El dominio del instante en el campo noticioso y sus efectos subjetivos

Anaís Pereda

El sonido de la alarma se introduce en el sueño y por más que el inconsciente intenta deshacerse de él y evadir el inevitable desenlace, el persistente tintineo termina por arrancarte de ese espacio en donde los años pueden pasar en minutos y los instantes tardar siglos. Aún no abres los ojos pero tu mano ya está palpando el colchón en busca del celular, lo encuentras, apagas la alarma y cronos se apodera del día. Son las 7:30 de la mañana. El periódico impreso ya está esperando en la puerta de la casa, lo dejaron puntualmente, como todos los días, a las 6:00, misma hora en que los noticiarios de radio y televisión empezaron a transmitir su producción matutina, pero la primera información del día no te llega por ninguna de esas vías. Deslizas el dedo pulgar en la pantalla del smartphone y ahí están todas las notificaciones pendientes: a las 5:00 a.m., Tweet de El Mundo: “2023 va a ser el año del boom del autoconsumo en España…”; a las 6:00 a.m., BBC News en Instagram: “Young baseball player saved from ‘dust devil’”; a las 7:00 a.m., El Universal Online en Facebook: “Presidente de Ecuador disuelve el parlamento…”. Y así, quince notificaciones más. Bostezas mientras echas un rápido vistazo y tocas el botón de “borrar todo”. Repetirás esta acción a lo largo del día.

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¡Reloj! Ya lo decía Baudelaire:

Tres mil seiscientas veces por hora, el Segundero
Murmura: ¡Recuerda! —Rápido, con su voz
De insecto, Ahora dice: ¡Yo soy Antaño,
Y yo he bombeado tu vida con mi trompa inmunda!

(Wikimedia, 2008).

La cuestión del tiempo y la necesidad de su comprensión y medición ha estado presente en las civilizaciones a lo largo de la historia. La diferencia entre día y noche, la distinción de ciclos estacionales y la periodicidad de sucesos astronómicos, fueron las primeras formas de cálculo del tiempo. Sin embargo, la necesidad social de expresar el tiempo en unidades constantes y precisas como horas, minutos y segundos, solo empieza a surgir hasta principios del siglo XIV y realmente no se consolida sino hasta bien entrado el siglo XIX. Es a finales de la Edad Media, donde el tiempo de la Iglesia, ritmado por los oficios religiosos apegados a los imprecisos cuadrantes solares, dominaba la vida social, que una figura específica viene a sacudir ese régimen eclesiástico: el mercader.

Pero cuando se organiza una red comercial el tiempo deviene objeto de medida. La duración de un viaje por mar o por tierra de un lugar a otro, el problema de los precios que, en el curso de una misma operación comercial, más todavía si el circuito se complica, suben o bajan, aumentan o disminuyen los beneficios, la duración del trabajo artesanal y obrero, para este mercader que casi siempre es también dador de trabajo (Le Goff, 1983: 53).

Así, el pensamiento capitalista del mercader de la Edad Media vino a instaurar una nueva estructura de la vida social regida por la relación tiempo-producción. Y, aunque la dominación de esta nueva estructura tardó varios siglos en generalizarse, la ruptura del tiempo del mercader con el tiempo de la Iglesia no solo significó cambios en las relaciones sociales sino que implicó profundos movimientos a nivel subjetivo tanto de los individuos como de la sociedad católica occidental. La nueva relación capitalista del hombre con el tiempo, en la que requiere de mecanismos que permitan establecer horarios laborales precisos y medidas de valor para el tiempo de producción, viene a agrietar la percepción temporal del cristianismo de la Edad Media en la que el tiempo parece instalado en la eternidad. Así, Le Goff nos recuerda que “Como se ha dicho «para el cristianismo de la Edad Media […] sentirse existir era sentirse ser, y sentirse ser era sentirse no cambiar, no sucederse a sí mismo, sino sentirse subsistir.” (Le Goff, 1983: 49).

Conforme la semilla del capitalismo fue arraigando sus raíces, el imperio de cronos fue asentando sus bases. El tiempo como elemento de medición para el establecimiento de valores de las mercancías hizo necesario el uso de técnicas de medida del tiempo más específicas y así dio inicio el reinado de esa, como diría Baudelaire, divinidad siniestra, horrible, impasible: el reloj. Poco a poco, en las urbes productoras europeas empiezan a surgir primero campanillas y posteriormente torres-reloj controladas por la burguesía y dedicadas a señalar el inicio y el final de la jornada laboral, el cierre de los mercados, toques de queda y otros aspectos relacionados con la urbe. Así, aunque el reloj urbano esté frecuentemente averiado y que muchas veces cumpla más una función de ornato que de utilidad, se da pie a “la aparición de una nueva concepción de tiempo, de un tiempo que ya no es una esencia, sino una forma conceptual, al servicio del espíritu que lo usa según sus necesidades; puede dividirlo, medirlo.” (Le Goff, 1983: 72). Es bajo esta nueva concepción del tiempo que surgen los postulados en torno a la relación de tiempo-dinero que tomamos como válidos hasta el día de hoy.

Perder el tiempo se convierte en un pecado grave, en un escándalo espiritual. Sobre el modelo del dinero, a imitación del mercader que, por lo menos en Italia, se convierte en un contable del tiempo, se desarrollan una moral calculadora y una piedad avara. (Le Goff, 1983: 73).

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En la redacción, el becario está empezando su segunda taza de café, le toca revisar la agenda del día y asegurarse de que las publicaciones para redes sociales estén bien programadas. Los redactores trabajan sobre los comunicados de prensa que llegaron a primera hora —¿o segunda? ¿o última?, difícil de definir en un medio que no se detiene— y los jefes de la mesa editorial ya se encuentran determinando los temas del día. El sistema, al borde del colapso desde hace décadas, funciona gracias al imaginario romántico en torno al periodismo que se podría resumir en una frase dicha por Horace Greeley, fundador del New York Tribune: “Journalism will kill you, but it will keep you alive while you’re at it” (El periodismo te matará, pero te mantendrá vivo mientras lo estés ejerciendo). La reunión editorial termina y cada jefe se dirige rápidamente a su sección. La editora de Internacional, con ojeras imposibles de disimular incluso con las tres capas de maquillaje que lleva puestas, parece estar más agobiada de lo normal.

—¿Ya subieron a Web lo de la disolución del Congreso en Ecuador? ¿Ya está en redes?

—Ya les enviamos el texto pero aún no lo veo en el sitio —contesta apresuradamente uno de los redactores.

—¡Carajo! Comunícame con Web. Esto debía estar arriba hace quince minutos, ¿se fueron a desayunar y tomar tranquilamente un cafecito o qué chingados? Ya todos los medios lo sacaron en redes.

Llegas al trabajo y revisas nuevamente tu celular. Tres notificaciones nuevas. Twitter: “Ecuador busca solución a la crisis en las urnas…”. Borrar. Instagram: “Hallan sin vida a influencer…”. Borrar. Facebook: “Champions League: ¿Cuándo y dónde ver el Real Madrid – Manchester City?” Ver.

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Las definiciones del concepto de información son muchas y de diversa índole, se le puede considerar desde un simple conjunto organizado de datos relevantes hasta “conocimiento codiciado por los académicos, habilidad adquirida por niños, requisito para la toma de decisiones individuales u organizacionales, material bombeado a través de los canales de comunicación o la especificación de un producto o proceso de producción” (Abbe Mowshowitz, 1992).i La información como sustancia primordial para la obtención de conocimiento y sabiduría, ha sido pensada y valorada, incluso desde las civilizaciones antiguas. Así, podemos encontrar alusiones a la información, —como esta relación información-sabiduría— presentada como un bien extremadamente valioso. Un ejemplo de esto lo encontramos en un extracto de los Proverbios, escritos en el siglo X a.C. :

Bienaventurado el hombre que halla la sabiduría
y que adquiere entendimiento,
porque su ganancia es mejor
que la ganancia de la plata,
y sus beneficios más que el oro fino.
Más preciosa es que las piedras preciosas,
y todo lo que puedas desear no se puede comparar con ella.
(Pr. 3:13-14).

Así pensada, la información —bien precioso, capaz de creación y de destrucción— ha sido un elemento fundamental para la consolidación (o aniquilación) de individuos y sociedades. La creación, intercambio, consumo y resguardo de información ha sido la fuente de desarrollo de las técnicas, sistemas y tecnologías sobre las que se han fundamentado las sociedades modernas. Por si fuera poco, inmersa en la lógica capitalista, el poderío de la información la ha llevado a posicionarse como la Reina en un tablero de consumo esquizofrénico y acelerado. Bajo las premisas de “ante mayor consumo de información, mayor desarrollo” y “ante mayor desarrollo, mayor ganancia”, el ciclo de creación, intercambio, consumo y resguardo de información se encuentra en un proceso de aceleración insaciable. Lo denominamos sociedad de la información.

Sin embargo, la información per se no tiene en realidad valor alguno, éste se le otorga a partir de la interacción con un receptor, la interpretación que dicho receptor le dé y las transformaciones o efectos que de la interacción se deriven. Así, Simondon se refiere a la información de la siguiente manera: “Ser o no ser información no depende solamente de los caracteres internos de una estructura; la información no es una cosa, sino la operación de una cosa que llega a un sistema y que produce allí una transformación.” (Simondon, 2015: 134).

El poder y valor de la información reside por ende en su capacidad transformadora. Para el ser humano la adquisición de información es lo que le permite mantenerse en un estado de individuaciónii constante, en un devenir-ser permanente. Así, al ser la comunicación una de las vías principales para la adquisición de información, ésta adquiere, por lo tanto, un papel fundamental en el proceso de individuación: “La comunicación está ligada a la individuación y no puede operarse sin ella. Por otra parte, e inversamente, la comunicación ayuda a la individuación a coronarse, a mantenerse, a regenerarse, o a transformarse.” (Simondon, 2015: 31).

A lo largo de la historia, los seres humanos han buscado la manera de ampliar y perfeccionar sus procesos de comunicación. La creación de nuevas técnicas y tecnologías ha permitido que la comunicación tenga un mayor alcance y durabilidad. Para pasar de la escritura en barro a compartir documentos por medio de una red de servidores, han tenido que transcurrir varios miles de años y una cantidad importante de avances científicos y tecnológicos. La escritura en papel, la invención de la imprenta, la radio, el proyector cinematográfico, la televisión y finalmente el Internet han sido los principales medios de comunicación que han marcado la forma en que compartimos y resguardamos información.

Ahora, si bien las ventajas que las innovaciones tecnológicas han tenido en el proceso de comunicación son muchas, dado que sabemos que tanto la información como la comunicación obtienen su valor en tanto que elementos transformadores ligados a procesos de individuación del ser humano, es lógico pensar que cada tecnología provoca disrupciones en el proceso comunicativo y genera efectos subjetivos en el proceso de eterno devenir-ser del individuo. Como lo señala Marshal McLuhan (1996), el medio es el mensaje, lo que significa que: “las consecuencias individuales y sociales de cualquier medio, es decir, de cualquiera de nuestras extensiones, resultan de la nueva escala que introduce en nuestros asuntos cualquier extensión o tecnología nueva.” Por esto, resulta indispensable pensar en los efectos que la comunicación a través de las nuevas tecnologías, tienen en los individuos y en la sociedad.

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Te frotas los ojos y parpadeas un par de veces, el ardor de los ojos no desaparece pero al menos lo logras mitigar por un breve momento. ¡Tin! Una notificación. ¡Tin! Otra. Apartas los ojos de la computadora y tomas tu celular. Twitter, CNN en Español: “Elecciones anticipadas de Ecuador se celebrarán en 90 días…”. Suspiras profundamente. Instagram, NYTimes: “Jakarta is Sinking; Can the Capital City be Moved?”. ¿Sinking? Te detienes un segundo a pensarlo. Vas a picar el enlace al reportaje cuando entra otra notificación. Facebook, Diario Marca: “Minuto a minuto City vs Madrid: transmisión de lo mejor del partido…”. ¡Ya es la una de la tarde! No has terminado el informe que tienes que entregar a las dos. Apagas las notificaciones del teléfono para evitar más distracciones, pones el partido como ruido de fondo y vuelves a enfocarte en el trabajo.

—¿Quién trae lo de los migrantes localizados? ¿Ya llegaron los videos desde San Luis Potosí? Quiero que sea lo primero que publiquemos después del partido—grita la jefa de la sección Nacional mientras calienta su comida en el microondas estratégicamente colocado al fondo de la Redacción.

El olor a plástico y guisados recalentados inunda la sala mientras el sonido de las teclas se mezcla con el de los cubiertos y los murmullos de conversaciones.

—¡Gol! ¡Gol del Manchester!

Entre injurias y festejos, los tecleos en la sección de deportes se intensifican. Con la atención dividida entre los noticiarios televisivos vespertinos, la transmisión de la semifinal, la señal en vivo del Popocatépetl y las notificaciones del correo electrónico, la hora de la comida pasa casi desapercibida para los periodistas.

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El carácter apresurado de la noticia, derivado del imperativo de dar a conocer cierta información con prontitud, se puede encontrar desde tiempos homéricos. Así, en la Ilíada, Iris, quien desempeña el papel de mensajera de los dioses, es descrita en términos de su velocidad. Un claro ejemplo de esto lo encontramos cuando Zeus la envía a que acuda ante Poseidón para exigirle que se retire del combate:

“Anda ve, veloz Iris, a anunciarle al soberano Poseidón
todo esto, y no seas mensajera de mentiras.”
(Hom. Il. XV: 158-159).

Y encontramos otro ejemplo más cuando Homero describe el momento en que la diosa anuncia que la guerra ya ha estallado:

“Ante los troyanos llegó como mensajera la ágil Iris, de pies como el viento,
de parte de Zeus, portador de la égida, con la dolorosa noticia.”
(Hom. Il. II: 786-787).

La urgencia de dar a conocer cierta información lo más pronto posible puede responder a diversas situaciones que pueden ir desde la necesidad de poner en alerta a un individuo o una población respecto de algo, —una guerra, una enfermedad, un desastre natural— hasta el hecho de informar sobre decisiones que atañen a un grupo de personas, como pueden ser leyes, decretos, informes financieros, etc. Sin embargo, los avances tecnológicos han convertido a ese lo más pronto posible en un al instante mismo, inalcanzable para la diosa mensajera pero exigido para los simples humanos.

La aceleración de procesos no es algo exclusivo a la producción y consumo de noticias, muy al contrario, es un fenómeno generalizado que ha afectado y sigue afectando a una gran parte de nuestros procesos sociales. Las transformaciones derivadas de las revoluciones industriales —consideradas el germen de la aceleración— fueron motivo, desde mediados del siglo XIX, de reflexiones y advertencias de diversos intelectuales que veían en las cambiantes metrópolis el rostro de la modernidad. Así, Baudelaire, con una mezcla de fascinación y desprecio, describía el carácter efímero de las calles parisinas en su poema El Cisne:

“El viejo París terminó (la forma de una ciudad
Cambia más rápido, ¡ah!, que el corazón de un mortal)”
—A una transeúnte, en “Las Flores del Mal”.

Londres, otra de las principales metrópolis europeas, fue motivo de análisis de Charles Dickens (2009), quien la describe así en Escenas de la vida de Londres por “Boz”:

“El aspecto que presentan las calles de Londres una hora antes del amanecer, en una mañana de verano, es más sorprendente incluso para los pocos cuyas desafortunadas búsquedas de placer, o apenas menos desafortunadas búsquedas de negocios, les hacen familiarizarse bien con la escena. Hay un aire de desolación fría y solitaria alrededor de las calles silenciosas que estamos acostumbrados a ver atestadas otras veces por una multitud ocupada y ansiosa, y sobre los edificios silenciosos y cerrados, que durante todo el día bullen de vida y bullicio, eso es muy impresionante.”

Sin embargo, una de las advertencias más implacables llegó de la mano de Marx y Engels cuando anunciaron en su Manifiesto comunista:

Los continuos cambios en la producción, el incesante sacudimiento de todas las relaciones sociales, la eterna incertidumbre y agitación, destacan a la época burguesa entre todas las anteriores. […] Todo lo establecido se va desvaneciendo; todo lo sacro es profanado, y los hombres se ven finalmente obligados a contemplar sus condiciones de vida y sus relaciones recíprocas en toda su desnudez. (Marx y Engels, 1984:10).

Así, plasmado en las reflexiones de los autores, podemos ver el carácter cambiante, ansioso, bullicioso, incesante, incierto y agitado de la metrópoli y de la modernidad. Con el paso de los años estas características no sólo han extendido sus raíces sino que se han visto exacerbadas a niveles insospechados. En la actualidad, el fenómeno de aceleración social es motivo de análisis y discusión por varios autores y desde diversas corrientes. De acuerdo con Hartmut Rosa (2016), no podemos hablar de un único proceso de aceleración social, debemos pensar el concepto como la conjunción de una gama de fenómenos que se pueden clasificar en tres categorías: aceleración tecnológica, aceleración del cambio social y aceleración del ritmo de vida. Rosa, uniéndose a la serie de pensadores que nos han advertido sobre los efectos de la aceleración, señala que ésta debe cobrar especial relevancia para la filosofía social en tanto que es necesaria para el análisis de las condiciones normativas, la calidad y las patologías potenciales de la vida moderna. Y hace hincapié en la importancia de la relación entre aceleración y subjetivación:

“[…] el régimen de aceleración de la modernidad transforma nuestra relación con el mundo como tal, es decir, con nuestros congéneres humanos y con la sociedad (el mundo social), con el espacio y con el tiempo, y también con la naturaleza y el mundo de los objetos inanimados (el mundo objetivo), y de esta manera, en última instancia, la aceleración transforma las formas de la subjetividad humana (el mundo subjetivo) y también de nuestro estar en el mundo.” (Rosa, 2006: 72).

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Zapateas inquietamente mientras esperas que el repartidor de Uber llegue con tu pedido fast food ​​—arroz frito, pollo agridulce y un par de rollos primavera— , y esperas que no te pidan nada de último momento. Revisas insistentemente la ruta del repartidor y te preguntas por qué lleva cinco minutos parado en el mismo sitio. ¡Tin! NMás en Twitter: “Bloquean Insurgentes y Tlalpan, en ambos carriles, por falta de agua”. ¡Tin! Foro_TV: “Bloquean la Avenida Tlalpan para denunciar falta de agua. Sigue la señal en vivo…”

He ahí la explicación. Suspiras con exasperación, abres un paquete de galletas y te pones a scrollear en Instagram para… matar el tiempo.

—¿Por qué no estamos en vivo? ¿dónde está la reportera?

—Hay mucho tráfico, dice que llega en cinco minutos.

—¡Obviamente hay mucho tráfico! Para eso se hace un bloqueo. ¿Para qué les compramos las motos si aun así no iban a llegar a tiempo? Dile que la quiero al aire en dos minutos. Prepara la publicación en redes.

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Como lo señala Deleuze en su Tomo III del Curso sobre Foucault, fueron los griegos quienes:

“plegaron la fuerza sobre sí misma, la relacionaron consigo misma, relacionaron la fuerza con la fuerza. En otros términos, doblaron la fuerza y, por eso mismo, constituyeron un sujeto, inventaron un adentro de la fuerza. El afecto de sí por sí mismo. Los griegos inventaron el doblez plegando, replegando la fuerza, o inventaron la subjetividad, o incluso la interioridad.” (Deleuze, 1986: 100).

Es a través de este pliegue con el afuera, en el que la fuerza se afecta a sí misma, que el hombre es capaz de gobernarse a sí mismo y “gobernarse a sí mismo es el arte de sí, o es la relación con uno mismo, o si prefieren es la subjetivación”. Ahora, la subjetivación, al relacionarse con los ejes del saber y del poder, se mantiene entablando constantemente, ya sea compromisos u oposiciones con éstos, y por ende, se encuentra en un incesante renacer. El poder y el saber buscan permanentemente hacerse de la subjetivación.

Una de las formas en la que este juego de relaciones se materializa es en los efectos que la aceleración social genera en la subjetivación. La aceleración del proceso de comunicación, estrechamente ligado con el incesante avance tecnológico, ha modificado completamente la forma en que adquirimos información y, en específico, la forma en que adquirimos información noticiosa. Así, el imperio del instante mismo informativo ha y sigue provocando profundos efectos a nivel subjetivo.

Uno de los efectos lo advertía ya hace algunos años Benjamin en su ensayo sobre el narrador (2008): “Es cada vez más raro encontrar a alguien capaz de narrar algo con probidad. Con creciente frecuencia se asiste al embarazo extendiéndose por la tertulia cuando se deja oír el deseo de escuchar una historia. Diríase que una facultad que nos pareciera inalienable, la más segura entre las seguras, nos está siendo retirada: la facultad de intercambiar experiencias.” Por lo que, para Benjamin, bastaba con echar una mirada a los periódicos para corroborar esta disminución de experiencia. Y lo hizo aún más explícito en su texto, Sobre algunos temas en Baudelaire, cuando señaló que

El periódico representa uno de los muchos indicios de esa disminución. Si la Prensa se hubiese propuesto que el lector haga suyas las informaciones como parte de su propia experiencia, no conseguiría su objetivo. Pero su intención es la inversa y desde luego la consigue. Consiste en impermeabilizar los acontecimientos frente al ámbito en que pudiera hallarse la experiencia del lector. Los principios fundamentales de la información periodística (curiosidad, brevedad, fácil comprensión y sobre todo desconexión de las noticias entre sí) contribuyen al éxito igual que la compaginación y una cierta conducta lingüística. (Benjamin, 1972: 127).

Si esto era cierto cuando Benjamin lo escribió en 1939, hoy en día está más vigente que nunca. Las nuevas tecnologías puestas al servicio del periodismo y el imperio del instante mismo, han provocado una avalancha informativa sin precedentes. Cada minuto se publican 350,000 tweets, es decir 500 millones cada día, 200 mil millones de tweets al año. Si bien no todos esos tweets son de información noticiosa-periodística, el dato sirve para dar una idea de la cantidad de información aislada, sin sentido, sin forma, sin experiencia, que se consume todos los días. Ya lo señalaba Benjamin en Experiencia y pobreza: “Hemos ido entregando una porción tras otra de la herencia de la humanidad, con frecuencia teniendo que dejarla en la casa de empeño por cien veces menos de su valor para que nos adelanten la pequeña moneda de lo “actual”.” (Benjamin, 1989: 173).

La pobreza de experiencia, esa incapacidad de transmitir experiencia comunicable, de apropiarse de las vivencias para, a su vez, hacer relación con uno mismo y con el otro (el mundo), genera una ruptura del pasado con el presente, aliena a los individuos en la repetición del instante inconexo y los deja angustiados, sin vínculos a los que asirse, a la deriva en un mar de información.

Aunado a esta pobreza de experiencia, el imperio del instante, en estrecha relación con la mercantilización del tiempo y de la información ha instaurado una dinámica de producción noticiosa 24/7. Cadenas radiofónicas, televisivas y ahora, por supuesto, el periodismo web y su inigualable compinche —las redes sociales— mantienen una cadena de producción incesante que no solo mantiene a los periodistas en una eterna vigilia, sino que provoca un estado de hipercomunicación desinformativa tanto en el individuo como en la sociedad.

La masa informativa conformada por textos, audios, fotos, imágenes, videos, animaciones, gráficas, hipervínculos, etc, y dispuesta en notas, crónicas, entrevistas, reportajes, reportajes especiales y artículos de opinión ha dejado de lado su carácter informativo y, en su exceso, ha pasado a ser una masa amorfa y desbordante. Esta masa no solo genera la antes mencionada pobreza de experiencia sino que, además, satura los sentidos y parece mantener al sujeto en un perpetuo condicionamiento de aversión —al estilo de Kubrick en Naranja Mecánica— en el que la exposición constante a estímulos conduce a un estado de aturdimiento continuo. Así, bajo el engaño de una conexión y acción social derivada de “estar bien informado” en realidad, nos encontramos en constante estado de, como lo plantean Merton y Lazersfeld, disfunción narcotizante. Bajo esta disyunción el individuo: “Se preocupa. Está informado. Y tiene toda clase de ideas en cuanto a lo que debiera hacerse, pero después de hacer cenado, después de haber escuchado sus programas favoritos de la radio y tras haber leído el segundo periódico del día, es hora ya de acostarse.” (Merton y Lazersfeld, 1992: 248).

Además, al sumar el carácter apremiante de las noticias al fenómeno de aceleración social y tecnológica, nos encontramos con un formato de noticias fragmentario y reducido al tiempo y espacio mínimos. Doscientos ochenta caracteres en un tweet, videos de uno a tres minutos, investigaciones de meses o años reducidas a un par de páginas. La superficialización y sensacionalización de la información noticiosa se suma, en la competencia por la atención del consumidor, al imperativo del entretenimiento de la modernidad. Así, en el afán de producir información atractiva, los medios de comunicación se suman a la creación de la, denominada por Michel Serres en su libro Mal Propio, basura blanda. Basura blanda definida como “[…] tsunamis de escritura, signos, imágenes y logotipos que inundan las zonas rurales, espacios cívicos, públicos, naturales y paisajísticos con su publicidad.”iii Así, la basura noticiosa invade el espacio digital marcando puntualmente el ritmo y la agenda de los temas a abordar, —ya sean estos de carácter político-económico o de entretenimiento— y atrofian, o incluso imposibilitan, la creación de juicios propios.

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Tras una última aspirada al cigarrillo, el reportero deja caer la colilla al piso y suspira profundamente. Un minuto de tranquilidad. Mañana le toca guardia nocturna. ¡Tin! Ignora momentáneamente el mensaje. ¡Tin, tin! Aprieta los dientes mientras saca su celular. Tres mensajes de la jefa de sección:

Acaban de pasar la alerta volcánica a Amarillo Fase 3.
Te toca quedarte a cubrir la conferencia de prensa.
No te vayas hasta que te de indicaciones.

—Solo eso faltaba, maldita sea. Ahora sí mañana les renuncio, a ver quién les cubre sus… — continuó refunfuñando mientras prendía otro cigarrillo. No renunció al día siguiente, ni al que le sigue.

Exhausto, llegas a casa, te quitas los zapatos y te dejas caer en el sillón. Revisas el celular: 16 notificaciones en WhatsApp. Tu corazón se acelera y ruegas que no sean mensajes del trabajo. Respiras aliviado al ver que son de tu grupo de amigos. Abres la conversación y encuentras siete mensajes, dos fotos, cuatro memes, un video y dos enlaces, todos del mismo tema: El semáforo de alerta volcánica se elevó a Amarillo Fase 3. Buscas en YouTube la transmisión en vivo del volcán mientras revisas todas tus redes sociales y empiezas, tú también, a compartir fotos, enlaces, videos y memes. Te terminas durmiendo hasta la una de la mañana.

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Bajo el inexorable mandato del Rey Cronos, el carácter apresurado de la noticia y sus principios fundamentales (brevedad, fácil lectura y concretud), al verse inmersos en el proceso de aceleración social propio de la sociedad capitalista, se han visto exacerbados hasta el punto del instante mismo y la expresión mínima. Las noticias que se leen con un breve vistazo al smartphone o el smartwatch, se venden como “el futuro del periodismo” y la producción masiva de información inunda los espacios digitales. En este panorama de producción y consumo acelerado y esquizofrénico de información, los procesos de subjetivación se han encontrado con nuevos pliegues, repliegues y despliegues del afuera. Entre los efectos subjetivos que genera esta aceleración informativa, se encuentra el impedimento de la transmisión de experiencia, que provoca una desconexión alienante entre pasado y presente. Además, la excesiva masa informativa satura los sentidos y deja a individuos y sociedades en un estado de disfunción narcotizante, y la basura comunicacional, que marca las agendas públicas, atrofia la capacidad de análisis y creación de juicios propios de los sujetos.


Referencias

i Traducción propia.

ii La individuación, como lo plantea Simondon en La individuación a la luz de las nociones de forma y de información: “corresponde a la aparición de fases en el ser que son las fases del ser, no es una consecuencia depositada al borde del devenir y aislada, sino que es esta misma operación consumándose; sólo podemos comprenderla a partir de esta sobresaturación inicial del ser homogéneo y sin devenir que enseguida se estructura y deviene, haciendo aparecer individuo y medio según el devenir, que es una resolución de las tensiones primeras y una conservación de dichas tensiones bajo forma de estructura”.

iii Traducción propia.

Baudelaire, Charles, de los proyectos Wikimedia, C. (2008, April 11). El reloj (Las flores del mal). Wikisource.org; Wikimedia Foundation, Inc. https://es.wikisource.org/wiki/El_reloj_(Las_flores_del_mal).

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Dickens, Charles, Escenas de la vida de Londres por Boz. Abada, 2009.

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Le Goff, Jacques, Tiempo, trabajo y cultura en el Occidente Medieval, Taurus Ediciones, 1983.

Marx, Karl, y Engels, Friedrich, Manifiesto comunista, Babel, 1948.

Mowshowitz, A., On the market value of information commodities. I. The nature of information and information commodities. Journal of the American Society for Information Science. American Society for Information Science, 43(3), 225–232. https://doi.org/10.1002/(sici)1097-4571(199204)43:3<225::aid-asi4>3.0.co;2-4, 1992.

Rosa, Hartmut, Alienación y aceleración Hacia una teoría crítica de la temporalidad en la modernidad tardía, Katz Editores, 2016.

Serres, Michel, Le mal propre : polluer pour s’approprier?, Le Pommier, 2018.

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Castro Merrifield, F., Habitar en la época técnica. Heidegger y su recepción contemporánea, Plaza y Valdés Editores, Universidad Iberoamericana, 2008.

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Lewis, S., Public Information: News and Writing in Ancient Greece. Hermathena, 152(Summer 1992), 5–20, 1922.

Park, R. E., The Natural History of the Newspaper. American Journal of Sociology, 29(3), 273–289, 1923.

Anaís Pereda

Periodista mexicana, egresada de la maestría en Edición, producción y nuevas tecnologías periodísticas de la Universidad CEU San Pablo en Madrid y licenciada en Periodismo por la Escuela Carlos Septién García. Actualmente estudia el doctorado en Saberes sobre Subjetividad y Violencia en el Colegio de Saberes.