Eheyé: Psicoanálisis y alienación

Salo Mochon

I. Sujeto

Considerando que la palabra sujeto llena las bocas de quienes insistimos en revelar los arcanos de eso que Freud llamó el aparato psíquico, no está de más intentar una historia mínima de ella. Podemos empezar a devanar nuestro ovillo usando como eje el hypokeimenon (ὑποκείμενον)[i] de Aristóteles. Las temáticas principales asociadas al concepto de sujeto —la de lo que subyace, la de la suposición, la de la sujeción y la de la subjetividad— encuentran un ancestro común en dicho hypokeimenon aristotélico y en sus traducciones latinas. Anticipo que mis excursiones etimológicas serán rudimentarias; si me aventuro es porque he desestimado el rigor filológico, del que carezco, en beneficio del valor plástico que resulta de este tipo de tanteos. Una etimología equivocada no es menos esclarecedora.

a) Lo que subyace (hypokeimenon: subiectum)

            El hypokeimenon —uno de los cuatro sentidos en los cuales se dice sustancia (oὐσία)— es aquello de lo cual se dicen las demás cosas sin que ello mismo se diga, a su vez, de ninguna otra.[ii] Así en una traducción de la Metafísica de Aristóteles. Destaquemos la ambigüedad inherente al concepto. “El cobre está frío”: frío se dice del cobre mientras que no se diría —salvo que se buscara tantear los efectos poéticos de tal enunciado— “el frío esta cobre” o, para el caso, “la plata está cobre”. Se arriba de este modo al hypokeimenon como materia (ὕλη) que soporta propiedades. Pero la definición de Aristóteles se ajusta también al terreno de la gramática. “Aquel poeta francés descubrió la página”: se dice de aquel poeta francés, en su función de sujeto gramatical, que descubrió la página. De nuevo, la oración “aquel descubrió la página poeta francés” se tiñe de absurdo; el sujeto no puede ser predicado. Incluso en el hipérbaton, cuando se invierte el orden sintáctico habitual —“descubrió la página aquel poeta francés”—, las posiciones lógico-gramaticales del sujeto y del predicado se mantienen idénticas.

Ahora bien, el hypokeimenon de Aristóteles se tradujo al latín como subiectum[iii]participio pasivo del verbo subicio—[iv] del que deriva nuestro sujeto. El sujeto sería entonces aquello que admite predicado, ya sea en un sentido ontológico (lo que subyace materialmente a las propiedades y vuelve posible su existencia) o en un sentido lógico (lo que subyace a la predicación del enunciado y la hace gramaticalmente posible). En lo que acá nos concierne —aprovechando ese mínimo de sentimiento lingüístico detrás de toda palabra— conformémonos con preguntar: ¿a qué subyace el sujeto? ¿de qué es soporte?

b) La suposición (hypokeimenon: suppositum)

            No es mucha la distancia entre lo que pasivamente yace debajo (hypokeimenon) y lo que es puesto debajo, de manera activa, a modo de suposición: la hipótesis (ὑπόθεσις),[v] la conjetura. Y, en efecto, hypokeimenon se tradujo también con el término suppositum —participio pasivo del verbo suppono—:[vi] supuesto.

            ¿Quién supone al sujeto? ¿El pensador en su actividad de especulación? ¿El semejante cuya mirada se estrella contra un cuerpo ajeno al que no puede más que suponer como la envoltura de un sujeto? ¿O quizás el sujeto se supone a sí mismo? ¿Sería esta última posibilidad algo más que el exudado falaz de un cerebro que se enreda en sus propias palabras? Si el sujeto existe para suponerse es evidente entonces que antecede a la suposición y si, por el contrario, el sujeto no existe más que a partir de la suposición, entonces, ¿quién estuvo allí antes del sujeto para llevar a cabo el acto de suponer?

            Digamos —a pesar de las posibles semejanzas entre la retórica vacía y el cuestionamiento fundamental— al menos lo siguiente: el sujeto causa problemas porque es la suposición de lo uno.[vii] La incoherencia de un sujeto que se supone a sí mismo cede el paso a la perplejidad de sorprender al sujeto en el exceso de suponerse uno y el mismo.

c) La sujeción (hypokeimenon: subiectus)

            Mencionamos que hypokeimenon se tradujo con el participio pasivo neutro: subiectum. Se tradujo también con el participio pasivo masculino, subiectus, equiparado en la Edad media al subditus[viii] (súbdito). De acá las connotaciones políticas y jurídicas del término. Se está sujeto, por ejemplo, al capricho del monarca o, con mejor suerte, a la ley. ¿De qué sujeción se trata a propósito del sujeto del que tanto hablan los psicoanalistas y filósofos? ¿Implica la sujeción necesariamente sometimiento? Hagamos un rodeo a través de las palabras del Fausto: Lo que has heredado de tus padres / adquiérelo para poseerlo (Was du ererbt von deinen Vätern hast, / erwirb es, um es zu besitzen).[ix] Podemos imaginar la situación del primer verso como aquella en la que la pasividad del sujeto frente al legado de los ancestros lo presentan bajo los matices propios del objeto. En el objeto no hay promesa de libertad. Por contraste, el segundo verso dibuja un sujeto que despliega una cuota de actividad. En su conjunto los versos construyen un umbral: el que atraviesa un sujeto desvanecido bajo el peso del legado para llegar hasta un lugar en el que, sin dejar de titilar, despunta como sujeto. ¿Pasaje de un sujeto objetivado en el discurso de los ancestros a uno que alcanza a decir algo irreductible a la pura herencia?

d) La subjetividad

            Para darle relieve a la más vaga de las temáticas vinculadas a la noción de sujeto, podemos recurrir, de nuevo, a la oposición con el objeto. Se trata de lo que pertenece a la esfera de lo psíquico, lo que atañe a un existente al que le esta vedada la posibilidad de un repliegue total sobre sí mismo. Un existente al que se le impone una apertura constante hacia lo otro de sí. No nos referimos a lo psíquico en su generalidad o abstracción sino, del modo más concreto posible, a eso psíquico confinado a un cuerpo único: un someone que en ningún momento escapa de ser un somebody. El manojo de células que es un cuerpo jamás informa sobre lo que le acontece a alguien situado más allá de la epidermis. Subjetividad se nos antoja una palabra que pretende signar la relación de un alguien, en su singularidad radical e inclasificable, con un acervo de memoria inaccesible para cualquier otro. Un alguien que, en tanto que constituido por esa memoria y por la cascada de inscripciones que se interrumpe sólo con la muerte, jamás podrá ser idéntico a sí mismo. Esto último, por supuesto, no le impide anhelar dicha unidad, o incluso imponerla (por medio del nombre, de la imagen del cuerpo, o de cualquier otra insignia identificatoria).

II. Alienación

El adjetivo alienado deriva de la voz latina alienus:perteneciente a otro. Veamos si un comentario en torno a cuatro palabras escritas por un joven de diecisiete años en mayo de 1871, nos ayuda a abordar el tema de la alienación. Yo es otro (Je est un autre),[x] frase compacta que anuncia dos expropiaciones de largo alcance. La primera, la más evidente, hace del yo un efecto del otro y queda encarnada en la imagen que le sigue inmediatamente: ¿Qué culpa tiene el cobre si un día se despierta convertido en corneta? (Si le cuivre s’éveille clairon, il n’y a rien de sa faute).[xi] Sin lugar a dudas, el cobre no se ha dado a sí mismo la forma de corneta: fue necesario el artesano, el otro del cobre. El engaño reside, al parecer, en que el cobre se supone artífice de su propia forma y no en el hecho de asumir esa forma como propia. Es decir, no obstante la pasividad del cobre, este y la corneta se presentan como los dos términos de una ecuación.

            La segunda expropiación —velada en la imagen de la corneta— queda sugerida sin estrépito a través de la conjugación en tercera persona: “Yo es otro”. La tensión entre el verbo y el pronombre tacha el signo de igual entre el yo y quien enuncia —entre el cobre y la corneta—. Si el cobre dice “soy artífice de mi forma” miente. Y miente también si dice “soy mi forma”. Ninguna forma, ningún predicado, serán idénticos al sujeto. Recordemos que, al menos en teoría, siempre podrá llegar un artesano en cuyo crisol la corneta se pierda.[xii]

            La primera expropiación rompe la ilusión del self made man. La segunda, no sin cierta paradoja, es portadora de un efecto desalienante: negarle al yo la conjugación que le es propia equivale a estorbar al sujeto en su tentación de emitir un enunciado de identidad bajo la forma de “yo soy…”.

Se impone una digresión hacia los versículos del antiguo testamento en los que Dios se ve obligado a decir algo sobre su nombre. Recién le ha dado a Moisés la orden de regresar a Egipto para liberar al pueblo de Israel cuando Moisés le manifiesta una ansiedad no poco sugerente: si yo voy y les digo a los hijos de Israel: “El Dios de sus padres me ha enviado a ustedes”, qué voy a responderles si me preguntan: “¿Y cuál es su nombre?” Dios le respondió a Moisés: YO SOY EL QUE SOY. Y añadió: A los hijos de Israel tú les dirás: YO SOY me ha enviado a ustedes.[xiii]

            Un par de observaciones a propósito de la traducción. En todas las versiones al español, el inusitado nombre de Dios aparece en mayúsculas. Elección desconcertante si se considera que en la escritura hebrea las mayúsculas no existen. Pero lo más llamativo está en el tiempo verbal (y en el uso del pronombre). Eheyé asher eheyé (אהיה אשר אהיה) le responde dios a Moisés. A los hijos de Israel podrá decirles que eheyé (אהיה) lo ha enviado. Conjugación en futuro del verbo lihiyot (להיות). Seré, si traducimos literalmente. Ahora bien, sólo Lutero[xiv] procura mantenerse cercano al original y traduce con la conjugación en futuro;[xv] el resto, una mayoría aplastante,[xvi] traduce eheyé por el verbo ser en presente y le suma el pronombre personal:[xvii] Yo soy. Cierto, en hebreo el verbo ser (להיות) no admite conjugación en presente. Quizás esto empujó a los traductores hacia una versión menos literal. De cualquier modo, la pregunta cabe: ¿Temblor de los traductores al tropezar con una posposición en el ser de Dios? ¿Rechazo de una noción de ser en la que este se anuncia únicamente, cual asíntota divina, como un futuro siempre por venir?

III. Discurso y alienación

Imaginar a una persona condenada a repetir exacta y exclusivamente lo que ya ha sido dicho con anterioridad, es acercarse al grado cero del sujeto. Recordemos lo que Electra le reprocha a su hermana, Crisótemis, poco antes de espetarle que es una hija de su madre:[xviii] Todas las advertencias que me has hecho las has aprendido de aquella [Clitemnestra] y nada dices por ti misma. Escoge una de dos cosas: o razonar imprudentemente o, haciéndolo con prudencia, olvidar a los tuyos.[xix] Acaso no erremos al intentar una lectura drástica de este pasaje. El sujeto no puede escapar al siguiente dilema: o sacrifica su pensamiento en aras de un acuerdo imaginario con el otro, con cierto otro, o se aventura a decir algo por sí mismo y entonces, invariablemente, se hace sentir la diferencia.[xx] No en vano Séneca le desea a Lucilio un desprecio generoso de todas las cosas cuya abundancia le desearon sus padres.[xxi] Pensar constituye una transgresión, si por transgresión entendemos el movimiento que lleva al sujeto a sobrepasar lo “sabido”.[xxii] A sobrepasar también lo que los otros hubieran querido que supiera.

IV. Verdad

Analicemos una disyuntiva puntual que nos sugiere el texto de La hermenéutica del sujeto. En la ascesis[xxiii] pagana se trata de reunirse consigo mismo como fin y objeto de una técnica de vida, un arte de vivir. Se trata de reunirse consigo mismo en un momento esencial que no es el de la objetivación de sí en un discurso de verdad sino el de la subjetivación de un discurso de verdad.[xxiv] ¿Coincide la noción de verdad implicada en la objetivación de sí con la implicada en la subjetivación del discurso?

Contrastemos la verdad hebrea, emet (אמת), con la verdad griega, alétheia (aλήθεια).[xxv] Paradigmas que cohabitan y se contaminan mutuamente al interior de nuestro concepto de verdad. Una verdad que, dependiendo del contexto y de las preferencias del hablante, habrá de inclinarse más hacia un modelo o hacia el otro.

            El Diccionario de los intraducibles[xxvi] hace derivar emet de la misma raíz hebrea —A-M-N (א-מ-נ)—[xxvii] de la que proviene la exclamación ¡Amén!, diseminada por las diferentes liturgias del mundo. La emet, por lo tanto, se encuentra íntimamente emparentada con la emuná ((אמונה, otro vocablo que deriva del mismo radical (A-M-N) y que se traduce comúnmente como fe. Nos sale al paso una verdad fehaciente, sólida, estable. Una verdad que se mantiene idéntica a través del tiempo, que no dejará de verificarse en el futuro. Verdad que para mantenerse siempre confiable no puede más que recusar todo comercio con la incertidumbre.

            La alétheia, en cambio, no se muestra incompatible con lo inestable, con lo incierto. Repito lo conocido: alétheia[xxviii] indica una negación del olvido,[xxix] negación del ocultamiento.[xxx] Se trata de un des-cubrir. Si suponemos para todo descubrimiento un residuo de lo oculto, la alétheia se limita a ser una mejor ficción,[xxxi] es decir, una ficción que vehiculiza un plus de revelación con respecto a aquella que operaba momentos antes del descubrimiento. Recordemos que, en lo tocante al cuidado o inquietud de sí (ἐπιμέλεια ἑαυτοῦ), Foucault habla de tomarse a sí mismo como objeto de desvelos.[xxxii] Y aclara que el sujeto no debe tender hacia un saber que sustituya su ignorancia sino hacia un estatus de sujeto que no conoció en ningún momento de su existencia. Tiene que sustituir el no-sujeto por el estatus de sujeto.[xxxiii] Resulta que la asíntota —a la que acudimos anteriormente a propósito del Seré bíblico— no es gratuita. La verdad como alétheia es siempre asintótica. La emet es más bien artrítica.[xxxiv]

Retomemos entonces las palabras de Foucault pero hagamos una sustitución con fines experimentales: en la ascesis pagana se trata de reunirse consigo mismo en un momento esencial que no es el de la objetivación de sí en un discurso de emet(אמת) sino el de la subjetivación de un discurso de alétheia (aλήθεια).

            En la objetivación de sí el sujeto se convierte en súbdito de la verdad. Está allí para servirla, para mantenerla en su trono. El precio que pagamos por la certeza es, como decíamos, el de un alma artrítica o, si viramos la metáfora hacia otro órgano, el de un alma que padece de indigestión discursiva.

            La subjetivación del discurso, en cambio, nos remite a un sujeto que se apoya en lo verdadero sin dejar de estar tocado por el movimiento de la incertidumbre: rellanos en alguna escalera del descubrimiento. El paso del sustantivo (la verdad) al adjetivo (verdadero) nos parece también un paso en el sentido de la desalienación.

V. Psicoanálisis y alienación

Cuando Freud, con su habitual sobriedad, hace del tratamiento psicoanalítico una vía para adquirir aquel plus de libertad anímica en virtud del cual la actividad conciente se distingue… de la inconciente,[xxxv] ¿no se trasluce en sus palabras el sustento de todo proyecto que merezca el nombre de analítico? Nos referimos al deseo de conducir al sujeto tan lejos como se pueda en una gestión desalienante.[xxxvi]

La etimología misma de análisis nos remite, en algún punto, a la liberación. Volvamos a la Electra de Sófocles. Han transcurrido bastantes años desde el asesinato de Agamenón y Electra no deja de ofrendarle un sufrimiento sin mesura a su padre muerto. El coro intenta razonar con ella y persuadirla de adoptar una actitud más juiciosa: no sacarás a tu padre de la laguna común a todos, del Hades, ni con gemidos ni con súplicas, sino que abandonando la mesura te destrozas en un dolor irremediable…, sin encontrar en ello ninguna liberación de las desgracias.[xxxvii] La palabra acá traducida como liberación es, precisamente, la de análisis (ἀνάλυσις).

Pero no se crea que los psicoanalistas se encuentran lejos del emet y de su corolario, la alienación. Dirigiéndose a un auditorio que se interesa por la teoría psicoanalítica, Freud advierte que la exigencia de certezas —ni hablar sobre su detentación— sólo da muestras del deseo de autoridad, el deseo de sustituir un catecismo religioso por uno científico.[xxxviii] De manera análoga nos dice Piera Aulagnier —a propósito de la diferencia entre el saber matemático y el saber de un analista—: frente a un triángulo rectángulo siempre puedo afirmar que el cuadrado de la hipotenusa es igual a la suma de los cuadrados de los catetos. Frente a un sujeto, no puedo sostener ningún teorema… De ese sujeto particular al que me enfrento, no conozco nada: lo que sé, al contrario, es la vía a seguir para hacerlo alcanzar un conocimiento. Se desprende que el saber del analista se traduce en un “saber analizar”.[xxxix]

Si las invenciones de lo desconocido exigen formas nuevas,[xl] ¿por qué habríamos de suponer que nos basta con las formas siempre viejas de la teoría, las formas viejas, por definición, de lo ya sabido?

            Las advertencias de Freud y de Piera contrarrestan el olvido de lo que estamos siempre prontos a olvidar: más que de una teoría, se trata de una ética del fragmento; una ética de la incertidumbre orientada hacia alguna especie de claridad subatómica que en lugar de fijar la partícula en un sistema de referencias, la libera para futuros desplazamientos.


[i] ὑπό (debajo) + κεῖμαι (yacer)

[ii] Aristóteles, Metafísica (en Grandes pensadores). Madrid: Gredos, p. 328.

[iii] B. Cassin, Vocabulario de las filosofías occidentales: diccionario de los intraducibles. México: Siglo XXI, 2018, p. 1555.

[iv] sub (debajo) + iacio (arrojar)

[v] ὑπόθεσις:suppositio (sustantivo derivado de suppositum)

[vi] sub (debajo) + pono (poner)

[vii] J.L. Nancy, ¿Un sujeto?, Avellaneda: La cebra, 2017, p. 24.

[viii] B. Cassin, Vocabulario de las filosofías occidentales: diccionario de los intraducibles. México: Siglo XXI, 2018, p. 1567.

[ix] Goethe, Fausto, parte I, escena 1. Freud lee estos versos bajo una clave sustancialmente distinta: de la latencia filogenética a su actualización por medio de la experiencia individual. [S. Freud, Tótem y tabú (en Obras completas XIII), Buenos Aires: Amorrortu, 2008, p. 159; Esquema del psicoanálisis (en Obras completas XXIII), Buenos Aires: Amorrortu, 2008, p. 208-209.]

[x] A. Rimbaud, Cartas del vidente. Madrid: Hiperión, 2010, p. 111.

[xi] Ibídem.

[xii] Es conocida la diferencia que establece Lacan entre el Je, sujeto de la enunciación, y el moi, representante de la fachada imaginaria con la que el sujeto, no sin engaño, se identifica. “Yo soy otro” admite la siguiente traducción lacaniana: (Je = moi) = otro. Negarle al yo la conjugación en primera persona introduce una distancia entre el yo y aquello con lo que suele confundirse: (Je ≠ moi) = otro.

[xiii] Éxodo, 3,13-14 (RVC).

[xiv] Gott sprach zu Mose: ICH WERDE SEIN, DER ICH SEIN WERDE. Und sprach: Also sollst du den Kindern Israel sagen: ICH WERDE SEIN hat mich zu euch gesandt.

[xv] En la Complete Jewish Bible se optó por incluir las dos alternativas: God said to Moshe, “Ehyeh Asher Ehyeh [I am/will be what I am/will be],” and added, “Here is what to say to the people of Isra’el: ‘Ehyeh [I Am/I Will Be] has sent me to you.

[xvi] En español: LBLA; DHH; JBS; NBLH; NTV; NVI; CST; PDT; BLP; BLPH; RV (todas las versiones);                     SRV-BRG; TLA.

En inglés: KJ21; ASV; AMP; BRG; CSB; CEB; CEV; DARBY; DRA; EHV; ESV; KJV; OJB; TLV; etc.

En alemán: HOF; SCH1951; SCH2000.

En francés: BDS; LSG; NEG1979; SG21.

[xvii] Otra decisión dudosa puesto que en español, al igual que en el original hebreo —lo que no ocurre en inglés, alemán o francés, por ejemplo— se permite el sujeto tácito: Soy (y al comienzo del versículo: Soy el que soy).

[xviii] Y ahora, pudiendo ser llamada hija del mejor de todos los padres, hazte llamar hija de tu madre. [Sófocles, Electra (en Tragedias). Madrid: Gredos. 2014, p. 389.]

[xix] Ibídem, p. 388.

[xx] No nos referimos a las diferencias que se perdonan sin mayor dificultad, sino a la diferencia inadmisible, insoportable: la diferencia ética.

[xxi] Michel Foucault, La hermenéutica del sujeto. México: FCE, 2002, p. 107.

[xxii] P. Aulagnier, Sociedades de psicoanálisis y psicoanalista de sociedad (en Un intérprete en busca de sentido). México: Siglo XXI, 2010, p. 58.

[xxiii] Hay además otra gran forma por la cual el sujeto puede transformarse para poder tener acceso a la verdad: es un trabajo. Es un trabajo de sí sobre sí mismo, una elaboración de sí sobre sí mismo, una transformación progresiva de sí mismo de la que uno es responsable, en una prolongada labor que es la de la ascesis. [p. 34]

[xxiv] M. Foucault, La hermenéutica del sujeto. México, FCE, 2012, p. 317.

[xxv] En la Septuaginta emet (אמת) se tradujo por alétheia (aλήθεια).

[xxvi] B. Cassin, Vocabulario de las filosofías occidentales: diccionario de los intraducibles. México: Siglo XXI, 2018, p. 1678.

[xxvii] Dicha derivación es, cuando menos, misteriosa. Sería más cómodo atribuir a emet el radical E-M-T (א-מ-ת). De este modo no nos veríamos en la necesidad de suponer una permutación enigmática de la N (נ), del radical, por la T (ת), de emet. De cualquier modo, incluso si emet y emuná derivaran de radicales distintos, esto no anularía la posibilidad de una proximidad semántica entre ambas ni, evidentemente, el desarrollo sobre la concepción hebrea de la emet expuesto en la obra mencionada.

[xxviii] Ibídem, p. 1679.

[xxix] λήθη:olvido

[xxx] λανθάνω:permanecer oculto (escape the notice of)

[xxxi] fingere:“formar, hacer, fabricar, modelar, esculpir; alterar; imaginar; fingir”. Del indoeuropeo dhi-n-gh-:“dar forma”, de dhigh-: “dar forma a la arcilla”. [G. Gómez de Silva, Breve diccionario etimológico de la lengua española. México: FCE, 2016, p, 303.]

[xxxii] M. Foucault, La hermenéutica del sujeto. México, FCE, 2012, p. 51.

[xxxiii] Ibídem, p. 133. Imposible, siquiera por analogía, no evocarlo: Wo es war soll ich werden. [S. Freud, Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis (en Obras completas XXII), Buenos Aires: Amorrortu, 2008, p. 74.]

[xxxiv] Cosa curiosa, la fluidez en la concepción hebrea del ser —cuyo eco se hace sentir en la proscripción de las imágenes— es sustituida por una rigidez notable en lo que concierne a la verdad y, más aún, en lo tocante a un dispositivo ritual que busca regular prácticamente todos los aspectos de la vida. Dan ganas de hacer una paráfrasis de Nietzsche y preguntar: ¿Cuánta verdad soporta, cuánta verdad osa una cultura? (Wie viel Wahrheit erträgt, wie viel Wahrheit wagt ein Geist?).

[xxxv] S. Freud, Puntualizaciones sobre el amor de transferencia (en Obras completas XII), Buenos Aires: Amorrortu, 2008, p. 173.

[xxxvi] P. Aulagnier, ¿Cómo puede uno no ser persa? (en Un intérprete en busca de sentido), México: Siglo XXI, 2010, p. 48.

[xxxvii] Sófocles, Electra (en Tragedias). Madrid: Gredos. 2014, p. 382.

[xxxviii] S. Freud, Conferencias de introducción al psicoanálisis (en Obras completas XV). Buenos Aires: Amorrortu, 2008, p. 45.

[xxxix] P. Aulagnier, ¿Cómo puede uno no ser persa? (en Un intérprete en busca de sentido). México: Siglo XXI, 2010, p. 44.

[xl] A. Rimbaud, Cartas del vidente. Madrid: Hiperión, 2010, p. 125.

Salo Mochon

Ciudad de México, 1985. Formado en el estudio del Talmud, renunció a la carrera de rabino para dedicarse a la clínica psicoanalítica y a la escritura. Autor del poemario Escardillo (Liliputienses, 2020; Argonáutica, 2021), por el que obtuvo mención honorífica en el VII Certamen Internacional de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz. Actualmente cursa estudios de doctorado en el Colegio de Saberes.