“El inicial desvalimiento del ser humano es la fuente primordial de todos los motivos morales.” Sigmund Freud
El inicial desvalimiento del ser humano, a juicio de Freud, representa una caída a un mundo que se muestra hostil frente a la permanente amenaza de aniquilación constituida por los desbordes de excitación que movilizan al recién nacido. El infante se devela en urgencia psíquica, estado de casi colapso, que lo sitúa entre la soledad absoluta, la imposibilidad y el llamado al auxilio. Es entre estas características donde podríamos situar la definición misma del concepto de desvalimiento. El diccionario de la Real Academia Española lo define como “Desamparo, abandono, falta de ayuda o favor.”[1] Pero es necesario mencionar que el término utilizado por Freud en alemán es hilflosigkeit, el cual podría traducirse ciertamente como desamparo. En el diccionario de la Real Academia Española, desamparar se define como “Abandonar, dejar sin amparo ni favor a alguien o algo que lo pide o necesita”, pero también como “ausentarse, abandonar un lugar o sitio.”[2] Las similitudes de las definiciones de ambas palabras revelan distinciones ya que en la segunda, desamparo, encontramos más acentuada la ausencia del semejante que viene a nuestro auxilio[3], aquel que para Freud da acceso a experiencias de satisfacción y en consecuencia abre a la subjetivación.
¿Cómo entender este estado al que se refiere Freud, si hay un otro que viene al auxilio del recién nacido? ¿Podríamos pensar que la vida misma comienza en el desencuentro con aquello que en su función de auxilio se revela insuficiente?
Para aquellos que laboran con sujetos inimputables, internados en centros de rehabilitación psicosocial, el epígrafe de Freud podría resonar en bucle. La desesperanza reflejada en los ojos de algunas personas internadas en un reclusorio psiquiátrico no sólo nos podría reanimar nuestro desvalimiento inicial, sino que también nos suele confrontar a una elección inconsciente: rechazarla como consecuencia de la insoportable angustia que desenfrena el encuentro, o por el contrario, responder a un impulso irrazonable de devenir en un auxiliador frente a su urgencia psíquica. ¿Qué implicaciones surgen de estos (des) encuentros?
Se comenzará por acercarnos a estudiar los planteamientos que nos conduzcan a comprender con mayor detenimiento la constitución del aparato psíquico. Proseguiremos profundizando en la relación del desamparo con la psicosis, el pasaje al acto y la inimputabilidad. Seguiremos con una propuesta sobre la violencia del desencuentro. Tal vez así podremos concluir con una apertura sobre el lugar preciso del analista, considerando al desvalimiento como eje central del posicionamiento ético.
1. El desvalimiento – constitución del aparato psíquico
Freud, en su Proyecto de psicología para neurólogos (1895), presenta al recién nacido como un ser desvalido en necesidad de ser cobijado por un semejante. Esta primera experiencia de desamparo es una condición para la cual no se tiene salvación; todos fuimos seres desvalidos en un inicio, en necesidad de un otro que nos rescate de un estado de urgencia y nos dé acceso a vivencias de satisfacción. A este otro ser Freud lo nombra auxiliador y lo define, en relación al bebé, con el llamado complejo del prójimo.
Roberto Castro elabora el siguiente argumento: “Al comienzo, suponiendo a un recién nacido en sus primeros minutos, los estímulos que provienen del cuerpo solamente cesarán a partir de condiciones muy precisas procedentes del mundo exterior, de la realidad externa, que no es más que otro semejante.”[4] La descripción de Castro sobre la acción del auxiliador enriquece la de Freud, quién menciona lo siguiente:
“Si el individuo auxiliador ha operado el trabajo de la acción específica en el mundo exterior en lugar del individuo desvalido, éste es capaz de consumar sin más en el interior de su cuerpo la operación requerida para cancelar el estímulo endógeno. El todo constituye entonces una vivencia de satisfacción, que tiene las más hondas consecuencias para el desarrollo de las funciones del individuo.”[5]
Para Freud el concepto de acción específica es aquello que permite el cese en el aumento de displacer. La psique comienza entonces a constituirse a partir del horror resentido como consecuencia del desamparo originario y a través de las experiencias de satisfacción. El dolor, o aumento de displacer, traza los denominados caminos abiertos, aquellos por los que fluye y/o se retiene la energía psíquica. Así comienza entonces la dialéctica que sostiene a la vida entre el placer y el displacer; mientras el placer tiende a situar al ser humano en un retorno al estado cero que representa la muerte, la apertura de nuevos caminos a transitar abre la posibilidad de mantener la psique en un estado de insatisfacción constante. Cada día de la vida es pensado por Freud como un rodeo de la muerte.
Desde los primeros encuentros con el auxiliador, el infante comenzaría a diferenciar entre las experiencias dolorosas y aquellas de satisfacción; evitando las primeras y reanimando las últimas a través de vivencias alucinatorias. El yo primitivo se constituiría identificándose con todas esas huellas de satisfacción y rechazando por igual, a través de mecanismos de proyección primarios, aquellas que amenazan su integridad.
Es a partir de la identificación con el desamparo que el auxiliador puede brindar la ayuda suficiente para satisfacer las necesidades primordiales del nuevo ser. El infante se verá entonces obligado a investir el mundo de los objetos.
Sin embargo, es indispensable mencionar que la dependencia lleva al recién nacido a vivirse expuesto frente al otro, percibiéndolo como un extraño omnipotente. En palabras de Octavio Chamizo: “…desde el acontecimiento transferencial, se le da figurabilidad y sentido a esa primera experiencia del encuentro entre un sujeto en vías de constitución y, otro, que es vivido con el atributo de la omnipotencia y consecuentemente, de la violencia.”[6] Con esto Chamizo revela que la transferencia analítica es necesaria para hacer surgir aquello que se vive en cuerpo, pero no se encuentra representado. Por eso agrega lo siguiente: “El estado de desamparo originario, que se expresa corporalmente en ausencia de palabras y de sujeto, es precisamente un blanco en la memoria.”[7]
Todo ser humano, indefenso al inicio, se sujeta a un otro que lo cobija y amenaza al mismo tiempo, ya que su ausencia remite a la aniquilación y su presencia al exceso. Por lo mismo, es necesaria la separación a través de un tercero simbólico que remitiera a la falta y abriera al deseo. En dicha separación, explicada por Jaques Lacan, como la introducción de la metáfora paterna, podemos situar al desamparo desde la ausencia misma de completud. Ahora, también podríamos plantear que el auxiliador puede buscar sostener la omnipotencia a través del rechazo de su propio desamparo, pero este rechazo podría terminar por propiciar una psicosis en el infante.
2. El desamparo – El delirio, el pasaje al acto y la inimputabilidad
En la psicosis, según Lacan, al no haberse instaurado la metáfora paterna, el sujeto permanece a la merced de ese Otro[8] que lo somete y lo desampara, revelando cierta transformación y perpetuidad del desvalimiento inicial.
En el texto Puntualizaciones psicoanalíticas sobre un caso de paranoia descrito autobiográficamente (1911), Freud menciona lo siguiente:
“El mecanismo de la formación de síntoma en la paranoia exige que la percepción interna, el sentimiento, sea sustituida por una percepción de afuera. Así, la frase «pues yo lo odio» se muda, por proyección, en esta otra: «Él me odia (me persigue), lo cual me justificará después para odiarlo». Entonces, el sentimiento inconsciente aparece como consecuente de una percepción exterior: «Yo no lo amo – pues yo lo odio – porque ÉL ME PERSIGUE.”[9]
Freud describe que el mecanismo propio a la paranoia involucra la proyección de una representación inconcebible que sucumbe a destinos de pulsión primarios. Entre ellos nos encontraríamos con la transformación en lo contrario (de un amor inconcebible a un odio desenfrenado) y con la vuelta sobre la persona misma. Freud expone también que las fijaciones propias al sujeto, en el momento del brote de su psicosis, lo llevarán a sucumbir a regresiones que lo sitúan en fases primarias de su desarrollo. Este proceso regresivo hace que la libido pierda sostén del mundo de los objetos, retornando a un estado de desamparo en el que el sujeto, pacificado, se encuentra a la merced del otro.
La lectura de Freud sobre las vivencias autobiográficas de Daniel Paul Schreber y su estudio sobre la paranoia, nos permiten adentrarnos en un mundo de angustia y desamparo frente a ese otro que, desde la proyección, persigue y aniquila.
El mecanismo propio a la paranoia descrito por Freud es releído por Lacan como forclusión en su Seminario III sobre las Psicosis (1955-1956). Lacan explica que aquello que es rechazado, más no reprimido, retorna desde lo real como inconcebible y alucinatorio. La psicosis desencadenada se caracterizará entonces por la forclusión definida por Lacan como la ausencia de un significante primordial: el Nombre-del-Padre. En textos y seminarios posteriores a 1956, Lacan argumentará que el psicótico tiene la certeza de ser gozado ilimitadamente por el Otro.
El delirio sería entonces, tanto para Freud como para Lacan, aquello que permite al sujeto sostenerse frente a las demandas avasalladoras que vienen del objeto persecutorio. Freud menciona lo siguiente:
“Y el paranoico lo reconstruye, claro que no más espléndido, pero al menos de tal suerte que pueda volver a vivir dentro de él. Lo edifica de nuevo mediante el trabajo de su delirio. Lo que nosotros consideramos la producción patológica, la formación delirante, es en realidad, el intento de restablecimiento, la reconstrucción. Esto lleva a la posibilidad, a través de la proyección, de recrear vínculos con los objetos. Así pues, lo cancelado adentro retorna como amenaza desde fuera.”[10]
Con esta afirmación podemos sostener que, por más que la persecución continúe a través de la proyección o forclusión, según el autor de referencia, no todo psicótico se encuentra en un estado de desamparo constante. Por ejemplo, Daniel Paul Schreber logró establecer suficientemente su delirio para poder confrontar durante varios años a sus propias amenazas persecutorias. Schreber pasó de vivirse aniquilado por las representaciones mismas del doctor Paul Flechsig, a encontrar una solución a dichas amenazas a través de su delirio redentor.
Ahora bien, Schreber se podría considerar como un caso característico de auto curación frente a los muchos otros psicóticos que no logran estabilizar su delirio. El desaliento constante al que se confrontan dichos sujetos los ubica en un estado de perpetua angustia y de persistente urgencia psíquica. Podríamos plantear que muchos de entre ellos, por momentos, experimentan un horror similar al acontecido en sus momentos iniciales de vida. Esto debido a la pérdida en la constitución narcisista que desvanece las periferias corporales. En algunos de estos casos se ha estudiado que el pasaje al acto puede ser un intento de resolución y de respuesta subjetiva frente al estado de desamparo.
Lacan nos explica que el pasaje al acto puede considerarse como el último recurso del sujeto para liberarse de una angustia que lo sobrepasa, ya que lo intolerable de la persecución se proyecta en el objeto exterior sobre el cual recae el acto. En sus palabras, “su ser se haya, por tanto, encerrado en un círculo, salvo en el momento de romperlo mediante alguna violencia en la que, al asestar su golpe contra lo que se le presenta como el desorden, se golpea a sí mismo por vía de rebote social.”[11]
En su tesis doctoral La psicosis paranoica y su relación con la personalidad (1932), Lacan plantea que su paciente Aimée, violentó a la Señora Z, actriz destacada de su época, como respuesta al insoportable delirio persecutorio que la habitaba conformado por la creencia de que la actriz tenía el deseo de matar a su hijo. Lacan propone que el odio a la señora Z representaba un desplazamiento del rencor inconcebible que Aimée albergaba hacia su propia hermana, quien había tomado en sus manos la crianza de su hijo. Lacan explica que Aimée, al atacar a la actriz, estaba realmente atacando una representación de sí misma en una búsqueda de autopunición. Después de tres semanas de internamiento, Aimée tuvo un episodio de llanto en el cual se cuestionó la razón de su acto. “Veinte días después -nos escribe la enferma-, a la hora en que todo el mundo estaba acostado (…) me puse a sollozar y a decir que esa actriz no tenía nada contra mí, que yo no hubiera debido asustarla.” Lacan concluye lo siguiente: “Todo el delirio se derrumbó al mismo tiempo.” [12]
A partir del estudio de este caso se puede pensar que el pasaje al acto es un llamado a un tercero simbólico a que instaure una separación entre el Otro omnipotente, persecutorio, y el sujeto desamparado por sus demandas insaciables<.
¿Qué sucede entonces cuando la ley nombra a un sujeto inimputable?
Sin dejar de considerar la singularidad de cada acontecer psíquico, las secuelas del desvalimiento inicial se perciben exacerbadas en algunos psicóticos despojados de responsabilidad después de un pasaje al acto. En este sentido, los testimonios autobiográficos del filósofo Louis Althusser nos sirven como un valioso ejemplo.
Althusser escribe su libro El Porvenir es Largo (1985) como consecuencia a la ausencia de respuesta que las leyes francesas le brindaron después del crimen que cometió. En su propio relato testimonial, una noche se encontraba dándole masaje a su esposa cuando súbitamente tomó una almohada y la asfixió. En vez de ser culpado, juzgado y condenado por el acto criminal cometido, Althusser fue nombrado inimputable, no responsable debido a su estado alterado de conciencia[13]. El autor comentó lo siguiente al respecto:
“El estado de no responsabilidad jurídico-legal irrumpe el procedimiento de comparecencia pública y contradictoria ante un tribunal. Destina al homicida, previa y directamente, a un confinamiento en un hospital psiquiátrico. El criminal se encuentra entonces “sin posibilidad de perjudicar” a la sociedad, pero por un tiempo indeterminado, y se le considera obligado a recibir los cuidados psiquiátricos que requiere su estado de “enfermedad mental”.”[14]
Althusser nos explica el proceso mediante el cual el “loco criminal” es introducido a un no ha lugar[15] que le retira toda posibilidad de enunciación propia frente a la sociedad: el control de las decisiones se le ha conferido a un tutor legal porque se juzga al inimputable como alguien que adolece de un “juicio sano”.
Al anunciar la inimputabilidad, la ley clausura la posibilidad de situar el acto criminal simbólicamente a través del llamado a un tercero. Con este anuncio, la misma ley, irónicamente, se aniquila a si misma debido a que el llamado a un tercero es, en sí, un llamado a la propia y misma ley. Dicho nombramiento puede remitir al sujeto a ubicarse de nuevo en un lugar de desamparo frente a las demandas de aquel que lo somete, confrontándolo nuevamente con el terror primario.
III. El (des) encuentro – rechazo y salvación
La escucha del sufrimiento de estos hombres despojados de lugar hace resonar lo insoportable que nos une a ellos desde nuestro propio desamparo originario. Algunos sujetos del mundo se viven desde el dolor primordial; otros lo reprimen y en consecuencia lo rechazan; pocos aprenden a escucharlo.
La palabra desencuentro, definida por la Real Academia Española como “Encuentro fallido o decepcionante”[16], se puede pensar desde el desvalimiento inicial debido a que remite a un estado de desesperanza y soledad. El acercamiento del infante con el auxiliador se caracteriza como un desencuentro como consecuencia del desamparo, de la ausencia de fusión y del estado psíquico de insatisfacción constante.
Freud vincula la fuente primordial de los motivos morales con el desvalimiento inicial para explicar cómo la moral alude al yo primitivo que proyecta hacia el auxiliador todo aquello que le brindó insatisfacción y que, en consecuencia, puede llegar a amenazar su integridad: lo malo, lo deforme, lo incomprensible, que resuena desde el vínculo con el auxiliador, se convierte en lo persecutorio para una sociedad normalizadora. Reducir al otro a una etiqueta como lo son el criminal o el loco, aunque objetiviza y excluye, permite también que lo propio no pierda su equilibrio.
El rechazo de todo lo considerado ajeno es, entonces, desde el inicio de nuestras vidas, una forma de sobrevivir frente el terror primordial que amenaza con la desintegración psíquica. Por lo mismo, todo aquello que nos resulte amenazante, debido a su presencia en las profundidades del inconsciente debe de quedar distanciado del yo. Esto explica, en parte, la cómoda necesidad de mantener a los “rechazados” en las periferias de las ciudades.
El planteamiento formulado presupone que el rechazo y la salvación son los dos lados de una misma moneda. Cuando se hace referencia a dicha salvación, se intenta explicar el sentimiento altruista y asistencialista de creerse en la posibilidad de salvar a un otro de su estado desvalido, al ofrecerle la supuesta fortaleza yoica de aquel que viene al auxilio. Asumir el lugar de salvación frente al desamparo de un semejante puede convertirse en una postura de agresión debido a que el auxiliador inicial y su amenaza perpetua es lo que sostiene, desde la omnipotencia, el lugar del sometimiento.
El deseo de salvar o amparar se podría pensar también como un rechazo pero, en este caso, del propio desvalimiento. Dicho rechazo lleva entonces a situarse en el lugar de la omnipotencia creyendo que uno, al no estar en falta y al no reconocer el dolor primordial, tiene la capacidad de aniquilar el desamparo en el otro que acompaña. No olvidemos que la definición misma de desamparo remite a la imposibilidad debido a que uno nunca recibirá la ayuda o protección suficiente.
¿Cuáles son las consecuencias de estos (des) encuentros?
Debemos considerar la posibilidad de que tanto el rechazo como la salvación remiten al sujeto a situarse en un constante y persistente estado de urgencia. Por un lado, nos encontramos con aquel que fue rechazado al ser dirigido a las periferias de la ciudad, a la ausencia de mirada y al despojo de lugar simbólico; por el otro lado, podemos evocar un exceso de mirada que aniquila y amenaza al mismo tiempo al presentarse como omnipotente y omnipresente frente a la desolación del semejante.
El Desaliento – ¿dónde situar la escucha?
Vamos a cerrar este escrito abriendo hacia un tema central que será tratado en un próximo artículo.
Más allá del rechazo y la salvación, ambos tendiendo a una violencia de la subjetividad, nos abrimos a interrogantes sobre dónde se ubica el lugar ético de la escucha. Nos preguntamos entonces: ¿no es acaso indispensable darle lugar a la asimetría propia del (des) encuentro? ¿Cómo se juega en transferencia el desvalimiento de ambos?
Todo analista cruza, al igual que cualquier ser humano, una historia marcada de desamparos, traumatismos, satisfacciones y aprendizajes. Por ello, pensar la clínica desde este reconocimiento pudiese propiciarnos, según nuestros futuros planteamientos, la indagación de una necesaria humildad del analista, quien, aunque movilice y cuestione sus intervenciones a partir de una ética que toma en consideración la acogida del otro, debe evitar transformarse en una figura alienante.
La temática por venir será la siguiente: ¿Qué impacto tiene en la escucha analítica de sujetos inimputables el reconocimiento del desvalimiento inicial de todo ser humano?
Bibliografía
ALTHUSSER, Louis. El porvenir es largo, Buenos Aires: Áncora y Delfín, 1993.
CASTRO, Roberto. Notas sobre el proyecto de psicología. México: Siglo XXI
CHAMIZO, Octavio. Octavio Chamizo, “Aproximaciones al problema metapsicológico de la fantasía y la conciencia”. En Revista Espectros de Psicoanálisis. Número 11. México; Siglo XXI
FREUD, Sigmund.
____“Proyecto de psicología para neurólogos”. Obras Completas. vol. I, Buenos Aires: Amorrortu.
____“Puntualizaciones psicoanalíticas sobre un caso de paranoia descrito autobiográficamente”. Obras Completas. vol. XII, Buenos Aires: Amorrortu.
____”Introducción al narcisismo”. Obras Completa. vol. XIV. Buenos Aires: Amorrortu.
____“Trabajos sobre metapsicología, y otras obras.” Obras Completa. vol. XIV. Buenos Aires: Amorrortu.
LACAN, Jaques
___De la psicosis paranoica en sus relaciones con la personalidad, México, Siglo XXI 2005
____Algunas reflexiones sobre el yo: es Uno por uno. Revista Mundial de Psicoanálisis, n°41, Buenos Aires, Eolia, 1995
____Seminario 3: Las psicosis. Buenos Aires: Paidós.
____Seminario 10: La angustia. Buenos Aires: Paidós.
FUENTES ELECTRÓNICAS
Real Academia Española. (2014). En Diccionario de la lengua española (23.a ed.). Revisado en: http://dle.rae.es Agosto, 2018
[1] Real Academia Española. (2018). Desvalimiento
[2] Real Academia Española. (2018). Desamparo
[3] De todas formas, para efecto de este trabajo, usaremos indistintamente ambos vocablos: desvalimiento y desamparo.
[4] Roberto Castro, Notas sobre el proyecto de psicología. Pág. 31
[5] Sigmund Freud, Proyecto de psicología. Pág. 363
Octavio Chamizo, “Aproximaciones al problema metapsicológico de la fantasía y la conciencia”, en Revista Espectros de Psicoanálisis. Pág. 46
[7] Ibídem. Pág. 47
[8] El otro, con minúscula y el Otro, con mayúscula tienen evidentes diferencias ya que cada uno, aunque con similitudes, surge de las teorías de dos autores muy distintos. Por ello, para fines prácticos, en este texto no haremos alusiones específicas a dichas diferencias.
[9] Sigmund Freud, Puntualizaciones psicoanalíticas sobre un caso de paranoia descrito autobiográficamente. Pág. 58-59
[10] Ibídem. Págs. 65-66
[11] Jaques Lacan, “Algunas reflexiones sobre el yo: es Uno por uno”, en Revista mundial de psicoanálisis. Pág. 162
[12] Jaques Lacan, De la psicosis paranoica en sus relaciones con la personalidad. Pág. 137
[13] En francés la condena para denominar la inimputabilidad describe lo siguiente: “En efecto, el Código Penal opone, a partir de 1838, el estado de no responsabilidad de un criminal que ha perpetrado su acto en el estado de “demencia” o “bajo apremio” al estado de responsabilidad puro y simple reconocido a todo hombre considerado normal.”
[14] Louis Althusser. El porvenir es largo. Pág. 32
[15] El termino jurídico-legal en Francia para la inimputabilidad es non lieu, traducido literalmente por no ha lugar.
[16] Real Academia Española (2018). Desencuentro.
Licenciada Summa Cum Laude en Psicología de la Universidad Iberoamericana. Estudió una maestría profesional en Clínica del Lazo Social en la Universidad Paris 7 Diderot en Paris, Francia y una segunda maestría de investigación, en la misma universidad, en Psicoanálisis y el Campo Social con especialidad en Clínica Del Cuerpo y Cultura. Tiene experiencia clínica en diferentes instituciones francesas donde trabajó con pacientes psiquiátricos, inmigrantes y refugiados políticos. Sus temas de interés giran alrededor del psicoanálisis, el cuerpo y la desviación social. Desde 2015 trabaja como docente en la Universidad Iberoamericana en donde imparte, entre otras materias, una práctica de intervención psicológica en el Centro Varonil de Rehabilitación Psicosocial. Por el momento se encuentra cursando su doctorado sobre violencia y subjetividad en el Colegio de Saberes y se dedica parcialmente al consultorio privado.