La Ley y el protagonismo de la máquina

José Antonio Mejía Coria

Renovar la alianza: existir. Alimentar la máquina. Tragar, defecar, procesar el cadáver. O, rebelarse. Introducir la mínima desviación que haga temblar la armonía y vuelva a sumergir en el caos aquello que le pertenece. Seguir viviendo no es la única opción.
Chantal Maillard, La compasión difícil

¿Cómo es posible que durante años sólo yo haya solicitado la entrada?…

El problema de la ley es un rasgo que está presente de manera constante en la obra de Kafka, el opus de esta figura la encontramos en el célebre relato Ante la ley, donde de manera un tanto oscura se nos ofrece una ráfaga de pensamiento literario sobre los efectos crudos de la ley y la imposibilidad de entrar en ella, pensamientos que con sus matices, revelan un parentesco con las modalidades actuales de presentación de la Ley: constante espera, agonía, muerte. ¿Qué se espera de la Ley? ¿Qué violencia amainar, qué desarraigo reencauzar? La Ley es violencia, coerción, Ley es una de las formas  de decir poder, poder, a su vez es una manera refinada de decir violencia, de permitir su circulación discursiva no problemática, la Ley es el asiento de la condena…pero ¿qué se espera de la Ley? Pregunta coagulada. La Ley brilla en el horizonte de la ausencia. Una de las ideas de las que parte el presente texto radica en la tesis de que la Ley propuesta por Kafka es uno de los elementos que constituyen el engranaje de la máquina de tortura cotidiana, la cual a su vez puede ser pensada como máquina-dispositivo de visión. Más adelante desarrollaremos esta idea, cuando hagamos referencia a otro relato prínceps, La colonia penitenciaria. De entrada, adelantamos lo siguiente:La culpa como sucedáneo de la Ley tiene en la máquina de la colonia penitenciaria y en la Ley de Ante la Ley  su reproductor más genuino. La máquina de tortura, al igual que la Ley, como productoras de espacios de excepción: excepción será el supliciado, excepción será el verdugo, excepción será el espectador. Kafka planteará de manera clara sus visiones, sueños, pesadillas, etc., a partir de la literatura, Kafka no se puede concebir sin la literatura, él fue literatura. Y es a partir de esto que nos muestra el panorama que a manera de brujo o analista de la economía de los afectos nos incide en las entrañas de los tiempos que habita y en cierta forma, de los que vendrán, los tiempos nuestros. Tan sofisticados, tan viejos. Entre La colonia penitenciaria y Ante la ley hay un vínculo: el tormento, figura de la espera, el deseo y la apatía. Pero por lo pronto, detengámonos, pensemos con Kafka,  quien nos dice en Ante la ley

Ante la Ley hay un guardián que protege la puerta de entrada. Un hombre procedente del campo se acerca a él y le pide permiso para acceder a la Ley. Pero el guardián dice que en ese momento no le puede permitir la entrada. El hombre reflexiona y pregunta si podrá entrar más tarde.

—Es posible —responde el guardián—, pero no ahora.

Como la puerta de acceso a la Ley permanece abierta, como siempre, y el guardián se sitúa a un lado, el hombre se inclina para mirar a través del umbral y ver así qué hay en el interior. Cuando el guardián advierte su propósito, ríe y dice:

—Si tanto te incita, intenta entrar a pesar de mi prohibición. Ten en cuenta, sin embargo, que soy poderoso, y que además soy el guardián más ínfimo. Ante cada una de las salas permanece un guardián, el uno más poderoso que el otro. La mirada del tercero es ya para mí insoportable.

El hombre procedente del campo no había contado con tantas dificultades. La Ley, piensa, debe ser accesible a todos y en todo momento, pero al considerar ahora con más exactitud al guardián, cubierto con su abrigo de piel, al observar su enorme y prolongada nariz, la barba negra, fina, larga, tártara, decide que es mejor esperar hasta que reciba el permiso para entrar. El guardián le da un taburete y deja que tome asiento en uno de los lados de la puerta. Allí permanece sentado días y años. Hace muchos intentos para que le inviten a entrar y cansa al guardián con sus súplicas. El guardián le somete a menudo a cortos interrogatorios, le pregunta acerca de su hogar y de otras cosas, pero son preguntas indiferentes, como las que hacen grandes señores, y al final siempre repetía que todavía no podía permitirle la entrada. El hombre, que se había provisto muy bien para el viaje, utiliza todo, por valioso que sea, para sobornar al guardián. Éste lo acepta todo, pero al mismo tiempo dice:

—Sólo lo acepto para que no creas que has omitido algo.

Durante los muchos años que estuvo allí, el hombre observó al guardián de forma casi ininterrumpida. Olvidó a los otros guardianes y éste le terminó pareciendo el único impedimento para tener acceso a la Ley. Los primeros años maldijo la desgraciada casualidad, más tarde, ya envejecido, sólo murmuraba para sí. Se vuelve senil, y como ha sometido durante tanto tiempo al guardián a un largo estudio ya es capaz de reconocer a la pulga en el cuello de su abrigo de piel, por lo que solicita a la pulga que le ayude para cambiar la opinión del guardián. Por último, su vista se torna débil y ya no sabe realmente si oscurece a su alrededor o son sólo los ojos que le engañan. Pero ahora advierte en la oscuridad un brillo que irrumpe indeleble a través de la puerta de la Ley. Ya no vivirá mucho más. Antes de su muerte se concentran en su cabeza todas las experiencias pasadas, que toman forma en una sola pregunta que hasta ahora no había hecho al guardián. Entonces le guiña un ojo, ya que no puede incorporar su cuerpo entumecido. El guardián tiene que inclinarse hacia él profundamente porque la diferencia de tamaños ha variado en perjuicio del hombre.

—¿Qué quieres saber ahora? —pregunta el guardián—, eres insaciable.

—Todos aspiran a la Ley —dice el hombre—. ¿Cómo es posible que durante tantos años sólo yo haya solicitado la entrada?

El guardián comprueba que el hombre ha llegado a su fin y, para que su débil oído pueda percibirlo, le grita:

—Ningún otro podía haber recibido permiso para entrar por esta puerta, pues esta entrada estaba reservada sólo para ti. Yo me voy ahora y cierro la puerta.[1]

¿Cómo es posible que durante años sólo yo haya solicitado la entrada? La Ley otorga la ilusión de particularidad, cuando en realidad la Ley opera de manera general, igual para todos, todo el tiempo. No hay Ley de lo particular. Hay ilusión de Ley de lo particular. El campesino, que desconoce cuáles son los mecanismos bajo los cuales opera la Ley, se mantiene en pie mediante la ilusión de que hay, en algún lugar (ese, más allá de la puerta), que le está reservado sólo a él. El artilugio es potente: el centinela, aún en la agonía del campesino, le da la ilusión de que ese pequeño rasgo de luz que se le muestra a manera de umbral en el punto en el que desfallece, es el rasgo que anuncia la existencia de la Ley, pero no de cualquiera, sino de esa que le estaba reservada a él, únicamente a él.

 No hay una la ley para uno mismo. La única que se mantiene como correlato de los códigos jurídicos es la ley para todos. A pesar de esta aseveración, pensemos entonces en el territorio de la excepción, es decir, habría un lugar donde la Ley si sería Ley para uno mismo, ese espacio es el que, en cierta manera, sostendría la potencia de la ilusión que mantiene encantado al campesino. Es decir, la ingenuidad del campesino lo que anuncia es que, como campo de verdad, más allá del halo de luz que se vislumbra como rasgo de la Ley que le estaba reservada a él hay un espacio de soberanía que se afirma en la excepción, y en la cual se sustenta el mito de la Ley para uno. Habría un lugar donde la Ley podría ser Ley del Uno. Soberano, ese que baja la Ley de lo general para manejarla a gusto propio. El campesino entonces no es ingenuo, su espera es espera de la soberanía prometida, soberanía en la cual él podría hacer uso de la Ley a conveniencia. Quizá en este punto podemos reflexionar sobre el juicio de Josef K, quizá K es juzgado por el crimen que implica la pretensión de hacerse soberano de la Ley, la búsqueda de la excepción es lo que define que K muera como un perro después de haber sido procesado en el campo del aparente absurdo. La ley no está hecha para entrar en ella, nos refiere Kafka, la Ley produce un topos que prolonga la espera de la muerte. Nos dirá Hernández Arias:

Pero ¿a qué noción de la Ley se refiere Kafka? ¿Qué entiende Kafka por Ley? En el texto no encontramos ninguna pista que nos aclare estas cuestiones, todo lo contrario, la leyenda cuenta precisamente con el olvido de la Ley por parte del lector. Sólo al final leemos sobre un resplandor que surge del interior. En la obra de G. Scholem Sobre algunos conceptos fundamentales del judaísmo constatamos que la Tora, en la tradición judía y en determinadas corrientes cabalísticas, permite una interpretación individual y otra general; esto quiere decir que existen dos caminos para acceder a ella. El camino que lleva a la Tora es, además, un camino que conduce a la luz divina, a la luz de la vida. La Ley se convierte así en la esencia de la vida, en su sentido. El hombre que pretende acceder a la Ley aspira a conocer el sentido de la vida, pues la Ley es el vínculo entre el hombre y Dios, también entre Dios y el mundo.[2]

Se necesita entonces de un olvido de la ley, no sólo por parte del lector de la leyenda  sino también, por parte del campesino, el campesino se parece al lector, ambos desean entrar en la Ley (la ley que rige al texto, la ley que rige la vida). Los dos niveles a los que nos remite Hernández Arias son intrínsecos a la forma kafkiana de pensar y plasmar el problema de la Ley: la interpretación individual y la interpretación general, la interpretación, podríamos decir profana y sagrada de la Ley. La sagrada por el lado de lo divino, la profana por el lado de la vida. Por el lado de la vida está el campesino, sin embargo no puede interpretar la Ley dado que se ha olvidado de ella, la interpretación individual falla, es imposible profanar la Ley, el campesino está destinado entonces a una espera que sólo terminará cuando la Ley que rige la vida determine su muerte (Ley de la cual el campesino nada sabe, y debido a esto su fin está escrito, el campesino no es dueño de sí, la Ley se lo ha apropiado, ahora le toca morir).  Ese resplandor que surge del interior es el único rasgo que le permite al campesino recordar que lo que sabe de la Ley es únicamente que brilla, y que ese brillo es el que la dota de ese halo divino, mágico, la Ley como luz divina y como luz de vida, de cuyo conocimiento se ha desterrado al campesino:

Si se incumple la Ley al hacer uso del libre albedrío, el ser humano comete conscientemente un pecado que genera un sentimiento de culpa. Pero si se rompe el vínculo por olvido o ignorancia es porque el hombre ha perdido su contacto con la dimensión divina y desconoce el sentido de la vida. Su existencia se torna absurda, su sentimiento de culpa no encuentra una explicación. El hombre que desea acceder a la Ley desconoce que hay un camino individual que conduce hasta ella, por eso muere sin haber atravesado la puerta guardada por el centinela.[3]

Plantarse frente a las puertas de la Ley es uso del libre albedrío, o, intento de profanación, dado que ha olvidado la Ley, el campesino quiere saber, lo que resulta de este querer es la culpa, la culpa lo forzará a esperar, queda arraigado ante las puertas de la Ley por los efectos de atrapamiento que la culpa despliega sobre todo él. La puerta y el guardián son una máquina incrustada dentro de otra máquina, conjugación que para el campesino representa la imposibilidad de entrar en la ley. El campesino, como lo podemos señalar, no es parte de la máquina ni es máquina él mismo, al menos no en el principio del relato. El campesino se siente irremediable e incompresiblemente atraído por la ley, no regresa a su vida anterior, se mantiene firme haciéndole frente a la ley, mostrando las paradojas del maleficio en el cual está embrollado. Manifiestamente un embrujo mantiene embelesado (y sufriente) al campesino que espera se le permita acceder a la Ley. Poderes mágicos condensados en el horizonte del poder. Es una fuerza externa al campesino la que lo ata de manera irremisible a la espera de apertura del umbral de la Ley.  Quizá, la eficacia simbólica de la Ley: sus efectos de emplazamiento arbitrario. El campesino requiere de la ley, pero no se nos dice para qué, no hay motivo más que la espera, al parecer. Para Walter Falk la situación es clara:

Sin saber qué sentido tiene la Ley y qué asignaciones le confiere ésta al guardián, no es difícil, sin embargo, decir Io que representa este último para el campesino. Encarna el poder que le impide entrar en Ia Ley. Esto es lo que sin más se desprende de Ia narración. Sólo tras una reflexión se hace evidente que el guardián es, simultáneamente, un poder que retiene al campesino a Ia puerta de la Ley. Desde luego, este portero no ejerce ninguna coacción a tal fin. El campesino hubiera podido alejarse de la puerta para retornar a su vida anterior. Pero no es fortuito que permanezca junto a Ia puerta, ni que se siente en Ia banqueta que Ie ha ofrecido al portero, ni que “en el transcurso de muchos años”, que pasa junto a esta puerta, observe “al guardián casi ininterrumpidamente”. El campesino ha incidido en el maleficio del guardián. El encuentro con éste ha trastrocado su vida.[4]

Incidir en el maleficio del guardián, el maleficio es la extensión mágica que se origina con el alargamiento del poder que la ley le confiere al guardián. El campesino ha caído en un embrujo, ha sido capturado por las invisibles líneas del poder. Ha incidido, está dentro del maleficio del guardián. La confrontación con una figura de poder (como co-extensivo mágico de la ley), le impide al campesino moverse de la posición que se le ha asignado en la cuadrícula. Calasso nos lo recuerda, Kafka, aunque habló muy poco sobre magia tenía muy claros algunos aspectos al respecto:

Es perfectamente imaginable que el esplendor de la vida esté dispuesto, siempre en toda plenitud, alrededor de cada uno, pero cubierto de un velo, en las profundidades, invisible, muy lejos. Sin embargo está ahí, no hostil, no a disgusto, no sordo, viene si uno lo llama con la palabra correcta, por su nombre correcto. Es la esencia de la magia, que no crea, sino llama.[5]

La Ley, esa que con su halo mágico no crea nada, es la que llama al campesino y lo mantiene atento día a día, minuto a minuto ante los movimientos del centinela, el campesino se ha vuelto experto en el centinela y sus movimientos: se ha familiarizado con las pulgas que saltan del cuello al abrigo, incluso le pide ayuda a las pulgas para que convenzan al guardián de dejarlo pasar. Sin embargo esa experticia no le sirve de nada, de nada vale conocer sólo esa parte de la máquina. Quizá sólo le permite al campesino asimilarse, ser parte de la máquina, aunque a diferencia del centinela que es máquina de máquina, él únicamente es un borne maltrecho, la máquina puede funcionar de manera óptima sin él, pero no sabríamos de ella, de sus efectos, sin él. Lo sabemos, mediante la observación detenida de las puertas de la ley el campesino  ha devenido parte de la máquina, ha sido capturado por la máquina dentro de la máquina, un adentro que es el afuera de la ley: en el mismo movimiento de exclusión él mismo es ya parte del engranaje, está incluido. Un lenguaje dentro de un lenguaje. El campesino ha sido incidido en las mismas vísceras de la ley (cabe señalar que las vísceras de la ley están por fuera, por dentro está montado el teatro excelso de las figuras burocráticas que aceitan una y otra vez cada engranaje de la Ley –máquinaley-), Seguimos una vez más a Falk:

El  proceso narrado es inequívoco en sí: un hombre desearía entrar a la Ley, pero le es impedido el paso. Determina esperar, y espera durante toda su vida , hasta que a la muerte es cerrado el acceso, poco después de que el moribundo advierte el inextinguible resplandor a través de la puerta de la Ley. Las características principales de este proceso son el deseo de entrar en la Ley; el empeño de persistir en el deseo, a pesar de un aparente obstáculo insalvable; y el divisar, aun cuando no la Ley, al menos su resplandor en el instante de la muerte, rasgos todos ellos que surgen constantemente en la obra de Kafka[6]

El deseo de entrar en la Ley es asimismo prohibición de entrar en ella, el empeño de persistir en el deseo y el divisar el resplandor de la Ley en el instante de la muerte, son el producto que la Ley, máquina de visión que logra emitir, al mismo tiempo, como figura genuina al campesino en espera. Dispositivo de visión, la Ley captura el deseo y el cuerpo del campesino y los condensa en una imagen inamovible. La Ley no crea nada, pero produce efectos muy precisos a partir del llamado. El campesino ha sido llamado ante las puertas de la Ley, ahora, inamovible, cual fotografía, permanece incólume al tiempo, esperando su turno. El campesino pertenece a un flujo de imágenes, todas ellas pertenecientes a su vez al espacio de la espera.  Se espera a que el obturador de la máquina de visión abra y cierre. Más valdría colarse en ese instante, sin embargo, el obturador únicamente se abre cuando el campesino está agonizando, cuando ya no tiene ninguna posibilidad de colarse más allá de las puertas de la Ley. La Ley es una máquina de visión invisible e impenetrable.  En este sentido es necesario recurrir a Tortajada quien nos refiere:

Sin embargo, si el hombre se detiene ante la prohibición, y si la historia continúa, contando su vida ante dicha puerta, es porque la palabra preformativa del centinela es seguida de un efecto. Es porque el guardia ha hablado en nombre de la Ley. Si ese portero aparece como una instancia de poder, es porque sabe de ese poder por su lazo con la Ley, de la cual es el servidor o el representante, según las interpretaciones. La ley inaccesible y trascendente es lo que legitima ese poder: no pasamos la puerta, no podemos alcanzarla. [7]  

Lo que manifiesta el relato de Kafka, entre otras cosas, es la presencia de un dispositivo de visión enlazado con actos verbales de poder[8]. Modelo de poder representado por un sofisticado dispositivo de visión que tiene como fundamento la Ley arcaica, esa que distingue a sus sujetos, singular para cada uno y no igual para todos. De esto se desprende que respecto a la Ley en Kafka es necesario establecer la distinción entre un modelo de poder basado en la ley arcaica y un dispositivo de visión sofisticado inherente a la Ley misma. El dispositivo es novedoso, sin embargo sus principios están arraigados en una concepción trasnochada de la Ley: Modelo de poder que precipita la existencia de una máquina de visión, dispositivo de visión que organiza las particularidades de la relación sujeto-poder-visión. El primer distingo, el modelo de poder, reposa en la noción clásica de máquina regida por actos de palabra que visibilizan el poder, registro de disciplina donde hay un vector (gobernador de la máquina) que con las palabras hace ver la realidad, y dispone de los cuerpos para que se adecuen a esa realidad, que la deseen, incluso si es la realidad del castigo y la vigilancia. Acá el hombre-mando mediante sus palabras pone en marcha la máquina de visión que vigilará cada uno de los sectores y producirá mediante sus dichos regímenes de verdad a los cuales se adecuará el sujeto de la obediencia. Modelo clásico del poder y de la máquina: que cada vigilante sea un amigo, un vecino de pupitre (modalidades coextensivas de la máquina arquitectónica de vigilancia y castigo). Este dispositivo de visión clásico, será complementado por el dispositivo de visión, la cámara fotográfica. Se extiende entonces la posibilidad de cartografiar y capturar el movimiento de los cuerpos estableciendo una vigilancia plena de las formas. El dispositivo de visión es una máquina vieja que presenta siempre lo nuevo. Para Tortajada este dispositivo

es aquello que permite a un espectador acceder a una representación en función de un cierto aparataje: es decir, no solamente la máquina de visión como objeto técnico, sino también el conjunto de elementos o procedimientos puestos en obra desde la producción hasta la presentación: de esta manera, tanto para la fotografía como para el cine, el proceso químico es un elemento determinante del dispositivo[9]

El aparataje reposa en una cierta química de los elementos, combinatoria que precipita una captura. La captura es registro de la imagen, pero para que la imagen sea producida son necesarios elementos que posibiliten la retención. Los flujos de luz, su distribución, el juego que organicen con la superficie de inscripción, lo que determina que la captura se dé, o no. A esto agreguemos lo que Virilio nos plantea en relación al artilugio de la máquina de visión, que funge como máquina de vigilancia y combate. Visión sin mirada como medio de obtención de la objetividad plena de los campos de visión. Esto equivale a la extirpación de la mirada, uno de los resultados concretos de la máquina de visión.

¿No se habla de la próxima producción de una «máquina de visión» capaz, no ya únicamente de reconocer los contornos de las formas, sino de una interpretación completa del campo visual, de la puesta en escena próxima o lejana de un entorno complejo? ¿No se habla de una nueva disciplina técnica, la «visiónica», de la posibilidad de obtener una visión sin mirada, donde la vídeo-cámara se serviría del ordenador que asume para la máquina, y no ya para un telespectador, la capacidad de análisis del medio ambiente, la interpretación automática del sentido de los acontecimientos, en los dominios de la producción industrial, de la gestión de stocks o, también, en los de la robótica militar? [10]

Esa máquina de visión anunciada por Virilio ya existe, veintitrés años después de anunciada su posible invención es en este momento la máquina de visión la que organiza gran parte de la vida cotidiana de las urbes.[11] Visión de la máquina para la máquina.

El campesino de Kafka ahora esperaría a que en la máquina de visión aparezca algún gesto que le notifique la existencia de una Ley para él. La Ley es arcaica, sólo se actualiza por la máquina, por el dispositivo de visión. La ausencia de mirada es la excepción que se funda como regla operativa del dispositivo de visión. Excepción, ya no es necesaria la mirada para poder ver, la máquina y la Ley lo reafirman una y otra vez. La espera del campesino sería la misma, el efecto final es que, precisamente, nadie puede entrar en la ley. El dispositivo de visión afina el registro en el cual la ley en tanto visible, sólo es visible para la máquina. Visión sin mirada. Predominio del aparataje de visión, el sujeto al parecer entonces sólo es una nostalgia filosófica.

¿No es entonces un símil ultra-tecnológico el que la Ley tiene con la máquina de visión? La ley también opera a partir de la exclusión de la mirada, es máquina de visión arcaico-jurídica sin mirada ¿La cámara de  vídeo no funge acaso como extensión de la potencia de capacidad de análisis del medio, de los acontecimientos, de la reserva de hechos que requiere la Ley para funcionar de manera más o menos óptima, más o menos velada? La visiónica planteada por Virilo es una manera de decir Ley. La máquina, dispositivo de visión no es más que el correlato sofisticado de la Ley.

Pero, ¿De qué se alimenta la máquina de visión? ¿Acaso se alimenta de lo mismo que la Ley? Todo parece indicar que sí, hay una dieta compartida, ambas tragan vidas. Ante la ley es también un proceso de deglución, lenta, tortuosa. La Ley digiere la vida del campesino, rumia lentamente ese cuerpo que poco a poco envejece y se entrega pleno a las fauces de la Ley. La máquina de visión también traga vidas, vidas perdidas a propósito. La Ley comparte con la máquina los desperdicios de cuerpos echados a perder por la espera. Proceso carroñero. La Ley y la máquina de visión operan únicamente en función de vidas agotadas, o como reafirma Tortajada vidas perdidas. El artilugio de la visión artificial, de la visión sin mirada requiere de un cuerpo agotado en el borde de la desesperación, cuerpo culpable que destine su vida como perdida al despeñadero de la máquina de visión, sucedáneo de la Ley:

No basta con que el hombre obedezca a la prohibición; no basta con que permanezca pegado a esta puerta y a este guardia durante toda su vida. Para que la sujeción opere hasta el final, es preciso que esta vida, a pesar del margen de libertad, sea una vida “perdida”. Es preciso que el hombre pueda evaluar que su elección –por lo demás, consciente o no, eso no nos interesa aquí- ha sido un error.[12]

Esa máquina Ley produce un “sujeto” particular[13], el “un sujeto” en aislado, afianzado en una espera. Esa espera tiene los matices de la tragedia. 

La mecánica del poder provee el último toque a la sujeción transformando su elección mínima, su pequeño margen de vida, en un fracaso. Es un momento crucial, tanto más marcado por cuanto es el resorte del sentimiento trágico marcado por la fábula. La sujeción es justamente pasar su tiempo ante la puerta pero sobretodo es medir el valor de ese tiempo con la vara del primer modelo de poder: cuando la luz aparece, con toda su carga simbólica, el guardián asesta sus últimas palabras, que dependen del orden arcaico: le dice al hombre su derecho singular, derecho que el hombre ha perdido. Es demasiado tarde y se ha equivocado.[14]

Solo en el umbral de la muerte el campesino podrá entrever un gesto que indica la existencia-resplandor de la Ley. Tiene lo que deseaba, una visión de la Ley, aunque en eso se le haya ido la vida. La espera inconmovible, la espera áspera. El envejecimiento y envilecimiento de ese que espera una respuesta, una señal, la más ligera, que le permita poder acceder y atravesar el umbral de la ley, son el resultado de los efectos de la ley en el cuerpo. La espera, lo que implica esperar a la ley a que uno de sus subrogados dé señales de su existencia, equivale necesariamente a una destrucción del cuerpo. El dispositivo-ley kafkiano establece las maneras en las cuales se va a organizar un territorio al cual se le va hacer escuchar, hacer ver, hacer hablar, en función de las determinaciones de la espera y la imposibilidad de entrar en la ley.  El despojo (sujeto) que Kafka nos coloca diseccionado en la máquina de tortura es nuestro contemporáneo: se establece únicamente como posibilidad y necesidad de un sufrimiento.

Ya recorrido brevemente el problema de la máquina en Ante la Ley ¿Qué encontramos en La colonia penitenciaria? podría entenderse como el viejo caso paradigmático del tormento moderno. La sujeción a la ley sólo se puede dar a partir del tormento. Kafka nos coloca frente a una verdad dolorosa. El hombre quiere el tormento, desea ser atormentado.  Al verdugo lo que le interesa es que la máquina de tortura funcione en condiciones óptimas, como lo plantea Hernández Arias, el acercamiento de Kakfa al problema penitenciario:

es simbólico y permanece en un ámbito europeo, los personajes argumentan en la misma dimensión cultural. No obstante, el verdadero protagonista de la narración es una máquina. El oficial que la sirve y la ha perfeccionado aúna la fascinación por la técnica y la barbarie. Sin embargo, Kafka no se esfuerza en hacerlo antipático al lector, ni tampoco se esfuerza por hacer simpáticos al reo y al viajero que presencia la ejecución, todo lo contrario, el prisionero es descrito como una persona vulgar, instintiva, y el segundo, el cultivado europeo, como un hombre que no se atreve a defender directamente sus convicciones «civilizadas» y que, al final, se convierte en cómplice de un proceso judicial absurdo e inmoral. [15]

La máquina como protagonista: despliegue de formas que conectan un pasado aparentemente ido con un presente latente que actualiza una y otra vez esas figuras de la aniquilación sistematizada. Cierto, la máquina nos hacer lo que la máquina hace ver: el protagonismo de la máquina productora de ley a partir del consumo de cuerpos despojados de sus afecciones. Las afecciones son el combustible que pone a andar ese aparataje atemporal. La máquina es atemporal (por eso puede aparecer en cualquier época, más o menos sofisticada, más o menos limitada), y vía esa atemporalidad le introduce el tiempo a la ley a partir de la trituración de cuerpos-afectados. La máquina sustrae las afecciones para dejar solo un desolado desierto poblado de despojos. La ley, anacrónica, adquiere actualidad en función del alimento que la máquina le sustrae a los cuerpos, sus afecciones. Succión y permanencia, como en las fábulas donde los monstruos ancianos del pantano consumen cuerpos jóvenes para presentar una eterna juventud.

Pensemos también en esa fascinación del oficial que pone en marcha la máquina, y que se presenta como cifra para comprender el asombro que ha permeado los últimos dos siglos en relación a la técnica y la barbarie, complicidad, hipocresía, vulgaridad, etc., todos estos elementos marchan junto con los acordes que propone la racionalidad instrumental condensada en la máquina de tortura, en este registro  Kafka será muy cuidadoso en abordar el problema de la amoralidad de la acción creadora de la máquina:

Pero la clave del relato no se halla en la inmoralidad del procedimiento, sino en la amoralidad de la acción, sobre todo en la amoralidad del espíritu que creó la máquina, concebida para destruir la vida humana con la máxima perfección y para grabar en el cuerpo del reo la ley que supuestamente ha conculcado, en este caso una ley que no coincide con las inadmisibles imputaciones al soldado. Pero para el oficial la ley es algo baladí, así como la culpa, su obsesión se centra en la perfección técnica de la ejecución, en la perfección con que inscribe en la piel la letra incomprensible de la ley.[16]

El cuerpo del preso estará marcado por la ley, ley sin importancia, aparentemente, sin embargo, ley que tendrá en la ejecución su máxima expresión. Hay incomprensión de la ley, pero no hay incomprensión del funcionamiento de la máquina. El tormento afirma ante la ley al supliciado, en el mismo movimiento la máquina extirpará cualquier rastro de afectos, afirmará la frialdad del procedimiento de ejecución de la Ley que rige a la Colonia penitenciaria. La muerte del supliciado no es la meta, la meta es el tormento en sí mismo como lo que afirma un estado regido por leyes y verificado por la máquina. Máquina de verificación y no sólo de vigilancia.

El tormento es un espacio potencializador de la culpa, la culpa, en este caso, es la del lector o del turista ilustrado que quiere saber cómo funciona la máquina, corazón de la colonia penitenciaria. Tormento y culpa gozosa del voyeur, angustia académica. Superficies inseparables en La colonia: Un tormento que no excita al supliciado, que nada de erótico presenta en sí. Sin embargo el espectador de los productos de la acción de la máquina queda paralizado de gozo, terror y curiosidad: morbo de los mass  media o de los eruditos estudios de academia.

Tormento que lleva en sí la comprensión de la banalidad del mundo: El hombre desea la banalidad, nos narra en voz en off la máquina, la cual recordémoslo, es la protagonista. Quizá el tormento y la banalidad inauguran esa particular forma de apatía que permeará todo el siglo XX. Guerra, aniquilación descarnada. Sólo soportables a partir de la banalidad del tormento que hará de la apatía la garantía de la supervivencia. La apatía del supliciado, su vulgaridad, excita la maquinaria de la sustracción y administración de las afecciones. Recordemos: en la colonia penitenciaria un turista ilustrado hace una visita a un lager, un campo penitenciario. El guía le muestra al ilustrado las formas de operar de la colonia. Una maquinaria bien organizada que hace andar a la Ley, que la actualiza una y otra vez. Hay un preso grotesco, un supliciado infame. Desea morir. Desea que la máquina lo haga por él, es un cobarde. El preso no teme el suplicio, lo desea. Él mismo se coloca en la posición ergonómica que la máquina le exige. Con su cuerpo perpetua la vigencia de la culpa. La culpa queda como resto inasimilable, goce parásito. Condición para que la ley siga su marcha. Sólo mediante la culpabilidad el hombre puede seguir atado a la ley. La culpa circula por debajo de las formas asimilables, por debajo del discurso que secunda a la máquina en su labor de catalizador-organizador de las funciones en la superficie de la colonia. Lo sabemos. La colonia se organiza como una maquinaria enorme, se pone en marcha a partir de una máquina-instrumento de tortura, corazón que funge como válvula catalizador, marca las pausas y los movimientos que la maquinaria requiere para continuar andando. Sístole-diástole de la frialdad. La colonia necesita de la máquina. La máquina es el ícono organizador. La máquina produce cadáveres, sobre los cadáveres se funda la culpa una y otra vez. La colonia necesita de la culpa así como primordialmente necesita de la máquina. Debajo de la culpa yace el cadáver.

¡Vaya teatro contemporáneo! Y Kafka, sonrisa triste, sabe que después de todo no era tan difícil argumentar la desesperanza de lo contemporáneo por venir: El protagonismo de la máquina.

¿Dónde está situada la máquina? A pesar de que en la colonia penitenciaria la máquina aparentemente se muestra como el objeto tangible donde será llevado a cabo el suplicio, lo que queremos proponer es que el instrumento de tortura no es en sí la máquina, el instrumento sólo es un borne de la máquina, así como el preso, el soldado y el turista (voyeur de la desgracia). El dispositivo está constituido por múltiples elementos, de los cuales, la máquina de tortura es el que representa de manera gráfica, condensada, las cualidades de la maquinaria que actualiza la Ley que rige de manera silenciosa la Colonia: la máquina no piensa, pero observa, crea campos de visibilidad que no hacen necesaria ya ninguna figura del pensamiento. La máquina es acéfala y a-pulsional.

No hay ningún elemento libidinal que constituya a la máquina-dispositivo de visión asimilada al engranaje que se narra en la Colonia. El dispositivo de visión es un reservorio de imágenes, memoria de imágenes que no tienen que ser pensadas ni están destinadas a producir pensamiento. Estas imágenes que no piensan, en el plano referido en Ante la Ley son las que en determinado momento hacen que el campesino haya olvidado la Ley. Alguien la ha visto, pero nadie la ha pensado, por eso reina el olvido. En La Colonia el olvido de la Ley es condición clave para comprender la actitud del operador de la máquina, del preso y del turista. La Ley no se piensa, no se  dice, pero todo el tiempo está trabajando, reproduciendo imágenes de manera despavorida. Imágenes que trágicamente inauguran una época, siglo XX acoplamiento de técnica y barbarie, racionalidad y destrucción.[17]

Los afectos, las pulsiones, todo aquello referente a cuestiones de orden libidinal no le pertenecen a la máquina. El dispositivo de visión es inmune al erotismo. Sólo se alimenta de él, pero no es afectado. La máquina es un monstruo frío, al igual que la Ley. La Ley en Kafka no es la Ley trabada con el deseo. Es Ley de puro plano jurídico-maquínico, frialdad instrumental.  De la máquina-dispositivo de visión sólo sabemos por sus efectos. El artilugio permanece sepultado, trabaja en silencio y en invisibilidad. Se alimenta de vidas perdidas de las cuales ha sido sustraído su rasgo libidinal, el deseo. Cuerpo despojo.

El tormento, uno de los efectos de la máquina-dispositivo de visión es la fórmula que garantiza la espera a que la Ley se presente y condensa la culpa. La culpa y el deseo de suplicio de extirparla están del lado de la imaginería del campesino o del supliciado de la colonia penitenciaria. La máquina es inmune a los afectos pero trabaja con ellos, ellos son su combustible: los organiza, los distribuye, hace uso de la representación para cuadricular territorios de reproducción de formas que le permitan seguir alimentándose. En la máquina de tortura la representación sigue siendo vigente, la vigencia se comprueba en la letalidad, que no es más que letalidad de la representación.

El tormento produce la purificación del cuerpo que requiere la Ley. Reafirmación de la vida perdida a partir de la presentación del cadáver.  Seamos reiterativos, fastidiosamente reiterativos: vidas pérdidas, aquellas que reciben todo el peso de la máquina-visión como reafirmación de un estado patético de presentación de la Ley. La ley requiere de cadáveres para mantenerse vigente: el dispositivo de visión no impedirá que se eviten crímenes, que se repliquen masacres, no, el dispositivo de visión sólo almacena imágenes para que el ordenador seleccione la información requerida para mantener a flote la leyenda de la Ley. La puerta de la ley está abierta mientras el campesino está vivo, cuando el campesino muere las puertas se cierran. Esa puerta estaba exclusivamente abierta para él. Pero a condición de no poder entrar. Tan así que el telón se cierra cuando la muerte llega. La espera de la ley y la imposibilidad de entrar se presentan como signos oscuros de una época que extenderá sus horizontes hasta los tiempos actuales.

En la colonia penitenciaria la máquina está hecha para el supliciado, sólo para él (entendemos que él, al igual que el campesino pertenece a la carroña de cuerpos y vidas pérdidas que fagocita la máquina para mantenerse vitalizada, vigente).

Terminemos esto con el dicho lapidario del centinela al final de la leyenda Ante la Ley

Yo me voy y ahora cierro la puerta…


[1] Franz Kafka, Cuentos completos, Editor digital: Titivillus, 2009, pp. 125-126  [Traducción y prólogo de José Rafael Hernández Arias].

[2] José Rafael Hernández Arias, Prólogo a Cuentos completos de Franz Kafka. Ibíd., pp. 13-14.

[3] Ibídem.

[4] Walter Falk, Impresionismo y expresionismo. Dolor y transformación en Rilke, Kafka, Trakl. Pp. 134-135.

[5] Franz Kafka, citado por  Roberto Calasso, El esplendor velado. En: Aforismos de Zürau, Madrid, España, 2005, p. 160. 

[6] Walter Falk, Op. cit., p. 134.

[7] María Tortajada, Dispositivo de visión y modelos de poder: “Ante la Ley”, de Kafka, En: Percia, M.; Kaminsky, G.; Cragnolini, M. et al. Kafka: preindividual, impersonal, biopolítico. La Cebra, Buenos Aires, p. 217.

[8] Ibídem.

[9] Ibídem.

[10] Paul Virilio, La máquina de visión. Catedra, Madrid, 1998,  p. 77.

[11] Visión de la máquina para la máquina, conexión exacta entre la cámara de vídeo y la computadora: en la cotidianidad de la Ciudad de México nos encontramos con la presencia del Sistema de Vigilancia C5 como ejemplo de este matrimonio perfecto. Dispositivo que verifica acontecimientos cotidianos, y vigila cualquier condición anómala que pudiese infligir un daño a la Ley. A pesar de su limitación (el gobierno sólo ha habilitado un pequeño lote de cámaras) lo que cabe destacar es la presencia invisible del dispositivo de visión. En su invisibilidad radica su potencia, excluida la mirada, la videocámara está programada para otorgar visión total al dispositivo de visión.

[12] María Tortajada, Op. Cit., p. 229.

[13] Particular entendido como parte de la máquina, como parte de un sistema. Particular que únicamente se puede afirmar a partir de un general, en este caso la máquina Ley afirma la particularidad del borde que representa el campesino.

[14] María Tortajada, Op. Cit., p. 229.

[15] Hernández Arias, Op., cit. pp. 15-16.

[16] Ibídem.

[17] Ibídem.

José Antonio Mejía Coria

Licenciatura en Psicología por la FES-Iztacala UNAM. Especialidad en clínica psicoanalítica Freud-Lacan por la Red Analítica Lacaniana. Maestría en Psicoanálisis y Cultura por la Escuela Libre de Psicología de Puebla. Doctorando en Saberes sobre subjetividad y violencia. Docente en la Carrera de Psicología de la FES Iztacala UNAM, adscrito al área de Psicoanálisis y Teoría Social. Miembro del proyecto de investigación Universidad, Sociedad y Acción Comunitaria (USAC) de la FES Iztacala-UNAM. Docente en seminarios sobre psicoanálisis, filosofía y biopolítica, entre los que destaca el seminario continuo sobre Teología, filosofía y psicología, sede FES-Iztacala, UNAM. Miembro fundador del Foro del Campo Lacaniano de México (FCLM). Ha publicado diversos textos ligados al psicoanálisis, poesía y filosofía. Practica el psicoanálisis en la Ciudad de México.