El umbral del silencio

Daniela Soto

En el dolor, la ipseidad del cuerpo y el idioma del silencio se encuentran. En última instancia, esta contradicción del espacio humano que ocurre en el dolor, el momento en que el cuerpo silencia el lenguaje, tiene que ser entendido como un mimo de la muerte.
Pablo Oyarzuni

Guardo silencio.
A veces es necesario un poco de silencio
para que las palabras se junten todas sobre la lengua y, ya reunidas,
se atrevan a saltar al mismo tiempo
.
Cristina Rivera Garzaii

Cristina estuvo treinta años en silencio, en la oscuridad, en el dolor palpitante. En la noche avasalladora de Deméter.

Estoy en el umbral del Hades.
En el umbral del silencio.
He sido llamada.

Querida A,
Siento que voy a saltar.
Las palaras me sofocan queriendo alcanzarte ¿Dónde estás?

Saltar de un lugar a otro siempre me costó trabajo: azarosamente brincar, como un chapulín, sin ruta trazada. Tus cartas son puro azar, té de azahar, ese que recuerdo que te gusta o me invento que te gusta, o ese abuelo que me contaste que tenías que se llama Eleazar. Ese azar que nos trajo un encuentro. Brincas de un lugar a otro invitándome a brincar contigo, a seguirte, a esperarte. Intento llamarte ahí donde jugueteas con la mar de tu infancia, donde intentas desprenderte del fantasma, donde el cristal perfora tu piel y sangras, y esos ríos rojos que escurren por mis piernas cuando atravieso el cristal de casa de mi madre, asustada. Un umbral invisible atravieso. Saltas de nuevo. Te sigo azarosamente en silencio, para encontrarnos, cada vez. Arriesgarse a saltar, al azar. “En tanto acto, el riesgo da pie al azar.”iii

¿Cómo anudar lo que ocurre entre palabras? ¿Qué espacio-distancia-silencio-potencia hay entre tú y yo?

A, he estado en silencio. Un silencio que no he elegido. Me ha caído la negra noche. Me siento en ese umbral, a punto de aullar. Un grito sórdido.

Cuando visito la mar, llevo mis goggles, quiero ver, me digo, quiero ver ahora sí, detenerme en la arena, en las rocas, tocar lo profundo ¿qué habrá ahí? El terror me invade y la curiosidad se me escapa. Sumergirme en esa negrura me asusta. Cualquier cosa puede salir de ahí ¿no? Todo está contenido en esa oscuridad. No hay luz, puras tinieblas. Imagino que puedo desaparecer ahí, que algo me devore, que no quede nada. Nado rápido para salir a la luz. Que el Hades no me trague.

¿Así se sintió Eurídice? “¿Nos ayudaría ella a entender cómo volver a subir de la muerte a la vida?”iv

Eurídice camina entre dos mundos, migra de uno a otro, camina entre uno y otro. Atravesando los infiernos en silencio. En intersección fugitiva. Viajera visita las moradas de los cruces. Escribe. “Entrada por efracción en la soltura de la escritura, en el lugar donde la palabra se encuentra con lo real, y he aquí que aparece esta cosa evanescente entre todas que llaman deseo.”v

¿Qué nos sucede A, en este umbral de encuentro, de silencio? ¿Qué olas nos sacuden, nos azotan, nos mecen y nos sacan a flote? ¿Qué silencios evocamos en esta escritura de encuentros?

¿Puede nuestra escritura ser ese entre la vida la muerte? ¿Esa vida tocando la muerte? ¿Esa muerte rozando la vida? ¿Ese borde de deseo? ¿Qué deseaba Eurídice? ¿Qué escribía Eurídice? ¿Qué (nos) escribimos tú y yo en este encuentro, en este campo fértil?

Escribo el todavía, escribe Hélène Cixous en La llegada a la escritura: “El todavía aquí, escribo vida. La vida: lo que toca a la muerte”vi ¿Cómo habría yo escrito? Se pregunta ella, me pregunto yo sobre esta escritura que nos encuentra, sobre estos silencios que creamos en la espera de la palabra venidera.

Nuestra escritura es/en/entre silencio. Nos queda ella frente al silencio. Nos queda ella como silencio. Nos queda ella en esta articulación. Nos queda ella en este dolor.

***

Abismo rocoso, árido, fértil, húmedo, seco, lluvioso, pantanoso, oscuro.

Las tinieblas de Deméter ante la pérdida de su hija, su hija raptada. Perséfone en el umbral. La noche tiene una connotación negativa. Los infiernos han sido nombrados con la palabra jaos, palabra colocada por Chantal Maillard para jugar con el caos. Hades traducido por Infiernos significa no-visible: “eso implica la bajada a los infiernos, atravesar ese umbral, pérdida de posibilidad de ver y ser vistos. La muerte es la pérdida de esos límites, es la invisibilidad, la des-realización.”vii

El jaos es la abertura abismática, ni sinónimo de desorden o confusión. Es lo no-visible, lo que no se puede ordenar ni diferenciar. No hubo un orden previo. El jaos es simultaneidad, cada vez.

El silencio como jaos. Boca abierta. Boca que habla y calla. Gestos de aire. Expulsión de aliento. Terreno oscuro de la posibilidad. El jaos, esa madre que exhala y engulle. Oscura densidad donde residen todos los seres posibles, los seres que la misteriosa hembra puede generar.viii El logos exhalado es verbo creador “sonido original que al expandirse forma melodías y alfabetos diversos. Cuando engulle, los seres del mundo y del propio mundo son reabsorbidos.”ix

El jaos es potencia, ahí el azar es jugado. No hay líneas que delimiten una ruta, un trazo o un destino. La vida es aventada, o nos aventamos a la vida. Ella se arriesga en nosotros. El riesgo da pie al azar, nos dice Anne. El riesgo da pie a la posibilidad. Arriesgarse al silencio.

¿El silencio como umbral de (la) posibilidad? ¿El silencio como posibilidad? Como ese jaos donde la potencia está contenida, la posibilidad está dada simultáneamente. Se guarda silencio para que algo se geste en ese brincar de la palabra, en ese logos exhalado.

¿La muerte del otro nos proveería de esa invisibilidad, de esa desrealización? ¿De esa pérdida de límites?

Así pues, el dao es el «ser caótico» que «vive», es decir, que engendra, produce, fluye, de la nada al ser. Y ese vacío del dao que es «eficacia», fuerza productiva, es también la matriz que alberga todas las posibilidades. El abismo -jaos o dao (con nombre)- nos atrae y nos aterra a un tiempo porque es el espacio donde mora el germen de todo lo posible. Nos aterra porque intuimos, vagamente, que de allí venimos y allí volveremos; nos aterra porque, vagamente también, intuimos que en él perderemos el nombre, aquel que obtuvimos con el nacimiento y que al designarnos repetitivamente fue señalándonos como individuo; nos aterra porque lo desconocido es siempre una amenaza contra lo ya constituido y bien asentado. Y nos atrae, sin embargo, por las mismas razones: porque intuimos, vagamente, que algo guarda el abismo de nuestro común origen, una plenitud anhelada y perdida; nos atrae porque perder el nombre es crearnos de nuevo; nos atrae porque entendemos que lo desconocido puede abrirnos los horizontes de nuestra limitada entidad.x

Maillard propone el azar como ley del jaos, una ley que le pertenece al sujeto estético y que rige las posibilidades de ser para en sujeto en su intuición sensible, en su propio devenir con las cosas, en su propio ser-con las cosas. “Su verdad coincide con la profundidad del instante de la experiencia.”xi

***

Entre la vida y la muerte esta(ba) Liliana, su memoria, sus cajas, sus trazos, sus palabras. Los muertos son fantasmas que se pasean en nuestra tierra. Son llamados a venir con nosotros, en nosotros. Son llamados a través de nuestras palabras. Llamados a ocupar un lugar entre los vivos. Silencio hasta que llamamos. Silencio hasta que nos llaman.

Silencio por seis años. Olvido ir a visitarte, Claudia, no lo recuerdo. No logro llamarte ¿o acaso eres tú la que me llama? Insisto en construir vías para encontrarnos. Lanzarte un envío silencioso ¿No es la muerte el último silencio? ¿No es el silencio ese entre lavidalamuerte?

Suspendida en el umbral. “Es el silencio del temblor, del pulso, suspenso entre vida y muerte, ni vida ni muerte, tiempo sin tiempo del retorno del pasado inminente del cuerpo como estrictez-estrechez- de la finitud, sin tregua.”xii “Estar en suspenso es volver a la penumbra, a un punto de relativa ceguera, y de cierta forma mantenerse allí. Porque al mantenerse allí aparece otra cosa, otro límite, otra orilla.”xiii

***

Querida A,

En tu primera carta me preguntaste qué era el tiempo. Viste a una mujer con un tatuaje de un reloj de arena en el antebrazo. Pensaste en el tiempo que faltaba, eso imagino ahora. El tiempo que transcurría en ese umbral donde el salto era pura potencia, y duda. Me contaste de un sueño, una competencia de relojes ¿Qué competían? ¿Cuál llegaría primero y a dónde? ¿El tiempo llega a un fin?

Me tocaste cuando me preguntaste por el tiempo. Un roce de escritura. No supe bien qué responder. Y ante este desconcierto, mi abuela vino. Cuando pienso en el tiempo, pienso en sus manos. Me gustaba jugar con ellas, tomarlas entre las mías y ver nuestras uñas del dedo de en medio exactamente iguales, como una oblea que se rompe con facilidad. Sus manos muy lechosas estaban llenas de pecas, de dulces, de sonrisas, de juegos. Juegos de manos son de villanos, nos decía mientras corríamos a escondernos de nuestras travesuras. Travesuras que sus ojos de charco de agua puerca no veían, pretendían ver. Sus ojos que rozaban los míos de ternura. La nieta más pequeña. Sus manos siempre me rescataron. El tiempo eran esas manos que veía, contemplaba y tocaba. Me gustaba estirar su piel aterciopelada que se quedaba ahí, apretada donde la dejaba, y después de un rato, se movía. La vida es movimiento. Veo mis manos atravesadas por el tiempo, por sus manos. El tiempo son los surcos de la mano de mi abuela, sus arrugas en la piel, su memoria viajera al país de la infancia y la incertidumbre, sus gritos nocturnos que la colocaban en otro tiempo y otro espacio. Tocar su mano la traía conmigo.

El tiempo era eso que transcurría entre nosotras cuando ella murió. Nuestros pálpitos en ese umbral. Un abrazo estrecho. La proximidad más grande “donde los cuerpos no se confunden, sino que ya no tienen la percepción el uno del otro.”xiv Me pregunto si ella sentía nuestros latidos punzando con fuerza. Dicen que el oído es lo último que se pierde al morir. Me pregunto si nuestras voces la alcanzaron en el umbral que cruzaba, si se fueron con ella.

¿Cómo estar frente a la muerte?

Al borde de la vida o al borde de la muerte. En el borde. En el umbral.

Al borde de la piel, la piel que bordea la vida la muerte. Membrana de umbral.

Qué es la piel sino aquello más visible donde un tiempo transcurre, la vida misma. No estaba más cerca de ella que cuando tocaba sus manos.

¿Qué hacer cuando la muerte transcurre?

“Me recuerdo sentada en la cama, al lado de su cuerpo, con el bolígrafo en la mano. Es ésta mi manera de orar, o de poner en el orden de abajo lo que a otro orden pertenece. En otra parte, otro campo. Ailleurs.”xv

Otros campos fértiles, donde la vida se geste. Donde haya vida después de la muerte. No me malentiendas, no hablo del paraíso o de la promesa divina, no. Hablo de la vida misma, de ese riesgo que se toma al no morir cuando la muerte está de frente/en frente. Es una certeza, dice Derridaxvi, uno verá morir al otro, inevitablemente, es esa la ley de la amistad, del tú y yo. En el inicio estaba el nosotros. Cristina Rivera Garza dice que en duelo nunca estamos solos, nos acompañan siempre los muertos. ¿Será que el nosotros nunca deja de estar?

Después llevaron sus cenizas a mis manos ¿Qué hago yo con esto? ¿Cómo me despido de ella para toda la vida/para toda la muerte? ¿Qué hay entre su muerte y la mía? ¿Entre tu muerte y la mía?

“Los cables, los monitores, las batas, los sensores que te aprietan los pulgares, la sonda del diablo que te atraviesa la tráquea, estos putos respiradores, como quisiera cerrar el oxígeno y quitarte todas las agujas. Pero solo puedo tomar tu mano.

Tu mano

sosteniendo

mi pluma.”xvii

¿Cómo se negocia con la muerte, con la muerte ahí? ¿Qué hubieras hecho si hubieras estado ahí?

Estuviste ahí, en esa muerte otra, esa muerte singular y única, irremplazable e infinita. Cada vez.xviii

***

Soñé con ella, con Claudia, después de leer la muerte de Liliana en el libro que su hermana (le) escribe. Muerte por asfixia. Un compañero la encontró cuando fue por ella para irse a la escuela. Pensó que era una broma. Una broma de aquellas que a Liliana le gustaba hacer. Te caché, le diría. Pero no, un roce en la mejilla bastó para saber que algo le desquiciaría. La encontró en la cama, tapada hasta el cabello, vestida. Tuve dificultad para conciliar el sueño, pensando en lo que implicaría la muerte de una hija. No he sido madre. No lo puedo imaginar. Y entonces ella se apareció en el mundo de los sueños, frente a mí, con su vestido blanco de flores, así la recuerdo, así la enterraron. No la pude ver, ni en su boda ni en su entierro. No llegué. Su ausencia-presencia flota en el umbral del Hades.

Cuando por fin llegué, no quedaba más que su nombre.

Pensé que podía prevenirlo. Claudia se muere mañana. Ella flotaba con su vestido alrededor de mí, con sus pecas iluminando sus ojos redondos, me tomaba de la mano y daba vueltas, danzando. Yo corría tratando de advertir. Advertir la muerte. Advenir la muerte. El tiempo era un remolino. Vórtice de muerte. Podría evitar su ausencia, y su presencia fantasmal no me tomaría en los sueños. Claudia fue encontrada por su mamá en la cama, como Liliana. Esa imagen me ha perseguido por años ¿Habrá gritado su nombre? ¿La habrá tocado para saber? ¿La habrá estrechado? ¿Qué proximidad nos separa del borde?

A Liliana la llevaron al Semefo. Semefo llegó a casa de mi madre cuando mi abuela murió. La ambulancia nunca llegó.

No llego a visitarte, Claudia, siempre lo olvido, me niego a recordar tu ausencia. Te sigo escribiendo para traerte, te llamo para que vengas junto a mí. Quizás estoy en silencio porque no quiero llamar a nadie más. Nunca sentí que llegué tarde. Sigo tardando en ir, cada vez. Un tiempo atropella todo el tiempo.

Llegar es un verbo en tránsito. El riesgo de vivir es no llegar.

Nadie está dispuesto a perder. ¿o sí? “Tal vez arriesgar la vida sea, para empezar, no morir.”xix

***

La mejor amiga de V murió en noviembre del 2021, su abuela se encuentra muy enferma, está en el umbral. No quiero pasar por ese dolor, otra vez, no creo que pueda, me dice. Tengo miedo de romperme. Tengo miedo de que me duela. Quiero morir, le dice su abuela, me duele todo. El umbral de la despedida, donde los caminos se bifurcan. ¿Quién está en disposición de perder? La muerte es la muerte para quien muere, y para quien vive ¿qué es la muerte?

Claudia, fue tu sueño el que me jaló hacia la vida, fue tu sueño el que me llamó sacándome del silencio.

La muerte (me) atraviesa.

El silencio, esa pausa de espera, esa espera entre lo que se lanza y vuelve. El silencio. Esa espera de la réplica. Momento suspendido. Vida suspendida. Angustia. Roce. Llamado. Envío. ¿Qué hay en este entre, entre tu mirada y la mía? ¿Entre tu voz y la mía?

¿Qué en este entre de la espera? ¿Qué en este silencio?

Una palabra venidera de Heidegger, la espera de Celan, la esperanza de Celan, la palabra que corresponda a la esperanza para Celan. ¿Qué posibilidad de vida después de una muerte? ¿Qué posibilidad de diálogo frente a lo cruel? Oyarzun piensa el poema que Celan escribe después de la visita a Heidegger, el poema que intenta un diálogo, promesa de un diálogo ¿qué hubo en ese encuentro? Una palabra que se lance a ese encuentro, que se arriesgue en ese encuentro. Una correspondencia, un entre, un encuentro, un umbral. Una palabra enviada al otro, una ida al encuentro. Una palabra que venga del otro ¿Qué implica que silencios sean la correspondencia? Un corresponder silencioso. Un silencio de la muerte. Algo distinto se abre en este entre tú y yo.

¿Cuál es el diálogo posible con lo cruel, con la muerte? Un diálogo de V con su abuela. Un diálogo en el dolor, con el dolor, del dolor. Un silencio del dolor.

“Una nace luchando

incluso contra sí

por sobrevivir

mas nunca imaginas

que algún día la batalla será permitir

la muerte de una hermana.”xx

¿Permitir es estar en disposición de perder? ¿Qué muertes permitimos, qué muertes lamentamos? Es el yo con el tú del que habla Butlerxxi, relaciones de desposesión, de la mano con Levinas en el pensamiento en un ser para el otro, en un ser en tanto otro. Relaciones de desposesión donde la vulnerabilidad es la más básica y radical de las condiciones humanas. Relación de desposesión que invita a desconocerse. En el inicio estaba el nosotros

Lo crudo

aquel espacio entre

aquel silencio, aquello indecible

suspendido

roto, agrietado

aquel surco que

nadie se atreve a mirar.

¿Estaríamos en la disposición de mirar de frente a la muerte?

“Sin ella — mi muerte — yo no habría escrito.”xxii

***

“Y es que el vacío es uno de los elementos, tal vez el más interesante, que pertenecen a una de las principales categorías del límite: la sugerencia.”xxiii Límite, lugar imaginario planteado por Maillard para colocar el entre (de la posibilidad) del reino de lo innombrable y el reino de lo conocido. El límite como diseño espacial del jaos al que le corresponden ciertas categorías como lo inacabado, las ruinas o lo imposible. La principal es la sugerencia. ¿Qué sugiere el silencio?

El silencio es una postura, un lugar, un espacio propio para albergar, para albergar lo otro, quizás, al otro. La posibilidad del silencio como elemento articulador permite esa contigüidad con el otro, un entre se juega en la articulación, un lazo ¿comunidad? Sí, un lazo con el otro. En el inicio estaba el nosotros. En esa oscura hembra que gesta el todo, contiene el todo. Esa posibilidad de transitar hacia otro lugar, otro campo está en el jaos. Evocación del silencio como posibilidad articuladora. Escritura que evoca el silencio, donde la palabra y el silencio se entretejen, se cruzan, se destruyen y crean.

Cajas de memorias encuentran a Cristina veintinueve años y tres meses y dos días después del feminicidio de su hermana Liliana. Ubicadas en la nueva casa de sus padres donde una tregua dio inicio a la vida después de la muerte de una hija. Cajas a la vista, pero no al alcance. Casi treinta años en silencio pasó Cristina. En el último capítulo del libro El invencible verano de Liliana, escribe el agua como el lugar de encuentro con su hermana, la alberca como el espacio más íntimo de sororidad, donde sus cuerpos se deslizaban, reían, se hundían, y salían a tomar aire. Donde la infancia transcurrió siendo hermanas, en cloro, yemas arrugadas, competencias y risas. Cristina retomó la natación el otoño del 2012. Años antes la escritura se había introducido en su vida mientras que la natación salía, no había dónde nadar. No había lugar de encuentro. Silencio. Un verano de 2008 lo intentó, le dio la vuelta a esa alberca que parecía tener un carril de subida. En ese noviembre del 2012, la memoria del agua alcanzó a Cristina. Liliana alcanzó a Cristina, su nombre salpicado de silencios se arrojó al salir del agua, lo escuchó. Burbujas de silencios gritaban el nombre de Liliana, Liliana Rivera Garza. Después de ese nuevo encuentro, Cristina siguió nadando hasta que una lesión la hizo detenerse. En lugar de nadar, comenzó a escribir el libro. Un encuentro en la escritura con su hermana, mientras, de nuevo, nada junto a ella.xxiv

Lo inacabado, esas ruinas, son perfectas en cada instante de estar siendo. Las grandes diferencias entre occidente y oriente es la concepción del vacío, de lo inacabado. Mientras que en oriente la ley interna es la racionalidad aplicada a la intuición del gesto, en occidente el vacío es falta, se necesita lo completo. El salto del caballo es ese vacío, ese brinco abismal. Estar siendo es la posibilidad articuladora, ¿qué se está haciendo/siendo en (el) silencio?

Somos oquedad. Estamos siendo oquedad.

***

Fue a visitarla, primero a ella, se lo debía, y llegó al cementerio buscando su nombre. Llamándola sin respuesta ¿Dónde estaba? ¿La encontraría? ¿Podría despedirse de manera justa? La encontró. La reconoció a lo lejos, y se arrodilló frente a ella como en un acto de resignación, de perdón, de complicidad, de cercanía, y vio su nombre, mucho más claro que en ninguna otra ocasión. Sólo tenía eso, su nombre inscrito en piedra gris. Y lloró, lloró como la noche en que supo que no la vería más.

Llanto seco. Cuerpo en lágrimas. Suelo convulsivo. Suelo petrificado, congelado ¿Cuáles son las vetas para llegar a la propia palabra? Un silencio habitado, ese mimo de la muerte. Ese golpe de muerte.

Oyarzun se pregunta si es posible hablar el dolor, no del dolor. El silencio habla el dolor, la escritura habla el dolor. En voces extrañadas, fonos que se agrieta, sonido desgarrado que emerge no de la punta de la lengua sino de la humedad de las entrañas, a grito errante que se rompe. “El dolor habla en el silencio, como silencio, habla silencio.”xxv El cuerpo habla silencio. El dolor habla cuerpo. El cuerpo de la escritura.

***

No queda más que esta escritura. Jadeos de escritura. Erupciones de silencios. ¿Quién es Ella la que escribe? ¿Quién se enuncia en esa escritura? ¿Quiénes se inscriben en esa tinta donde la extrañeza se respira? A ratos no se sabe quién es, voces se dibujan, personajes se mezclan, y un entre se coloca en las palabras hiladas. Encuentro una pregunta hacia la escritura, para quién, desde quién(es), para qué. ¿Quién es ella la que escribe, de nuevo? ¿Quién es quien intercepta el envío del silencio? Desdoblamientos de extrañas voces que emergen del silencio. Otros campos. Otras vías. Otros envíos. Una potencia escrita. Una potencia silenciosa.

En la escritura se encarna la voz —¿las voces? —, jadea, se corta, grita, se suspende en silencios ¿Para qué escribir? “Pero había locura. Escritura en el aire a mi alrededor.”xxvi

***

¿Qué hay entre nuestros ojos?

Esta distancia próxima

Este soplo que engulle y expira

Estos ojos que se tocan

Membranas de colores

Abismos de colores

Este viento de vida

Grito sórdido

Mueca torcida

Grito sonoro

Carcajada errante

Campo nuevo

¿Qué toca esa extraña voz que se inserta en lo íntimo?


Referencias

i Oyarzun, Pablo, Entre Celan y Heidegger, Ediciones Metales pesados, 2013, p. 95.

ii Rivera Garza, Cristina, El invencible verano de Liliana, Random House, 2022, p. 13.

iii Dufourmantelle, Anne, Elogio del riesgo, Paradiso Editores, 2015. Pág. 15.

iv Ibid., p. 21.

v Ibid., p. 285.

vi Cixous, Hélène, La llegada a la escritura, Amorrortu, 2006, p. 15.

vii Maillard, Chantal, La razón estética, Galaxia Gutenberg, 2017, p. 123.

viii Ibid.

ix Ibid., p. 124.

x Ibidem.

xi Ibid., p. 130.

xii Oyarzun, Pablo, Entre Celan y Heidegger, Ediciones Metales pesados. 2013, p. 95.

xiii Dufourmantelle, Anne, Elogio del riesgo, Paradiso Editores, 2015, p. 36.

xiv Nancy, Jean-Luc, Dar piel, Trashumante, 2016, p. 75.

xv Maillard, Chantal, La mujer de pie, Galaxia Gutenberg, 2019, p. 18.

xvi Derrida, Jacques, Cada vez única, el fin del mundo, Pre-Textos, 2015.

xvii Raca, Sara, Hermana muer(t)e, Sawa Editoras, 2022, p. 13.

xviii Derrida, Jacques, Cada vez única, el fin del mundo, Pre-Textos, 2005.

xix Dufourmantelle, Anne, Elogio del riesgo, Paradiso Editores, 2015, p. 14.

xx Raca, Sara, Hermana muer(t)e, Sawa Editoras, 2022. p. 1.

xxi Rivera Garza, Cristina, Los muertos indóciles, TusQuets Editores, 2013.

xxii Cixous, Hélène, La llegada a la escritura, Amorrortu, 2006, p. 60.

xxiii Maillard, Chantal, La razón estética, Galaxia Gutenberg, 2017, p. 133.

xxiv Rivera Garza, Cristina, El invencible verano de Liliana, Random House, 2022.

xxv Oyarzun, Pablo. Entre Celan y Heidegger, Ediciones Metales pesados, 2013, p. 95.

xxvi Cixous, Hélène, La llegada a la escritura, Amorrortu, 2006, p. 20.

Daniela Soto

Escritora nocturna de desvelos (in)necesarios e infancias distraídas. Poeta en recuperación. Amante de la melancolía y los pies calientitos. Danzante de amistades para reinventarse en el acto amoroso y el abismo espontáneo. Dice ya no ser psicóloga ni psicoterapeuta, sino caminante de un laberinto que palpita. Acompañante de adolescentes que no hacen más que recordarle las angustias de lo incierto y las risas de lo auténtico. Y aunque haya nacido en la ciudad donde la vida no vale nada, concuerda en que vale la pena ser vivida al arriesgarla.