Me encuentro de pie viendo mi cuerpo desnudo. Miro hacia abajo con atención.
Mis senos no permiten que mire por completo el torso, mis piernas tienen vellos largos y delgados, mis manos siempre me han parecido muy arrugadas para mi edad y sus dedos irregulares con minúsculas heridas y uñas débiles son resultado de años de morderlas a causa de una latente ansiedad. Mi vientre abultado cubre un poco mi vulva, no alcanzo a verla realmente a menos que hiciera un movimiento forzado e incómodo con mis caderas. Si giro para ver mi espalda, sólo puedo mirar mis tobillos y una parte de mi culo. Alcanzo con los ojos todos mis tatuajes, así están diseñados, para mí; los miro y pienso que son las únicas heridas que podemos elegir. Pero ya no puedo ver mucho más, el resto lo puede ver solamente una mirada ajena o a través de un espejo. Los límites de mi mirada recuerdan los límites de poseer mi cuerpo por completo.
A veces viene a mí una sensación de extrañeza e intriga cuando pienso en todos mis órganos internos organizados dentro de mi cuerpo-contenedor, órganos de los cuales sé que existen pero no me constan del todo hasta que se hacen presentes por medio de dolores o malestares que me recuerdan de ellos. Los dolores me acercan a la conciencia de cuerpo. La enfermedad me recuerda que tengo estómago, que tengo huesos o tendones, me obliga a pensar en el interior.
Las cicatrices con las que estoy marcada son la historia de ese otro que incidió en mí. Los tatuajes son las únicas cicatrices que podemos elegir.Por eso pueden ser refugio de muchos, una alternativa para rehacerse un nuevo cuerpo del cual se puede apropiar, el tatuaje es un ejercicio de posesión.
El cuerpo es en sí mismo una herida abierta, una vulnerabilidad viva; se encuentra dispuesto a todos los afectos, al mundo que lo toca permanentemente.Pensemos al otro como el mundo que alcanza a tocar mi cuerpo, a moldearlo y a marcarlo. Y para esto es interesante revisar el concepto de huella en Derrida: “Una huella nunca está presente, plenamente presente, por definición, inscribe en sí la remitencia al espectro de otra cosa… Como la huella, la restancia se da a pensar antes o más allá del ser. Inaccesible a una simple percepción intuitiva (ya que remite a lo radicalmente otro, inscribe en sí lo infinitamente otro), escapa a toda aprehensión, a toda monumentalización, incluso a toda archivación. Pero habrá efectos de resto, frases fijadas sobre el papel, más o menos legibles y reproducibles. Estos efectos de resto tendrán así efectos de presencia, distintamente aquí o allá, de forma muy desigual según los contextos y según los sujetos que se referirán a ellos”[1]
Las
marcas o cicatrices a las que refería antes son ese resto de huella. Porque
para que haya huella, debe separarse una parte del resto. La huella en sí es la
presencia de la ausencia; esos espectros que nos persiguen y que muchos se
recuerdan por medio del cuerpo.Si bien Derrida menciona que los efectos de
huella dependerán del contexto e interpretación de ese resto, yo diría que el
contexto en el que un sujeto aparece en el mundo y su interpretación son
indisolubles; no podemos hablarlos como dos cosas.
El mundo no es el mismo para todos, y así, el cuerpo se marca con disposiciones
muy distintas para cada uno. Queda marcado por la historia que está atravesada
por mi clase,género,raza. “Cuando
nos presentan a alguien, de forma instintiva reparamos en la ropa que viste, en
si su teléfono es de gama alta o si su reloj o su bolsa son caros. Y, si nos
acercamos lo suficiente, incluso nos fijamos en cómo huelen. Todo, hasta
nuestro olor corporal, es un asunto de clase.” Declara Bon Joon-ho, director de
la película coreana Parásitos, 2019.
Y es que el cuerpo es también el uniforme que carg: , sus ropas,sus accesorios, los olores y sensaciones que despide. Yo, mujer de 32 años, con acceso a educación superior no tengo callos en mis manos, no tengo una joroba por trabajos que me requieran agacharme, como es el del campo; mis manos sólo están marcadas por mi propia ansiedad, la ansiedad que mi clase me permite vivir. Mi vientre abultado sin embargo, ha sido un acompañante fiel que apenas hace unos años convivo sin con él sin rencor, pero que ha sido señalado desde temprana edad, ya sea por maestras de gimnasia que lo satanizaban o los cuerpos esbeltos de mujeres que me han rodeado desde que tengo memoria y me hacían creer que eso era La mujer.
“Negar que la injusticia y la opresión son parte de una profunda red donde se reproducen discursos de violencia hacia los cuerpos, es negar hoy una parte sustancial del ser” [2]
Hacernos conscientes de las heridas, de las marcas que dibujan nuestro cuerpo y nuestro habitar en el mismo mundo que nos marcó, es comenzar a hacer revolución del cuerpo.
Manifestar el cuerpo en el arte,
en el activismo o en las formas expresivas que los sujetos encontremos es
comenzar a hacer una revolución del mismo cuerpo y así una revolución de los
afectos.
Se trata de entender los dolores atravesados por todas las intersecciones que
atraviesan la subjetividad. Hacerlos visibles y trabajar desde ellos aún con la
crisis que esto nos conlleva.
[1] [i] Entrevista con Antoine Spire, publicada por Le Monde de l’Éducation, n.° 284, septiembre de 2000,
[2] Martínez Daniela, Diciembre 2019, Fenomenología como ejercicio de educación política, Retiro anual de Eastwest Somatics en la mesa Educación, somática y liderazgo, Zion, Utah