En busca de la prosodia perdida

Fabián Gómez

Intento abrir con coherencia esta reflexión, darle un comienzo que anuncie su dirección y no puedo. Es un fenómeno reiterado: un pensamiento me interpela y presiento su agudeza. Lo registro como un posible tema para desarrollar mediante la escritura, pero cuando intento volver a pensarlo, la nitidez que lo caracterizaba se ha desvanecido. Ya no soy capaz de pensarlo como lo pensé aquella vez, cuando me sorprendió. La vida transcurre como una secuencia inaprehensible y escribir se presenta como un intento de registrar su intensidad, pero siempre va un paso atrás. La lectura de De la gramatología, después de hacerme relacionarla con tantos temas, mientras la efectuaba, me dejó con esa sola pregunta: ¿cómo hacer de la escritura un proceso que haga surgir las pasiones a las cuales remite? Evitar que traicione su origen, evitar escribir un relato a blanco y negro de una experiencia a colores.

Se puede aprender sobre literatura, pero las clases donde se garantiza que uno aprenderá a escribir, me despiertan desconfianza. Es posible averiguar cómo tal o cuál escritor logró construir una ficción verosímil, pero por más que se apele a los manuales para construir novelas, algo particular del escritor no se encuentra en ellos. Quien así proceda tendrá como producto un relato que se traiciona al hacer explícitos sus cimientos. En ese sentido, el secreto del escritor es más cercano al del músico que existe en la melodía que ejecuta.

Pongo como ejemplo la narrativa porque unas líneas arriba mencioné el curso de la vida. La experiencia de lo cotidiano está atravesada por la ficción, pues lo que vivimos, mientras acontece, queda inserto en una secuencia simbólica que le da su valor. Aquí es pertinente recordar el ejemplo de aquellos quienes, influidos por el miedo, denominaron “gigantes” a sus adversarios, tan humanos como ellos. Reconocer que no estamos tan alejados de ellos, como una concepción lineal del tiempo lo sugeriría, nos hace capaces de recuperar algo de ese miedo. En vez de suprimirlo, lo cual derivaría en una escritura que participa del tedio del rencuentro con lo mismo cada día, la escritura puede acompasar la secuencia simbólica mencionada anteriormente. Así, cuando se rescata el ritmo de las pasiones cotidianas, la vida adquiere una textura distinta: se hace melódica. La alternancia de los colores provistos por cada nota y su organización rítmica, propician que aún en la rutina, cada día y cada momento sean distintos. En este caso, no se trata de perseguir los pensamientos fugaces para registrarlos; sino de sincronizarse con aquello que escapa al registro. A estas alturas, se habrá hecho notorio que el tipo de escritura propuesto, se asemeja más a la notación musical, en tanto signos que representan sonidos, que a la escritura alfabética.

Cuando visité, hace varios años, el jardín surrealista de Edward James en la selva de San Luis Potosí, trabé amistad con un guía del lugar, de modo que me explicó el significado de varios detalles. Había una escalera en forma de caracol que, cuando llegaba al punto más alto, ofrecía un puente muy estrecho para pasar al otro lado, donde una escalera de caracol simétrica a la primera, bajaba. Cada peldaño tenía un agujero de distinto tamaño en un costado, lo cual provocaba que, al pisar cada uno, emitía una nota musical. La escalera en su conjunto era un enorme piano y el puente mostraba cómo cada quién afrontaba la vida. Porque, según la concepción de James, “la vida es música”. Desde entonces, esa frase regresa a mí cada vez con un sentido distinto.

Unos años más tarde, soñé que subía a un coche, decidido a partir hacia Laredo. Cuando desperté, me extrañó que en mi sueño se hiciera mención a una ciudad que nunca he visitado y con la cual no tengo relación alguna. Solamente hasta que pude descifrar que se trataba de LA-RE-DO, caí en la cuenta de que la carretera del sueño era la vida misma. El sueño, en su escritura cifrada, rescata la prosodia ausente en la narración del contenido manifiesto. La misma prosodia de las melodías que improvisaba con mi voz, cuando niño, para sosegarme antes de dormir.

Bibliografía

DERRIDA, Jacques. “Del suplemento a la fuente: la teoría de la escritura”. De la gramatología. México: siglo XXI, 1998

RODULFO, Ricardo. Dibujos fuera del papel. De la caricia a la lectoescritura en el niño. Argentina: Paidós, 2015

Fabián Gómez

Se dedica a la práctica del psicoanálisis en la Ciudad de México desde hace algunos años, ocupación con la cual se comprometió desde su pasión por la literatura, la curiosidad por la locura y la fascinación frente a las expresiones singulares de la subjetividad.