El archivista contrariado

Carlos Fabián Gómez Navarrete

Para comenzar, en Mal de archivo, Derrida da lugar al exergo como un juego con la cita, del cual se dispone para instituir la dirección de un texto. Se trata de una cita antes de comenzar, una referencia que funda el texto y propicia su orientación desde fuera. Por tratarse de una cita, un enunciado proveniente de otro texto, el exergo es parte del texto y al mismo tiempo no lo es. Se trata de un elemento exterior incorporado, aunque mantiene hasta cierto punto su exterioridad. Se trata, por otra parte, de una cuestión económica, un almacenaje de capital para disponer de él en la instauración de la ley del archivo.i

Si fuera necesario colocar un exergo en el presente texto, sería el siguiente: “No se tiene otra impresión sino que tales hechos de la infancia son de alguna manera necesarios, pertenecen al patrimonio indispensable de la neurosis.”ii

Elijo esta frase deliberadamente, a sabiendas de la presión que ejerce sobre mis palabras a partir de ahora y durante las siguientes páginas, pero estoy dispuesto a asumir los efectos colaterales de una ordenación y un establecimiento de la ley necesarios para elaborar cualquier trabajo teórico que se precie de cumplir con los estándares de veracidad requeridos para ser considerado serio, digno de ser citado por otros en un exergo, quizá, en un futuro. Al mismo tiempo, puedo identificar con claridad estas pretensiones como ajenas a mí. Me toman por sorpresa, me sorprendo situando una meta para mi escritura de antemano, aún sin haber concluido, ni siquiera, el segundo párrafo. Me aparto de semejante pretensión de seriedad, pero, aunque me resulta radicalmente extraña e insidiosa, brota de mí como cualquiera de mis más genuinos anhelos.

Este exergo, esta frase, se encuentra en una conferencia de Freud y, como ocurre a menudo, quizá su relación como exergo con el texto subsiguiente, es opaca en un comienzo. La extraje de un fragmento de sus conferencias donde habla sobre las fantasías originarias. Freud se confiesa asombrado por su frecuente emergencia en los análisis y se pregunta por el origen de las mismas. El interés por este tema, de acuerdo con Laplanche y Pontalis,iii encuentra su lugar en la obra freudiana para responder a un debate sobre los alcances del análisis para aportar respuestas al origen de la neurosis y sobre la vida fantasmática en general. Dichas fantasías serían recursos subjetivos para explicarse el origen de la sexualidad en el caso de la fantasía de seducción, el origen de la diferencia de los sexos respecto de la fantasía de castración y el origen del sujeto cuando se trata de la escena originaria. A propósito de esta última, dichos autores señalan que Freud, contra las tesis de Jung, desea mantener la idea de esta fantasía como perteneciente “al pasado (ontogenético o filogenético) del individuo y constituye un acontecimiento que puede ser del orden del mito, pero que está ya allí, antes de toda significación aportada posteriormente.”iv Además de aportarle un recurso para diferenciar su teoría de la de su antiguo colaborador, establecer que las fantasías originarias constituyen una herencia filogenética, permite a Freud pensar no solamente en la fantasía de los orígenes a nivel individual, sino en ligar la neurosis con la historia de la humanidad. Aquello con lo cual los neuróticos fantasean, consiste en un “patrimonio indispensable” y fue en experimentado por la humanidad en tiempos originarios.v De este modo, la neurosis encontraría nexos con el vivenciar de los antepasados, herencia cuyo alcance se extiende, por mucho, más allá de su historia familiar particular. Esta explicación contiene, en sí misma, un mito acerca de los “tiempos originarios” de la humanidad y resulta ser una pieza importante para relacionar el origen de las neurosis con la sexualidad infantil. Y no solamente eso, también da a las neurosis el estatuto de una subjetividad inserta en lo histórico, donde el pasado muy anterior retorna como formación de compromiso en el malestar actual. Dicha fantasía, por tanto, resulta ser un mito fundacional para dar orientación a la temporalidad de la neurosis.

Si a estas alturas del texto volvemos a leer el exergo, quizá se haya aclarado parcialmente el motivo de su elección. Sin embargo, conforme el transcurrir de los párrafos, al releerlo podremos entenderlo distinto o poner mayor énfasis en diversos aspectos. A pesar de tratarse del mismo enunciado, puede mostrar relaciones múltiples con el texto y romper la univocidad que le suponemos como cita inaugural. La primera vez, como ya está escrito, resalta la relación entre fantasía-originaria-mito-fundacional-exergo. Pero ahora, que apelo a una relectura, podría insistir sobre su función para hacer una ley. Entonces señalaría el comienzo de la frase, escrita de modo impersonal. No es Freud quien está seguro sobre lo dicho, más bien su afirmación excede su persona. Podría tratarse del “psicoanálisis” como conjunto teórico o de los psicoanalistas como grupo que comparte una idea. De cualquier modo, este impersonal configura una ley a la cual debemos estar atentos para seguir su argumentación.

Si bien existen conceptos teóricos sin los cuales pareciera imposible pensar el psicoanálisis, tampoco tienen un lugar estático ni existe una explicación oficial adecuada para ponerlos a funcionar en el pensamiento. Éstos se transforman y transforman la práctica analítica conforme son interpelados por otros saberes o escuelas. Aquí reside una diferencia sustancial entre distintos modos de pensar los fundamentos del psicoanálisis, sus objetivos y alcances. Por ejemplo, si simplemente asumiéramos como cierta la propuesta freudiana sobre la fantasía originaria, nos veríamos obligados a excluir de la teoría los elementos que la contradijeran y buscaríamos corroborarla en la escucha de cada caso. Eso ocurriría, pues, en el caso de tomarla como una ley a la cual debamos apegarnos por su veracidad. Sin embargo, aún en su estatuto de ley podríamos estar al tanto de su condición ficcional. Las modificaciones introducidas por él en su obra responden al surgimiento de nuevas preguntas conforme su investigación avanza, por la necesidad de explicarse lo que acontece en la práctica o por la voluntad e incorporar en ella pensamientos de otros analistas. En ese sentido, conviene retomar la propuesta de Le Poulichet, quien le devuelve su potencia a la teoría y amplía la reflexión sobre ella. Como señala, las ficciones teóricas posibilitan que la escucha del analista y la palabra del analizante se transformen, al permitir que durante su(s) encuentro(s) se articule una temporalidad particular de ese análisis;vi renovación pulsante de la transferencia que moviliza lo inconsciente. Tal como ella propone, en los tiempos del análisis, donde emerge la fantasía primordial, ésta se desfigura y se recorre, y en sus nuevas formulaciones ensancha la narración. Se trata, pues, de una función que ronda los márgenes del entramado temporal y posibilita nuevas escrituras de la historia desde el presente mediante el aprés coup, cuyo otro polo es el del sujeto; pregunta que emerge en la resistencia al sentido cuando un significante resuena en el instante de su pronunciación.vii El origen es un vacío por fuera del tiempo. Se trata de una interpretación del comienzo, lo cual constituye la historia no como lo vivido o el pasado, sino como una composición donde, cuando algo nuevo se inscribe, el origen se recompone simultáneamente.viii Algo nuevo ocurre en esta lectura de la obra freudiana, donde se traiciona su sentido y a la vez se conserva, pero lo “original” se pierde.

Aquí conviene señalar, nuevamente y cuantas veces sea necesario, el valor particular del exergo para este desarrollo textual. La escena primordial resulta ser una explicación sobre los orígenes, un mito fundacional y un vacío extemporal cuya función es reinventarse una y otra vez para hacer de soporte a la historia del sujeto, de un sujeto inserto en una historia a la cual proclama suya. Sin embargo, aun cuando me ha dado oportunidad de redundar en algunas de las cuestiones sobre las cuales quiero llamar la atención, el exergo propuesto aun no agota su contribución en cuanto tal. Esta vez la lectura puede recaer sobre la palabra “patrimonio”. Para Freud, la fantasía originaria guarda una relación con el padre y el complejo de castración, tal como lo explica a propósito del sueño del “hombre de los lobos”. Su reflexión gravita en torno al erotismo anal y a los modos cómo se simboliza la identificación del sujeto con diversos elementos de la escena observada. En la identificación activa, en el lugar del padre, éste deviene obstáculo. En la identificación pasiva, en el lugar de la madre, se trata de hacerse amar por el padre, de modo que la madre termina sobrando. La satisfacción edípica deriva en la pérdida del pene, ya sea que se trate de una consecuencia o de una premisa.ix Se trata de identificaciones que posibilitan la articulación de una escena fantasmática como soporte de la realidad psíquica. Otra consecuencia de dicha simbolización sería la sublimación de las pulsiones homosexuales, dispuestas para la amistad y el sentimiento comunitario. De acuerdo a Freud, este sería un impasse de difícil tramitación para la psicosis; al obstruirse la identificación con el padre (homosexual); las pulsiones ligadas a ésta se retraen al narcisismo. Para pensar este fragmento de su teoría, Freud se basa en el texto del presidente Schreber.x

Este caso ha sido considerado, en la tradición de escritura del psicoanálisis, como paradigmático a la hora de buscar asideros estables para la comprensión de la psicosis. Después de la interpretación freudiana sigue un entretejido considerable de textos destinados a ampliar dicha interpretación, ya sea refutándola, confirmándola o encontrando caminos inéditos a partir de ella. De cualquier manera, entre tantos textos producidos a propósito de sus memorias, se hace explícito cómo éstos configuran una ficción sobre el personaje y su vida. Se ha puesto mayor acento en la relación con su padre, a quien se sitúa entre el reconocimiento social y un aura de tirano cruel. Puesto que el capítulo de las memorias donde Schreber hablaba explícitamente de su familia fue suprimido por el editor, no contamos con elementos de primera mano para saber sobre él. Muchos psicoanalistas han investigado sus libros publicados, donde se ve una serie de artefactos construidos por él para corregir la postura o eliminar hábitos “indeseables” por su estricta moral, para afirmar que sometió a Daniel Paul a un maltrato tan brutal que esa sería la causa inequívoca de su locura. Por tratarse de un dato desconocido, la mayoría de las lecturas se han realizado sobre el texto de sus memorias, es decir; leyendo en su relación con Dios la que tenía con su padre, Freud mismo en primer lugar. Sin embargo, las construcciones posteriores cambian el paradigma a propósito de lo simbólico para aproximarse a una interpretación de orden sociológico. Por ejemplo, Schatzmann, quien utiliza con mayor soltura su creatividad, emparenta las ideas de Schreber padre con las de Hitler.xi Quizá no sea tan sorprendente el parecido entre el modo de pensar de ambos personajes si se toma en cuenta que compartieron un contexto histórico y geográfico específicos, pero la lectura de este autor prescinde de una distancia prudente entre su propio contexto y el de los textos leídos. En consecuencia, denuncia como abusos unas prácticas educativas o ideologías que no eran tan extrañas en su lugar de procedencia como le resultan a él.xii

Sería vano intentar reconstruir sobre la veracidad de dichos argumentos. Mi intención, más bien, es señalar el riesgo que corremos al intentar descifrar lo acontecido “realmente” pero que no se encuentra escrito en el texto. Aun cuando pudiera tener algún fundamento, esta explicación tan sólida sobre el caso delata su función para el archivo: con ella se aclara sobre el misterio que comportaba la psicosis de Schreber en tanto se realiza una interpretación sobre su origen. Esta ingeniosa construcción se configura a partir de un mecanismo, el cual, quizá ya a estas alturas, resulte conocido. Se trata, ni más ni menos, del exergo. Un exergo a propósito de la tiranía y la locura, el sometimiento y la feminización, o sobre la persecución y la disciplina. En suma, una relación “anómala”, traumática, con el padre. Ha sido utilizado de manera tan magistral, que de pronto me da envidia y quisiera borrar lo que llevo escrito para comenzar otra vez, esta vez poniendo mayor empeño en mis afirmaciones. Sin embargo, otra parte de mí, de manera simultánea, advierte como vanos esos esfuerzos y los considera, inclusive, un gasto inútil.xiii Me tiento el corazón y me confieso partícipe de los mismos excesos a la hora de aproximarme a la historia y la teoría del psicoanálisis por desconocimiento de otros modos de hacerlo. Seguramente todo lo teorizado sobre Schreber y su padre lleva algo de verdad, pero me opongo a situarlo como una explicación del origen, con la salvedad de dar cuenta simultáneamente sobre el carácter ficcional de mi premisa. Puedo consentir y participar de ello mientras sepa que cumple las funciones de un mito, mientras le asigne el lugar de una explicación provisional. De otro modo, ¿quién podría asegurar haber descubierto los orígenes de la psicosis cuando es, precisamente, lo que más resiste a las explicaciones?

A propósito de la psicosis, ahora se esclarece su importancia para este texto. Inicialmente, conforme al estricto seguimiento del exergo, debía tratar sobre la neurosis, la escena primordial y la historia. Me recrimino porque el flujo de mis pensamientos ha traicionado, como sin quererlo, mi propósito inicial y las reglas de la buena redacción. Aunque, por otra parte, algo de esta inercia silenciosa ha llamado mi atención y ya no puedo ignorar la curiosidad: ¿Porqué, precisamente, la psicosis? Ahora, decía, se esclarece su importancia para este texto, en tanto debía ser aquello que se dejara de fuera para la fundación del archivo. Una vez situada la frase de Freud en el lugar indicado, instaura una ley sobre las neurosis y su relación con la cultura, da orden para constituir y articular un origen. Si el exergo, como afirmación general, que no deja lugar a dudas, sitúa un punto de partida para pensar sobre las neurosis y la historia inscribiéndolas en la tradición de una herencia de la fantasía, si los síntomas neuróticos derivan de las experiencias arcaicas de la humanidad, ¿cuál es el lugar para las psicosis en relación con la historia?

Una vez realizada esta pregunta, me encuentro perplejo, sin saber hacia dónde moverme. Sospecho sobre aquello (¿frente?) a mí, parece insistir con una fuerza inusitada, como si Ananké lo impusiera inevitablementexiv a partir de haber fijado mi atención en ello. Una breve reflexión me lleva a reconsiderar el texto de Derrida, cuando señala cómo a Freud le resultará imposible dejar fuera de su pensamiento la pulsión de muerte una vez que le ha puesto nombre. Reconfigura su modo de pensar la economía libidinal para dar lugar a esa misteriosa pulsión destructiva cuyo trabajo es silencioso y continuo, como si al escuchar música advirtiera de repente la vibración del bajo en sus entrañas y no pudiera resistir más a su ritmo acompasado. Pero, señala Freud, ese algo hace falta ubicarlo más allá.xv Derrida descifra el misterio de la intervención de la pulsión de muerte en el archivo: ésta “destruye su archivo por adelantado, como si fuera ésta en verdad la motivación misma de su movimiento más propio.”xvi Me pregunto si la psicosis tiende a la destrucción de su propio archivo por ser esa su manifestación más genuina o si dicha tendencia mortífera es el resultado de haberla dejado fuera de la archivación al colocar un exergo donde no es mencionada.

Freud plantea que la psicosis se articula en función de una defensa particular, el rechazo de una representación inconciliable con el yo. Enmarcada en el contexto de una explicación a partir del uso patológico de la defensa, esta frase encuentra su sentido al relacionarse con una denegación de la creencia de una vivencia. El delirio reconstruye la realidad sin el elemento rechazado y el yo sufre una alteración.xvii Ahí donde la represión permitiría la construcción de una historia biográfica a donde lo reprimido retorne, en la psicosis se desmiente la existencia de la representación perturbadora. Por tanto, el rechazo de la representación insidiosa para el yo tiene como efecto la desarticulación de la historia biográfica y una relación con la temporalidad diversa a la neurótica, pues no consiste en una subjetivación movilizada por el retorno de lo reprimido con el ideal en el horizonte, sino en una reiteración delirante sobre el yo, el cual se engrandece o empequeñece. Lo acontecido no deja huella y el tiempo se tuerce en un presente que redunda sobre sí mismo. La noción de rechazo resulta próxima al triunfo de la pulsión de muerte.

En el caso de Lacan, quien en el seminario Las psicosis y textos relacionados, se dedica, sobre todo, a pensar la relación de dichas estructuras con el lenguaje, retoma la propuesta freudiana del rechazo para nombrarla forclusión; esto es, la no inscripción del significante del nombre-del-padre. Cuando entra en detalle a propósito de la misma, se remonta a la lectura de Hyppolite sobre el texto freudiano de La negación y la aplica al famoso sueño del “hombre de los lobos”, el cual remite precisamente a la fantasía originaria.xviii En su texto, Freud considera el juicio adverso como un sustituto intelectual de la represión, sirve al pensamiento para admitir en la consciencia el contenido de una representación sin su componente afectivo. En un sentido más general, el juicio se ocupa de atribuir o retirar una cualidad a una cosa, o de admitir o impugnar la existencia de una representación en la realidad. El yo-placer inicial se constituye a partir del juicio de atribución, gracias al cual el yo se identifica a lo bueno y el no-yo se identifica con lo malo. Tras la pérdida del objeto satisfactor, puede establecerse un yo-realidad definitivo, vinculado al juicio de existencia, gracias al cual es posible la representación (ausencia del objeto) y su comparación con la realidad. Este proceso articula el pensamiento, con el juicio para determinar el actuar en la búsqueda del rencuentro con el objeto perdido. Sin embargo, la representación nunca coincidirá cabalmente con la realidad.xix Hyppolite, por su parte, destaca en el texto de Freud la importancia del símbolo y cómo éste se alcanza por la vía de una afirmación primordial (Bejahung) que funda un exterior. El sujeto se constituye por la vía de la negación, señalando lo que no es, para después negar esa negación. El texto de Hyppolite se remonta a Hegel, para quien “el sujeto no es una unidad y la verdad radica en la negatividad de ser otro en sí mismo.”xx Lacan retoma el diálogo con Hyppolite para decir que lo afectivo en el escrito de Freud es una simbolización primordial que conserva sus efectos en la estructuración intelectual “hecha para traducir bajo forma de desconocimiento lo que esa primera simbolización debe a la muerte.”xxi Después lo sigue respecto al “hombre de los lobos”: señala la imposibilidad con la cual se encontró de aceptar la realidad genital sin la amenaza de castración y la consecuente forclusión, es decir; el juicio de existencia falla en la simbolización del falo en tanto implica su ausencia. Continúa: la forclusión es lo que se opone a la Bejahung “y constituye como tal lo que es expulsado (…), aquello que no volverá a encontrarse en su historia, si se designa con ese nombre el lugar donde lo reprimido viene a reaparecer.”xxii

Por esta vía, descubro que la psicosis implica lo rechazado de la archivación en la relación de la neurosis con la historia y la constitución del mito, pues es justamente el fundamento de la neurosis lo rechazado para la constitución de su estructura. Para Lacan la historia es un lugar a donde puede retornar lo reprimido, como en el archivo cuando se elige inscribir una cosa y otra no. Pero, en el caso de la forclusión, se trata de un rechazo sin retorno; la historia como lugar dónde albergarlo queda puesta en entredicho. Con la forclusión es posible considerar que la psicosis tiende a la destrucción de su propio archivo.

Sin embargo, esto aún plantea algunas cuestiones. Si la psicosis resulta ser el uno-de-menos, ¿qué es lo que resulta amenazante de ella? ¿Su tendencia a la destrucción, si seguimos la propuesta de la forclusión, justifica ese lugar?

Para responder retomaré tres elementos que se desprenden de la propuesta de Lacan durante el seminario 3:

  • El primero: mientras para Freud la realidad no es algo dado, sino susceptible de ser perdido, él señala el nivel de la “síntesis subjetiva” como el lugar donde ocurren “todo tipo de paradojas”xxiii, las cuales demuestran que no habría una realidad objetiva para ser comparada con lo percibido. Mas bien, lo percibido cambia al sujeto; es aquél y no el pensamiento lo que Lacan subordina al significante.xxiv La forclusión, por tanto, trae como consecuencia principal una relación diversa con el lenguaje.

Los fenómenos en torno a la significación, se trate de la intuición o de la fórmula, son las características estructurales del discurso que permiten reconocer un delirio.xxv Así comprueba también cómo la alucinación se encuentra subordinada al significante, aun cuando retorna en lo real.xxvi Dicha relación diversa con el lenguaje es planteada por Lacan a propósito de la palabra y el lenguaje. La primera destaca por ser el recurso del sujeto para el reconocimiento de su deseo. Con estos elementos, Philippe Julien propone una nueva nosografía válida para un determinado contexto, que va de 1953 (Discurso de Roma) a 1956 (Las psicosis) aproximadamente. Se trata de la distinción entre la locura, la neurosis y el hombre moderno y esta categorización se encuentra determinada por la manera en que podrían, o no, articularse dialécticamente palabra y lenguaje. En el caso de la locura, “la que llamamos locura desde siempre”,xxvii se trata de un sujeto que “está en el lenguaje pero no habla, si se entiende por ello el intento de hacerse reconocer por y en la propia lengua.”xxviii En la neurosis, por el retorno de lo reprimido, palabra y lenguaje se articulan en una relación dialéctica. Para el caso del hombre moderno, “Lacan adopta un acento típicamente heideggerianoxxix cuando lo sitúa en una disyuntiva: o palabra o lenguaje. Se trata del hombre confrontado con el discurso de la ciencia, un lenguaje sin sujeto cuya función sería la ocultación del sentido de la existencia. Cuando el sujeto queda inscrito en el universal de la estadística, forcluye la interrogación sobre su ser y el lenguaje se despoja de su carácter poético para servir a la mera transmisión de informaciones. De este modo, la disyuntiva corresponde entre pasar a formar parte de dicho planteamiento universal o dar lugar a la palabra, que porta la verdad sobre el sujeto.xxx

La lectura de Julien corre el riesgo de relacionarse con la difusión en la teoría del psicótico como no-sujetoxxxi y tiene efectos importantes en la posibilidad de plantearse la práctica analítica con la psicosis, en tanto resulta contradictorio disponer la escucha a otro a quien no se le atribuye subjetividad. Aun cuando consideremos que en la psicosis no se plantea el tema del reconocimiento del deseo, situarla del lado del “no hay” nos devuelve a una lectura del déficit, la cual revela su raigambre psiquiátrica, criticada por Lacan a lo largo de su seminario para desmarcarse de ella. Por cierto, ha habido quienes, con los mismos elementos, plantean las cosas de manera distinta. Tal es el caso Calligaris: escribe sobre la estructura psicótica cuando no ha habido un desencadenamiento; una descompensación donde se hicieran notorios los síntomas psicóticos. Considera pensar al psicótico como sujeto, aunque de modo distinto del neurótico. Sería un sujeto en una estructura sin la referencia fálica ni de la metáfora paterna; no cuenta con una carretera principal, pero atribuye a todos los puntos del recorrido el mismo valor. De este modo, se constituye en relación con un saber acumulado por su errancia entre una significación y otra. Esta errancia aporta elementos de saber para consolidar una certeza yoica.xxxii Entonces, se trataría de un sujeto, en otros términos, cuya dificultad para situar una dirección precisa desafía la comprensión paso a paso. Pensar la psicosis como una noción deficitaria es un atolladero del cual resulta difícil salir mientras consideramos la forclusión como un universal, pues se trataría de un universal negativo.xxxiii Por ello, no puede sino ser considerada en su singularidad, lo cual implicaría, poner más atención en cuáles son los significantes que sostienen la estructura provisionalmente a falta del significante del nombre-del-padre.

La psicosis tiene el lugar del mal de archivo porque no admite ser incorporada a una lógica de los universales derivados de una ley, ni se incorpora en un orden. Más bien, “amenaza toda principalidad, toda primacía arcóntica”,xxxiv incluyendo una determinada economía libidinal respecto al lenguaje. La amenaza no reside en una supuesta ubicación “por fuera” del lenguaje o de la razón archivística a modo de carencia, sino en que propone otros modos de relación con el lenguaje prescindiendo de elementos que suponemos fundantes de la subjetividad. En suma, señala y presentifica la posibilidad de un “desde afuera”, disuelve los límites hasta entonces insuperables y devela el fundamento sagrado de la ley proponiéndole una otredad radical.

  • El segundo tiene que ver con el complejo de Edipo, cuyo valor para Lacan, es el de un mito. Ofrece una estructura para la simbolización de la reproducción sexuada bajo los significantes de la procreación y del amor.xxxv Articula tiempos lógicos para la simbolización de la diferencia anatómica de los sexos con una construcción en donde dicha diferencia se ordena en función de una falta; la lógica infantil insiste en querer que falte algo y lo imagina. Esta exigencia implica la existencia de “un objeto en sí mismo imaginario: el falo.”xxxvi Con la sustitución significante que implica la metáfora del nombre del padre, el falo pasa a ser una significación: la “atribución de procreación al padre no puede ser efecto sino de un puro significante, de un reconocimiento no del padre real, sino de lo que la religión nos ha enseñado a invocar como el Nombre-del-Padre.”xxxvii

Lacan busca un modo de pensar al padre como una función simbólica, separada de su poder social. Desde Durkheim y Le Play, existían las teorías acerca de la degradación social causada por la desintegración de la familia patriarcal. El problema era, para ese entonces, que el padre real estuviera a la altura del símbolo. Pero, cuando Lacan retoma a Levi-Strauss, puede entonces pasar de un edipismo sociológico a la eficacia de una metáfora sobre el padre muerto. Un padre simbólico vinculado a la fecundidad y distinto del imaginario relacionado con el poder. Con esto, puede distinguirse el significante del nombre-del-padre como un significante flotante, cuya función es posibilitar el “almohadillado” entre significante y significado.xxxviii Zafiropoulos se remonta a los textos de Marcel Mauss para relacionar dicho significante con el mana o el espíritu de las cosas estudiados por él. Se trata de la fuerza mística de los antepasados. La versión iroquesa para nombrar dicha fuerza, el orenda, significa “plegarias y cantos”. Estos cantos tratan sobre diversos temas relacionados con el clan totémico y representan un modo de concebir la causalidad. Para los iroqueses, dice Mauss, “la causa por excelencia es la voz”.xxxix

La pulsión de muerte “tiene por vocación silenciosa” contradecir el principio económico del archivo, “tendiendo a arruinar éste como acumulación y capitalización de la memoria sobre algún soporte y en un lugar exterior.” xl La invocación del nombre-del-padre anuda el presente con los antepasados, su fuerza mística se vincula con el significante. A esta pronunciación donde la memoria se construye por efecto de resonancia, se le opone una vocación silenciosa, sin palabra, sonido o presencia. La forclusión resulta ser esa vocación silenciosa que arruina el archivo, cuya secuela es un defecto de simbolización imposible de localizar, a no ser por sus efectos. Pero cuando dichos efectos se vuelven audibles, consisten en un retorno en lo real del tumulto vocal místico, imposible de ser reconocido. Para entonces, esa vocación silenciosa se ha “disfrazado, teñido, maquillado o pintado de algún color erótico.”xli

De aquí deriva considerar la forclusión como un defecto en la simbolización del falo cuyo efecto puede manifestarse en la relación con la religión, como es patente en la experiencia erótica con Dios de Schreber. Quizá la sexualización de lo sagrado sea visto como algo exuberante si consideramos que para la neurosis implica una renuncia pulsional que se sacraliza en las instituciones.xlii Sin embargo, esta puede ser la clave para comprender la relación particular de las psicosis con la historia. Contraria a la intuición que se apega a la tradición psiquiátrica, la propuesta de Lacan promueve una concepción de las psicosis que no apunta a lo biográfico, sino a destacar su articulación estructural. Por ejemplo, en su comentario a propósito de Schreber, señala cómo el delirio de transformación en la mujer de Dios consiste en un modo de “completar” lo que articularía el nombre-del-padre en lo simbólico. Si no consigue realizarlo por la vía del significante “ser padre”, entonces se imagina a sí mismo mujer y por medio de un embarazo recorre la segunda parte del camino.xliii Cabe considerar, sin embargo, por los esfuerzos de Schreber para publicar sus memorias y cómo se admiraba con voluptuosidad por su transformación mirándose al espejo, que ese “imaginarse” admite un estatuto particular cuando es incorporado en un texto. Literalmente, escribir le transforma y experimenta esos cambios en su cuerpo. En este aspecto, la lectura del caso Schreber puede conducir a un modo de archivar sin un mito fundacional como soporte de la historia biográfica, sino que en este modo alterno de archivación la realización del mito queda postergada para el porvenir.xliv

Conforme avanzo en la escritura me sorprendo de proponer semejante contradicción, la de idea de un archivo sin un lugar de consignación, una técnica de repetición y donde ubicar una cierta exterioridad.xlv Esto se ha vuelto confuso, me parece muy poco razonable. Sin embargo, al abrir las memorias de Schreber, me pregunto si este mismo libro haya podido volverse para él precisamente una herramienta de dicha índole. La nitidez de su narración me hace sospechar, no se trata tan solo de un registro objetivo, sino de una encrucijada donde se encuentra en juego más de lo que podían sospechar sus psiquiatras, por encima inclusive de su anhelo por salir del manicomio. Si el archivo no solamente registra y produce el acontecimiento,xlvi esa imagen de Schreber mirándose con sorpresa y voluptuosidad, transformándose, ¿podría haber sido connotada de ese modo?

Schreber establece explícitamente sus memorias como un aporte al campo de las ciencias y la religión.xlvii Busca ligar su experiencia con las instituciones y les hace disponer de su saber y experiencia. Como con cualquier texto autobiográfico, no es conveniente obviar la distancia entre el autor y su ficcionalización en el texto, en tanto éste habría sido redactado y publicado con unas intenciones que fueron explicitadas por el autor. Se trataría, en suma, de un ejercicio retórico, exitoso en el caso de Schreber cuando alcanzó su objetivo de ser liberado de su reclusión. Sin embargo, es Schreber mismo quien reitera su diferencia respecto de sus interlocutores. Mientras ellos consideran los sucesos descritos en sus memorias como parte de un delirio religioso, para él se trata de revelaciones divinas, las cuales lo sitúan a la vanguardia del conocimiento sobre Dios y la naturaleza de la voluptuosidad de los rayos. Como señala Lacan, Schreber no es poeta. Más bien, la voz narrativa de su texto es la de un testigo, quien transmite de la manera más fiel las revelaciones. Cabe destacar, entonces, que Schreber no realiza una obra literaria destinada a persuadir al lector. Él como autor y como personaje de su texto se repliegan entre sí, se confunden en el lugar de un saber desde donde escribe y testimonia. Sin embargo, Lacan dice que el texto de Schreber “no nos introduce a una nueva dimensión de la experiencia.”xlviii Compara su “testimonio verdaderamente objetivado” con la poesía, pues ésta consistiría en la creación de un sujeto que asume un nuevo orden de relación simbólica con el mundo”. Entonces la experiencia se articula con la metáfora… ¿exclusivamente? O quizá resulte difícil pensarla de otros modos que del lado de la significación fálica. El delirio de Schreber contradice la lógica de la sustitución significante y sostiene la insistencia de un deseo y su rechazo simultáneos.xlix Se revela, por tanto, la importancia de la significación fálica como sostén de la razón y el planteamiento de una posible experiencia en las psicosis imponen un cuestionamiento de la misma.

En tercer lugar, Lacan se remite a Freud para señalar cómo en las psicosis el ego, en su función de relación con el mundo exterior, “se encuentra puesto en jaque”.l El ego siempre se encuentra acompañado por su “extraño mellizo”; el yo ideal. Y continúa

“La fenomenología aparente de la psicosis indica que ese yo ideal habla. Es una fantasía, pero a diferencia de la fantasía, del fantasma, que ponemos de manifiesto en los fenómenos de la neurosis, es una fantasía que habla, o más exactamente, una fantasía hablada. Por eso mismo, ese personaje, que le hace eco a los pensamientos del sujeto, interviene, lo vigila, nombra a medida que se suceden la serie de sus acciones, las prescribe, no se explica de modo suficiente por la teoría de lo imaginario y del yo especular.”li

Lacan pone énfasis en cómo la psicosis confronta al sujeto normal con su propia alienación. En este punto, se esclarece la confusión señalada respecto al texto de Julien, quien apunta a formular no un sujeto que habla, sino uno que es hablado por el lenguaje. También aquí resulta pertinente retomar la problemática que indica Freud cuando habla sobre la dificultad en la psicosis de sublimar las pulsiones homosexuales en favor de la socialización. La función del yo consiste principalmente en asumir un discurso sobre la realidad, pero entraña también un discurso que no tiene que ver con ella: se trata, para el hombre moderno, del discurso de la libertad. Este discurso el parcial y se encuentra en el mismo lugar, para el hombre moderno, donde se podría ubicar el delirio en el caso de tratarse de una psicosis.lii El discurso de la libertad resulta ser en sí mismo delirante, pero constituye parte de la “normalidad” sobre la cual se sitúa la modernidad en la concepción de un yo autónomo. El encuentro con la psicosis, con (un) otro alienado en un discurso delirante, no puede resultar sino angustiante por su semejanza y pone en entredicho el estatuto de un discurso sancionado socialmente como verdadero.

La manera como el hombre moderno se ha defendido de dicha angustia, ha sido la de construir espacios para alojar la locura. Así queda bien establecido cuál discurso es el delirante. La locura no deja de plantear problemas en las posibilidades de escucharla. Sus manifestaciones explícitas nos confrontan con un misterio sede de terror y fascinación que ha producido una gran cantidad de categorías por circunscribir su experiencia y aclarar su origen. Explicaciones que derivan en tratamientos farmacológicos, de reinserción social, encierro y sometimiento dispuestos estratégicamente para albergar a la sociedad de la angustia, para despojar al loco de su palabra y capturarla en el grosor de los expedientes clínicos de los hospitales psiquiátricos. Al conjunto de estos expedientes se le llama “archivo clínico” y es susceptible de vincularse con lo que Derrida dice al respecto, pues se trata de una memoria hecha institución y se articula con cuestiones políticas. Los especialistas inscriben una historia del paciente donde seleccionan determinados eventos o características (y dejan fuera de esa historia escrita otros), que contribuyen a explicar su padecimiento de acuerdo a un diagnóstico específico. Reconducir el malestar subjetivo a una problemática exclusivamente cerebral, donde las memorias de vivencias importantes para el paciente son, en todo caso, relegadas a un plano anecdótico, es un modo de escribir una historia de los pacientes dando prioridad a determinados elementos y excluyendo otros en función de una nosología particular.

Sin embargo, los efectos de la institucionalización de los pacientes psiquiátricos, no se reduce a la segregación de los delirantes ni a la readaptación social de los “enfermos mentales” para hacerlos “entrar de nuevo en las filas de los bienpensantes”.liii Habitar o visitar con frecuencia la institución modifica la “enfermedad” inicial, por la relación establecida entre los pacientes con ella y con el saber médico. Las estructuras de autoridad médica y rehabilitación psicosocial impiden una “reorganización dialéctica” del sujeto y lo fijan a “defensas estereotipadas”, en la medida en que le impiden preguntarse por su inefable y estúpida existencialiv, y le resultan, por lo tanto, insuficientes para afrontar su malestar: “Incapaz de ubicarse en la angustia que lo ahoga, el enfermo mental” busca las claves de su identidad en los criterios de objetivación diagnóstica. De allí resulta entonces ese “maníaco”, ese “esquizofrénico”, pura verdad del saber psiquiátrico.”lv Para Mannoni, el hospital psiquiátrico funciona como un teatrolvi, cuyo escenario está dispuesto para la escenificación de la locura y donde los psiquiatras son el público. La locura, en este contexto, consiste en una ficción compartida y sostenida para que lo participantes conserven su trabajo y su condición singular.

Respecto al fenómeno descrito, podría considerarse el papel de la institución análogo al del bloc mágico, tal como lo describe Derrida: un soporte exterior del archivo y una prótesis del adentro. El archivo clínico como dispositivo de historización que brinda significantes con los cuales identificarse, pero también prótesis del adentro en tanto aporta una fantasía para dar lugar a la identidad. Esta prótesis se ubica justamente en el lugar descrito por Lacan, no explicado por la teoría de lo imaginario ni del yo especular, el sitio desde donde se asume la ilusión de autonomía o desde dónde se delira. Podríamos considerar, entonces, la relación entre el discurso de libertad y las enfermedades mentales, cuyo modelo explicativo actual se remite, en los casos más extremos, a la sobredeterminación genética.lvii

A propósito del bloc mágico, Derrida da cuenta del mal de archivo, una manera de señalar la contradicción entre la pulsión de muerte y la pulsión de archivo. Pero, continúa, “no habría deseo de archivo sin la finitud radical, sin la posibilidad de un olvido que no se limita a la represión.”lviii Como amenaza infinita, abusa de la lógica de la finitud y roza con el mal radical.lix Esta es una referencia a Kant, quien aborda el tema del mal en relación con la libertad. El deber se anuncia en la consciencia y cuando el hombre escucha la voz que se lo dicta y decide sujetarse a él, entonces triunfa su esencia espiritual: “Una vez que la antigua metafísica – perdido su puesto en el conocimiento de la naturaleza – se ha desplazado con Kant hasta el interior del sujeto – y, dentro de él, al imperativo categórico -, de Dios no queda nada más que una moral rigurosa. Lo divino en ella es su incondicionalidad sin compromisos, que rechaza toda orientación por la utilidad y el provecho propio. En ello se reconoce el origen metafísico de la moral kantiana.lx” La interacción social no conduce al mal, ni tampoco una predisposición innata,lxi la acción mala encuentra su lugar en la tensión entre la elección de actuar por amor propio o por elegir el bien.lxii El imperativo categórico consiste en elegir el bien por sí mismo. La tesis de un mal simétrico es la del mal radical, pero Kant rechaza incluirlo en las posibilidades humanas. Queda señalado, por tanto, como algo “demoniaco”.lxiii En este punto habría que considerar cuántas veces y de cuáles formas la locura ha sido relacionada con lo demoniaco y esclarecer la función de prótesis moral de la institución psiquiátrica o de la relación entre algunos tratamientos y el superyó, a propósito del cual llegamos nuevamente a Freud pensando en una herencia; esta vez de las experiencias repetidas entre generaciones, las cuales devienen vivencias del ello y constituyen el material desde dónde el yo extrae su fuerza para el superyó.lxiv Las aspiraciones morales del individuo e inclusive lo que llamamos cotidianamente “sentido común” forman parte de ese conglomerado de experiencias heredadas que se manifiestan por medio del superyó, la voz loca de la razón. El entretejido ambiguo de los exorcismos podría trazar una vía más amplia para considerar si la locura ha sido el mal de archivo para la razón a nivel histórico.

No comprendo qué pueda hacer yo con esto, quien hasta ahora me considerado un modesto archivador al abrigo de la razón. Me encuentro confuso entre tantas voces narrativas o alucinadas, invocaciones y vocaciones silenciosas. Sin duda, a pesar de mis esfuerzos por esclarecer el lugar de las psicosis en este texto, en el psicoanálisis, en su relación con la locura, los mitos y la historia, algo permanece silencioso, rebelde a entregar la cifra de su misterio. Solo queda plantear la pregunta siempre lista para renovarse a propósito de las psicosis: ¿estamos listos para escucharlas?


Referencias

i Derrida, Jacques, Mal de archivo. Una impresión freudiana, España, Editorial Trotta, 1997, p. 15.

ii Freud, Sigmund, “23ª conferencia. Los caminos de la formación de síntoma”. Obras completas. XVI, Argentina, Amorrortu Editores, 2009, p. 337.

iii Laplanche, Jean y Pontalis, Jean Bertrand, Diccionario de psicoanálisis, México, Paidós, 2008, pp. 143-145.

iv Ibid., p. 124. Conviene aclarar sobre un punto que quizás en la redacción de ese párrafo resulta confusa: para Freud se trata de una herencia filogenética, mientras que para Jung la explicación es ontogenética y se encuentra relacionada con el inconsciente colectivo.

v Freud, Sigmund, Op. cit., pp. 336-338.

vi Le Poulichet, Sylvie, La obra del tiempo en psicoanálisis, Argentina, Amorrortu, 1996, p. 168.

vii Nancy, Jean-Luc, El título de la letra, España, Editorial Buenos Aires, 1973, p. 42.

viii Le Poulichet, op. cit., p. 84.

ix Freud, Sigmund. “El sepultamiento del complejo de Edipo”. Obras completas. XIX, Argentina, Amorrortu, 2009, p. 184.

x Freud, Sigmund, “Puntualizaciones psicoanalíticas sobre un caso de paranoia descrito autobiográficamente (Schreber)”. Obras completas. XII. Argentina, Amorrortu, 2009, pp. 57-58.

xi Schatzmann, Morton. El asesinato del alma. La persecución del niño en la familia autoritaria, México, Siglo XXI, 2011, p. 175.

xii Para una revisión más amplia de este tema sugiero el siguiente video de José María Álvarez:

xiii Derrida, Jacques, op. cit., p. 18.

xiv Ibid., p. 18.

xv Freud, Sigmund, “Más allá del principio de placer”. Obras completas. XVIII. Argentina, Amorrortu, 2009, pp. 7-62.

xvi Derrida, Jacques, op. cit., p. 18.

xvii Freud, Sigmund. “Manuscrito H”. Cartas a Wilhelm Fliess. Argentina. Amorrortu, 1986, pp. 107-113.

xviii Lacan, Jacques. “Respuesta al comentario de Jean Hyppolite sobre la Verneinung de Freud”. Escritos I, México, Siglo XXI Editores, 2005, pp. 366-383.

xix Freud, Sigmund, “La negación”. Obras completas. XIX, Argentina, Amorrortu, 2009, pp. 251-258.

xx Chamizo, Octavio, Pasajes psicoanalíticos. Clínica freudiana I, México, Siglo XXI Editores, 2012, p. 29.

xxi Lacan, Jacques, “Respuesta al comentario de Jean Hyppolite sobre la Verneinung de Freud, p. 368.

xxii Ibid., pp. 372.

xxiii Lacan, Jacques. “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis” Escritos II. México, Siglo XXI Editores, 2005, p. 514.

xxiv Ibid, p. 514.

xxv Lacan, Jacques. El seminario. Las psicosis. III, Argentina, Paidós, 1986, pp. 52-53.

xxvi Ibid., pp. 69-88.

xxvii Julien, Philippe, Psicosis, perversión, neurosis, Argentina, Amorrortu, 2002, p. 28.

xxviii Ibid., pp. 28-29.

xxix Ibid., pp. 29.

xxx Ibid., pp. 30.

xxxi La nombra locura, pero lo citado se encuentra en su capítulo sobre las psicosis.

xxxii Calligaris, Contardo. Introducción a una clínica diferencial de las psicosis, Argentina: Nueva Visión, 1991, pp. 9-37.

xxxiii Ibid, p. 21.

xxxiv Derrida, Jacques, op. cit., p. 20.

xxxv Lacan, Jacques, “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis”, p. 533.

xxxvi Dor, Jöel. Introducción a la lectura de Lacan. El inconsciente estructurado como un lenguaje, México, Editorial Gedisa, 1995, p. 87.

xxxvii Lacan, Jacques, op. cit., p. 538.

xxxviii Zafiropoulos, Markos, Lacan y las ciencias sociales. La declinación del padre (1938-1953),Argentina, Nueva Visión, 2002, pp. 175-208.

xxxix Ibid., p. 204.

xl Derrida, Jacques, op. cit.,p 20.

xli Ibid, p. 19.

xlii Freud, Sigmund, “La moral sexual “cultural” y la nerviosidad moderna.” Obras completas. IX, Argentina: Amorrortu, 2009, p. 168.

xliii Lacan, Jacques. El seminario. Las psicosis, pp. 407-420.

xliv Derrida, Jacques, op. cit., p. 26.

xlv Ibid., p. 19.

xlvi Ibid., p. 20.

xlvii Daniel, Paul. Schrebrer. Memorias de un enfermo de los nervios, España, Sexto Piso, 2008, pp. 53-56.

xlviii Lacan, Jacques, op. cit., p. 114.

xlix Vázquez, Mónica, “Escritura, cuerpo y delirio: reflexiones acerca del presidente Schreber”. Schreber, los archivos de la locura, México, Paradiso Editores, 2009, p. 118.

l Lacan, Jacques, op. cit., p. 209.

li Ibidem.

lii Ibid., pp. 209-210.

liii Mannoni, Maud. El psiquiatra, su loco y el psicoanálisis, México, Siglo XXI Editores, 2011, p. 19.

liv Lacan, Jacques, “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis”, p. 531. Recupero esta cita con la finalidad de señalar algo consabido: no todos los locos son psicóticos ni todos los psicóticos son locos.

lv Mannoni, Maud, op. cit., pp. 21.

lvi Ibid., p. 24.

lvii Roudinesco, Élisabeth, ¿Porqué el psicoanálisis? México, Paidós, 2018, pp. 37-44.

lviii Derrida, Jacques, op. cit., p. 27.

lix Derrida, Jacques, op. cit., p. 27.

lx Safranski, Rüdiger, El mal o el drama de la libertad, España, Tusquets Editores, 2000, p. 167.

lxi Grimm, Stephen R., “Kant´s argument for radical evil.”, E.U.: Blackwell Publishers, 2002.

lxii Safranski, op. cit., p., 168.

lxiii Ibidem.

lxiv Freud, Sigmund, “El yo y el ello”. Obras completas. XIX. Argentina, Amorrortu, 2009, p. 40.

Carlos Fabián Gómez Navarrete

Es licenciado en Psicología (UDLA CDMX) y en Lengua y literaturas hispánicas (UNAM). Cursó la formación en psicoanálisis (CEPSIMAC) y es maestro y doctorante en Saberes sobre subjetividad y violencia (Colegio de Saberes). Miembro de la red de salud mental Reanudar y docente en Dimensión Psicoanalítica, se dedica a la práctica del psicoanálisis particular y en el Hospital Psiquiátrico Infantil. Entre sus temas de interés destacan: ficción, erotismo, locura y música.