Un intento de pretendida explicación c(l)ínica
En el discurso de la psicopatología clásica, a los sujetos de “agresividad negativa”, desde el punto de vista frommniano, se les ha pretendido atribuir ciertos rasgos y aspectos que conjuntados en diferentes cuadros y síndromes clínicos (cínicos, siguiendo la crítica que hace Tenorio Tagle al positivismo criminológico), y conjugados en una sola persona, se le denomina personalidad o carácter “destructivo”, atribuyéndole conceptos como psicopatía, sociopatía, narcisismo, resentimiento social y necrofilia, rasgos con los que también se ha pretendido caracterizar tanto a los grandes destructores de la humanidad con independencia del grado de poder que se maneje, como a los sujetos del “micro” poder. Así, puede tratarse de un dictador, un gobernante, político, delincuente de cuello blanco, traficante, terrorista, magnicida o bien, un sicario, asesino serial, violador, secuestrador, torturador, descuartizador y hasta el alcohólico, burócrata, servidor público, maestro, empleado, padre de familia, todo tipo de sujetos se dice, acomplejados, maltratadores de pareja, niños, mujeres, ancianos, xenófobo, homófobo, en fin, argumentando desde la teoría, que estas personalidades son así desde que nacen, por poseer un equipo biológico suigeneris que los hace ser desalmados, cínicos, extremadamente crueles, sanguinarios, incontrolables y totalmente impulsivos.
Cuando las mismas actitudes se presentan en sujetos, pero ahora argumentados por una debilidad de carácter, condicionado ya no por cuestiones biológicas sino básicamente por las circunstancias o el medio, el sujeto se dice, es proclive a manifestar conductas similares a través de la justificación que encuentre en ese momento; las condiciones del medio son pretexto para su conducta transgresora que modifica su carácter y al no contar con un sustratum o equipo biológico suficiente para resistir la adversidad, responde a la frustración o la impotencia con actitudes destructivas. En síntesis, dice la clínica psicopatológica, estos sujetos nacen y se hacen… (Patiño / Hare)
Una mirada de la crítica criminológica.
Históricamente se han producido diversos saberes (éticos, teológicos, filosóficos, políticos, económicos, científicos, incluso mediáticos), que han pretendido “explicar”, incluso “científicamente”, la verdad acerca de lo monstruoso del acto criminal y los monstruos criminales que lo ejecutan, colocados como anormales, desviados, psicópatas; todos, portadores del “mal”.
En un afán de describir lo que es la violencia, el crimen y la realidad de los actores sociales que intervienen en los hechos sociales, se han construido una diversidad de discursos y estrategias encaminadas a buscar protección, medidas de seguridad, intervención, control y hasta prevención ante estos sujetos, mismas que van desde supuestas curas de enfermedades sociales (técnicas de ideologías “re”: reinserción, readaptación, resocialización, reeducación), llegando incluso a políticas de neutralización como la exclusión y el exterminio en aras de una “limpieza social” o eugenesia de los indeseados, apoyadas incluso por las sociedades a las que pertenecen, camino ya recorrido desde la biopolítica y anatomopolítica de los cuerpos en Foucault y Espósito, hasta la necropolítica de Membe.
El ejemplo claro de esta obstinación fue la criminología positivista, mejor dicho criminalística o posicionando su objeto de estudio: “delincuentología” y como ella, en base a una “interdisciplina” supuesta, durante décadas, se ha pretendido a través de teorías del mal, como menciona Vattimo, dar explicación objetiva a violencias focalizadas, centralizadas y puestas en protagonistas materializados y representados por los medios masivos a cargo de los denominados crímenes de nota roja y amarillista como psicópatas, asesinos seriales, subculturas, bandas callejeras, traficantes, secuestradores o portadores de determinadas anormalidades abominables y monstruosas, ampliamente detallado en lo que Zaffaroni denomina “criminología mediática”. Así, se advierte que los medios están en el centro de todo, no sólo en lo que al crimen se refiere, sino en todos los aspectos: economía, política, educación, etc. (Zaffaroni)
La cuestión del crimen.
En una sociedad mercantilista el crimen re-presenta una opción de supervivencia que compite con las demás formas de empleo en la sociedad de consumo producto del capitalismo salvaje (otra forma de criminalidad esta sí, verdaderamente organizada, no la mediocridad organizacional con la que se exhibe la delincuencia común o convencional propiamente dicha que, además de también capitalizarse, se escandaliza y comercializa, social y políticamente). (Iñaki Rivera)
De esta manera la escandalización de lo evidente, que predomina en la nota roja y amarilla, es aprovechado por los medios, beneficiándose del morbo social: business crime o morbo legitimante de los sistemas de control.
Parafraseando a Lola Aniyar, medios, ciencias sociales positivas y derecho penal, enfrentan los mismos fantasmas del crimen: relatividad de las conductas, lo convencional (conceptualización tradicional del fenómeno delincuencial oficialista), y lo no convencional de las conductas desviadas (criminalidad propiamente dicho de los poderosos), y las cifras de lo real del crimen, no los ilegalismos populares del estereotipo delincuencial desde Chapman, Lemert y Becker hasta la actualidad.
Así, siendo el derecho el instrumento de control social más importante del estado, los medios representan el aparato más importante de formación, uni-formación y de-formación de la conciencia colectiva. El control social sistémico pasa así, por el discurso mediático ya que para controlar, necesario el control de los medios… y viceversa.
Entonces, el poder define la desviación, la ciencia la califica, el derecho somete a la definición y por último los medios uni-forman tales definiciones y desviaciones en una conciencia colectiva de valores comunes donde los individuos sociales se unifican, tranquilizan y en apariencia todos ganan pero parafraseando a Lacan, donde todos pierden…
Estereotipo y control social
Friendly y Goldfarb refieren que hay una explotación de los medios por noticias de extremada crueldad, sangre y violencia; que además de ser fuente principal de ingresos, son noticias excitantes que producen fascinación al ser humano; los procesos judiciales de los delitos magnificados y excesivamente detallados por los medios, son como ventanas que facilitan formas de “voyerismo” enfermizo o inocente; por otra parte, se reconoce también que el crimen más horrendo ventilado ante los tribunales de justicia, contiene los ingredientes del gran teatro.
La selección de estas noticias y la forma en que son presentadas al público, compete entonces exclusivamente a los medios; mientras gran parte de este público siga con gran interés los detalles miserables de la frondosa publicidad de nota roja o amarilla, difícilmente se podrá lograr modificaciones importantes o constructivas en el imaginario social.
Otro problema lo representa el “juicio de los medios”, siendo el hecho de expresar opiniones propias sobre presuntos autores de crímenes de manera favorable o desfavorable, creando en la ciudadanía una actitud determinante frente a los actores sociales que están en situación sub judice (apenas se está juzgando), pero ante una información prematura e intencionada, se llega a creer por parte del público espectador, en la inocencia de los culpables y en la culpabilidad de los inocentes, creando además estereotipos, chivos expiatorios, estigma social y difamación.
Los controles sociales (ley penal, policía, cárcel, etc.), se centran deliberadamente sobre la parte más débil de la delincuencia, lo que para López Rey llama “criminalidad del pobre diablo” a través de procesos de selección institucionalizada (criminalización/victimización), en los que la ley organiza y consensa sujetos estereotipados obedeciendo lealtades de los más fuertes, para quienes el bien común, está representado por sus propios intereses.
Chapman refiere que el delito es un componente funcional del sistema social. En el crimen la sociedad se mide a sí misma; con los estereotipos se crean elementos simbólicos fácilmente manipulables en sociedades complejas cuya función es servir de chivo expiatorio a las demás clases sociales a fin de desviar la atención de ciertos problemas y canalizar el resentimiento de un grupo social hacia otro.
La identificación de la criminalidad más débil y su aislamiento, permite reducir la hostilidad social contra las clases poderosas y dirigirla a los más desfavorecidos. El delincuente convencional viene a representar el papel de pharmakos de la cultura dominante.
Fernando Tenorio hace evidente que el control penal de la delincuencia es más bien un sistema de control de la pobreza; a la cárcel -escribe Lola Aniyar de Castro- van los hambrientos, incultos, miserables, los que no tienen posibilidad de defensa, los que son rápidamente aprehendidos por la policía misma que no tuvieron con qué sobornar y menos tendrán cómo comprar un juez.
Hay personas con ciertas características que tienen más probabilidad de ser vigiladas, observadas, detenidas, acusadas, juzgadas y sentenciadas que los demás; aquellas cuyo delito más grave refiere Neuman, es el de “portación de cara” prohibida (hoy aún más grave, con la criminalización de la protesta social: “portación de ideas prohibidas”).
Así mismo, Neuman también refiere que el costo social de la corrupción, impunidad, cifra negra del crimen, soborno, macro delitos económicos, crímenes de estado, deuda externa, etc., derivan en desesperación de la indigencia, el resentimiento y por lo mismo, el incremento de la delincuencia de la miserabilidad. Delincuencia que en su accionar es más elemental y dramática, más callejera, pero también más apta (además de ser materia prima principal), para las apetencias de los medios masivos, que en estos tiempos de contaminación y saturación informativa y campañas subliminales, muestran, definen, decretan qué es la violencia, pero no la investigan.
El amplio espectro de visiones que perfilan diversos estereotipos para la gran mayoría de la población, delimitan, definen y causan efectos según lo deciden los medios; la seudoinformación que se difunde es precisamente fuente de los mayores equívocos respecto de la cuestión criminal y en especial de la creación de estereotipos incorporado a la conciencia social, permitiendo con ello, legitimar eficientemente no sólo el prohibicionismo, sino también el control social de los sujetos en general, mostrando como lo señala Giancarlo Amao, la imagen de una humanidad incapaz de autodeterminarse.
De la víctima (igualmente convencional, la que se refiere al sujeto pasivo del delito), también se hace un estereotipo de ella, enfatizando la contradicción, el rencor y la antipatía entre víctima y victimario, pero las experiencias de desamparo, agresión y sobrevictimización, las reciben ambos, pues sus roles ya están sobredeterminados por los intereses del estado (autoprotección oculta bajo la denominada teoría de la defensa social).
Entonces, más grave que el hecho delictivo, es la deformada versión que proporcionan los medios masivos, produciendo graves consecuencias al transformar un hecho al parecer criminal, sórdido, estúpido y hasta repugnante, trasformado ahora en una narración atractiva y apasionante, por el simple artificio de usar arbitraria e intencionalmente palabras, analogías y asociaciones, que poco o nada tienen que ver con el hecho real y sí, dejan entrever ya no tanto la personalidad del criminal sino la del supuesto “in-formador”. La exageración, fantasía, dramatismo de los representantes mediáticos, es demasiado cuestionable y no precisamente por los actores directos del hecho en sí; la desdramatización que debería estar a cargo de los presuntos “historiadores” del hecho, es lo que menos importa en comparación a los eventos alrededor del evento. Se hace historia positiva del delito convencional por “organizado” que sea. Por un lado el control político, por otro, el interés económico y finalmente el morbo social reprimido desfogado y explotado.
Es posible afirmar, escribe Tonkonoff, que el tratamiento mediático de la violencia que se realiza en el plano de los imaginarios sociales, es una labor análoga a la que Massimo Pavarini describió y analizó respecto de los sistemas penales: una labor de criminalización/victimización selectiva, produciendo criminales monstruosos mediante la dramatización de las transgresiones.
Tal es esta, una de las funciones de la monstruosidad criminal: función de encubrimiento en la que los massmedia concurren, junto con los sistemas de administración de iustitia a invisibilizar y mantener fuera de la visibilidad social los macro-delitos de las élites económicas, sociales, políticas y por implicación, la estructura societal que los hace posible.
Cuestión mediática e im-posibilidad de escribir la memoria y el acontecer de la “verdad” criminal. Sergio Tonkonoff hace mención que de las muchas vías de ingreso a la comprensión de la cuestión criminal, como propiamente lo denomina Pavarini, la de la monstruosidad se cuenta entre las más arriesgadas para el pensamiento crítico; uno de sus peligros mayores consiste en replicar la lógica mass-mediática dominante, misma que promueve la espectacularización de la violencia y el correspondiente vértigo moralizante que provee la posición espectador/consumidor, junto con las miserables delicias vicarias y los corolarios punitivistas que la posición conlleva.
De lo que se trata entonces es de ir cuestionando la seriedad de la información por una parte, problema que atañe a la cuestión de la veracidad y por otra, que en esta época de vorágine, hay poco tiempo para detenerse y reflexionar el caudal de noticias que se vierten a cada momento.
Drapkin menciona que los medios constituyen uno de los sistemas de relación más directa en la especie humana de acuerdo a su complejidad; sintetiza determinadas características, semejanzas y diferencias, por lo que puede tratarse de empresas comerciales o del estado que, con independencia del profesionalismo con el que se desempeñen, son negocios que funcionan en base a utilidades.
También, por estar investidos con un carácter institucional de orientación pública, están influidos por el acontecer social, económico, político, incluso global, donde los vertiginosos cambios en todo orden (costumbres, desarrollo, progreso tecno-científico, etc. ), son de gran trascendencia, por ello están permanentemente expuestos a críticas y polémicas en la que es imposible lograr un consenso general.
Al representar una fuerza económica, sus normas, valores, pensar, sentir y actuar son conforme a intereses de las clases dominantes, por lo mismo, sus características dependen del sistema político imperante donde funcionen (libertad democrática o línea y dirección totalitaria); por eso, una cosa es lo que “deberían ser” y otra lo que son y esto, es deliberada o inconscientemente ignorado.
Por lo tanto, resulta imposible el conocimiento integral del acontecimiento de lo “real” del mundo, los medios están limitados a presentar solamente una línea divisoria entre lo real y la realidad, simplificando la versión representacional y psíquica del mundo, quedando como ya lo había mencionado Althusser, en simple aparato ideológico.
En lo que se refiere a la cuestión criminal, los medios ejercen una influencia negativa y poder sugestivo al explotar la información de la crónica roja (excesivo énfasis en hechos de sangre) y amarilla (noticias de escándalo o sensacionalistas), siendo aún más relevante por las técnicas modernas de transmisión de la palabra, imágenes y texto; gracias a la tecnología, hoy se puede seguir (y ser per-seguido) con detalle, cualquier tipo de violencia con repercusión universal, incluso en el momento mismo que suceden los hechos, de lo cual Drapkin deriva diversos supuestos:
Medios de violencia y violencia del mal…decir de los medios.
Francisco Gomezjara refiere que en la sociedad, no existen situaciones que no cumplan una función; no surgen nada más porque sí. Las mismas necesidades de revitalización, son las que crean una y otra conducta para no perder la hegemonía.
Analizar las reacciones colectivas, permite deducir los grados de crueldad y violencia aceptados o rechazados por una sociedad donde las situaciones extremas son crítica manifiesta y frontal a una sociedad decadente y de valores cuestionables. Los vicios de moda, las prácticas dañinas que caracterizan al hombre masa, escribe Ana de Gómez Mayorga, representan, sintetizan y simbolizan a su sociedad.
Las respuestas desproporcionadas ante ciertas conductas, indirectamente representan el miedo que produce los señalamientos de los errores (y horrores) a los que se ha llegado, oportunidad también para los grupos de opinión cuyo objetivo es escandalizar y condenar a quien critica sus severas y frágiles estructuras.
Importante entonces la función de la violencia en sus aspectos catárticos, pero además, con base en los lineamientos de la sociedad mercantilista, se busca también comercializarla. La necesidad y aceptación generalizada de la violencia, obedece a que a través de ésta, se canaliza sentimientos de frustración personal y de incapacidad para realizarse de acuerdo a Merton, frente a los modelos de vida que exige la sociedad sin que ésta dé elementos para lograr las metas que ella misma propone y demanda.
El constante incremento de las cargas de violencia en los actos cotidianos (lenguaje, actitudes, diversiones, relaciones, delitos, etc.), son algunos de los elementos simbólicos y aspectos en que la violencia cumple una función reivindicadora. Ernesto Villanueva refiere que existe una predisposición y un clima social enrarecido por un ambiente de violencia exacerbada incluso por las campañas políticas electorales, donde la violencia es el contexto de las grandes banderas de los candidatos: retirar todo derecho a los delincuentes, pena de muerte, mano dura, guerra contra el narcotráfico, derecho penal del enemigo, promesas ahora sí de “seguridad”; discursos derivados de estudios de opinión para detectar la sensibilidad colectiva frente al fenómeno violencia.
La desproporcionada cobertura que los medios conceden a la nota roja y sensacionalista, también explota este contexto de “catarsis social”, subordinando valores como integridad física y dignidad de las personas, al impacto mediático que pueden obtener mediante una nota informativa, protagonismo que viene a privilegiar dicho impacto sobre la vida de las personas.
Una vez que aparecen las víctimas, los noticiarios dedican tiempos privilegiados, la prensa escrita llena planas con detalles de las investigaciones acompañado de las imágenes más grotescas y aterradoras; después, cuando el presunto responsable “aparece”, inician campañas de linchamiento en su contra, sin reconocer los medios su propia participación en el desenlace. El cuestionamiento a esta desmesurada cobertura de los medios es ¿Qué es más importante: el derecho a una primicia o la vida de las personas quienquiera que sean? ¿Es la “Ética de la crueldad” mediática?
Del tabú y la transgresión a lo imaginario mitológico del moderno rito procesal adversarial.
El crimen y la sanción han ido cambiando con el tiempo; en un principio menciona Hilda Marchiori, el hombre primitivo que violaba un tabú ponía en peligro al clan, había que castigarlo; de lo contrario, el castigo era colectivo, todos sufrirían por ello; cualquier desgracia representaba la ira de los dioses; necesario expiar (dolor que redime), el crimen cometido. Si la transgresión de un tabú no era seguida por un castigo espontáneo, surgía entonces el sentimiento colectivo de que un peligro amenazaba.
Necesario incluso el sacrificio inocente (chivo expiatorio); con independencia de que se hubiera violado alguna creencia sagrada o que existiera un transgresor, había que calmar el enojo divino para detener la cruel adversidad. La finalidad del castigo no era por la transgresión, más bien se trataba de suprimir el efecto del tabú violado.
Con la evolución de las sociedades, surgió otro aspecto del castigo: la necesidad de castigar para evitar la naturaleza “infecciosa” del tabú; el ejemplo “contagioso”, el impulso a la imitación. Si alguien satisface un deseo reprimido, otros sentirán la tentación de imitarlo (contagio colectivo); para evitar esta “tentación”, necesario vigilar y castigar dice Foucault, principio fundamental del orden penal. El sentimiento de que amenaza un peligro ahora, es más bien de quien ejerce la re-presentación “falicizada” del poder, menciona Susana Bercovich), y teme su detumescencia; de ahí, su necesidad de controlar.
Hoy, el crimen es evidenciado como una construcción social de la realidad para someter a los sujetos a ciertas permisiones y prohibiciones que se adecuan a necesidades de los sistemas en turno, donde su función se dispersa y disemina en una clara “informalidad”, advierte Tenorio Tagle, que poco o nada tiene que ver con las razones y justificaciones de tales prohibiciones y permisiones.
Lo que poco se ha hecho evidente, es que una de las funciones del castigo (observada consciente o inconscientemente), es que hoy también se castiga para “desfogar” sentimientos colectivos y pulsiones reprimidas; mecanismos inconscientes en los sujetos de las sociedades que los llevan a interesarse por crímenes y los grandes criminales presentados como monstruos y para quienes se exige “castigos severos”. El castigo ahora entonces, es producto de la represión, del deseo colectivo de expiación por sentimientos de culpa, represión y proyección, menciona Tonkonoff siguiendo a Bataille y Sartre, superando la vieja concepción durkheimniana.
Entonces, además del sujeto, de la acción, del objeto, el fin de la acción, de su resultado, del tiempo y del lugar de la acción, es importante para la determinación legal que la acción sea denunciada o acusada, remitida a los tribunales y que haya un juzgamiento, una condena, una apelación y una confirmación.
La ausencia o la variación de todos estos factores puede ser crucial para la determinación del crimen (dependiendo los intereses que se jueguen, dice Verger); pero lo más importante argumenta Marchiori, es que “debe ser observada”. Marco del Pont menciona que existe una dinámica consciente e inconsciente, individual y colectiva, sobre los mecanismos respecto al crimen que tiene que ver con el aspecto pulsional, predisposición latente en todos los individuos.
Leyendo la psicopatología tradicional desde el psicoanálisis, se puede advertir que entre fenómenos “normales y patológicos”, la diferencia es sólo cuantitativa, de intensidad (no de cualidad) y donde estas “diferencias” por llamarlas de alguna manera, decidirán los desenlaces. Así, crimen, culpa, castigo y venganza, se realizan para satisfacer tendencias destructivas y justificar y liberar sentimientos inconscientes, producto de tal situación pulsional inherente en todo ser humano.
Hay una identidad de deseos reprimidos de la misma “calidad” y cantidad (egoísmo, violencia, crueldad, odio, envidia, culpa, venganza, resentimiento), inherentes a los atribuidos a determinados síndromes y entidades clínicas privativas de los discursos que pretenden conceptuar la “desviación”, pero inherentes en cada ser humano y concretamente a los actores sociales del acontecimiento criminal.
Transgresor, representantes de las instituciones de justicia (“empresarios morales” en términos de Becker o “rectores de la humanidad” siguiendo a Freud), y la sociedad espectadora y consumidora de tales hechos; todos partícipes, cómplices, víctimas y victimarios, del goce Otro de acuerdo a Lacan o la pulsión de muerte en Freud.
Identidad de pulsiones que motivan al gran monstruo criminal en su actuar y la reacción punitiva de la sociedad en general: juez, jurado, MP, policía, medios masivos actuando “duramente” en la acción represora contra el crimen, de la misma sociedad exigiendo “justicia” y castigo para los culpables con independencia de la infinidad de justificaciones que se pretenda emitir, donde el gran criminal será así mismo, gran “redentor”, chivo expiatorio, pharmakon, el cordero del sistema que limpiará los pecados sociales tomando para sí, la culpa de los demás, de los “otros”; castigar a unos cuantos para crear la falsa imagen y la fantasía de que se castiga a todos.
Ya no es necesario que todos trasgredan, el peligro del contagio está bajo control; agradecer entonces al monstruo criminal que hace lo que los demás quieren, pero no se atreven más allá de sus víctimas “mentales”; mientras, el “vengador” social, representante del orden establecido, del stablishment, statu quo social, que también haga lo propio, él tiene licencia y permiso para dar rienda suelta a los más bajos impulsos en aras de defender la “inocencia” del mundo; no es que sean iguales, uno agrede a la sociedad, el otro la “defiende”, (a)pareciendo como “benefactor y protector” social; que entre ellos se violentan para que los demás estén a salvo, aunque en este espectro “sado-masó”, refiere Susana Bercovich, todos son víctimas, todos están pasivizados por el sexo del amo, del mal, de unos, de “otros” y del Otro.
En el proceso de la criminalidad neurótica, el crimen se comete para confesarlo; la confesión, refiere Freud, provoca la expiación o castigo que produce el dolor que redime al sujeto y lo concilia con la sociedad. La pena procesal, tiene como función identificar al sujeto individual y social, con el sistema punitivo que la propicia y sus órganos de ejecución; al mismo tiempo, desplaza a la sociedad atemorizada por el crimen y por la función intimidatoria denominada “prevención general”, la exigencia social de castigo severo sobre quien se cree son causa de angustia, miedo y de su malestar social, los estereotipos del sistema, permitiendo desfogar con ello, sentimientos inconscientes reprimidos y deseos de venganza (función preventiva del contagio e intimidación e intimidatoria del sistema de control penal, inhibiendo la economía pulsional de los sujetos).
La venganza es entonces socialmente hablando, la recompensa por la renuncia a las pulsiones destructivas pero idénticas tanto a las del criminal como la de los representantes de la iustitia y de la moral societal; todos, vengadores, justicieros; todos, criminales y monstruos.
Cuando se comete un crimen, el público en general se inquieta; surge el deseo y anhelo general de que se descubra a los culpables; saber quién es el delincuente desconocido que en ese momento no tiene rostro, que puede estar en todas partes pero en ninguna. Necesario entonces ubicarlo, así sea en lo mítico y mágico de la imposibilidad.
Finalmente, si el crimen neurótico se comete tres veces (en el acto, al regresar al lugar de los hechos y al confesarlo), después se convertirá en la piedra que arrojada al estanque, se repite en innumerables ondas que se expanden alrededor, aunque solamente, el delincuente estereotipado, siendo el chivo expiatorio y una vez castigado, tal sacrificio servirá para que los sentimientos de culpa de los demás se calmen y tranquilicen; felizmente, consciencia y memoria están tranquilas; ellos no fueron los “malos”, son los “otros” no nos-Otros.
Quienes conocen a fondo las necesidades y reacciones del alma emotiva, saben que, después de la venganza, está por demás aliviar o suavizar las miserias humanas, pero dan a contemplar otras aún, más lamentables. El Panem et circenses, de toda la vida.
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Lic. En Derecho; Mtro. En Ciencias Penales con Especialidad en Criminología; Mtro. En Teoría Psicoanalítica; Doctorando en Derecho; Doctorando en Saberes sobre Subjetividad y Violencia.