Grafito y color en la mente abisal de Arydia.

Arydia Barajas Hernández

ACOTACIONES SOBRE ALGUNAS OBRAS

“CTHULHU DESPIERTA”

Al haber dibujado este monstruo lovecraftiano, definitivamente me enfrenté con un monstruo muy personal: mi obsesión esquizoide por los detalles, sumado a una autodestrucción física, pues el desgaste de cartílago en mis manos quizá transformó un poco mis falanges en tentáculos durante el acto de dibujar. Una vez más experimenté que el tratar de alcanzar la perfección, es eternamente frustrante pero también conduce a una inconmensurable satisfacción.

“ESCRITURA EN LAS ARRUGAS”


Lo más interesante de haber realizado esta ilustración no fue sólo haber logrado ese nivel de realismo mediante observación y técnica, sino algo más: que durante el proceso de haber dibujado la trompa del elefante, comencé a notar ciertos patrones en los trazos. Estas similitudes, de pronto comenzaron a parecerme familiares, pensé en que hay ciertos tipos de escritura muy diferentes a la nuestra con su abecedario latino; como por ejemplo la escritura china y el tipo de caracteres abstractos en su caligrafía. Encontré una similitud entre los trazos que definí para las arrugas del elefante y los que se usan en la escritura china. Más adelante recordé un libro de Roland Barthes[i], llamado “Lo Obvio y lo Obtuso”, en donde dice que el artista, como realizador de gestos, produce efectos que no son obligatoriamente los deseados por él, y que provocan modificaciones, o desviaciones. Cuando yo me propuse dibujar a lápiz todos esos detalles en la trompa del elefante, no estaba buscando trazar líneas que parecieran caligrafía china, fue un acto de intuición durante el proceso.

Dicen que escribimos para comunicar, pero llega un punto en el que la escritura ya no está en ningún lado cuando de pronto emergen esas especies de relámpagos inútiles, dice Barthes, que ni siquiera son letras interpretadas. Es cuando la escritura está de más, pero también puede que éste sea el límite extremo donde comienza de forma real “el arte”. En este punto, las letras formadas pueden no pertenecer a ningún código gráfico. Lo que yo encontré en el elefante, en realidad tampoco pertenece a ningún código gráfico. Podrían ser letras, o ideogramas, pero sólo si alguien les confiere significado o utilidad para algún lenguaje escrito. Barthes explica esta situación con un concepto al que llama “El sentido obtuso”, éste no se encuentra en la lengua, ya que si se quitara, la comunicación y la significación aún estarían allí. El sentido obtuso tampoco está en el habla, no tiene lugar estructural; es un significante sin significado, no puede describirse, digamos que es imposible una expresión pictórica en palabras. El sentido obtuso es lo intangible, pero perceptible, algo que es y no es.

En cierto punto, Barthes suelta un referente muy interesante que estuve investigando y reflexionando, donde menciona que la escritura china nació del resquebrajamiento de un caparazón de tortuga recalentado. Estos caparazones eran huesos oraculares, es decir, huesos usados en ceremonias de adivinación. Son objetos que datan de un período que cubre los últimos doscientos treinta años de la dinastía Shang, entre los siglos XIV y XI antes de nuestra era, hasta el 1200-1050 antes de nuestra era. A estos huesos se les hacían perforaciones en las cuales se insertaba una fuente intensa de calor, hasta que el hueso se quebraba en una forma semejante a un caracter llamado pinyin “卜, que en chino antiguo se llamaba “puk” y significa “adivinar”. Se piensa que es un pictograma derivado de la forma de dichas grietas.

Existe también un origen mitológico de la escritura china que se encuentra en la Recopilación General del Salón de la Literatura de la dinastía Han. Hay un fragmento que habla sobre Cang Jie, el astrólogo y ministro del Emperador Amarillo, perteneciente al clan Hougang. Se cuenta que Cang tenía cabeza de dragón, con cuatro ojos de un brillo misterioso, y por dentro era sabio y virtuoso. Nació sabiendo escribir. Se narra cómo estudió las mutaciones que ocurrían en el cielo y en la tierra, en ésta examinó los dibujos en los caparazones de las tortugas y las plumas de las aves, también en los montes y los ríos. Fue así como inventó los caracteres, inspirándose en las huellas dejadas por los animales en la tierra, y creó la escritura tomando todo eso de modelo.

Al punto que quiero llegar es fundamentar cómo llegué a un proceso y conclusión muy similares a la manera en que fue gestándose la escritura china. Debo reiterar que mis signos no tienen ningún significado, simplemente que algunos son parecidos a ciertos ideogramas chinos. Después de todo, la imaginación y las abstracciones primigenias del hombre no provinieron de la nada, sino de observar con atención el entorno. Pensemos en que no hay superficie virgen por reciente que sea, porque todo es, siempre, desde antes, áspero, discontinuo, desigual, ritmado por algún accidente; es decir, tenemos el grano del papel, luego la suciedad, la trama, el entrecruzado de los trazos. Pero lo que se impone, ya ni siquiera es el acto de la escritura, sino la idea de una textura gráfica.

En mi propio presente, he podido experimentar un acto de abstracción que no me diferencia de los hombres primigenios, y es algo que sólo pude descubrir mientras realizaba el dibujo realista de un elefante. Muchos dicen que no hay ningún contenido sustancioso que valga la pena en las obras de arte realistas e hiperrealistas, puesto que sólo son reproducciones miméticas de la realidad; esto es cuando se comparan con las ideas que sustentan a las obras de arte conceptual (por ejemplo). Se piensa que un trabajo de ilustración sólo sirve para comunicar lo obvio, pero no necesariamente. Cuando el proceso de creación llega a ser artesanal, o cuando se lleva a cabo un ejercicio de profunda observación y análisis espacial, no hay manera de que el artista ignore lo que está más allá de lo obvio, en este caso, y usando el concepto de Roland Barthes: los mensajes obtusos.

“LA MANO”


Surgió principalmente como un ejercicio anatómico que realicé de mi propia mano, a la cual le adjudico, en este dibujo, el poder de un demiurgo que crea, protege o destruye. El hecho de que mi mano aparezca de tamaño monumental ante el resto de las figuras, es porque casi tiene su personalidad propia, como si “viera”; después de todo, en el psicoanálisis, se ha comparado a la mano al ojo, ya que también está ligada al conocimiento, a la visión, diferencia los objetos que toca y modela.
Los humanoides en este dibujo son seres sin mayor consistencia que están a merced de los impulsos ejercidos por mi propia mano. La araña, por su parte, me agrada más pensarla como un psicopompo, tal como la ve el pueblo de los Muiscas en Colombia: ésta transportaba sobre un barco de telaraña a través del río las almas de los muertos que van a los infiernos. La Mantis no es más grande que mi mano, pero es una criatura mortífera que participa de los estragos dejados por una presencia ni siquiera advertida por ella.

“MACROCOSMOS EN ANAFASE”

Un mandala puede ser una imagen sintética que engendra o aumenta fuerza, y que tiende a superar las oposiciones de lo múltiple y lo uno, de lo descompuesto y lo integrado, de lo exterior y lo interior, de lo difuso y lo concentrado. La composición en mi dibujo es un mandala donde hay representada más de una clase de fuerza: una que se genera, otra que hace girar y circular, otra más que atrae y otra más que repele. En todo momento hay una dicotomía, pero siempre unida.
La mujer desnuda y la rueda están contenidas en una célula separándose a la mitad, mas permanecen en unión mediante el cabello de la fémina. Al exterior, hay microorganismos que buscan infectar la célula.

Por otro lado, el mandala posee una doble eficacia: conserva el orden físico si es que ya existe, y lo restablece si ha desaparecido. Así considero que se manifiesta la relación entre el personaje principal (la mujer) y las criaturas a su alrededor: ella en sí se encuentra en desequilibrio, está triste y expuesta en desnudez a entes que la podrían enfermar. Pero ella misma, dentro de su célula es capaz de reencontrar el orden mediante aquello unido a su cabello: una rueda, símbolo del orden representado en perfección circular; el espirógrafo es su protección dentro de la atmósfera celular en anafase, proceso que le llevará a desprenderse del círculo, tarde o temprano. Para entonces habrá retomado su equilibrio del espiral perfecto, lo suficiente para protegerse del inminente caos conformado por animales acuáticos y microorganismos gigantes.

“LULA”

Esta libélula es uno de mis dibujos más importantes por su valor técnico y sentimental. Es el primero en el que no usé color negro en lo absoluto, color del que jamás había podido separarme antes.
La libélula, como animal totémico del viento, representa el cambio en la perspectiva de la autorrealización que tiene su origen en la madurez mental y emocional. Esto lo han asociado diversas culturas a que sus alas iridiscentes son muy sensibles a la más leve brisa, y a que su vuelo  corriendo a través del agua representa un acto de ir más allá de lo que está en la superficie, buscando en las implicaciones más profundas y los aspectos de la vida.
El espiral también tiene su propio simbolismo, en éste se manifiesta la aparición del movimiento circular saliendo del punto original; más en específico, tiene la propiedad de crecer de manera terminal sin modificar la forma de la figura total, ser permanente en su estructura a pesar del crecimiento simétrico. Ocurre lo mismo con cualquier persona que va creciendo espiritualmente a medida que transcurre por diversas etapas a veces difíciles.
Encuentro en este dibujo de gran formato mi propio reflejo del bienestar físico y mental al momento de haberlo creado. Es una pieza en la que tardé bastante tiempo planeando bocetos con base a miles de cambios, todo resultó en una exhaustiva pieza culminante de colores y formas.

“SELENELION”

La intervención pictórica que hice a esta fotografía, autoría de Mónica Carrillo, ha significado un parteaguas entre mis creaciones artísticas; por primera vez trabajé con pintura acrílica en gran formato. Siendo una técnica que no había explorado a profundidad, mi mayor temor fue al principio porque no podía controlarla, cometí muchas equivocaciones que solucioné cambiando parte de la composición que pensé desde un principio. Poco a poco, encontré cierta conexión con la técnica del lápiz en tanto que logré obtener una suavidad en los degradados y mezclas de colores. Esto me fue dando cada vez más confianza hasta encontrar placer a medida que avanzaba.
La idea del cuadro fue concebida a partir de “La Otredad”, un tema seleccionado a nivel grupal para una exposición por parte del Foro Hilvana, misma que no se ha realizado, por interrupción de la pandemia por Covid-19.


Los tres elementos principales en mi cuadro son la Mujer solar, una Luna sirénica y el reflejo en sombra de la parte trasera de la modelo.
 Posiblemente no existe una dualidad más antigua y tangible que la del Sol y la Luna. Ambas presencias celestes tienen una amplitud de simbolismos que se remontan a las manifestaciones conocidas de los primeros grupos humanos. Algo similar ocurre sobre el reflejo (como símbolo), y otros asociados, como la sombra.
Entre tantas acepciones, encontré interesantes aquellas que relacionan los elementos que hay en mi cuadro con la muerte, la vida, los colores y la identidad de género.

Con respecto a la muerte, el sol puede fecundar, pero también destruir con sequía. La luz solar no se muestra inmutable, podría desaparecer y con ella la vida. Así se conoce, por ejemplo entre los aztecas, rituales motivados por eclipses, ofrendas de sangre humana al sol para alimentar su luz. Bajo esta idea, la mujer solar en mi cuadro lleva una máscara de muerte.
Por su parte, la Luna se considera como el primer muerto porque durante tres noches, cada mes lunar está “muerta”, desaparece; después reaparece y aumenta en brillo. En el Corán, por ejemplo, las fases de la luna y la medialuna evocan la muerte y la resurrección. Para este caso, ligué un significado funerario a mi Luna sirénica mediante el color blanco: éste representa un gran silencio, es la nada anterior al comienzo y anterior al nacimiento; es el color original, la iluminación del renacimiento simbólico del iniciado. En otras culturas, la blancura en la piel es señal de enfermedad, o puede representar envejecimiento y muerte. A su vez, hay un “blanco del oeste” que es el de la muerte, pertenece al mundo lunar, frío y hembra, a la ausencia, al vacío nocturno y a la desaparición de los colores diurnos.
 Siguiendo esta línea, la sombra se ha considerado como la segunda naturaleza de los seres y las cosas, generalmente asociada a la muerte. Hay varias lenguas indígenas en América del sur que designan en una misma palabra el significado sombra-alma-imagen. En mi cuadro hay, en el hemisferio de la Luna sirénica, una imagen-reflejo que torné en penumbra o sombra, la interpreto a su vez como el alma de la Mujer solar, consecuencia de la luz que reflecta el sol en la luna.

Ahora bien, así como cada astro provoca muerte, también cada uno genera vida. Esas características también las incluí en mi composición. El sol, por ejemplo, no necesita simbolismos cuando pensamos en lo indispensable que resulta su luz y calor para casi todo proceso en la naturaleza. Pero aunque por lo general se piensa al sol como ente masculino, algunas culturas le han conferido carácter femenino; por ello, aproveché y convertí al personaje principal en una Mujer solar, potencial creadora de vida.
Sin embargo, es la luna quien posee un gran número de cualidades vinculadas a la vida. Es un símbolo de ciclos en la naturaleza: aguas, vegetación, fertilidad en animales. La luna es el agua con relación al fuego solar, y por ende, una divinidad femenina de la noche, la humedad, lo transitorio. Evidentemente, su vínculo más identificado es con el agua, dada la influencia por fuerza gravitatoria que tiene sobre las mareas oceánicas. El carácter acuático que asigné a mi Luna está, por supuesto, en sus escamas de pez o de sirena, a su vez que el agua representada en ella misma remite a la vida.

Hasta aquí, la dualidad de vida-muerte convive en ambos personajes de mi cuadro, pero en ellas hay una razón más que encierra el concepto de “otredad”, afín a los otros simbolismos: el reflejo.
En cuanto al Sol, se sabe que éste irradia directamente su luz, por tanto representa el conocimiento intuitivo e inmediato. La Luna, en cambio, tiene una luz indirecta, así que es una luz racional y especulativa debido a que se refleja en ella la luz solar, como un espejo: no por nada, el espejo es un símbolo lunar.
La idea se amplía considerando que la palabra “especular” viene de `speculum´, que originalmente era observar el cielo y los movimientos relativos de las estrellas con ayuda de un espejo. Aquí cabe señalar que la reflexión de la luz o de la realidad, no cambia su naturaleza, sino que implica un cierto aspecto de ilusión, como cuando se capta la luna en el agua.
Por otro lado, el encuentro con un espejo podría conllevar algo de terror en tanto que inspira el conocimiento de uno mismo, pues es un instrumento de Psique y el psicoanálisis lo ha remarcado en el lado tenebroso del alma. Ambos personajes femeninos en mi cuadro se miran fijamente en un estado reflexivo de otredad, reconocen mutuamente lo que tienen en similitudes y diferencias, entre ellas fluye un devenir de vida y de muerte: ambas reflejan su propia cara asesina y mortuoria una en la otra, y ambas se comparten energías vitales. Qué mejor pensamiento como el de los sufíes para hablar sobre dicha continuidad, la cual traduje en motivos brillantes espolvoreados por todo el perímetro negro del cuadro: para ellos, el universo entero constituye «un conjunto de espejos en los que, la esencia infinita se contempla en múltiples formas que reflejan, en diversos grados, la irradiación del ser único; los espejos simbolizan las posibilidades que tiene la esencia de determinarse ella misma.
Con todos estos simbolismos, puedo finalmente mencionar por qué el título de mi cuadro: “Selenelion” es un extraño eclipse que ocurre cuando el Sol y la Luna eclipsada se pueden observar al mismo tiempo. Ambos aparecen justo sobre el horizonte en puntos casi opuestos en el cielo, y se produce sólo antes de la puesta de Sol o justo después de su salida. A pesar de que la Luna estaría en la umbra de la Tierra, el Sol y nuestro satélite pueden ser vistos a la vez, debido a que la refracción de la luz a través de la atmósfera terrestre provoca que cada uno de ellos se muestre en el cielo, en su verdadera posición geométrica. En el Selenelion se ha observado la presencia de la “luna de sangre”: ésta adquiere un característico color rojo porque la atmósfera de la Tierra actúa como una lente desviando la luz del sol, al tiempo que filtra sus componentes azules, dejando pasar solamente luz roja que finalmente será reflejada. Sobra mencionar de nuevo el miedo que significó para nuestros antepasados presenciar eclipses, más aun las lunas de sangre, que asociaban a presagios apocalípticos. En lo personal, para mi cuadro mejor preferí la poética que hay entre la luna de sangre y la menstruación, componentes que he representado como flora roja con fondo rosado en un sector de la Luna sirénica; esto para acentuar la idea de fertilidad que también propuse con el elemento acuático mediante las escamas sirénicas en mi Luna.
Sin embargo, lo que me importó en el fenómeno del Selenelion fue, más que nada, el encuentro de ambos astros mirándose en puntos opuestos y visibles en el mismo cielo, y con la oportuna presentación sanguilonienta de la luna. El mutuo reflejo de otredad sucumbe, de esta manera, en uno de los fenómenos naturales más extraños que el ser humano haya visto.


[i] Roland Barthes. Lo obvio y lo obtuso. Imágenes, gestos y voces. Paidós. 2009

Arydia Barajas Hernández

Estudió la licenciatura en Historia del Arte y una maestría en Arte Moderno y Contemporáneo, ambas en Casa Lamm. El proceso de su creación artística se ha desarrollado fuera del ámbito académico, privilegiando los talleres con maestros de dibujo y pintura o de otros amigos artistas, además de frecuentar los diálogos con otras disciplinas, sobre todo con biólogos, criminólogos, escritores y músicos. La comunicación entre la ciencia y el arte es una idea que intenta resaltar en su labor creativa. Como ilustradora; en 2013, colaboró en la antología de poesía "La Sangre Apalabrada"; en 2017, con el volumen titulado "Cthulhu Despierta" en la serie mini-ficciones de Miguel Antonio Lupián Soto; en 2020, con el número “Bestias”, de la revista “Punto de Partida”, publicación bimestral de la UNAM; misma ilustración se utilizó para en el programa de TV UNAM “Observatorio Cotidiano en la Cultura”. También ha trabajado para el periódico Excélsior como correctora de estilo, y como redactora y reseñista para la sección cultural "Expresiones". Por parte de Casa Lamm, en 2012, colaboró en el Catálogo e Inventario del Templo de San Antonio en Santiago de Querétaro. Otros trabajos de la autora pueden encontrarse en las siguientes ligas: https://www.instagram.com/ary_abisal/ https://www.facebook.com/arydia.arte