Historia de un titubeo (1)

Salo Mochon

En último lustro del siglo XIX vemos nacer una palabra. Es en el contexto del intercambio epistolar entre Freud y su confidente —un otorrino berlinés con propensión al desvarío— que un nuevo nombre irrumpe en la escena del pensamiento occidental: metapsicología. Acuñación problemática; por los límites difusos del espacio que pretende constituir pero, más aún, por el titubeo que acompaña su nacimiento, delatando la presencia de un conflicto epistemológico de origen. Aprovechemos los escrúpulos y vacilaciones que durante décadas se alojaron en la cabeza de Freud para cartografiar la génesis problemática de la teoría psicoanalítica y orientarnos hacia el lugar epistémico que inventa.

Concediendo que la zozobra del fundador a propósito de aquello que funda es legada a las generaciones posteriores —y esto por vías no necesariamente misteriosas—,[i] podemos sospechar que alguna versión de dicho conflicto está presente en todo lector de Freud, particularmente en aquellos que hacen del psicoanálisis un oficio. La sospecha se recrudece si añadimos que los motivos para tal zozobra no se limitan a la esfera de lo coyuntural: adhieren, más bien, a la estructura misma de esa situación, no poco insólita, que es el consultorio del analista.

Comenzar sin una pregunta sería de mala educación. Partamos entonces del supuesto —no es fácil imaginar otro— que la teoría psicoanalítica no es más que una ficción. Un diccionario etimológico nos diría que la deuda de esta palabra es con el verbo latino fingere (dar forma o figura, moldear, modelar). Este, a su vez, deriva de la voz indoeuropea dhigh, con la que se refería la acción de dar forma a la arcilla[ii] —imagen concreta que suele recompensar una inquietud etimológica—. Formulemos con esto una pregunta: ¿cuál es esa arcilla, inquieta y dúctil, a la que Freud intenta dar forma en el taller de su metapsicología?

I. Cartas a Fliess.

El 13 de febrero 1896, durante la calma que sigue a las horas de consulta, Freud se sienta en su escritorio y le redacta una breve carta a su amigo Wilhelm Fliess. Se encuentra tan aislado, dice, pero también tan contento. En primer término, por haber recibido la carta de su confidente berlinés, pero más aún por albergar la certeza de que tanto él como su colega tienen entre manos un «bello fragmento de verdad objetiva».[iii] Pueden ambos, por lo tanto, aguantar un rato más sin el reconocimiento ajeno.

Tras algunas palabras sobre Breuer y el estado de salud de la familia Freud, aparece un recuento lastimero de los achaques propios seguido por una pequeña confesión:

«Mi estado no merece ser averiguado. La supuración izquierda ha recrudecido la última semana, las migrañas son bastante frecuentes, la necesidad de abstinencia no se puede decir que me haga muy bien. He encanecido rápidamente.

La psicología —metapsicología en verdad— me ocupa sin cesar, el libro de Taine “L’Intelligence” me viene extraordinariamente bien… Espero estar absorbido hasta el final de mi vida por intereses científicos. Es cierto que fuera de ello apenas si soy ya un hombre. A las 10 1/2 de la noche, después del consultorio, estoy muerto de cansancio.»[iv]

La confesión de tres palabras —dos en alemán— aparece en una frase parentética e introduce, sin aspavientos, un neologismo. Aunque el prefijo (meta), subrayado en el original, se refracta en una serie nada corta de posibles significaciones,[v] Freud, como habrá de aclararse más adelante, privilegia el sentido de detrás. Metáfora espacial con la que se sugiere que la nueva forma de “psicología” persigue algo que se oculta en la sombra del objeto conciencia, colocado firmemente —por la tradición, sin duda, pero también por Freud— en el primer plano.

Salta a la vista el contraste entre el malestar de la enfermedad y la promesa de un proyecto de pensamiento que introduce el placer allí donde el cuerpo lo niega. Se trasluce también cierta ansiedad con respecto a la validez de aquello que lo mantiene en vilo, esa informe y sospechosa metapsicología. La exteriorización del deseo de estar absorbido hasta el final de sus días por intereses científicos (wissenschaftlichen Interessen), con lo que el adjetivo tiene de tranquilizador, cumple quizás el propósito de mitigar las dudas.

La segunda mención del término, un par de meses después (carta a Fliess del 2 de abril 1896), vira hacia la forma adjetivada: existen preguntas que requieren, en virtud de algo que no se especifica, un calificativo particular:

«Obtengo en general muy buenos progresos en la psicología de las neurosis, tengo todas la razones para estar contento. Espero que me concedas audiencia incluso para algunas cuestiones metapsicológicas[vi]

Los escrúpulos brillan en el adverbio (incluso). Freud alberga la esperanza de que su amigo —recordemos que se dirige al autor de Nariz y sexo— preste oídos no sólo a cavilaciones sobriamente psicológicas sino también a aquellas que, por la osadía de un tránsito hacia algún más allá, demandan una nueva designación.

Más de un año después el término figura en la correspondencia por tercera ocasión (carta del 21 de septiembre 1897) y, como es de esperarse, no sin rastros de conflicto. El talante de la carta es humillado y apacible. Freud no cree más en su neurótica; la etiología de la histeria se muestra refractaria a una solución simple edificada sobre la eficacia de una escena traumática de realidad material. La fama eterna y la holgura financiera se le escapan de las manos cual sustancia gelatinosa; el desciframiento de los síntomas neuróticos tendrá que esperar. Pero Freud se muestra animado:

«En esta conmoción de todos los valores sólo lo psicológico ha permanecido incólume. El sueño se mantiene en pie con toda seguridad y mis esbozos de trabajo metapsicológico no han hecho sino ganar aprecio. Lástima que de interpretar sueños, p. ej., no se pueda vivir.»[vii]

El conflicto parece haber llegado a un remanso: no se cuestiona la legitimidad de esta nueva palabra, —como en la próxima carta que comentaremos—, no se la escribe en cursivas ni se la enmarca con alguna modalidad del paréntesis. No obstante, afirmar que la labor metapsicológica ha ganado aprecio equivale a declarar que en otros momentos la situación ha sido diversa. El cariño que se le dispensa al trabajo metapsicológico está, visiblemente, sujeto a fluctuaciones.

Llegamos, así, a la carta del 10 de marzo 1898:

«Me parece como si con la teoría del cumplimiento de deseo estuviera dada sólo la solución psicológica, no la biológica o, mejor, la metapsíquica. (Por lo demás, quiero preguntarte seriamente si me es lícito emplear el nombre de metapsicología para mi psicología que conduce tras la conciencia).»[viii]

Un problema teórico —la estructura básica del sueño, en este caso— admite soluciones de diversas índoles. A la solución psicológica se opone la biológica que, hablando con corrección, resulta ser, más bien, metapsíquica. Se infiere que, si no la dignidad, al menos el alcance de la solución metapsíquica es mayor que el de la psicológica. Decir única y exclusivamente que los sueños son cumplimientos de deseo es detenerse mosaicamente antes de penetrar en aquel detrás que el prefijo meta nos anuncia. Dos líneas más adelante Freud regresa a su versión predilecta del neologismo —metapsicología, en lugar de metapsíquica—. Este último no vuelve a aparecer bajo la pluma de Freud; queda libre, al menos en español, para usufructo de clarividentes e iluminados.

Pasamos con esto a la pregunta. Hace falta un adverbio (seriamente) para aclararle al destinatario que no se trata de una pregunta retórica ni de un efecto del humor. No hay que dejarse engañar por el lugar más o menos tangencial que el paréntesis querría asignarle. Se trata de la cabal expresión de un intenso titubeo con respecto a su propia labor teórica. ¿Qué nombre darle a esa singular bestia —híbrida de fantasía, experiencia clínica, autoanálisis, y quién sabe qué otras cosas— en la que su teoría sobre el funcionamiento de la psique se va convirtiendo?

Como habremos de constatar enseguida, las consideraciones etimológicas ceden el paso a las meramente asociativas: el parentesco con la metafísica es determinante. Pero metafísica es una palabra fea para el hombre de ciencia: remite demasiado a la imaginación filosófica que erige colosos sobre fundamentos empíricos insuficientes.

II. Un chascarrillo.

En el último capítulo de Psicopatología de la vida cotidiana (1901) Freud enfrenta su postura con la del supersticioso y aprovecha la diferencia entre ambas para explicar el mecanismo que subyace a la superstición. Mientras que el supersticioso «cree que existen contingencias psíquicas» pero «atribuye al azar exterior un significado», Freud, a la inversa, cree en una «casualidad externa (real) pero no en una contingencia interna (psíquica).» Es decir, no considera que «un suceso en cuya producción la vida anímica no ha participado pueda enseñar algo sobre el perfil futuro de la realidad», si bien «una exteriorización no deliberada de la propia actividad anímica es capaz de revelar algo oculto», pero algo que concierne exclusivamente a la vida anímica de la que se desprende. Ahora bien, es precisamente «porque el supersticioso nada sabe de la motivación de sus propias acciones casuales, y porque esta motivación esfuerza por obtener un sitio en su reconocimiento, que aquel se ve constreñido a colocarla en el mundo exterior por desplazamiento.»[ix] Hasta acá lo que Freud tiene que decir sobre la superstición; sin embargo, el mecanismo descrito, el de la proyección, desborda su marco: sirve también para explicar la génesis de las concepciones mitológicas, estas

«no son otra cosa que psicología proyectada al mundo exterior. El oscuro discernimiento (una percepción endopsíquica, por así decir) de factores psíquicos y constelaciones de lo inconciente se espeja… en la construcción de una realidad suprasensible que la ciencia debe volver a mudar en psicología de lo inconciente. Podría osarse resolver de esta manera los mitos del paraíso y del pecado original, de Dios, del bien y el mal, de la inmortalidad, y otros similares: trasponer la metafísica[x] a metapsicología.» (VI, 251)

El juego de palabras (metafísica/metapsicología) lo resguarda de ser tomado a la letra. La metapsicología, en calidad de concepto que designa las pretensiones teóricas del psicoanalista, se presenta por primera vez en la obra publicada como un efecto de la inventiva retórica ad hoc. No obstante, dicha fórmula (trasponer la metafísica en metapsicología) confirma lo que las connotaciones más espontáneas ya sugerían: la metapsicología toma su nombre de la metafísica.[xi] Confirmación que encuentra un apoyo adicional en las siguientes palabras de aquella carta (2 de abril 1896) en la que Freud expresa su esperanza de encontrar audiencia incluso para algunas cuestiones metapsicológicas:

«Cuando joven no he conocido otra ansia que la del conocimiento filosófico, y estoy en vías de realizarlo ahora que me oriento desde la medicina hacia la psicología. Me he hecho terapeuta sin quererlo; tengo la convicción de que puedo curar[xii] definitivamente histeria y neurosis obsesiva.»[xiii]

Tendrán que transcurrir cerca de quince años para que su neologismo vuelva a la letra impresa; esta vez, finalmente, como una propuesta de acuñación formal. Mientras tanto el horror a la metafísica prevalece; el nombre de metapsicología —significante de la especificidad del itinerario freudiano— es inasumible.[xiv] ¿No sería justo afirmar que Freud elabora meticulosamente una inacabada metafísica del alma? En todo caso, su adhesión, un tanto doctrinaria, al modelo epistemológico de las Naturwissenschaften le impide tal reconocimiento. Cuando dicha perífrasis (metafísica del alma) —por lo demás, muy pertinente— aparece bajo la pluma de Freud es sólo para convertirse en la insignia del bando opositor: el de la desacreditada Naturphilosophie.[xv]

Referencias


[i] Ejemplo de esta transmisión más o menos tangible es la reiterada afirmación de que el psicoanálisis es una ciencia de la naturaleza (Naturwissenschaft). Después tendremos ocasión para comentar el insistente desatino taxonómico de Freud, por el momento bástenos con señalar que la afirmación se imprime en el lector y lo arroja hacia la pregunta que pretende zanjar: ¿qué tipo de ciencia (Wissenschaft) es el psicoanálisis?

[ii] G. Gómez de Silva, Breve diccionario etimológico de la lengua española. México: FCE, 1998, p. 303.

[iii] Esto, por cierto, en ámbitos tan distintos como lo pueden ser la emergente teoría psicoanalítica, por un lado, y la investigación de los biorritmos, con tintes numerológicos y una marcada fascinación por la nariz, por el otro. Sin importar la definición exacta de “un bello fragmento de verdad objetiva”, imaginamos que Nariz y sexo (así llamaba Freud al manuscrito de Fliess que se publicaría un año más tarde como Las relaciones entre la nariz y los órganos sexuales de la mujer) probablemente estaba lejos de ser eso. Ya Gerardo Deniz nos ha informado, no sin exactitud, que «Wilhelm Fliess tuvo una existencia muy completa: nació, se equivocó y murió sin sufrir decrepitudes.»

[iv] «Meine Befinden verdient nicht Gegenstand der Nachfrage zu sein. Die linke Eiterung hat in letzter Woche rekrudeziert, Migränen ziemlich häufig, die notwendige Abstinenz tut mir kaum sehr wohl. Ich bin rasch grau geworden.

            Die Psychologie —Metapsychologie eigentlich— beschäftigt mich unausgesetzt… Ich hoffe, mit wissenschaftlichen Interessen bis ans Lebensende versorgt zu sein. Ein Mensch daneben bin ich freilich kaum mehr. Abends 10 1/2 h nach der Praxis bin ich zu Tode müde.»

[v] Sólo un verdadero helenista es capaz de digerir la entrada “μετά” en el LSJ.

[vi] «Ich komme im ganzen mit der Neurosenpsychologie sehr schön fort, habe allen Grund zufrieden zu sein. Ich hoffe, Du leihst mir Dein Ohr auch für einige metapsychologische Fragen.»

[vii] «In diesem Sturz aller Werte ist allein das Psychologische unberührt geblieben. Der Traum steht ganz sicher da, und meine Anfänge metapsychologischer Arbeit habe an Schätzung nur gewonnen. Schade, dass man von Traumdeuten z.B. nicht leben kann.»

[viii] «Es scheint mir, als ob mit der Theorie der Wunscherfüllung nur die psychologische Lösung gegeben wäre, nicht die biologische, oder besser, metapsychische. (Ich werde Dich übrigens ernsthaft fragen, ob ich für meine hinter das Bewusstsein führende Psychologie den Namen Metapsychologie gebrauchen darf.)»

[ix] VI, 250-251.

[x] No deja de ser interesante que “metafísica”, en el contexto del pasaje citado, nombra un círculo bastante reducido de las producciones significantes: el de los mitos milenarios de la humanidad.

[xi] Hay lugar para una importante aclaración: no obstante la inspiración, al menos nominal, que le viene de la metafísica, la metapsicología mantiene, por otro lado, una particular relación de extraña intimidad con la biología. Como ya se vio en la carta del 10 de marzo 1898, es posible incluso establecer algún grado de sinonimia entre biología y metapsicología. Dejamos para después el análisis de este segundo análogo de la metapsicología.

[xii] Curar y descifrar son dos verbos que Freud confunde con facilidad.

[xiii] «Ich habe als junger Mensch keine andere Sehnsucht gekannt als die nach philosophischer Erkenntnis, und ich bin jetzt im Begriffe, sie zu erfüllen, indem ich von der Medizin zur Psychologie hinüberlenke. Therapeut bin ich wider Willen geworden; ich habe die Überzeugung, dass ich Hysterie und Zwangsneurose definitiv heilen kann.»

[xiv] Una prueba temprana pero contundente de la reticencia de Freud para asumir su neologismo es La interpretación de los sueños (el libro se imprimió a finales de 1899), en el que brilla por su ausencia. Particularmente el capítulo VII cuyo encabezado reza “Sobre la psicología de los procesos oníricos”. Al proponerse «penetrar más a fondo en los procesos anímicos envueltos en los sueños», se vuelve evidente que «todas las sendas desembocan en la oscuridad». Es que «por ahora no existe ningún conocimiento psicológico al que pudiéramos subordinar lo que cabe discernir, en calidad de principio explicativo, a partir del examen psicológico de los sueños.» Freud se verá entonces precisado a «estatuir una serie de nuevos supuestos que rocen mediante conjeturas el edificio del aparato psíquico y el juego de fuerzas que en él actúan.» (Las cursivas son mías.) No hay duda de que hubiera sido más acertado titular dicho capítulo “Sobre la metapsicología de los procesos oníricos”.

[xv] «Más adelante sabremos que el enigma de la formación de los sueños puede resolverse mediante el descubrimiento de una inopinada fuente psíquica de estímulos. Entretanto, no nos maravillemos de que los estímulos que no brotan de la vida psíquica sean sobrevalorados en la formación de los sueños. No sólo son los únicos que pueden descubrirse fácilmente, y aun corroborarse por el experimento; además, la concepción somática de la génesis del sueño responde en un todo a la orientación de pensamiento que hoy domina en la psiquiatría. Es que si bien se insiste con la mayor fuerza en el dominio del cerebro sobre el organismo, todo lo que pueda revelar una independencia de la vida anímica respecto de alteraciones orgánicas demostrables, o una espontaneidad de aquella en sus exteriorizaciones, asusta hoy a los psiquiatras como si su reconocimiento hubiera de retrotraernos a los tiempos de la filosofía de la naturaleza y de la metafísica del alma.» (IV, 67)

Observemos, de paso, que Freud tampoco se sitúa bajo el estandarte de quienes repudian la “metafísica del alma”. Se limita únicamente a señalar que si la causalidad psíquica ha perdido popularidad es, en gran medida, a causa del temor a caer en una forma degradada de producción teórica, a saber, la de la fantasía filosófica desbocada. Sin embargo, es precisamente dicha causalidad psíquica la que Freud reivindica como principal fuerza productora del sueño.

Salo Mochon

Ciudad de México, 1985. Formado en el estudio del Talmud, renunció a la carrera de rabino para dedicarse a la clínica psicoanalítica y a la escritura. Autor del poemario Escardillo (Liliputienses, 2020; Argonáutica, 2021), por el que obtuvo mención honorífica en el VII Certamen Internacional de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz. Actualmente cursa estudios de doctorado en el Colegio de Saberes.