En este ensayo continuaré la labor de pensar la infancia y lo infantil, descentrando estos términos de las acepciones más tradicionales que solo lo relacionan con una etapa inicial, cronológica y evolutiva de la vida.
Para ello, utilizaré la noción figuras de lo infantili, en lugar de abordar lo infantil exclusivamente como objeto de estudio, concepto o categoría teórica. Tratar lo infantil como figura permitirá abrir el campo de sentidos, significaciones, interpretaciones e invenciones posibles.
Uno de los propósitos de mi proyecto doctoral es poder ir delineando algunas de las posibles figuras de lo infantil en la época: el niño autista, el niño migrante, el niño sicario. Una constante en dichas figuras es su estar fuera de lugar, de las fronteras, de la Ley, de la “norma”, por lo tanto, en el orden de lo indeseable, lo descartable, lo “anormal”.
En este orden de ideas es que en este ensayo retomaré algunos de los planteamientos de Michel Foucault en relación con la biopolítica, considerándolo un paradigma viable para abordar varias de las problemáticas actuales de la infancia, que propongo pueden encontrarse condensadas en las tres figuras de lo infantil citadas, y de esta forma comenzar a pensar los efectos del poder sobre la infancia contemporánea.
Advertida de la complejidad del tema, propongo este ensayo como un ejercicio preliminar que – aunque inconcluso – contribuya a ubicar referencias teóricas y conceptuales en las que se pueda seguir profundizando en un ulterior trabajo.
I. Antecedentes. Tres figuras de lo anormal: el monstruo humano, el individuo incorregible y el niño masturbador
Foucault da cuenta de la genealogía de la categoría de anormalidad, mostrando que su tesis acerca de la infancia anormal es el punto central de la psiquiatría, el lugar mismo de su constitución histórica y el origen de un conjunto de tecnologías de corrección y readaptación. “La figura del niño anormal se halla así en el corazón de la tecnología disciplinaria de la normalidad” (Vandewalle, 2002: 211).
A partir de estos planteamientos lo que pretendo seguir desplegando es una reflexión más específica en el campo de las infancias, indagando si las figuras del niño autista, el niño sicario y el niño migrante podrían pensarse como nuevas figuras de la anomalía en la época.
A partir de múltiples fuentes teológicas, jurídicas y médicas, Foucault enfoca el problema de esos individuos “peligrosos” a quienes, en el siglo XIX, se denomina “anormales”. Define sus tres figuras principales: los monstruos, que hacen referencia a las leyes de la naturaleza y las normas de la sociedad, los incorregibles, de quienes se encargan los nuevos dispositivos de domesticación del cuerpo, y los onanistas, que dan motivo, desde el siglo XVIII, a una campaña orientada al disciplinamiento de la familia moderna, vinculado con las nuevas relaciones entre sexualidad y organización familiar. (Vásquez, 2012: 8)
Será en la clase del 22 de enero de 1975 en el Collège de France, que Foucault expondrá ideas interesantes para pensar el ámbito de la “anomalía” vinculadas con la infancia. Lo que Foucault revelará será la amenaza social que representan “los anormales”, encarnados en las figuras del perverso, el loco, el incorregible, como vectores de desorden, de problema y de potencial criminalidad.
En relación con la primera figura se preguntará:
El nacimiento de un ser informe necesariamente condenado a la muerte pero que, sin embargo, vive algunos instantes, algunas horas o algunos días, plantea igualmente un problema, un problema que es de derecho. Es una infracción al orden de la naturaleza, pero al mismo tiempo un enigma jurídico […] Si nace un monstruo, ¿a quién corresponderán los bienes? […] A partir del momento en que nace esa especie de mixtura de vida y muerte que es el niño monstruoso, al derecho se le plantea un problema insoluble. (Foucault, 2023: 64).
El monstruo hace su aparición en un dominio jurídico-biológico representando, en su excepcionalidad, una doble infracción, al trastocar tanto las leyes de la naturaleza como las regularidades jurídicas (Vásquez, 2012: 9).
Hacia finales de la Ilustración habrá un paso del “monstruo” a la figura del “anormal”, la monstruosidad, en vías de domesticación, será simplemente una irregularidad, y sobre todo una desviación”, surgiendo el problema de la conducta irregular, que hay que corregir. (Vásquez, 2012:11).
En la segunda figura, del individuo por corregir, lo que lo define es que es incorregible: “La persona que hay que corregir se presenta con ese carácter en la medida en que fracasaron todas las técnicas, todos los procedimientos, todas las intervenciones conocidas y familiares de domesticación mediante los cuales se pudo intentar corregirla […] exigiendo en torno de sí […] una nueva tecnología de recuperación, de sobrecorrección”ii (Foucault, 2023: 58-59). Comienza a esbozarse un eje que se empeña por corregir la incorregibilidad, y que servirá de soporte en el siglo XIX para el surgimiento de todas las instituciones específicas para anormales: “Nacimientos técnico-institucionales de la ceguera, de los sordomudos, de los imbéciles, de los retardados, los nerviosos, los desequilibrados” (Vásquez, 2012:12-13).
La tercera figura, la del niño masturbador, muestra la relación con el cuerpo como principio de anomalía en la infancia. Para Foucault, esta figura aparece como un individuo casi universal, vinculada al secreto y raíz de enfermedades físicas y nerviosas asociadas a la sexualidad:
La masturbación es el secreto universal, el secreto compartido por todo el mundo, pero que nadie comunica a ningún otro […] Ese secreto…se plantea en su cuasiuniversalidad como la raíz posible, e incluso la raíz real de casi todos los males posibles. Es la especie de causalidad polivalente a la que puede asociarse…todo el arsenal de enfermedades corporales, enfermedades nerviosas, enfermedades psíquicas. (Foucault, 2023: 59-60).
De esta forma, Foucault señala la asociación persistente entre infancia, perversidad, incorregibilidad, enfermedad y sexualidad, no solo en la anormalidad, sino en la infancia en general.
Foucault muestra cómo esas “desviaciones” han sido “patologizadas”, codificadas como locura o problemas psicopatológicos por las ciencias médicas y psicológicas. Toda una sociedad intenta en realidad defenderse contra sus anormales, al concebir las “ciencias de la protección científica de la sociedad”. Los mecanismos de poder actuando como administradores de la vida.
En la genealogía de la anormalidad que Foucault construye, se revela que la psiquiatría es, ante todo, una ciencia del niño anormal, como lo subraya el investigador francés Bernard Vandewalle:
[…] la infancia es el punto central de la psiquiatría, su principio de generalización. En efecto, son las conductas de la infancia las que van a esclarecer la patología del adulto (la fijación sobre esas conductas infantiles). De suerte que la psiquiatría, en su totalidad, es una ciencia de la infantilidad de las conductas y de las estructuras. La figura del niño anormal se halla así en el corazón de esta tecnología disciplinaria de la normalidad (monstruoso, incorregible y perverso). ((Vandewalle, 2002: 211).
¿Serán las figuras del niño autista, del niño migrante y del niño sicario, nuevas formas de la anomalía en la época?
¿Cómo pensar las relaciones de estas figuras con la sociedad y sus instituciones, en su empeño por dominar sus cuerpos y sus vidas, a través de técnicas que normalicen su incorregibilidad – en el caso de los niños autistas -, o bien en la explotación o criminalización en el caso de los niños sicarios y migrantes?
Será los argumentos foucaulteanos acerca de la biopolítica los que contribuyan a brindar elementos teóricos para responder a estos cuestionamientos.
II. El cuerpo una realidad biopolítica
Una de las líneas de investigación más importantes que Foucault desarrolló para pensar el vínculo existente entre la vida y la política, fue el de la biopolítica. La formación discursiva que supone la aportación más original y fecunda sobre este relevante tema, podemos encontrarlo en sus cursos del Collège de France de mediados de los años setenta, para dar cuenta de las formas de gobierno y relaciones saber-poder en Occidente que fueron instauradas a partir del siglo XVII, que se han enfocado desde entonces y hasta nuestro presente, principalmente a la gestión y al control de los procesos de la vida de la población. El legado teórico de Foucault acerca de la biopolítica sigue siendo objeto de reflexiones y elaboracionesiii, y desde nuestra perspectiva, es un pertinente punto de partida para abordar la complejidad que plantean las sociedades contemporáneas.
En este apartado del ensayo, propongo introducir algunos de los elementos básicos de su teorización, que coadyuven al objetivo central del trabajo para pensar las tres figuras de lo infantil en la época.
En la conferencia de 1974, titulada El nacimiento de la medicina social, Foucault pronunció en la Universidad de Río de Janeiro:
El control de la sociedad sobre los individuos no se operó simplemente a través de la conciencia o de la ideología, sino que se ejerció en el cuerpo y con el cuerpo. Para la sociedad capitalista lo más importante era lo biopolítico, lo somático, lo corporal. El cuerpo es una realidad biopolítica; la medicina es una estrategia biopolítica. (Foucault, 1999: 366).
De esta cita, quisiera destacar el carácter dual que Foucault otorga al concepto de biopolítica, como mecanismo de control que la sociedad capitalista ejerce en el cuerpo de los individuos, y como estrategia de poder que se desarrolla en el campo de la medicina. Es indudable la importancia que el filósofo francés otorga al cuerpo para pensar la biopolítica como una somatocracia, una forma de gobierno que se ejerce en los cuerpos y con los cuerpos como eje central para el desarrollo del capitalismo (Vázquez, 2024: 40).
Foucault analiza la relación del poder con el cuerpo viviente, y la forma en que la biopolítica define el acceso a la vida y las formas de su permanencia y proliferación a través de relaciones de dominación (Ortega, 2023: 27).
Las disciplinas del cuerpo y las regulaciones de la población son los ejes alrededor de los cuales se despliegan los mecanismos de poder sobre la vida. El autor que nos ocupa se detiene en el análisis del poder que se ejercía sobre la vida a partir del siglo XVII, traduciéndose en dos tecnologías del poder moderno. La primera que Foucault nombra anatomopolítica del cuerpo humano, de la cual dice en La voluntad de saber (acerca del cuerpo):
como máquina: su educación, el aumento de sus aptitudes, el arrancamiento de sus fuerzas, el crecimiento paralelo de su utilidad y su docilidad, su integración en sistemas de control eficaces y económicos, todo ello quedó asegurado por procedimientos de poder característicos de las disciplinas: una anatomopolítica del cuerpo humano (Foucault, 1996:168).
La segunda tecnología del poder sobre la vida es la que Foucault refiere a la biopolítica de las poblacionesiv, que aparece a mediados del siglo XVIII, centrada en el cuerpo como especie, desplegándose sobre la vida para gestionarla, administrarla y controlarla. Al respecto, en Defender la sociedad, señalará:
Por lo tanto, tras un primer ejercicio del poder sobre el cuerpo que se produce en el modo de la individualización, tenemos un segundo ejercicio que no es individualizador sino masificador, por decirlo así, que no se dirige al hombre/ cuerpo sino al hombre-especie (Foucault, 2001: 220).
Las tecnologías referidas son las dos formas descritas por Foucault a través de las cuales se desarrolló el biopoder. Una que apunta al cuerpo-máquina, y otra al cuerpo-especie, dos tecnologías del poder esenciales en la consolidación del sistema capitalista, al incorporar y disciplinar a los cuerpos en los circuitos de la producción, ajustando los fenómenos poblacionales a estos (Hernández, 2012: 181). El biopoder se enfoca en los procesos particulares de la vida, como la natalidad, la mortalidad, la longevidad, la reproducción, la migración y la enfermedad. Dice Foucault: “Tenemos, por lo tanto, dos series: la serie cuerpo-organismo-disciplina-instituciones; y la serie población-procesos biológicos-mecanismos regularizadores – Estado” (Foucault, 2001: 226).
De esta forma, Foucault sitúa la biopolítica como una modalidad moderna del poder soberano vinculado con el cuidado de la vida. Foucault concibe como atributo del poder soberano el “derecho de vida y muerte”, señalando que durante la Antigüedad se realizaba del lado de la muerte lo que era, sobre todo, un derecho de espada, o más bien un poder de “hacer morir o dejar vivir” (Mantilla, 2017: 28).
La biopolítica implicó, en términos de Foucault, una transformación masiva del derecho político del siglo XIX, al instalarse un nuevo derecho: “El derecho de soberanía es, entonces, el de hacer morir o dejar vivir. Y luego se instala el nuevo derecho: el de hacer vivir y dejar morir” (Foucault, 2001: 218).
Todo ocurre, afirma Foucault, como si el antiguo derecho de hacer morir se mostrara inoperante frente a la explosión demográfica y la industrialización, y la consecuente disminución de la mortalidad. El autor advierte que al mismo tiempo desaparece la ritualización pública de la muerte, que antaño podría comprenderse como la manifestación del tránsito de un poder a otro y que queda circunscrita, en la modernidad, al ámbito privado (Mantilla, 2017: 28). Sin embargo, habrá que poner en cuestión la vigencia de dicho planteamiento en la época, y mostrar la forma en que la biopolítica podría legitimar el poder soberano de “hacer morir”, de causar la muerte de otros, cuyas vidas se consideran menos dignas de vivirse o vidas amenazantes. Pues como lo señala la investigadora mexicana, Lucía Mantilla: “…la biopolítica es también condición de posibilidad del racismo y su expresión más feroz: el fascismo, donde la violencia, el poder de causar o promover la muerte se dispersa a un nivel mucho más generalizado en el tejido social” (Mantilla, 2017: 29).
Para poner el biopoder en acto, se requiere de una forma de gobierno que le permita operar:
la gubernamentalidad, que es el aparato burocrático que permite su ejercicio a través de técnicas (como instituciones, procedimientos, análisis y reflexiones, cálculos y tácticas, normas de regulación) para dirigir el comportamiento humano. En el análisis foucaultiano, el gobierno es “una actividad que se encarga de conducir a los individuos a lo largo de sus vidas situándolos bajo la autoridad de un director responsable por lo que hacen y les sucede (Ortega, 2023: 30).
De esta forma, a partir del curso Nacimiento de la biopolítica, Foucault concentrará su análisis en las formas de gobernar las poblaciones en el marco del liberalismov, lo que pretendía no era estudiar las prácticas gubernamentales reales, sino el arte de gobernar: “la manera meditada de hacer el mejor gobierno y también, y al mismo tiempo, la reflexión sobre la mejor manera posible de gobernar” (Foucault, 2010: 17).
A partir de los desarrollos foucaultianos sobre la biopolítica, ¿será posible dar cuenta de las prácticas de dominación que acaecen sobre la infancia en la época? ¿podrá visibilizarse una anatomopolítica de la vida de algunas de las infancias en la actualidad? ¿podrá mostrarse que el paradigma biopolítico en la actualidad para algunas de las infancias recae del lado de dejar morir, más que del hacer vivir?
III. Figuras de lo infantil en la época: el niño autista, el niño sicario, el niño migrante
El niño autista
Quisiera partir de lo planteado en un trabajo anteriorvi acerca de la forma en que el sistema capitalista provoca todo tipo de alteraciones y sufrimientos físicos y psíquicos en las infancias. Un ejemplo es la categoría clínica “autista”. Incluso se habla de la existencia de una “epidemia de autismo” a partir del crecimiento de la prevalencia de este diagnóstico en las últimas décadas en las sociedades occidentales. Actualmente, se señala que la prevalencia de niños diagnosticados con Trastorno del Espectro Autista (TEA)vii es de un niño por cada sesenta y ocho. Estadísticamente, esto sugeriría la posibilidad de una epidemia. (López y Silva, 2020).
En el autismo la fragilidad del vínculo con el otro es un impedimento, ya que atestigua el fracaso en la construcción de redes de lenguaje, que proporcionan conocimiento sobre el mundo y las personas (Jerusalinsky, 2012). El sujeto autista mantiene un predominio de automatismos (estereotipias) que dificultan tanto la entrada del otro en su mundo como su propia entrada en el mundo social, dando pie a la creación y oferta de cientos de técnicas, intervenciones, certificaciones y artilugios científico-tecnológicosviii creados por el capitalismo, que prometen la corrección y habilitación del niño autista para que sea “funcional”, dibujándose una especie de juego cuasi infinito entre su “incorregibilidad” y la prometida corregibilidad, a través de un fuerte empuje a patologizar, medicalizar y tecnificar las vidas de niñas y niños que salen de la “norma”.
En el primer apartado del ensayo, se mostró la manera en que Foucault da cuenta de la asociación persistente entre infancia, perversidad, incorregibilidad, enfermedad y sexualidad, y la manera en cómo esas “desviaciones” han sido “patologizadas” por las ciencias médicas y psicológicas. ¿Sería posible considerar al autismo como categoría diagnóstica actual, una nueva figura de la anormalidad en la época?
Como se ha argumentado, sobre los niños autistas recae el poder de la medicalización y patologización de sus cuerpos, una renovación de las tecnologías del poder sobre la vida.
Recordemos que al historizar la medicalización, Foucault analiza fundamentalmente su relación con el modo de gubernamentalidad estatal (Foucault, 2008). En la actualidad el motor fundamental de los procesos de medicalización es prioritariamente el mercado. Para ilustrar lo anterior, basta citar lo planteado por Alicia Stolkiner acerca del aporte de las neurociencias – que para fines del caso del autismo resulta relevante-, esta autora hace referencia a el Informe sobre el desarrollo mundial del Banco Mundial 2015, que tuvo como sugerente título el de “Mente, sociedad y conducta”, y en el que se proponía utilizar los aportes recientes de las neurociencias y las ciencias de la conducta para orientar las políticas de desarrollo en un enlace virtuoso entre gubernamentalidad estatal y mercado (Stolkiner, 2017: 100).
Para la autora citada, en el capitalismo actual los niños han sido puestos en escena como mercado potencial y también como sujetos de la biogubernamentalidad, colocándolos en un lugar nodal para que se intervenga sobre sus cuerpos y subjetividades desde un ordenamiento supuestamente científico y de “cuidado” (Stolkiner, 2017: 101).
El niño sicario
La investigadora mexicana Rossana Reguillo en el artículo “Vidas en urgencia: cuerpos, territorios y violencias”, afirma de forma contundente: “He planteado en otros textos que el neoliberalismo equivale a un poder de ocupación y que su signo más radical es la transformación de la sociedad “desarrollista” en una sociedad bulímica que engulle a sus jóvenes y luego los vomita: en narcofosas, en forma de cuerpos ejecutados y torturados, en forma de cuerpos que ingresan a las maquilas como dispositivos al servicio de la máquina, como migrantes, como sicarios, “halcones”, “hormigas”, “mulas” a la orden del crimen organizado…” (Reguillo, 2022).
Miles de jóvenes en nuestro país quedan atrapados en las fuerzas centrífugas de la pobreza, la violencia y la desigualdad. Niños y jóvenes que encontraron en la violencia una condición de socialización, que favoreció el arraigo y la creación de una identidad estigmatizada, aprendiendo que la violencia es el único medio para responder ante un conflicto o adquirir los bienes materiales que deseen, entrelazándose con la violencia estructural que impone el Estado (Cisneros, 2014), tal como lo muestra el testimonio de Raúl, recuperado en el libro “Un sicario en cada hijo te dio. Niñas, niños y adolescentes en la delincuencia organizada” (2021):
Un día, regresando de la secundaria, estábamos mis hermanos y yo en casa. De pronto, tocaron la puerta. Eran dos chavos que se identificaron como parte de un cártel y nos ofrecieron trabajo. Al principio no sabíamos en qué constaba ese trabajo, pero nos dijeron, que si nos interesaba, llenáramos una solicitud. El sueldo mensual era de 35 000 pesos. “Uffff, todo lo que podía hacer con ese dinero” […] Sin más, aceptamos. Entregamos nuestras solicitudes, nos tomaron una foto y nos hicieron nuestro expediente…Chido, ya pertenecía al mismo cártel que algunos vecinos, conocidos y familiares…todos traían camionetas enormes, cadenas de oro y viejas bien buenas […] Nos adiestraron exmilitares y exmarinos: conocen todas las técnicas para matar […] La mente se va entrenando sola. No te enseñan nada de eso. Eso ya es de uno mismo y de cuando empiezas a matar, ahí empiezas a dejar de sentir […]Al principio me drogaba para hacer los trabajos: los homicidios. Andaba bien loco, me metía cocaína y hacía las cosas como si nada. Después me di cuenta de que ya me estaba excediendo y empecé a matar gente, pero ya sin la droga.
Raúl pudo haber muerto, como la mayoría de sus hermanos y sus amigos a manos del cartel enemigo, pero fue detenido y actualmente cumple su condena, y en un reduccionismo simplista podría responderse que “él así se lo buscó”. Sin embargo, la figura del niño sicario muestra la forma en que los niños y jóvenes que son reclutados por el crimen organizado – en una lógica capitalista, muy similar a cómo recluta el área de recursos humanos en una empresa: una entrevista, el llenado de formatos, toma de foto para su expediente, oferta de sueldo y de “bonos de productividad” – son objeto de la exclusión, la marginación y la criminalización, de un Estado que se mantiene omiso.
¿Los niños sicarios en sus actos sanguinarios se convierten en los nuevos monstruos peligrosos y perversos, en quienes puede justificarse una estrategia de limpieza social para mantener el imaginario de un nuevo enemigo social?
Para respaldar la pertinencia de dicho cuestionamiento, es importante subrayar que hasta el año 2020 la Red por los Derechos de la Infancia en México (REDIM) estimó entre 30 y 40 mil el número total de niños, niñas y adolescentes reclutados por el crimen organizado; y aunque el gobierno mexicano se comprometió a implementar un programa de detención y prevención, a la fecha la cifra total es incierta. En el Balance Anual sobre la situación de los derechos de infancias y adolescencias en el país que fue presentado por la misma Red, se estableció que, en el año 2023, niñas, niños y adolescentes fueron víctimas de asesinatos, secuestros, reclutamiento, desapariciones y otras graves violaciones que atentaron contra sus derechos humanos. Los datos de Incidencia Delictiva del Fuero Común registrados hasta noviembre de 2023 revelan que 2,095 personas titulares de derechos en edades entre 0 y 17 años fueron asesinadas de enero a noviembre de 2023 (REDIM, 2024).
José Manuel Valenzuela Arce, doctor en Ciencias Sociales por El Colegio de México, acuñó el término de ‘juvenicidio’ para explicar “la muerte sistemática, persistente y artera de jóvenes”, quienes son vistos como sujetos “desechables” y sin consecuencias jurídicasix. Las cifras son contundentes para mostrar que el Estado mexicano está rebasado y ha fallado en la estrategia de seguridad implementada (Arista, 2023).
Como ya ha sido argumentado, el biopoder tiene como fin “hacer vivir y dejar morir”, y como es planteado por Elisa Ortega:
A aquellos que amenazan la sobrevivencia de la mayoría se les deja morir al ser omitidos como objetos de política pública y otras tecnologías. Se trata de un asesinato indirecto, porque sin necesidad de que poblaciones enteras sean matadas intencionalmente, éstas mueren como consecuencia de que el Estado no haga algo por ellas. (Ortega, 2023: 28).
Habría que considerar si las graves cifras de muertes violentas de niñas, niños y jóvenes en nuestro país contribuyen para refutar el planteamiento de Foucault acerca del borramiento de la ritualización pública de la muerte.x
El niño migrante
Según informes de la UNESCO, como consecuencia de la pobreza y los altos índices de violencia en América Latina y el Caribe, alrededor de 3.7 millones de niñas, niños y adolescentes se encuentran en procesos de migración y desplazamiento con la esperanza de encontrar una mejor oportunidad de vida y acceso a servicios básicos (UNESCO, 2023).
En particular, es preocupante el caso de México, por su naturaleza de país de origen, tránsito y destino. De acuerdo a los Boletines Estadísticos de la Unidad de Política Migratoria, en enero de 2023, 1,929 personas de entre 0 y 17 años (18.5% mujeres y 81.5% hombres) fueron repatriadas de Estados Unidos a México. Así mismo, el Estado mexicano ha registrado 6,833 migrantes irregulares de entre 0 y 17 años. Esto representa un aumento de 95.8% con respecto a la cantidad de migraciones irregulares de niñas, niños y adolescentes en el mismo periodo de 2022.
Estas cifras nos muestran que las infancias se han transformado en un nuevo actor de los fenómenos migratorios contemporáneos a escala global y dentro de la región latinoamericana.
En este punto, considero pertinente hacer alusión a la política del terror que Donald Trump estableció en 2018, de “tolerancia cero” para los migrantes que cruzaran la frontera sur de Estados Unidos de manera ilegal, lo que resultó en la separación de miles de niños de sus padres, hasta 2021, año en que fue rescindida por el Departamento de Justicia de esa nación. Difícil no recordar las imágenes que circularon de los centros de detención, en los que niñas y niños permanecían encerrados en jaulas de malla de alambre de 10 x 10 metros, como si estuvieran en una prisión.
La niñez migrante se encuentra en particulares condiciones de vulnerabilidad por la minoría de edad, sumadas a la condición de movilidad, a la irregularidad migratoria y a viajar sin compañía en muchas de las ocasiones. La apabullante realidad nos muestra que todos los días niños, niñas y jóvenes migrantes ven violados sus derechos humanos en los Estados de origen, tránsito y destino, a pesar del discurso de derechos humanos que se ha construido a su alrededor. El caso de México puede resultar paradigmático de lo que ocurre con la infancia migrante alrededor del mundo pues a pesar de tener una legislación modelo en materia de niñez, en la cotidianeidad, ocurren una serie de anomalías institucionalizadas que dejan a estos niños en un estado de indefensión y en condiciones que no pueden ser acordes con el Estado de derecho y los derechos humanos: no tienen acceso a derechos básicos, como salud, alimentación, educación, juego, libre esparcimiento, etcétera (Ortega, 2023: 190, 192).
Me pregunto si el caso de la infancia migrante podríamos tomarlo como paradigmático para pensar si estamos frente a una biopolítica de la cual emana un nacionalismo cerrado donde niñas y niños migrantes, en su ilegalidad, son señalados como potencial amenaza para el bienestar social.
Para finalizar, quisiera retomar lo expuesto por Lucía Mantilla, para subrayar que:
desde la mirada de Foucault, el niño, al igual que los adultos, es objeto del poder disciplinario que implica […] la microfísica del poder sobre los cuerpos sometidos a lugares y tiempos, a actividades estrictamente reguladas y vigiladas; así como también de las disciplinas en el sentido de saber académico y básicamente positivista que acarrea el poder de regulación sobre la población, al margen de los rangos de edad. En este sentido, paradójicamente podría considerarse que la forma del ejercicio del poder soberano en la modernidad crea, pero también diluye la diferencia entre adultos y niños (Mantilla, 2017: 29-30).
¿Podríamos pensar si este desdibujamiento de las diferencias entre adultos y niños contribuye a fortalecer las prácticas de dominación que sobre la infancia en la época recaen, acallando su voz y nulificando su subjetividad?
A pesar de reconocer lo inconcluso del análisis que aquí se propuso acerca de las figuras de lo infantil en la época, se considera que preliminarmente ha contribuido para mostrar cómo en la actualidad, la sociedad panóptica denunciada por Foucault tiene plena vigencia. Sus efectos de vigilancia están inscritos en el espesor de los cuerpos de las tres figuras de lo infantil abordadas, dando a ver una anatomopolítica de la vida de estas infancias, al aplicar un conjunto de tecnologías de poder en las intervenciones reeducativas para la normalización y funcionalidad en el caso del autismo; la muerte o la cárcel para los niños sicarios, o la detención y criminalización de la infancia migrante.
¿Podrían delinearse otras posibilidades en el devenir de estas infancias al acentuar y poner en práctica el “hacer vivir” de la fórmula biopolítica para contrarrestar el “dejar morir”, que por la vía de los hechos y como se ha mostrado en este trabajo, prevalece en la época?
Notas
i Para respaldar esta idea de figuras de lo infantil, me parece pertinente hacer referencia a lo que el propio Nietzsche afirma en Los Escritos sobre retórica: “No hay ninguna “naturalidad” no retórica del lenguaje a la que se pueda apelar: el lenguaje es el resultado de artes puramente retóricas”(Nietzsche, 2000a: 91).Para Nietzsche, la experiencia sensible está mediada por el lenguaje, sosteniendo además que dicha mediación es figurativa.
ii Acerca de estas tecnologías de sobrecorrección, son interesantes las imágenes que M. Foucault incluye en su libro Vigilar y castigar, la lámina 29, un grabado de finales del siglo XIX propone, de manera satírica, el último modelo de la tecnología disciplinaria aplicada a la escuela: la máquina a vapor para la corrección celerífera de las niñas y de los niños.
iii “Después de la muerte de Michel Foucault en 1984, se ha producido un incesante debate sobre la vigencia filosófica de la biopolítica en la sociedad contemporánea. Dicho debate filosófico ha sido conducido principalmente por la academia italiana. Pensadores como Giorgio Agamben, Antonio Negri, Michael Hardt y Roberto Esposito han retrabajado la potencialidad de las tesis de Foucault, al discurrir y formular sus propias teorizaciones en torno a la biopolítica” (Rauld, 2019: 28). La referencia al trabajo de estos autores se considera ineludible para seguir en un futuro profundizando en la temática aquí expuesta.
iv Por población Foucault entiende una entidad biológica independiente: un cuerpo social que se define por sus propios procesos y fenómenos, como la tasa de natalidad y de mortalidad, el nivel de salud, la duración y la vida de los individuos, la producción de la riqueza y su circulación, etc. (Foucault, 2001: 225).
v “Foucault entiende el liberalismo no como una teoría económica o una ideología política, sino como un arte específico de conducción de conductas de los seres humanos que se orienta a la población y que coloca a la economía como una técnica de intervención” (Vázquez, 2024: 53).
vi Me refiero al artículo: Ciénega, Erika Patricia. Notas sobre la infancia en el capitalismo. Aproximaciones desde el pensamiento de Jacques Lacan, Gilles Deleuze y Félix Guattari. Revista Territorio de Diálogos, XII edición, primavera 2024. Disponible en: https://territoriodedialogos.com/
vii Los TEA se definen por la presencia de dificultades en la comunicación e interacción social y patrones restrictivos y repetitivos de comportamiento, intereses o actividades. Los criterios diagnósticos pueden incluir déficits persistentes en la comunicación socioemocional, en el desarrollo, comprensión y mantenimiento de las relaciones; hiper o hiporreactividad a estímulos sensoriales, hábitos ritualizados de comportamiento verbal o no verbal, entre otros. Loa síntomas deben estar presentes en las primeras fases del desarrollo. (Martín del Valle, y cols., 2022).
viii Un objeto técnico incluido en esta lógica discursiva es la T-jacket, una prenda tecnológica que simula la sensación de abrazo mediante sistemas de presión de aire, su finalidad es producir confort y calmar a cualquier persona en situación de estrés o ansiedad y se utiliza preferentemente con niños diagnosticados de autismo. Véase el análisis que al respecto realizan Moraes, N. y Perrone, C. Perspectivas político-clínicas: psicoanálisis, autismo y la razón neoliberal. Tempo psicanal. [online]. 2018, vol.50, n.2, pp.11-30. Disponible en: http://pepsic.bvsalud.org/scielo.php?pid=S0101-48382018000200002&script=sci_abstract&tlng=es
ix Acerca del tema de juvenicidio, véase Valenzuela, José Manuel, Trazos de sangre y fuego: bionecropolítica y juvenicidio en América Latina, Bielefeld University Press, 2019.
x Queda pendiente por desarrollar un análisis de esta problemática desde las teorizaciones de la necropolítica postuladas por autores como Achille Mbembe, entre otros.
Bibliografía
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Psicoanalista. Licenciada en Psicología por la FES Iztacala-UNAM. Master en Psicoanálisis. Clínica del sujeto y vínculo social. Universidad de León, España. Maestría en Teórica Crítica, en 17, Instituto de Estudios Críticos. Docente en la Universidad Iberoamericana Ciudad de México y en Dimensión Psicoanalítica. Miembro del Foro del Campo Lacaniano de México. Actualmente cursa el Doctorado en Saberes sobre Subjetividad y Violencia en el Colegio de Saberes. Su línea de investigación se encuentra en pensar lo infantil desde la filosofía, el psicoanálisis y otros saberes.