Patmos
Cercano está el dios
y difícil es captarlo.
Pero donde hay peligro
crece lo que nos salva.
En las tinieblas viven las águilas
e intrépidos los hijos de los Alpes
franquean el abismo
sobre frágiles puentes.
Y, como en torno, se acumulan
las cumbres del tiempo
y cerca viven los amados
languideciendo sobre montañas
muy separadas,
¡oh, dadnos tu agua inocente;
dadnos el ala
con el sentido más fiel,
para cruzar allá y volver de nuevo! (…)
F. Holderlin
I
¿Cuál es la sustancia que se vertebra y se concentra en los huesos y la sangre del animal que somos? Es una energía poblada de cosmos y galaxias, de minerales y flores que pulsan en el corazón oscuro de nuestro cuerpo. Es una exigencia que no espera a ser nombrada ni reconocida, simplemente persiste en el vasto campo de nuestra noche. Es en realidad, esa desconocida energía y su violenta fauna y vegetación la que nos nombra, la que nos llama con nuestro nombre más íntimo: el de la criatura enroscada en un mundo acuático anterior; el de la criatura que se arrastra y grita su furia; el de la criatura que se ha levantado lentamente del suelo para saber la distancia que existe entre sus manos y su próxima caída; el de la criatura que escuchó y sintió con ternura y violencia unas palabras y unos gestos que lo recibieron y lo expulsaron de los territorios… Ese sutil nombre e interrogación de mamífero herido y amado es el que late en las vías de nuestro laberinto. Es esa sensación indescifrable la que nos atrae irresistiblemente al límite de nuestra experiencia, la experiencia de ser alguien; parte de una realidad sólida y abstracta, como la infinita sal de la tierra y las estrellas; parte de una cadena sanguínea específica, atestada de nombres propios, apellidos, alegrías y ruinas.
II
¿Pero bastaría este preámbulo para dar cuenta del tipo de hambre desmesurada (hambre por probar, por saber) que nos lleva irremediablemente a los oscuros ojos de obsidiana de nuestros ídolos, en medio de nuestra tempestad geográfica, para implorar una forma de claridad y certeza? No, no basta, no basta porque en el fondo de todo eje cardinal, que sustenta el propio suelo para arrodillarse y elevar una oración a cualquier Dios, existe una fuerza que se nutre y traspasa toda lógica y devoción cartesiana, no basta porque el norte y el sur, el este y el oeste, tan necesarios para ubicarnos, se encuentran quebrados y mezclados en medio del caos que nos constituye y sustenta. Haría falta, pues, pensar entonces en función de estos límites, en función de una lógica pulsional, oscura e indomeñable, para decir algo acerca de nuestra profunda exigencia inconsciente. ¿Cómo medir, pues, esos abismos?
El psicoanálisis, como indagación de las profundidades que tensan la superficie; como especulación de los mecanismos oscuros del aparato psíquico; pero sobre todo como ejercicio y autoexigencia de explicación (topológica, dinámica y energética) del alcance de las oscuras profundidades en lo real del alma; a saber: el cuerpo, es un hondo intento por dar cuenta, precisamente, de que existe toda una dimensión paralela y desconocida a la conciencia, a la luz, al ideal social; es decir, a toda una lógica de sentido de época (sentido de época, sin embargo, aún tensada con aquella antigua demanda por el saber y el cuidado propio: Epimeleia heautou / conócete a ti mismo). He ahí entonces la extraña dirección y objetivo del oficio metapsicológico: no el de la creación de una metafísica (o más allá) del cuerpo, no el de un esoterismo (arquetípico) psíquico, sino el gesto por la construcción de un materialismo de las afecciones, la creación de un pensamiento ya no sobre el objeto sino a su lado, al lado de…
El psicoanálisis desde esta perspectiva podría describirse como un saber que crece al lado de lo desconocido, al lado del silencio, al lado de la enfermedad, al lado del olvido, al lado de la mutua ignorancia, pero que de alguna manera alcanza al sentido del mundo. Pues es quizá que tan solo haciendo un espacio a la muerte-en- la-vida es que es posible adquirir una sensibilidad a lo que se encuentra por venir. De ahí que los límites de un saber alrededor del inconsciente no puedan redundar en satisfacer las demandas de una realización luminosa, representativa, absoluta y total, como lo quisiese el espíritu del tiempo. Assoun desarrolla esta aparente paradoja de manera maravillosa:
La metapsicología –con su Unbewusste– representa una “ruptura epistemológica” respecto a la totalidad de los discursos literarios, filosóficos, psicológicos y neurológicos. Es preciso entonces pensar en algo que sea al mismo tiempo irreductible a la psicología y a la metafísica. Lo que se impone entonces es una meta-psicología, es decir, una psicología de los procesos que conduzcan más allá del consciente, y que encontraría su lugar –en tanto cuanto “atópica”– al lado de la psicología (doble sentido del prefijo “meta”.[i]
Y más adelante precisará que si, en efecto, la metapsicología es la explicación psicológica del inconsciente, su alcance no solo se limitará a un esclarecimiento, a un despeje de incógnitas o a un nuevo marco de percepción de las conductas, éste será también toda una detallada especulación por el mecanismo del aparato psíquico. Un esfuerzo que entonces implicaría no solo una respuesta del “por qué” sino una constante auto-poiesis para decir el “cómo”:
Decir que la metapsicología es “la psicología del inconsciente”, no significa decir que ella se ocupa únicamente del inconsciente. Resulta fundamental subrayar que ésta tiene, en un sentido, el alcance de una “psicología de la normalidad”: así, es igualmente fundamental la respuesta que se diera al problema de la conciencia. Pero es efectivamente “la hipótesis del inconsciente” lo que renueva la posición psicológica, de manera que la metapsicología es el conocimiento destinado a extraer todas las consecuencias de “la hipótesis del inconsciente” para una concepción de la psique.[ii]
III
Así es como Freud emprende un amplio, riguroso y desconcertante camino para elaborar una poética del alma entramada en el cuerpo, un lugar para lo inacabado. Y desde esta perspectiva, ¿no habría una especie de correspondencia entre la declaración conceptual que dice que el objeto de la pulsión es más bien labil (“Es lo más variable en la pulsión; no está enlazado originariamente con ella, sino que se le coordina sólo a consecuencia de su aptitud para posibilitar la satisfacción”[iii]) y la declaración que Freud da a Lou Andreas-Salomé sobre el avance del cuerpo teórico por excelencia del psicoanálisis? “¿Cómo va mi Metapsicología? Para empezar, no está escrita.” Por supuesto que esta correspondencia puede resultar forzada, por no decir gratuita, en tanto que la pulsión, como concepto metapsicológico, es ya de hecho una explicación del por qué y el cómo se organiza la energía psíquica en los distintos registros tópicos, puesto que, además de ser una descripción y caracterización de la energía, ésta funciona solo en un terreno particular y limítrofe: una inédita concepción de cuerpo que al psicoanálisis le interesará pensar. Sin embargo, a mi parecer, esta supuesta correspondecia que intento sugerir tendría lugar no solo por una dependencia semántica entre pulsión[iv] y metapsicología, sino por una consecuencia aporética más entramada: pues si bien la metapsicología es un doble esfuerzo que consiste en explicar conceptualmente el funcionamiento psíquico en sus distintas dimensiones y ofrecer una comprobación, cuando no una contribución, al cuerpo teórico del psicoanálisis, ésta (la metapsicología) solo estará comprometida y en función a la clínica; a saber, el lugar, precisamente, donde algo de lo amorfo y desconocido de la pulsión pueda devenir germen para el advenimiento de una nueva forma, y viceversa, donde lo que tiene una consistencia muy rígida pueda acceder a una plasticidad; el lugar donde La Lógica del Juicio a las formas de la energía pueda ser interrogado; el lugar en los límites (y no fines) de la pulsión. Dicho sea de paso, me gustaría remarcar que uso la palabra límite como el espacio de una frontera singular y movediza, más cercana a la pregunta spinozista (“¿Qué puede un cuerpo?”) que al uso del “límite” en su acepción psicopedagógica. En fin, con esto solo quisiera señalar que en la medida en que la pulsión, en tanto concepto fronterizo metapsicológico, es central para el campo teórico y clínico del psicoanálisis, la metapsicología no puede ser sino, efectivamente, como lo manifiesta Freud a Lou Andreas-Salomé, algo inacabado, inescrito, intotalizable; lo que también quiere decir: en constante creación. De ahí entonces que si la metapsicología es la exigencia por la teorización de la clínica, ésta exigencia no puede ser satisfecha plenamente sin que cumpla al mismo tiempo la exigencia de una producción teórica de la potencia; a saber, que sea un cuerpo teórico que mantenga abiertas sus vías de sensibilidad pulsional confrontada a los tiempos.
Assoun remarca entonces los límites freudianos y piensa a la metapsicología comouna disciplina, un método y una especulación; es decir, un proceso de contrapuntos; por un lado, un movimiento de rigurosidad crítica (Logos); por otro, un movimiento que marca los espacios para percibir la irreductible realidad del cuerpo (Ananke):
¿Es que este incumplimiento de la escritura terminada sella una forma de fracaso de la metapsicología como proyecto intelectual? Después de todo, Freud aspiró a semejante empresa. Pero la metapsicología está condenada a permanecer en estado de “obra abierta”, a causa de lo real clínico que se resiste a cualquier forma de simbolización acabada, aun cuando bastante accesible a un “dispositivo de conocimiento”. Y, después de todo, si la metapsicología es comparable a una hechicera –mujer que se supone conoce–, ¿no es acaso parte de su naturaleza el permanecer en estado verbal –oracular y viviente– en lugar de estar encerrada en un texto? La metapsicología se escribe, pero no enteramente. Es una instancia que se debe consultar, especie de “oráculo” precioso y falible, bajo el control de la otra palabra, la clínica.[v]
Es así que podría entenderse a la metapsicología como una especie de osario teórico en el que una red se entreteje a sí misma, pero desde unos ejes que son su propia condición de posibilidad (inconsciente, represión, pulsión…), donde el trenzado conceptual tendrá que ser lo suficientemente firme para sostener otros entramados y lo suficientemente flexibles para percibir, más que sus orígenes, sus puntos de cruce, en donde se complejizan y en donde se simplifcan. Yo he dicho entramado, pero Freud, de hecho, no dejó de dibujar y armar aquellas construcciones para pensar el cuerpo del alma-el alma del cuerpo y sus manifestaciones (¿no es pues la pizarra mágica sobre todo un juguete, un artefacto digno de una hechicera, de un infante, de un inventor, de un artesano, de un meta-psicólogo?) He ahí su poética y su potencia.
IV
Para finalizar, a mi me gustaría emparejar este fenómeno del inacabamiento escritural de la metapsicología con un concepto filosófico que es el de potencia. En un ensayo intitulado “¿Qué es el acto de creación?” Agamben desarrolla una precisión acerca del acto de creación pronunciada por Deleuze en una conferencia homónima al título del ensayo, pero a mi parecer, en ese bellísimo texto lo que realmente interesa a Agamben es resaltar el lugar de la potencia en Aristóteles; sobre todo para resolver que la noción de potencia desde la antigüedad nunca tuvo que ver con la dialéctica entre potencia y acto; a saber, que la potencia tienda y culmine en su realización, sino más bien en su propia paradoja; que la potencia contiene su propia impotencia; es decir su propia potencia-de-no, y que ésta no se agota en su realización.
Existe, en todo acto de creación, algo que resiste y se opone a la expresión. Resistir, del latin sisto, significa etimológicamente “detener, mantener inmóvil” o “detenerse”. Este poder que suspende y detiene la potencia en su movimiento hacia el acto, es la impotencia, la potencio-de-no. La potencia es, entonces, un ser ambiguo que no sólo puede una cosa como su contrario, sino que contiene en sí misma una íntima e irreductible resistencia.[vi]
Desde ese lugar es que Agamben entiende la potencia y es en ese nivel ambivalente que la potencia correspondería con el acto de creación, que en Deleuze es principalmente un acto de resistencia.
La maestría, contrariamente a un equívoco largamente difundido, no es la perfección formal, sino precisamente lo contrario, la conservación de la potencia en el acto, salvación de la imperfección en la forma perfecta. En la tela del maestro o en la página del gran escritor, la resistencia de la potencia- de-no se imprime en la obra como el íntimo manierismo presente en toda obra maestra.[vii]
Fantaseando con esta idea filosófica de la potencia y el acto de creación, me parece que, en efecto, si Freud “deja” o mejor dicho abre a la metapsicología como una obra inconclusa, como un fragmento que podrá actualizarse, debido a su propias condiciones y elementos de trabajo (la vida anímica), es debido a que también existe una correspondencia y un alcance a la noción de resistencia, pues de manera implícita y explícita existe una lucha contra aquella voluntad de totalizar la idea normalidad, voluntad que es solidaria a los ideales de organización, control y gobernanza: aquel malestar cultural. Así, pues, si la metapsicología es un fragmento de torso expuesto en el aire del tiempo, éste resto mineral cobra importancia no por su carácter museístico sino por ser el soporte de una parte viva e invisible, aquella que no se sabe si ha sido destruida o nunca ha sido creada, y por eso mismo es que es posible visitarla y percibirla, porque ese tejido invisible también late en el corazón de la piedra. Creo que es ese latido en contra punto, pétreo y aéreo, el sonido de la sustancia que pulsa en las venas del animal que somos, es este latido quizá el que al psicoanálisis interesará dar lugar.
Referencias
[i] Assoun, Laurent, La metapsicología, Buenos Aires, Siglo xxi editores, 2002, p. 11.
[ii] Ibid., p.13.
[iii] Freud, Sigmund, Obras completas. Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico. Trabajos sobre metapsicología y otras obras (1914-1916), Buenos Aires, Amorrortou. 2007, p. 118.
[iv] La “pulsión” nos aparece como un concepto fronterizo entre lo anímico y lo somático, como un representante psíquico de los estímulos que provienen del interior del cuerpo y alcanzan el alma, como una medida de la exigencia de trabajo que es impuesta a lo anímico a consecuencia de su trabazón con lo corporal. (Ibid., p. 117).
[v] Assoun, Laurent, La metapsicología. Buenos Aires, Siglo xxi editores, 2002, p. 19.
[vi] Agamben, Giorgio, 2016. El fuego y el relato. Madrid. Sexto Piso, 2016, p. 39-40.
[vii] Ibid., pp. 40-41.
Bibliografía
Agamben, Giorgio, El fuego y el relato, Madrid, Sexto Piso, 2016.
Assoun, Laurent, La metapsicología. Buenos Aires, Siglo xxi editores, 2002.
Freud, Sigmund, Obras completas. Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico. Trabajos sobre metapsicología y otras obras (1914-1916). Buenos Aires, Amorrortou, 2007.
Actualmente estudia el doctorado en Saberes sobre Subjetividad y Violencia en el Colegio de Saberes.