Dios lo castigó y lo puso en manos de una mujer
Libro de Judith
El presente texto consta de dos partes; la primera, hace algunas puntualizaciones sobre la génesis de la fantasía perversa tomando como referente el texto freudiano Pegan a un niño (1919); sin embargo, cabe aclarar que no es la finalidad del escrito hacer una indagación profunda sobre ese texto, sino simplemente tomar algunos elementos que servirán para pensar la segunda parte del trabajo; ya que esta última, se basa en dos obras de la literatura: “120 días de Sodoma” del Marqués de Sade y “La venus de las pieles”, de Sacher -Masoch, con la finalidad de problematizar el tema del sadismo y el masoquismo.
Comencemos.
En el texto titulado: Pegan a un niño (1919), Freud aborda el tema de la génesis de las perversiones sexuales a través de la fantasía, mencionando lo siguiente: “La representación-fantasía «Pegan a un niño» es confesada con sorprendente frecuencia por personas que han acudido al tratamiento analítico a causa de una histeria o de una neurosis obsesiva (…) A esta fantasía se anudan sentimientos placenteros en virtud de los cuales se la ha reproducido innumerables veces o se la sigue reproduciendo“. (Freud, 1919: 177).
¿Qué es una representación-fantasía? Parecía ser el paso de lo sexual (meramente genital) a lo psíquico.
De acuerdo con Freud la representación-fantasía se presentaba a nivel psíquico de la siguiente forma: <<el padre pega al niño>>, <<el padre pega al niño que yo odio>>, <<yo soy azotado por el padre>>.
Lo que permite dar cuenta de que en la fantasía, el lugar del padre con respecto al hijo se vuelve importante para la génesis de tal representación; sin embargo, lo curioso en: <<pega al niño que yo odio>>, se trata del mismo niño; pero a su vez, si es pegado, es porque representa todo lo que provocaría que el padre no lo ame; entonces, viene a inscribirse otro momento: <<el padre no ama a ese otro niño, me ama solo a mí>>. Lo que implicaría decir: <<para recibir el amor del padre debo no pecar (no pecar= no desobedecer), pero pedir su amor es ya un pecado (amar al padre=incesto)>>.
Lo cual puede pensarse de la siguiente forma:
1a. Fase
a ————— a
Espectador. Rival odiado
Hermanos
Madre
Proyección
Negación
El yo-no es el sádico
Verdugo= el padre golpea la ‘cola’
2a. Fase
a ——————————-a
Yo. Padre
Deseo incestuoso. Penetrador
Goce
Sentimiento de culpa
Necesidad de castigo
Placer erótico: golpe-penetración
Golpe-me odia luego límite al incesto
Golpe-me penetra con su falo
Por tanto, es un erotismo masoquismo femenino… pasivo… yo castrado…
Me golpea y me desea
Tal fantasía entonces, viene a sustentar la operación ambivalente de la Ley (padre) y el deseo (pecado).
La fantasía de la época del amor incestuoso había dicho: «El (el padre) me ama sólo a mí, no al otro niño, pues a este le pega». Entonces la fantasía, la de ser uno mismo azotado por el padre, pasaría a ser la expresión directa de la conciencia de culpa ante la cual ahora sucumbe el amor por el padre. Así pues, la fantasía ha devenido masoquista; por lo que yo sé, siempre es así: en todos los casos es la conciencia de culpa el factor que trasmuda el sadismo en masoquismo. (Ibid: 186).
Freud viene a proponer con esto que lo primordial y perverso en la representación-fantasía no es el sadismo sino el masoquismo.
La trasmudación del sadismo en masoquismo parece acontecer por el influjo de la conciencia de culpa que participa en el acto de represión (…) Por nuestra parte, supusimos desde siempre que esa conciencia de culpa se refería al onanismo de la primera infancia y no al de la pubertad, y que debía referírsela en su mayor parte no al acto onanista, sino a la fantasía que estaba en su base, si bien de manera inconciente vale decir, la fantasía proveniente del complejo de Edipo. (Ibid: 191).
¿Cuál es entonces esa fantasía proveniente del complejo de Edipo? La perversión, entendida como el ejercicio de una sexualidad incestuosa. “El «ser-azotado» de la fantasía masculina no rezaba en su origen «Yo soy azotado por el padre», según supusimos de manera provisional, sino más bien: «Yo soy amado por el padre». Sin embargo, mediante los consabidos procesos ha sido trasmudada en la fantasía conciente: «Yo soy azotado por la madre»“. (Ibid:195).
Si el hijo es amado por el padre y castigado por la madre, esto implica que el hijo rivaliza con la madre por el amor del padre; lo que suscita una perversión, en el sentido de inscribir un amor homosexual: el hijo ama al padre.
De ahí que la perversión sea a nivel de lo psíquico, la representación-fantasía del ejercicio de la sexualidad (yacer con los padres) que en la realidad material queda reprimida porque está prohibida (ley: prohibición del incesto).
Hasta aquí dejaré las puntualizaciones que el texto de Freud nos permite pensar sobre la génesis de la fantasía perversa. Ahora bien, recurriré a la obra: “Critica de la razón práctica” de Immanuel Kant, con la finalidad de pensar la función de la ley en el sadismo y masoquismo; lo que a su vez, nos permitirá ir adentrándonos a las obras literarias del Marqués de Sade y Sacher- Masoch.
En Critica de la razón práctica, Kant menciona:
La regla práctica es en todo momento producto de la razón porque prescribe la acción como medio para la realización de un propósito. Para un ente empero, en quien la razón no sea totalmente el único motivo determinante de la voluntad, esta regla es un imperativo, es decir, una regla que se designa por un deber-ser que expresa la obligación objetiva de la acción, y significa que, si la razón determinara totalmente la voluntad, la acción tendría que suceder ineluctablemente según esa regla. (Kant,1788:7).
De esta manera, Kant propone que el hombre debe actuar bajo el “deber-ser” sin importar algo más; es decir, la voluntad es incondicional, lo que anuncia de entrada: “la ley es la ley”. “La realidad objetiva de la ley moral no puede demostrarse por medio de ninguna deducción, por medio de ningún esfuerzo de la razón teórica, especulativa o empíricamente apoyada, y, en consecuencia, aunque se quisiera renunciar a la certidumbre apodíctica, no podría confirmarse por la experiencia, o sea a posteriori, y sin embargo consta por sí misma”. (Ibid: 33).
Lo que implica que la ley vale y se funda en sí misma, es decir, no hay un principio superior del que la ley reciba su derecho. Por ello, el imperativo categórico que reza bajo un “deber-ser” pone sobre la mesa la cuestión de que la ley no depende del bien. La ley moral de Kant, es entonces: ¡LA LEY!
Por lo que, si “la ley es la ley”, implica que se desconoce qué es, ya que no hay conocimiento sobre aquello que la funda; así, la ley actúa sin que se le conozca; por ello podríamos pensar que el hombre en principio es culpable, ya que tiene un origen sucio y perturbador, que si no proviene del pecado original (comer del fruto prohibido), viene de la sexualidad incestuosa de la infancia (Edipo); teniendo tras de sí la marca de la perversión como modelo de la sexualidad.
Debido a esto, el hombre siempre debe resarcir algo; así entonces, la operación de la neurosis hace al hombre vivirse desde la culpa, aunque actúe conforme a la ley o intente transgredirla, siempre es culpable.
Por consiguiente, el <<ser pegado>> que enunciaba Freud, adquiere la connotación de <<ser castrado>> lo que, a su vez, vendría a perpetuar la culpa por medio del castigo, porque el castigo es la forma de llegar al último momento <<ser amado>>.
Lo que nos lleva a establecer la siguiente fórmula, sobre el ser recaen las acciones: pegar, amar y castrar; mientras que, las variaciones que devienen del producto de la tríada, divididas entre el común denominador: culpa, trae consigo un castigo: (masoquismo), y el cauce del deseo (sadismo); dando como resultado la estructura del psiquismo:
Ser (pegado, amado, castrado) / Culpa = Sadismo / Masoquismo = Psiquismo
Pasemos ahora a las obras literarias: “Los 120 días de Sodoma” y “La venus de las pieles” donde el máximo exponente del sadismo (Marqués de Sade) y del masoquismo (Sacher-Masoch), nos ofrecen elementos importantes para continuar con nuestra tesis.
En la Obra titulada “Los 120 días de Sodoma”, el Marqués de Sade describe la historia de cuatro hombres que habitaron por un tiempo en el castillo Chateau de Silling (a las afueras de Francia), para llevar a cabo toda clase de prácticas que a los ojos de la sociedad serían catalogadas de inmorales.
De esta manera, Sade busca por medio de su obra llevar al lector a la posibilidad del “todo”, ya que, a través de “Los 120 días de Sodoma”, trata de decir, mostrar y hacer todo, transgrediendo las buenas costumbres de la sociedad, para adentrarnos en un mundo donde las prácticas sexuales pasan a primer plano franqueando los preceptos de la moral.
Sin embargo, lo curioso en Sade se sitúa en que, al mostrar por medio de sus personajes, la descripción de un sinfín de prácticas que podrían considerarse como “inmorales” o “transgresoras de las buenas costumbres”; en realidad pone de manifiesto la búsqueda de un “bien (que opere la ley)” a través del “mal (transgredir la ley)”; es por así decir, es un hombre que busca “el bien haciendo el mal”.
Algo que también podemos encontrar en la obra de Sade es que los personajes bajo los que versa la historia no pertenecen al pueblo, sino por el contrario, son hombres de poder, lo que nos lleva a pensar que la ejecución de todos los actos que se describen en la obra no guarda relación exclusivamente con la naturaleza del hombre, sino con el poder que ejercen los hombres sobre otros; ya que, si bien, los cuatro libertinos realizan un sinfín de prácticas, también redactaron un código que les sirviera de ley.
De esta manera, Sade nos permite dar cuenta de la relación del poder y la ley, porque lo que el autor transmite no es tanto el ejercicio de las prácticas sexuales, sino denunciar el régimen de la ley como régimen de los tiranos.
Debido a que, ahí donde Sade nos cuenta la historia de los cuatro hombres que se encierran en el castillo de Silling para llevar a cabo distintas prácticas como una forma de transgredir la ley moral establecida, en realidad, lo que el autor está tratando de inscribir es otra ley, una ley tirana bajo el mandato: ¡goza!
Este mandato de la ley, hace que pensemos en la relación Kant con Sade, texto que el psicoanalista Jacques Lacan escribió, mencionado lo siguiente:
El bien es el objeto de la ley moral. Ese bien sólo se supone que es el Bien por proponerse, a despecho de todo objeto que le pusiera su condición, por oponerse a cualquiera de los bienes inciertos que esos objetos puedan aportar, en una equivalencia de principio, por imponerse como superior por su valor universal. Así su peso no aparece sino por excluir, pulsión o sentimiento, todo aquello que puede padecer el sujeto en su interés por un objeto, lo que Kant por eso designa como “patológico” (Lacan, 1962:728).
Lo que implica que la ley propicia la idea del bien a través del mal, pero el mal y el bien solo son a condición de la operación de la ley; por lo tanto, si la ley regula el goce, también es aquello que lo desencadena. “La bipolaridad con que se instaura la Ley moral no es otra cosa que esa escisión del sujeto que se opera por toda intervención del significante: concretamente del sujeto de la enunciación al sujeto del enunciado”. (Ibid.: 732).
Si el sujeto para Lacan se trata de un sujeto escindido, este lo es a condición de la operación de la ley; la cual, solo es posible a partir de que exista algo que prohíba: el deseo. De esta manera, el sujeto queda dividido entre la ley y el deseo, estableciendo así, una relación de mutua correspondencia: “hay deseo porque hay ley y, porque hay ley, el deseo está prohibido”.
De esta manera, podríamos dar cuenta de la impostura de la ley, ya que, la ley por sí misma hace al hombre culpable. “Es pues sin duda el Otro en cuanto libre, es la libertad del Otro lo que el discurso del derecho al goce pone como sujeto de su enunciación, y no de manera que difiera del Tú eres que se evoca desde el fondo matador de todo imperativo”. (Ibidem).
Así entonces, podemos dar cuenta con Sade de que el libertino más que ser un “transgresor de las buenas costumbres” es aquel que se aferra a la ley para exigir su derecho al goce como imperativo categórico. “El deseo, que es el fautor de esa escisión del sujeto, se avendría sin duda a decirse voluntad de goce. Pero esa apelación no lo haría más digno de la voluntad que invoca en el Otro, manteniéndola hasta el extremo de su división respecto de su pathos; pues para eso, parte ya vencido, prometido a la impotencia”. (Ibid.: 734-35).
Al decir: “hay deseo porque hay ley y, porque hay ley, el deseo está prohibido”; implica que la ley no puede ser superada, por eso es una contradicción pensar que el libertino a través de sus actos estaría desafiando la ley, porque en realidad, lo que hace es perpetuarla.
Para ejemplificar lo anterior, nos basaremos en el esquema 1, este esquema permite dar cuenta del modo de operación de aquello que Sade nos está proponiendo a través de su obra.
Llevado por su deseo el libertino se sitúa en (a), es decir, como objeto (no sujeto) ya que como lo hemos señalado, que esté posicionado así implica que está como instrumento, pero es instrumento de una voluntad (V) de la ley, que como ya se ha mencionado, equivale para Sade un sustituto de la ley moral kantiana. De ahí se dirige a su víctima en quien recaen todos los actos de maldad, dejando a la víctima dividida ($) entre la voz imperativa y la rebelión contra el dolor, produciendo un sujeto de goce (S).
Es decir, el perverso se identifica con el objeto (a) no sólo como la causa del deseo, sino que identificado con el objeto es causa de Goce. En el imaginario, el partener es colocado por el Amo-sádico, en el lugar del objeto con el cual gozará el Amo. Por esta razón para Lacan, el más perverso no es el sádico, sino el masoquista, porque idealizando el dolor y el sufrimiento como signo de amor, se coloca en la lógica del sacrificio para el otro. Se coloca como un objeto renunciando a su deseo como sujeto.
Por lo tanto, Sade postula la idea de que el libertino tiene el derecho (como imperativo categórico) a tomar al prójimo vía el sexo, el incesto, las orgias, el maltrato etc., como instrumento para la obtención de goce.
De esta manera, el esquema planteado permite dar cuenta de las posiciones que están en juego, donde tenemos lo siguiente: a<>$, lo que implica que el libertino quede en el lugar del objeto, no como sujeto sino como instrumento para producir la división del otro (víctima).
Lo que llevaría a cuestionarnos: ¿no es acaso el lugar de la función materna, quien como el libertino viene a situarse en el lugar del deseo, para operar como instrumento de goce, al dar lugar en el discurso al padre, como la ley que viene a inscribir la división en el otro (hijo) y así devenir sujeto dividido?
Es decir, es la madre y no el padre quien hace perpetuar la ley, ya que, la madre es quien sabe de la ley de prohibición, por ende, podríamos pensar que el goce es aquello que se vuelve necesario para que la ley se inscriba; de ahí que el aforismo lacaniano<<solo el amor permite al goce condescender al deseo>> tenga operatividad.
La función materna como operación de goce funciona en el lugar del deseo, para hacer surgir la ley como forma de prohibición (castigo) por gozar del otro (hijo). En otras palabras, la madre como verdugo (situada en el lugar de objeto) encarna la voluntad de goce porque solo así, la ley puede operar como prohibición.
Por esta razón, ahí donde la madre aparece como aquella que se sitúa desafiando la ley, en realidad es garante de la ley. En ese sentido, podríamos pensar la relación de la perversión con la fantasía de ser pegado (que se abordaba al inicio del texto con Freud) porque lo que está en el trasfondo es el deseo de ser mirado, reconocido, amado, deseado por el Otro-otro. El perverso identificado con el objeto que causa el deseo y el Goce, se identifica imaginariamente con la ley. Él es la ley del deseo, lo cual equivale al goce.
Así entonces, la relación que la madre toma con respecto a la ley, nos permite dar cuenta de que el sádico es en realidad un masoquista.
Ahora bien, para adentrarnos al tema del masoquismo recurriremos a su máximo exponente: Sacher Masoch a través de su obra titulada: La venus de las pieles.
Esta obra no solo es considerada una de las máximas de la literatura en cuanto al tema del masoquismo se refiere, también es el puente que nos permite ver los puntos de desencuentro entre el psicoanalista Jacques Lacan y el filósofo Gilles Deleuze.
Por lo que, siguiendo con nuestra idea respecto a la mujer como aquella que hace perpetuar la ley, puntualizaremos algunos aspectos de la novela La venus de las pieles de Sacher-Masoch.
La obra comienza con un diálogo entre Severin y la Venus de las pieles (Wanda), donde esta le cuenta cosas en torno al amor y del lugar del hombre y la mujer en él, Severin cautivado por la venus, accede a ser su esclavo.
En la narrativa de Masoch, la mujer se coloca como siendo una maestra del goce, pues es aquella que enseña a Severin todo en relación al mismo.
De esta manera, si en Sade encontramos a través de la figura del libertino a aquel que se hace instrumento de goce; en el caso de Masoch, se tratará de la mujer como maestra del goce. Por esto, resulta interesante que, en la obra de La venus de las pieles, la mujer si bien es colocada como verdugo es a la vez víctima, de ahí lo paradójico de Masoch. “En la pasión del hombre yace el poder de la mujer, que sabe utilizarlo cuando el hombre no es precavido. Él solo tiene la opción de ser tirano o esclavo de la mujer”. (Sacher-Masoch,1870:22).
Lo contrario al libertino en Sade; Severin, en La venus de las pieles, es una víctima que busca un verdugo (Wanda), para establecer una alianza.
Severin se sentó junto a la chimenea, dándome la espalda, y parecía soñar despierto. De nuevo se hizo el silencio y de nuevo cantaron el fuego a la chimenea, el samovar y el grillo en los viejos muros. Abrí el manuscrito y leí: confesiones de un supra sensual. En el margen figuraban a modo de lema, los famosos versos del Fausto de Goethe: ¡Tú, pretendiente supra sensual y sensual, una mujer te tiene agarrado por las narices! (Ibid:23).
En el caso del sadismo, el libertino, elabora contratos para transgredirlos, mientras que en el caso de Masoch, el contrato es una forma de alianza. Lo que implica que la víctima habla a través de su verdugo, porque el contrato masoquista coloca el poder simbólico de la ley en la mujer.
Otro elemento a destacar de la novela de Masoch, es el comienzo de su narrativa por medio de un sueño, donde Severin sueña el encuentro con la Venus de las pieles estableciendo un diálogo donde ella lo instruye en el amor.
Aspecto que parece contener su base en el platonismo, pues recordemos que, en el Banquete de Platón[ii], es Diotima (la diosa del amor) quien le cuenta todo sobre el amor a Sócrates. Sin embargo, Sócrates se presenta en la escena como un tercero, pero un tercero que pareciera que hace de mujer (pues recordemos que es Diotima quien habla a través de él) pero a su vez, es aquel que frustra a Alcibíades de ser su objeto de deseo, para que, a través de esa frustración, pueda colocarse como carente y pueda dar cuenta de que es Agatón su objeto amado.
De esta manera, Sócrates opera como un instrumento de Diotima, para hacerle ver a Alcibíades su propia división subjetiva, al colocarlo como amante con respecto a Agatón, quién en realidad es el amado.
Ahora bien, en la novela La venus de las pieles, Severin es aquel que es pegado por Wanda, lo cual también sucede en el Banquete de Platón, pues Sócrates lo es con respecto a Diotima. Lo que evidencia que la mujer-verdugo habla a través del padre. Por lo que, si retomamos aquí el texto freudiano <<pegan a un niño>>, podríamos pensar que, en esa fantasía, en realidad quien es pegado es el padre, no el hijo.
Con relación a lo anterior, Gilles Deleuze en su libro, Presentación de Sacher-Masoch, lo frío y lo cruel, plantea: “El masoquismo es el arte del fantasma. El fantasma actúa sobre dos series, sobre dos límites, sobre dos bordes; entre ambos se instala una resonancia que constituye la verdadera vida del fantasma. El fantasma masoquista tiene por bordes simbólicos a la madre uterina y a la madre edípica, entre las dos, y de una a otra, la madre oral, el corazón del fantasma“. (Deleuze, 2017:70-71).
¿Qué implica que el masoquismo sea el arte del fantasma? A través del recorrido que hemos venido realizando podemos dar cuenta de que el masoquismo pone en juego aquello de lo que se trata en el fantasma; pues, la formula: a<>$ ,no es otra cosa que el lugar de la mujer-verdugo como aquella que hace la ley al padre; por ello, podríamos pensar que ahí donde algunos psicoanalistas sostienen que la perversión es la otra versión del padre, más bien, esa otra versión no se trata del padre, sino de la mujer haciendo la ley al padre, bajo la imagen de madre.
Deleuze en el mismo texto plantea: “Si es verdad que el sadismo presenta una negación activa de la madre y una inflación del padre (colocado por encima de las leyes), el masoquismo opera por una doble denegación, denegación positiva, ideal y magnificadora de la madre (identificada con la ley) y denegación anuladora del padre (expulsado del orden simbólico)”. (Ibid.: 72).
He aquí el punto donde Deleuze y Lacan se oponen, ya que, para el primero la madre es quién hace la ley al padre, para el segundo, es el padre quién hace la ley a la madre.
Por lo que, si partimos de la idea de Deleuze, esto implicaría que el superyó quede destruido, evidenciado así su impotencia a través del masoquismo (la madre identificada con la ley y el padre expulsado del orden simbólico).
Elemento que tomará énfasis a partir de lo que Deleuze denomina “denegación”: “Tal vez deba entenderse la denegación como el punto de partida de una operación que no consiste en negar y ni siquiera en destruir, sino, más que esto, en impugnar la legitimidad de lo que es, en someter lo que es a una suerte de suspensión, de neutralización, aptas para abrir ante nosotros, más allá de lo dado, un nuevo horizonte no dado”. (Ibid.: 35).
Este planteamiento es potente porque desbarata la idea lacaniana del padre como elemento simbólico (función de ley); ya que, a través del concepto de denegación, Deleuze plantea la refutación de la función simbólica que el psicoanálisis ha conferido al padre, para dar posibilidad a que algo diferente emerja.
De esta manera, Deleuze al contrarrestar el efecto de una causa por la concurrencia de otra diferente, puso sobre la mesa todo aquello que el psicoanálisis lacaniano había buscado reprimir por medio de la neurosis: la perversión.
Puntualización que cobra relevancia a partir del sadismo y el masoquismo. Ya que, para Deleuze, no son consideradas etiologías psiquiátricas, a diferencia de lo que hizo el psicoanálisis, donde más que cuestionar el discurso médico, busco las formas de hacerlo más convincente para que la idea de sadismo y masoquismo como prácticas sexuales patológicas continuara sosteniéndose.
Para Deleuze, sadismo y masoquismo son formas de estructura diferentes. En el sadismo, el superyó asume un papel únicamente inspirado por una inflación del padre, donde el yo y la madre son sus víctimas.
Mientras que el masoquismo, devela la impotencia del superyó, al poner de manifiesto el triunfo de la madre (identificada con la ley) bajo la mujer-verdugo sobre el padre (expulsado del orden simbólico).
Por lo que Deleuze plantea: “En el meollo del sadismo está la tentativa de sexualizar el pensamiento, de sexualizar el proceso especulativo como tal, en tanto depende del superyó (…) el masoquismo va de la denegación al suspenso: de la denegación como proceso que se libera de la presión del superyó, al suspenso como encarnación del ideal de renacimiento a partir del falo materno“. (Ibid.: 128).
De esta manera, para Deleuze, el sadismo es algo que, al generar una inflación del padre por medio del superyó, deja de ser una mera práctica sexual para ser pensado como idea totalizadora de la razón. Mientras que, el masoquismo al ir de la denegación al suspenso, implica poner de manifiesto aquello que tiene relación con la no represión, es decir, el acto creativo.
De ahí que, para Deleuze, la perversión no sea una conducta sexual patológica, sino un acto creativo; donde la denegación (que para el psicoálisis se trata de una renegación de la castración) para Deleuze es aquello que permite algo nuevo, abre horizonte.
Para Lacan, en cambio, la perversión está ligada al acto sexual, por el camino de la castración. De ahí que la perversión en psicoanálisis ponga el énfasis en lo que a la función del padre refiere; ya que, para Lacan, es el padre y no la madre quien hace la ley e inscribe al hijo a la cultura como sujeto castrado.
Luego entonces, si la perversión está relacionada con lo que se presenta a nivel de la castración, la perversión no puede ser pensada sin referencia al padre. Porque allí donde el deseo del padre (de separar a su hijo de la madre: castración) opera de forma “inadecuada”, el masoquista busca un padre sustituto que permita legislar y al cual exigir castigo; ya que, a través del castigo, el masoquista puede constituir momentáneamente una forma de alivio, porque el castigo es la prueba de que alguien está demandándole un sacrificio de su parte y le está exigiendo una libra de carne.
Mientras que, el sádico desempeña el rol del Otro en su escenario para hacer que el Otro exista, y buscar aislar para su víctima el objeto al que se aplica la ley. Por lo tanto, el sádico desempeña dos papeles: el de legislador y el de sujeto de la ley, es decir, el que sanciona la ley y aquel que se impone una exigencia o un límite.
En el seminario 14 La lógica del fantasma, Lacan plantea:
Los dos, en efecto, sadismo y masoquismo, operan de la misma manera-salvo que el sádico opera más ingenuamente, interviniendo en el campo del sujeto en la medida en que él está sujeto al goce, mientras que el masoquista sabe bien que, a fin de cuentas, le da igual lo que sucede en el campo del Otro-por supuesto, es necesario que este Otro se preste al juego, pero es él quien sabe el goce que ha de sonsacar. (Lacan, 1967:334).
A diferencia de Deleuze, Lacan plantea que sadismo y masoquismo operan de la misma manera, por lo que, para el psicoanalista francés no se trata de estructuras diferentes, sino de posiciones que operan de forma correspondiente una de la otra: sadomasoquismo.
En cuanto al sádico, en verdad resulta siervo de esta pasión, de la necesidad de reconducir bajo el yugo del goce aquello a lo que él apunta y que es el sujeto. Pero no se da cuenta de que en este juego el engañado es él. Porque sin saberlo ni buscarlo, sin situarse allí, de hecho, no deja de realizar la función de objeto a. En otras palabras, real y objetivamente está en una posición masoquista. (Ibidem).
De esta manera, Lacan plantea que, en esa mutua relación sadomasoquista, es como si algo del sadismo estuviera en el masoquismo y algo del masoquismo en el sadismo. Sin embargo, abordarlos así, implica cerrar su posibilidad de operación. Debido a que, si algo nos demuestran Sade y Masoch es que se tratan (como ya lo señalaba Deleuze) de dos estructuras diferentes.
La escritura del Marqués de Sade se presenta como obscena, es decir, cargada de detalles en la búsqueda de una demostración absoluta para alcanzar un decir que no deje ningún resto; en otras palabras, es como si el escrito sadiano realizará la reintegración del decir que habitualmente no se dice. Mientras que Masoch, a través de su novela “La venus de las pieles” pone en acto aquello que Deleuze denomina como denegación pues se trata de una obra de carácter estético, donde lo aberrante queda encubierto por una escritura que parece de recato antes que obscena.
Así entonces, a través de este trabajo podemos vislumbrar algunas de las diferencias que separan al sadismo del masoquismo; lo que a su vez implica, la diferencia entre Deleuze y Lacan acerca de la perversión.
Para Lacan, la perversión se inscribe y se sostiene como una práctica sexual que continúa encerrada en una denominación patológica. Mientras que, para Deleuze, la perversión no consiste en jugar con los límites, sino en producir del otro lado del límite, un acto creativo. Así entonces, podemos plantear que el sadismo y el masoquismo son constituyentes del psiquismo en la medida en que podríamos plantear que la génesis del pensamiento toma de base a la perversión.
Bibliografía
De Sade, Donatien Alphonse François, Los 120 días de Sodoma, México, Ediciones Casa Juan Pablos, 1984.
Deleuze, Gilles, Presentación de Sacher-Masoch. Lo frío y lo cruel, Buenos Aires, Amorrortu Editores, 2017.
Freud, Sigmund, Pegan a un niño. Contribución al conocimiento de la génesis de las perversiones sexuales. Tomo XVII, Buenos Aires, Amorrortu Editores, 1919 (2013).
Kant, Immanuel, Crítica de la Razón Práctica (1788), BIBLIOTECA DIGITAL MINERD-DOMINICANA LEE, Consultado en: https://ministeriodeeducacion.gob.do/docs/biblioteca-virtual/fd1D-kant-emmanuel-critica-de-la-razon-practicapdf.pdf
Lacan, Jacques, Kant con Sade. Escritos 2, México, Siglo XXI, 1962 (2009).
Lacan, Jacques, La lógica del fantasma. Seminario 14, Buenos Aires, Paidós, 1967 (2023).
Sacher-Masoch, Leopold, La venus de las pieles, México, Trad. Elisa Martínez, Editorial Sexto piso, 1870 (2016).
Estancia de Estudios de Pregrado en Psicología en la Universidad Cooperativa de Colombia, sede Bogotá. Licenciatura en Psicología por la FES-Iztacala UNAM. Especialidad y Maestría en Psicoanálisis por Dimensión psicoanalítica. Doctorando en Saberes sobre subjetividad y violencia. Docente en la Carrera de Psicología de la FES-Iztacala UNAM, adscrita al Ámbito Clínico, Tradición Psicoanálisis y Teoría Social. Miembro del Foro del Campo Lacaniano de México (FCLM). Práctica el psicoanálisis en la Ciudad de México.