El último Astolfo[1]
Después de saber que Ariosto ya lo advertía en su Orlando Furioso pensé que no podía ser mentira que desde hacía muchísimo tiempo en la época del mito, todas las cosas perdidas de la tierra iban a esconderse en la luna: las ilusiones, la paz, el amor y ¿por qué no? la virginidad de no pocas doncellas del mundo. Y tan así era que Astolfo, un esforzado caballero andante, viajó a la luna montado en un pegaso para poder recuperar la cordura de Orlando, perdida por el amor desdeñoso de Angélica.
Se rumoraba que la historia de Orlando y Ángelica se repetía indefinidamente con generaciones y generaciones de Astólfos tan caballeros y tan andantes como sacados de un libro. Yo tuve oportunidad de coincidir en México con un par de personajes de esa historia. Vi a Orlando por primera vez en una de esas reuniones de los miércoles destinadas a planear cómo recuperar las cosas perdidas que habían ido a parar a la luna por ley casi natural. Yo había perdido algunos recuerdos y tenía la esperanza de recuperarlos, no para vivirlos otra vez, sino para poder reconstruir algunos años de mi infancia que, por alguna razón, se habían borrado de mi mente. El grupo era muy heterogéneo: Maite había perdido el sueño desde hacía varias noches; Ramón, el apetito; una pareja joven, la idea del futuro; Caterina, la confianza; pero el caso más florido era el de Orlando que, como ya estaba escrito, había perdido la cordura. Llegó a nuestro grupo por un relativo azar. Creyó que los ahí reunidos, conformábamos una especie de oráculo que anticipaba si lo perdido podía o no recuperarse y cómo. Así que no se sorprendió cuando obtuvo por respuesta a sus preguntas lo que para él eran enigmas. Desconsolado nos contó la devastadora historia de sus amores con Angélica quien, como bien sabíamos, había sido la causante de la pérdida de su sensatez. El grupo escuchó con atención la epopeya de Orlando. Era impensable evadir la responsabilidad de ayudarlo. Afortunadamente, pudimos localizar en Guanajuato a Astolfo Quezada que, aunque rondaba los ochenta, no le faltaba entusiasmo. Su irrefrenable determinación por recuperar el buen juicio de Orlando hacía aparecer la posibilidad de lograr la misión y su pegaso, a pesar de lucir una estampa como de reliquia, volaba con perfecta orientación.
Astolfo Quezada se presentó ante el grupo listo para despegar y preparado, no con una armadura como lo muestran algunos retratos de sus antepasados, sino con un traje español del siglo diecisiete de cuello blanco y levantado muy apropiado para ir a la luna.
Lo que siguió nos fue narrado a su regreso. No devolvió todo lo que se le había encargado recuperar porque en la luna están muy desorganizados y los trámites de devolución requieren de mucho papeleo. Astolfo regresó un miércoles al cabo de un año terrestre habiendo recuperado algunas cosas y perdido la esperanza. Maite recuperó algunas horas de sueño que por el momento está racionando noche a noche. Ramón empezó a ganar peso al cabo de una semana de comer los generosos tiempos que sirven en su casa. Los jóvenes prefirieron ser suspicaces. La hermosa Caterina decidió volver al trapecio. Yo no recuperé mis seis años de infancia y Orlando falleció de tristeza inmediatamente después de matar en un arranque de rabia al último Astolfo que no encontró motivo para defenderse.
[1] Tema propuesto por Luis Guillermo Lescano para los integrantes del taller de cuento que impartía en la UNAM.
(Ciudad de México, 1975). Estudió la Licenciatura en Lengua y Literaturas Modernas (Letras Francesas) en la Universidad Nacional Autónoma de México, la Maestría en Traducción Literaria en El Colegio de México y actualmente cursa el Doctorado en Letras Modernas en la Universidad Iberoamericana, Ciudad de México. Es profesora de traducción y traductora independiente. Ganó el premio a la traducción literaria-teatral por la revista Punto de Partida de la UNAM en 2017. Le gustan los sabores no muy dulces, conversar y llegar caminando