El artista levanta su dedo cubierto de carbón y da unos pasos atrás para contemplar el resultado. Pequeños crujidos y chasquidos acompañan los murmullos lejanos, mientras el fuego —que danza al compás de la brisa que se filtra en la morada— ilumina la recién terminada obra, haciéndola parecer viva. Pero no se trata de cualquier obra: cuidadosamente plasmada hace más de 30 mil años en una caverna al sur de Francia, es testimonio de una de las primeras formas de representación simbólica, en tanto posibilidad de crear sentido. Desde el origen de la humanidad, las imágenes nos han permitido pensar nuestro lugar en el mundo, comunicarnos con nuestros semejantes, construir una cultura común y buscar la trascendencia.
De acuerdo con Bataille (2003) dos acontecimientos marcaron el curso del mundo: el nacimiento de los utensilios (el trabajo) y del arte (o el juego). En su obra “Lascaux o el nacimiento del arte”, señala que:
“En primer lugar el arte es, y ante todo sigue siendo, un juego. Mientras que los utensilios encarnan el principio del trabajo. Determinar el sentido de Lascaux -esto es, la época de la que Lascaux es el mayor exponente-, es percibir el paso del mundo del trabajo al mundo del juego, que es al mismo tiempo el paso del Homo Faber al Homo Sapiens, o en otros términos, del bosquejo físico al ser completo” (p.38).
Es entonces a partir de que se desarrolla la capacidad de representación simbólica y la habilidad de plasmarla (en imágenes, en arte), que se puede hablar de un paso de lo animal a lo humano, de una visión utilitaria del mundo hacia una visión simbólica y trascendental.
Realizar una cronología de la transformación de la imagen desde estos orígenes rupestres hasta hoy en día, sería sin duda una labor titánica, por lo que bastará decir que se ha transformado de forma paralela al ser humano, tanto en términos técnicos —recurriendo a las nuevas herramientas y técnicas que el hombre ha ido desarrollando, como la pintura, la litografía, la imprenta, o la fotografía— como en los aspectos sociales y culturales, reflejando las preocupaciones, alegrías, retos y reflexiones de cada época. La imagen no sólo ha cambiado en su formato, sino también en su contenido, en función de los contextos históricos, artísticos y filosóficos. Incluso, actualmente, una nueva herramienta está, una vez más, redefiniendo la forma en que elaboramos y concebimos a la imagen: la Inteligencia Artificial Generativa.
La relación intrínseca entre imagen y sujeto ha sido motivo de estudio desde diversos saberes a lo largo de la historia. Filosofía, arte, sociología, psicoanálisis y estudios culturales han explorado cómo la imagen no sólo representa al sujeto, sino que también lo configura, lo interpreta y, en algunos casos, lo redefine. Este vínculo plantea interrogantes sobre identidad, percepción, poder y representación.
Desde el ámbito psicoanalítico, Cornelius Castoriadis (1997) señala que: “En su raíz, la imaginación es capacidad de poner [crear] una imagen, a partir simplemente de un choque e incluso […] a partir de nada: pues después de todo, el choque concierne a nuestras relaciones con «algo» de lo ya dado, «externo» o «interno», mientras que hay un movimiento autónomo de la imaginación” (p. 163). Este carácter creador es el que permite: “dar figurabilidad a lo que en sí mismo no tiene figura para la psique” (p. 170).
Adicionalmente, según Castoriadis, la imaginación humana es desfuncionalizada: se ha liberado de la servidumbre del funcionamiento biológico y sus finalidades, y posee la capacidad de crear formas y contenidos que no responden a ninguna necesidad concreta. Esta imaginación libre y desbordada, al romper con las regulaciones instintivas propias del animal, convierte al ser humano en a-funcional, es decir, inapto para la mera supervivencia instintiva, de ahí la creación de la sociedad y la fabricación por la sociedad del individuo social. De acuerdo con Castoriadis:
“Este dato primero de la imaginación es modelado y domeñado, nunca completamente, por su socialización. La socialización es el proceso mediante el cual la psique es forzada a abandonar (nunca completamente) su sentido original monádico por el sentido partícipe suministrado por la sociedad y subordinar sus creaciones y sus propias producciones a las exigencias de la vida social”.
Así, Castoriadis indica que es a través de esta fabricación social del individuo que la institución somete la imaginación singular del sujeto. La institución corta la comunicación entre la imaginación radical del sujeto y su “pensamiento”. De ahí que: “Cualquier cosa que él pueda imaginar (a sabiendas o no), el sujeto sólo pensará y hará lo que está socialmente obligado a pensar y hacer.” (pp. 184-185). Por lo tanto: “no hay oposición entre el individuo y la sociedad; el individuo es una creación social”. (Castoriadis, 1997, p. 190).
Es a partir de estas premisas que Castoriadis desarrolla el concepto de “imaginario social”, que se puede determinar como: “Instancia de creación del modo de una sociedad, dado que instituye las significaciones que producen un determinado mundo (griego, romano, incaico, etc.) llevando a la emergencia de representaciones, afectos y acciones propios del mismo.” (Franco S/A). Sobre este punto, Castoriadis (1997) puntualiza que:
“(I) La sociedad es creación y creación de sí misma. […] (II) La sociedad es siempre histórica en el sentido extenso, pero propio, del término: ella atraviesa siempre un proceso de auto-alteración. […] (III) Puesto que ellas no son ni producibles causalmente ni deducibles racionalmente, las instituciones y las significaciones imaginarias sociales de cada sociedad son creaciones libres e inmotivadas del colectivo anónimo que les concierne” (pp. 191-193)
Así, desde la perspectiva de Castoriadis, el imaginario social se configura como el conjunto de significados compartidos que permiten a una sociedad dar sentido a su existencia colectiva. Un proceso dinámico que articula lo instituido (conjunto de normas, leyes, valores, significados y estructuras que una sociedad ha creado) con lo instituyente (la capacidad creativa de una sociedad para generar nuevas normas, significados y estructuras que desafíen o transformen lo instituido). Estos significados compartidos se construyen a través de instituyentes sociales como instituciones políticas o religiosas, centros de arte, sistemas educativos, movimientos sociales, corporaciones y, por supuesto, medios de comunicación. En este marco, la prensa no sólo actúa como transmisora de narrativas, sino que, a través del uso de imágenes —como ilustraciones y fotografías—, desempeña un papel fundamental en la creación y consolidación de estos significados.
Desde el nacimiento de los que podríamos considerar como los primeros periódicos impresos, la imagen ha jugado un papel fundamental en la transmisión de información. A pesar de las dificultades técnicas, las ilustraciones y los grabados complementando la información escrita se pueden encontrar desde finales del siglo XV. Lo podemos constatar en la “Lettres nouvelles de Milan” —folleto de seis hojas que relata la captura del duque de Milán Ludovico Sforza en Novara, en abril de 1500, por las tropas de Louis de La Trémoille — en donde el título está ilustrado con un grabado en madera que representa el acontecimiento: aquí Ludovico Sforza cautivo, llevado a caballo con los ojos vendados. (Anexo 1)
De igual manera, en el cartel noticioso “Histoire memorable et veritable recit de ce qui c’est faict et passe a l’assassinat commis en la personne du baron de Sainct Eglan, dans le carrosse de Monsieur le duc de Beaufort, le 29 octob. 1650…”, un grabado representa el hecho —el asesinato del barón— y el castigo al que fueron sometidos los perpetradores. (Anexo 2)
Además, el continuo desarrollo tecnológico y el invento de la litografía en el siglo XIX, permitieron, una proliferación de periódicos ilustrados que marcaron la tendencia a seguir en el vínculo informativo entre texto e imagen. La aparición en Francia de publicaciones tales como la revista semanal L’Illustration y el periódico Le Petit Journal. Supplément Illustré dan cuenta del uso cada vez más cotidiano de la imagen en periodismo y de la transformación de los periódicos que pasaron de contar con una mayoría de géneros de opinión hacia una mayoría de géneros informativos. (Anexo 3)
Con un uso cada vez más recurrente y masivo, la imagen en el periodismo fue posicionándose como elemento central en la construcción del imaginario social, configurando percepciones colectivas sobre el mundo, la identidad y las relaciones humanas. Las imágenes han transmitido valores, creencias y estereotipos que se integran en el imaginario social. Así la imagen en periodismo direcciona interpretaciones y emociones, creando narrativas y estableciendo referentes culturales que moldean cómo las sociedades comprenden y se relacionan con su entorno.
Así, podemos pensar a las imágenes en la prensa desde la perspectiva mítica de Roland Barthes. Para Barthes (1999), “el mito es un habla”, constituye un sistema de comunicación, un mensaje (no necesariamente oral). Inserto en la lógica semiológica de Saussure, el mito es un sistema de significación de segundo nivel, construido sobre una cadena semiológica preexistente. En este sistema, el signo de la primera cadena, que combina un significante (forma) y un significado (concepto), se convierte en el significante de un nuevo significado, generando una nueva unidad de sentido. Esta transformación permite al mito reducir las materias originales (lenguaje, imágenes, objetos, etc.) a una función puramente significante, convirtiéndolas en lenguaje que opera como vehículo ideológico. De este modo, el mito reconfigura y amplifica los significados previos, naturalizando valores e ideologías culturales.
La prensa, especialmente a través del uso de la ilustración, desempeña un papel fundamental en la construcción de mitos y la conformación de un imaginario social instituyente, entendido este último como el conjunto de significados compartidos que sostienen y orientan las prácticas y valores de una sociedad. Desde la perspectiva de Roland Barthes, los mitos operan como sistemas de significación de segundo nivel que resignifican imágenes y textos al servicio de ideologías dominantes. En este contexto, las ilustraciones en la prensa no solo refuerzan el contenido textual, sino que, debido a su capacidad de condensar mensajes complejos en formas visuales inmediatas y emocionalmente cargadas, se convierten en vehículos privilegiados para la transmisión de significados míticos. Estas imágenes crean significados que trascienden lo contingente y los inscriben en un discurso cultural que naturaliza valores, jerarquías y relaciones de poder.
La prensa, al seleccionar y presentar imágenes específicas, actúa como un mediador entre los hechos y su interpretación colectiva, promoviendo narrativas que configuran el imaginario social. Por ejemplo, una fotografía de un líder político puede trascender su dimensión informativa para simbolizar estabilidad, progreso o autoridad, dependiendo del contexto y del discurso visual que la acompaña. Este proceso, que Barthes (1999, p. 129) describe como la capacidad del mito de transformar lo histórico en “natural”, permite que la prensa, a través de sus ilustraciones, legitime ciertas ideologías al tiempo que invisibiliza otras. Además, al ser un medio de amplia circulación, la prensa consolida su papel como creador de consensos culturales, donde las imágenes producen una realidad simbólicamente, configurando cómo los sujetos perciben y entienden el mundo que los rodea.
De este modo, las ilustraciones en la prensa son herramientas discursivas que operan en la producción de un imaginario social instituyente, entendiendo este como un marco simbólico que sostiene las instituciones y prácticas sociales. En tanto que estas imágenes refuerzan y reproducen significados culturales compartidos, contribuyen a la reproducción de estructuras de poder y a la validación de ciertos valores como universales, consolidando la función de la prensa como un factor clave en la creación y perpetuación de mitos en la cultura contemporánea.
Durante la Primera Guerra Mundial, las ilustraciones en la prensa desempeñaron un papel crucial en la construcción de mitos que definieron tanto la percepción del conflicto como las actitudes colectivas hacia los actores involucrados. Dos figuras icónicas moldeadas por estas representaciones gráficas fueron el soldado heroico (Anexo 4) y el “enemigo deshumanizado” (Anexo 5). Ambas construcciones operaron como mecanismos ideológicos que legitimaron el esfuerzo bélico y consolidaron narrativas nacionalistas, funcionales para la movilización y el control social en tiempos de guerra.
El mito del soldado heroico fue una representación recurrente en la prensa ilustrada, caracterizada por imágenes que exaltaban el sacrificio, la valentía y el honor de los combatientes. Estas ilustraciones presentaban al soldado como un defensor noble de la patria, imbuido de valores como la lealtad y el altruismo. A menudo, se le retrataba en poses idealizadas, enfrentando el peligro con determinación, acompañado de símbolos nacionales como banderas o paisajes emblemáticos. Este mito no solo buscaba inspirar orgullo y admiración, sino también reforzar la legitimidad moral de la guerra al presentarla como una causa justa y necesaria. En términos de Barthes, estas imágenes transformaban lo histórico y contingente —la participación individual en la guerra— en algo “natural” y universal: el deber patriótico. Así, el soldado no era solo un hombre en combate, sino un símbolo mítico de los valores nacionales.
En contraste, el “enemigo deshumanizado” representaba la antítesis del soldado heroico y servía como un mecanismo para justificar la violencia ejercida contra el adversario. Las ilustraciones de la época, especialmente en los periódicos propagandísticos, retrataban al enemigo con rasgos grotescos, exagerados o animalescos, subrayando su supuesta barbarie, crueldad o amenaza a la civilización. Estas imágenes no solo despojaban al enemigo de su humanidad, sino que también naturalizaban su destrucción como una medida legítima y necesaria para proteger a la nación. La deshumanización visual, al operar como un mito, reforzaba la dicotomía entre el “nosotros” civilizado y el “ellos” bárbaro, solidificando el apoyo popular a la guerra.
Ambos mitos, construidos y difundidos a través de las ilustraciones en la prensa, tuvieron implicaciones profundas para el imaginario social de la época. Por un lado, ofrecieron narrativas simplificadas que permitían a las sociedades comprender y aceptar el conflicto desde una perspectiva binaria y moralizada. Por otro lado, contribuyeron a la interiorización de valores nacionalistas, legitimaron el uso de la violencia y perpetuaron dinámicas de exclusión y otredad. En este sentido, las ilustraciones de la Primera Guerra Mundial fueron elementos fundamentales en la producción simbólica de la época, consolidando su función como herramientas de instauración de mitos y constitución del imaginario social.
Los mitos del soldado heroico y del enemigo deshumanizado, construidos durante la Primera Guerra Mundial, han perdurado y evolucionado, demostrando su relevancia en los imaginarios sociales contemporáneos. En conflictos recientes, estos arquetipos se han mantenido como herramientas narrativas clave para justificar intervenciones militares, movilizar apoyo popular y consolidar identidades nacionales. La figura del soldado heroico, por ejemplo, continúa exaltándose en campañas mediáticas, películas y discursos oficiales, donde se le presenta como un protector valiente y altruista que lucha por valores universales como la libertad, la paz o los derechos humanos. En esta representación, el sacrificio individual se idealiza y se convierte en un símbolo del compromiso nacional, reforzando la legitimidad moral de las acciones militares.
De manera similar, el mito del enemigo deshumanizado sigue siendo un recurso frecuente en la propaganda política y mediática. Las representaciones contemporáneas de “terroristas”, “dictadores” o “regímenes enemigos” suelen apoyarse en imágenes que despojan al otro de su complejidad humana, reduciéndolo a una amenaza monolítica y peligrosa. Estas construcciones, difundidas a través de noticias, documentales o redes sociales, naturalizan la violencia y el conflicto como respuestas necesarias para garantizar la seguridad y el orden global. Además, perpetúan una dicotomía entre el “nosotros”, asociado a valores como la civilización y la democracia, y el “ellos”, vinculado al caos y la barbarie, reproduciendo las mismas dinámicas de exclusión y otredad que operaron durante la Gran Guerra.
El hecho de que estos mitos persistan en la actualidad subraya su capacidad para adaptarse a nuevos contextos y tecnologías de comunicación, consolidando su lugar como herramientas simbólicas que moldean la percepción pública de los conflictos y legitiman las acciones de los Estados. Al mismo tiempo, esta continuidad invita a reflexionar críticamente sobre el poder de las narrativas visuales y discursivas en la configuración del imaginario social y en la perpetuación de relaciones desiguales de poder y violencia.
En conclusión, realizar un análisis de la imagen en la prensa —desde su capacidad para instaurar mitos hasta su influencia en la conformación del imaginario social— evidencia el profundo impacto que los medios visuales tienen en la construcción simbólica de la realidad. A partir de la perspectiva mítica de Roland Barthes, podemos señalar que las imágenes no se limitan a ser representaciones neutrales, sino que operan como vehículos ideológicos que naturalizan valores, relaciones de poder y jerarquías sociales. En este contexto, la prensa se posiciona como un agente privilegiado en la creación y difusión de estos significados, utilizando la ilustración para amplificar y consolidar narrativas que legitiman determinadas visiones del mundo.
El caso de las ilustraciones durante la Primera Guerra Mundial demuestra cómo la prensa fue instrumental en la configuración de mitos que simplificaron y moralizaron el conflicto, presentando al soldado heroico como símbolo de sacrificio y patriotismo, mientras deshumanizaba al enemigo para justificar la violencia. Estos arquetipos, aunque moldeados por el contexto histórico, han persistido en el tiempo, adaptándose a las nuevas dinámicas de comunicación y extendiendo su influencia a conflictos contemporáneos. Así, los medios de comunicación actuales continúan reproduciendo estas narrativas visuales, lo que refuerza su papel en la perpetuación de imaginarios sociales que legitiman la violencia y consolidan identidades nacionales.
Si bien los estudios sobre cultura visual han avanzado significativamente desde la aparición de la bibliografía utilizada en este ensayo, con enfoques que abordan de manera más específica las complejidades de la imagen en contextos contemporáneos, el presente trabajo se centra en una exploración de los fundamentos del análisis de imágenes desde la teoría crítica y la semiología. Este enfoque me pareció adecuado para establecer las bases conceptuales necesarias que permiten entender cómo operan los significados visuales en su función social e ideológica.
Finalmente, esta reflexión subraya la necesidad de un análisis crítico de las imágenes en la prensa, tanto en sus dimensiones históricas como en sus manifestaciones actuales. Reconocer su papel en la instauración de mitos y su impacto en el imaginario social no solo permite desentrañar las estructuras ideológicas que configuran nuestra percepción del mundo, sino también cuestionar su aparente neutralidad, abriendo espacios para la construcción de narrativas más inclusivas y conscientes de su influencia simbólica.
Anexos
Referencias:
Barthes, Roland, Mitologías, Siglo Veintiuno editores, 1999.
Bataille, George, Lascaux o el nacimiento del arte, Córdoba: Alción Editora, 2003.
Castoriadis, Cornelius, La institución imaginaria de la sociedad 1, Tusquets Editores,1983.
Castoriadis, Cornelius, La institución imaginaria de la sociedad 2, Tusquets Editores, 1983.
Castoriadis, Cornelius, Ontología de la creación, Bogotá: Ensayo & Error, 1997.
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Periodista mexicana, egresada de la maestría en Edición, producción y nuevas tecnologías periodísticas de la Universidad CEU San Pablo en Madrid y licenciada en Periodismo por la Escuela Carlos Septién García. Actualmente estudia el doctorado en Saberes sobre Subjetividad y Violencia en el Colegio de Saberes.