Eros y escritura: una aproximación a la literatura de montaña

Ernesto A. Ocádiz García

 A veces el que escribe avanza en la penumbra sin saber exactamente lo que escribe, pero entendiendo confusamente que lo que se está escribiendo allí lo precede

Anne Dufourmantelle

 

La escritura y las montañas

Un intenso y renovado interés por la escritura nos atrapó a partir de nuestro encuentro con la literatura de montaña, en particular la producida por Reinhold Messner (n.1944, Tirol del sur, Italia), considerado por muchos como el mejor alpinista de todos los tiempos y más: “Messner is not only the greatest high-altitude mountaineer the world has ever known; he is probably the best it will ever know.” [Messner no sólo es el más grande montañista de altura que el mundo ha conocido; es probablemente el mejor que conocerá].

En la literatura de montaña encontramos un conjunto variado de temas. Desde las narraciones de los orígenes de sus autores, que incluyen recuerdos de infancia, la relación con sus padres, los primeros acercamientos a la montaña, sus amores, su formación académica, los anhelos de sus padres – usualmente decepcionados por la actividad de sus hijos – hasta, para el caso de algunos, las memorias de su participación en el frente durante la Segunda Guerra Mundial. Y, obviamente, encontramos el relato de sus expediciones, aventuras y hazañas en las montañas una vez que estas se colocaron como el motivo y motor principal en sus vidas. La narración de estas experiencias son las que capturan nuestra atención porque se ubican en los límites de la vida bordeando la muerte. No es poca cosa decir esto si aclaramos que no lo hacemos de manera figurada, poética ni teatral. Apostar la vida y experimentar la cercanía de la muerte en numerosas ocasiones se jugó en su literalidad. Vida y muerte son temas recurrentes en la literatura de montaña, que por cierto no es poca y existe una producción constante de la misma. Incluso, en español, contamos con el Premio Desnivel de Literatura de Montaña, Viajes y Aventuras que ya se encuentra en su vigésima edición. Este premio busca estimular la producción literaria de montaña como “elemento renovador de la vida individual y social en la actualidad,” según figura en la reciente convocatoria.

Con esto tenemos un punto de encuentro en la montaña donde convergen la escritura, la literatura, la vida y la muerte. Podemos plantearlo por ahora de la siguiente manera: la montaña, entre vida y muerte: un pretexto para la escritura. Teniendo en mente la narración de estas experiencias extremas, queremos indagar si la escritura de la literatura de montaña tiene un estatuto particular, ya que, aunque existen otras actividades que se juegan en ese sentido, donde incluso algunos personajes han muerto, como el ruso Valery Rozov en salto base, no producen algo similar como los montañeros.

Lo anterior nos ha llevado a intuir una especie de «necesidad» de poner por escrito las experiencias que el sujeto ha tenido en la montaña. Estas experiencias, como señalamos, tienen su punto nodal en situaciones límite en que se juegan la vida y la muerte. Nos preguntamos entonces qué empuja o esfuerza a los sujetos a tener que escribir sobre sus experiencias. Con estas inquietudes – sobre un posible estatus particular de la escritura de la literatura de montaña y sobre la «necesidad» de escribir – es que volvemos nuestra mirada hacia el psicoanálisis y tomamos algunos textos que consideramos importantes y representativos de la obra de Sigmund Freud. Una razón de peso nos lleva a ello: la escritura es paradigmática del funcionamiento del aparato psíquico. Con la aclaración de que en el caso del psicoanálisis estaremos hablando de una escritura psíquica, mientras que, en el caso de los montañistas, se tratará de la escritura como comúnmente la conocemos, una escritura material. Nos preguntamos si desde el psicoanálisis freudiano podemos plantear algo sobre la relación entre escritura psíquica y escritura material en las condiciones previamente planteadas. En otras palabras, qué puede decirnos el psicoanálisis sobre el acto de la escritura, es decir, sobre la «necesidad» de poner por escrito las experiencias cercanas a la muerte que tuvieron lugar en la montaña.

La escritura del aparato psíquico

Desde muy temprano en su obra, Sigmund Freud plantea que la palabra es el instrumento y el recurso esencial del tratamiento psicoterapéutico que después denominará psicoanálisis. Este Tratamiento psíquico (tratamiento del alma) es un trabajo desde el alma. La proposición desde se define como el punto de origen o procedencia de algo; se puede referir tanto al tiempo como al espacio. Implica pues movimiento, desplazamiento o travesía de un lugar a otro. La idea de lugares y movimiento en la psique le permitirá pensar en instancias, idea que junto con la de la palabra no abandonará a lo largo de su obra.

Lo psíquico comanda lo corporal, y Sigmund Freud está tan seguro de esto que llega a preguntarse qué pasaría con la práctica médica si reconocieran esto. En algunos enfermos los signos patológicos – entonces pensados como de su exclusividad – se deben al “influjo alterado de su vida anímica sobre su cuerpo” y, “en rigor, todos los estados anímicos, aun los que solemos considerar como «procesos de pensamiento», son en cierta medida «afectivos», y de ninguno están ausentes las exteriorizaciones corporales y la capacidad de alterar procesos físicos.” Desde lo psíquico a la exteriorización corporal implica al menos dos lugares entre los cuales se produce algún movimiento, desplazamiento o travesía. Entonces, si la influencia de lo psíquico-«afectivo» es tan poderosa sobre lo corporal, podríamos pensar, como un primer paso, que la escritura es una exteriorización corporal de lo psíquico. Pongámoslo de otra manera, la escritura, produciéndose en esa travesía de un lugar a otro, no es sin un cuerpo que la sostenga. Jugando un poco con las palabras, la escritura daría cuerpo a lo proveniente de lo psíquico. El cuerpo se experimenta arrebatado, dominado, influenciado y dirigido poderosamente por la «vida anímica», por lo que la escritura puede tener también esas cualidades. La escritura, como cuerpo de lo psíquico que la comanda, no siempre será una expresión libre y voluntaria.

La Carta 52 del 6 de diciembre de 1896 de los Fragmentos de la correspondencia con Fliess es un texto riquísimo en consideraciones para pensar la escritura. Ahí leemos que la generación del mecanismo psíquico se realiza por estratificación, es decir, debido a la existencia de diferentes niveles que se diferencian uno de otro. En ellos, materiales preexistentes a los niveles posteriores de desarrollo serán objeto de reordenamiento o retranscripción. El traductor nos brinda la palabra en alemán utilizada para ello: Umschrift. Transcripción y Umschrift implican la acción de escribir. La primera puede significar acto de transcribir, texto escrito o transcrito, escribir o anotar lo que se oye, escribir con un sistema de caracteres lo que está escrito en otro. Y de la segunda, Schrift, entre otras definiciones y traducciones, incluye la idea de escritura como comúnmente la conocemos. Así al hablar de reordenamiento, retranscripción o Umschrift entre los diferentes estratos, estamos hablando de un proceso de escritura, cuestión, por cierto, importantísima para pensar la memoria y el inconsciente. No podemos saber con precisión cuántas escrituras o trascripciones tienen lugar en la «vida anímica», le escribe Sigmund Freud a Fliess, pero al menos podemos suponer tres.

Propone un esquema para visualizar el orden cronológico de las transcripciones y retranscripciones [Umschrift]. En primer lugar, están las neuronas de percepción conciencia P que no conservan ninguna huella. En segundo lugar, está Ps, donde ocurre la primera transcripción u ordenamiento de los signos de percepción de las percepciones, proceso insusceptible de conciencia. En Ic, inconsciencia, se produce la segunda transcripción, también sin que la conciencia tenga noticia de ello, y donde los elementos son ordenados de acuerdo con diversos nexos. Y finalmente la tercera transcripción tiene lugar en Prc, preconciencia, enlazada a representaciones-palabra que corresponden al yo-oficial.

En esta idea sobre la génesis del aparato psíquico, el material preexistente de los estratos anteriores es objeto de traducción a su paso a los estratos posteriores. Desafortunadamente el traductor, en esta ocasión, no nos ofrece el original en alemán de donde traduce traducción, sin embargo, le es fiel a esta en tanto ella implica siempre una pérdida y modificación del original. Podemos suponer lo siguiente en relación con esto: la transcripción entre instancias que permaneciese idéntica a sí misma, es decir, que no sufriese modificaciones ni pérdidas, no tendría razón de producirse, más aún si apelamos a las ideas de defensa, resistencia y represión, propias del psicoanálisis. Por ejemplo, las psiconeurosis son resultado de una traducción que no se realizó, de un material que no se transcribió de un estrato al siguiente. En las psiconeurosis algo está perdido. A esta “denegación de la traducción”, Sigmund Freud la llama «represión». Y si nos preguntamos por la razón por la que un material de un estrato anterior no es traducido, es porque tal proceso produciría un desprendimiento de displacer. Entonces podemos decir que el hecho de traducir o transcribir resultaría displacentero. La idea de traducción – modificación y pérdida – entre instancias amplia la noción de escritura que intentamos construir: no hay traducción sin escritura, aunque aquí más bien se trataría de que no hay escritura psíquica sin traducción, es decir, la escritura psíquica no es sin modificación ni pérdida.

Memoria y escritura

Aunado a la escritura psíquica está la memoria y el olvido, procesos fundamentales para pensar la escritura de la literatura de montaña. Los textos que hemos revisado hasta ahora se produjeron diferidamente, es decir, tiempo después de haber descendido de la montaña. De esta forma, el ejercicio de escritura implica un ejercicio de la memoria, hacer memoria de un evento, recurrir a los recuerdos de lo vivido y asumir, sin saberlo algunas veces, lo olvidado. Para abordar brevemente este punto, nos serviremos del texto Sobre el mecanismo psíquico de la desmemoria y Sobre los recuerdos encubridores.

La memoria puede parecernos muy intrincada y mañosa, pues en ocasiones nos presenta recuerdos en apariencia nimios, triviales, insignificantes e indiferentes, y, por el contrario, en otras nos dificulta recordar cosas que resultaban significativas y sustanciales. En realidad, lo sustancial y significativo está desplazado de su centro y enlazado con algo de “aspecto trivial”. Lo trivial se superpone o sustituye a lo sustancial y significativo. El motivo de esta sustitución o desplazamiento es el mismo que encontramos cuando un material preexistente se negaba a ser traducido: evitar el desprendimiento de un displacer. En esta evitación la represión [esfuerzo de desalojo] juega un papel fundamental. Así, la memoria y los recuerdos, vía la represión, evitan algo displacentero, en ocasiones incluso intentan “mejorar el pasado”, sin que tengamos noticia de ello: “Puedo asegurarle que muy a menudo crea uno inconscientemente tales cosas, como una creación literaria, por así decir.” Estas alteraciones de la memoria y los recuerdos, encuentran su motivo en los temas de muerte y sexualidad.

Por lo anterior se llega a conclusiones como las siguientes: “Para los indicios de nuestra memoria no tenemos garantía alguna,” pues “la impresión originaria ha experimentado una refundición. Todo parece como si aquí una huella mnémica de la infancia hubiera sido retraducida a lo plástico y visual en una época posterior. Y ello siendo que nunca ha llegado a nuestra conciencia nada de una reproducción de la impresión originaria.” La memoria y el recuerdo son falseamientos, alteraciones y pérdida de la impresión originaria. Son tendenciosos en tanto sirven a los fines de la represión y sustitución de impresiones displacenteras.

Acá nos serviremos, ya que se menciona, de la huella mnémica para librar las dificultades que pudiese traernos la cuestión del origen de un “material psíquico preexistente”. Entonces, lo que se escribe, transcribe, reordena, re-elabora, traduce, sustituye, deforma, figura, altera y pierde, imposibilitando la “pureza y originalidad” de la impresión originaria, es la huella mnémica. Huella de aquello que pasó y que podríamos denominar origen de toda escritura, primero trazo inscrito sobre el incipiente aparato psíquico.

Pasemos ahora a uno de los capítulos más importantes en la historia del psicoanálisis: Sobre la psicología de los procesos oníricos. Cuando se trata de los sueños, la memoria y la escritura siguen estando en juego. Qué recordamos del sueño y qué olvidamos es algo que no podemos precisar con claridad, la infidelidad de la memoria hace que el objeto que queremos aprehender se nos escape en su “pureza y originalidad”. Es decir, el sueño ha sufrido alteraciones ya desde el momento en que despertamos y empezamos a recordarlo. El padre del psicoanálisis lo define de la siguiente manera: se trata de un relato y redacción [Redaktion] que hacemos estando despiertos. El traductor nos brinda el original en alemán que no sufre gran modificación en su traducción al español. Así, Sigmund Freud sigue teniendo presente la escritura como un proceso significativo del funcionamiento del aparato psíquico. Redactar es poner por escrito algo sucedido, acordado o pensado con anterioridad. Una cita ya clásica en relación con esa narrativa amplía la idea: “Tratamos como a un texto sagrado lo que en opinión de otros autores no sería sino una improvisación arbitraria”.

El sueño, como la memoria, es objeto de desfiguros y alteraciones por medio del proceso primario del sueño: desplazamiento y condensación. El sueño es objeto de diversas transcripciones sin que tengamos noticia de ello. Tomemos también en cuenta que, al momento de narrar el sueño, se realiza una traducción de las imágenes del sueño a palabras. El “texto sagrado” es una traducción de aquello que recordamos que supuestamente pasó mientras dormíamos. En síntesis: la narración del sueño constituye un “texto sagrado”, cuya escritura y traducción, en tanto ponen en juego la memoria, ha sufrido alteraciones y pérdidas.

La idea de un mecanismo psíquico formado por estratos o instancias será formalizada en este capítulo al plantearlo como un mecanismo compuesto de sistemas diferenciados entre sí que son recorridos por la excitación dentro de una determinada serie temporal. Tal recorrido por los sistemas inicia con la necesidad interna por el apremio de la vida que sólo podrá ser cancelada a través del cuidado ajeno que aporta el objeto de satisfacción. Esa necesidad interna de fuerza constante deja una huella mnémica asociada a la imagen mnémica de la percepción del objeto de satisfacción. Cuando la necesidad reaparece y empuja nuevamente, el aparato anímico querrá investir la imagen de la percepción del objeto satisfactor de la primera experiencia: “una moción de esa índole es lo que llamamos deseo.” Entonces, el cumplimiento del deseo sería la reaparición de la percepción del objeto satisfactor. De aquí que el camino más corto para la satisfacción del deseo sería el de la alucinación. En otras palabras, el desear terminaba en un alucinar, sin embargo, para el apremio de la vida, este modo de funcionamiento – que Sigmund Freud denomina primario – se abandonó por inadecuado: la alucinación no cancela la necesidad. Se requiere entonces de un rodeo para el cumplimiento de deseo, lo que implica un trabajo de nuestro aparato motor para actuar sobre el mundo exterior modificándolo. Actuar y realizar una “experiencia motriz” sobre el mundo exterior para procurarse el objeto que cancelaría la necesidad y traería a la percepción la imagen del objeto que la satisfizo por primera vez. Sin embargo, como dijimos, la primera vez que apareció la necesidad interna dejó una huella mnémica asociada a la imagen del objeto satisfactor, y ya sabemos qué sucede con las huellas mnémicas: están perdidas en su “pureza y originalidad” debido a las transcripciones de que son objeto.

Escritura y apuntalamiento

Lo anterior apunta que existen momentos en que el funcionamiento del aparato psíquico requiere de los objetos del mundo exterior para apuntalarse, es decir, para sostenerse y afirmarse. Esto da apertura para pensar entonces que la escritura, como acto y “experiencia motriz”, sería necesaria para el funcionamiento del aparato psíquico en algún momento y bajo ciertas circunstancias. Sin embargo, corremos el riesgo de no decir nada nuevo con ello, ni nada que no pueda incluirse en los destinos de pulsión o en las vías del deseo. Es decir, que la escritura, como cualquier otro “acto motriz”, no tendría nada de particular: vendría a ser un objeto más en los cuales el funcionamiento del aparato psíquico se apuntala o sostiene en el exterior. No nos decidamos aún sobre esto. Sin embargo, notemos que este recurso al exterior por parte del aparato anímico a través de las acciones musculares puede armonizar con la idea de una escritura que da cuerpo al “material psíquico”, justo como lo planteamos más arriba.

En El creador literario y el fantaseo encontramos que el juego del niño, a pesar de ser opuesto a la realidad, es decir, que su mundo de juego está centrado en su fantaseo, “tiende a apuntalar sus objetos y situaciones imaginados, en cosas palpables y visibles del mundo real.” Juego y fantaseo se funden no sin recurrir al mundo exterior para sostenerse y afirmarse. En ese sentido las fantasías, que son fuentes de placer y a las que sólo de mala gana se renuncia, necesitan de cosas reales – que no depararían placer alguno – para apuntalarse: en eso consiste la actividad del creador literario y el poeta con la que logran conmovernos y excitarnos, mezclan el mundo de las fantasías con la realidad. El adulto, un tanto «neurótico», a diferencia del niño, en vez de jugar y apuntalar sus fantasías en los objetos del mundo exterior, las sostiene en los sueños diurnos, es decir, en la actividad de la fantasía. “Quien conozca la vida anímica del hombre sabe que no hay cosa más difícil para él que la renuncia a un placer que conoció.” Una actividad un tanto inadecuada, similar al funcionamiento primario del cumplimiento del deseo por vía de la alucinación: el fantasear igualmente satisface el deseo, pero sólo en el recuerdo de lo anterior o al referirlo a una situación futura en la imaginación. La fantasía y la alucinación no movilizan hacia el acto que, por medio de un rodeo y una modificación del mundo exterior, llevarían al cumplimiento del deseo y la cancelación de la necesidad, parcial y temporalmente.

Hasta este punto existen al menos dos momentos en que el funcionamiento del aparato psíquico requiere del apuntalamiento en las “cosas palpables y visibles del mundo real”, repasemos: en el apremio por la vida donde el deseo satisfecho por vía de la alucinación – su vía más corta e inmediata – resulta inadecuado y debe buscar/recibir su objeto en/desde el exterior, y, en el caso del juego infantil, donde el fantaseo como fuente de placer, no se cierra en él mismo y necesita sostenerse en un objeto externo. Esto se nos aparece como algo demasiado obvio a simple vista. Deja de serlo si consideramos que no es nada sencillo actuar y decidirse, que la inhibición puede dominar, que las supuestas necesidades naturales tienen momentos de suspensión, que el fantaseo puede ocupar y detener la vida, que el contacto y relación con el “mundo real” tiene rupturas y excepciones, entre otras consideraciones. La misma escritura puede diferirse indefinidamente y nunca pasar al acto en toda una vida. Sin apuntalamiento, pareciese entonces que existe un riesgo o una especie de peligro para el aparato psíquico: quedarse cerrado en sí mismo y suspender la vida.

Pulsiones y destinos de pulsión inicia con la diferenciación entre estímulo y pulsión. El estímulo opera de un solo golpe, es una fuerza de choque momentánea que puede ser despachada o cancelada por medio de un acto «acorde al fin». Los ejemplos más claros son aquellos relacionados con estímulos provenientes del exterior que pueden ser cancelados mediante diversas acciones musculares; de algunos estímulos incluso puede huirse. Por el contrario, la pulsión es una fuerza constante cuya «necesidad» sólo puede ser cancelada mediante la «satisfacción». Ante el esfuerzo constante de la pulsión, la acción muscular y la huida resultan inútiles. Así, la función del sistema nervioso, que es la de dominar los estímulos, se complejiza y modifica por la pulsión, concepto fronterizo entre lo anímico y lo somático: la pulsión representa “una medida de la exigencia de trabajo que es impuesta a lo anímico a consecuencia de su trabazón con lo corporal”. Dicho empuje y esfuerzo pulsional ha de ser tramitado de alguna manera.

Pero tengamos precaución de no reducir la escritura a un simple estímulo en el sentido de aquellos que domina el sistema nervioso, puesto que, como veremos, la escritura tomaría su energía de una intrincada reserva. Su empuje no puede ser despachado fácilmente, el hecho de hablar de una exigencia de trabajo impuesta a lo anímico lo pone de manifiesto. Los estímulos provenientes del cuerpo que alcanzan lo anímico, lo hacen por medio de los representantes de la pulsión que exigen su tramitación. Estos representantes de la pulsión a su vez representan ya una traducción de aquello proveniente del cuerpo.

La escritura se coloca más allá del cuerpo. Consideremos por ejemplo el desgaste extremo del cuerpo cuando es llevado a los límites de su resistencia y fuerza en la montaña. La exigencia de trabajo de la escritura no se desgasta a la par del desgaste del cuerpo, por eso dijimos que la escritura no se puede reducir al mero estímulo fisiológico que podría ser despachado fácilmente. No importan las condiciones del cuerpo, lo cerca que se esté o haya estado de la muerte, o lo aliviado que uno se sienta al volver a casa. La experiencia de la montaña trastoca la vida produciendo una serie de sensaciones que no se cancelan ni cesan a pesar del tiempo. Ese estímulo que requiere ser tramitado, escrito, traducido, aún con un cuerpo cansado y “sin energía”, se coloca en un registro distinto al material, pero requiere de este.

Acá es donde suponemos que la cercanía con la muerte, asumida con responsabilidad y seriedad, produce una experiencia que afecta sobremanera al sujeto. Lo afecta a tal grado que, a pesar de haber librado la situación de riesgo, el empuje pulsional exige tramitación. Habiendo recuperado la seguridad del hogar, de la rutina y de la vida cotidiana, algo sigue insistiendo por tramitarse ya no por medio de lo común e inmediato, ni siquiera por medio de otro ascenso u otra travesía. Ahí es donde queremos ubicar la escritura, en la exigencia de trabajo de una traducción de las representaciones y embates pulsiones que insisten en no cesar. Traducir lo irracional y paradójico: uno pudo haber muerto, y sin embargo sentirse tan vivo al mismo tiempo.

Una “exigencia de trabajo” que se le impone al montañista y que no puede ser cancelada con ninguna otra actividad salvo la escritura. Algo no encuentra su lugar si no es en las letras y los trazos que la conforman. Existe un sobrante, por decirlo de alguna manera, que no puede ser tramitado por otras vías. Se nos dirá, y con razón, que no todos tienen porqué llegar a la escritura. O que otros, por otras vías, dan lugar a esa tramitación, ante lo cual no tenemos ninguna objeción.

El mecanismo psíquico realiza traducciones entre instancias psíquicas, sin que tengamos noticia de ello, así opera, a la manera de un aparato cuya función es la de traducir los estímulos provenientes del cuerpo que no pueden ser ya despachados a la manera de los estímulos fisiológicos. Sin embargo, las traducciones no son suficientes para que este encuentre su estabilidad. Si proponemos la escritura como una transcripción o traducción más, es porque en su propia dinámica, el aparato psíquico no puede cerrarse en sí mismo y necesita del apuntalamiento en el exterior. Necesita dar continuidad a ese funcionamiento fuera de él. Esa traducción de más en la escritura material no está de menos.

Escritura e inconsciente

La escritura viene a ser efecto de esos estímulos que no pueden ser tramitados fácilmente y no se agotan en el desgaste del cuerpo ni en ninguna de sus acciones musculares groseras. Así, al preguntarnos de dónde obtiene la escritura ese reservorio de energía, podemos responder que lo hace del inconsciente. El montañista sólo podrá dar cuenta de que tiene que poner por escrito las experiencias que tuvieron lugar en las alturas, el haber bordeado la muerte, al haberse visto y experimentado sobrepasado por una experiencia como ninguna otra en su vida. Para él, la montaña es el motivo de sus trazos, para nosotros sólo es su gigantesco pretexto.

El Inconsciente es un supuesto necesario para dar cuenta de ciertos fenómenos. Lo Inconsciente es uno de los textos que de manera más clara presenta el funcionamiento del aparto psíquico como un mecanismo de escritura y transcripción de los empujes pulsionales y las representaciones psíquicas. “¿De qué modo podemos llegar a conocer lo inconsciente? Desde luego, lo conocemos sólo como consiente, después que ha experimentado una trasposición o traducción a lo consciente. El trabajo psicoanalítico nos brinda todos los días la experiencia de que esa traducción es posible.” El Inconsciente, en nuestro caso, es un supuesto necesario y legítimo para dar cuenta de la escritura, sobre todo cuando la construcción, formulación y funcionamiento de aquel está en términos de esta.

La idea de estratos donde el material psíquico es traducido de uno a otro continúa en la obra de Sigmund Freud. Por ejemplo en el momento en que habla de las trasposiciones del sistema Icc al sistema Cc, a la manera de una segunda transcripción de la representación correspondiente, o, “parecería comprobado que representaciones consientes e inconscientes son transcripciones diversas, y separadas en sentido tópico, de un mismo contenido.” Aunque en este texto se intenta resolver un problema particular, no deja de realizarse bajo diversas formas de escritura: “El paso desde el sistema Icc a uno contiguo no acontece mediante una transcripción nueva, sino mediante un cambio de estado, una mudanza en la investidura.”

Continuando, encontramos dos citas que hacen tambalear nuestro trabajo, la primera: “Como quiera que fuese, queda desechado con relación a ello el supuesto de una renovación continuada de las transcripciones,” y la segunda, bastante extensa:

“De golpe creemos saber ahora dónde reside la diferencia entre una representación consciente y una inconsciente. Ellas no son, como creíamos, diversas transcripciones del mismo contenido en lugares psíquicos diferentes, ni diversos estados funcionales de investidura en el mismo lugar, sino que la representación consciente abarca la representación-cosa más la correspondiente representación-palabra y la inconsciente es la representación-cosa sola. El sistema Icc contiene las investiduras de cosa de los objetos, que son las investiduras de objeto primeras y genuinas; el sistema Prcc nace cuando esa representación-cosa es sobreinvestida por el enlace con las representaciones-palabra que le corresponden. Tales sobreinvestiduras, podemos conjeturar, son las que producen una organización psíquica más alta y posibilitan el relevo del proceso primario por el proceso secundario que gobierna en el interior del Prcc. Ahora podemos formular de manera precisa eso que la represión, en las neurosis de transferencia, rehúsa a la representación rechazada: la traducción en palabras, que debieran permanecer enlazadas con el objeto. La representación no aprehendida en palabras, o el acto psíquico no sobreinvestido, se queda entonces atrás, en el interior del Icc, como algo reprimido.”

Aún con lo anterior, no deja de haber al menos una traducción en palabras de las transcripciones previas en el devenir consiente. Parece, de momento, que ya no se puede plantear la idea de transcripciones múltiples o nuevas, por lo que nos preguntamos si un mayor número de transcripciones o traducciones, o para el caso, un mayor número de instancias psíquicas, serían un argumento más fuerte para dar cuenta de la escritura material como una transcripción de más motivada por el funcionamiento del aparato psíquico. Llegados a este punto en la obra de Sigmund Freud, lo que se señala es que existe por lo menos una transcripción anterior y una posterior traducción en palabras en el aparato psíquico, más una tercera que finalmente vendría con la escritura material.

Regresemos al punto en que la experiencia de la montaña sobrepasa al sujeto, y la estimulación y empuje pulsional que de ahí se producen no cesan de insistir, aun cuando ya ha pasado el peligro de desaparecer. La mayoría de las experiencias que el montañista narra no fueron del todo placenteras y sin embargo las repite, más aún, las escribe. Ante esto, no nos queda más que responder de manera afirmativa la siguiente pregunta: “¿Puede el esfuerzo (Drang) de procesar psíquicamente algo impresionante, de apoderarse enteramente de eso, exteriorizarse primaria e independientemente del principio de placer?” Ello empuja, esfuerza y demanda ser tramitado, es decir, ser escrito, por poco placentero que pueda resultar. La escritura puede ser dolorosa y violenta, y aún con eso, el sujeto no cede ante ella. La escritura puede colocarse más allá del principio de placer.

Eros y escritura

Hemos hablado de la pulsión sin considerar su dualidad debido a que la mezcla y desmezcla de pulsiones impide tratarles en su pureza e individualidad. Sin embargo, sí podemos decir por qué la escritura tiende predominantemente hacia Eros. A este se le atribuye la conservación de la vida, las ligaduras y cohesiones en unidades más grandes, mientras que las pulsiones de muerte apuntan a la destrucción y ruptura de tales unidades, la vuelta a lo inanimado e inorgánico en última instancia. Luego, la traducción en palabras liga representación-cosa con representación-palabra, entonces, si la traducción en palabras es ligazón y aquella no es posible sin escritura, no es arriesgado decir que la escritura produce «ligazón», justo como hace Eros. En este sentido, la escritura conserva y sostiene la vida. Con esta idea, leamos la siguiente cita:

“Hemos discernido como una de las más tempranas e importantes funciones del aparato anímico la de «ligar» las mociones pulsionales que le llegan, sustituir el proceso primario que gobierna en ellas por el proceso secundario, trasmudar su energía de investidura libremente móvil en investidura predominantemente quiescente (tónica). En el curso de esta trasposición no es posible advertir el desarrollo de displacer, más no por ello se deroga el principio de placer. La trasposición acontece más bien al servicio del principio de placer; la ligazón es un acto preparatorio que introduce y asegura el imperio del principio de placer.”

Traducir en palabras las mociones pulsionales es entonces “una de las más tempranas e importantes funciones del aparato anímico”, traducir es producir las ligazones, que es una de las tareas de Eros, por lo tanto, la escritura tiende hacia la vida. Traducir y vivir es un intento por restablecer el imperio y dominio del principio de placer. Ligar es un intento de Eros por retomar el campo que se vio forzado a ceder y renunciar durante un momento ante los embates de la pulsión de muerte. Escribir es un intento por dominar y hacerse de la experiencia que se tuvo en la montaña. Escribir y vivir son entonces de las primeras y más importantes tareas del aparato psíquico.

El papel de la traducción en palabras que permite hacer la «ligazón» entre las representaciones-cosa y las representaciones-palabra – también llamadas restos mnémicos o los restos de las palabras oídas – que alguna vez fueron percepciones, no es pequeño, pues constituye el meollo de cómo algo deviene preconsciente y susceptible de conciencia: “«¿Cómo algo deviene preconsciente?» […] «Por conexión con las correspondientes representaciones-palabra»,”. La conciencia es un trabajo de traducción. A través de un trabajo analítico se restablecen los eslabones intermedios que haría consciente algo reprimido {esforzado al desalojo}. Una precaución aquí, pues no queremos equiparar trabajo analítico y escritura. Lo que intentamos señalar es la importancia del proceso por el cual opera el aparato. Sin no hay traducción, escritura, trascripción, deformación, transposición, no nos queda claro de qué otra manera podría funcionar o estar en movimiento, de qué manera podría poner a distancia las pulsiones de muerte.

Las mociones pulsionales que llegan al aparato psíquico para ser traducidas son tensiones que pueden resultar displacenteras. Son estas tensiones las que ponen en movimiento al aparato psíquico y exigen ser traducidas. Si tomamos en cuenta que las pulsiones de muerte son silenciosas o mudas en lo esencial, mientras que Eros es todo el alboroto de la vida, entonces “son las exigencias del Eros, de las pulsiones sexuales, las que, como necesidades pulsionales, detienen la caída del nivel e introducen nuevas tensiones.” La escritura, como trámite, ligazón y traducción de las mociones pulsionales es alboroto y vida que pone en movimiento el aparato psíquico y pone a distancia la satisfacción plena de la pulsión de muerte. Si decimos que Eros es guardián y conservador de la vida, ahora nos permitimos decir lo mismo de la escritura. La escritura guarda y conserva la vida.

Regresando al tema del apuntalamiento en los objetos visibles y palpables, y aprovechando que pasamos por este texto, El yo y el ello, encontramos una referencia más sobre su importancia para el funcionamiento del aparato psíquico. Cuando Sigmund Freud aborda la cuestión del “sentimiento” inconsciente de culpa, dice que se siente un alivio “al poder enlazar ese sentimiento inconsciente de culpa con algo real y actual.” Como sucede con los sujetos que delinquen para apaciguar su sentir culposo. Encontramos una más en El problema económico del masoquismo donde menciona cómo la “tarea de la libido es volver inocua esta pulsión destructora [la pulsión de muerte]; la desempeña desviándola en buena parte – y muy pronto con un sistema de órgano particular, la musculatura – hacia afuera dirigiéndola hacia los objetos del mundo exterior”, sin embargo, un sector no obedece a ese traslado o transposición hacia afuera.

Acercándonos al final de este recorrido, no podíamos dejar pasar la obra donde Sigmund Freud hace un intento de presentar de forma inequívoca y concisa sus ideas. En Esquema del psicoanálisis encontramos que un “carácter de importancia vital es la movilidad de la libido, la presteza con que ella traspasa de un objeto a otro objeto. En oposición a esto se sitúa la fijación de la libido en determinados objetos, que a menudo dura la vida entera.” La movilidad es, en definitiva, un carácter de importancia vital para el montañista también. Sin esa movilidad, tanto el aparato psíquico como el montañista están fijados, muertos, inmóviles. Y, si se trata de “importancia vital”, sin duda se trata de Eros, y si se trata de aquello que conserva y sostiene la vida, estamos entonces hablando de la escritura. Escritura no sólo como movilidad, también como un cambio de lugar, a la letra.

Esa movilidad de la libido como carácter de la vida busca su emergencia: “lo inconsciente […] tiene una natural «pulsión emergente», nada le es más caro que adelantarse al interior del yo y hasta la conciencia cruzando las fronteras que le son puestas.” La escritura es una de las formas de abrirse paso. Nuestra apuesta, en tanto buscamos un carácter particular de la escritura, es que podría llevar a la persona a “elevarse sobre la vida pulsional grosera, y el poder relativo de sus funciones intelectuales.”

En síntesis, si el aparato psíquico se ha “desarrollado en virtud de las necesidades de la vida” cuyo funcionamiento responde al de un sistema de escritura, entonces la escritura es una necesidad para la vida. Es decir, tener que escribir para poder vivir, para continuar viviendo, para movilizarse, para cambiar de lugar, para desplazarse y continuar haciendo camino. Escribir para no quedarse fijado, y dar posibilidad de apertura para la vida y la libido. Escribir para salvarse. Para no morir. Para no quedarse encerrado en sí mismo, en el fantaseo, en la alucinación o el delirio. Para poner a distancia la muerte.

Conclusión

La respuesta a nuestras inquietudes la teníamos desde un inicio, como figura en la convocatoria del Premio Desnivel: la literatura de montaña como elemento renovador de la vida. En esa frase se juega todo este trabajo. En primer lugar, la Umschrift como reordenamiento y retranscripción sentó la base para definir el funcionamiento del aparato psíquico como un mecanismo de escritura bajo diversas formas, principalmente la de la traducción. Esta produce pérdidas, alteraciones y modificaciones en el material psíquico, por lo que concluimos que no hay escritura psíquica sin traducción, es decir, la escritura conlleva modificación y pérdida de la impresión original asociada a la primera huella mnémica. Esta pérdida del original tiene sus consecuencias en la memoria y los recuerdos, procesos puestos en juego en la escritura. El análisis de los sueños también puso de manifiesto la escritura como paradigma del funcionamiento del aparato psíquico, además de que definió la narración del sueño como un texto sagrado. Y si hay texto es porque una escritura lo puso allí.

En segundo lugar, tenemos el apuntalamiento – como sostén y afirmación – que requiere el aparato psíquico en cosas palpables y visibles del mundo real, al modo del juego infantil a través de la actividad motriz. Una especie de exigencia de apertura al mundo para evitar el peligro de encerrarse en sí mismo en el delirio y la fantasía. Todo esto debido al empuje pulsional que le imprime al aparato psíquico una exigencia de trabajo. Se trata de traducir lo que no cesa: la experiencia de la montaña como elemento desbordado y renovado de la vitalidad y a la vez su cercanía con la muerte. El psiquismo impone dar continuidad a ese funcionamiento basado en la escritura, fuera de él. Es una traducción “de más” que no está de menos. La escritura da cuerpo a lo proveniente de lo psíquico que les es imposible tramitar.

Y, en tercer lugar, la escritura como guardián de la vida, justo a la manera de Eros. Descubrimos que escribir y ligar son de las primeras y más importantes tareas del aparato psíquico. La escritura, en tanto ligazón, conserva y sostiene la vida porque posibilita el movimiento de la libido y evita su fijación. Si Eros es guardián y conservador de la vida, nos permitimos decir lo mismo de la escritura. La escritura guarda y conserva la vida posibilitando la emergencia de la libido para elevarse sobre la vida pulsional más grosera. El movimiento de la libido y la escritura son el alboroto de la vida que impiden que la pulsión de muerte encuentre su descarga y satisfacción total.

La cercanía con la muerte lanza a la escritura. La escritura sería un intento de poner distancia entre el sujeto y su desaparición. La escritura sostiene, dentro de sus posibilidades, la vida. Es un intento por cesar los embates y sensaciones de la experiencia de altura cercana a la muerte que continua aún en la comodidad del hogar. Es un intento de que la seguridad cotidiana sea la que domine la vida nuevamente, por más que no existan garantías y sea en mayor parte ilusoria. Escribir para poner a distancia el terror de desaparecer. Escribir como un intento de frenar los embates de la pulsión de muerte y sostener y afirmar que hay vida. Escribir para producir, traducir, resignificar o reelaborar todo aquello que se vivió en las alturas. Escribir para tratar de entender la razón por una pasión mortal e inútil, y que se está deseoso de repetir. Y escribir, también, por qué no, para asumir ese destino trágico: que la mayor vitalidad que uno puede experimentar está en asumir el riesgo mortal por afirmar la vida.

Bibliografía

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Ernesto A. Ocádiz García

Cursó la carrera de ingeniería electrónica en el Instituto Tecnológico de Puebla y la licenciatura en psicología en la BUAP; cuenta con una maestría en psicoanálisis y cultura por parte de la Escuela Libre de Psicología; en el Colegio de Saberes cursó la maestría y doctorado en saberes sobre subjetividad y violencia.