La vivencia del tiempo y su relación con el pasaje al acto.

Ana Laurencio Zarak Quintana

La vivencia del tiempo y su relación con el pasaje al acto.

Fausto

Ana Laurencia Zarak Quintana

Seminario: Tiempo, Memoria y Violencia

 

Introducción

El concepto de tiempo ha suscitado múltiples cuestionamientos a lo largo de la historia. Entre las definiciones que podemos encontrar, destacamos las siguientes: “período determinado durante el que se realiza una acción o se desarrolla un acontecimiento.”[1] “Magnitud física que permite ordenar la secuencia de los sucesos, estableciendo un pasado, un presente y un futuro, y cuya unidad en el sistema internacional es el segundo.”[2] “Duración de las cosas sujetas a mudanza.”[3] Estas ilustraciones etimológicas, entre tantas otras, hacen énfasis en el transcurrir de un periodo determinado o indeterminado, la sucesión de estados, la realización de acciones o acontecimientos y la presencia del tiempo cronológico que marca pautas entre el pasado histórico, el presente y lo que queda por venir. ¿Acaso existe la posibilidad de pensar el tiempo de otro modo?

Por más preciso que se manifieste en las definiciones anteriores, el concepto de tiempo ha suscitado múltiples interrogantes entre los filósofos a lo largo de la historia. Como bien menciona Aristóteles: “Es difícil concebir que participa de la realidad algo que está hecho de cosas que no existen.”[4] En palabras de San Agustín: “Si nadie me lo pregunta, lo sé; si me lo preguntan y quiero explicarlo, no lo sé.”[5] Estos cuestionamientos persisten hasta las épocas actuales. Martin Heidegger en su obra Ser y Tiempo (1924) nos reveló cómo la temporalidad es una esencia del ser: “¿soy yo mismo el ahora y es mi existencia el tiempo?”[6] Duda que el filósofo intentó aclararse minuciosamente estudiando el ser-en-el mundo y su relación con la muerte. Heidegger nos permitió entonces relacionar la importancia del tiempo con el psiquismo y con la esencia misma del sujeto.

 

Sigmund Freud también le había dado importancia a la presencia del tiempo en el psiquismo, relacionándolo con la economía psíquica, con las inscripciones en los distintos sistemas de registro y con la constitución del sujeto. Planteaba que el inconsciente tiene una dimensión atemporal, a diferencia de la consciencia humana que se encuentra determinada por el reconocimiento del tiempo cronológico. Pensar el tiempo en la obra de Freud revela la relatividad del mismo y, principalmente, la primacía de la realidad psíquica sobre la objetividad temporal de nuestros relojes.

 

Más de 100 años después de los planteamientos de Sigmund Freud y Martin Heidegger, nos encontramos ahora recorriendo los pasillos de un reclusorio psiquiátrico para dar con Fausto, quien se encuentra encarcelado debido a que tiempo atrás cometió un crimen en el cual asesinó a su entonces pareja. ¿Cómo lo hizo? Ni él lo sabe. Durante el crimen Fausto dice haber perdido total control de sí mismo y haber entrado en un estado disociativo. Este suceso le resulta casi imposible de elaborar debido a sus implicaciones psíquicas, pero es a partir de un trabajo clínico pautado, la transferencia continua y la presencia de una mirada fuera de prejuicios que Fausto logra, poco a poco, nombrar este evento traumático que revolucionó su vida para siempre.

Durante sus sesiones terapéuticas Fausto cuenta, avergonzado, que no fue culpado por el suceso hasta más de una década después de haberlo cometido. Al no recibir consecuencias por sus acciones quedó paralizado y desbordado por un trauma que se manifestó en la perpetuidad. Fausto dice que estos años los vivió en un tiempo congelado, marcado principalmente por sus numerosos intentos de suicidio. ¿Qué nos permite el estudio de este caso en relación con el análisis de la temporalidad? ¿Cómo entender los tiempos del inconsciente y su influencia en todo sujeto? Estas preguntas nos conducen a plantear nuestra problemática central: ¿Se puede justificar la primacía de la realidad psíquica y su relación con la temporalidad a partir del estudio del pasaje al acto?

Tales interrogantes trataremos de responderlas a lo largo de este ensayo desde un enfoque psicoanalítico, teniendo como referencia a Sigmund Freud, Jaques Lacan, Jaques Derrida y Sylvie Le Poulichet. Se comenzará por presentar nuestro caso y el ambiente que lo acoge (I), para luego hacer un análisis de los tiempos de la psique (II) y sus implicaciones en el pasaje al acto (III).

 

  1. Presentación del caso

Perpetuidad del (no)lugar

El centro de rehabilitación donde se encuentra recluido Fausto recibe a pacientes psiquiátricos que están cumpliendo una sentencia por delitos de diversas naturalezas. Alberga específicamente dos poblaciones de pacientes: aquellos que desde el juicio han sido juzgados como inimputables (no responsables del acto cometido debido a un juicio de realidad alterado durante la comisión del mismo) o aquellos internos que, en necesidad de tratamiento psiquiátrico, son consignados por un tiempo determinado a ser tratados y observados en un centro de salud especializado.

El centro en cuestión responde, por un lado, al reglamento estricto del sistema penitenciario y, por el otro, al control psiquiátrico de los centros de salud pública. Todo interno-paciente debe dormir entre barras, pasar lista, ingerir obligatoriamente sus medicamentos, someterse a un diagnóstico, cumplir con un plan de rehabilitación detallado, presentarse ante los juzgados. El psiquiatra ejerce poder, el custodio ejerce poder, el psicólogo ejerce poder, el criminólogo ejerce poder… el tutor tiene la palabra, el juez la decisión final. Nos preguntamos entonces: ¿dónde quedó el sujeto?

Cuando se visita el reclusorio psiquiátrico referido todo pareciera congelarse; el tiempo transcurre de forma distinta. El recuerdo de visitas anteriores se confunde con la similitud de las presentes; presencias pasadas que abren a la repetición perpetua de lo que está por venir. Tan sólo la degradación de los muros y las alteraciones inminentes en los cuerpos revelan que el contexto que invade el mundo perceptivo es siempre distinto: sobre todo porque devela los desgarros del tiempo transcurrido que van dejando cicatrices en la población. ¿Qué hay de esos sujetos de-sujetados[7]?

A distancia se percibe fugazmente que algunos de los interno-pacientes hablan solos; pocos dialogan entre sí en conversaciones que comúnmente se merman de sinsentido. Al mismo tiempo evadimos la mirada de quienes se bañan en duchas colectivas al aire libre. Se perciben cuerpos desnudos, cuerpos vestidos del mismo color, cuerpos rapados; seres hablantes, delirantes, deseantes; la mayoría, abandonados. Entonces nos vemos acosados de interrogantes: ¿qué hay de la historia y la memoria que impregna a estos cuerpos de-sujetados?, ¿qué o quién los nombra y los construye?, ¿qué lugar de la compleja red significante ocupan los archivos criminales?, ¿cómo inciden los romances familiares?, ¿qué hay detrás de aquellos actos que los marcaron socialmente con la definición misma de la locura y el encarcelamiento? Encarcelamiento significante, encarcelamiento corporal, locuras atenuantes.

Muchas veces, en aquellas visitas fugaces, la angustia impide reconocer la importancia de la mirada frente a todo aquel que se encuentra deambulando, una mirada sin prejuicios que podría dejar secuelas en la re-constitución misma de todo sujeto. Pero más allá de la mirada se encuentra también la posibilidad de escuchar la palabra que atraviesa el cuerpo de cada uno de estos personajes: palabras llenas de historia, muchas de ellas desorganizadas, historias que a su vez revelan las huellas que han marcado la subjetividad y el dolor de su existir. Algunas de estas historias nos permiten percibir la relatividad del tiempo, su relación con el trauma y el anacronismo de los tiempos psíquicos que desgarran a aquellos cuerpos.

Fausto pasa la mayor parte de su tiempo dibujando. Todos sus dibujos están realizados con un abundante simbolismo relacionado a la escrituración de su propia historia. Pero más allá de su mundo imaginario, Fausto es un hombre carismático y amigable. Es también monitor de los más discapacitados a quienes ayuda con su higiene personal. Esta labor mitiga, pero no evita, los olores que emiten los cuerpos carcomidos y desinvestidos: desinvestidura que rebota en el desinterés por uno mismo. Hay épocas en las que Fausto está acongojado y duerme todo el día. Cuando logra salir de su celda camina con la mirada fija en el piso.

 

Fausto y el tiempo congelado.

Es importante mencionar que Fausto ha recibido apoyo terapéutico de alumnos de psicología. Esto ha sido un beneficio para él, al igual que una limitante, ya que las personas que lo atendieron durante varios años fueron presencias temporales, cambiantes, que siempre dejaban un vacío debido a la interrupción temprana del trabajo. Pero fue hasta 2016 que una alumna retoma el trabajo con él y que, al finalizar su práctica académica, decide dar seguimiento al caso y continuar como voluntaria en el centro. Esta presencia ha permitido un avance en la elaboración – en transferencia – de su propia historia.

El análisis clínico del caso fue realizado y elaborado por diferentes estudiantes y esto nos remite entonces a cuestionar en qué tipo de escritura merma este caso ya que, a la autora de este escrito, supervisora en cuestión, le llegaban tan solo las secuelas transferenciales de las palabras resonantes. Es por esto que la elaboración de este escrito es una composición de múltiples escrituras que han atravesado el análisis de este sujeto, escrituras académicas y clínicas que surgen de un trabajo multifacético con nuestro personaje; escrituras también invadidas por un proceso de supervisión y transferencia no sólo con el sujeto en cuestión sino también con la escritora de estas palabras. Este escrito revela que toda palabra impuesta en otro es transgresora, pero gracias a la presentación de las mismas, uno puede también prestar voz a aquellos que han sido silenciados.

La pregunta que abre esta presentación de caso es la siguiente: ¿cómo llenar de palabras ese espacio y tiempo donde lo único que se presentó fue la ausencia misma de existir?

Lo que sabemos sobre la historia de Fausto llega a la supervisora en fragmentos. Hijo único, padre ausente. Siente culpa por el abandono paterno, pero también enojo y desesperanza. Relación arraigada con su familia materna, principalmente con su madre. La madre significa para él todo lo que el padre no fue: una figura de apoyo, protección y cuidado, pero también un símbolo de poder y fuerza. Esta relación tan cercana con su familia materna, y la ausencia de su padre, lo han llevado a poner a la mujer en un pedestal, protegerla y, a la vez, temerles ya que sin ellas no le encuentra sentido a su existencia.

Fausto tuvo la oportunidad de acceder a una educación superior. Menciona también haber pasado por varias terapias y haber sido recibido en psiquiatría en donde se le otorgó un diagnostico con el cual se siente identificado. Su relación con tal diagnóstico, al igual que con sus padecimientos, es racional, utilizándolo como una defensa frente a la confrontación de sus problemas.

¿Qué hay del crimen cometido? Fausto conoce a su pareja durante su juventud. Menciona haber sido sumamente reprimido y humillado por ella a lo largo de su relación. ¿Qué fue lo que les sucedió? Hubo una pelea en la que ella amenaza en abandonarlo. Fausto pierde consciencia durante el crimen, solo recuerda haber huido de la escena. Suele ser detallista, pero cuando relata el suceso desestructura por completo su discurso.

Fausto no fue arrestado al momento del crimen como tampoco lo fue un día, una semana, un mes ni un año después de la comisión del mismo. Fue acusado más de una década después de haberlo cometido. Los años previos a la acusación estuvieron marcado por una gran soledad, desesperanza y por múltiples intentos de suicidio. Vive una existencia escindida entre un antes, un entre y un después. Menciona constantemente que se encuentra sujetado por un “dolor fundamental” y define este dolor como un asco, reflejo del repudio que se tiene de sí mismo.

Nuestro paciente lleva varios meses trabajando su posicionamiento tanto ante el dolor fundamental que lo significa como ante la victimización que lo tiene atrapado en un lugar de objeto desubjetivante. Hacerse responsable de los hechos le ha sido sumamente difícil porque comenzar a significarlos en tiempo y espacio se ha tornado en una tarea colosal. ¿Qué fue lo que vino a significar el pasaje al acto de Fausto? ¿Qué sucede psíquicamente al no haber sido tomado responsable por sus acciones? ¿Qué hay del tiempo psíquico durante el transcurso de estos largos años marcados por una dolorosa existencia que no logra ser interrumpida?

A continuación, haremos un estudio de los distintos tiempos psíquicos para luego adentrarnos en el análisis del pasaje al acto y su relación con la temporalidad.

 

  1. Los tiempos psíquicos

Constitución subjetiva y temporalidad

Desde el primer grito del recién nacido, marcado por el tiempo del nacimiento y por la primera separación del cuerpo de la madre, podemos comenzar a plantear la constitución del ser en relación a la alteridad. Este grito, evento traumático primario, ayuda a plantear la importancia del objeto en la diferenciación que hará el niño entre un adentro y un afuera. Tal distinción se funda a partir de las ausencias del objeto y de las múltiples repeticiones de sus encuentros desgastados, encuentros que escapan a la posesión del objeto deseado. Sylvie Le Poulichet menciona al respecto lo siguiente en su libro La obra del tiempo en psicoanálisis (1996): “Estos gritos que hacen resonar el silencio y que, de manera privilegiada, introducen el cuerpo en la dimensión del tiempo.”[8]

Es a partir del juego del Fort-Da que se refuerza dicha separación, juego que permite al niño convertirse en un agente activo de su propia desgracia. El infante, a través del juego de la bobina, hace desaparecer el objeto amado y así, dentro de un proceso de duelo y goce, define su subjetivación frente a su ausencia. Con este juego ritualizado, comienza a posicionarse en tiempo y espacio de forma más clara, siempre en relación a la ausencia, siempre en relación a la alteridad. Es así que el tiempo engendra la posibilidad de pérdida, pero también, desde un enfoque más complejo, es a partir de este momento que se solidifica la importancia de la alteridad en la constitución misma del tiempo psíquico. En palabras de Le Poulichet: “Justamente en la distancia abierta entre lo Mismo y lo Otro surge la dimensión propia del tiempo humano en el movimiento del deseo como fundamento de la identidad por la alteridad.”[9] La identidad se construye entonces en esa tensión constante y continua con la alteridad, su ausencia y su distancia irreductible.

¿Pero qué sucede en aquellos sujetos donde hay una falta de la ausencia misma? Retomando la teoría de la castración desde lo planteado por Jaques Lacan, el psicótico no ha pasado por un proceso de sexuación que lo delimite debido a que no fue castrado frente al deseo del Otro. Se puede pensar entonces que el niño no logró constituirse claramente en tiempo y espacio debido a que nunca integró la ausencia del Otro que delimita las temporalidades y los espacios psíquicos. Esto nos hace pensar que la ritmicidad que marca la ausencia del objeto está perdida, haciendo que el sujeto se extravíe en una presencia continua del Otro que lo goza y que nunca lo de-limita. Las manifestaciones delirantes nos permiten comprender la primacía de la realidad psíquica, principalmente cuando hay una falla en el principio de realidad que lleva al sujeto a perder noción de la temporalidad y, muchas veces, a ahogarse en un océano de angustia persecutoria.

No sabemos con detalle cuál era la relación de Fausto con su madre, aunque se intuye que fue simbiótica debido a las revelaciones discursivas. Tampoco se tiene claridad sobre el diagnóstico de nuestro sujeto. Se podría sin embargo hipotetizar que hubo cierta falla en la castración, la cual lo llevó a vivirse en un estado de victimización frente a un Otro que lo goza y lo quiere dañar. En el caso de Fausto, este Otro pareciera estar ubicado en su relación con las mujeres que, según lo que él menciona, definen por completo su existencia. ¿Qué habrá del lugar que ocupa el padre en su proceso de subjetivación? ¿Acaso hay un intento fallido de construir un mito originario que lo sostenga frente a la presencia del Otro invasivo? Pareciera que a través de sus dibujos repletos de simbolismo Fausto trata de forjarse una historia continua que lo signifique desde lo metafórico.

Sigmund Freud propuso el mito edípico para pensar la forma con la cual el sujeto reprime el conjunto de representaciones incestuosas y de este modo se sostiene entre identificaciones e ideales. Esta vivencia le permite crearse una temporalidad subjetiva relacionada con la represión de su vivir inconsciente y de su origen siempre en búsqueda de sentido. En palabras de Sylvie Le Poulichet: “El origen es ese momento fuera del tiempo, inaprensible que excede a todo comienzo. Lo que toma figura de origen es la interpretación del comienzo, autorizando la constitución de una historia que no es ni el pasado ni lo vivido.”[10] El tiempo mítico nunca concuerda con el vivir cronológico porque se manifiesta siempre de forma anacrónica, siempre revelando al sujeto su deseo inconsciente. Aquel que revela una falla en el proceso de castración, al ausentarse de la vivencia edípica y al no incorporar una Ley que permita la introducción de un padre simbólico, se encuentra carente de un mito individual que le permita la subjetivación y la creación de un tiempo originario[11].

La constitución del delirio permite que el sujeto pueda intentar reformular una relación con el mundo de los objetos que determine cierto grado de temporalidad. Siendo el delirio una revelación del inconsciente y sus procesos, podemos pensar que no se trata tan sólo de un solo tiempo, sino de un conjunto de tiempos diversos que se manifiestan al unísono y sin cesar. En relación a esto, Le Poulichet menciona lo siguiente:

“En una forma distinta, manifestaciones psicóticas permiten aprehender el estatuto de acontecimientos que no cesan por cuanto ningún tiempo de subjetivación puede detenerlos y por cuanto los procesos primarios invaden el preconsciente (…) He aquí, no obstante, una forma muy especial de acontecimiento que no cesa, que atestigua el fracaso de la represión primaria y de la prueba de realidad. Esta invasión del preconsciente por los procesos primarios se produce por lo mismo que el fantasma inconsciente no mantuvo dentro de su marco el lazo entre el sujeto y el objeto, tras haber sido abandonada la relación con la realidad.”[12]

El delirio revela este inconsciente a cielo abierto que, a través de la palabra y del trabajo de estructuración, lleva al sujeto a realizar un constante esfuerzo para que se elabore el deslice entre las palabras investidas como cosas. Pero, como bien nos instruye la cita anterior, al haber una falla en la represión y una ausencia de subjetivación, los acontecimientos no cesan de transitar en el sujeto, haciendo muy difícil la reformulación del juicio de realidad frente a la invasión de los procesos primarios.

 

Tiempos psíquicos: inconsciente, memoria y acontecimiento

La visión metapsicológica permite estudiar la economía psíquica en su relación con el conflicto pulsional manifestado a través de diferentes espacios tópicos ligados y diferenciados entre sí por la represión. El conjunto de estas instancias y la forma en que las mismas responden a la dinámica anímica ayuda a comprender la primacía de la realidad psíquica y su relación con la temporalidad. En su artículo “El inconsciente”, perteneciente a los textos Metapsicológicos (1915), Freud va a plantear que “los procesos inconscientes son atemporales, es decir, no están ordenados con arreglo al tiempo, no se modifican por el transcurso de este, ni, en general, tienen relación alguna con él.”[13] Aunque esta propiedad es central para diferenciar los procesos inconscientes de aquellos que rigen la consciencia humana y, efectivamente, se puede pensar el inconsciente a des-tiempo, hay autores que proponen lecturas diferentes de esta concepción de atemporalidad inconsciente.

En su libro La obra del tiempo en psicoanálisis (1996), Sylvie Le Poulichet argumenta que los procesos inconscientes no se podrían pensar sin ser relacionados con algún tipo de temporalidad anacrónica ya que hay un movimiento constante de los procesos primarios que no cesan de investir las huellas mnémicas. Es por esto que la autora expone que hay que hacer énfasis en el concepto de pasaje y de transformación para relacionarlo con temporalidades distintas que rigen los diferentes procesos del sistema inconsciente. Esta exposición la conduce a formularse una pregunta clave para entender cómo se construye el inconsciente en relación al tiempo: “¿No se puede considerar más bien que, por el juego de la energía libre característico de los procesos primarios, que todo deviene y nada cesa, pues en ellos nada deviene pasado?”[14] Tales tiempos inconscientes, pasajes o aperturas de múltiples posibilidades, pueden ser pensados como devenires impersonales debido a que nunca devienen pasado, ya que no han pasado a nivel consciente.

Lo que se registra a través del sistema de percepciones son las secuelas dejadas por las huellas que muchas veces caen en el olvido, olvido que no remite a la desaparición, sino que revela la existencia de la represión. Las huellas son almacenadas en el sistema inconsciente como representaciones o quedan inscritas en el sistema preconsciente esperando ser releídas o convocadas a la consciencia a través de la palabra. La inscripción de la huella en la memoria nos lleva a comprender que hay un juego entre los sistemas psíquicos que se da entre investiduras y percepciones.

En respuesta al Proyecto de psicología, obra escrita por Freud en 1895, Jaques Derrida menciona que “la memoria no es, pues, una propiedad del psiquismo entre otras, es la esencia misma de lo psíquico. Resistencia y por eso mismo abertura a la huella que rompe.”[15] Los flujos de la memoria surgen de las percepciones que marcan dolorosamente el abrir-paso de los surcos psíquicos. En relación a esto, Freud había planteado en el Proyecto que lo que se relaciona con la temporalidad es el flujo neuronal. Derrida menciona que en consecuencia esta temporalidad debe ser pensada a partir del “espaciamiento de la periodicidad” y dicha temporalización no sería otra cosa que la diferenciación entre los intervalos discontinuos de los registros. Esto es esencial para Derrida en su concepción de la diferencia ya que menciona que “la diferencia es la articulación del espacio y del tiempo.” [16]

Le Poulichet agrega que “la memoria plural no es otra cosa que una red en la que cada elemento obtiene su valor únicamente por su relación con los demás, entonces nada en ella se conserva idéntico: en cuanto un elemento entra en la memoria, su único recurso para subsistir sería ligarse – en tanto huella- a otras huellas, lo cual implica la posibilidad de que se desplace por este dispositivo anacrónico en el que “fluye” la excitación.”[17] Es entonces, en relación a tal discontinuidad del flujo entre las huellas, que Derrida y Le Poulichet sitúan la importancia del tiempo en el pensamiento freudiano. Derrida agrega que “la temporalidad como espaciamiento no será simplemente la discontinuidad horizontal en la cadena de los signos, sino la escritura como interrupción y restablecimiento del contacto entre las distintas profundidades de las capas psíquicas, el tejido temporal, tan heterogéneo, del propio trabajo psíquico.” [18]

Lo aquí mencionado puede ser complementado con el análisis del sueño. Según Freud, el sueño remite a una escritura originaria que no solamente revela un registro temporal distinto al consciente, sino que nos manifiesta la imposibilidad de traducción y la relación de esta imposibilidad con el tiempo de inscripción.[19] Derrida menciona que

“No hay texto escrito y presente en otra parte, que daría lugar, sin ser modificada por ello, a un trabajo y a una temporalización (la cual pertenece, si nos atenemos a la literalidad freudiana, a la consciencia) que se mantendrían externos a él y que flotarían en su superficie. No hay, en general, texto presente, y ni siquiera texto presente pasado, texto pasado como habiendo sido presente.[20]

Esto nos permite reafirmar el anacronismo temporal que existe en la psique y nos abre a pensar también en cómo la misma marca perceptiva que sujeta al acontecimiento se vive siempre en temporalidades que se inscriben en el trazo de la escritura. Según Le Poulichet, el acontecimiento y su relación con la temporalidad se debe pensar desde su presencia y existencia psíquica: “La orientación de la temporalidad no está referida solamente a un sujeto de la representación, sino a un acontecimiento o a una constelación de acontecimientos psíquicos que conducen sus tiempos propios a través de la historia del sujeto (ciertas palabras, encuentros traumáticos, identificaciones, sueños, síntomas…). Se trata de un esencial descentramiento del pensamiento del tiempo y del cambio, que lleva a despejar los múltiples devenires de los acontecimientos psíquicos que atraviesan a un sujeto y, al pasar, lo modifican.[21]

Los acontecimientos psíquicos son estos pasajes de múltiples temporalidades que atraviesan al sujeto y que pueden crearse en un momento de colisión entre representaciones que, al encontrar un sentido, mueven de lugar al sujeto. “El acontecimiento psíquico susceptible de engendrar un tiempo de recomposición no podría hallarse totalmente constituido, objetivado, ni asignado a un lugar estable. Permanece, pues, en el tiempo más que en el espacio.[22]

Una de las ideas relacionadas al tiempo psíquico que trabaja Derrida en Freud y la escena de la escritura (1967) es la irreductibilidad del retardamiento. Este concepto fue tratado por Freud en El Moisés y el monoteísmo (1937) cuando menciona que una vivencia traumática puede tener un periodo de retardo o latencia y, eventualmente, ser significada a destiempo. Tal concepción que relaciona la escritura de la Historia con la constitución de la temporalidad psíquica nos permite introducir un concepto central para el estudio de la vivencia temporal y para la comprensión de la discontinuidad: el après-coup.

Jean Laplanche y Jean-Bertrand Pontalis definen el après-coup, traducido como posterioridad, de la siguiente manera: “Palabra utilizada frecuentemente por Freud en relación con su concepción de la temporalidad y de la causalidad psíquica: experiencias, impresiones y huellas mnémicas son modificadas ulteriormente en función de nuevas experiencias o del acceso a un nuevo grado de desarrollo. Entonces pueden adquirir, a la par que un nuevo sentido, una eficacia psíquica.”[23] Esta definición nos permite comprender cómo el tiempo psíquico se determina a partir del significado siempre cambiante que se les da a las experiencias. Tales significaciones son huellas que, al ser leídas, cobran un sentido siempre distinto que se abre a la multiplicidad de sus posibles lecturas, muchas de las cuales se significan, a destiempo, desde lo traumático.

El après-coup también está relacionado con la temporalidad cronológica debido a que tiene que ver con la maduración del organismo. Según Freud, el niño vive un primer momento (a nivel cronológico) en el cual el acontecimiento – sexuado – sólo genera placer y es en un segundo momento cuando dicha experiencia viene a releerse desde lo traumático. Esta relectura surge a partir de la maduración sexual que significa la vivencia anterior, pero ahora desde el displacer, la culpa y el dolor. Analizando el concepto, Freud plantea que el primer tiempo psíquico sería el segundo momento cronológico, aquel que hace devenir el acontecimiento a destiempo, desde el traumatismo.

El trauma y su efecto de tiempo

En Conferencias de introducción al psicoanálisis (1916) Freud definió el trauma cómo “un acontecimiento que aporta a la vida psíquica, en un breve lapso de tiempo, un aumento de excitación a un grado tal que la eliminación o la elaboración de esta misma fracasa en su forma normal o habitual, de lo que normalmente se derivan perturbaciones duraderas de la empresa psíquica.”[24] El traumatismo genera una acción en la psique que altera la percepción del sujeto debido a su fuerte impacto a nivel económico. Los traumatismos de la vida ligados al desarrollo de la libido, al après-coup, a la diferenciación sexual y al Edipo, entre otras modalidades, pueden ser aumentados o exacerbados por las vivencias mismas. Tal aumento de excitación hace muchas veces imposible o sumamente difícil la elaboración simbólica del conjunto de vivencias. Los traumatismos no sólo alteran las percepciones del sujeto, sino que además marcan la forma en la que se construye, o no, su propia historia y la forma en que responde, o no, al pasar del tiempo.

Freud abordó y complejizó el concepto de traumatismo al anudarlo con la pulsión de muerte en Más allá del principio de placer (1921). Al mencionar los sueños de las neurosis de guerra, planteó que

“La vida onírica de la neurosis traumática muestra este carácter: reconduce al enfermo, una y otra vez, a la situación de su accidente, de la cual despierta con renovado terror. Esto no provoca el suficiente asombro: se cree que, si la vivencia traumática lo asedia de continuo, mientras duerme, ello prueba la fuerza de la impresión que le provocó. El enfermo —se sostiene— está, por así decir, fijado psíquicamente al trauma.” [25]

Este efecto que se da en el psiquismo revela que el sujeto hace un esfuerzo desmesurado por tratar de elaborar e investir las experiencias que no han podido acontecer. Aunque la psique busca repetir para reelaborar, el trauma tiene efecto de desvinculo, efecto que lo liga con la pulsión de muerte ya que ésta busca regresar al estado inerte del que surge el ser humano.

El estudio del trauma nos puede llevar a plantear la idea de una suspensión del tiempo psíquico debido al desborde de excitación que mantiene a la energía en una constante repetición de aquello que no puede ser elaborado. Esta idea puede ser pensada también como un tiempo de desborde. Por lo tanto, sólo pensar en el traumatismo nos remite a confrontarnos con dos tiempos distintos que se revelan paralelamente: un tiempo suspendido, en el que el sujeto no sólo se encuentra fragmentado, sino que también está paralizado frente al paso del tiempo cronológico y un tiempo en el que el desborde psíquico es continuo, llevando al sujeto a una vivencia corporal sin límites y a vivirse escindido frente a aquello que no cesa de devenir desde lo perpetuo.

Al pensar en la pulsión de muerte y su relación con el traumatismo podemos plantear la existencia de un tercer tiempo psíquico: aquel que tendría efecto de desvinculo. Tal efecto tendería al estado inorgánico a través de la regresión de la libido y permite pensar en la posibilidad de un tiempo regresivo o revertido. Es entonces que podemos proponer que a la par de un tiempo psíquico congelado y otro desbordado, subsiste un tiempo revertido, proceso que se revela en los momentos regresivos en los cuales el sujeto retorna hacia estados de desarrollo anteriores donde la libido fue fijada de antemano. Este conjunto de características nos indica cómo el tiempo psíquico tiene primacía frente a la cronología de nuestros relojes y como la psique se juega en distintas temporalidades.

¿Cuál es la relación de lo aquí mencionado con el acto violento de dar la muerte? ¿De qué forma se manifiesta el efecto de desvinculo agresivo y autodestructivo con su imposibilidad de situarse en tiempo y espacio? ¿Qué hay del pasaje al acto?

 

A continuación, estudiaremos el pasaje al acto y sus efectos psíquicos para ulteriormente ahondarnos en la exploración del tiempo y el acto y así terminar por relacionarlo con un análisis de nuestro caso.

  • El pasaje al acto y la temporalidad

Suspensión del ser

“Su ser se haya, por tanto, encerrado en un círculo, salvo en el momento de romperlo mediante alguna violencia en la que, al asestar su golpe contra lo que se le presenta como el desorden, se golpea a sí mismo por vía de rebote social.”[26]

Antes de sumergirnos en la comprensión del pasaje al acto y su estudio psicoanalítico, es importante mencionar que diversas concepciones del crimen llevan a la categorización del ser humano, creando un ambiente que se impregna de exclusión y rechazo. A quien cometa un crimen le caerá el estigma del criminal o psicópata, etiquetas que lo definirán y significarán, muchas veces impidiendo que resignifique su accionar de otra manera. Varias ramas de la psicología definen al “criminal” desde la patología o la enfermedad mental, impidiendo así indagar en la comprensión del acto en sí y las motivaciones –psíquicas– que llevaron al sujeto a cometerlo. Dichas ramas estudian la personalidad delictiva y sustentan una gama diagnóstica que destruye la noción de subjetividad.

El pasaje al acto es un concepto psicoanalítico que proviene de la psiquiatría francesa y que fue desarrollado por Jaques Lacan a lo largo de su obra. Es una concepción que remite a pensar el acto como un intento de la psique por defenderse de una angustia que la sobrepasa. El sufrimiento llega a ser tal que el encuentro de una resolución en lo real muchas veces surge como un último recurso para una posible e inmediata resolución. Hay entonces una búsqueda por poner un límite a aquello que se presenta, desde la certeza, como mortificante. En palabras de Lacan: “En el corazón de todo acto, cuyo paradigma es el paso al acto, hay un ¡no! proferido hacia el Otro.”[27] Este ¡no! permite emitir un corte frente a la alienación y la angustia que genera ese Otro, manifestado muchas veces a través de las voces tormentosas que invaden al sujeto delirante. Comúnmente, una diferencia significante logra obtenerse a partir de un rebote social que ejerce una respuesta desde el ámbito legal y así disminuye o elimina el goce desbordado. Esta resonancia social forja un corte que busca hacer “funcionar” la fallida ley simbólica que no se instauró al momento de la castración.

Tales postulados se han justificado en la clínica a partir del discurso de varios pacientes que, al reconocer su acto, recuperan cierto grado de juicio de realidad y, por lo mismo, se sienten menos amenazados al responder desde un lugar de responsabilidad. Un ejemplo muy claro es el caso Aimée analizado por Lacan en su tesis doctoral quien se sentía amenazada por la señora Z., actriz famosa que, según la paciente, quería hacerle daño a su hijo. Tiempo después de haberla atacado y de haber sido arrestada e internada en un hospital psiquiátrico, recobra juicio y reconoce lo sucedido: “Veinte días después- escribe la enferma-, a la hora en que todo el mundo estaba acostado (…) me puse a sollozar y a decir que esa actriz no tenía nada contra mí, que yo no hubiera debido asustarla.”[28] Es entonces en el après-coup que se da un acontecer psíquico de lo sucedido. Con el pasaje al acto se castiga a sí misma permitiendo como efecto salir del lugar de víctima. Lacan concluye: “Todo el delirio se derrumbó al mismo tiempo.” [29]

Es necesario recalcar que no todo sujeto después de un pasaje al acto asume responsabilidad. Hay múltiples y variadas reacciones que revelan la singularidad del posicionamiento que no siempre se moviliza en après-coup. Muchas veces los sujetos se revelan indiferentes frente a lo sucedido y continúan respondiendo al goce invasivo que surge a través de sus delirios. En otros casos es común que aquel que pasa al acto y siente culpa pueda entrar en una gran depresión que lo lleve al suicidio. Esto puede suceder cuando la culpa es desmesurada o cuando no se instaura el corte anhelado que sirve como límite frente al desborde de angustia. Este último escenario podría pensarse en el relato de Fausto.

Se infiere que lo insoportable de la vivencia de Fausto surge del abandono debido a que, como él mismo relata, no logra encontrarle sentido a su existencia sin que la misma valga a través del Otro. Esto revela cómo se encuentra alienado a aquel que dice halagar y respetar pero que, a la vez, podría serle sumamente amenazante. Como vimos anteriormente, Fausto vive y se desvive por su pareja, quien por su parte lo violenta psicológicamente. Podríamos concluir entonces que ella gozó, desde la vivencia de Fausto, constante y continuamente de él. Fue en el momento de su amenaza radical, el abandono, que Fausto se confronta a un sentimiento de angustia insoportable que debe encontrar un escape y una resolución.

Aquí surge entonces una pregunta esencial: ¿cuál fue el efecto resolutivo del pasaje al acto en Fausto? La respuesta es ¡no lo hubo! Fausto no tuvo respuesta legal frente al acto cometido y esto remite entonces a pensar que su intento de corte, de huida fue fallido, llevándolo a habitarse, en continuo, en un desborde psíquico doblemente intensificado.

 

Los tiempos del pasaje al acto.

El tiempo psíquico durante el acto se encuentra simultáneamente suspendido y desbordado. El sujeto escindido se ausenta de sí mismo frente al tiempo cronológico que transcurre en pauta y sin cesar; soltándose frente a un instante de intervalo que aniquila el pasado y es impasible frente a lo que está por venir. Este desprendimiento del ser revela que el acto violento tiene también un efecto de desvinculo que libera la energía psíquica desde la pulsión de muerte y, debido al desborde de excitación que ocasiona, suele ser vivido desde lo traumático.

Según lo expuesto anteriormente, lo que lleva al sujeto a cometer el crimen es que él ya se encuentra viviendo un desborde psíquico constante. Este desborde, que se transmite como una angustia eternizada, sería la consecuencia de su vivencia subjetiva, la cual marca la certeza de estar a la merced del goce del Otro. El tiempo psíquico, previo al acto, ya se encuentra entonces desbordado en una vivencia traumática continua. Pero debido a la fuerza de la pulsión de muerte que se pone en juego durante el acto, el desborde psíquico se incrementa al momento del crimen. La reversibilidad ocasionada al cometer una acción feroz de desvinculo que lleva a la muerte es aquel recurso último y arriesgado que permite la movilización del desborde que tiene paralizada la psique.

Como se afirma en el análisis del caso Aimée, la acción simbólica del pasaje al acto suele cobrar significado de forma diferida. Esto quiere decir que el acto no necesariamente cobra sentido en el momento de su realización, sino que suele acontecer en el après-coup. Es en este tiempo cuando se engendra la resonancia de la alteridad, la cual a su vez le permite al sujeto responder frente a sus actos, constituyéndose así en tiempo y espacio gracias a la mirada que se le otorga. ¿Qué pasa cuando esta mirada que engendra la temporalidad no se le brinda al sujeto?

Fausto comete el crimen y años después es acusado y culpado ante la ley. Según su propia narración, este lapso de soledad y desesperanza fueron años que no pasaron ya que no recuerda mucho de su vida durante este periodo; para él, el tiempo quedó congelado. Fue durante estos años que buscó constantemente suicidarse.

¿Qué lleva a Fausto a repetir entonces los múltiples pasajes al acto suicidas? Tomando en consideración la economía psíquica del trauma desde un nivel metapsicológico y la importancia de la ley simbólica desde la teoría de la castración, se concluye que, al no haber encontrado respuesta a ese primer pasaje al acto que venga a delimitar el goce desbordado, nuestro sujeto permanecerá inundado en la resonancia perpetua de su accionar. El traumatismo se exaspera; los pasajes al acto, en búsqueda de resolución psíquica, se incrementan desesperanzados; el tiempo desbordado inunda la psique congelada: los días, las semanas, los meses y los años pasan sin ninguna relevancia. La memoria no tiene lugar debido a que las experiencias mismas no se sostienen porque el sujeto se vive fuera de su existir: hay vivencias, aconteceres, pero no se sujetan a una eficacia psíquica que permita forjar el juicio de realidad frente a un vivir sin sentido. El acontecimiento anhela ser recibido como un estruendo que rompa con la perpetuidad. La memoria queda ausente; un olvido que no fue olvido porque se fraterniza con un tiempo que nunca pasó; tiempo que fluye a través de la energía que nunca acontece; desborde continuo que congela el tiempo y le da al sujeto un aire de muerte en vida.

Después de tantos años Fausto es sancionado por su crimen, pero no es acusado desde la culpabilidad de su acto, sino que es nombrado por el sistema penitenciario como inimputable. En consecuencia, le es complicado hacerse responsable debido, por un lado, a las implicaciones psíquicas de la inimputabilidad y, por el otro, al lugar de víctima que le otorga la familia. Fausto se vive culpable, pero no sabe de qué: le es difícil reconocerse desde lo que fue, lo que es ahora, lo que sucedió; se vive y define desde un diagnóstico, creyéndose víctima de su existencia misma; pero no logra reconocerse desde un lugar que lo subjetivase.

 

Conclusión.

Si la mirada es existencia, uno deja de existir al ser excluido de toda comunidad humana. El sujeto que no es mirado, investido por el otro, se suelta del mundo y, en consecuencia, de sí mismo. Poco a poco se va perdiendo en los rincones tenebrosos de un mundo de concreto que tiene como fuerza dominante a la muerte. En estos sujetos, el tiempo no transcurre porque hay ausencia de aquello que marca las pautas de la temporalidad misma. No hay un anhelo que se abra hacia el porvenir y que re-invista de colores el pasado. El tiempo pierde sentido y se vuelve insignificante porque el sujeto, de-sujetado, no se vive para nadie.

Cuando se transita por los rincones fríos o calurosos de un reclusorio psiquiátrico, es difícil salir de una armadura que nos proteja de la amenazante angustia ocasionada por del deliro y los fantasmas del crimen. ¿Cómo mirar entonces más allá de nosotros mismos? Basta con sólo observar a nuestro alrededor para reconocer la necesidad que impregna a estos cuerpos. Muchas veces, con sólo cruzar miradas se observa la soledad reflejada en las pupilas del otro que tenemos en frente. Estos instantes congelan un acontecer de reencuentro que se abre a la hospitalidad: la mirada promete un abanico de posibilidades hacia un porvenir fuera del glaciar del tiempo, recuperando la memoria perdida que permita re-escriturar los tiempos que marcan la existencia misma. A partir de las ausencias de la alteridad que reconoce la subjetividad, la insoportable levedad del ser se convierte en una posible apertura que de aliento al individuo.

Fausto se encuentra batallando por alcanzar su liberación, pero teme el abandono de la psicóloga que le ofrece un paréntesis para reelaborarse. Aún le queda un largo e incierto camino por recorrer: combatir ese deseo de matarse paulatinamente, confrontar ese sentimiento de culpa por el terrible crimen que cometió, salir de ese lugar de víctima.

 

Fausto revela aliento de porvenir. ¿Qué podría hacer la comunidad humana por aquellos sujetos que no tienen mirada alguna que los sostenga?

 

“Al final a los interno-pacientes más viejos, a los que la familia, el mundo y sus propias conciencias van olvidando paulatinamente, los únicos que se acuerdan de visitarlos periódicamente son sus fantasmas.” *Fausto

 

 

Ana Zarak es licenciada Summa Cum Laude en Psicología de la Universidad Iberoamericana. Estudió una maestría profesional en Clínica del Lazo Social en la Universidad Paris 7 Diderot en Paris, Francia y una segunda maestría de investigación, en la misma universidad, en Psicoanálisis y el Campo Social con especialidad en Clínica Del Cuerpo y Cultura. Tiene experiencia clínica en diferentes instituciones francesas donde trabajó con pacientes psiquiátricos, inmigrantes y refugiados políticos. Sus temas de interés giran alrededor del psicoanálisis, el cuerpo y la desviación social. Desde 2015 trabaja como docente en la Universidad Iberoamericana. Por el momento se encuentra cursando su doctorado de Violencia y Subjetividad en el Colegio de Saberes y se dedica parcialmente al consultorio privado.

 

Bibliografía

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San Agustín de Hipona. Cfr. Confesiones.

 

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[1] Diccionario de Oxford. Tiempo.

[2] Real Academia Española. Tiempo.

[3] Ibídem.

[4] San Agustín de Hipona, Cfr. Confesiones.

[5] Aristote, Leçons de Physique. Livre IV. Paris: Durand § 13.

[6] Heidegger, El concepto de tiempo. Madrid: Trotta, p. 32.

[7] Utilizamos esta palabra para hacer referencia a la locura encadenada previa al inicio de la psiquiatría. Sin embargo, esta palabra permite también cuestionar si tales cuerpos se encuentran sujetados realmente a una mirada que da reconocimiento de su existencia.

[8] Sylvie Le Poulichet, La obra del tiempo en psicoanálisis. Buenos Aires: Amorrortu

[9] Ibídem. p. 31.

[10] Ibídem. p. 84.

[11] No se profundizará en este punto, pero aquí se puede hacer referencia a las vivencias místicas del sujeto psicótico que muchas veces lo llevan a crear una razón redentora que le da sentido a su existir y que lo pone como elemento central de su propia mistificación. Este se podría pensar como ese intento de mitificar su existencia.

[12] Ibídem. p. 46-47.

[13] Sigmund Freud, “El InconscienteMetapsicología. Buenos Aires : Amorrortu, p. 184.

[14] Le Poulichet, Op. Cit., p. 42.

[15] Jaques Derrida. Freud y la Escena de la escritura. Barcelona: Anthropos p. 277.

[16] Ibidem. p. 301.

[17] Le Poulichet, Op. Cit., p. 23.

[18] Derrida, Op. Cit., p. 309.

[19] El sueño también revela como los tiempos del inconsciente se inscriben a partir de pasajes abiertos, movimientos y flujos continuos entre huellas que solo pasan a través de la reescritura y la palabra que los resignifica.

[20] Ibidem. p. 291

[21] Le Poulichet, Op.Cit., p. 80.

[22] Ibídem. p. 78

[23] Laplanche J. y Pontalis JB. Diccionario de psicoanálisis. Argentina: Paidós. p. 280

[24] Freud, S. Conferencias de introducción al psicoanálisis O.C., XVI. Buenos Aires: Amorrortu, p. 252

[25] Sigmund Freud, Más allá del principio de placer. Buenos Aires: Amorrortu, p. 13

[26] Jaques Lacan, “Algunas reflexiones sobre el yo: es Uno por uno”, en Revista mundial de psicoanálisis. p. 162

[27] Jaques Lacan y Jaques Alain Miller. Anotaciones sobre su concepto de paso al acto. El Hilo de Ariadna. Buenos Aires: A Tuel n°9

[28] Jaques Lacan. De la psicosis paranoica en sus relaciones con la personalidad. España: Siglo Veintiuno p. 157

[29] Ibídem

 

Ana Laurencio Zarak Quintana

Licenciada Summa Cum Laude en Psicología de la Universidad Iberoamericana. Estudió una maestría profesional en Clínica del Lazo Social en la Universidad Paris 7 Diderot en Paris, Francia y una segunda maestría de investigación, en la misma universidad, en Psicoanálisis y el Campo Social con especialidad en Clínica Del Cuerpo y Cultura. Tiene experiencia clínica en diferentes instituciones francesas donde trabajó con pacientes psiquiátricos, inmigrantes y refugiados políticos. Sus temas de interés giran alrededor del psicoanálisis, el cuerpo y la desviación social. Desde 2015 trabaja como docente en la Universidad Iberoamericana en donde imparte, entre otras materias, una práctica de intervención psicológica en el Centro Varonil de Rehabilitación Psicosocial. Por el momento se encuentra cursando su doctorado sobre violencia y subjetividad en el Colegio de Saberes y se dedica parcialmente al consultorio privado.