Si bien el amor nunca fue lo que hace ‘uno’
de dos seres, sino al contrario,
es lo que los desune el uno del otro
y a cada uno de sí mismo,
tiene por condición la imposible coincidencia
consigo mismo en la que se conjugan el deseo y la muerte.

Elie During, Faux raccords

Allí se sellaba, en eso que llamamos la transferencia,
esta cosa que existe en este espacio, única,
de un reencuentro que tiene como meta la palabra,
alrededor de una ficción elaborada lentamente,
esa visión de nuestra propia vida que dejamos juntos a un otro
mientras la vida continúa.

Anne Dufourmantelle, En caso de amor

Es pues
un enamorado
el que habla
y dice:

            Hay discursos que se abandonan, como a personas, como a lugares. Exiliándose de ellos o marginándolos. Pero al final, abandonándolos a la más pura soledad, al olvido o al desprecio. Quizá nos toque apelar a los márgenes, a los bordes, y movilizar, de nueva cuenta o de cuenta nueva, los discursos que sostienen –incluso de maneras fantasmales– nuestro decir. ¿De qué hablamos cuando hablamos de amor? ¿Hablamos siquiera, hoy en día, de amor? ¿O es que el decir sobre el amor ha perdido su lugar –cualquiera que fuera éste–?, ¿será que se ha perdido en la clandestinidad y la vergüenza? En 1977, Roland Barthes afirmaba que el tabú ya no era la sexualidad, sino la sentimentalidad.[i] Más de 40 años después es ese nuestro mundo: parece ya no ser posible estar enamorado, ser enamorado, o, al menos, ya no está de moda. ¿Cómo hablar de amor en tiempos de su empobrecimiento, donde parecería haber rebasado su fecha de caducidad y caído en desuso y silencio? Claro, como decía Barthes, por un lado está la historia del amor, lo que la sociedad dice del amor y hace con el amor (la literatura, el cine, la música, por mencionar algunos ejemplos), y por el otro, el discurso amoroso como discurso interno, soliloquio interminable de aquel sujeto enamorado; soliloquio que, a la vez, entraña siempre el apóstrofe, es siempre dirigido, enviado, referido, en fragmentos, en pedacitos disueltos en una tarjeta postal que nunca llega. Y es este el discurso que parecería haber sido lanzado a los bordes de un mundo que, sin embargo, no hace más que hablar y pretender decirlo todo. Habladurías sin pausa, sin interrupción. Habladurías que niegan la otredad y la imposibilidad, que aseguran siempre llegar a su destino, porque su destino es su origen y su origen se pretende siempre cognoscible. Pero estas habladurías son sólo eso, simulaciones, que se sostienen en discursos, sí, pero a la vez se oponen a otros que los harían caer o, al menos, develar el vacío absoluto, la crueldad y la tiranía que los habita. Es en el discurso amoroso, fragmentario, despedazado, en el cual “mi lenguaje tanteará, balbucirá siempre en su intento de decirlo, pero no podré nunca producir más que una palabra vacía”[ii], palabra donada, ofrecida a un otro que quizá sólo perciba ese balbuceo, el intento, la fuerza de mi esfuerzo –la fuerza de mi amor– por alcanzarlo. Hay destinatario, mas no hay destinación. Hay sólo fragmentos sin rumbo, hojas de árbol caídas, llevadas por el viento, por un soplo que solía nombrarse con todas sus letras y alzando la voz: amor. Es esto fragmentario del discurso amoroso, su desorden mismo, lo que remite a un Otro-otro. Yo remitente, enamorado, que (te) llama. Porque ese otro tiene nombre y se llama tú y es a quien ese discurso, silencioso, escrito, en grito, en gesto, en llanto, en risa, remite.

            ¿Se puede hablar de , de ese otro que me tiene atrapado y a la vez está siempre ausente? Del otro no es posible decir, es lo inaprensible, ni con las palabras se puede capturar algo, ni una pista, not a glimpse. Empero es a quien le digo mi decir, a quien le hablo, a quien le escribo, a quien amo. Ese otro se hace presente a través de mi palabra. Los Envíos (si no es que todo el libro) de La tarjeta postal de Jacques Derrida ilustran de manera cautivante y ejemplar esos fragmentos de un discurso amoroso, y barthesiano. Envíos fragmentados de lo que fue, de lo que ya no será, de lo que queda. De un porvenir que permanece suspendido en la espera de un imposible, la correspondencia. Correspondencia imposible y, al mismo tiempo, perdida en lo que se guarda de ella y conservada en las cenizas de su fuego destructor.

«Desde siempre sé que estamos perdidos, y que respecto de ese desastre tan inicial se ha abierto una distancia infinita
                                                                       esa catástrofe, muy cerca del comienzo, ese vuelco repentino que aún no logro pensar fue la condición de todo, ¿no es así?, la nuestra, nuestra condición misma, la condición de todo lo que nos fue dado o de lo que mutuamente nos hayamos destinado, prometido, entregado, prestado, ya no sé
                       nos hemos perdido – uno al otro ¿me oyes?
[…] ¿quién perdió al otro al perderse?»[iii]

            Estamos perdidos, en(tre) los fragmentos, entre tú y yo, entre aquí y allá, entre la presencia y la ausencia, el entre mismo se ha perdido. Perdidos en un dis-curso y un discurrir, en el habla y la escritura que son siempre de a dos, entre-dos, transferencial, –o entre varios más, una muchedumbre dentro de nos-otros–, y al mismo tiempo, un habla y una escritura que no se tratan más que de perder al otro y de perderse uno mismo en el acto mismo, de hablar, de escribir, de amar. Perder(se) en la imposibilidad de la compresión, del desciframiento. Perder(se) a través de la escritura también, porque ahí no estás, ni allá, hacia donde esto que escribo no va ni irá, y cuando (te) escribo te hago morir, te sacrifico. Invocarte, volviéndote un aparecido, para, en el acto, hacerte desaparecer. Quizá no nos encontremos realmente nunca o tal vez, tan sólo, en las interferencias entre mi llamado y tu silencio. (Des)encuentros efímeros, acontecimentales, que hacen temblar al mundo.[iv]

            ¿Pero qué es eso que se pretende comprender, y en la comprensión encasillar, aprisionar para entonces dominar, del amor? La diferencia, lo que hace que exista, lo que hace al amor, al mundo y a la vida posibles. “Tú eres ahora el nombre, o el título de todo lo que no entiendo. Lo que nunca habré de conocer, el otro lado de mí, eternamente inaccesible, no impensable, para nada, pero no conocible, no sabido — y tan amable”[v]. Pero también lo que se escapa siempre del discurso, lo arrebatado, lo robado. Tanto el habla como la escritura, como actos de amor, se dirigen sin propiedad (como posesión y precisión en el uso de las palabras), son siempre robadas. “La palabra proferida o inscrita, la letra, o la carta, es siempre robada. Nunca es propia de su autor o de su destinatario, y forma parte de su naturaleza que no siga jamás el trayecto que lleva de un sujeto propio a un sujeto propio”[vi]; la autonomía del significante que el discurso amoroso ha perdido por haberle asignado, supuesto, una intencionalidad, una voluntad, un querer-decir, un significado, un sentido (meaning) sin sentido (feeling).

            Para Barthes, el amor se ha hecho a un lado, descartado como “poca cosa” y asimismo peligroso por la tontería que hay en él. La tontería y la locura del amor, de las que no se quiere saber nada, que me vuelven bífido, pérfido y perjuro. Ahora también se insiste en el peligro de una violencia (¡una toxicidad!) del amor, como si pudiera ser de otra forma, como si, en efecto, el amor pudiera no doler. “Queremos estar intoxicados de amor pero no sufrir, queremos la naturaleza pero sin la intemperie, las inundaciones, los desiertos, queremos amar y desear sin cansarnos jamás, queremos la intensidad sin el dolor y la melancolía sin el suicidio. Y, sin embargo, hay una verdad en juego, en todo esto, y termina por reclamar lo suyo y a menudo con su brutalidad acostumbrada.[vii]” Porque el sujeto enamorado está en conflicto con el mundo –y consigo mismo–, bien decía Cerati que separarse de la especie por algo superior, no es soberbia, es amor; y para reconciliarse y “hacer la paz” con ese mundo rival algo habrá que sacrificar, algo habrá que pagar: la historia de amor, dice Barthes. ¿Qué historias de amor ofrecemos como tributo ahora a este mundo que nos expulsa sin cesar? ¿Historias de un amor políticamente correcto? ¿Historias de amor donde la violencia es “un puro accidente, la fragilidad un error y el tedio una desventaja pasajera”[viii]? ¿Historias asépticas, y por lo tanto estériles, de imperturbabilidad, donde no hay lugar para el riesgo? Mientras vivir la locura, la pasión y la violencia del enamoramiento no parece ser una posibilidad –en el sentido de dejarse atravesar por y trabar un discurso amoroso a partir de–, no dejamos de implorar, de clamar, a y por un otro, un otro siempre «tú», que no responde, que cuando responde no responde lo que esperaba (me) respondiera, al que llamo y llamo, que nombro, y no llega, aunque ya, siempre, esté aquí, en mí. Presente-ausente.

            Lo que tanto Barthes, como Derrida –y podríamos atrevernos a decir, cualquier sujeto enamorado–, pretenden a través de sus discursos-textos amorosos es hacer una lectura y una escritura del fragmento, constituyente del amor y su discurso. Una lectura y una escritura capaces de entrelazar fragmentos, pero un enlazamiento que no pretende la unidad (aunque el enamorado la anhele), sino el tejido de hilachas, un tejido que le otorgue al discurso amoroso la autonomía que ha perdido, que robe, que lo arrebate de la soledad impuesta en la que ha sido hundido. El sujeto amoroso también busca enunciarse, enunciar algo, pronunciar(se) un lugar, a sí, o más bien a su amor, “mi amor”, tú. En los Envíos, como en el discurso amoroso mismo, no hay él, no hay ella, ni mujer ni hombre. Para el amor hay tú, de antemano perdido, y yo, que se pierde cada vez. El envío sin destinación del discurso amoroso es el acontecimiento trágico de lo que no llega a su destino, de lo que queda en suspenso mas no deja de enviarse. Es mi discurso el que no te llega, el que no recibes pero que sólo tú podrías desentrañar, y aún así, aún con todo y nada, no dejo de enviarte, mis palabras, mi(s)

                        ABISMO

                        ABRAZO

                        ANGUSTIA

                        ARDOR

                        AUSENCIA

                        CATÁSTROFE

                        CARTA

                        CELOS

                        CORAZÓN

                        CUERPO

                        DEMONIOS

                        DESEO

                        ESCRITURA

                        ESPERA

                        FANTASMAS

                        HABLA

                        HISTORIA

                        INDISCRECIÓN

                        INSOMNIO

                        MAGIA

                        NOCHE

                        OBSCENIDAD

                        OLVIDOS

                        PÉRDIDAS

                        PRESENCIA

                        RENUNCIAS

                        SILENCIOS

                        SOLEDAD

                        SUEÑOS

                        TARJETA POSTAL

                        TERNURA

                        TRAMPAS

                        VOZ

            Yo pronuncio, para que tú respondas[ix]. ¿Y qué me dices tú? Diga todo lo que se le ocurra. Una apuesta por mi decir, la única posibilidad de ésta, nuestra existencia. En ese espacio tan singular, tan único, resuena y se produce un discurso amoroso, un discurso que se sale de la privacía del soliloquio, de la soledad redundante, para abrirse paso en la intimidad del entre-dos. “Es necesario arriesgarse de a dos, por lo menos dos, para no volverse loco”[x]. Lienzo amoroso que en el espacio analítico se va tejiendo con los hilos desperdigados del dolor, la pérdida, la añoranza, el desamparo, y la aguja de la transferencia. Amor de transferencia. Una otra escritura, una otra producción textual, una apertura a escriturar el deseo y el amor. Textos amorosos de diferencia y porvenir. Una apertura que, sin embargo, es indescifrable para quien no es parte del juego. Una apertura que lleva a ese discurso amoroso de lo inactual a lo intempestivo. El análisis –y el estar enamorado también– es un fuera de tiempo y un otro tiempo, un a destiempo, en el que los acontecimientos irrumpen y lo transforman. Y en sus irrupciones e intempestividad produce fuegos, los sofoca y los alimenta. Y de las cenizas, queda el soplo, y queda el ardor.

«Se me dice: ese tipo de amor no es viable. Pero ¿cómo evaluar la viabilidad? ¿Por qué lo que es viable es un Bien? ¿Por qué durar es mejor que arder?»[xi]

            Arder, como las cartas que te escribo, como el ensayo que te dirijo, como las asociaciones que te lanzo, como el texto que soy, como la vida que vivo. Como tú y como yo.


[i] “Inversión histórica: no es ya lo sexual lo que es indecente; es lo sentimental —censurado en nombre de lo que no es, en el fondo, más que otra moral—.” En Barthes, R. Fragmentos de un discurso amoroso, México, Siglo XXI, 2008, p. 219.

[ii] Ibid., p. 33.

[iii] Derrida, J. La tarjeta postal: de Sócrates a Freud y más allá, México, Siglo XXI, 2001, p. 27.

[iv] “El desencuentro es aún un encuentro, un espacio desconocido entre tú y yo donde lo que se despliega es ignorado por nosotros y, sin embargo, nos pertenece.” En Dufourmantelle, A. En caso de amor, México, Paradiso Editores, 2020, p. 84.

[v] Derrida, op. cit., p. 145.

[vi] Derrida, La escritura y la diferencia, Barcelona, Editorial Anthropos, 1989, p. 245.

[vii] Dufourmantelle op. cit., p. 131.

[viii] Ibid, p. 197.

[ix] La acción del te-amo pero también la demanda analítica. Barthes, op. cit., p. 276.

[x] Dufourmantelle, op. cit., p. 110.

[xi] Ibid, p. 37.

Frida Marcela Heras Villarreal

Es licenciada en psicología por la UIA, certificada en tanatología por la Universidad de Maryland, así como maestra y doctorante en saberes sobre subjetividad y violencia por el Colegio de Saberes. Especialista en práctica psicoanalítica, se dedica a la consulta privada. Temas de interés y pasión: psicoanálisis, violencias, narcotráfico, frontera, muerte y cuerpo.