En los años (escribe Coleridge) las imágenes figuran las impresiones que pensamos que causan; no sentimos horror porque nos oprime una esfinge, soñamos una esfinge, soñamos una esfinge para explicar el horror que sentimos.
Borges, 1960
Cuando observamos una obra surrealista es común preguntarse qué quiso decir el dramaturgo. Nuestro pensar busca transformar las escenas en inteligible pues inquietante nos resulta el poder comprender El Sentido, lo que “nos deja”. Supone un trabajo cognitivo el voltear a mirar la diferencia que se encuentra entre lo que el dramaturgo depositó en su creación y lo que cada espectador entiende (o quiere entender). El sentido es misterioso.
En el texto de “El Habla”, Heidegger cuestiona la perspectiva logocentrista que considera la capacidad de un “encuentro” con la verdad de los fenómenos. Aporta que como sujetos de conocimiento al buscar pensar sobre un concepto automáticamente formamos imágenes, y lo mismo sucede con el pensar sobre el habla: mundeamos, refiriéndose a la creación de una realidad ordenada y apilada por una serie de conceptos que van constituyendo sentido a la naturaleza.
De acuerdo a mi lectura con este texto, no es posible llegar a un acceso: producimos verdades, bajo estructuras. Coincido con este apunte pues la “familiaridad” nos acompaña a todos lados. Al contar nuestros sueños, por ejemplo, “creamos mundo” y con mayor insistencia cuando pareciera que lo soñado tiene un vínculo con la realidad que vivimos. Justamente como lo escritura Jorge Luis Borges en “Ragnarök” (1960) al inicio del cuento: fundamos razones para dar soporte al acontecer. La situación aquí es el trabajo resulta pensar en la diferencia. Nos encontramos en un encierro y encerramos a su vez, pero no olvido que para Stiegler (2005) esto pudo resultar una condición de posibilidad.
Pero, ¿cómo olvidamos que nuestra subjetividad habla? Cuando buscamos certezas o causalidades, en pocas palabras, pareciera que buscamos reducir la complejidad. En temas de violencia, desde discursos del área de la “salud”, considerar que “vivir violencia no es normal” quizá resulta un enunciado performativo que conlleva a pensar en el “ser”, en categorizarle. La enunciación podría volverse un hecho, una verdad que clasifica a ciertas acciones fuera de la norma y entonces definiría tanto a quien las comete como al receptor a partir de la moralidad de lo correcto o incorrecto. Las respuestas inteligibles que suelen llevar al personal de salud a pensar por qué ocurre la violencia recae en factores económicos, falta de educación y de acceso a servicios, dinámica familiar, ideas culturales, entre otras más. No obstante, el pensamiento reflexivo parece llevarme a otra discusión: el significante se distancia de la <cosa> pero al escuchar al otro, ¿será que se cree tener un entendimiento de las razones por las que se vive en cierta situación y rechazamos la idea de la pérdida de la diferencia? Vinculo el pensar calculador que rompe con cualquier misterio, dando por resultado un sendero recto, plano, en donde busca quitar las piedras que hacen tropezar y ambular aprisa pero a cierto precio.
Y vaya que el habla es una condición que “crea mundo”. Esto lo he visto en mi propia experiencia. Cuento con el recuerdo de aquella vez que “fui atrapada” por COVID19, cinco meses atrás, cuando tuve la dificultad de encontrar las palabras para expresar lo más certeramente mi malestar y de pronto me encontraba empleando metáforas, familiarizando, para perseguir esa claridad. A pesar de esta complejidad, lo que llamó mi atención es el “poder” del área médica en cuanto a brindar un diagnóstico ante lo diferente. En esta situación, pude vivenciar el temor ante lo no conocido, lo diferente, lo mortal y el auxilio de las metáforas.
¿Qué implica ese trabajo de hacer a una persona mirar la situación desde un eje moral? ¿Será una posible opción que una persona construya sus propias explicaciones dejando de lado la familiaridad? Reflexionar sobre esto sin duda requeriría de la serenidad propuesta por el mismo autor. ¿El pensar es para quien quiere o puede? Esto me parecería una pregunta categorizante. Me inclinaría por más bien: para quien siente el pensar. La pregunta que me lleva a continuar pensando desde entonces es el cómo posicionarse ante la falta. ¿El pensar en el habla es posible sin ella? ¿No sin tí?
Bibliografía
BORGES, Jorge Luis, Ragnarök, visto en: https://borgestodoelanio.blogspot.com/2014/03/jorge-luis-borges-ragnarok.html
HEIDEGGER, Martin. El habla, en De camino al habla (Ed. Del Serbal-Guitard, Barcelona, 1979).
STIEGLER, Bernard. Pasar al acto (Editorial Hiru, Hondaribia, 2005).
No sé quién soy, creo saber quién soy. Mi yo: Mujer, de 27 años de edad y Psicóloga por elección. Mi madre y padre: “La unión de la fuerza del Mar y del Sol”. Mi parte artística: Practicante de batería, bajo y armónica. A veces nostálgica, evita pensar a la felicidad como meta en la vida. Huye de la monotonía, no se sujeta a una misma posición. Interesada en la duda, pero primero de sí misma. Hoy por hoy, perdida en los límites del ser.