Otro misil que nos pasa por el cuerpo

Antonella Arguelles Gutiérrez

En estos días creo enloquecer. Tal vez lo quiera. Pero no puedo comprender cómo soportaré todo, ni cómo lo soporto ahora, si nada, absolutamente nada, me sostiene.

Pizarnik. Diarios

“…los misiles, cualquiera que sea su soporte, se dejan, hoy más fácilmente que nunca, describir como envíos de escritura (código, inscripción, huella, etc.). Esto no los reduce a la inofensividad anodina que, con excesiva ingenuidad, podría atribuírseles a los libros. Sino que recuerda, expone, hace estallar aquello que, en la escritura, reviste siempre la fuerza de un artefacto mortal.”[i]

Me pareció atinada la propuesta que nos hace Derrida de enfrentar, y vivir, la escritura como un misil; más aún cuando pensamos lo mucho que la gente está acostumbrada a armarse. Aunque esta costumbre parece haber caído en el error de armarse frente al otro como en un intento de protegerse del constante bombardeo externo; armarse para nunca dejarse estallar. Hemos recargado nuestras armas con un sinfín de discursos vacíos, repetidos, ya tan conocidos que podría asegurar que una bala proveniente de esa arma ya ni marca deja; roza nuestro cuerpo sin despertar siquiera el miedo de morir. Y, ¿no es el miedo a la muerte lo que más humanos nos hace?

¿Es el miedo de acercarnos a la muerte la razón por la cual nos hemos armado hasta los dientes de discursos “con sentido”? ¿Es el miedo a la muerte por el que hemos evitado acercarnos a campos minados de aquellos sin-sentido? En lo personal, creo que da más miedo pensar cómo una se deja morir en la certeza dada que ya no mueve, que simplemente ya no afecta lo suficiente para hacerte correr.

Yo no sé de qué se trata la vida, mucho menos sé de qué se trata la muerte, pero pienso que la mejor manera de estar es dejándose afectar por el choque constante de ambas; aquel que ocurre cuando las palabras te impactan, te atraviesan, te desgarran. Yo no sé de qué se trata la vida, mucho menos sé de qué se trata la muerte, pero sé que en la palabra una muere y en la tinta después emerge.

Mucho tiempo pasé sosteniéndome de discursos tan conocidos, de saberes tan instruidos, que ya no me hacían sentir más allá de la seguridad que me daban. Hace tiempo decidí brincar al abismo de palabras sin-sentido, de textos no entendidos; decidí dejarme afectar por cada palabra leída y, aún más, por cada palabra escrita. Y debo aclarar que este proceso no me ha sido nada fácil, ¿cómo se supone que una vive cuando todo sostén se le ha desvanecido? Claramente no tengo una respuesta a ello porque simplemente lo que una siente mientras se ve caer al abismo no alcanza la palabra. Pero tampoco quiero ser malentendida porque aunque la falta de sostén se vive aterradora, se vive, ¡y es que nunca me había sentido yo tan viva!

Así que si nos vamos a armar, hagámoslo rescatando la fuerza de cada palabra; construyamos misiles mortales que impacten directamente nuestros cuerpos. Dejemos circular entre nosotros aquellos discursos que nos atraviesan y nos estallan en un millón de fragmentos listos para ser recreados.

Ante ti, otro misil. Tómalo, siéntelo, déjate explotar por dentro.

Bibliografía:

Derrida, Jacques. No apocalypse, not now (a toda velocidad, siete misiles, siete misivas), en Cómo no hablar y otros textos, Barcelona, Proyecto A Ediciones, 1997.


[i] Derrida, Jacques. No apocalypse, not now (a toda velocidad, siete misiles, siete misivas), en Cómo no hablar y otros textos, Barcelona, Proyecto A Ediciones, 1997, p. 155.

Antonella Arguelles Gutiérrez

Me resulta casi imposible atraparme en las palabras; soy un poco más de erosiones internas que de sonidos. Es en el silencio donde evoca mi ruido. A veces pienso mi vida como un musical, en el que mi personaje no canta, pero con bailar le basta para irse abriendo camino por la trama. Soy Antonella, de veinticuatro años en otro año de crisis (2021). Soy psicóloga en un camino que se aleja cada vez más de ese saber. Soy un poco de lo que se ha construido entre espacios de encierros, pero un poco también de aquellos encuentros que continúan latiendo en mi piel. “Soy” la Antonella de hoy, porque aún me falta descubrir la de mañana…