Escuchar la herencia a través del eco de la memoria y el olvido

Ramón Ríos Lara

Lo que constituye el pavor, el terror, en los recuerdos, es que la infancia es irreparable, y que lo que constituye su parte irreparable, fue la parte amplificadora, fogosa y constructiva. […] Sólo nos resta hacerlos aullar, como cuando presionamos las llagas para examinar su estado. Como cuando arrancamos de los labios enrojecidos por las heridas, hebras que se pudren e infectan. La cicatriz de la infancia, así como la de aquello que la precede y que se expande en el sonido nocturno, será el electroencefalograma plano.
P. Quignard

En este artículo procuraré pensar la memoria, el olvido y la violencia como engranajes de la herencia. Haciendo uso del trenzado entre las nociones mencionadas, deseo encontrar elementos que permitan replantear la violencia fundante como posibilidad de creación. Una creación que detone el interés por cuestionar qué de abrumador, turbio o nostálgico —incluso de serenidad, alegría o luz— hay en el legado. También procuraré preguntar ¿cómo pensar la memoria, el olvido y la violencia desde sus grietas y generar creación?

En el escrito dialogaré con lo que propone Jacques Derrida sobre reafirmar la herencia, con la manera en que Bergson tensa el entre de la memoria mecanicista y la memoria espontánea. Así mismo, retomaré algunas ideas acerca de la necesidad de olvido que Friedrich Nietzsche plantea para pensar qué hay del olvido en la memoria y qué hay de memoria en el olvido.

I

Memoria y olvido

En este apartado reflexionaré cómo el pasado —eso que se hace presente gracias al choque entre olvido y memoria— es capaz de constituir al sujeto. Así mismo pensaré algunas ideas sobre la memoria y el olvido, desde Bergson y Nietzsche, con las cuales deseo exponer que su relación es intrínseca y da la posibilidad de un movimiento, de una creación que destruye y al mismo tiempo reconstruye.

Hace tiempo me percaté que el pasado de manera tersa y delicada atraviesa al sujeto y lo determina violentamente hasta estrujar su corazón (la vida). Una estrechez que provoca alteraciones en la diástole (la memoria) y sístole (el olvido). De forma similar en las arterias —también trastornadas por las irregularidades de lo acaecido— la sangre se petrifica y los ecos diacrónicos del pasado se concentran y transforman en el presente.

De esta manera comienza la arritmia de hacer presente el pasado, dicho de otra forma, empezar a vivir. Con el presente del pasado se asciende a la profundidad del abismo para encontrarse con el olvido, la memoria y reconocer sus fragmentos en la vida. En otras palabras, se comienza a recordar para olvidar y se procura olvidar para recordar.

Así que me pregunto ¿la anterior metáfora será un trasiego espontáneo o tal vez una mecanización somáticai? ¿estaremos conscientes de todo este trastorno que atraviesa al corazón y a la vida? ¿quién o qué genera esas alteraciones, arritmias y movimientos?

Lo anterior me hace pensar en la espontaneidad y mecanización, en la fabulación y repetición, la invención y el hábito; por lo que retomo a Bergson quien propone una hipótesis que entiendo busca dilucidar cómo el cuerpo –ese cuerpo del sujeto– almacena el pasado y sirve como conductor: El pasado sobrevive bajo dos formas distintas: 1° en mecanismos motores; 2° recuerdos independientes. Pero entonces, la operación práctica y en consecuencia ordinaria de la memoria, la utilización de la experiencia pasada para la acción presente, el reconocimiento, en fin, debe cumplirse de dos maneras. A veces se producirá en la acción misma, y por la puesta en juego totalmente automática del mecanismo apropiado de las circunstancias; otras veces implicará un trabajo del espíritu, que irá a buscar en el pasado, para dirigirlas sobre el presente, las representaciones más capaces de insertarse en la situación actual.ii

Considerando la cita de Bergson es oportuno ahondar un poco en esas formas, por las cuales el pasado subsiste y se almacena en el cuerpo del sujeto. La primera sería una recuperación de la experiencia de forma automática e incluso instantánea, más o menos una reacción. Con respecto a la segunda existe una similitud a la primera en tanto que hay una recuperación de la experiencia, sin embargo, aquí la intuición se hace presente y deja de lado la mecanización haciendo flagrante la espontaneidad.

Ahora bien, ¿qué sí se olvida y qué no? ¿qué sí se recuerda y qué no? También me cuestiono ¿solamente se recuerda aquello que fue doloroso, eso que conquistó e incluso destruyó? Parafraseando a Reyes Mateiii la memoria es perturbadora: “[…] la memoria abre heridas y complica la convivencia.”iv Pero aunque la memoria invoque aquello, que en un primer vistazo, pueda resultar aterrador como la deuda, el resentimiento y la culpa ¿no habría que procurar dejar de lado tales sentimientos y pensar qué de alegre, gratificante, esperanzador o felicidad hay en la memoria?

No se trata de proponer una amnistía como tal para el pasado (la tensión entre la memoria y el olvido), más bien habría que pensar que “Esa amnistía no hay que entenderla como olvido, […] sino como un «echar al olvido» [no un olvido que aniquile], es decir, como una renuncia consciente a la significación […] del pasado para el presente.”v Entonces creo que no se trata de anular el adeudo de aquello que perpetuó la sentencia al sujeto, para determinar su provenir, sino de cambiar la forma en que se mira el pasado; por lo que la condena se torna un aspecto interesante para reflexionar.

Como lo menciona Mate: “[…] se condena lo sin-nombre, lo que no ha llegado a ser, en una palabra, lo fracasado, lo expulsado, a la insignificancia. Grave error porque eso está ahí, presente, aunque sea bajo la forma de la ausencia. Error peligroso porque sin esa ausencia no entendemos bien la presencia [de lo ausente].”vi Así que preguntar si el pasado es la condena resulta tentador, pero cuestionarse si el pasado condena se torna más intenso y nos da para pensar qué seríamos sin nuestro pasado y qué seríamos sin nuestras ausencias.

En este punto, cabe hacer una pausa y dejar en claro que reflexionar sobre el hilván que hay entre la memoria y el olvido resulta una tarea caótica y telúrica. Caótica no sólo por el deseo de repensar los diálogos o hipótesis, que procuran sentar las bases para teorizar sobre el tema, sino por apostar a la reformulación de tales ideas desde la experiencia singular-colectiva y así reelaborar más interrogantes acerca de cómo se vinculan la memoria y el olvido. Telúrica porque hay un afán por descolocar y romper con lo edificado, el dogma; con aquellas creencias que afianzan la institucionalidad que intenta pedagogizar cómo recordar y olvidar para enseñar a vivir —es decir, cuestionar aquello que determina qué del pasado hacer presente y qué no—. Finalmente cabría preguntarse si se puede recordar u olvidar a voluntad propia o todo es bajo el mandato de alguien o algo.

Nietzsche en De la genealogía de la moral,vii —en el segundo tratado—, tensa en los primeros tres aforismos la relación (u oposición) que hay entre la memoria y el olvido, proponiendo un choque de fuerzas. Por una parte la memoria es pensada como artilugio conservador y el olvido como dispositivo inhibidor. Pero no es así de sencillo, ya que ambos impulsos no están a nuestra disposición. No, no se puede recordar ni olvidar a voluntad propia aunque sí reconfigurar tales empujes e incluso trenzarlos de tal manera que se intente “desmemorizar” el pasado. Nietzsche dice

Cerrar de vez en cuando las puertas y ventanas de la conciencia; […] lograr un poco de silencio, de tabula rosa en la conciencia, para que vuelva a haber sitio para lo nuevo, […] esa es la utilidad, como decía, de la desmemoria activa, ser guardiana de la puerta […].viii

Aun así, la desmemoria no es una apuesta sencilla de sortear ya que siempre estará acechando la memoria de la voluntad: “[…] la mera indigestión […] de un no-querer-deshacerse activo, un volver a querer una y otra vez lo que una vez se ha querido, una auténtica memoria de la voluntad […”].ix Con lo anterior pienso que la memoria es lo que enferma al sujeto —esa indigestión característica de no querer olvidar ni escaparse— y el olvido ese fármaco que hace del sujeto un animal saludable, pero acaso el fármaco no es también una afección.

Me pregunto cómo podríamos llegar a la desmemoria y cerrar las puertas de la conciencia para olvidar un poco, lo que con el tiempo y la experiencia, se ha grabado en la memoria. Considerando que lo dolientex no se olvida porque precisamente duele, quema y arde. ¿Cómo olvidar el escozor que constituye? pero no sólo eso ¿cómo recuperar lo que da esperanza, lo alentador, lo luminoso? Se trataría de la bienvenida a lo que está por acontecer, a lo contingente, eso que nos toma por sorpresa y que nos da la posibilidad de movimiento.

Ahora bien, se podría pensar la memoria como una huella que acontece y determina, el olvido como una apertura ante la llegada de lo inesperado o lo contingente. Pero si tensamos lo anterior, es posible cavilar que el sujeto es atravesado por cada una de esas dialécticas y que se constituye a través de ellas. Entonces, entre huellas y aperturas, la desmemoria pensada como ese tiempo para abrir o cerrar las puertas de la conciencia, se convierte en el pasado yuxtapuesto en memoria y olvido para el sujeto. Bajo estas reflexiones existe la posibilidad de hablar no sólo de una contraposición, un oxímoron o una paradoja entre la memoria y el olvido, sino de un entre incluso de un vínculo entre fuerzas activas y pasivas. Mèlich en su ensayo Ética de la compasión propone una reflexión que quizá pueda, justificar de algún modo, que entre memoria y olvido hay algo más que una oposición:

La memoria también es olvido. Éste no es la negación de aquella, sino su condición de posibilidad. Si la memoria fuese equivalente al recuerdo, si la memoria excluyera al olvido, entonces, en realidad, la memoria no existiría, al menos como memoria «humana». Una memoria identificada con el recuerdo, una memoria sin olvido, sería una memoria patológica, y el ser que la poseyera, un monstruo.xi

Esta atadura —entre memoria y olvido—, incita a cuestionar ¿será que entre memoria y olvido no sólo hay una oposición, sino una simbiosis? ¿podría dicha ligadura posibilitar una paradoja entre memoria y olvido? ¿será que sin olvido no hay memoria y sin memoria no hay olvido?

Ahora bien, es importante pensar si existe un ocaso con respecto al tema de la memoria-olvido, lo anterior, ya que pareciera que en ocasiones tal binomio, lejos de ser aquella experiencia que abra las puertas al acontecimiento, se transforma en una pedagogía deformativa que procuraría poner como ostensible la “«obligación de recordar» [y tal vez olvidar].”xii No, no tendría que haber obligación. Al albor de dicho ocaso, cabría preguntarse dónde está esa “[…] memoria [u olvido] más natural, cuyo movimiento hacia adelante nos lleva a obrar y vivir.”xiii Así mismo, cuestionarse dónde queda el recuerdo que se desprende de la memoria, que fluye con autonomía y posibilita el movimiento. Finalmente, cavilar dónde está la duración y la intuición de la vida, es decir, esa manera tan peculiar de “[…] guardar distancia crítica de todo sistema teórico que pretenda capturar por medio del ejercicio del intelecto el flujo de lo viviente.”xiv Todo esto para pensar, si es que existe un crepúsculo entorno a la memoria-olvido.

Con lo mencionado, tal vez habría que volver a pensar en una correspondencia, una relación, un choque de ecos entre la memoria y el olvido, pero a partir de los cuestionamientos: qué es lo que se recuerda y olvida; desde dónde y para qué se recuerda y olvida. Esto sin perder de vista que

“[…] una ética que situé el deber de memoria en un lugar preponderante está ineludiblemente amenazada por peligrosos procesos deformativos. En este sentido habría que recordar que una «pedagogía de la memoria» puede acabar siendo un descenso a los infiernos, un viaje al corazón de las tinieblas.”xv

Para cerrar este apartado podemos concluir que el pasado se hace presente en la vida cuando la memoria y el olvido se tensan. De tal manera que el pasado se convierte en una arritmia donde la diástole (la memoria), la sístole (el olvido) y el corazón (la vida) se estrujan. Esta estrechez o alteración es la manera en que el pasado, violentamente, determina al sujeto.

Otro punto importante a retomar es que el sujeto, a pesar de estar sentenciado por el pasado, tiene la oportunidad de descolocarse para reconfigurar el trenzado entre memoria y olvido. Dicha reconfiguración le permitiría cerrar o abrir las puertas de su conciencia (la desmemoria) y dar la bienvenida a lo nuevo. Pero la pregunta sigue abierta ¿cómo nos llegamos en la desmemoria?

Con lo anterior también se confirma que lejos de que exista una oposición o choque entre la memoria y olvido, lo que brota es un vínculo intrínseco que brinda una posibilidad o movimiento para la creación. Pero otra pregunta sigue abierta: ¿qué es lo que se crea?

Finalmente, todo el galimatías expuesto entre memoria y olvido deja claro que el pasado no sólo es un barullo sin control que descoloca y se apodera de la vida, sino también puede ser un engranaje cuyo funcionamiento es capaz de constituir al sujeto. Pero habría que poner especial énfasis y no perder de vista la manera en que el pasado se hace concurrente, desde la reelaboración (resignificación de la memoria y olvido) de los acontecimientos para recibir lo desconocido —y esto ser posibilidad de creación—, hasta la manera en que se vuelve un lastre y carga para el sujeto. ¿No es esto un trasiego violento? ¿no es el pasado una violencia abrupta?

En el siguiente bloque entablaré un diálogo con los tratados de la herencia —considerando las ideas de Derrida— y su posible relación con el pasado para pensar si la herencia es violencia.

II

Herencia

En esta sección conversaré con el concepto de herencia por lo que retomaré las ideas que Jacques Derrida discutió con Elizabeth Roudinesco para pensar lo que implica reafirmar la herencia. Lo mencionado con el propósito de pensar la herencia como una violencia fundante y creadora.

Para iniciar pensemos en un ejemplo que permitirá hilvanar el galimatías entre memoria-olvido y la herencia.

Tratemos de reconstruir las memorias de un sujeto —un adolescente, por ejemplo—, que a manera de ejercicio introspectivo, explora en el archivo familiar. El joven abre el baúl de los recuerdos y comienza una expedición, que lo lleva a los albores de una infancia difuminada, pero ya recorrida, sin embargo, todo es totalmente nuevo para él. Redescubre imágenes, voces, nostalgias y sensaciones que lo llevan a preguntarse ¿quién fue y quién es? ¿qué hubo de doloroso en su pasado, incluso que hay de doloroso en su presente, pero sin dejar de preguntarse por lo esperanzador o lo alegre? Ese viaje hacia el vacío del pasado lo que genera es un vínculo con el tiempo, un tiempo que ya aconteció pero que está presente. Un tiempo anacrónico.

Lo anterior resulta interesante ya que al recorrer los umbrales de la memoria, una carta, un portarretratos, una mascada, un perfume o un poema pueden, de manera trepidatoria, hacer eco en lo más recóndito del ser y provocar un desencuentro que movilice las entrañas y purgue el pasado. Con la resignificación del recuerdo, ese recuerdo que es un instante previo de la memoria, que puede desarticular cualquier maquinaria, incluso la maquinaria del legado. Pero ¿qué se obtendría al desarticular el legado o la herencia? Si ese archivo familiar —por ejemplo—, un baúl lleno de fantasmas y gestación de espectros que deambulan en el presente, es la huella que acontece y determina quién es el sujeto, ¿qué pretende el sujeto, cuando navega en los mares de las memorias perdidas? ¿buscará recordar u olvidar? ¿qué quiere el sujeto al purgar el pasado?

Abordemos la herencia y pensemos en una carta. Una carta que durante varios años estuvo archivada en una hermosa vitrina de cristal. Era una vitrina de cristal cortado, aproximadamente de un metro con sesenta centímetros. Todos los bordes estaban cubiertos de roble y barnizados con un tono obscuro pero cálido. El interior, su esqueleto, estaba forjado de un material sólido que le daba estabilidad. Era un mueble muy pesado, pero delicado a la vez. No sólo resguardaba la carta, había más cosas dentro: un reloj bañado en oro, fotografías empolvadas, una pipa y licorera, un par de gafas (tanto para el sol como para la miopía) e incluso una gabardina azul marino. Aquella museografía de la nostalgia, a primera vista, parecía que llevaba años sin ser visitada. Era un pequeño museo inhóspito, lleno de nostalgia. Insólitamente, cierto otoño, el arconte de la herencia visitó el museo. Lo curioso es que dicho visitante tomó la forma de un arácnido. Con ocho patas, un cuerpo brilloso, negro y redondo comenzó a bajar por el candil que alumbraba tenuemente la vitrina. Bajó y bajó hasta encontrar una pequeña rendija, la cual sirvió como acceso. El arconte recorrió cada una de las piezas expuestas y en algunas tejió una red simétrica de seda, como una especie de manto para protegerlas del tiempo. Al recorrer todas las repisas, se topó con un sobre que por el paso de los años era de un color amarillezco.

El sobre tenía escrito con una caligrafía hermosa la frase “Para el primogénito”. La araña, sin dudarlo y con ayuda de sus esqueléticas y delgadas patas, lo abrió y sacó una carta. Una carta conservada, sin vestigios del paso del tiempo. Una carta intacta.

Una tarde de ese otoño, un sujeto decidió entrar a la habitación donde estaba la vitrina en busca de unos fósforos. Acto seguido inició un recorrido por toda la habitación, movió papeles, botellas de whisky vacías y demás objetos que se encontraban sobre el escritorio. No tuvo éxito. Continuó la búsqueda por los entrepaños de la pared y entre aquella colección de portarretratos empolvados sintió una mirada penetrante. Exaltado por una bestia petrificada soltó el cigarrillo que llevaba en la boca. Era un cuervo disecado, que por la apariencia de las plumas —rugosas y pasmadas—, el animal parecía que llevaba más de una década observando a cada extraño que osaba ingresar.

Después del exabrupto, el sujeto recogió el tabaco del suelo y se dirigió como último recurso a la vitrina. Cauteloso y con cierta zozobra, golpeó el cristal cortado de las puertecillas y tras varios intentos forzó la cerradura. El arconte atento, con sus ocho ojos, solamente vigilaba cada movimiento que realizaba. A pesar de su brusquedad, la araña no se inmutó y quedó vigilante.

Poseído por musas de la curiosidad, fijó bruscamente la vista en el sobre amarillo. De esta manera se percató del inmenso guardián de múltiples patas y, con la sangre enervada, lo aplastó. Entre fluidos y fragmentos, el sobre —junto con la carta— se deslizó hasta el fondo de la vitrina. Con euforia movió y desmontó todo el aparador con el afán de obtener ambas cosas. Triunfante lo logró, y al limpiar los restos putrefactos del insecto guardó solamente la carta. Entre las líneas del escrito encontró una serie de oraciones, sentencias enmascaradas, formalidades y discursos motivados por la deuda y el perdón que aceleraron su corazón. Era una carta que forma parte del archivo, un archivo que revolcaba la memoria para instituir la historia y la ley.

A partir de lo anterior me pregunto ¿dicha curaduría podría pensarse como una violencia clasificatoria, selectiva o mecanicista? en otras palabras, ¿se podría pensar que la memoria es un archivo que determina al sujeto y hace de su identidad un hábito? el hábito de ser quién nos han inculcado ser.

Considerando lo mencionado, la herencia se convierte en aquello mítico-fundante que institucionaliza, determina y enmarca. Aquí la herencia se torna eso que recae en nosotros antes de nacer “[…] y que por tanto recibimos antes incluso de elegirlo […];xvi la herencia, eso que Derrida propone reafirmarxvii, es lo que hace que nos apropiemos de un pasado que no es nuestro. Sin embargo, eso que no es nuestro, que no es nuestro pasado —y que aun así se marcó en las huellas de la memoria—, es lo que nos hace vivir. Por lo que habría que pensar ese pasado como lo que enseña a vivir: lo fundante. Me pregunto ¿cómo se vive con la herencia y con el pasado? Derrida menciona

Habría que pensar la vida a partir de la herencia y no a la inversa. Por lo tanto, habría que partir de esa contradicción formal y aparente entre la pasividad de la recepción y la decisión de decir “sí”, luego seleccionar, filtrar, interpretar, por consiguiente transformar, no dejar intacto, indemne, no dejar a salvo ni siquiera eso que se dice respetar ante todo.xviii

Se vive eligiendo, renunciando, rechazando criticando; no entregándose ciegamente al legado, cuestionando si todo lo vivido realmente fue y es lo mejor.

En suma sería crucial atreverse a mirar atrás para no perder de vista el camino ya recorrido y transformar lo que ante todo se respeta o se promete, es decir: lo que se prohibe. Se trataría de volver a caminar sobre esa vereda fangosa, llena de vivencias, dolores, experiencias o alegrías para reelaborar, reconstruir o transformar lo que nos ha determinado. Con esto es inevitable no escuchar los ecos vehementes de una herencia no escogida que retumban en las paredes del silencio, provocando estruendosos alaridos que destierran toda certeza de quién se es y cómo se vive la vida.

Entonces, si reafirmar la herencia es “[…]reactivarla de otro modo y mantenerla con vida” ¿cómo se reafirma? y para ¿qué mantenerla viva? Derrida enuncia

[…] la herencia nos asigna tareas contradictorias (recibir y sin embargo escoger, acoger lo que viene antes que nosotros y sin embargo reinterpretarlo, etc.), es porque da fe de nuestra finitud. Únicamente un ser finito hereda, y su finitud lo obliga. Lo obliga a recibir lo que es más grande y más viejo y más poderoso y más duradero que él. Pero la misma finitud obliga a escoger, a preferir, a sacrificar, a excluir, a dejar caer.xix 

Por ende pregunto ¿cómo se responde ante lo que nos precede?, ¿responder sería deconstruir la herencia? ¿qué diferencia hay entre reafirmar y deconstruir? Como seres finitos -que han heredado un legado- ¿qué nos corresponde o hasta dónde debemos responder para reafirmar la herencia? ¿responder a tiene un límite, si es así cuál es? 

Quiero preguntar si ¿es posible rebelarse contra lo que nos ha dado una representación de la verdad y al mismo nos ha encauzado al sitio donde nos hemos forjado como sujetos? Sí, tal vez sea posible pero cómo. Quizá una forma de rebelarse a los principios fundantes de la racionalidad y eso que determina al sujeto sea renunciando a la idea de que el sujeto es únicamente un animal racional. ¿Pero realmente se podría renunciar? ¿acaso no necesitamos de esas normas o sentidos absolutos para anclarnos y vivir? ¿acaso no es menester lo heterogéneo para pensar la diferencia, lo posible para evocar lo imposible, lo constituido para esperar lo que está por venir?

III

Posibles conclusiones

En este punto desarrollar posibles conclusiones solamente exhibiría que no hay conclusiones en torno a los temas aquí propuestos, abordados y replanteados. Pero sí afirmaciones que abran el intercambio y el debate, por ejemplo, que la herencia es violenta y por lo tanto es un potenciador de la creación. Consecuentemente, al ser violenta, destruye y porque destruye, concede la creación. Entonces el heredero no sólo se constituye gracias a la herencia si no que adquiere la oportunidad de crearse desde los restos. Forjarse desde y con los restos para pronunciarse ante eso que se recibe. De tal forma que este ejercicio creacionista no implicaría aniquilar lo que se hereda, sino refirmarlo para mantenerlo con vida y sobre todo escoger mantenerlo con vida. Esto, probablemente, sea la creación. ¿Qué hacer con eso que te ha pasado? es una de tantas preguntas que me gustarían dejar abiertas.

En otras coordenadas concibo que la memoria y el olvido se hilvanan, pero también se autodestruyen para recrear (de manera correspondida entre ellas) lo que nos ha determinado y quizá lo que está porvenir. Una pregunta más: ¿Cómo encarar eso doloroso sin que se vuelva una prisión?

Sí, sostengo que olvidar es retener, el recordar es liberar. Pero qué se retiene cuando se olvida y qué se libera cuando se recuerda. No se debe de perder de vista que se olvida para recordar y se recuerda para olvidar, pero será todo esto un gran fallo de la memoria o la oportunidad de redescubrir algo nuevo. Pienso que tal vez no es que la memoria falle, sino que posibilita no sólo un vínculo, sino en una conexión, un puente, con el olvido para formar distintos caminos y así resignificar lo acontecido. La desmemoria diría Nietzsche.

Finalmente dejo abierta una pregunta más: ¿Cómo reconciliarse con aquello reprimido, si eso reprimido genera malestar? No sólo sería procurar reconciliarse, sino encarar y reconocer a tan visceral enemigo (el pasado) como un amigo. Es decir, un desencuentro, entre la ausencia y la presencia, que posibilite crear desde los restos, ¿qué pasaría si nos reapropiamos de aquello que duele?

IV

El intento de creación

El olvido,

el tiempo,

el olvido sin tiempo,

el tiempo sin olvido,

intentar olvidar,

olvidar el intento,

olvidar el tiempo,

darle tiempo al olvido,

darle olvido al tiempo,

buscar el olvido,

olvidar buscar,

olvidar(me).

*Notas de las clases:

*Quisiera aprender a vivir… pero ¿qué es la vida? ¿quién enseña a vivir la vida?

*La violencia disfrazada de enseñanza: cómo vivir la vida, no sólo no escogida.

*¿Hay un sentido en la escritura? ¿de quién es la escritura?

*¿Qué es un inicio? ¿cuál es el inicio o los inicios de la escritura?

*La obscuridad como la fuente de la escritura…

*quién se libera desde el silencio, cómo se libera desde el silencio…

*Pensar sobre quién se escribe, pero considerar desde dónde se escribe y para qué se escribe. Una escritura de la desgarradura, que busca el entre-líneas de la vida. Fragmentar para dejar un haz de luz y crear un claroscuro.

*Se escribe del Padre, desde la casa del Padre y con el Padre.

*Archivo: lo que se quema, lo que no se quema, lo que se recupera y lo que no se recupera, lo que se estudia y lo que se pasa de largo. Una compulsión por recolectar todo: testimonios, historias, documentos, etc., con la finalidad de que la historia y el tiempo se archive. Esta fascinación por conservar todo, se ve imposibilitada por el olvido, por la necesidad de un olvido.

*El archivo nunca se cierra, el archivo no puede cerrarse, siempre está porvenir, por escribirse, por destruirse.

*Conjurar los fantasmas…

*Jugarse la vida ante las huellas…

*El sujeto que se “duele”… es decir, el sujeto que desde el dolor busca un sitio frente al duelo.

*Cartografías de sensaciones y afectos…


Referencias

i Bergson, Henri. Materia y memoria, Argentina, Editorial Cactus, 2006.

ii Ibid., p.92.

iii Mate, Reyes. La Herencia del Olvido, España, Errata Naturae, 2008.

iv Ibid., p.151.

v Ibid., p.152.

vi Ibid., p.164.

vii Nietzsche, Friedrich. De la genealogía de la moral en Obras completas Vol. IV, Escritos de madurez II y complementos a la edición, España, Tecnos. 2016.

viii Ibid., p.484.

ix Ibid., p.485.

x Entiendo lo doliente como la mnemotécnica eso que fue cincelado con el martillo del dolor: “[…] lo que no deja de doler [y] se conserva en la memoria” Ibid., p.487. Lo doliente son las vivencias sangrientas, sacrificas, violentas, deseantes y fundantes del sujeto.

xi Mèlich, Joan-Carles. Ética de la compasión, España, Herder, 2010, p. 158.

xii Ibid., p.155.

xiii Bergason, Henri, Op. Cit. 2006, p. 96.

xiv Caudillo, Jonathan. Teatralidades del cuerpo y la memoria, un diálogo posible entre Bergson, Beckett, Nietzsche y Grotowski, Revista electrónica: Investigación teatral. Revista de artes escénicas y performatividad, consultado en https://investigacionteatral.uv.mx/index.php/investigacionteatral/article/view/2730/4701 16-05-2023, p.69.

xv Mèlich, Joan-Carles. Op. Cit. 2010, p. 157.

xvi Derrida, Jacques, Y mañana, qué…, Argentina, Fondo de Cultura Económica, 2003, p. 12.

xvii Reafirmar la herencia, ¿qué es refirmar la herencia? Pienso que reafirmar es una forma de apropiarse, conocer, fragmentar e incluso leer entre líneas aquello que llega abruptamente como acontecimiento. Una apertura a lo que posiblemente es desconocido, pero siempre ha formado parte de mí. “¿Qué quiere decir refirmar? No sólo aceptar dicha herencia, sino reactivarla de otro modo y mantenerla con vida. No escogerla (porque lo caracteriza la herencia es ante todo que no se la elige, es ella la que nos elige violentamente), sino escoger mantenerla en vida” en Ibidem. ¿Aquí se podría poner en juego la responsabilidad de decidir?

xviii Ibidem.

xix Ibid., p.13.

Bibliografía

Bergson, Henri, Materia y memoria, Argentina, Editorial Cactus, 2006.

Caudillo, Jonathan, Teatralidades del cuerpo y la memoria, un diálogo posible entre Bergson, Beckett, Nietzsche y Grotowski, Revista electrónica: Investigación teatral. Revista de artes escénicas y performatividad, consultado en https://investigacionteatral.uv.mx/index.php/investigacionteatral/article/view/2730/4701 16-05-2023, p.69.

Derrida, Jacques, Y mañana, qué…, Argentina, Fondo de Cultura Económica, 2003.

Mate, Reyes, La Herencia del Olvido, España, Errata Naturae, 2003.

Mèlich, Joan-Carles, Ética de la compasión, España, Herder, 2008.

Nietzsche, Friedrich, De la genealogía de la moral en Obras completas Vol. IV, Escritos de madurez II y complementos a la edición, España, Tecnos, 2016.

Quignard, Pascal, El odio a la música, Argentina, El cuenco de plata, 2012.

Ramón Ríos Lara

Actualmente estudia el programa de doctorado en el Colegio de Saberes.