Lo múltiple y lo ajeno

Héctor Ortega

La experiencia es una luz que alumbra solamente cuando quema.
Gloria Arango

Cuando empecé a escribir encontré que había un mundo fascinante que no conocía. Y yo creo que empecé a escribir cuando empecé a leer. O algo así. Aunque aprender también siempre fue algo que me costó trabajo. Yo iba aprendiendo cosas, las cosas venían y yo las aprendía una tras otra, las cosas importantes: el aire y el agua, la alfombra y el fin de los tapetes ahí donde iniciaba el piso y el frio, la noche y el miedo, los ronquidos y el terror, la mirada de mi madre y el calor, el calor que reconforta y, a veces calma; la comida que se hacía fría y las ganas de jugar, de no comer, lavarse las manos lo más rápido posible nomás para tenerlas mojadas y enseñarlas así como prueba de haber cumplido un requisito que nunca entendí (uno de tantos), pero con el que tenía que cumplir.  Me costaba, y me cuesta, sobre todo aprender esas que así van a ser siempre, que no van a cambiar. Y estar obligado a recordarlo, pa acabarla de chingar, diría mi papá. Esas cosas que iba aprendiendo, y que sigo tratando de aprender porque no hay manera de que las aprehenda, son de relevante importancia, no se trata de meras anécdotas recordadas de manera suntuaria; se trata del fundamento de la vida, de poder preguntarse para qué el saber, para qué poseerlo (si eso fuera posible aunque sabemos que desde luego no lo es), si toda la filosofía, el psicoanálisis, la historia y el fut no nos sirven para vivir creo que no sirven, se convierten en una cárcel invisible que nos convoca tener razón, obsesiva, de manera compulsa y culposa, adictiva y, a veces, irrefrenable. Nietzche construye sobre parajes parecidos: “Tales cosas ordinarias (alimentación, lugar, clima, recreación, toda la caustica del egoísmo) son inconcebiblemente más importantes que todo lo que hasta ahora se ha considerado importante. Aquí es preciso aprender a cambiar lo aprendido.”[1]

¡Aprender a cambiar lo aprendido!… eso sí es un desafío, aprender a cambiar lo aprendido no se trata de desaprender, sino partir de lo a-prendido (me gusta pensar en lo que ha prendido, lo que es fuego, lo que quema y alumbra) y tener el valor de cambiarlo, aunque que no sepa cómo, aunque me cueste hacerlo; cambiar cosas que, sin darme cuenta, doy por hecho que no podría cambiar: aprender a cambiar mi saber leer, escribir y caminar; mirar y morir, tomar agua, ambicionar y amar. Tomar el riesgo que propone Nietzsche, pensar en eso de ¿qué es lo que alimenta?, cómo eso nutricio tomará un espacio, un lugar; cómo ese motor genera un clima, unos climas que re-crean, mueven a devenir algo. Riesgo que nos arroja a la caustica del egoísmo, porque ahí tendíamos que despojarnos de la pretensión de lograr una pátina intelectual. La caustica egoísta, lo caustico como aquello que quema, una fuerza de naturaleza humana-sexual, humana demasiado humana, demasiado sexual-humana. Pensar que no todo lo sexual es humano, pero que todo lo humano es sexual y que podría, mediante una voluntad de poder, estar comprometido con la caustica egoísta, compromiso vital que obliga a una mirada alejada de falsos “principios”, podría interpretarlo así.

Recuerdo. No sé si de verdad recuerdo o invento, a la mera hora no importa porque estoy seguro de que todo lo que recuerdo tiene una enorme franja de cosas que estoy inventando, adornando o de plano hasta mintiendo, son mentiras porque las presento como cosas que sucedieron y yo tengo claro que esta cosa o aquella no pasó, o no pasó, así como te la cuento. También sospecho que cuando creo que estoy inventando -creando- en realidad lo estoy recordando, aunque no recuerde el recuerdo; hay algo ahí metido, soterrado, que emerge a manera de invento y permite que me engañe pensándome como creador de algo que me resulta, múltiple y ajeno, que por cierto es el tema de estas líneas: tratar de mirar lo que me es múltiple y propio y lo que me es múltiple y ajeno; singular y plural al mismo tempo. El intento incluye explorar algunas vías comunicantes entre Nietzsche y Bataille. Creo poder ver con cierta claridad que Bataille leyó, y bien leído, a Nietzsche; y también Nietzsche leyó muy bien a Bataille, aunque no se toparon en la vida creo que es posible decir que se conocieron; ya sé que cronológicamente esa última idea es no solo imposible sino absurda… y es así (absurdo e imposible) hasta que volvemos a pensar ¿qué es leer?, ¿a quién escucho cuando leo?, ¿quiénes escriben cuando escribo?, ¿escribo o reescribo sin darme cuenta?, ¿reescribo ideas múltiples que me pertenecen o reescribo lo ajeno sin saberlo?, entonces este escribir, el mío ¿no es más que una forma de releer sin saberlo?, ¿cómo aprender a escribir?, ¿cómo no olvidarlo?. Esas preguntas me llevan a muchos lugares entre ellos dos, entre Friedrich y Georges, y me llevan también ahí a este esfuerzo de relectura-escrita.

Recuerdo.  Y te voy a contar que ahí en el recuerdo que invento mientras vuelve a mí la imagen-imaginaria, veo clarito el agua del escusado, yo entonces muy niño, con pocos años, como de dos o tres no más. Me provocaba una fascinación mirarla porque en el momento que yo decidiera podía tocarla, estaba ahí transparente y nítida, sobre todo me parecía fresca. Para mí no era el escusado que es ahora, no era el sitio de los desechos; yo no era todavía una persona con la mirada en el pensamiento escatológico, ese de las causas últimas, de la mirada al abismo de lo deshecho, de los desechos, de la muerte como antro de la vida; no era un romántico todavía… o quizá sí pero no lo sabía, quizá en la mirada absorta en el agua del escusado estaba ese germen, mirando el agua quieta, inmutable, que a un tiempo era sólida y suave, líquida y fresca, sutil y brutal.  

Tal vez lo romántico estaba en esa fascinación por lo final, lo deshecho, el antro, entraña, la muerte como umbral de la vida, espacio en el que las vidas, mis vidas, serían posibles.

El final decrépito (no decadente) que hace posible que los trayectos sean.  

Trayectos de los que te hablaba hace rato, el del final del tapete y el frio, el ronquido y el espanto, el del vómito fácil. Trayectos que se van haciendo cosas en el cuerpo; cosas que importan. Que se van haciendo otras cosas, transduciendo en otras y luego en otras más, algo así como en devenir:

Preferiría ser un sátiro que un santo (…) “Mejorar” la humanidad sería la última de mis pretensiones, derribar ídolos (“ídolos” es la palabra que utilizo para decir “ideales”) eso sí forma parte de mi oficio (…) el error (el creer en el ideal) no es ceguera, es cobardía (…) no refuto los ideales ante ellos simplemente me pongo los guantes, Nitumur in vetitum [nos lanzamos hacia lo prohibido]: bajo ese signo mi filosofía vencerá un día.[2]

Ese riesgo corre Nietzsche (el bigotón como le decían en las calles, según la versión de un sujeto anónimo, de rostro y gestos desconocidos) en uno de sus últimos libros: Ecce Homo, título que quiere decir algo así como “aquí está el hombre”, frase que utilizó Pilatos al presentar a Jesús -queriendo mostrarlo como un hombre común- a la multitud ávida y demandante del espectáculo sangriento que resultó inolvidable; parece que desde el título Friedrich nos convoca a olvidarnos de nuestra supuesta naturaleza divina. Convoca a ese olvido deliberado y consecuente rechazo como sendero para aspirar a llegar a ser lo que se es. Ese quizá sea el riesgo más grave: renunciar a la pretendida “naturaleza”, renunciar al idealismo erróneo (el gran error no errático, sino al contrario: unívoco) platónico-socrático, renunciar a las verdades ascéticas sacerdotales de la filosofía que lo precedió. La re-enuncia está presente a lo largo de ese texto, propone la posibilidad de volver a enunciarse, escribirse y nombrarse. Nietzsche mira ese mundo en el que se plantean ideales no como un error producto de no darse cuenta, sino como cobardía ¿por qué?, la respuesta no obvia. La idea que subyace es que ese mundo ideal, que nos es ajeno, inalcanzable y al que deberíamos aspirar como premio por ser buenos, nos entrega un mundo de valores y estrategias que disuelven el riesgo de comprometer la existencia con la caustica egoísta, nos colocan en permanente falta, tuercen el derecho a la voluntad de poder:

detrás de nuestra voluntad de verdad nos topamos con nuestra voluntad de poder, de determinar las condiciones de conservación y selección de un modo de vida (…) la verdad es una balsa pequeña para mantenernos a flote frente al constante devenir… tras la máscara de la verdad Nietzsche encuentra nuestra humana, demasiado humana necesidad de crear un mundo habitable.[3]

Tal como lo presenta Virgina Cano, detrás de esas verdades está la voluntad de subyugar, de poder refrenar. La voluntad de poder, en esos términos, podría servirnos para asumir el permanente múltiple e inapresable devenir o para construir verdades inmutable universales-ideales que nos permitieran gestionar la angustia que la existencia produce.  Esos ideales habrían de ser combatidos arrojándose a lo prohibido, trasgredir y es en esa afirmación “bajo ese signo mi filosofía vencerá un día” en la que pienso que Friedrich leyó a Georges y viceversa; no solo como una quimera imposible sino como una posibilidad del signo filosófico, para plantear ese posible salto a lo que verdaderamente está prohibido, la transgresión se vuelve sendero, eso situado más allá de la moral, más allá del bien y del mal.  

Mirar así la muerte y la existencia (la propia [múltiple] y la ajena), no solo nos libera de los ideales ascéticos: nos convoca a la vida, a decir sí a la vida, en medio de otros valores, valores dionisiacos, valores mirados comolo otro que vale; sin dejar de lado lo apolíneo, como límite y norma necesario para tener la medida y el tempo (ritmo diría Friedrich). No como lo que se vale.  No lo que algo innombrable nos permite si pagamos con la cancelación de lo que podríamos llegar a ser. (Ahí miro, en la lectura de lo que reescribo, a Bataille que,” Lo que tiene valor ya no será lo mismo; esa experiencia caustica, la de la quemadura

Y en el juego angustioso de un espejo frente a otro 
cae mi voz 
y mi voz que madura 
y mi voz quemadura 
y mi bosque madura 
y mi voz quema dura[4]

La voz que re-enuncia y madura mientras quema, no como excepción liberadora, sino como caustica que nos puede liberar de la excepción.   

Podría pensar entonces que Nietzsche estaba leyendo lo que Georges escribía veintiocho años después de su muerte:

(…) todo aquello que está ligado a la sexualidad profunda, por ejemplo: la sangre, el terror súbito, el crimen, el ahogo, todo lo que destruye indefinidamente la beatitud y la honestidad humanas. Vi por vez primera esa contracción muda y absoluta (que yo compartía) el día que se sentó sobre el plato de leche.[5]

Dos valores ascéticos desterrados de un sentón: la beatitud (y con ello lo recto, de una pieza, lo monolítico) y la honestidad. Un atrevimiento enorme como propuesta y manifiesto: La honestidad humana es vista, quizá por primera vez, como algo por destruir; desde luego que, si participamos de la feria no monolítica, este atrevimiento no nos está llamando a ser deshonestos (intento tan poco probable como su contrario), sino a buscar otra vía: quizá a tener el arrojo de sentarnos en un plato de leche.

Vuelvo al relato del infante  (aquellos o aquellas que no pueden hablar porque no saben hacerlo – quizá las plantas sean infantes, no lo sabemos porque en una de esas somos sordos y sordas, a un habla que nos habla y a la que no podemos escuchar… por ahora -) sé ahora que, aunque entonces no lo supiera y no lo pudiese nombrar, aunque no hubiese aprendido a nombrar nada todavía, el escusado era otro tipo de espacio al que es hoy, un espacio en el que había agua a mi alcance, y eso era lo que sí había aprendido: había un pequeño espacio donde el agua habitaba a mi alcance, el agua quieta, como en un plato. Se me confunde el recuerdo y la invención, porque mi papá me contaba -años más tarde- que debían tener cuidado con dejar la puerta del baño abierta, porque si lo hacían, si el descuido imprescindible, inevitable, vital y catastrófico ocurría, yo me colaba sin hacer ruido, buscando ese pequeño oasis que todavía no usaba como el baño, al que ahora voy, lo usaba de otra manera: como objeto del placer.

Creo recordarlo, (ya sé que repito esto de que tal vez no lo recuerdo, sino que lo construyo o las dos cosas, invento o de plano miento, digo de a de veras pedacitos y alguna que otra cosa más que no puedo ni nombrar) recuerdo que miraba la puerta abierta y yo bien sabía que no querrían que entrara, era un espacio que estaba prohibido, no era un sitio en el que debiera estar, desde luego que no entendía por qué, pero lo sabía prohibido. Eso -entender- desde entonces y hasta la fecha también se me ha complicado, de muchas cosas, sobre todo órdenes y mandatos, imposiciones, reglas, normas, incluso leyes e instructivos, manuales y recetas; no entiendo casi nunca por qué solo así. Pienso que se trata de unas voluntades que me son ajenas, se quieren imponer, fijar, plantar como verdad con raíz incuestionable. Algo, que también me es ajeno, les asiste, les da la legitimidad y poder para mandar y dictar y, en su caso, penalizar al que no cumple, respeta u obedece, de esa manera sospecho que va emergiendo lo múltiple y lo ajeno, se hace presente en una lucha de voluntades de poder confrontadas en arenas de conflicto casi invisibles:

La moral de animal de rebaño una especie de moral humana, al lado de la cual, delante la cual, detrás de la cual son o deberían ser posibles otras muchas morales, sobre todo morales superiores. Contra tal “deberían”, se defiende esa moral, sin embargo con todas sus fuerzas: ella dice con obstinación e inflexibilidad: “! Yo soy la moral misma y no hay ninguna otra moral!”.[6]

Resulta muy potente darse cuenta de Friedrich publicó esto en 1866, en el texto Más allá del bien y del mal, y que pasaron sesenta y dos años para que Bataille publicara, con un seudónimo que protegía su integridad como intelectual y bibliotecario, La historia del ojo. Frente a la transgresión Bataillana la moral sigue diciendo “!Yo soy la moral misma y no hay ninguna otra moral!”. Lo monolito, lo único, lo duradero.

Recuerdo ese día inaugural, pero en realidad no lo recuerdo, al menos no totalmente, pero se lo creo, se lo sigo creyendo, a mi papá que me lo contó con una enorme sonrisa dibujada en la cara, porque él tenía esa habilidad que poca gente tiene, se dibujaba voluntariamente cosas en la cara nomás cambiando la expresión (era un artista sin arte).  

De pronto escuché que te metiste al baño y dejaste la puerta abierta, ya pa´ cuando miré estabas parado enfrente de la taza, con verdadera emoción tomaste agua con las manos y te la echaste de un jalón, al final hiciste un gesto de placer y salió de tu pecho un profundo ahhhhhhhh; por un momento pensé que debía de estar rica. Luego luego reaccioné y te saqué del baño, diciéndote algo así como chamaco cochino. Tu mamá preguntó qué pasaba y le conté. No sé si te dio una nalgada, que no me sorprendería porque bien merecida te la tenías, no dejabas de mirarme entre asustado y enojado. Desde ese día teníamos que andar con cuidado para no dejar la puerta del baño abierta, no fuera a ser que al niño le diera sed.

Recuerdo, eso sí con nebulosa claridad, el susto y el espanto. Ser sorprendido, súbitamente levantado, suspendido en el aire, apretado por el estómago y la espalda, las costillas, el hígado y todas esas cosas que en verdad no sé si existen; la fuerza de los brazos ajenos, de ideas y palabras, gritos y alarmas que no entendía; llevado en vilo y regañado, insultado, recriminado y poseído; sin comprensión alguna de lo que ocurría. Yo sé que, seguramente, te parece que no es un acontecimiento lo suficientemente importante para comentarlo, y traerlo por aquí para tratar de pensar en aquello de lo múltiple y lo ajeno, Bataille y Nietzsche, la academia y, sobre todo, tomar tu tiempo. Por eso recurro, casi de manera desesperada (es decir casi sin esperanza) al amigo Jacques (que por ahí verás que también leyó de estas cosas):

Es preciso hablar aquí del acontecimiento im-posible. Un im-posible que no es solamente imposible, que no es solamente lo contrario de lo posible, que es también la condición o la ocasión de lo posible. (…) Eso quiere decir que el acontecimiento en tanto que acontecimiento, en cuanto sorpresa absoluta, debe caerme encima. ¿Por qué? Porque si no me cae encima, quiere decir que lo veo venir, que hay un horizonte de espera. En la horizontal lo veo venir, lo pre-veo, lo pre-digo y el acontecimiento es lo que puede ser dicho, pero jamás predicho. Un acontecimiento predicho no es un acontecimiento. Me cae encima porque no lo veo venir. El acontecimiento, como el arribante, es lo que verticalmente me cae encima, sin que pueda verlo venir: el acontecimiento no puede aparecerme antes de llegar sino como imposible.[7]

Lo que te cuento es mucho más y mucho menos que una anécdota: se trata de la posición de una persona frente a la taza del baño y la fuerza de una moral que arrebata la posibilidad de mirar de una manera distinta ese pequeño charco de agua cristalina. Es moral que se sustenta sobre un planteamiento de una “verdad” casi científica: “esa agua está sucia”

Sucedió entonces que después de ese acontecimiento, del arrebato y posesión de mi cuerpo, mi relación con la pequeña alberca cambió, mi relación con las cosas y los otros se modificó, cambiaron los sentidos; por ignorancia o ingenuidad yo no esperaba que algo así ocurriera, a partir de ese acontecimiento –en términos Derridianos- en adelante iba a necesitar un doble momento: la puerta abierta y el descuido, que me dejaran de cuidar, es decir que la vigilancia se relajara por un tiempo. Y no es que la casa (es una forma de decir, en realidad se trataba de un departamento en la colonia Cuauhtémoc del entonces Distrito Federal) en la que convivía con mi familia, (que se componía de la siguiente manera: mi hermano mayor -primer vigilante-, mi papá -espía infiltrado- y mi mamá -jefa suprema de vigilancia-) fuera un espacio especialmente duro, estricto o impenetrable. Trataban, le echaban ganas, pero también eran laxos y cariñosos. No todo el tiempo, pero sucedía el amor.  Así que yo, como te decía, esperaba el doble momento, el descuido y la puerta abierta; no siempre estaba de par en par, muchas veces estaba entreabierta; pero eso bastaba. Al mirarla yo sentía una alegría en el cuerpo, un impulso, que me llenaba de ilusión y rompía el hastío de una tarde cualquiera de verano o primavera, un impulso que me permitía decir sí (aunque no lo dijera). Ese sí de Friedrich: “El decir sí a la vida incluso en sus problemas más extraños y duros; la voluntad de vida que se regocija en su propia abundancia inagotable.”[8]

Con ese sí hecho cuerpo entraba a ese espacio de mosaicos blancos, de piso frio y gris, en el que las ventanas eran de vidrios esmerilados, de esos por los no puedes ver ni para fuera ni para dentro, espacio en el que el sonido infinito de una gota cayendo nunca faltaba; recuerdo la sensación de mis manos en el borde de lo que ahora puedo nombrar la taza del baño y mirar el agua. Fascinado, antes del pasaje al acto, pasaje distinto a aquel inaugural: ahora se trataba de la posibilidad de transgredir.

Ahora, ya de bien adulto, de repente lo hago, cuando voy a mear y no ando que me anda, me paro enfrente de la taza y me quedo viendo el agua por un instante, es algo que me calma, que me regresa a un espacio en el tiempo, a un sí en otro tiempo. Algo así como lo que describe Bataille: “Con una mirada que le gozo inmoderado había vuelto fija (…) agujero rectangular que penetraba en la noche opaca y abría ante nuestros ojos rotos el día sobre un mundo compuesto de relámpagos y de aurora.”[9]

Yo creo que ese acontecimiento del que te hablo dejó una impronta en mí que hace que tenga unas formas peculiares de acercarme a conocer. Da unas condiciones que hacen posible que tienda a pensar en lo múltiple ahí donde parece que solo hay un escusado, en el que no parece haber vida ni placer, alegría, pasión y sorpresa. ¿tendría sentido escribir sobre esto?, ¿encontrar entonces cuándo aprendí a leer?, ¿qué es leer?, ¿cuándo empecé a escribir?, ¿empecé?

En La historia del ojo se presenta esta lucha contra lo ascético, la moral que trata de impedir que en esa transgresión se encuentre un mundo compuesto de relámpagos y aurora: un mundo vivo y en movimiento, deviniendo. No se trata de una historia verdadera, desde luego que Bataille renuncia a la búsqueda de la verdad, él sabe que su relato es una metáfora y no quiere olvidar que lo es; ahí encontrará su fuerza y sentido, en el riesgo de re-enunciar: Cosa curiosa, ese acontecimiento me devolvió el valor. Alguien iba a venir, era inevitable; pero no pensé ni un instante en huir o acallar el escándalo. Al contrario.[10]

Bataille batalla, no se escapa, no se rinde, ni se entrega, tampoco va. No viene. Se queda ahí, no es fácil ese ocio frente algo muerto, frente a lo inerme. Como el deseo que tampoco se va, sí viene y nunca llega. Lo leyó en algún lado, ya muerto, cuando alguien ya no iba a venir. Pero ahí sabe bien a quien espera, probablemente se lo contó Nietzsche:

(de) Los hombres principales, (esos son los que vienen para Bataille) la diferencia es palpable. A esos presuntos “principales” no los considero siquiera hombres, para mí son desechos de la humanidad, engendros de enfermedad y de instintos vengativos; son simplemente monstruos funestos y, en el fondo, incurables que se vengan de la vida.[11]

Los monstruos funestos son los “principales”, los hombres de poder y verdad, los que han depredado la vida en nombre de la verdad monolítica, empotrada, inmutable; y Friedrich nos da una pista que habría que seguir: “de instintos vengativos… se vengan de la vida”. Se ha negado el devenir en nombre de un mundo que debemos alcanzar. La fuerza del relato de “La historia del ojo” nos lleva al despeñadero, a una caída que parece no tener sentido ni rumbo. El “legítimo derecho a la venganza” se establece como ley y esta legitima la barbarie.

Gilles, hablando de lo que pensó Friedrich puede ayudar esclarecer:

Nunca encontraremos el sentido de algo (fenómeno humano, biológico o incluso físico), si no sabemos cuál es la fuerza que se apropia de la cosa, que la explota, que se apodera de ella o se expresa en ella. Un fenómeno no es una apariencia ni tampoco una aparición sino un síntoma que encuentra su sentido en una fuerza actual (…) el sentido es pues una noción compleja: siempre hay una pluralidad de sentido, una constelación, un conjunto de sucesiones.[12]

Deleuze aborda a Nietzsche para hablar del sentido, y retoma la idea de las fuerzas que se apropian de las cosas, la pugna de las fuerzas que no provocan síntesis sino pluralidad de sentido: lo múltiple, que se presenta como fenómeno, la alteridad como ese fenómeno que encuentra sentido en esa pugna de fuerzas, de voluntades de poder, miradas como apuntamos arriba: con el propósito de subyugar en aras de construir un mundo propio, apropiado, casi privado. Las voluntades de poder que se encuentran y desencuentran, provoca la pluralidad de sentido, el conjunto de sucesiones que van a constituir al sujeto en devenir, un ser no acabado, im-posible.

El acontecimiento (Derrida) revienta las fuerzas, las hace explotar y los sentidos comienzan el viaje plural, en sentido contrario a la concepción monolítica que pretende que el baño es solo un baño, y el escusado un espacio sucio. Tomar agua de la taza y disfrutarlo es algo que no se debe hacer, sin embargo, a partir de aquel día yo acechaba el momento para el encuentro. Una partida en la que lo que está en juego es la libertad, la sed, el espacio del placer y el derecho a ser desecho. Del otro lado está la fuerza del orden y la costumbre, hay un saber que domina y manda, con sus múltiples sentidos que están también ahí, aunque parezcan invisibles; hay una metáfora sobre lo limpio y lo sucio que ya olvidó que es metáfora y se plantea como verdad inmutable, inalterable, incuestionable. No habrá síntesis hegeliana posible. Deleuze, leyendo a Friedrich, nos regresa a la tierra de los sentidos:

Y la muerte de aquel Dios que decía ser el único, es en sí misma plural: La muerte de Dios es un acontecimiento de sentido múltiple. Por eso Nietzsche no cree en los “grandes” acontecimientos ruidosos, sino en la pluralidad silenciosa de los sentidos en cada acontecimiento. No hay ningún acontecimiento, ningún fenómeno, palabra ni pensamiento cuyo sentido no sea múltiple: Algo es a veces esto, a veces aquello, a veces algo más complicado, de acuerdo con las fuerzas (los dioses), que se apoderan de ello.[13]

Para la pluralidad silenciosa de las poli-voces que producen poli-sentidos, no es necesario el ruido ni el estruendo, la vida deviene en cualquier acontecimiento cuya importancia y potencia no estriba en la pompa o el espectáculo, no requiere ser visto ni legitimado, no crece con la cantidad de likes ni seguidores, de hecho, podría estar ahí, en las redes. Lo múltiple convive con las cosas que suceden, que se encuentran en devenir, en el choque de las fuerzas, en la tensión.

En medio está la Transvaloración de todos los valores que propone Nietzsche como una tarea colosal:

En una transvaloración de todos los valores, en el emanciparse de todos los valores morales, en un decir sí y tener confianza en todo lo que hasta ahora ha sido prohibido, despreciado maldecido. Este libro (¿La historia del ojo?)  – que dice sí – derrama su luz, su amor su ternura nada más que sobre cosas malas, les devuelve otra vez “el alma” la buena conciencia, el alto derecho y privilegio de existir. La moral no es atacada, simplemente ya no es tomada en consideración (…) acaso pueda servir de algo en un futuro.[14]

En medio de esa tarea formidable que le da a la filosofía, o a la escritura o al acto de pensar, escribir y leer, de vivir; Bataille responde con el brío de quien ha sido leído, descubierto, encontrado. De quien quiere decir sí a ese “acaso”:

Las gentes honestas tienen los ojos castrados. Por eso temen la obscenidad. No sienten ninguna angustia cuando oyen el grito del gallo ni cuando se pasean bajo un cielo estrellado. Cuando se entregan a las pasiones de la carne, lo hacen a condición de que sean insípidos (…) solo amaba aquello que se califica de sucio (…) que mancha no solo mi cuerpo y mi pensamiento, sino todo lo que es posible concebir, es decir, el gran universo estrellado que juega apenas el papel de decorado.[15]

Un dialogo, un canto de diferentes voces, manos, cuerpos y cadenas que retumban, un intento siempre tardío y necesario; que no aspira al premio o al aplauso sino a una mirada que manche con su sí todo lo que es posible concebir, el universo queda en papel de decorado, de escenario, de espacio donde se habrá de desenvolver la escena.

Y ahí aparece, en la lucha múltiple de las cosas, de las fuerzas que chocan y retornan, de deseos de venganza que chocan unos con otros, (porque en quien transgrede está esa voluntad también) la voluntad de poder. Una poderosa idea de Nietzsche que Gilles explica como una voluntad del orden del querer, del deseo plural de vivir:

La fuerza es quien puede, la voluntad de poder es quien quiere (…) el concepto de fuerza es victorioso por naturaleza (…) este concepto victorioso de la fuerza requiere un complemento y este complemento es algo interno, un querer interno.[16]

Podríamos pensar que la fuerza y la voluntad de poder se re-quieren, devienen en poder querer, será pues la voluntad plural de devenir. La voluntad de poder como la voluntad de dominar, dominar entendido como ese decir sí, voluntad de emanciparse, dominar para entrañar (meternos en las entrañas, propias, múltiples y ajenas) la voluntad de vivir. Sospecho que no se trata del poder de la voluntad tan impulsado en los años ochenta, como “querer es poder”.

Pienso que la voluntad de poder se trata más de poder querer. Poder querer acercarse al agua que ha sido prohibida en aras de una verdad que no se mueve: “esa agua está sucia”.  Y ya sé que todo esto parecer bien raro, porque en realidad esa parece una verdad inapelable: esa agua está sucia, contaminada. Sin embargo, la perspectiva que tenía yo cuando todavía usaba pañal era otra. Si pensamos la perspectiva como el lugar desde el que se mira, es claro que un niño de tres o cuatro años, yo en este caso, miraba desde una altura diferente a la de los otros tres vigilantes, y mi saber era diferente, no incluía la idea de protegerse, de que no había que correr ese peligroso riesgo; había juego y vida, la maravilla del agua contenida, estática, una delgada superficie que podría parecer sólida y se descubre como suave y delicada, materia fresca, vital, emergente. El acontecimiento Derridiano confronta lo múltiple y lo ajeno, dos potencias que luchan; lo ajeno: aquello que es fijo, inamovible, monolítico, una verdad existente. Y la pienso como lo ajeno porque no nos propia, aunque nos la apropiemos. Al principio, en la experiencia con el agua y la taza, no había un acto transgresor, era pura vida y embriaguez, la transgresión vino con la prohibición, y eso le dio un carácter de lucha y arrebato, la prohibición posibilitó la afirmación: hizo que la experiencia ardiera y alumbrara, solo entonces, algo.

Virginia Cano en su lectura de Nietzsche propone:

Tras la máscara de la verdad (y de la mentira) Nietzsche encuentra nuestra humana, demasiado humana, necesidad de crear un mundo habitable, nuestra fuerza inventiva trabajando para producir un mundo que permanece, que no cambia y que, por lo tanto, se vuelve previsible(…) la verdad será comprendida en términos de un proceso inventivo de producción de perspectivas.[17]

La incesante necesidad de crear y creer en cosas fijas, que no se muevan, que no sucedan; no estamos exentos de esa tendencia, no lo están tampoco Friedrich, ni Georges; pero mirar que existe hace posible imaginar otro horizonte. La tendencia a construir relaciones con la alteridad en la que todo, o al menos algo, permanezca inmutable; quizá la norma se constituye ahí, sobre esas necesidades de que el abismo no exista, de que podamos confiar en que hay algo fijo, fijado: Dios, la patria, el honor, la amistad, el amor, la academia o el perdón, la justicia y su reparto, la ley, el toreo “verdad” o la ambición como valor; si todo eso falla volveremos a empezar con la ciencia y el mercado, la hombría o el instinto materno, la autoridad y el pecado, el arte genuino, los maestros y el buen cine.  Habrá verdad, verdades que serán la producción interminable de perspectivas y relatos, de lugares fijos desde dónde mirar. Eso, curiosamente es la producción cinematográfica: una producción de perspectivas que, encadenadas, presentan metáforas, una tras otra, y que el suceder en la pantalla podemos confundir con la verdad. Olvidamos con una naturalidad pasmosa que se trata ficción (es decir una metáfora que pretendió darle forma a algo), podemos pensar la ficción como el múltiple acto de dar

Lo ajeno como la búsqueda de esas verdades uni-formes, uni-versales; lo pienso confrontado a lo múltiple.

Sigo escribiendo este texto que es precisamente un ensayo, me gusta ese nombre, porque es como un comienzo de algo que se ensaya, y se vuelve a ensayar, una y otra vez hasta que esté listo para montarse, o no y se monte igual; como en una obra de teatro o como un tubo de ensayo: asumir la errancia.

¿No vamos errando como por una infinita nada? ¿No sentimos el aliento del vacío sobre nuestro rostro? ¿No hace más frío? ¿No es siempre de noche, cada vez más noches?[18]


Referencias

[1] Nietzche F, Ecce Homo, Editores Mexicanos Unidos, México, 2022. P. 38.

[2] Nietzche F, Ibdem,  Pp. 8,9.

[3] Cano V. , (2015) Nietzsche, colección La revuelta filosófica. Ed. Galerna, Buenos Aires, Argentina. P. 33.

[4] Villaurrutia J. Nostalgia de la muerte – Nocturno en el que nada se oye. Fondo de Cultura Económica, México, 2014. P 18.

[5] Bataille G, La historia del ojo, Editorial Fontamara, México, 2019. P. 30.

[6] Nietzche F, Mas alla del bien y del mal, BoekMéxico casa editorial, México, 2018, Pp 120-121.

[7] Derrida J.,Palabras de Jacques Derrida en el seminario: «Decir el acontecimiento ¿es posible?», realizado en el Centro Canadiense de Arquitectura, el 1º de abril de 1997. http://proxectoderriba.org/cierta-posibilidad-imposible-de-decir-el-acontecimiento/

[8] Nietzche F, Op Cit P. 51.

[9] Bataille G, Op Cit, P. 54.

[10] Bataille G, Op Cit, P. 40.

[11] Nietzche F, Op Cit P. 39.

[12] Deleuze G, (1996) Nietzsche y la filosofía. Ed. Anagrama, Barcelona España. P 11.

[13] Bataille G, Op Cit, Pp. 76-77.

[14] Nietzche F, Op Cit P. 64.

[15] Bataille G, Op Cit, P. 60.

[16] I Deleuze G, Op Cit  P. 75.

[17] Cano V. , Op Cit Pp 33-35.

[18] Nietzsche F., (2008) Asi habló Zaratustra- El adivino. Alianza Editorial, México. P.125.


Bibliografía

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