La lengua común a todos se convierte, en el discurso, en vehículo de un mensaje único, propio de la estructura particular de un sujeto dado que deja sobre la estructura obligatoria de la lengua la huella de un sello específico en que el sujeto viene marcado sin que sea consciente de ello, sin embargo.
Julia Kristeva
En un recorrido en tren Freud transita y escribe. Toma distancia de la discursividad de una época que apunta al cientificismo. Teoría y escritura apuestan al acogimiento de las singularidades de un sujeto de los afectos, de un otro en el cuerpo.
Interesa abordar las posibles inercias y alcances del discurso del mercado y sus implicaciones como discursividad en el sujeto y poner en cuestión la idea del lazo social como frontera que une, dista y crea con el otro.
La subjetividad y el concepto de energía pulsional ponen distancia a la categorización de la singularidad y esa es su imposibilidad, al mismo tiempo que su no coincidencia, como trabajo del vínculo con el otro.
Por otra parte, el ajuste es producto de la repetición y costumbre como discurso positivo. En ese sentido, el intercambio de mercancías y sus equivalencias, tienen implicaciones como lenguaje en el sujeto. Obviar tales inercias del discurso positivo conduce a la generalidad que exige nuevas lecturas ante la insistencia de la energía pulsional.
El faktum de la pulsion es faktum porque no es ley sino acontecimiento, lo que implica que dicho acontecer no tiene correspondencia con ninguna proposición lógica. No es, como tal acontencimiento, una alteridad ligada a la conciencia, contra la propuesta hegeliana. En el faktum pulsional no hay coincidencia, ni como identidad con el mundo ni como diferencia con el mundo.[i]
Sentimiento Oceánico
La modalidad afectiva del reconocimiento, de la mirada del otro, pone a jugar la vida anímica como pura necesidad con el otro, distinto de la demanda. Tensión que implica una demanda como un responder, una responsabilidad en ambos sentidos.
Tal exigencia de pregunta que implica la vida en común con el otro, actualiza la vigencia de algunos elementos del Malestar en la Cultura. Escrito en que Freud identifica como falsos raseros al poder, al éxito y a la riqueza. Una vez que cita la respuesta de un amigo, con quien comparte correspondencia, este último le asocia algunas sensaciones de su adhesión al discurso religioso, como sensación de eternidad, sentimiento de algo sin límites, sin barreras, oceánico. De lo que toma distancia Freud:
yo no puedo descubrir en mí mismo ese sentimiento «oceánico». No es cómodo elaborar sentimientos en el crisol de la ciencia.
(…)
La religión perjudica este juego de adaptación imponiendo a todos por igual su camino para conseguir dicha y protegerse del sufrimiento. Su técnica consiste en deprimir el valor de la vida y desfigurar de manera delirante la imagen del mundo real, lo cual presupone el amedrentamiento de la inteligencia.[ii]
El sentimiento oceánico del sujeto, por su sensación de eternidad y sin límite relacionada al tiempo y como discurso del otro, acorta las distancias con este, por la certeza que le otorga al tiempo discursivo, a su prolongación en el cuerpo.
La posición indiferenciada frente al tiempo discusivo del otro, es opuesta a la duda, por tanto, a la lectura, por la cercanía que le implica la adhesión. En ese sentido, tal posición conserva el tiempo único como sensación y posición pasiva ante el miedo a la muerte y el vínculo con el otro, con costos en la vida anímica.
La modalidad afectiva del reconocimiento del otro, como necesidad de la mirada, a la vez que angustia, hace posible la petición de un saber, que en tanto da lugar a los propios deseos, sabe de los deseos del otro. Tal desajuste, es la potencia de la curiosidad.
Distinto de la distancia y la duda es la adhesión, que como coincidencia, pide un mandato para su obviediencia, al poner en acto un pedir al otro tan exigente como reprochable en un tiempo sin distancia. El sujeto adherido al discurso de un amo sin rostro, volca sus esfuerzos por conservarlo, al arbitrio de la ley.
Posesión y expropiación del cuerpo sin pregunta, hace del mundo una obviedad, una obediencia prolongada de la ley como coincidencia con el otro en el tiempo, como lazo sadomasoquista que pone al otro en el cuerpo, con sus ritmos y sus inercias.
Ese otro, esa expropiación del cuerpo, o esa presencia del otro en el cuerpo, es por un lado, un exceso, es del orden de lo invasivo, pero, por otro lado, abre el abismo de la quiebra de la continuidad cíclica o cerrada del organismo. Tanto es un exceso masivo como una carencia abismática.[iii]
La demanda no está ni solo en el interior, ni solo afuera, sino juega en las fronteras del pedir que implica el habla y su producción. Es creativa por su producción metafórica como segundo momento, y no por su sola puesta en acto, sino en la apropiación de las ajenidades que muestra.
Por una parte, ningún cuerpo humano resiste por mucho tiempo al agua. Se dice que sumergido en la interioridad del oceano, implosiona. La sensación de lo eterno, como relación al tiempo de una discursividad, tiende a la unidad con la exterioridad, a su con-fusión de un cuerpo prolongado de exterioridad y su mezcla. Lo que la pregunta del otro en el cuerpo, como interioridad y distancia con el otro, produciría como extrañeza y afirmación de la vida. Dice Nietzsche sobre la interioridad y el alma:
De forma no distinta a cómo debieron irles a los animales acuáticos cuando se vieron obligados a sucumbir, así le fueron las cosas a esos semianimales felizmente adaptados al páramo, a la guerra, al merodeo, a la aventura, de pronto todos sus instintos quedaron devaluados y suspendidos. En adelante, quedaron de pie y llevarse a sí mismos, cuando hasta ahora, los llevaba el agua: un peso terrible cayó sobre ellos. Se sintieron incapaces de hacer los quehaceres mas sencillos, en este nuevo mundo desconocido ya no tenían a sus antigüos guías, los impulsos reguladores que les guíaban con regularidad inconsciente… ¡quedaron reducidos a pensar, argumentar, calcular, combinar causas y efectos; quedaron, estos infelices, reducidos a su consciencia, a su órgano mas pobre y mas falible! Creo que nunca más ha habido sobre la tierra tal sentimiento de miseria, tal plúmbeo malestar; ¡y, por si fuera poco, aquellos viejos instintos no habían cesado de repente de formular sus exigencias! Solo que era difícil, y rara vez posible, complacerles; en lo esencial debieron buscarse satisfacciones nuevas, y, por así decirlo, subterráneas. Todos los instintos que no se descargan hacia fuera, se vuelven hacia dentro: esto es lo que yo llamo la interiorización del hombre. Solo así crece en el hombre lo que más tarde se llama su alma. La totalidad del mundo interior, originariamente tan delgado como si estuviese apresado entre dos pieles, se separó y abrió, cobró profundidad, amplitud y altura a medida que se impidió la descarga del hombre hacia fuera…[iv]
La adhesión del sujeto al discurso único, tiende a lo oceánico como coincidencia con el tiempo. Sin que tal adhesión sea un acto voluntario, ni se ejecute en una sola acción. El espíritu burgués expone la identidad de un sujeto sin distancia con el otro ni con el tiempo. Sabe de un otro, aunque no lo reconoce en el cuerpo:
(…) nadie se basta a sí mismo.
Esta concepción del yo como algo que se basta a sí mismo es una de las marcas esenciales del espíritu burgués y de su filosofía. Suficiencia que alberga el pequeño burgués, ella no se nutre menos de los sueños audaces del capitalismo inquieto y emprendedor. Ella dirige su culto al esfuerzo, a la iniciativa y al descubrimiento que se orienta menos a reconciliar al hombre consigo mismo que a asegurarle lo desconocido del tiempo y de las cosas. El burgués no confiesa ningún desgarramiento interior y le avergonzaría que le faltara la confianza en sí mismo; en cambio, se preocupa de la realidad y del porvenir porque amenazan con romper el equilibrio indiscutido del presente en que él posee. Es esencialmente conservador, pero vive un conservadurismo inquieto. Se preocupa de los asuntos y de la ciencia como de una defensa contra las cosas y lo imprevisible que ellas encubren. Su instinto de posesión es un instinto de integración y su imperialismo es una búsqueda de seguridad. Sobre el antagonismo que le opone al mundo quiere arrojar el blanco manto de su “paz interior”. Su falta de escrúpulos es la forma vergonzosa de su tranquilidad de conciencia. Pero mediocremente materialista, al goce, prefiere la certidumbre del mañana. Contra el porvenir, que introduce cosas desconocidas en los problemas resueltos en los que vive, le pide garantías al presente. Lo que posee se convierte en capital cargado de intereses o en una seguridad contra los riesgos y, así domesticado, su porvenir se integra a su pasado.[v]
De las citas se advierten dos posiciones distantes y distintas entre sí, una como interiorización y otra como defensa y conservación.
Sujeto-mercancía y tiempo del miedo
El discurso del mercado tiende la totalidad en su repetición en el intercambio. La reducción de la dualidad tiempo/dinero acorta las distancias entre los sujetos como lenguaje reductivo y paralizante de la equivalencia que se anticipa al pedir y a su producción. “Si el orden mercantil es total, quiere decir entonces que los sujetos no se relacionan entre sí a través de las mercancías sino como mercancías, en cuanto mercancías.” (Pereña, 2003: 82). [vi]
La equivalencia universal de tiempo y dinero al acortar la distancia de los sujetos, así como con su producción, paraliza su capacidad de recibir, haciendo de la acumulación una necesidad imperiosa de cuantificación al valor.
El amo de la acumulación y la estadística, en su relación tiempo/dinero produce inercias en el cuerpo, impone sus ritmos vestido de libertador y fija los tiempos, al hacer del sujeto un deudor con su pasado, a la vez que traza un futuro acreedor, reduciendo su demanda a la relación tiempo y costo.
El discurso mercantil es total, al no tener límite discursivo y por su complicidad con el Estado.
(…) es precisamente una totalización de la mercancía tal que se convierte a su signo (el dinero) en único valor. El intercambio se hace ilimitado y el dinero, como equivalente general o significante de todos los significantes (el signo de lo sustituible como insustituible él mismo), carece de servidumbre, contradicción o límite moral. Es amo absoluto. Por otro lado, su estatuto abstracto y anónimo equivale a impunidad. El dinero, como equivalente general es una noción vacía, es un objeto de deseo agudo y vacío, carente de objeto concreto.
El deseo de acumulación se hace entonces ilimitado y por consiguiente caótico y destructivo.[vii]
Tal adhesión al tiempo único, no se da de un momento a otro, sino que al ser intercambio y lenguaje, como inercia discursiva, impone sus equivalencias en relación al tiempo.
El discurso mercantil traza la normativa de un tiempo del miedo/miedo del tiempo.
El tiempo es, pues, el tiempo del miedo, del miedo a la muerte, puesto que la muerte es la amenaza suprema que hace del desvalimiento del sujeto una angustia por perder la vida, es decir, no a la vida como pérdida, que sería el motor del deseo, sino la pérdida de una vida cuyo dueño es el otro.[viii]
El miedo del tiempo es la certeza que acompaña al discurso mercantil, de un otro al que hay que temer, a la vez que garantizar sin distancia.
Tal generalidad marca la inercia de un mandato de consumir al otro, a la vez que consumarse en el tiempo. Agresividad normativa que provoca una confianza voraz de posesión del tiempo y del otro que hace de un sujeto-mercancía, un cuerpo con poca distancia para dar y recibir.
Prevención del miedo y aseguramiento obturan la posibilidad de decir, de dirigirse a otro. La normativa del miedo se anticipa a los tiempos singulares de la curiosidad, de pedirle al otro, quedando el sujeto en una posición ajustada y sin lugar a dudas, tan defensiva como voraz.
Tal certeza, como normativa tiende una permanencia en “la vida” y no la vida como permanente creación con el otro. La construcción del vínculo queda postergada por la exigencia del circuito sadomasoquista de la mercancía equivalente. Miedo de ser tragado y de tragar al otro hacen de un sujeto sin distancia, un sujeto mercantil.
En ese sentido, derechos del consumidor trascienden la esfera contractual de la mercancía, haciendo de un sujeto en su adhesión al discurso, una voraz exigencia y reproche, un deudor y acreedor.
El sujeto mercantil produce y algo pide al otro, aunque su producción sea reconducida al circuito; la duda, desacelera los tiempos del otro en el cuerpo, que como negatividad, angustia. Lo que el acogimiento distante posibilitaría la articulación de la demanda, un síntoma.
El síntoma es la modalidad concreta de un sujeto concreto de sentir y estar afectado por afectos contradictorios, por el amor y el miedo, por el odio y la culpa, por la demanda y sus temores, por la angustia que subyace en los afectos.[ix]
La curiosidad, como empuje y demanda por saber, de dirigirse a un otro, implica distancia, que no es aislamiento sino acogimiento de un otro. Lo que hace a un otro es precisamente la distancia que se produce en la puesta en escena de la crudeza del vínculo sadomasoquista.
La depresión del valor de la vida a la que alude Freud, tiene relación con la adhesión al tiempo del miedo prolongado en el cuerpo, que la pregunta pondría en crisis como desgarro e interioridad, lo que provoca nuevas lecturas, al irrumpir como deseo de saber y curiosidad, en la función equivalente de la comunicación en el lenguaje.
El miedo no es una orden ni tiene equivalencias fijas, es miedo por su enigma y oscuridad que convoca la curiosidad por saber del sujeto.
Demanda, juego y enigma
La demanda, como acción de pedir al otro, es jurídica, al dirigirse a un tercero que en el pedir se legitima. En esa acción, no solo se reconoce a un ciudadano, sino todo un sistema.
Acción de pedir que co-responde, como correspondencia, implica su desajuste y esa es su posibilidad de construcción. La correspondencia, tanto en tiempo como en espacio dan sensación de distancia, no en la lógica lejanía/cercanía, sino distancia como espacio de articulación, de juego, de dar lugar a las intensidades que produce la palabra.
La articulación de la demanda pone distancia del objeto de amor, lo lleva a territorios y a vecindades nuevas. Tal apuesta del lenguaje es no solo una posición frente a la palabra, sino una posición frente al tiempo de la muerte, que como pregunta, hace cortes a la continuidad de los flujos del otro en el cuerpo.
El enigma no tiene función específica ni equivalencia, no es ajustable en relación al tiempo, ni a su propio nombre. Tampoco resulta una ingenuidad y dista del ingenio. No exige una una posición ni una identidad. Sospecha de la voluntad porque no quiere saber de inmediato, sabe del miedo pero no se anticipa al saber por la profundidad del gancho que le convoca, un enganche que desgarra la carne y provoca el juego.
El juego es creativo de por sí, porque el juego es un simulacro de libertad, un modo de escapar de la escena de dominio, de la escena sadomasoquista, de la amenaza de la ley, del endeudamiento que hipoteca la soledad de la demanda inconsciente, carente de respuesta asegurada. El juego, como el síntoma, es anacrónico porque rompe la cronología de la ley del poder.[x]
El juego, como escenario de acogimiento y puesta de escena, expone las contradicciones de una producción, produce una demanda. Curiosidad y saber, hacen del miedo y sadomasoquismo posibilidad de crear tiempos y escenarios de la interioridad. Lo anterior implica una producción, un trabajo con el otro.
La inminencia del objeto de deseo es la cuerda, el lazo que tensa el riesgo de tragar y ser tragado en aquella exposición y riesgo con el otro.
Lo que hace que un juego sea un juego es que los papeles son intercambiables. Nadie es su propietario. Es lo contrario de la ley, que siempre es propiedad del poderoso. En el juego las reglas son comunes y aceptadas. El juego es un compromiso de participación y no de imposición. Es una ficción de co-presencia o simultaneidad, pero a la vez descansa del deseo de muerte, de la hostilidad que viene a querer suplir la falta de fundamento ontológico.[xi]
El intercambio de papeles en el juego rompe con la ideología de la identidad. El niño convoca el objeto del miedo para jugar y no ser tragado. Este, teme del lobo, a la vez que juega a ser un lobo frente a la oscuridad. Miedo y curiosidad son elementos de un saber en el juego con el otro. La distancia, como interioridad y no coincidencia convoca el enigma, que desplaza de la semejanza, la alteridad.
Referencias
[i] Pereña, Francisco, De la Angustia al Afecto. Un Recorrido Clínico, Editorial Síntesis, 2013, p.59.
[ii] Freud, Sigmund. Obras Completas. Amorrortu. 2013, volumen XII, p. 97.
[iii] Pereña, Francisco, De la Angustia al Afecto. Un Recorrido Clínico, Editorial Síntesis, 2013, p. 60.
[iv] Nietzsche, Friedrich. La Genealogía de la Moral, Editorial Tecnos, 2003, p. 125 y 126.
[v] Lévinas, Emanuel, De la Evasión, Arena Libros, 1999, p.76.
[vi] Pereña, Francisco, Memento Mori. Reflexiones sobre el miedo, la muerte, el fracaso del capitalismo y su incierto final, 2023, p. 82
[vii] Pereña, Francisco, Pulsión y Culpa. Para una Clínica del Vínculo Social, Editorial Síntesis, 2001, p.11.
[viii] Pereña, Francisco, Memento Mori. Reflexiones sobre el miedo, la muerte, el fracaso del capitalismo y su incierto final, 2023, p. 70.
[ix] Pereña, Francisco, De la Angustia al Afecto. Un Recorrido Clínico, Editorial Síntesis, 2013, p. 120.
[x] Pereña, Francisco, De la Angustia al Afecto. Un Recorrido Clínico, Editorial Síntesis, 2013, p. 90.
[xi] Pereña, Francisco, De la Angustia al Afecto. Un Recorrido Clínico, Editorial Síntesis, 2013, p. 88.
Bibliografía
Freud, Sigmund. Obras Completas. Amorrortu. Buenos Aires. 2013, volumen XII.
Lévinas, Emanuel, De la Evasión, Madrid, Arena Libros, 1999, p.76.
Nietzsche, Friedrich. La Genealogía de la Moral, España, Editorial Tecnos, 2003.
Pereña, Francisco, De la Angustia al Afecto. Un Recorrido Clínico, España, Editorial Síntesis, 2013.
Pereña, Francisco, De la Violencia a la Crueldad. Un Recorrido Clínico, Madrid, Editorial Síntesis, 2004.
Pereña, Francisco, Memento Mori. Reflexiones sobre el miedo, la muerte, el fracaso del capitalismo y su incierto final, 2023, USA.
Pereña, Francisco, Pulsión y Culpa. Para una Clínica del Vínculo Social, Madrid, Editorial Síntesis, 2001.
Abogado. Maestría en Saberes sobre Subjetividad y Violencia. Especialidad en Clínica Psicoanalítica. Sus temas de interés son alrededor del Psicoanálisis, el Lenguaje y la Ley.