La creación vía la intuición como apuesta de descentralización en el panorama de la era técnico-cuántica

Daniela López

Cada época ha encontrado las formas de interrogarse por sus métodos de conocer. Desde que podemos constatar (vía la escritura), siempre ha habido quienes han advertido sobre los peligros de un saber unívoco que, bajo la promesa de la verdad, encierran a la humanidad en marcos rígidos de interpretación. Foucault rastreó la genealogía del saber para mostrar que cada régimen de conocimiento es también un régimen de poder. Quien tiene la verdad, tiene el poder.

En una entrevista de 1976 en el Collège de France, Michel Foucault habla sobre su recorrido intelectual, retomando los conceptos de verdad y poder, para ubicarlos en las que serían entonces las líneas de análisis de actualidad. Si bien, cada sociedad tiene su <<régimen de verdad>>, su política general de la verdad, es decir, los tipos de discurso que acoge y hace funcionar como verdaderos, fue a partir de la implementación del conocimiento en estrategias de alcances atómicos subsidiados por un Estado que no escatima en sus modos de coaccionar, que la figura del intelectual, la inteligencia, el conocimiento y la verdad dieron el salto cuántico. Así responde Michel Foucault:

“Me parece que la figura del intelectual específico se desarrolló a partir de la Segunda Guerra Mundial. Fue tal vez el físico atómico – digámoslo con una palabra o, mejor con un nombre: Oppenheimer – quien encarnó la bisagra entre el intelectual universal y el intelectual específico. El físico atómico intervenía por tener una relación directa y localizada con la institución y el saber científico, pero como la amenaza atómica concernía al género humano en su totalidad y al destino del mundo, su discurso podía ser al mismo tiempo el discurso universal.”1

Es a partir de ese acontecimiento histórico que el terror imaginario se expandió entre la comunidad quien terminó otorgándole al saber científico el prestigio que perseguía y más que eso, actualmente, “…la verdad está centrada en la forma del discurso científico y las instituciones que lo producen y se le asocian efectos de poder en tanto que es lo que se considera como verdadero.”2 Así, la crítica al conocimiento científico suele desplegar una defensa agresiva y, regularmente, no carente de militantes, pues hemos sido consecuentes a esa jerarquía del saber, primero nos entregábamos cual aves recién nacidas con el pico abierto a lo que cayera del cielo, hasta que aquello que se dejó caer poseía la capacidad de enviar un mensaje silencioso por inenarrable, pero de contundencia tan abrasadora que ha aún persiste en su tiempo y en el nuestro, como suspendida. Desde entonces subyace una amenaza constante, un porvenir que ya no es el del Salvador de los inocentes y los arrepentidos, pero que de igual manera le hemos otorgado la capacidad de afirmar la vida en el mundo como se conoce actualmente.

La pregunta es si, bajo la normativa del conocer a través de estos métodos que se restringen a categorías respaldadas por evidencia experimental y sostenidas en razonamientos teóricos de gran solidez y amplio consenso, como lo son las sígnicas, numéricas o conceptuales; efectivamente se ha ido restringiendo, a la par, de manera paulatina y casi imperceptible, al horizonte experiencial de la vida, de lo vital. La verdad, para Michel Foucault, proviene siempre de un constructo social, histórico y político; de esta manera tiene un estrecho vínculo con el conocimiento y ambos, a su vez, con el poder. ¿Pero no será que también la verdad es la interpretación subjetiva del discurso del momento, como un semiciego sometimiento a una paternidad que es sádica y temida, pero protectora a la vez? 

La idea de lo uno como parte de lo múltiple, parece que ha ido quedando reemplazada en una tendencia creciente a la individualidad, pero a una individualidad que, además, encuentra el más firme sostén para sus delimitaciones en lineamientos de una verdad centralizada y conducida en gran medida por los flujos capitalistas; orillando a todo lo que no encuentra allí su <<sitio>> a desenvolverse en los márgenes de la legalidad, de la normalidad y de la identidad. Lo diverso acaso podría ubicarse en una fantasía que, en muchos casos resulta igualmente deleznable. 

Hay una pretensión de reorganizar a la infinitud de lo vital en una especie de centralización cada vez más expandida con la finalidad de abarcarla, lo cual, si bien y por fortuna no es ni remotamente posible, lo que probablemente sí esté ocurriendo es que, sin darnos cuenta, la experiencia misma pudiera estar menguando en códigos informáticos y en verdades de corte técnico-cuántico que se reducen a lo que puede ser capturado, medido y formalizado.

Si los contemporáneos compartimos una especie de ceguera al acontecimiento, ¿cómo saber cuáles son las estructuras y discursos que buscan impedir la intimación con lo real? ¿dónde hallar una luz que sea distinta? Quizás en aquellos que, en otros momentos de la historia, se atrevieron a dudar, incluso de sí mismos; de cuestionar las formas de todo, incluyendo las formas de cuestionarse, incluyendo a los cuestionadores, para así crear nuevas formas de vivir.

La tarea es arqueológica y afortunadamente inagotable. Se precisa de excavaciones en el archivo, en las lenguas (vivas y muertas), en la música, la literatura, y en general, en el arte, en los gestos, lo cotidiano y lo que se quiere ocultar, en los anormales, los locos y criminales, en el diablo y en la muerte, en fin; en todo bicho pues hasta el falso bicho y el bicho olvidado cuentan una historia que forma parte de la Historia. Pero sólo parte de esa historia se considera verdadera, un fragmento que conviene realmente a casi nadie. 

Todo escriba implicado en los modos de creación sea el que inspira, elabora, el que transcribe, el que traduce, el que enseña, lee y recrea, va dejando una marca como en un disco de acetato que transmite algo del método, o el camino, la herramienta o clave que alguna vez les permitieron resistir la tendencia a la clausura de la vida en el que era su mundo. No se trata del compendio histórico de una nostalgia impotente, sino de conocer otras formas de hacer permeable el acceso a lo múltiple, de abrir espacios donde el pensamiento no sea solo capacidad de fluir en el día a día resguardados en verdades universales y unívocas, sino la creación de otras maneras de habitar e incluso de evolucionar.

No sólo es tarea inagotable, sino también imposible, pero eso no ha sido motivo de desánimo, ni antes, ni ahora y confío en que no lo será nunca. Se requiere, en el mejor de los casos, de inmersiones profundas; por una parte, en la escritura, donde se confiesa desde los estratos más profundos lo que le duele a la época, lo que se silencia, sus ruinas y sus líneas de fuga; la otra parte, es la inquietante imposibilidad que implica la Historia. Se trata de un esfuerzo por sostener la melancolía erótica del hacer del filósofo, pero del psicoanalista, del artista o del amante. Porque si no hay historia verdadera, no hay verdad del otro y sin el otro, no hay posibilidad de existencia, de la “propia”. “La experiencia interior es conquista y, como tal, ¡para el otro! El sujeto se extravía en la experiencia, se pierde en el objeto, que a su vez se disuelve. Sin embargo, no podría disolverse hasta tal punto si su naturaleza no le permitiera ese cambio; el sujeto en la experiencia, a pesar de toda morada […] es consciencia del otro, […] tal como lo era el coro antiguo.”3

El filósofo francés Henri Bergson propuso a lo largo de su obra a la <<intuición>> como la forma de inmersión en el flujo de la vida o <<élan vital>>, como método de conocimiento del objeto en su movimiento vital <<duración>>, siendo la duración el punto de confluencia de los diferentes momentos, asimismo que es indivisible en tanto que es un tiempo absoluto. El tiempo de la <<duración>>, y su potencia imparable de creación escapan al tiempo fragmentado de la ciencia. Las discrepancias respecto al concepto de tiempo fueron motivo del llamado “debate entre el mayor filósofo (Henri Bergson) y el mayor físico (Albert Einstein) del siglo XX”4, en la que el físico afirmaba que no existía un tiempo de los filósofos y al filósofo le horrorizaba la perspectiva hiperracionalista que el físico sostenía respecto del mismo concepto. Así lo narra Jimena Canales, historiadora de las ciencias por la universidad de Harvard:

“Las premisas del científico sobre el tiempo acabaron dominando el grueso de los debates eruditos sobre la cuestión, dejando obsoletos no solo los principios de Bergson, sino muchos otros artísticos y literarios, relegándolos a una posición secundaria y auxiliar. Para muchos, la derrota de Bergson supuso una victoria de la <<razón>> contra la <<intuición>>. (Einstein) Señaló el momento en que los intelectuales perdieron la capacidad de seguir el ritmo de las revoluciones científicas debido a su creciente complejidad. Por esa razón, tenían que mantenerse al margen. La ciencia y sus consecuencias debían dejarse a los propios científicos.”5

Cuando ambos tenían alrededor de 80 años (Bergson 19 años mayor que Einstein) fue que detonó la primera bomba de hidrógeno.

Algunos años después, el físico Alemán Werner Heisenberg (1901-1976, Alemania), precursor de la física cuántica, realiza reflexiones relacionadas, sobre todo, con su principio de incertidumbre en su obra Physics and Phlosophy (1958), él escribe: “lo que observamos no es la naturaleza misma, sino la naturaleza expuesta a nuestros métodos de cuestionamiento”6. Considero que el énfasis de aquella sentencia está en <<nuestros métodos de cuestionamiento>>, como son, en este caso, los modos de percepción en complicidad con sus respectivos lenguajes y sus extensiones protésicas dando vueltas alrededor de una cosa intentando captarla en su totalidad. Herramientas de medición guiadas por patrones preestablecidos y, en su mayoría, consensuados que se ciñen a un resultado esperado. O como el mismo principio dice que “la probabilidad de observar una partícula en una posición determinada está muy dispersa por todas partes. Cuando el momento se conoce con precisión, no tenemos ni idea de dónde se verá la partícula.7

Estos métodos de conocimiento son elaborados desde la <<inteligencia>> con el propósito de explicar a la naturaleza. Estos, se contraponen desde el principio a su propósito, pues se sirven de instrumentos dirigidos a un objetivo particular por lo que, de ante mano, lo que se conocerá a través de ellos, únicamente puede estar relacionado a las posibilidades del instrumento, no así a la naturaleza. El instrumento mide desde lo sabido, mide “lo que sabe”, aunque no necesariamente sepa lo que mide. Esto sugiere que el modelo dominante de conocimiento no es tan absoluto como pretende. Sería como querer alumbrar al océano con una linterna, no importa el tamaño de la linterna, acaso tampoco la cantidad y calidad de linternas posibles. En este mismo ejemplo, la búsqueda de la verdad oceánica sería apasionante, pero le llevaría la vida a quien emprendiera ese viaje sin apenas lograr su propósito. Otro camino sería navegar a oscuras y acaso guiarse por la luz de las estrellas, tener de brújula al <<instinto>>8. Sin faro, sin destino, sin propósito; quizá no duraría mucho, pero la relación con el mar y la noche sería la más íntima.

Casi simultáneamente filósofo francés, en Introducción a la metafísica9 explicaba que hay dos formas de conocer una cosa. “La primera implica que se dan vueltas alrededor de esa cosa, la segunda, que se entra en ella. La primera depende del punto de vista donde uno se coloque y de los símbolos que la expresan. La segunda no se toma de ningún punto de vista y no se apoya sobre ningún símbolo. Se dirá del primer conocimiento que se detiene en lo relativo, del segundo, cuando sea posible, que llega a lo absoluto.”10

La primera forma de conocer a la cosa, aquella que busca hacerla empatar a signos, implica que lo que se está conociendo cada vez son aquellos signos a los que la cosa se ha querido hacer empatar, signos implementados en algún modo de reorganización conducida por la vía de la razón. Lo que Bergson desarrolla en el concepto de inteligencia.

Conocer una cosa a la manera de dar vueltas alrededor de ella es como jugar el juego de las sillas, en donde la coincidencia de un objeto con otro, es decir, de la silla con el ocupante (todo al ritmo de la música) hace el punto para permanecer jugando; si no coincide el jugador con la silla al tiempo que la música ha indicado, entonces pierde el punto. Se retira una silla, se trata de que siempre haya menos sillas que jugadores para posibilitar los flujos, la disparidad que permita el movimiento. Son descartadas las no coincidencias. El dar vueltas alrededor de esa cosa para conocerla, no implica en absoluto conocerla, ni siquiera en su perímetro (como no puede un jugador ocupar todas las sillas a la vez y asegurar el juego completo), quiere decir que únicamente podrá conocerse una imagen desde uno de los puntos de vista que conforman la línea perimetral del objeto, no otra de sus propiedades, no en esa medición. Aun repitiendo el “mismo proceso” para el mismo objeto, las variables habrían cambiado su estado y el resultado sería otro. Esta disparidad incesante sería como el ritmo que da la impresión de transcurrir, de avanzar.

Queriendo valerse de la inteligencia propiamente dicha, se ha pretendido abarrotar los canales del saber, por lo que resulta particularmente deleznable eso a lo que no se le puede ubicar y, por tanto, de lo que se pretendería prescindir. Se subestiman los modos que escapan a los consensos de realidad, aunque eso nos enferme. Estamos enfermos de realidad. Enfermamos de la energía contenida que no logra encausarse en la diminuta realidad <<actual>> más que por síntomas en el cuerpo que parecen únicamente ser leídos como síntomas del cuerpo biológico. Se menosprecia lo que no tiene una utilidad y se descarta todo lo que no logra hacerse encajar dentro de los márgenes de nuestros parámetros de seguridad ya conocidos. De esta manera, se prefiere conocer al objeto a partir de lo ya conocido.

Cuando desde la inteligencia, los signos se le ponen a algo, aquello a lo que se le ponen, aquel acontecimiento al que se le asigna un nombre, se le suscribe a una identidad que, si bien y por fortuna no es estática, sí permite una aproximación del sujeto a su objeto. El costo aquí consiste en dejar ir a la cosa por el signo, a la bolsa por la vida. La inteligencia permite al humano hacerse inteligible al mundo para habitarlo. El instinto, por su parte, es persistencia de la naturaleza manifestándose en el cuerpo, sin palabra, pero con voz. Como una criatura.

Lo que constituye la animalidad, decíamos, es la facultad de utilizar un mecanismo de activación para convertir en acciones <<explosivas>> una suma tan grande como sea posible de energía potencial acumulada. En el comienzo, la explosión se produce al azar, sin poder escoger su dirección, es así que la ameba lanza en todos los sentidos a la vez sus prolongamientos pseudopódicos. Pero a medida que nos elevamos en la serie animal, vemos a la propia forma del cuerpo esbozando cierto número de direcciones bien determinadas, a lo largo de las cuales se encaminará la energía. Estas direcciones están señaladas por otras tantas cadenas de elementos nerviosos situados de una punta a la otra11.

En La evolución creadora, Bergson escribe que “Hay cosas que sólo la inteligencia es capaz de buscar, pero que, por sí misma, no hallará jamás”. Sólo el instinto hallaría esas cosas; pero él jamás las buscaría”12. Aunque también ocurre que, la naturaleza en su potencia conlleva interacciones que escapan por completo a la voluntad de los individuos y sus cuerpos. Así, por ejemplo, surge de la luz, la vista. La mínima variación en los procesos de la evolución pudo haber resultado en organismos sin ojos ni la capacidad para percibir la luminosidad de la luz ya que careceríamos por completo de aquellos órganos. Eso no sería que la luz no existe, eso sería que no somos organismos capaces de medirla, no en su luminosidad. Las explicaciones que se han tratado de dar a los fenómenos del universo correrían por cuenta de otras percepciones, de otros instrumentos de medición y el universo sería por completo distinto. No serían faro del tiempo el día y la noche, probablemente sería el canto de las aves o la temperatura.

Actualmente parece que la única manera de avanzar es esquivando todo riesgo posible. O, como diría Dufourmantelle, “el principio de precaución se ha vuelto norma”13 siendo que “la vida es un riesgo inconsiderado que nosotros, los vivos, corremos”14. Esto, me parece, debido a causas que se derivan de otras causas que obtienen sus raíces más profundas en un desamparo originario y desde allí, se prolongan en un afán de persistir, de la persistencia en el sentido mecanicista. En la era del pragmatismo se quisiera anestesiarlo todo. Se esquivan los riesgos de lo que verdaderamente importa con tal de no incomodarse. Nadie dijo que sería fácil. No hay vida sin sentencia de muerte. Hay quienes viven como muertos o nunca han vivido, hasta 100 años sin haber vivido, vivido del vivir vivir. Los desahuciados y agónicos que están viviendo al fin. Quienes viven de la muerte y quienes mueren por vivir. Hay, me parece en su mayoría, quienes le temen más a la vida que a la muerte. Prolongar la vida en años parece ser la prioridad.

Para Bergson, “La ciencia explica la materia, pero es incapaz de comprender la vida en lo que tiene de innovación radical y permanente.”15 La ciencia se vale de sus instrumentos más sofisticados; hoy en día, la tecnología ha magnificado la centralización en lo que llama <<niveles cuánticos>>, parece que de lo que se trata, es de abarcar hasta en su más mínima expresión al saber, de hinchar el centro, de no retroceder, de nunca parar. En esta era técnico-cuántica, se precisa que, para obtener el mayor rango de probabilidades de las partículas, su espín16, se haga una pausa a escala de esas partículas para captar su movimiento. No es captar a la partícula, sino a la multiplicidad de los estados de aquel sistema cuántico previo a su colapso. La partícula está, a la vez, en todos los estados, aunque sólo uno represente a la realidad. Esto se sabe a razón de que, al realizar la medición de la misma manera, se obtienen diferentes resultados. Entonces la partícula, como puede estar en un estado, como puede estar en otro de manera simultánea. Esta razón impide medir con precisión sincrónica ciertas propiedades. Por ejemplo, no es posible medir su posición a la vez que su momento, pero sí la longitud de su onda y, por consiguiente, el efecto de su movimiento. Si se calcula la función de esa onda, esto es, si se la mide, lo que se obtiene es la descripción probabilística de aquella partícula17. La partícula puede estar en todos y en cualquiera de sus estados. Lo que no puede es estar en cualquier estado que no sea del rango de probabilidades que le corresponden, el cual es, por cierto, infinito. Infinitas probabilidades para cada partícula, eso ya hace un montón de probabilidades, o un infinito más grande, y esto es sólo para cada partícula.

Para este método, la captura de esa imagen se pretende en panorámico absoluto (en el sentido que se le dé entonces a lo absoluto) de la rutina de la partícula. Estas son extremadamente sensibles, cualquier impureza las perturba. Para vibrar al unísono, “la fotografía” debe ser tomada a casi cero grados Kelvin o cero absoluto, pues es cuando las partículas alcanzan el estado de energía más bajo, asemejando así su reposo y reduciendo sus posibles posiciones. La realidad es que no hay pausa posible ni captura absoluta, pero quizá sí un ralentizamiento que permite ver más detalles, más opciones en la materia. Llevar partículas a este estado, a su mínima contaminación, requiere un gasto de energía enorme, el cual, siempre, e invariablemente, tiende a incrementar18 siendo causa de estragos a los que no le convendría, a la estampida tecnológica capitalista, correlacionar y visibilizar.

Estamos siendo máquinas que construyen otras máquinas para que resuelvan las necesidades ocasionadas por los desastres que causaron las máquinas primeras. De esta manera, se capturan parvadas en nombre de estudiarlas arguyendo el beneficio de conocerlas y asignarlas, para finalmente, inscribirlas en el padrón utilitario. A suerte de contar con los recursos que satisfagan, en la medida de lo posible, los criterios mínimos de concordancia con la experiencia. No hay algo nuevo allí, únicamente reajuste de lo existente, al objeto se le ha reducido a una categoría para calcular riesgos de proximidad y hacer valer su potencial uso.

Como los ordenadores cuánticos que son capaces de procesar cantidades ingentes de datos. La razón de que sean tantos datos es que cada bit informático de los mil millones de un ordenador digital que anteriormente ejecutaban acciones según una de las dos probabilidades en la secuencia de 0 y 1, han sido sustituidos por estados de átomos o qubits. El ordenador digital que anteriormente “decidía” entre ceros y unos es ahora todas las probabilidades de estados de cada bit a la vez, esto es, la superposición, aunque ninguno de estos estados sea absoluto, sino hasta que se le mide. Se mide por un observador en sus interacciones con otros qubits llamadas entrelazamiento y en cada entrelazamiento, las probabilidades se multiplican exponencialmente.19

Dado que cada nuevo conocimiento resulta del colapso de la infinidad de probabilidades en la medida hecha, en ese momento, por ese observador, el resultado de aquella medición otorga, a su vez, la rudimentaria noción del resto de las posibilidades que no son la colapsada, la noción de las posibles otras dimensiones, de los posibles otros mundos y demás otras formas de posibilidades que han quedado fuera de ese conocimiento obtenido. Aquella noción no es más que eso, precaria sospecha de lo no conocido, y más aún, es prueba del infinito des-conocimiento, pero no solo un desconocimiento del orden del olvido sino también de lo ignorado. Lo no conocido avasalla a lo sabido en cada instante medido.

Cada saber, mientras más preciso se va haciendo, más refinado y minucioso se vuelve, a la vez que más se distingue y aparta de la naturaleza, de la cosa. Es una suerte de dualismo que avanza directamente proporcional en tanto que, mientras más se sabe, más se sabe que casi nada se sabe (al menos se sabe eso); e inversamente proporcional en tanto que, mientras más sabio se es, más lejos se está del saber absoluto pues, lo que se está sabiendo cada vez, es precisamente de la imposibilidad de abarcar a la cosa, se está sabiendo su inabarcabilidad, en este caso, a un costo muy elevado. “En su deseo, enteramente incumplido, de abarcar el objeto alrededor del cual está condenado a dar vueltas, el análisis multiplica sin fin los puntos de vista para completar la representación siempre incompleta, y cambia constantemente los símbolos para perfeccionar la traducción siempre imperfecta. El análisis, pues, se prolonga hasta el infinito. La intuición, en cambio, si es ella posible, es un acto simple.”20

Por otro lado, la segunda manera de conocer una cosa, la de lo absoluto, implica un esfuerzo de imaginación para introducirse en los estados del alma.21 Me parece que este esfuerzo es el proceso de la creación. El <<la>>, de <<la creación>>, es porque es aquella que brota desde la nada. Es lo nuevo, es fuerza metafísica para la evolución.

La mancuerna de una <<inteligencia más libre>> con el instinto harían a la intuición apelar a las percepciones que no van dirigidas a tal o tal utilidad sino al <<querer>> por el querer o, lo que más tarde se denominaría como una de las formas del deseo, la creación. Partir de lo absoluto, como un morir sin morir del todo, un volver a nacer de algún modo desde la potencia que promueve la diferencia, las nuevas rutas que crecen en direcciones que no son predecibles o provienen del centro. El dinamismo de la vida. Lo vital.

Es creación ya que, al no ser relativo a algo, al no haber relación, tampoco oposición, entonces no existe (previamente), ni existe fuera. No se moldea o ciñe a algo, no se cierra en tanto que nada le designa, ni le da signo. Es absoluto metafísicamente hablando pues se está dentro de esa cosa y no respecto de ella, no hay algo con qué compararle ni algo que se le compare. Lo que se obtiene, proviene de lo que se tiene en el alma. Sin signos ni materia, sin interpretaciones, traducciones ni tergiversaciones. “La metafísica es, pues, la ciencia que pretende abstenerse de símbolos.” Y vaya, la filosofía, pero no solo ella, ¿acaso no va de componer y problematizar especulaciones, proposiciones y oposiciones a las cuáles muchas veces se les van los matices de utópicos? Pero, y si no fuera así, ¿qué razón habría?

La dificultad, me parece, ronda al hecho de que el esfuerzo consiste primero en deshacerse. Deshacerse de los recursos y métodos que limiten a la cosa que se desea conocer para introducirse en ella. Pero, si no hay recursos, por ejemplo, lingüísticos, numéricos, sígnicos, ni método; entonces, tampoco hay conocimiento de la existencia, la “propia”. He ahí el esfuerzo que implica, uno se desconoce por un instante para pasar a ser aquella cosa con la que se desea intimar, se está a la deriva, como en el amor. Bergson describe este mismo esfuerzo como “esos arrebatos que corresponden a un impulso de la voluntad, a una tensión mayor de energía interior, a la decisión inamovible de superar el punto en el que nos hemos detenido y pegar un salto por encima de uno mismo.”22 Se pasa de la voluntad al abismo para tomar impulso de vida 23 y llevar algo de lo más sagrado a escena. Allí, la angustia es brújula y así quizás entonces, la creación. “¡Oh, vida, cuanto te he temido!”24

Soportar la angustia, atenderle, hospedarle. “Abrazar nuestros miedos”25. Remitir a las formas más sublimes de la creación. Pero no es cosa sencilla pues, así como denuncia Chantal Maillard:

Hay en la creación artística una renuncia por parte del artista a su identidad, a todo lo que pudiera definirlo como individuo antes y después del instante en el que ha elegido perderse en su obra. En ese momento, cuando el olvido de sí permite la apertura necesaria al nacimiento de algo nuevo y completo de sí mismo, el artista logra la comunión con todas las formas nacientes, aquellas que se hacen de continuo, generadas por el olvido de algunos, en los huecos del universo que la voluntad renuncia ya a colmar. Esas ausencias, esas renuncias, permiten que todo vuelva a nacer, y en esas nuevas formas toman aliento y se renuevan todas aquellas que, por un momento, no se han dejado aprisionar por las ideas de ser. En esos huecos todos los seres participan de la creación.26

La evolución que impulsa a los seres vivos a superar la inercia de la materia y reorganizarla fuera del centro que marca la misma ruta para todos los sentidos, es evolución creadora.


Referencias

1 Foucault, Michel, Microfísica del poder, Siglo XXI Editores, Ciudad de México, 2022, pp. 38 y 39.

2 Ídem. p. 39.

3 Batalle, George, Suma ateológica I, traducción de Silvio Mattoni, El cuenco de plata, teoría y ensayo, Buenos Aires, Argentina, 2016, p. 84.

4 Canales, Jimena, El físico y el filósofo, Albert Einstein, Henri Bergson y el debate que cambió nuestra comprensión del tiempo, arpa, Barcelona, 2021.

5 Ídem. (cursivas nuestras), p. 18.

6 Hacyan Shahen, Física y metafísica del espacio y el tiempo, Fondo de cultura económica, México, 2004.

7 Carroll, Sean, es profesor de física en el instituto de Tecnología de California (Caltech) y autor de Física cuántica: cuantos y campos, Las ideas fundamentales del universo II, Barcelona, 2024, pp. 70 y 71.

8 Bergson, Henri, La evolución creadora, Cactus, serie perenne, Argentina, 2007, p. 98. Bergson divide a la facultad de conocer, es decir, a la inteligencia, en dos estados, pero aclara que ninguno de ellos es puro ya que nunca ha habido una ruptura completa entre ellos, se trata de la <<inteligencia>> propiamente dicha y la <<inteligencia verdadera>> a la que más adelante, en la Evolución creadora denominaría <<instinto>>. Ambos comparten rasgos en sus manifestaciones y se expresan mutuamente uno en el término del otro. Ninguna de estas formas abarca en sí misma a la cosa, más los modos de aproximarse a ella, a la cosa, influyen en la manera en la que la vida evoluciona. Pues citando al filósofo: La vida habría evolucionado dentro de límites muy restringidos, si hubiera tomado la opción, mucho más cómoda para ella, de anquilosarse en sus formas primitivas.

9 Bergson, Henri, Introducción a la metafísica, traducción de Rafael Moreno, Centro de Estudios Filosóficos Universidad Nacional Autónoma de México, México, 1960.

10 Ídem. p. 313.

11 Bergson, Henri, La evolución creadora, Cactus, serie perenne, Argentina, 2007, p. 113.

12 Ídem. 139.

13 Dufourmantelle, Anne, Elogio del riesgo, Paradiso editores, Estancias, México, 2015. P. 4.

14 Ídem. 4.

15 Bergson, Henri, La evolución creadora, Cactus, serie perenne, Argentina, 2007, p. 13.

16 El espín es el momento angular intrínseco de las partículas cuánticas. El espín de un electrón que no está siendo observado, es una superposición de estados y es arbitraria. Hacyan Shahen, Física y metafísica del espacio y el tiempo, Fondo de cultura económica, México, 2004.

17 Hacyan Shahen, Física y metafísica del espacio y el tiempo, Fondo de cultura económica, México, 2004.

18 Kaku, Michiu, Supremacía cuántica, Debate, España, 2024.

19 Kaku, Michiu, Supremacía cuántica, Debate, España, 2024.

20 Bergson, Henri, Introducción a la metafísica, traducción de Rafael Moreno, Centro de Estudios Filosóficos Universidad Nacional Autónoma de México, México, 1960, p. 314.

21 Ídem., p. 315.

22 Bergson, Henri, La inteligencia, Interzona, Argentina, 2016, p. 78.

23 Impulso vital o Élan vital en francés.

24 Ojeda, Mónica, Chamanes eléctricos en la fiesta del sol, Ramdom house, México, 2024.

25 Dufourmantelle, Anne, Elogio del riesgo, Paradiso editores, Estancias, México, 2015.

26 Chantal Maillard, La creación por la metáfora, Introducción a la razón-poética, Anthropos, Barcelona, 1992, p. 42.

Daniela López

Actualmente estudia el programa de doctorado en el Colegio de Saberes.