, en tu respiración este diálogo que se manifiesta sin tiempo, con un espacio que produce sospechas y cuyas voces despiertan incertidumbres.
Diálogo
Escenario: Sala de videoconferencias en una universidad parisina.
Personajes: Jacques Derrida, Platón.
Entre el olor a café y el humo de su pipa, Derrida da cuenta, mientras espera a que el técnico conecte la pantalla y las bocinas, de su malestar. Había deseado profundamente que esta charla fuera presencial y debido a la indisposición que lo abatía los últimos meses, tuvo que suspender el encuentro y conformarse sólo con la voz de Platón.
Realmente lo consternaba privarse de su presencia y tener que acoger su palabra a través del ciberespacio. Era la primera vez en la que Platón actuaría y le hablaría en primera persona, sin las mediaciones de los personajes, sin la “sombra” de su maestro.
Aun así Jacques se dispuso a impedir que el obstáculo (y a la vez ventaja tecnológica) mermara la hospitalidad con la que anhelaba recibir a su interlocutor.
Por un momento la penumbra de la sala de videoconferencias adquirió un ambiente un tanto fantasmal. Derrida había solicitado al técnico que lo dejara solo y apagara las luces del foro para enfocarse en la luminosidad de la pantalla.
Tardó en aparecer la figura erguida de Platón. Las interferencias propias de la distancia distorsionaron por unos momentos la imagen de su silueta hasta que se volvió casi nítida. Lo mismo sucedió con el audio que en unos segundos logró reproducir las voces.
Derrida: Querido amigo, por fin llega a mí el canto de tu voz. Nos separa por infortunio el espacio, pero coincidimos en tiempo. Cuéntame qué tal tu traslado, que agradezco profundamente, hasta el centro desde el cual te ha sido posible establecer contacto conmigo. Imaginarás cómo me pesa no haber podido viajar para charlar como lo habíamos planeado. Pero aquí estoy en espera, al acecho de tus dones de orador y escucha.
Platón: Gracias por tus palabras Jacques. Bien sabes que los traslados siempre me resultan placenteros sobre todo si implican acortar las distancias. Yo también habría disfrutado enormemente de tu presencia, el placer de conocerte en persona, de escuchar y debatir los asuntos que nos han quitado y producido los sueños.
Derrida: Por ello, no perdamos el tiempo y aprovechemos la cercanía que nos brindan los avances tecnológicos e iniciemos.
Platón: Me han llegado noticias sobre los textos en los que retomas algunos de los aspectos que he reflexionado. El ajetreo que me exigen las actividades diarias me ha impedido leerlos. No por ello dejan de producirme una enorme y profunda curiosidad que tengo pensado saciar hoy, mientras platicamos, escuchando de viva voz qué es aquello que te inquieta. Espero con anhelo que podamos tejer algunas redes.
Derrida: Dices bien, te he dedicado tinta y papel, frases, insomnios, tertulias. Podrías incubar un profundo ego a partir de mi decir sobre tu decir. Incluso he enfrentado críticas por darle otra voz a lo que has dicho a través de tus personajes, de tus maestros. Por eso deseaba fervientemente tenerte delante de mí, que habláramos sin intermediarios.
Platón: Aquí me tienes todo oídos, todo ojos, todo cuerpo, a pesar de que percibas mi representación y tengamos por frontera una pantalla.
Derrida: Es precisamente sobre fronteras que quisiera platicar contigo. Sobre el cuerpo y la representación, en otras palabras sobre la oralidad y la escritura. Vaya temas ¿no crees?
Platón: ¡Dímelo tú! ¿Qué es aquello que quisieras que retomáramos primero? Me resulta difícil imaginar un inicio y un orden específico pues tus inquietudes parecen converger e implicarse. Infiero que las has intuido en conjunto, en cortes transversales.
Derrida: Intuyes bien. Cuerpo-representación me evocan oralidad-escritura y viceversa. Al menos esos tonos me han aparecido a través de tu voz. De ahí que quisiera echar mano de tu lucidez y preguntar si es posible seguir percibiéndolas por separado, si hago mal al pretender vincularlas.
Platón: En buen dilema me colocas Jacques. Creo sospechar desde dónde diriges tu arco y tu flecha. ¿Acaso está el problema de la metafísica debajo de tus sospechas sobre los vínculos entre cuerpo y representación, oralidad y escritura?
Derrida: No había querido enunciarlo aun, para prolongar un poco más la danza que hemos creado, para seguir desde la cadencia de nuestras voces aproximándonos y alejándonos, retornando. Sin embargo era cuestión de unos minutos que llegara a plantearse y ahí la pones en escena. Si creo, quizá “la pregunta” debajo de mis inquietudes sea por la metafísica.
Platón: ¿Podrías ser un poco más agudo, enfocar más hacia dónde quieres llevar el argumento?
Derrida: No sé si sea pertinente plantear que es a partir de que la escritura toma el lugar de la voz, que se puede inferir la instauración de un pensamiento metafísico. Intentaré ahondar un poco más: me da la impresión de que al ser la escritura la re-presentación de la voz, es decir la traducción del gesto y de la performatividad, se aleja del cuerpo y produce una frontera entre la expresión y lo expresado. Haré un tercer esbozo: ¿crees que sea posible pensar que la escritura instaura la metafísica, la posibilidad de pensar en algo más allá de lo material y lo corpóreo que garantiza la voz? ¿Estoy siendo claro?
Platón: Tu claridad no le resta fuerza a lo que planteas. Has logrado estremecerme. Tiemblo y no puedes notarlo. ¡Maldigo en este momento de nuestro diálogo, que había transcurrido tan armonioso, nuestra separación espacial! ¡Maldita pantalla, maldita distancia! Ansiaría que acogieras con la hospitalidad que te caracteriza, el sobresalto de mi cuerpo.
Derrida: Me desconcierta profundamente tu desconcierto. Sin embargo, aun compartiendo el mismo espacio me resultarías extranjero. No sabría responder al sobrecogimiento de tu cuerpo desde la hospitalidad pues ignoro si la hospitalidad es empática y podríamos pensarla como una forma de consuelo. Pero, disculpa estoy desviando el tema y deseo seguir escuchándote y seguir compartiendo tu sobrecogimiento.
Platón: Vuelvo un poco en mí para darme claridad. Yo rompí con la tradición de la oralidad al “traducir” mis diálogos en textos escritos. Pienso entonces a partir de tus interrogantes, que con ello instauré la metafísica y generé la frontera entre cuerpo y re-presentación, que separé, citando a nuestro amigo Foucault, las palabras de las cosas. Percibo también en tus planteamientos un guiño a la situación colonizadora en la que De Certeau coloca a la escritura con respecto a la voz.
Derrida: Si, es posible. Creo que por caminos distintos y a veces no tan distintos los tres nos hemos cuestionado lo mismo. En lo personal pienso que tu paulatina ruptura con la oralidad ha generado varias de las grandes discusiones que siguen vigentes en nuestros días. Digo paulatina pues percibo claros sesgos de performatividad cuando enuncias los escenarios en los que dialogan tus personajes y en el ritmo teatral y trágico que adquieren algunos de ellos.
Platón: Podrías por favor iluminarme un poco más sobre estas discusiones que al parecer derivan de mi separación con la oralidad, que pueden leerse a partir de la separación del cuerpo para privilegiar la razón.
Derrida: Una de ellas va en torno al carácter “colonizador” de la escritura, como tú mismo mencionaste antes al parafrasear a De Certeau. La escritura ocupa el lugar de algo que no está y sin embargo lo enuncia, de ahí que lo coloniza. Hablamos entonces aquí de una ausencia, que sin duda es otro de los temas que me han inquietado: cómo se manifiesta esa ausencia, ¿qué se juega de esa ausencia en la escritura? ¿es posible concebir una evocación escritural de esa ausencia?
Platón: Continúa por favor. Creo intuir una vez más hacia donde transitas, aunque por lo general no es fácil advertirte. Tú mismo has proclamado que no sabes por donde van a llevarte tus pasos.
Derrida: Más allá de argumentar voy a cuestionar una vez más: ¿es posible pensar otra vez, después de esta separación, después de la re-presentación, después de la colonización, en una escritura que retorne al cuerpo? ¿es posible pensar en una escritura que no sea representacional? Me pregunto a mí mismo si no será la archihuella a la que he dedicado muchas de mis reflexiones, ese retorno al cuerpo desde la escritura o el retorno de la escritura desde el cuerpo. ¿Qué queda de la ausencia en una escritura no representacional? ¿hay ausencia?
Platón: Te respondo más allá de los argumentos con una pregunta más: ¿qué implicaciones crees que conlleve tu pensamiento sobre la escritura no representacional? ¿habrá forma de lograrla? ¿podría repensarse a partir de ella la ruptura que se me adjudica con la oralidad?
Derrida: Evocaré, si me lo permites mi querido Platón, para esbozar algunas posibles intuiciones y abrir perspectivas sobre lo que planteas, a la sabia extranjera, argelina Hélène Cixous.
Platón: ¡Oh, la voz femenina! Tal y como lo hizo Sócrates con Diótima en El Banquete para hablar sobre las cuestiones de Eros y el amor.
Derrida: Así es. Te parafraseo desde lo femenino. Percibo en Hélène, especialmente en su tan carnal texto La llegada a la escritura, esa posibilidad de retorno a lo no representacional. En ella la escritura cobra cuerpo o ella se escritura desde el cuerpo en lo que considero un acto absoluto de violencia erótica femenina. ¿Será entonces lo femenino o la escrituración del cuerpo desde lo femenino una de las posibles vías para el retorno de la performatividad, para que la voz colonizada adquiera una vez más un carácter tridimensional?
Platón: Mi queridísimo amigo, una vez más logras descolocarme. En este momento el entumecimiento de mi cuerpo por la postura en la que llevo no sé cuántas horas, me ha hecho dar cuenta de lo embaucadoras que son tus palabras.
Derrida: Lo mismo digo, perdí el sentido del tiempo al escucharte y ser escuchado. También mi cuerpo está entumido.
Platón: Me quedo con tu voz.
Derrida: Y yo con el sobresalto de tu cuerpo.
Ambos: Hasta pronto.
[1] Te darás cuenta lector mientras descubres los contenidos, de la dificultad para establecer una fecha específica.
[2] Se ignora el tiempo que duró la charla.