Hombre muerto y el agujero al infinito

José Antonio Mejía Coria

Inmanencia inacabada, hombre muerto navega en los ríos sin cuerpo. Nadie y sin cuerpo. El accidente-asesinato renueva la vida sumergida en un gris eterno, el William Blake de Hombre Muerto[i] no escribe poesía, traza en la nada desde el fuego y el acero, no necesita escribir más. El cara a cara con el espectro sobreviene convulsión incómoda. Desaparecen los rastros de cualquier tiempo previo, se borra la historia. Hombre muerto inaugura el transitar sin pasado, no hay apertura al pasado, únicamente se muestra la rasgadura de lo abierto, de lo que tira siempre hacia adelante. Nos detenemos y nadamos en círculos. Circuitos de nada, de nadie, de sin cuerpo.

Éticas desbordadas, políticas despedazadas. Hombre muerto camina al lado de Nobody, nobody camina al lado de Hombre muerto, sin cuerpo lo recibe y le hace un espacio en la sinfonía del silencio. Hombre muerto, animal del agujero frenético del tiempo. El animal, hombre muerto, transita las ciudades, transita en silencio, portador de una rasgadura, de una llaga-potencia que conforme avanza su andar por la ciudad, se expande y reorganiza el dolor, un exceso de dolor que anestesia, que produce un cierto malestar gozoso, el animal frenético que es William Blake, es también pariente de las promesas de la máquina, él mismo es también máquina, heredero de la promesa de la vida plena se desbarranca y recupera, en un mismo movimiento el tiempo perdido que es pura ganancia de tiempo. Hombre muerto es una especie de faquir ciborg, tragafuego que habita el borde, los márgenes, hombre muerto no organiza ningún centro, ha sido expulsado de los paraísos tecnocráticos, ha sido rechazado y puesto entre paréntesis, incluido en la sinfonía de la muerte reventando cualquier centro que se le ponga enfrente. Los recorridos cotidianos de hombre muerto, desde el salto de la pantalla a lo cotidiano de las ciudades (que soy tú, que eres yo) son de la orilla al centro y del centro a la orilla, y desde allí hacia el infinito de la repetición que hace y deshace el tiempo. Animal incómodo, definitivamente. Está adentro y afuera, y en ningún lugar, se desliza por los bordes problemáticos de las zonas de tolerancia de la muerte. Singular sin lugar. Ambulantea, piratea, es el western de la vida cotidiana, se rehace y reorganiza mutando sus formas cotidianas de presentación ante la exigencia de la maquinaria que la economía en tanto economía de la muerte, propone. Este espécimen, hombre muerto, animal incómodo, está destinado a desaparecer, sin embargo será difícil que sea (seamos) eliminado(s), es (somos) el lastre que no se acomoda, que no se adapta al modelo económico que plantea sólo una forma de ser en el mundo, esa forma que limita la libertad a los alcances y capacidad económica.

Las redadas estarán desplegadas a partir de un nuevo perfil de persecución, espacio que sólo actualiza lo viejo de manera sofisticada, cada vez más cruda y desgarradora. Lo persigue la muerte, que ahora es una asesina a sueldo. William Blake huye de la muerte, encontrándola por todos lados, la produce y es producido por ella. Animal melancólico, sobrevive por el exceso de vida que él mismo representa en su despliegue de resistencia a morir, a partir de esto resiste casi cualquier intento de aniquilación radical que se quisiese echar andar en su contra. Herido cabalga. Hombre muerto es un animal agonizante que se aferra al mundo con los dientes y el revólver. Muerto cabalga. Lo acompaña Nobody. Hombre muerto expresa exceso de vida que mediante su desplazamiento trata de proteger y recuperar, sabe que ese exceso de vida es lo que le fue robado a sus antepasados, genealogía del despojo, ese es su origen extraviado. Geología de la recuperación, de la pura ganancia de potencia. Trazado de territorios por recorrer. Sabe y le duele, (puesto que Nobody le coloca ese saber enfrente todo el tiempo) cabalga y sabe que a él le corresponde resguardar la potencia de ese exceso de vida, es cuestión de vida o muerte. Se sabe inmundo y fantasma inmune, sabe que tiene que resistir largos trayectos, atracos -continuidad del despojo- (perpetuados por otros animales que intentan renunciar a su cualidad de ser animales melancólicos, que ya nada tienen de ese exceso de vida e intentan arrebatarlo a como dé lugar), amenazas constantes de muerte, altas temperaturas, congelamiento, hambruna, entre otras modulaciones. Este animal, hombre muerto, es un contratiempo. Hombre muerto es el anomal, es el extranjero interno, o para ser más precisos, es el enemigo interno (enemigo interno que está siempre afuera), ese para el cual se organizan los campos de aniquilación, las zonas de tolerancia de la muerte, hombre muerto no es comunidad, es la plebe,  es el “sin semejante” el expulsado de las mieles de las comunidades ensoñadas, quien reunido con otros anomales como  él constituyen la plebe, como planteaba Fulvia Carnevale

[la plebe] no es en ningún caso una designación sociológica, sino algo de naturaleza distributiva: hay plebe en todas las clases a modo de disolvente a activar por reacción química, potencia que asemeja un sueño agitado. No debe concebirse como la fuente ni el sujeto de las revueltas, lejos de ser el resultado de una hipóstasis, es una definición negativa de lo que siempre escapa o intenta escapar al poder; movimiento centrífugo, energía inversa, fuga en los cuerpos, en las almas, límite, contragolpe a todo avance puntual del poder.[ii]

La banda que persigue a Blake es parte de la misma banda que representa Blake, una disputa continua en superficie, máquinas de guerra desplazadas en puros movimientos aberrantes. Exceso exceso exceso… y afirmación del bando, siempre alardeando de la vida. Hombre muerto es las poblaciones de hombres muertos, los nobody que vagabundean en las llanuras del viejo oeste, o en la vieja ciudad violenta que habitamos los contemporáneos. Hombre muerto es  despliegue de todas las poblaciones por venir.

Es desde Hombre muerto que podemos visibilizar al animal posthumano volcado en el conjunto denominado plebe, animal herido que moviliza y resquebraja algunas de las certezas que sostienen el modelo hegemónico de dominio y administración de los cuerpos, sin embargo, la plebe será atacada para producir su disolución vía individuación segregatoria, y realizado éste movimiento, plebe despotencializada, se mantiene aislado al animal devenido ciborg melancólico. Este animal melancólico emparentado con nuestro Hombre muerto que se asemeja aquel ciborg del cual nos habla Broncano:

los ciborgs sufren melancolía; una melancolía que no es una enfermedad del alma, sino fruto del desarraigo. Los ciborgs tienen nostalgia de un mundo al que no pueden volver. Su desarraigo es tan completo que la nostalgia se transfigura en distancia y en identidad desarraigada, en desarraigo de la identidad. Su existencia protésica les hace saber de su extrañeza en el mundo y esa extrañeza es el origen de la melancolía.[iii]

William Blake expulsado de la maquinaria de producción, desarraigo programático. William Blake cabalga nostálgico, requiere de la prótesis que es “hombre muerto” para sortear la extrañeza de un mundo ido a pique. La prótesis de Blake, nobody, el revólver, el tren, el caballo, la banda, el anomal…de los que Blake también es prótesis. Cabalgando encima de la prótesis a través de la llanura desierta encontramos un parentesco entre Blake y el transeúnte contemporáneo: tú, yo, ellos, los que caminamos cotidianamente en las ciudades desérticas-mega-pobladas, sólo en pro´tesis y haciendo de prótesis. Expulsados de la maquinaria ensoñada del progreso sin límites.  La melancolía de los expulsados de la hipermodernidad la proponemos como esa avalancha que se pone en marcha ante el fracaso del proyecto de orden, progreso e igualdad, con el que abre la modernidad (ubicándola en los albores del s. XVII), y que cierra, para proponer quizá algunas fechas representativas, con la caída del muro de Berlín y las torres gemelas –con infinidad de desastres intermedios-. Expulsados de la modernidad, hijos de la doble caída, nosotros los hombres muertos, desarraigados de un tiempo que creíamos era nuestro tiempo, deambulamos frenéticamente sobre las ruinas del otrora mundo idílico. A la manera de Hombre muerto, tratamos de recuperar el paso a través del diálogo con los espectros. Todos necesitamos un hombre muerto para sortear la extrañeza de un mundo ido a pique. Desdoble protésico.

Frenesí y muerte son dos de los territorios que más plusvalor le ofrecen a las sociedades afectivas en las que el hombre muerto no termina de encajar, hombre-muerto-Blake intenta reapropiarse de ellas, de manera violenta, para hacer de ella la posibilidad de sobrevivencia. Blake con el revólver y la velocidad que se conjuga en el circuito mirada-mano-bala-cuerpo intenta apropiarse de su tristeza y de su muerte, intenta crear una huella, rastro animal del que participa Nobody: pura supervivencia, el viejo Oeste, vida cotidiana, pura supervivencia: Michoacán, Guanajuato, Guadalajara, vida cotidiana, pura supervivencia. Entre la ficción del Western y la vida en México, sólo una brecha tasada en plomo y pólvora, velocidad de fuga, velocidad de apropiación del circuito mano-mirada-piernas-ojos, urge recuperar el cuerpo fragmentado para ponerlo de pie y a cabalgar la vida. Hombre muerto, animal-potencia tiene una certeza: sabe que la vida es riesgo continuo de muerte. Ha perdido la muerte, le queda la vida, esa es su certeza. La llaga melancólica, esa certeza de saber que la vida se perdió de antemano, pero no se sabe bien a bien qué fue lo que se perdió con la vida perdida de antemano, enunciado que funge como el eco de ese riesgo continúo de perder, pura sumatoria de pérdida contra la que se revela el anomal hombre muerto.

Hombre muerto sabe que está perdido, sabe que es hijo de la derrota. Sabe demasiado, y también demasiado poco, tanto así, que ya no quiere saber nada. Prefiere actuar, aunque su registro de actuación opere generalmente desde la violencia extrema de la ejecución. Hombre muerto afina la puntería: deviene niño-animal-frenético, esquizo quizá, es el referente de un futuro que tira hacia todas partes tensionando con un pasado que al igual, estira las condiciones hacia todos lados, hacia ningún lugar y hacia todos los lugares: el tiempo en su máxima expresión de afirmación. Tiempo aberrante que sustituye al niño ideal del dominio (niño-tiempo educable e introducible en un régimen de producción de lo igual), el tiempo aberrante y lo que empuja no producen nada, únicamente tensión de supervivencia, aunque sobre-vivir es siempre restar en paradoja, sobrevivir entonces quizá sea su único reducto de producción paradojal. Sobrevivir es una operación de sustracción necesaria. Robarle un trozo de territorio a las sumatorias que arrasan con todo lo que se les pone enfrente.

 Hombre muerto recorre los márgenes de un tiempo ido, después de haber plantado cara a la miseria de los tiempos, será desterrado cual Adán y Eva del Edén, de un Edén que al igual que el mítico, tampoco existe. Expulsado de la nada y hacia la nada se planta en las orillas de los senderos, senderos que se bifurcan, todos transitables, todos como riesgo de potencia. Hombre muerto desata una tragedia: el ciborg, eso que dejó de ser parte de la máquina, eso de que dejó de ser humano, nos coloca ante el desfiladero de los sueños de la modernidad y sus remanentes posmo.  Hombre muerto puede sentir la frialdad del acero incrustado a un costado del corazón (y en el mismo movimiento empuñar el arma y aniquilar para afirmarse),  ya no hay calidez de la carne y la sangre, sin embargo, Hombre muerto añora eso que en un pasado imaginado “tuvo”. Hombre muerto anuncia un espectro que recorrerá el mundo de las mesetas y las superficies en continuo reacomodo: El ciborg es la figura del doble del hombre muerto por antonomasia, ciborg, al igual que hombre muerto es un sangrante expulsado de la sensación, detiene la inmanencia de la sensación y la expulsa del territorio cómodo de la trascendencia. Hombre muerto nos dice: El ciborg western tiene la certeza de la pérdida del cuerpo de carne y hueso, le da la bienvenida a la máquina, y en el mismo movimiento, se despide de ella.  Eso perdió, aunque no sabe a ciencia cierta qué es eso que perdió, carne, huesos, sueños, pérdida que es la paradójica ganancia y exceso en el que se monta Hombre muerto… ¿pero qué? Habitante de los márgenes, ahora navega, recorre el largo camino de la muerte después de haber construido la nave del olvido, navegar es necesario, vivir no: hombre-muerto-ciborg nómada que después de despedirse de Nobody, deviene pirata fantasma:

Los piratas y los corsarios del siglo XVIII crearon una “red de información” que envolvía el globo: primitiva y dedicada primordialmente a los negocios prohibidos, la red funcionaba admirablemente. Repetidas por ella había islas, remotos escondites donde los barcos podían ser aprovisionados y cargados con los frutos del pillaje para satisfacer toda clse de lujos y necesidades. Algunas de estas islas mantenían “comunidades internacionales”, completas minisociedades que vivían constantemente fuera de la ley y mostraban determinación a mantenerse así, aunque fuera sólo por una corta –pero alegre- existencia.[iv] 

Aunque la alegría de los piratas anunciados por Hakim Bey no es la del hombre muerto devenido ciborg (el ciborg tiende a desdeñar la alegría, lo más parecido a cierta alegría podría ser una entusiasta tristeza), sin embargo, un parentesco fundamental entre ambos es el nomadismo, comunidades que se trasladan de un lugar a otro,  habitante de los márgenes, el pirata hace del mar el margen del mundo, de la ciudad al borde extenso, playa interminable, al igual que el hombre-muerto-ciborg, el pirata se desplaza de un lugar a otro, funda territorio para después diseminarse, diseminarse no es desaparecer, diseminarse es no regresar al punto de partida, imposibilidad de retorno al mismo lugar. Pirata espectro que surca los mares del olvido necesario. William Blake echado a la mar, al infinito de un tiempo ido.

Hombre-muerto-ciborg es un proscrito, su crimen es no mostrarse lo suficientemente “humano”, su crimen es su cercanía con el animal, a diferencia del “humano” de la metrópoli cuyo parentesco es el ideal de la máquina moderna, Hombre-muerto-ciborg muestra lo indeseable: la cercanía de la máquina no hace más que reafirmar su condición del devenir inmundo: Hombre muerto devine animal proscrito, Moby Dick. Espectral figura de profanación de los límites del tiempo. Navega en infinito, hombre muerto deviene ballena asesina del desierto.  Es entidad omnihabitus. Bulto que sobrevive, exceso de vida que no se reconoce como tal, puesto que asegura que ha perdido (ha perdido, el destierro es su condición). Hombre-muerto-ciborg-ballena-blanca: zona de indeterminación, metamorfosis constante, brujo, pistolero de los océanos desérticos del salvaje Oeste.

Final. Hombre muerto lanzado a la mar es un espacio desterritorializado, violencia de la reapropiación de un exceso,, de eones de excesos. Hombre muerto-ciborg-ballena-blanca-caballo-pielroja, pirata posthumano reapropiado por el devenir intensidad pura que es el mar. Metamorfosis constante, eterno retorno, hombre muerto es tú, es yo, es nadie. Cuerpo sin órganos que funda Zonas Temporalmente Autónomas y es expulsado de ellas, resistencia, supervivencia: ante la brutalidad del acoso de la libertad, el viaje de Blake potencia y tensiona para establecer un espacio de desplazamiento de intensidades de vida, hombre muerto esta intensamente vivo, pero no lo sabe, y ni siquiera es necesario que lo sepa. Tránsito infinito y efímero.

La película termina.

El viaje ha comenzado. Una y otra vez, desenfunda, acciona el gatillo: dispara y hazte uno mismo con la bala, atraviesa los tiempos, desemboca en la mar, dialoga a la velocidad del sonido con la pausa de Nobody.

Blake acaba con todo y es acabado por todo, acabar es únicamente hacerle un pequeño agujero al infinito.

Referencias


[i] Jim Jarmusch, Dead Man, 1995.

[ii] Fulvia Carnevale, La plebe o el extranjero interior. En: Espai en Blanc. Materiales para la subversión de la vida, Número 5-6. Barcelona, Espai en Blanc y Edicions Bellaterra, 2009, p. 64-65.

[iii] Fernando Broncano, La melancolía del ciborg. Herder, Barcelona, 2009. p. 24.

[iv] Hakim Bey, Utopías piratas. Fuente: www.caosmosis.acracia.net.  Ediciones Corazón de fuego. El Cafetero, Medellín – Colombia 1990. p. 16.

José Antonio Mejía Coria

Licenciatura en Psicología por la FES-Iztacala UNAM. Especialidad en clínica psicoanalítica Freud-Lacan por la Red Analítica Lacaniana. Maestría en Psicoanálisis y Cultura por la Escuela Libre de Psicología de Puebla. Doctorando en Saberes sobre subjetividad y violencia. Docente en la Carrera de Psicología de la FES Iztacala UNAM, adscrito al área de Psicoanálisis y Teoría Social. Miembro del proyecto de investigación Universidad, Sociedad y Acción Comunitaria (USAC) de la FES Iztacala-UNAM. Docente en seminarios sobre psicoanálisis, filosofía y biopolítica, entre los que destaca el seminario continuo sobre Teología, filosofía y psicología, sede FES-Iztacala, UNAM. Miembro fundador del Foro del Campo Lacaniano de México (FCLM). Ha publicado diversos textos ligados al psicoanálisis, poesía y filosofía. Practica el psicoanálisis en la Ciudad de México.