La escritura del cuerpo como grieta

Norma Angélica Silva Gómez
Tropiezo ante el obstáculo, como otros que tienen miedo del otro y de su piel. Como otros tantos que temen a sus sentidos y los reducen a nada, a la tabla rasa de lo incomible, la suntuosa cola de pavorreal virtual y plegada del gusto.

Michel Serres

La herida es la memoria del cuerpo; memoriza la fragilidad, el dolor, es decir, su existencia real. Es una defensa en contra del objeto y de las prótesis mentales.

Gina Pane

A [ESCRITURA / GRIETA / HERIDA]
Escribir es una huella, pero también es posible enunciación de muerte. En el caso de la letra escrita o impresa, la tinta es su sangre, huella de lo ausente. El soporte de inscripción sería la piel, superficie que se intercambia como: herida, grieta, fisura, la cicatriz de lo escrito. Lo nombrado es la falta [lo que falta / lo que nos deja en falta]. El fantasma de la escritura puede devenir como espectro que clama por ser invocado.

Toda escritura, también, es el avance de Eros, potencia que se inscribe en la carta al amante, el acta de nacimiento, el certificado médico que habla de nuestro cuerpo -y su relación con la muerte- mediante la enfermedad. También aparece en los saberes académicos en la forma del diploma que nos “autoriza” a ejercer, no necesariamente a saber. El cuento, relato, mito, las historias que se cuentan, cuya oralidad se pierde, se distorsiona, se actúa y en ocasiones se debilita, cuando escapa de la boca como pura voz, y donde su desbordamiento es hacia la muerte por olvido. Posiblemente por eso, tenemos que representarlas, fijarlas en su infinita repetición para no olvidarlas, volverlas acción, ponerlas en acto, crear soportes de inscripción. Cabe recordar lo que Jacques Derrida refiere: “No hay archivo sin un lugar de consignación, sin una técnica de repetición y sin cierta exterioridad. Ningún archivo sin afuera”.1 En este caso, el “lugar de consignación” es el cuerpo.

¿Acaso es posible una escritura del cuerpo sin destinatario?, ¿una escritura como puro acto?. Escribir sin deudas, remordimientos, falsos arrepentimientos, donde la radical sinceridad tome por sorpresa aquello que se ha dicho, superando el discurso que organiza, distribuye y da jerarquías de enunciación, protocolo cercano a una suerte de guión de vida, donde “el cuerpo ontológico no está pensado aún.”2 En este tenor ¿qué supondría pensar el cuerpo ontológico?. Y Nancy aclara: “Quizás el <<cuerpo ontológico>> sólo sea para pensar allí donde el pensamiento toca la dura extrañeza, la exterioridad no pensante ó no pensable de este cuerpo. Pero sólo un tacto semejante, o un toque semejante, es la condición de un verdadero pensamiento.”3

¿Qué se despliega durante la escritura?, ¿qué textualidad se inscribe desde y en el cuerpo herido, en la grieta, en la herida que deviene en cicatriz?. Tener [ser] cuerpo. Lo que se tiene y dónde se habita. Si se considera la idea que plantea Jean-Luc Nancy de que “los cuerpos no tienen lugar, ni en el discurso ni en la materia”4. El cuerpo deviene como aquello en conflicto, que se transforma todo el tiempo, más que unidad es fragmento, suma de filtraciones, desorganizado, vibrante, contingente. Todos estamos agrietados, somos fragmentos, incompletos, en falta, y donde todo cuerpo- siguiendo a Nancy- “tiene lugar al límite, en tanto que límite: límite – borde externo, fractura e intersección

del extraño en el continuo del sentido, en el continuo de la materia. Abertura, discreción […] Un cuerpo es un lugar que abre, que separa.”5

¿Cuál es la escritura del cuerpo?, ¿se puede pensar en una sola “escritura”?, ¿qué o quién la decodifica?, ¿qué grafía se devela ante lo que ha quedado oculto, archivado, censurado?, ¿cuál discurso prevalece?, ¿cuántas narrativas soporta un cuerpo escriturado sin ocultar en su “falsa apariencia” algo que aún sigue como archihuella, tan profundo, sepultado mediante las nuevas topografías de la tinta?, ¿lo ocultan más que revelarlo?, ¿qué se oculta?, ¿se puede pensar un cuerpo como archivo?

El concepto de archivo abriga en sí, por su puesto, esta memoria del nombre arkhé. Más bien se mantiene al abrigo de esta memoria que él abriga: o, lo que es igual, que él olvida. No hay nada de accidental o de sorprendente en ello. En efecto, contrariamente a la impresión que con frecuencia se tiene, un concepto así no es fácil de archivar. Nos cuesta, y por razones esenciales, establecerlo e interpretarlo en el documento que nos entrega, aquí en la palabra que lo nombra, a saber el <<archivo>>. En cierto modo el vocablo remite, razones tenemos para creerlo, al arkhé en el sentido físico, histórico u ontológico, es decir, a lo originario, a lo primero, a lo principal, a lo primitivo, o sea, al comienzo. Pero aún más, y antes aún, <<archivo>> remite al arkhé en el sentido nomológico, al arkhé del mandato. 6

¿Qué laberinto se recorre cuando se escribe de sí mismo?, ¿cuántas trampas se ingenian para no llegar al centro?, ¿qué autores serán cómplices del ocultamiento?. El minotauro que habita en el centro de una escritura temerosa, espera paciente desde hace tiempo. Escucha a la distancia, llama, responde al encuentro con el que convoca. Tantas veces perdidos en ese laberinto, tantos desvíos, presas del miedo, siempre extraviados en el eco de las voces, laberinto de los discursos ajenos. El hilo de la escritura no saca del laberinto, lleva justo al

centro, al encuentro con el minotauro, que no es otro si no un cuerpo que clama y cuyo mandato debe ser enunciado.

Hablar del cuerpo ¿de qué cuerpo se habla entonces? Jean-Luc Nancy apela por “que se escriba, no del cuerpo, sino el cuerpo mismo. No la corporeidad, sino el cuerpo. No los signos, las imágenes, las cifras del cuerpo, sino solamente del cuerpo.”7 Ese cuerpo que habitamos como extraños que irrumpen en un edificio en ruinas, siempre con miedo de su posible derrumbe, acaso por eso: se apuntala, transforma, pinta la fachada intentando dejar huella, creando escenarios, que nos identifiquen con esa estructura, que nos resguarda como inquilinos esperando siempre a ser mudados, desalojados, nunca dueños. En ocasiones -en esa ruina- se experimenta la nostalgia ante el desastre y la grandeza por la resistencia de su estructura.

La diferencia está inscrita en el cuerpo antes de su modificación, es inherente a los contrastes y tensiones que generan los otros cuerpos. La escritura del y desde el cuerpo, se modifica siempre, la mudanza es constante, transformaciones que son intentos de agenciamiento para devenir como pura potencia, fuerza vital que teme y desconoce la dimensión de su despliegue. Partiendo de la figura del exergo, Derrida propone dos lugares de inscripción: la imprenta y la circuncisión. La tinta (escritura) y el cuerpo (piel/ herida).

El primero de estos exergos sería el más tipográfico. El archivo parece ahí más conforme su concepto. Ya que aquí se lo confía a un afuera, a un soporte externo y no, como el signo de la alianza en la circuncisión, a una marca íntima, en pleno cuerpo llamado propio. Mas ¿dónde comienza el afuera? Esta cuestión es la cuestión del archivo. Sin duda no hay otra.8

El lenguaje es transformación permanente, manifiesto en las formas del habla, la escritura y en el cuerpo mismo. ¿Será que el cuerpo también da cuenta de los relatos que compartimos con otros? Hablar de los ausentes, es una forma de presencia -que se juega- desde el lugar de la palabra y la memoria. La piel siempre en mudanza, como pliegue, agrietada, tensa, inexacta, transitoria,

historiada, llena de huellas, cicatrices, enunciada, negada, transgredida y amada. El cuerpo ¿cuál / qué cuerpo? Pregunta Jean-Luc Nancy: “Éste que os muestro, ¿pero todo <<este>>?, ¿todo lo indeterminado del <<este>> y de los <<este>>? ¿Todo eso? […] Cuerpo es la certidumbre confundida, hecha astillas. Nada más propio, nada más ajeno a nuestro viejo mundo”9

¿Se podría pensar que el sexo, el amor, el deseo y el dolor son formas, límites, escapatorias, escenarios para [re]presentar la angustia del saber que somos mortales, finitos?. Tal es la cantidad de relatos del amor, muerte y vida; que se ha vuelto imposible enunciar afecto con palabras propias, salirse del guión. Posiblemente el silencio, el secreto, lo enigmático, la caricia -aquello que no se puede definir-, sea donde se resguarde la posibilidad del encuentro.

La imagen – cuerpo, es apariencia que se compone -en parte- por una mentira, algo falso que habita en la forma del código. ¿Será que la mentira permita mirar de frente el horror de lo que aún no ha sido enunciado, la figura espectral de los padres, amantes, afectos no vividos, miedos; pero también como estrategia para dar lugar a ese sentimiento de incipiente confort que muchos llaman “felicidad”? Y entonces ¿cómo opera la angustia?, ¿es liberadora?, ¿qué de esta falta provoca el abatimiento por angustia? Será caso que “el hombre es, ante todo, una posibilidad y la angustia es la que nos hace experimentar esa existencia, a diferencia del miedo cuyo objetivo es definible. Ella nos confronta con un campo no definible en el que abreva la libertad, ya que, si existiese total determinación, esa libertad no tendría lugar.”10 Este desplazamiento, da cuenta de la falta de unicidad del sujeto, donde la angustia es posibilidad de “un encontrarse, en el que se hace patente lo inhóspito”11

Todos nos “ocultamos”. El cuerpo se nutre de fracasos, también deviene en aprendizaje. La extensión y variedad de afectos, que el cuerpo manifiesta (desde el movimiento) aparecen como afectación que estremece. La herida aglutina los fragmentos rotos. ¿Cómo hablar de ellos y de la fuerza que se despliega? El cuerpo fija una trayectoria y -en tanto la inicia- se da cuenta de su imposibilidad. Y sin embargo, aún, algo se manifiesta. ¿Qué se ha dicho, escrito he inventado del cuerpo sino una pura ficción que sostiene el relato?, ¿cómo hacer que el cuerpo

tenga “sentido” y poder hablar desde ese lugar?, ¿tiene que tener “sentido” y no será, acaso, que la carencia del mismo sea su posibilidad?, ¿la escritura podrá hacerlo, ser territorio para enunciarlo? La palabra y la experiencia de cuerpo se separan, donde, lo que se dice carece de contenido y los actos de veracidad son simples apariencias debilitadas, ausentes. La palabra ya no da cuenta de aquello que enuncia, desvincula, queda en deuda. ¿acaso la escritura puede acortar esta brecha?

¿Qué decir del cuerpo? La escritura del cuerpo no está fija, es mudanza, pliegue, muerte. Y posiblemente por eso no se puede avanzar, seguimos intentando explicarlo desde el insistente retorno al territorio del discurso de la ciencia, de la técnica y de los recursos retóricos que brinda la academia; mismos que habría que poner en crisis, repensar, replantear. ¿Será que para hablar – escribir, del cuerpo, se tenga que hacer desde otra forma de enunciación, desde otro lugar de la experiencia?, ¿acaso la falta de estructura, lo azaroso, los fragmentos de memoria que detona el afecto sean su posibilidad de escritura?, ¿se puede seguir sosteniendo que el cuerpo tiene solamente una historia? Una suerte de archivo monolítico, violento de origen, donde: “…la violencia del archivo mismo como archivo, como violencia archivadora […] pues todo archivo […] es a la vez instituyente y conservador. Revolucionario y tradicional.”12

En este tenor, el uso del singular y la linealidad del relato, ha imposibilitado la posibilidad de su pluralidad enunciativa. Lo que invita entonces a [re]pensar la historia y la escritura del cuerpo, como despliegue constante de narrativas que se actualizan constantemente, que se entrecruzan, que se tejen y develan su discontinuidad ó su relato extendido. ¿Será que ha de entenderse como una fuerza, potencia que no se ajusta a un discurso, sino que en su contingencia se reorganiza constantemente? La historia del cuerpo, también esta escrita con y desde otro, no es relato concluido, es permanente ficción que se rehace desde su propio relato, en su capacidad de poder devenir como archivo que se destruye a sí mismo.

El archivo trabaja siempre y a priori contra sí mismo. La pulsión de muerte tiende así a destruir el archivo hipomnémico, salvo

que se lo disfrace, maquille, pinte, imprima, represente en el ídolo de su verdad en pintura. Otra economía está así en obra, la transacción entre esta pulsión de muerte y el principio de placer, entre Tánatos y Eros, más bien entre la pulsión de muerte y esa aparente oposición dual de principios, de arkhaï, por ejemplo, el principio de realidad y el principio de placer. La pulsión de muerte no es un principio. Incluso amenaza toda principalidad, toda primacía arcóntica, todo deseo de archivo. Esto es lo que más tarde llamaremos el mal de archivo.13

El origen del relato del cuerpo, desde donde intento posicionar mi decir, nace de aquello que da cuenta del dolor, júbilo, caos, saber, olvido, memoria, duelo y herida, por mencionar algunos. El retorno a las fuentes, implica un esfuerzo de la memoria, de lo que pendiente nos mantiene en tensión, atentos al llamado. Y también aterra, acaso por eso, olvidamos, archivamos selectivamente eventos de nuestra vida, otros quedan temporalmente perdidos en el fondo de nuestros recuerdos, latentes, amenazantes pero reprimidos.

La piel herida, también deviene como un índice que explora las posibilidades de su enunciación. El conflicto apertura, acentúa la grieta, permite la filtración, la exhalación. El afecto es grieta honda, dolorosa, llena de goce que es deleite. La [a]grieta apertura al otro y -al mismo tiempo-separa en un juego del adentro/ afuera. Un lado y el otro. Deslegitima al de afuera, es límite y promesa de memoria, donde el olvido parece como conflicto.

Criar un animal al que le sea lícito hacer promesas – ¿no es precisamente esta misma paradójica tarea la que la naturaleza se ha propuesto con respecto al hombre?… El hecho de que tal problema se halle resuelto en gran parte tiene que parecer tanto más sorprendente a quien sepa apreciar del todo la fuerza que actúa en contra suya, la fuerza de la capacidad de olvido […] sin capacidad de olvido no puede haber ninguna felicidad, ninguna jovialidad, ninguna esperanza, ningún orgullo, ningún presente.

[…] Precisamente este animal olvidadizo por necesidad, en el que olvidar representa una fuerza, una forma de la salud vigorosa, ha criado en sí una facultad opuesta a aquélla, una memoria con cuya ayuda la capacidad de olvido queda en suspenso en algunos casos…14

La escritura del cuerpo es la herida, el tatuaje (como huella y archivo), memoria encriptada cuyo soporte de inscripción es la piel y la tinta como medio para que la grafía sea – en apariencia – susceptible a la lectura para todos; pero cuya comprensión absoluta será solamente posible para su arconte. En la herida el cuerpo es signado, tocado, dañado pero también escriturado. Nada es evidente en la escritura – herida – tatuaje, es más afecto, memoria, duelo pero también es gozo, triunfo, resistencia y permanencia, de una fuerza que se ha fijado en la piel que ahora es casa, domicilio, soporte, dirección, residencia.

Como el archivum o el archium latino (palabra que se emplea en singular. Como se hacía en un principio en francés con <<archivo>>, que se decía antaño en singular y masculino: <<Un archivo>>), el sentido de <<archivo>>, su solo sentido le viene de arkheion griego: en primer lugar, una casa, un domicilio, una dirección, la residencia de los magistrados superiores, los arcontes, los que mandaban. […] Los arcontes son ante todo sus guardianes. No sólo se aseguran de la seguridad física del depósito, y del soporte sino que también se les concede el derecho y la competencia hermenéuticos. Tienen el poder de interpretar los archivos. […] Ni siquiera en su custodia o en su tradición hermenéutica podían prescindir los archivos de soporte ni residencia. […] La residencia, el lugar donde residen de modo permanente, marca el paso institucional de lo privado a lo público, lo que no siempre quiere decir de lo secreto a lo no- secreto.15

El pasado compartido, desde el cuerpo, retorna como afecto, nunca llega solo, siempre se acompaña de recuerdos que forman parte de una historia en común. ¿Será que estamos condenados a ser repetidores que reajustan discursos ya dichos? Una de las amantes del rey sol escribía: “El rey ocupa todo mi tiempo”. En este tenor, se deduce que, la lógica del amante es la disposición absoluta. En toda historia contada, del relato de sí mismo, el otro[s] aparece como: antagonista, acompañante, espectro, extranjero, fantasma ó huésped. El asunto es que en ocasiones, este encuentro hace evidente la inmensa e inquietante profundidad del desconocimiento del propio cuerpo como entidad sintiente, aunque no hay experiencia de mundo que no pase por el cuerpo y -que en parte- se fije en la forma de la escritura, también está regulado por un deber ser que sujeta y disciplina al hombre en su actuar y pensar.

…con ayuda de la eticidad de la costumbre y de la camisa de fuerza social el hombre fue hecho realmente calculable. […] encontraremos como el fruto más maduro de su árbol al individuo soberano, al individuo igual tan sólo a sí mismo, al individuo que ha vuelto a liberarse de la eticidad de la costumbre, al individuo autónomo, situado por encima de la eticidad (pues <<autónomo>> y <<ético>> se excluyen) en una palabra, encontraremos al hombre de la duradera voluntad propia, independiente, al que le es lícito hacer promesas […] una auténtica conciencia del poder y libertad, un sentimiento de plenitud del hombre en cuanto tal. Este hombre liberado, al que le es realmente lícito hacer promesas, este señor de voluntad libre, este soberano […]¿cómo llamará a este instinto dominante, suponiendo que necesite una palabra para él? Pero no hay ninguna duda: este hombre soberano lo llama su conciencia…16

Lo visible del cuerpo que se habita, es la piel, cuyos limites siempre serán inexactos, escapan a la medición del discurso de la ciencia y de aquello que la antropología, la anatomía -y otros saberes médicos-, no pueden dar cuenta. Esa

inexactitud se manifiesta como pura fuerza, desplazamiento e intención, donde lo que se escriba ó narre, de aquél momento, será pura historia, relato literario que refiere algo que ha sucedido y como puro devenir. La imposibilidad de escribir del cuerpo, apunta Nancy, responde a que: “quizás cuerpo es la palabra sin empleo por antonomasia. Quizás es, de todo el lenguaje, la palabra de más.”17

El cuerpo – piel – escritura, se resguarda bajo la imagen del tatuaje, esconde y desvía la mirada del otro, que preso de la grafía, como Narciso, ahoga su curiosidad en la pregunta convencional. El ser doliente habita bajo esa parafernalia de formas, se ha perdido y desde el fondo mira con la reserva de un animal herido. La piel decorada replantea un mapa cuya epidermis consigna un lugar destinado para el tacto. El cuerpo reviste extrañeza es “cuerpo propio, cuerpo extraño: es el cuerpo propio el que muestra, ofrece al tacto, da de comer hoc est enim. El cuerpo propio, o la propiedad misma, el SerdeSuyo en cuerpo. Pero al instante, siempre es un cuerpo extraño el que se muestra, monstruo imposible de tragar.”18 El límite se podría pensar que es la piel, aquella que relaciona, que toca y es tocada, la que configura la silueta que [re]presenta.

La piel tatuada, signada, se ordena en la sumatoria de las imágenes, letras y símbolos que se disponen en el cuerpo. La piel objetivada resguarda el secreto de su propia lectura, el orden, la secuencia, cronología inexacta, archivo que desde el aparente caos se apertura a la mirada, interpretaciones e impresiones de otro que intenta leer, mientras mantiene la distancia, que se resiste al tacto y lo sustituye por la pregunta acerca del origen y contenido de la inscripción de aquella tablilla – cuerpo, cuya cera ha sido aún más agrietada desde la tinta.

Es preciso que el poder arcóntico, que asimismo reúne las funciones de unificación, de identificación, de clasificación, vaya de la mano con lo que llamaremos el poder de consignación […] consignar reuniendo los signos. […] La consignación tiende a coordinar un solo corpus en un sistema o una sincronía en la que todos los elementos articulan la unidad de una configuración ideal. […] El principio arcóntico del archivo es también un principio de consignación, es decir, de reunión.19

El cuerpo – soporte de inscripción, está lleno de arrugas, manchas, grasa, flacidez, para algunos imperfecciones y para otros, huellas, signos. La piel, órgano que cubre al cuerpo, depositario, guarida, archivo, pergamino, territorio, donde se deposita, imprime, oculta o devela, indicios de tiempo, duelos anestesiados que se reaniman con el tacto, la mirada ó cercanía, donde “todos esos pensamientos del cuerpo propio son otras tantas contorsiones que sólo desembocan en la expulsión de eso que se deseaba.”20

Toda grieta es abismal, la mirada limitada fracasa, algo se esconde ó queda oculto, aquello que se podría considerar como la “infinita hondura” de la herida. ¿Qué da lugar a esa herida? El cuerpo como lugar – territorio, siempre intentan ir más allá de su límite corporal, “saber” y controlar, codificar apariencia y experiencia. Si el cuerpo tuviera voz, sería un sonido áspero, doloroso, lleno de rabia, casi un gruñido que fácilmente se confundiría con el sonido gutural que acentúa su animalidad.

En el fondo nos sobreponemos a todo lo demás, puesto que hemos nacido para una existencia subterránea y combativa; una y otra vez salimos a la luz, una y otra vez experimentamos la hora áurea del triunfo, – y en ese momento parecemos tal como nacimos, inquebrantables, tensos, dispuestos a conquistar algo nuevo, algo más difícil, algo más lejano todavía, como un arco a quien las privaciones lo único que hacen es ponerlo más tirante.21

El cuerpo tiene matices de los que no puede dar cuenta la razón, escapa una y otra vez de todo aquello que intenta envolverlo en discursos y regresarlo como concepto. El cuerpo reserva un misterio, que puede ser decodificado y para ello, invita a desmontar todas las narrativas previas, heredadas. La compleja estratigrafía de registros que lo sepultan, encriptan y compartimentan, se hacen presentes en forma de historia, nuestra “novela familiar” formada por esa sucesión de relatos – ficción, que nos acompañaron como paradigma de verdad, mitologías,

memorias ajenas -ahora engañosas- de las que se duda su veracidad y pertinencia.

La memoria inscrita en la piel -a manera de un tatuaje-, es intento por decodificar mediante imagen, fragmentos de la historia personal: duelos, celebraciones, impulsos, alegrías. La piel, la carne decorada oculta la pesadez de un cuerpo, que no se habita sino que se sobrevive. El cuerpo y la disposición de sus extremidades, en conjunto, anuncian algo que se desintegra, como pura tensión, límite que filtra, fisura y grieta. La ruptura también es “espaciamiento” para que algo más suceda, todo posible limite se desdibuja en su irregularidad. ¿Qué valor puede tener la fractura frente a una demanda que apela por lo unitario? En este contexto, lo que se muestra fisurado es desechado, imperfecto de origen, queda relegado. ¿De cuántas variantes de cuerpos fisurados, fracturados, se puede dar cuenta?

Cuanto peor ha estado <<de memoria>> la humanidad, tanto más horroroso es siempre el aspecto que ofrecen sus usos; en particular la dureza de las leyes penales nos revela cuánto esfuerzo le costaba a la humanidad lograr la victoria contra la capacidad del olvido y mantener presentes, a estos instantáneos esclavos de los afectos y de la concupiscencia, unas cuantas exigencias primitivas de la convivencia social […] esfuerzo que cuesta en la tierra llegar a criar un <<pueblo de pensadores>>22

La herida, inscripción de violencia ejercida en el cuerpo, nos hace distintos, diferentes. Decorar y modificar el cuerpo es una agresión, sin duda alguna, pero también es hacer del cuerpo lugar de escritura, archivo que se muestra como cicatriz. Algunos grupos humanos hacen uso de la escarificación, la modificación corporal y el tatuaje, como forma de “mostrar”, la historia de su linaje, su herencia, su actividad y lugar dentro del grupo; incluso como forma de intimidar al otro, defensa donde media la imagen que manda un mensaje cuyo contenido habla de lo peligroso de la cercanía, esa que siempre pone la vida en riesgo. Y en donde,

como afirma Nietzsche “…tal vez no haya, en la entera prehistoria del hombre, nada más terrible y siniestro que su mnemotécnica. <<Para que algo permanezca en la memoria se lo graba a fuego; sólo lo que no cesa de doler permanece en la memoria>>”23

El cuerpo herido también resguarda un secreto, un enigma, eso es lo impenetrable. La herida – grieta – tatuaje; es marca que deriva en una cicatriz, esa que puede ir llena de colores ó como indicio de un evento donde el cuerpo fue dañado. El cuerpo expresa en la forma de la cicatriz, un punto limítrofe entre un pasado que ha dejado huella, un presente que mira esa marca tratando de transformarla y un futuro que es lo que está por venir. La herida tiene un orden de representación de eventos que –temporalmente- se distienden durante el proceso de recuperación. El presente siempre está alterado por esa grieta supurante del cuerpo que intenta “cerrarse”, [re]hacerse.

En efecto, esa fuerza que actúa de modo grandioso en aquellos artistas de la violencia y en aquellos organizadores, esa fuerza constructora de Estados […] se crea la mala conciencia y construye ideales negativos, es cabalmente aquel instinto de libertad […] esta secreta autoviolentación, esta crueldad de artista, este placer de darse forma a sí mismo como una materia dura, resistente, paciente y paciente, de marcar a fuego en ella una voluntad, una crítica, una contradicción, un desprecio, un no, este siniestro y horrendamente voluptuoso trabajo de un alma voluntariamente escindida consigo misma que se hace sufrir por el placer de hacer – sufrir […] el placer que siente el desinteresado, el abnegado, el que se sacrifica a sí mismo: ese placer pertenece a la crueldad […] sólo la voluntad de maltratarse a sí mismo proporciona el presupuesto para el valor de lo no-egoísta.24

Algo insoportable se instala en el cuerpo doliente que se esfuerza por expulsar, transformar, comprender. El cuerpo herido se oculta de los otros, no quiere lidiar con la falsa esperanza, con la sentencia de una mirada que es testamento de muerte.

La piel busca ser acaricida, reconocida. La herida invita a la pregunta, convoca a la memoria para que recuerde el momento del daño. Las emociones se despiertan, se podría hablar, pero es doloroso -y complejo- decir que se es vulnerable. Si bien todos estamos agrietados, el retorno al escenario del dolor, se hace mediante estrategias que ayuden a “soportar” la violencia del reencuentro. Lo que vulnera al cuerpo, después de todo, no es la herida sino la caricia, la invitación amorosa que enfrenta a la catástrofe que nos habita mediante la palabra que dice: “Hable, le escucho”. Y en donde la apuesta entonces sería: “Que al hombre le sea lícito responder de sí mismo, y hacer con orgullo, o sea, que al hombre le se lícito decir sí también a sí mismo”25

B [Caricia/Mirada]
La búsqueda por el tacto del cuerpo doliente es huidizo, ansía la cercanía,

pero signado en la violencia ya no sabe hacerse en las manos del otro, si no es desde el vértigo que fractura. Y aún así, se desea la entrega, agrietados se busca el encuentro. En cierta medida, se genera una necesidad por ser reconocidos, enunciados, relatados, suerte de ocultamiento y miedo a ser autónomos del propio deseo.

¿Cuál es la dimensión de una caricia?, ¿qué se pone en juego ó peligro con la proximidad de otro cuerpo?. La cercanía obliga ó invita a la apertura, el deseo se encarga del enunciar el espaciamiento, los labios se abren, el corazón se acelera, la sangre inunda el rostro, la respiración asfixia más que aliviar, todo entra en crisis, un [des]orden que busca ser reorganizado desde otro cuerpo. Al suprimir la distancia con el otro, se gana la cercanía pero se cancela el distanciamiento que permite ver lo distinto, experimentar el tiempo como espera y el misterio. La llegada acorta esta distancia con un vértigo más terrible, que es ver al otro desde la proximidad que desdibuja al deseo y lo reconfigura en algo que no encaja.

El cuerpo sabe de júbilo, cuando se envuelve en la piel del otro, renace y se expande, se reconoce deseado, abrumado, fracturado. El deseo también acentúa las heridas, socava las grietas que se pensaban cerradas, inscribe nuevos trazos en la piel que es tocada, mirada. Mirar el cuerpo del otro, sentir que algo de ese cuerpo doliente, fracturado, maldito, anormal, acontece como una suerte de eco, imagen especular, regresa una pregunta aún más grande. En ese momento la mirada es cobarde y cómplice.

El otro es tránsito, posibilidad de reconocer un dolor que se sabe propio, se asiste a la hermosura de la extinción del que mira. Esos cuerpos que se anuncian “extraños, eximidos del peso de su desnudez y abocados a concentrarse en sí mismos, bajo sus pieles saturadas de signos, hasta la retracción de todos los sentidos en un sentido insensible y blanco, cuerpos liberados en vida, remates puros de una luz propia eyaculada”26

La mirada también es cruel, goza de ese espectáculo, de ese colapso, invitada a observar, permanece, soporta, mide el propio miedo, es testigo de las infinitas formas en las que se manifiesta el sufrimiento, la falsedad que se oculta en la representación [simulacro]. El que sabe de la herida reconoce la cicatriz.

¿Qué se mira, qué con/mueve cuando se habla de un cuerpo herido? La potencia de la herida, es grieta que apertura en varias direcciones, no solamente en lo que se filtra, sino también en lo que emana en forma de: sangre, desechos, afectos, etcétera. Lo que un cuerpo doliente tolera, se agrieta tras del grito, mueca que desfigura el rostro, piel transgredida que deja ver su fuerza. ¿Qué se gana con ese dolor?, ¿qué se restablece tras el duelo?, ¿qué dimensión, límites, bordes y fronteras se exploran?, ¿Cómo afecta saber que somos finitos?, ¿la angustia define una relación con el tiempo desde el cuerpo?. La caricia no se racionaliza, acontece. La piel recibe al otro desde el tacto. El amor de Eros es un deseo sin otro, es búsqueda, movimiento y es por eso que al alcanzar lo que desea, se mueve buscando aquello inalcanzable, lo que incluso escapa a toda forma de escritura.

Los <<cuerpos escritos>> -incisos, grabados, tatuados, cicatrizados- son cuerpos preciosos, preservados, reservados

como los códigos cuyo enegramas gloriosos son: pero en fin no es el cuerpo moderno, no es ese cuerpo que nosotros hemos arrojado, ahí, delante de nosotros, y que viene a nosotros, desnudo, solamente desnudo y de antemano excrito de toda escritura.27

El cuerpo obliga ó invita a la expansión. El vínculo se busca ansiosamente, siempre distante, complicado, renuente al encuentro y aún así, se necesita, se anhela. Lo que se “abre” es un algo que también llega como un misterio, vestigio del pasado que se niega al recuerdo y de un presente que da cuenta de una visión parcial. ¿Qué mueve el encuentro con el /los otros?. En ocasiones solamente se puede dar cuenta de eso abismal que nos habita, también que el otro nos [re]hace. El tacto, la escucha, la resistencia, la entrega, la apropiación, serie de fuerzas que luchan, se contrastan y contraponen durante dicha aproximación. Y aquí entonces se tendrá que recordar que “escribir no es significar”28 Y que en la escritura “tocar el cuerpo, tocar, tocar en fin – ocurre todo el tiempo en la escritura”29 Y donde el tacto deberá “hacer que lo incorporal conmueva tocando de cerca, o hacer del sentido un toque.”30

En la soledad la piel deviene en coraza, tierna y deseante por dentro, dura, inaccesible por fuera. La soledad es una amante celosa, se reserva para sí todas las caricias con las que cada noche se le recuerda al cuerpo que sigue vivo, que no ha sido olvidado. El tacto se afina y aprende a reconocer las formas en las que la piel responde a su exploración; ese secreto será resguardado, puesto en práctica en los momentos donde el espacio se agiganta y donde el cuerpo pesa, la piel se rebela al solitario ritual nocturno, donde compartir ese saber de sí mismo es posible solamente desde el cuerpo de un otro.

Frente al otro, el cuerpo enmudece, las coreografías practicadas durante tantas noches y tardes de soledad se olvidan. El otro avanza y el cuerpo sabe que carece de tácticas, que las estrategias serán inútiles y aún así, la piel ansía su entrega. Aquello que se aproxima, siempre, es una incógnita y desde ese lugar se desborda su terrible belleza. El primer momento de desnudez frente al amante es

un temblor absoluto, un pánico, terror puro y así, llenos de incertidumbre, nos entregamos.

El cuerpo queda espantado, la piel recuerda la potencia de su deseo que goza con el desajuste, vibración que a manera de un diapasón busca afinarse a sí mismo, reconociendo las sutilezas de su vibrar ante y por el deseo. La piel tiene notas, silencios, altos, bajos, interrupciones abruptas, silencios abrumadores. ¿Y qué se escucha de todo esto?.

Cuando se piensa la extensión del deseo, aparece la imagen del desierto y su mudanza, cambio constante, como algo que se expande sin coordenadas fijas, sensación que reestructura y reorganiza desde el tacto, desde el avance de cada piel que se ha conocido. Posiblemente por eso la piel duele tanto y todo el tiempo. Algo del cuerpo estorba, es ajeno y posiblemente sea esta la forma en la que manifiesta su llamado para ser encontrado, generando una suerte de movimiento de aquello que se ha obturado, como estrategia, para controlar su pulsión a riesgo de romperse, del colapso. Inquietante es la íntima cercanía entre el hábito y la invisibilidad de su efecto.

La relación del cuerpo con lo otros es un [ex]ponerse. El tacto es la forma de contacto e intercambio que sigue siendo un límite, complicado flujo de sensaciones -y fuerzas- entre el que toca y lo que es tocado. La memoria de las caricias recibidas retorna y se instauran nuevas formas del tacto. El cuerpo hace y se rehace, de alguna forma, nunca es el mismo cuerpo. Algo de lo que sucede en esa relación tacto – piel, escapa a toda narrativa, no tiene traducción si no es desde la metáfora, pero algo secreto queda sellado para siempre, como pura sensación. Lo que se busca es el decir de un Otro que no existe “el Otro no es tanto el lugar donde una verdad puede emitirse, ya que lo que lo anima es un goce que provoca siempre desconfianza. La incredulidad relativa al valor de la palabra corre paralela a la certeza respecto a lo que hay <<detrás>> de esa palabra.”31

¿Qué es el tacto?, ¿qué se pone en juego durante el intercambio entre el que toca y el que es tocado?, ¿qué riesgo supone la proximidad?. Tocar supone reconocer límites pero también se enuncia una posibilidad, tiene ese poder de enunciar lo imposible como reserva y también puede potenciar el deseo. La

búsqueda acorta algo de esa distancia, preserva y obliga a pensar otras formas de comprensión ó proximidad mediante una erótica de lo imposible del otro.

Durante el tacto, la grieta – cicatriz aparece como una irregularidad que le recuerda al otro que ese cuerpo ha sido herido. Todo cuerpo es distinto, singular, se inscribe con fuerza, se repliega y se apertura ante el tacto. Entender aquello que va más allá, como pura sensación, juego de palabras dichas en el momento donde el oído está atento, buscando las señales de aquello que es deseado. La impaciencia habita en la búsqueda. En el encuentro, la pregunta por la dimensión de lo tocado es inevitable.

¿Cómo tocar en lo intocable? Tal será, distribuida entre n número indefinido de formas y figuras, la obsesión de un pensamiento del tocar – o el pensamiento como obsesión del tocar. No se puede tocar más que en una superficie, es decir, en la piel o en la película de un límite […] pero un límite, el limite mismo, por definición, parece privado del cuerpo. El límite no se toca, no se deja tocar, se sustrae al tocamiento, que o bien no lo alcanza nunca, o bien lo transgrede para siempre.”32

Algo del otro siempre resulta espectral y confronta, no se manifiesta en su totalidad, indefinido escapa, es la presencia de una ausencia. Toda búsqueda de sentido es espectral. La palabra es provocadora, convoca la diferencia, abre mundo. Pensar el cuerpo, como una suerte de simulacro, montaje de discursos que se estructuran como imperativos. La forma del tacto, los momentos en los que se reprime el llamado y se simula la coreografía de los amantes en donde: “no deseamos lo que nos parece bueno sino lo que otros desean”33

La “economía del consumo” como imperativo que violenta la relación con el otro como pura tenencia y acumulación, donde el capitalismo “genera una gula infernal y lo que podría detenerla o al menos retardarla, sería el encuentro con un goce que no estaría dado por el objeto de consumo, que para Lacan es inepto en

satisfacerlo. La voracidad es muy afín a ese desasosiego, hermano de los estados violentos”34

El segundo momento de dolor y placer se fija en la intimidad. La palabra se enuncia desde el gemido, algo animal se impone, se monta y domina al sujeto racional, no existe palabra. En ese momento, lo que acontece es una suerte de mueca, gruñido que no puede ser decodificado, encriptado, siempre una apariencia, parcialidad del cuerpo que lo emite. El cuerpo y su desnudez como algo que “hemos inventado, y él es la desnudez, no hay otra, y lo que ella es, es ser más extraña que todos los extraños cuerpos extraños”35

Lo más próximo no siempre da cuenta de uno. La cercanía genera una suerte de borradura, dispersión de los ejes comunicantes. En donde, cuanto más cercano, más incapaz se es de sobrellevar la fuerza del encuentro, quedando atrapados en el dilema de Narciso, entre más cercano más borroso e inasible y entre más lejano más deseado. La piel también resiente el paso del tiempo, busca en la forma del “rato”, la irrupción que posibilita, repensar y replantear la experiencia como momento de fuga, donde el detenerse ó desviar la ruta trazada, da cuenta de un tiempo no administrado, que se desborda y colocan frente a la finitud del propio acontecer.

Si partimos de la idea de la piel y del cuerpo como un depósito de recuerdos, archivo, donde las impresiones sensibles quedan grabadas desde una grafía que se anuncia como un misterio, como algo aún ilegible, suma de escrituras que se amontonan, entrelazan, distorsionan. ¿Cómo conocer, escribir, leer la piel – cuerpo? Acaso sea el momento de dar un paso y habla con voz propia, decir el saber y la ignorancia que nos anteceden, deleitarse con lo discontinuo que ha de ser narrado, aprender de la fractura, de la grieta y posiblemente como anuncia Clarice Lispector “Sólo cuando olvidamos todos nuestros conocimientos empezamos a saber”36

Literatura de referencia

BARRIOS, José Luis. Afectación y delirio. Deseo, imaginación y futuro. México: UIA, 2016. 1a ed. (Col. Seminarios Textos Texturas Textualidades) DERRIDA, Jacques. Aporías, Morir – esperarse (en) <<los límites de la verdad>>.España: Editorial Paidós,1998.

_____________. Mal de Archivo. Una impresión Freudiana. Argentina: Editorial Trotta, 1997
____________. El tocar, Jean-Luc Nancy. Argentina: Amorrrortu, 2011. 1a ed. (Col Filosofía)

LE BRETON, David. Antropología del cuerpo y modernidad. Buenos Aires:

Nueva visión, 2006. 2a ed (Col. Cultura y Sociedad)
− LISPECTOR, Clarice. Revelación de un mundo. Argentina: Adriana Hidalgo

Ed; 2008. 3a reimp. (Col. Narrativas)
NANCY, Jean-Luc. Corpus. Madrid: Arena Libros, 2003. 1a ed.
NIETZSCHE, Friedrich. La genealogía de la moral. Un escrito polémico. España: Alianza Ed; 2011.m3a Ed. Intro. Trad. Notas de Andrés Sánchez Pascual ( Col. El libro de bolsillo)
ONS, Silvia. Violencia/s. Buenos Aires: Paidós, 2009. 1a ed.
SERRES, Michel. Los cinco sentidos. Ciencia, poesía y filosofía del cuerpo. México: Taurus, 2002. (Col. Pensamiento)


1 DERRIDA, Jacques. Mal de Archivo. Una impresión Freudiana. Argentina: Editorial Trotta, 1997. Pág. 19
2 Nancy Jean-Luc. Corpus. Madrid: Arena Libros, 2003. 1a ed. Pág. 16
3 Ibíd., Pág. 17
4 Ídem
5 Ídem.
6 Derrida, Jacques. Op. Cit., Pág. 10
7 Nancy, Jean-Luc. Op. Cit., Pág. 11
8 Derrida, Jacques. Op, Cit. Pág. 16
9 Nancy, Jean-Luc. Op. Cit; Pág.8
10 Ons, Silvia. “La angustia de los sexos” en: Violencia/s. Argentina: Paidós. 2009 P. 144 11 Ibíd., P. 147
12 Derrida, Jacques. Op. Cit., Pág. 15 13 Ibíd., Pág. 20
14 Nietzsche, Friedrich. “Tratado segundo. <<Culpa>>, <<mala conciencia>> y similares” en: La genealogía de la moral. Un escrito polémico. España: Alianza. Pp. 83 – 84
15 Derrida, Jacques. Op. Cit.,Pág. 10
16 Nietzsche, Friedrich. Op. Cit., Pp. 86 – 87
17 Nancy, Jean-Luc. Op. Cit., Pág. 19
18 Ibíd., Pág. 9
19 Derrida, Jacques. Op. Cit., Pág. 11
20 Nancy, Jean-Luc. Op. Cit., Pág. 9
21 Nietzsche, Friedrich. “Tratado Primero. <<Bueno y malvado>>, <<bueno y malo>>” en: La genealogía de la moral. Un escrito polémico. España: Alianza. Pág.64
22 Nietsche, Friedrich. “Tratado segundo…” Op. Cit.,. Pág. 89 23 Ibíd., Pág. 88
24 Ibíd., Pág. 127
25 Loc. Cit. Pág. 88
26 Nancy, Jean-Luc. Op. Cit., Pág. 10 27 Ibíd., 13
28 Ibíd., 12
29 Ídem.
30 Ídem.
31 Ons, Silvia. “La violencia contemporánea. Notas sobre la paranoia social” en: Violencia/s. Argentina: Paidós. 2009 P.30
32 Nancy, Jean-Luc. Op. Cit., Pág. 25
33 Ons, Silvia. “El deseo destructor” en: Violencia/s. Argentina: Paidós. 2009 P. 106 34 Ibíd., P. 109
35 Nancy, Jean-Luc. Op. Cit., Pág. 11
36 Lispector, Clarice. “Aprendiendo a vivir” en: Revelación de un mundo. Argentina: Adriana Hidalgo Ed; 2008. 3a reimp. (Col. Narrativas) P. 138
Norma Angélica Silva Gómez

Historiadora del Arte y Arqueóloga. Investigadora y docente. Ha trabajado para el INAH, Secretaría de Cultura, CENART, INBAL, FONCA y para diversas instancias educativas. Interesada en los saberes diversos, las derivas creativas y las indisciplinas del pensar. Ha enfocado su práctica al estudio del cuerpo y el arte contemporáneo, desde la escritura y la gestión de proyectos creativos. Actualmente realiza una investigación de doctorado en el Colegio de Saberes sobre la poética del andar, el cuerpo, territorio y afectos, desde diversos poetas, filósofos y artistas.