Problematizar el sufrimiento.

Sergio Reyes Ramos

¿Por qué se sufre? ¿Qué es el dolor? ¿Mal-estar? ¿Qué es el mal? ¿Es dolor, miedo, angustia, in-estabilidad, inseguridad, qué?

¿Por qué la gente se violenta, mata, suicida, oprime, agrede? ¿Qué es la agresión?

¿Qué lleva a la humillación, resentimiento, odio, desesperanza, venganza?

¿Qué la deprime, enoja, exaspera, provoca ansiedad?

¿Por qué la gente se enferma, deprime, siente pesar? ¿Qué la hace sentir “mal”?

¿Dolor físico, emocional, psíquico? ¿Es lo mismo, son igualmente dolorosos? ¿Dis-placer?

¿Por qué “escapar” vía adicciones? ¿Por qué se es co-dependiente, qué hace depender de las drogas cualquiera que estas sean? ¿Por qué se dice de la droga la “amante perfecta”? ¿De qué se quiere aliviar y “alivianar” el sujeto?

¿Qué lleva a la sumisión, obediencia, abandono de sí?

¿Servidumbre voluntaria y dicha en la esclavitud son opciones?

En fin ¿Qué duele y dónde, qué duele tanto? “Curar”… ¿Es posible?

Lo “humano”

Sujetos formados, conformados, uniformados y deformados por re-presentaciones conceptuales dadas de estructuras de lenguaje. Binarismo falaz; pares conceptuales de im-posibilidad que lleva a los sujetos a una pretendida objetivación y al posicionamiento en un marketing de im-posibilidad e im-potencia.

Mal-estar en el cuerpo y la cultura; cuerpos atravesados por enigmas dolorosos de saber, verdad, deseo, goce, vida, muerte. Pares que sostienen la in-completud que habita; verdad que no se sabe, deseo que no se alcanza, vacío que no se llena, falta que no se completa; producción, refiere Elí Morales, de fracaso permanente.

Dimensión incompleta, prematura del animal humano; ser que nunca podrá definirse, más bien es definido en su posición relacional con los otros y las cosas como mediadoras y tensoras pero nunca exentas de conflictos. Se vive con sufrimiento en medio de un pulular de discursos y terapéuticas de poca consistencia y alcance.

Cómo seguir en medio de esta aventura llamada vida humana no obstante los momentos desesperanzadores que se experimentan. Sujeto como producto “acabado” y con-vencido (ambos términos en el doble sentido), por las sociedades de consumo del turbocapitalismo; in-dividuo (no dividido), yoico, conciencia que funciona con base en la razón, ciborg, escribe Dona Haraway, sostenido por toda clase de artefactos de la tecno-ciencia, sin memoria, sin historia, en plenitud, creyéndose poseedor de los objetos fetiches del capitalismo sin dar cuenta que es poseído por ellos; fiel representante de la sociedad de consumo, obediente de los imperativos de normatividad a los que está ávido de someterse.

Des-politizado, completamente falicizado, en completud, sin FALTA y a pesar de todo, animal enfermo, más allá de sí y de su propio “bien-estar”, perteneciente a una sociedad obediente, masoquista, sometida y conformada con mendrugos de “soma” como en el Mundo Feliz de Huxley, que alimenta sus cuerpos con órganos y proporcionado por la ciencia moderna sustentada en las ideas cartesianas con la certeza de que el Yo piensa, sabe y “necesita”, sin tomar en cuenta la lógica de un deseo perdible e inalcanzable.

Máquinas binarias

A partir de que el humano adquiere consciencia de sí y de la necesidad de diferenciación e individuación, crea al mismo tiempo realidades de inclusión-exclusión y con ello, la posibilidad de justificar tales polaridades para su posicionamiento vía conceptualización y a-palabra-miento, para la recién creada “realidad”.

Esa posibilidad de a-palabra-miento, no fue para todos los individuos; los discursos creados fueron producto de enfrentamientos y violencia resultado de la fuerza emanada de los actores sociales, permeando de razón y justificación las conceptualizaciones y valoraciones del poderoso, dando lugar a la politización de los discursos y la denominada “conciencia colectiva” que no fue sino aquella surgida del “uno” auto proclamado “amo”; Otro, con mayúscula.

Surgieron así las razones y justificaciones de ese nuevo sentido que nacía a la par del ser humano denominado sustantivamente “poder” conjuntamente con sus representaciones: normas, moral, valores, etc.; dualismos de polaridad positiva-negativa; bondad, justicia, verdad y sus opuestos, maldad, injusticia y falsedad, pero dependiendo siempre de la variable independiente de ese poder con-sentido por la fuerza o violencia productora de “derechos”, siguiendo a Benjamin, en una realidad materialista y utilitaria, arrogándose para sí la valoración positiva y posicionando en la negativa a los sujetos excluidos, cuestionadores, contestatarios o transgresores del statu quo establecido, dando lugar con ello, a los a-normales de la historia de Foucault: enfermo, loco, hereje, delincuente, psicópata, peligroso, desviado, antisocial, marginado, excluido, diferenciado y “otificado”, desde la razón de valores hegemónicos de sistemas de poder.

Los sistemas de poder crearon así realidades de normalidad-anormalidad, llevando a los sujetos a la sumisión, obediencia, transgresión, culpa y castigo. Siendo éstas “realidades” construcciones de verdad in-existente, manifestándose el mal-estar de los individuos, como producto no de anormalidades, más bien, de posicionamientos de un orden simbólico que impone imaginarios de imposibilidad real llevando a la impotencia, frustración, desesperanza y resentimiento de los sujetos enajenados, mismos que se asumen y posicionan en las conceptualizaciones y los lugares dados llenándose de mal-estar y sufrimiento, sin comprender su lugar en la estructura.

La sociología comenzó a apartarse de los postulados de esta filosofía positiva advirtiendo que, la “anormalidad” patológica, era producto, más por la frustración ante la imposibilidad de cumplir las expectativas sociales y la inconformidad ante los valores que permean las sociedades produciendo mal-estar, que por cuestiones biologisistas o ambientales: Lacasagne, Tarde, Durkheim, Merton, Sutherlan, Becker, Chapman, Lemert; actualmente Bauman, Sloterdijk, Lipovetsky, Beck, Han, reafirman la cuestión.

No es que el sujeto padezca o esté en un mal, sino que el mal está puesto e impuesto en el sujeto y de ahí su fatiga, su mal-estar, su dolor; pese a lograr u obtener lo que los sistemas le ofertan; con-vencido, con-sumido y acabado en su deseo de ser para sí y de vivir, es encaminado a la explotación, desaparición y finalmente extinción, como el “Homo sacer” que refiere Agamben, y el Hostis en Zaffaroni.

Servidumbre voluntaria y dicha en la esclavitud

¿Hay en los humanos una voluntad de ignorar, creer, obedecer vs necesidad de enfrentar? Deleuze refiere basándose en Hume que la experiencia es lo dado; colección dispersa de atributos; impresiones e imágenes; catálogo de percepciones diferentes e independientes entre sí; conjunto de lo que aparece; movimiento, devenir. Los humanos son un haz de percepciones en perpetuo flujo y movimiento; sólo observamos percepciones; el Yo, es percepción.

Los sujetos inventan y creen lo que inventan; para vivir necesitan de ficciones. La imaginación sugiere ideas y las presenta de inmediato en el momento en que se requieren si le son funcionales. Imaginario, son ideas que se crean y se creen necesarias. Las ideas no surgen por la voluntad de conocer del sujeto, sino para resolver desafíos que plantea la experiencia y donde la razón, fría y desinteresada, no es motivo para actuar; lo que motiva a la acción es de orden pasional, moral o social.

No existe identidad previa a la experiencia; el Yo, se constituye a partir de hábitos; el sujeto se define por lo que hace, sus prácticas (no lo que dice ser); Yo es experiencia, lo que hace y practica; ser vs hacer (producto de la imaginación), antes hay nada. La persona al hablar habla de sus prácticas, del tipo que sean. La pregunta no es qué o quién se es, sino qué se hace, cómo; qué se va a hacer, qué se quiere, qué se está haciendo cada instante y cada momento.

El problema entonces de “Ser” en lo simbólico (imaginario), es pretender ser re-conocidos por el Otro (con mayúscula) del sistema, colocado, dice Lacan, en la posición “canalla”, el lugar del deseo del Otro a fin de manipular a los sujetos para sus propios fines (Otro del Otro que manipula el deseo de los demás); colocarse en el lugar del saber y la respuesta ante la falta estructurante del sujeto. Lo mismo pasa con el erudito del “conocimiento” que desde el lugar de la “Verdad”, pretende imponerla para todos. Nietzsche afirma que pensamiento, es aquel que se encamina hacia la libertad, libertad de la voluntad de poder hacer en lo real, no en la opresión de obedecer lo dado de los sistemas.

Potencia y deseo

Deleuze menciona que deseo no es carencia búsqueda o falta de algo, sino donación afirmativa de fuerza; voluntad de poder, gracia o virtud que otorga; afirmación de la existencia, fuerza de vivir positiva y productora; deseo de desear. Lo que se problematiza entonces menciona Deleuze, es más una cuestión política de represión de la potencia y fuerza de producción de deseo en los sujetos, afirmativa, creativa, activa, de conquista, ajeno al concepto de la ley y culpa sin fijación de imágenes o técnicas explicadoras de anormalidad patológica convertida en representaciones.

Los flujos del deseo son fuerzas potencialmente revolucionarias: poder capaz de trastocar las estructuras de explotación y las jerarquías; no porque la ley prohíba y con ello la intención de transgredirla, sino porque al afirmarse, liberan procesos desestructurantes capaces de diluir cualquier forma de organización y donde la transgresión de la pulsión a la ley de prohibición incestuosa es mistificación.

El deseo es devenir vital, tendencia del cuerpo a unirse a lo que aumenta su potencia de acción; es pleno y forma con su objeto, la máquina deseante como una sola unidad. No se trata de saber qué es el inconsciente, lo que importa es qué usos y efectos tiene y podría tener en el campo social; cómo funciona la máquina deseante, el pensamiento en cada uno; cómo se inserta el deseo en el discurso, la acción singular. Se trata así de plantear el problema desde una perspectiva funcionalista (maquínica), no esencialista y de esta manera, también es posible advertir la pre-ocupación de las máquinas binarias por el control de las máquinas deseantes. Edipo, castración y pulsión de muerte, son aparatos represivos que el psicoanálisis inyecta al inconsciente; inventos que funcionan como tapones, dice Deleuze, de las líneas de fuga y arruinan el uso liberador de las máquinas de los sujetos

El problema del mal-estar

Freud plantea en El Malestar en la Cultura, que el humano solamente puede acceder al placer como fenómeno episódico y que el displacer tiene carácter más duradero; menciona además que las fuentes del sufrimiento humano son la naturaleza, el propio cuerpo, pero principalmente, los vínculos con otros seres humanos.

En un texto anterior, ya se había referido a los métodos para alcanzar la dicha y evitar el sufrimiento, mencionando que los más interesantes para preverlo, son los que influían sobre el propio organismo pues al final, todo sufrimiento es sólo sensación que no subsiste sino mientras lo sentimos a consecuencia de ciertos dispositivos de nuestro organismo, refiriendo que el método más tosco, pero también más eficaz, para obtener tal influjo, es el químico: “… No sólo se les debe a las “sustancias” la ganancia inmediata de placer, sino una cuota de independencia, ardientemente anhelada respecto al mundo exterior… con los ´quitapenas´ es posible sustraerse en cualquier momento de la presión de la realidad y refugiarse en un mundo propio que ofrece mejores condiciones para la sensación…”  pero esa propiedad de dichos medios, agrega, determina su carácter peligroso y dañino.

En Los orígenes del psicoanálisis, Freud relaciona la adicción con la masturbación refiriendo que, ante la gran costumbre, necesidad primitiva, los demás apetitos, no son más que productos de reemplazo. Para Lacan, droga es “lo que permite romper el casamiento con el pipi”. De esta manera, en el sentido freudiano, la droga es como sucedáneo de la masturbación (de manera sustantiva, substitutivo inferior con propiedades parecidas; de manera adjetiva, imitación de lo original pero de pésima calidad), que la sustituye permitiendo divorciarse de ella. Como Goce en Lacan, Braunstein refiere que se trata de una sustracción del orden fálico; intento desesperado del adicto por liberarse de las presiones de la realidad, eludir demandas, coacciones que impone el Otro de la estructura para escapar a la desgracia y alcanzar la dicha ansiada; exclusión violenta del campo del Otro y sustitución en el mismo movimiento, del otro semejante (con minúscula), por un objeto sin caprichos, sin necesidad de conciliar, sin mal-entendidos, que no exige ni engaña; es decir, consumación de la ilusión de la relación perfecta.

Burocracia del deseo: hacer y obedecer lo que el Otro ordena y demanda

Deseo no es representación; el inconsciente, menciona Deleuze, no representa nada, es una fábrica que sólo produce deseo, energía libre no ligada a fijación de imágenes; activo, artístico y conquistador, no un teatro de representaciones. Plantear el deseo en términos de búsqueda de objetos para paliar una falta originaria que nunca podrá ser colmada, es coartar la posibilidad de afirmación de la existencia y su fuerza positiva y productora. Inyectar la culpa producida por la transgresión a la ley de prohibición, además de mistificación es disminuir su fuerza afirmativa.

Deleuze y Guattari sostienen que el psicoanálisis desempeña una función social opresiva y critican la concepción freudiana del deseo; conciben los flujos del deseo como fuerzas potencialmente revolucionarias con un poder capaz de trastocar las estructuras de explotación y jerarquía mismas que al afirmarse, liberan procesos desestructurantes que confrontan cualquier forma de organización; ven la sociedad como un campo de batalla en el que la lucha es por la apropiación del territorio y donde también se llevan a cabo procesos de desterritorialización, constituidos por líneas de fuga, huidas, devenires, flujos de deseo descodificado, que escapan a las estructuras de previsión y organización del poder y control establecido, cuya operación de reterritorialización, a contrario, intenta reacomodar aquello que ha sufrido desterritorializaciones, es decir los cuerpo sin órganos, necesarios para los flujos del deseo haciéndolos capaces de diluir todas las formas estables y por ello logran fugarse. El devenir vital del deseo es la tendencia a unirse a lo que aumenta su potencia de acción; Edipo, castración y pulsión de muerte, son aparatos represivos que el psicoanálisis inyecta al inconsciente, inventos que funcionan como tapones de sus líneas de fuga arruinando el uso liberador de las máquinas deseantes.

La cuestión del placer

Los flujos del deseo no conducen de ninguna manera al hedonismo. La constitución del deseo como proceso apunta a posponer el placer en aras de una plenitud dada por el sostenido aumento de la intensidad; al caer en la trampa de asociarlo con el placer, no se advierte que el deseo no carece de nada ni nada “le falta”.

La cultura del placer no desea; el deseo no busca el placer como algo que puede ser consumado pues esto interrumpiría el ejercicio del deseo ofreciéndole la descarga; lo revolucionario es desear, no la satisfacción. La ascesis menciona Deleuze, funciona como condición del deseo no como su prohibición.

En el deseo no puede haber carencia, lo que sí hay es el vacío pleno del orientalismo que contrario a Occidente, asocia el vacío a imágenes de desolación; el vacío es el plano de inmanencia del deseo. Actitud nómade que se aferra al medio ingrato como respuesta activa al desafío que la realidad le impone, siempre deviniendo, trazando líneas de fuga, pero en el mismo lugar, “negándose a partir”. Rizomas que se ramifican en todas direcciones haciendo imposible determinar un centro de origen; no hay jerarquía, cualquier punto puede conectarse con cualquier otro; se distingue del esquema arborescente donde cualquier punto remite a la raíz y se ramifica mediante estructuras duales que crecen verticalmente. De la misma manera la política debe pensarse, como un rizoma donde arte, filosofía, ciencia luchas sociales, se conectan unas con otras de manera horizontal sin que ninguna se imponga a la otra; sistema a-centrado donde las diferentes iniciativas pueden coordinarse prescindiendo de una instancia superior que las “organice” y unifique.

Lo ominoso, el lenguaje y los sujetos

Las máquinas binarias son propias del funcionamiento del poder establecido instaladas en el psiquismo de los sujetos para organizar el mundo de acuerdo a dualismos; imponen las reglas del juego distribuyendo los elementos en dos series antagónicas donde una siempre gana y lo “otro” siempre pierde: hombre-mujer, blanco-negro, normal-anormal, Occidente-Oriente.

El binarismo maquínico coopta la producción de deseo de las máquinas inconscientes de los sujetos llevándolos a re-presentaciones siniestras y seres en la misma tesitura. Si el lenguaje, siendo simbólico, no puede decir de lo real del ser porque para éste, no hay un significante que pueda decirlo todo por ser eso que falta, una falta en ser; si el inconsciente está estructurado como un lenguaje y el sujeto del inconsciente (subjecto, que subyace al significante), siendo de lenguaje, sólo puede ser representado por significantes para otros significantes en los que se inventa a cada instante y donde para que el sujeto sea, necesario que la falta (en ser) falte, dando cabida únicamente al deseo, que no es de la lógica de la necesidad, todo esto se pervierte y distorsiona al ser cooptado por los sistemas, quienes capitalizan la cuestión de la subjetivación y lo sub-jecto, pretendiendo “suplir” (en el doble sentido, abastecer y tomar el lugar), con objetos, conceptos y teorías ideológicas utilitarias, impidiendo la dimensión subjetiva, produciendo mal-estar, angustia y sufrimiento, dada la imposibilidad de objeto: el objeto pequeño a, es objeto causa de deseo, refiere Lacan y no se desea “algo”, se desea desear, menciona Deleuze.

La falta en ser produce un sujeto barrado, dividido, inconsciente, escindido en su Yo; subjetivación que lo lleva a la pregunta y producción de deseo en un devenir permanente. Escamotear, negar, “colmar” aquello que permite al sujeto devenir, sólo produce coagulación y por ello su anulación o desaparición, metaforizándose en masacre o genocidio de lo subjetivo humano.

Al desaparecer aquello que es estructura del sujeto logrando su sometimiento y obediencia ante los imperativos de Goce del Otro sistémico vía objetos que presenta y promete, al punto de saturarlo, lo lleva a violentarse y enfrentarse contra sí mismo y sus semejantes, en aras de arrebatos objetuales y la aspiración de su “posesión” y ser “poseído” y ante la imposibilidad e impotencia de tal objetivación, la frustración, desesperanza, angustia, mal-estar y destrucción.

Escuchar el dolor

Ante la clínica del dolor y la opresión, desde los diferentes discursos que pretenden enfrentar o aminorar el malestar de los sujetos (derecho, psiquiatría, criminología, victimología, psicopatología, psicología, terapia, medicina), se hace necesario una clínica otra, una clínica de la fuga en términos de Deleuze ante el posicionamiento de las intervenciones institucionales que siguen produciendo y perpetrando masacre y genocidio en tiempos de globalización; desaparición del sujeto, su devenir como ser y su exclusión del mundo onto-teo-lógico; de ahí a la exclusión de lo real mortífero, y la exterminación, no habrá mucha distancia.

Potencias vs clausuras discursivas

Hay una ruptura epistemológica del sujeto de las ciencias sociales en general producida por el sujeto del inconsciente en Freud y el Dasein en Heidegger. Un ser difer-ente al que se presenta a los sentidos; Heidegger no habla de objetos sino de entes. El problema se presenta axiológico y por lo tanto político; la política no genera sentido, sino distorsión; considera objetos, no sujetos y una vez logrado el objetivo, instala en ellos el temor a “soltarse” o dejar lo objetual que los sos-tiene.

El positivismo es una posición reductiva de un juicio a superar; detrás del cogito (yo) está el lenguaje y el pacto con el Otro que lleva a la creencia y prejuicio; necesaria la ruptura con el pacto, apertura dolorosa de des-ser en lo simbólico para ser en lo real. La medicina, psiquiatría, psicología, derecho y el positivismo en general, producen cuerpos afectados; nombran y organizan el cuerpo: cuerpo organizado; necesario revertir el proceso, llevarlo al grado cero: sin órganos. La ciencia es auto-destrucción de lo humano.

Los síntomas no hacen causalidad somática; hay un delirio de las especialidades y sus especialistas; el síntoma es lo que comparece. Complicación de la relación de comparecencia de los cuerpos aquí y ahora a partir de lo otro y la ausencia; el cuerpo hablante en su habla comparece diciendo; en él, las representaciones de los sujetos son hiper-sentidas; hay fantasía o realidad, pero de quién. Decir algo de algo a alguien es resurrección y encarnación.

Psicología científica no es aparato psíquico (subjetivo). Renunciar a la objetivación de la realidad; la significación es algo que tiene que ver con el lenguaje, nada que pueda ser objetivado. La formación médica es cientificista; en la intervención quirúrgica la medicina escanea sin comunicación con el paciente, cuerpo fragmentado, bioética sin clínica.

¿Qué cosa o que es lo que pretenden curar los “psi”? Hay una mecánica de los cuerpos vs “escuchar” el dolor; que el paciente sea escuchado y se escuche; no son objetos, son sujetos. En la ciencia hay una postura de no hacerse responsable, adoptando situaciones cómodas para no permitir escucharse a sí mismos; hay una resistencia a escuchar; por ello refiere Lacan, si no se es capaz de unir al horizonte propio, la subjetividad de la época y participar en el movimiento de la vida, reconociendo la dialéctica que lanza a lo simbólico, para intentar saber y ejercer, la función de intérprete en la discordia de los lenguajes, mejor renunciar.

Entonces que los pacientes dejen de ser pacientes menciona Guattari; el “padecer” de los enfermos está re-presentado, apalabrado. Problematizar el sufrimiento es evidenciar que el afecto encapsulado provoca síntomas; así, al no ser considerado “enfermo” por el Otro, se abre la posibilidad. La coagulación del sentido no permite al sujeto devenir; en el sujeto coagulado el devenir queda fijado; necesario estallar la coagulación.

En la problematización del sujeto y su objeto, la relación sujeto-objeto no existe, el sujeto no es y el objeto siempre falta; entonces, parafraseando el for da freudiano, arrojar y arrojarse de la palabra, para no recuperarla jamás.

Bibliografía

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Sergio Reyes Ramos

Lic. En Derecho; Mtro. En Ciencias Penales con Especialidad en Criminología; Mtro. En Teoría Psicoanalítica; Doctorando en Derecho; Doctorando en Saberes sobre Subjetividad y Violencia.