Del extravío como naufragio

Norma Angélica Silva Gómez

…tu deseo carece de nombre, es imposible de circunscribir, es insólito respecto de los lugares que tú le fijas, al venir de más acá e ir más allá de toda determinación. A quién se dice <<Dios quiere de mí esto o aquello>>, la respuesta es primero: no. Dios es indiferente […] Volver al principio es confesar, con metáforas que hablan alternativamente de una hiancia y de una fiesta, un deseo ajeno al ideal o a los proyectos que uno de forjaba. Es aceptar oír el rumor del mar.[1]

Michel de Certeau

Cada hombre tiene su pendiente funesta. La mía desciende hacia el cenegal. Allí es donde me agarra Speranza y me muestra su rostro bestial. La ciénega es mi derrota mi vicio. Mi victoria es el orden moral que debo imponer a Speranza frente a su orden natural que no es más que otro hombre del desorden absoluto. Ahora sé que aquí no se trata sólo de sobrevivir. Sobrevivir es morir. Hay que, con paciencia y sin descanso, construir, organizar, ordenar. Cada palabra es un paso atrás, un paso hacia la pocilga. [2]

Michel Tournier

 

Consideraciones iniciales

Intento escribir desde el extravío, [des]colocando del lugar del “supuesto saber académico”. Este abordaje está tejido con la trama de la espera, la confusión, la inquietud que provoca un nuevo territorio.  Lenguaje cuya sonoridad seduce al que escucha, pero que de origen se sabe excluido del mismo. La duda e incertidumbre (donde frecuentemente tropiezo) genera ritmos, espaciamientos, ecos. No es una escritura que da cuenta de nada, no hay límite,  es más una metáfora, pregunta cuya espiral es  infinita.

¿Por qué escribir entonces desde el extravío?, ¿qué derivas me convocan?, ¿a qué llamado intento responder? La ausencia de una constante regularidad del discurso, los cambios de dirección, las frases suspendidas, los recuerdos fragmentados; son parte de ese mi enunciar una serie de afectos re/pensando la apropiación desde la escritura, el cuerpo y las emociones que me generan dialogar con el Robinson de “Viernes o los limbos del Pacífico” de Michel Tournier. En particular, recurro a la bitácora (diario de navegación). Es oportuno aclarar que no intento dar cuenta de un ensayo literario o análisis del libro, mi idea es más bien provocar[me] desde la escritura un diálogo a tres voces con Michel De Certeau como el tercer convocado a esta reverberación de ideas.

Recupero la promesa progresista del sujeto civilizado que es Robinson fracturado por la soledad, al borde de la locura y al límite de la animalidad. En este limbo, acaso umbral, es donde la escritura aparece como estrategia para estructurar y hacer/se de mundo, ese que creía le pertenecía y del cual formaba parte, antes de ser exiliado por una tormenta que le dejó en condición de náufrago solitario en aquella isla. Él es la anomalía civilizatoria en un entorno salvaje, ahora él/lo primitivo le mira, lo cuestiona, desvía la seguridad de su cotidianidad, sus rituales urbanos han colapsado, nada de lo que lo “definía como humano” tiene sentido o lugar de representación. Robinson parece preguntarse desde su nuevo escenario ¿qué hace humano a “lo humano”?, ¿porqué lo animal y su proximidad horroriza?, ¿qué vértigo genera la pérdida de la máscara identitaria (de la cultura) que le ha sido arrebatada dejando su rostro tan desnudo como su cuerpo?

La LEY como administración -y ordenamiento- ha quedado muda, estéril. El soberano no puede ejercerla, carece de súbdito. Es un amo solitario, un soberano huérfano de pueblo.  La escritura, casi registro, bitácora monótona, le articula un devenir cotidiano que acosa, reiterando la absoluta ausencia de un “otro”. El tiempo dará a este hombre el encuentro con un “otro” y, finalmente, la estrategia del dominio, disciplina, ley, orden, estructura, podrá acontecer…

Primer tiempo: Naufragio y Voluntad

Robinson despierta con la cara en la arena de la playa. A lo lejos, observa la sombra del Virginia ahora fragmentos golpeados, insistentemente, por las olas. Ahí, inmóvil e incapaz de cambiar lo que –en adelante- será su destino, observa el espectáculo de la Naturaleza -e inmediatamente- le invade el miedo a la soledad, la ausencia de comunidad.

La primera labor fue la búsqueda de los comunes, de otros que le ayuden a soportar la inmensa soledad que anunciaba aquella isla. Los muertos se develan uno tras otro, su nueva comunidad: la que siempre ha sido.  La angustia, se abre paso entre la espesa vegetación buscando sobrevivientes del naufragio.

En su búsqueda se detiene ¿qué busca?, no muy lejos, algo se aproxima. Lo extraño, lo ajeno, lo desconocido, lo que arriba sin avisar, inquieta. La violencia que es huésped permanente de lo humano, se adelanta a la recepción del o lo arribante. Finalmente, de entre las ramas, aparece un macho cabrío y Robinson -por impulso y defensa- descarga un certero golpe a la cabeza del animal, derribándolo directo a su muerte:

Era el primer ser vivo que Robinson había encontrado en la isla y lo había matado […] Ahora comprendía el extraño comportamiento del macho cabrío que acababa de machacar: aquel animal jamás había visto a un ser humano; la curiosidad le había impulsado a detenerse […] estaba demasiado cansado como para poder medir toda la extensión de su desgracia…<<pues si no es Más la Tierra- se dijo sencillamente- , es la isla de la Desolación>>, resumiendo su situación con aquel bautismo improvisado[3]

El hombre, ese que recordaba ser llamado Robinson, da cuenta de su absoluta soledad, asustado, lejano de todo lo conocido y familiar. Y peor aún, atado a un fragmento de tierra resguardado por las infinitas murallas formadas por el mar. ¿No será acaso que solamente de esa forma se manifestaron “los muros” que siempre le han puesto límite?, ¿cómo pensar lo ilimitado?, ¿se puede?.

Los límites tienen distintas formas y soportes: el reloj matutino que interrumpe con horarios el sueño, las calles con sus indicaciones, ejes y sentidos. La forma en la que se ajusta la ropa al cuerpo (ocultando su desnudez), la lista en la que deberá ser anotado para subir a la embarcación, el nombre que la ha sido otorgado sin posibilidad de disenso, el deseo no revelado, silenciado.

Ahora en aquella Isla, cuyo horizonte le abruma, es testigo de aquella infinita muralla de agua que le separa para siempre de lo que había sido, lo que le definía como hombre, del contacto de lo humano. El silencio le abruma, la isla sin muros de la que no puede escapar, en apariencia, tan distinto del proyecto urbanístico de la ciudad (su ciudad, su casa, instituciones) donde estructuras y reglamentos le daban orden y función. Lo ilimitado demanda su pensamiento, lo asfixia, se filtra y con esta visión, cansado, preso por la violencia de la Naturaleza y con hambre, se “[…] hundió en un sueño sin sueños”.[4]

Al despertar se sabía vivo, pero sin exactitud de dónde. En ese acto contemplativo, la isla que se le presentaba infinita. Lo que daba cuenta era de la posibilidad -e imposibilidad- de todos los lugares que ahora formaban parte de sus recuerdos. El mundo por él conocido, pensaba, lo olvidaría y la narrativa de su vida terminaría por extinguirse, su nombre sería olvidado, borrando, silenciado.

¿Cómo evitar este confrontar la propia extinción? La respuesta llega: ocuparse, poner límites, vislumbrar un “sentido” para la vida. El optimismo mezclado con la esperanza se despliega en el viejo mandato de la cultura: ocupar, saturar, producir, ocultar, evadir. El pensamiento aplastado por un sistema de producción de labores, cuya función principal operaba en desviar todo lo que le provocara pensar en la posibilidad de su muerte. Robinson mantenía la esperanza de ser rescatado pero pasaban los días y su voluntad comenzaba a derrumbarse. El impulso inicial que alimentaba sus acciones se debilitaba gradualmente, tanto como su fe, ahora las dos: producción de sentido y fe, igual de estériles y absurdas. Intentaba seguir, pero cada día acontecía un nuevo derrumbe del cual era testigo y protagonista. Lo que conocía parecía no importar en esa isla, lo que creía se sumaba al silencio de un llamado que no recibiría respuesta. En ese momento, abandonado por los hombres y también por lo divino, aconteció lo que Michel de Certeau llama el desgarro de la voluntad.

Lo incognoscible de la voluntad divina desgarra la racionalidad del mundo. La <<potencia absoluta>> escapa de ella misma de lo que revela de sí mismo el orden que crea. Es <<exceptuada>>, sustraída a la coherencia de su obra, desligada (absoluta) del orden donde se manifiesta algo de ella. Hay una alteridad de la voluntad respecto de aquello cuya fuente es.[5]

Robinson, no dejaba de pensar en ir al Virginia[6], tomar algunas de las provisiones y sobrevivir su “corta estancia”. Él lo pensaba así. El tiempo pasaba jugando con su razón, inmóvil y atado a la observación de un horizonte que se repetía como un eco interminable. La  soledad –su única compañera- lo arrastraba lentamente a los límites de la sin razón. Y preso de la angustia, tuvo la necesidad de iniciar algún proyecto o actividad, dar sentido a esa perturbadora inmovilidad que casi había logrado vencerle. Este acto de la voluntad es visto por De Certeau como el impulso de voluntad, que los hombres experimentan como “ordenamiento de vida”, donde:

En el hombre, algo inesperado se pone a hablar, que nace de lo incognoscible, remueve la superficie de lo conocido y la agita. Será el origen de un nuevo <<ordenamiento de la vida>>. Toda instauración de un orden se inaugura a partir de la <<voluntad>> […] Exhumar el deseo es la condición de un orden.  Quitar la maleza a la <<voluntad>>: ése es, por tanto, el comienzo.[7]

La voluntad despierta de Robinson, centró su deseo de “orden” en la creación de una embarcación, que le significaba: la partida, el regreso, dejar atrás todo lo que le apartaba del mundo. Y entonces, como un designio, se revela el nombre del barco: EVASIÓN.

Segundo tiempo: Itinerario y Evasión

…el retiro abandona y aquella que el retiro permitirá decidir, hay un punto de fuga. Ese espacio vacante ofrecido al deseo es el equivalente de una fiesta: paisaje al límite y paisaje en vacío. Entre un paso y otro hay un instante de desequilibrio [8]

Michel de Certeau

Era un ser más grave  -es decir más meditabundo, más triste-, por que había reconocido y medido toda la dimensión de aquella soledad que sería su destino probablemente durante largo tiempo [9]

 Michel Tournier

 

Robinson ocupado –se creía- alejado de la locura, decide llegar al Virginia, rescatar víveres, localizar materiales y crear herramientas para su empresa, la construcción del EVASIÓN. Del Virginia, además de herramientas y alimentos, también recupera una Biblia. Y aunque con resistencia, reconoció que -en ese momento -, constituían la única posibilidad de un refugio moral.

En el texto, un apartado narra la construcción de un barco en la parte correspondiente al capítulo IV del Génesis. Noé -tan solitario como él- tiene una misión abrumadora, un “decir” respecto de un “hacer” que, de alguna forma, representa lo absurdo de su condición en aquella isla, en la que las palabras parecían huérfanas, extranjeras.

…allí donde la palabra está más desposeída de la cosa, allí donde está disociada de la residencia y de la pertenencia, en el riesgo y en la fisura del intervalo, en el momento en que decir es precisamente no tener lugar, o no tener otro lugar que la misma palabra […] La <<palabra>> está ligada con la separación. Surge en todos esos intersticios donde se marca la relación del deseo con la muerte, es decir, con el límite. Es la ausencia, o la desposesión, de lo que hace hablar[10]

Robinson trabaja en la construcción de la embarcación impulsado por la esperanza, aferrándose a la posibilidad de su rescate; pero también motivado por lo recuerdos de su infancia. Regreso desde el recuerdo a aquellos muelles o astilleros, en donde a lo lejos observaba el ensamblaje de las embarcaciones dedicadas primordialmente a la pesca. En ocasiones, los recuerdos retornan para reorganizar los desastres, la memoria resignifica los pasajes olvidados, la necesidad apertura nuevos campos de experiencia. Todo espaciamiento es un punto de fuga, filtración, desequilibrio que no da cabida a lo sedentario, la movilidad, lo sin lugar es su condición natural.

La esperanza lo abandona en poco tiempo y el relato debilitado por el tiempo da cuenta de ideas fragmentadas, mutiladas y silentes al carecer de escenario para su puesta en escena o ¿acto?. Lo desconocido, lo enrarecido e inhóspito de la isla, ahora más familiar, empezaba a tomar sentido. No obstante sus constantes estrategias de desvío, reconoce en este ejercicio de “re-travesía” y “reorganización” de las conductas afectivas.

Lo  importante no es la “verdad” de cada lugar, como si uno debiera recorrer los artículos de un credo o de un catecismo. Lo que importa es la relación que, respecto del lugar donde uno está, crea la <<composición>> de un nuevo lugar[11]

El cielo finalmente rompe su silencio, con un ensordecedor concierto de gotas. Robinson preso de una suerte de catarsis: danzaba. En ese momento, abandonado de sí mismo, de sus ropas, del mandato, se entrega al olvido, a la negación, a la animalidad totémica que parecía también lo habitaba. La desnudez como lo más primitivo acontece como apropiación de su exclusión radical, ritual de paso donde: “…hasta mucho después que alcanzaría a comprender aquella experiencia de desnudez que experimentaba por primera vez”[12] en donde lo único que le relacionaba como sujeto en esa isla, eran “dos cadáveres pudriéndose a la distancia”[13]. La muerte reflejada en el cadáver como la abyección radical de una carne que no escapa. Lo sagrado aplastado por la irreversible brutalidad de la evidencia orgánica de un cuerpo – desecho. La ropa como envoltorio de un cuerpo que aún no despliega la potencia mortífera de su propia extinción.

Al carecer de un diario de viajero –acaso una bitácora-, del cuerpo – texto aparece, dando cuenta de aquella historia y de los eventos que le acontecían. El lugar de consignación y archivo que organizaría la experiencia, administrando la distribución del relato desde el cuerpo y la experiencia. “El relato está prohibido, marcado solamente en esos intersticios que indican el lugar del otro, fuera del texto.”[14] En donde cualquier intento de narrativa ó escrituración, enuncia que: “El discurso no es más que un objeto inerte cuando el visitante que espera no llega y cuando el Otro no es más que una sombra […] Es un espacio literario al que sólo el deseo del otro da sentido”.[15]

Con el tiempo Robinson se volvía más disperso, resultándole casi imposible concentrarse en alguna cosa a la vez; casi como si “lo otro” le distrajera de su tarea central: por lo que prefería mantener una suerte de “distancia marginal y casi fantasmagórica de las cosas.”[16] En cierta forma, se sentía liberado de “ataduras terrenales […] al descubrirle sus propias dificultades para replegarse sobre sí mismo y para dimitir al mundo exterior”[17] Robinson con una mezcla de frustración e impotencia, decidió tomar nupcias con la soledad y aceptar finalmente la isla como suya, dejar de ser el extranjero.

Tercer tiempo : Historia y Reliquia

…tuvo que  renunciar a su expectación contemplativa. Reaccionó y decidió emprender cualquier cosa. Por primera vez el miedo a perder el juicio le había rozado. Ya nunca le abandonaría.[18]

Michel Tournier

Lo que llamamos espontáneamente historia no es sino un relato. Todo comienza con la presentación de una leyenda, que dispone los objetos “curiosos” en el orden en que es preciso leerlos […] Cuando recibimos el texto, ya se llevó a cabo una operación que eliminó a la alteridad y su peligro, para no guardar del pasado, integrados en las historias que toda una sociedad repite en las veladas, sino fragmentos empotrados en el rompecabezas de un presente […] La palabra historia oscila entre dos polos: la historia que se cuenta (Historie) y la que ocurre (Geschichte)[19].

Michel de Certeau

 

Robinson, se dedica en la siguientes semanas a una exploración -casi metódica- de la isla, tratando de reconocer los recursos con los que contaría para su vida futura. Localización, ubicación, unidad de medida, serán palabras para no desbordarse, no extraviarse, darle coordenadas a la curiosidad, sofocar el asombro de la experiencia frente al discurso de la ciencia, domesticar a eros, desacreditar el logos.

La asignación de un orden, le significará una forma de control y administración del conocimiento. La enunciación de nombres, categorías, cualidades, clasificaciones que mediante un sistema de clasificación para él reconocible, donde todo el sistema lógico quedará resguardado su registro personal como respaldo – soporte de su conocimiento, pero cuyo precio será la fragmentación del relato de lo que debe permanecer como enigma, lo incognoscible e inasible de aquella isla, la borradura del tránsito desde el lugar de la experiencia, la espacialidad ajena y enigmática de aquella tierra, la pérdida irreversible del misterio de lo sagrado, del cosmos.

En una lucha desesperada por mantener el sistema de vida y mundo que le resultaba familiar, trata de rescatar del Virginia los restos del naufragio que -en su actual circunstancia- ahora son más cercanas “reliquias” de la comunidad humana, de la que había sido exiliado”[20]. Y en este sentido casi arqueológico, lo histórico del relato del otro desde el Lafitau de Michel de Certeau, donde la reliquia aparece como figura emblemática, antropológica, testigo de ese pasado ausente y presente, solo como residuo:

Algunos archivos tapizan el suelo: medallas y estufillas, mapa y libros […] la mayor parte de los restos vienen del mundo antiguo[…] Los signos de la degeneración y muerte, vocabulario fracasado, deletrean una experiencia primera de la historia[…] No hay nada vivo en esa celda de erudito. Todo cuerpo a cuerpo ha desaparecido. Tampoco hay nada para oír: lo único dado son restos para ver[…] hacer un mundo a partir de reliquias”[21]

La isla comenzaba a transfigurarse en un texto susceptible a su lectura, descifrada mediante los códigos -y conceptos-, que Robinson plantea para ella. La parquedad del lenguaje de la isla, por momentos, le parecía insostenible; así que inicia la labor de historiarla, describirla, hablar o nombrar las cosas que le rodeaban; dar categoría, orden y sentido a esa realidad que le perturbaba, tomar el lugar del  arconte que resguardaría el archivo de ese territorio.

Toma algunos libros que -afectados por la sal del mar- habían perdido sus contenido, pero él pensó, que si ponía a secar las hojas, entonces podría escribir sobre ellas una “nueva” historia. Y solamente tendría que conseguir la tinta. ¿Finalmente qué es la historia sino un constante ejercicio de sobre escritura y tachadura?, ¿cómo contamos nuestra historia personal sino es desde la sobre posición de memorias, voces, relatos, narraciones, ecos inexactos que detonan una constante transformación del relato?, ¿la verdad es la finalidad última del relato histórico?, ¿cuál verdad?.

Desde la escritura, enuncia las coordenadas de sus desvaríos, escribe sus “meditaciones”. El hombre extra/viado de un orden de mundo, intentará [re]hacerse desde el orden que le rodea, intentando entenderlo, crear nuevas formas para aproximarse. Se reconoce abandonado de la piedad de un Dios (que seguramente juega con é) y se pregunta por el saber  que el se maligno le ha negado.

El tiempo se convirtió en otra de las necesidades de re-creación, por lo que trataba de generar un mecanismo que le permitiese registrar mediante cómo transcurre  el tiempo. El espacio era otra de sus angustias, por lo que comenzó a crear un mapa de la isla, para conocer, dimensionar -y figurar- el espacio que le contenía y condenaba en aquélla isla a la soledad, crear límites de representación de aquello que miraba como puro horizonte.

Robinsón con entusiasmo, reconsidera detenidamente el nombre inicial con el que   bautizó la isla, ese nombre fue “Desolación”. Ahora le parecía precipitado e injusto. Y con renovado su entusiasmo, le llamó “Speranza”. Lo que significaba, a su manera, una aceptación de su vida, de la isla y de Dios mismo.

Como Adán, se pensó como un primer hombre puesto a su suerte en la naturaleza. La inteligencia y el ingenio, le impulsaría a buscar los sistemas, herramientas y recursos que le brindaría un cambio de lugar respecto de la naturaleza, que gradualmente podría modificar. En el texto de Lafitau, citado por De Certeau, recupera la figura de Adán que opera como: “…el modo conforme el cual la teoría plantea en el interior de sí misma su relación con la exterioridad, con la historia y con el tiempo.”[22]

La lucha contra sí mismo crece acompañada por sentimientos de desesperación, soledad y abandono. La naturaleza actúa en Robinson, restándole “civilidad” con el constante abandono de sí mismo, hundido en las turbias aguas del cenagal, descendiendo en un estado que no le demandaba movimiento, razón, control. La inmovilidad en esas aguas, lo tranquilizan, pero acosado por la memoria y los recuerdos de un pasado, que no lo abandona.

En un último intento por “reproducir” el orden de su cultura y de las prácticas de las que se consideraba heredero, retorna al grafo. Intenta mediante la escritura “legitimar” ese mirar, dejando registro de sus impresiones en su Log – Book. La escritura, aparece como una extraña traducción (traición) de su angustia. Todo lo irracional que significaba -a veces- la simple idea de seguir vivo en aquella isla, puede (mediante la escritura) perdurar frente a su inevitable desaparición.

Lo que él entendía por “vicio” y “virtud”, en su nueva circunstancia, tomaban un nuevo sentido. La “virtud” ahora sería representante del coraje, la fuerza, el dominio y control de las cosas. Robinson consciente de esa soledad corrosiva, se fascina por el proceso de deshumanización que ahora sufría, por la que transitaba, a la vez que escribía en su diario “Sé ahora que cada hombre lleva consigo – y como sobre él – un frágil y complejo andamiaje de costumbres, respuestas, reflejos, mecanismos, preocupaciones, sueños e implicaciones que han formado y continúa transformándose por lo contactos perpetuos con sus semejantes”[23]

La historia que nace en la Isla tiene un sólo punto de vista, su mirada, palabra y escritura. Y aunque de cierta forma asume la postura de “otros” presentes (imaginarios) – ausentes; se dirige a un “Otro” y a un “lector” -que a la postre-, daría cuenta de sus observaciones. Ahora todo parecía derrumbarse, su perspectiva era la única que conocía, no existía ese “otro” para compartir, corroborar o corregir, sus afirmaciones y todo se reducían, irremediablemente, a la idea de “un sujeto único”, retomando la propuesta de De Certeau respecto de los “relatos del espacio” que plantea en su texto de Montaigne: Caníbales, en donde:

…el poder que tiene el texto de componer y distribuir lugares, de ser un relato acerca del espacio, y la necesidad para él, de definir su relación con aquello de lo que trata, es decir, de construir su propio lugar.[24]

Robinson comienza a “dudar de la veracidad de sus afirmaciones” y del testimonio de sus sentidos, que por momentos fragmentan el tiempo y el espacio. En ese estado, sus sentidos le transporta a una suerte de [des]tiempo, al recuerdo de su casa, ese lugar ahora distante y ajeno.

En el proceso de domesticación de su tiempo, se reencuentra con el perro que sobrevivió al naufragio. Al contemplarlo Robinson se mira a sí mismo, comprende su inicial rechazo a lo animal como cercano a la irracionalidad y a la locura que tanto temía. El animal que le miraba, se había convertido en el único ser capaz de despertarle afecto y dispuesto a recibir el suyo, pero lo más importante es que, de alguna forma, daba cuenta de su existencia. La otra “animalidad y degradación” que temía, se confirmaba, con la gradual y cotidiana pérdida del lenguaje, cada día un poco más.

Cuarto tiempo: Relatos de Viaje y LEY

Robinson se hallaba apartado del calendario de los hombres como estaba separado de ellos por las aguas y reducido a vivir en un islote de tiempo, como en una isla en medio del espacio.[25]

Michel Tournier.

En el lugar de esos discursos cada vez más autorizados, el ensayo repite: no es eso, no es eso […] La crítica de las vecindades aleja de nuestras comarcas tanto al salvaje como al narrador.[26]

Michel De Certeau

 

Robinson observa la importancia de generar un sistema de leyes -de control- para la isla; por lo que se auto designa “Gobernador de la Isla”. ¿Qué y a quién gobierna? En este sentido, ocupa la figura del “Magistrado” -propuesta por Michel De Certeau- como el “sujeto supuesto saber”. Desde esta suerte de “embestidura”, se da a la labor de redactar -lo que sería-, la primera ley redactada ex profeso  para aquellas tierras.

Entre las primeras regulaciones, resalta la importancia del lenguaje que considera: un “pensar en voz alta”. También expide leyes civiles y penales. Entregado a la redacción de estas leyes, tarda en notar una columna de humo, atraído por esto, se traslada sigilosamente hacia el lugar, donde se celebraba el sacrificio de un hombre. Mira sorprendido, a una mujer en pleno estado de éxtasis. Finalmente tiene contacto con los “otros” y la sensación de vulnerabilidad y horror se apodera de él.

La escena, confirma su idea de crear un sistema de defensa contra los posibles agresores e incluirlo en su marco de ley, normatividad que (a su entender) lo protegería de la indefensión en la que se encontraba en aquella isla. La instauración de su LEY es urgente, para insertarse en una lógica, ley y orden, que lo defienda, separe y distinga de esos bárbaros. ¿Pero cómo limitar, narrar y distinguir aquello que por naturaleza escapa al orden del discurso? Y como cita De Certeau, respecto de la figura histórica -y literaria- del Caníbal:

Los caníbales escapan a las palabras y a los discursos que les fijan un lugar […] No se encuentran donde se los busca. Nunca están allí. El nomadismo no es un atributo del escita o del caníbal; es su definición misma. Lo que escapa al lugar es extranjero.[27]

Lo que escapa a su consignación, lo irrepresentable que desborda las posibilidades enunciativas y los marcos de regularidad, control, siendo esto último lo que más inquieta. El desplazamiento, la movilidad; variantes que pueden aparecer también en el registro espacio – temporal de lo primitivo que ha sido aniquilado por el sedentarismo de la ciudad, donde todo desplazamiento responde a un sistema de producción y donde el andar, el extravío, la transitoriedad han sido relegados al espacio de la “perdida” y del “tiempo libre”, de lo improductivo. El vagabundeo como pura negatividad, pero no como posibilidad de generar, desde la experiencia, conocimiento y saber.

La “fractura” lo lleva a considerar el sentido que le otorga a las cosas partiendo de  consideraciones como: utilidad y usura. Lo que Robinson había notado, es que esto, genera a su vez un problema mayor que se relaciona con la idea de “el conocimiento por otro y el conocimiento por mí mismo.”[28]  La imagen con la cual relaciona este proceso de conocimiento, es similar al efecto que genera la luz de una vela recorriendo un cuarto e iluminando – selectivamente- determinados objetos y espacios con distintos grados de iluminación.

Robinson plantea dos problemas del conocimiento que tienen que ver con lo que “yo conozco” y “lo que el otro conoce” y afirma: “el problema general del conocimiento debe ser planteado en un estado anterior y mucho más fundamental”[29]. El asunto es ¿cómo ser interpelado? ¿qué otro saber puede ser contrastado? Y apela al desmontaje crítico de sus propios enunciados y percepción de fenómenos. El problema de las formas de su conocimiento habían sido enunciadas, no todas, pero ahora sabía que tendría que extraviarse de tanto en tanto para caminar nuevos senderos y derivar nuevos saberes.

En  el proceso de configurar, ordenar y clasificar conceptos, leyes e ideas, que den cuenta de ese “nuevo mundo” y del orden de la Naturaleza, está en camino de comprender – e incluso descifrar o signar- desde la figura del Salvaje y del Caníbal otra forma de hacer mundo. También tendrá que considerar –en adelante- la existencia de un “otro”, del  que ha sido testigo con su mirada y que habrá de insertar gradualmente en el texto, en la historia como un extranjero, el sin voz ni narrativa propia, siempre un afuera “amenazante” que deberá ser controlado por la LEY, su ley. El Calibán, el salvaje que debe ser apalabrado, capturado por el relato histórico.

El conocimiento del/lo Otro se escinde. El primero como misterio y el “otro”, en la narrativa resultado del que “habla, ve y escribe”. En su diario,  reporta la importancia y peligro de: “…mezclar los dos con el pretexto de que es  otro es otro yo no conduce a ninguna parte. Por esto es lo que se hace cuando uno se figura al sujeto cognoscente como un individuo cualquiera  que entra en una pieza y ve, toca, siente, en una palabra: conoce los objetos que el ella se encuentran. Porque ese individuo es otro, pero esos objetos, es yo – observador de toda la escena – quien les conoce.”[30]

Luego de una serie de consideraciones Robinson plantea el problema del reconocimiento del “otro” -a su mirada-, “extranjero”. Y cita:  “Cuando uno se esfuerza por describir al yo sin asimilar al otro se impone una primera constatación y es que el yo no existe más que de forma intermitente y en último término bastante rara. Su presencia corresponde a un modo de conocimiento secundario y reflexivo. ¿Qué ocurre, en efecto, de forma primaria e inmediata?”[31]

Robinson trata de responder esta pregunta, describiendo (registrando) en su diario, las cosas que encuentran: pesa, mide, toca. Tal parece que dicho “encuentro o acercamiento” con la figura del “salvaje”, genera una fractura en su sistema de escritura. Da cuenta desde la figura de ese “otro”, su mirada trastocada por algo en apariencia inocente o ingenuo, primario y compulsivo; cuyo efecto lo  desborda y descoloca lo que -hasta ese momento- consideraba un sistema de representación compartido, común, cotidiano y ordinario.

En toda relación de conocimiento, existe una suerte de detonador ó derrumbe, en donde: “el sujeto se separa del objeto […] Algo se ha tambaleado en el mundo y todo un lado de las cosas se desmoronan, al devenir el yo.”[32]El cuerpo, ahora fragmento narrativo, se sustrae o se pierde en una serie de consideraciones sin fin. Robinson afirma en esta parte final de la hoja del diario de aquél día que “El mundo busca su propia racionalidad y al hacerlo evacua ese desecho: el sujeto.”[33]

El retorno a la pregunta inicial, es inevitable, la resistencia a dar lugar al otro, incluso en la historia y en la escritura; deviene en un problema de conocimiento, que rebasa las apreciaciones de carácter antropológico, es su borradura, negación, ocultamiento en una serie de discursos que -como capas geológicas- le sepultan en una serie de sedimentos (argumentos) superpuestos que todo dicen, menos lo que el otro es:

El sujeto es un objeto descalificado. Mi ojo es el cadáver de la luz, del color. Mi nariz es todo lo que queda de los colores cuando su irrealidad ha sido demostrada. Mi mano refuta ala cosa que sostiene. A partir de ahí el problema del conocimiento nace de un anacronismo. Implica la simultaneidad del sujeto y del objeto , cuyas misteriosas relaciones quisiera establecer. Pero el sujeto y el objeto no pueden coexistir, ya que son la misma cosa, primero integrada en el mundo real, luego arrojada fuera de él. Robinson es el excremento personal de Speranza.[34]

Quinto tiempo: Distanciamiento y Retorno

El desvanecimiento de felicidad que le embargó le hizo también y le obligó a apoyarse con el hombro en una de las jambas. Más tarde, al reflexionar sobre aquella especia de éxtasis que le había embargado y tratando de darle un nombre, lo llamó un momento de inocencia. Había creído en un primer impulso que la detención de la clepsidra no había hecho más que aflojar las redes de su empleo del tiempo y detenerla urgencia de sus trabajos [35]

Michel Tournier

 

Está el nombre y la cosa; el nombre es una voz que remarque y significa la cosa: el nombre no es una parte de la cosa ni de la sustancia, es una pieza ajena unida a la cosa y fuera de ella. Es la <<cosa>>, primero, la que es ajena. Jamás está allí donde la palabra la dice[…] En el margen, el caníbal es una figura que sale de los lugares y así provoca una remezón en todo el orden topográfico del lenguaje.[36]

Michel de Montaigne

 

Robinson nuevamente instalado en aquel recinto – museo de objetos que ahora le resultan ajenos, bodega que atesoraba su pasado, sentía aquella gruta como un tipo de “orificio simbólico”, una matriz que le permitía internarse, con cierto riesgo, pero también con tremenda fascinación, descolocarse, extraviarse en su interior.

En la obscuridad de la cueva le asaltaba el temor de perderse ahí, de morir, de no encontrar el camino de regreso, pero la seducción por lo desconocido o la posibilidad de algún tipo de “encuentro”, lo adentraban cada vez más. Al salir de la cueva “las dos miradas habían chocado: la mirada luminosa y la mirada tenebrosa. Una flecha solar había traspasado el alma telúrica de la esperanza.”[37] La idea que mantenía a Robinson en aquella empresa era  el ir más allá de a luz y de la oscuridad, más allá de dónde se encuentra “lo absoluto”.

En ese estado de oscuridad vs luz, silencio y sueño, distorsionado su registro del tiempo, llegaban poco a poco, las imágenes dispersas y desordenadas de su infancia, recuerdos, entonces recordó el sobresaltó que le generó la simple posibilidad de perder la razón, de rozar la locura, de ir más allá de los límites recién restablecidos.

…tuvo el presentimiento de que era preciso romper el encanto, si quería volver a contemplar el día. La vida y la muerte se hallaban entonces tan próximas la una a la otra en aquellos lugares lívidos que debían bastar un instante de pérdida de atención, un desfallecimiento de la voluntad de supervivencia para que se produjera un deslizamiento fatal de un límite a otro. Se separó del alvéolo. No estaba en realidad ni anquilosado, ni debilitado, sino más bien ligero y como espiritualizado[38].

Ausente del mundo, vuelto parte de la cueva, el tiempo se distendía y desconcertado por su metamorfosis, sintió nuevamente amenazada su mente, recuerdos y necesidades se agolpaban. Robinson, se sentía reconfortado, fortalecido. El proceso –aunque doloroso- le había dejado un residuo de orden, de paz que disfrutaba. Y pensaba:

…siempre había habido en mí antes algo de flotante, de mal equilibrado, que era manantial de náusea y angustia. Yo me consolaba soñando la casa […] Pero ya no tengo más ese sueño. Ya no lo necesito.”[39] Aunque reconocía que la cueva “no solo me aporta el cimiento imperturbable sobre el cual puedo en lo sucesivo asentar mi pobre vida. Es también un retorno a la inocencia perdida que cada hombre llora secretamente.[40]

Ahora pensaba en nuevos proyectos para realizar en Speranza y comprendía la necesidad de “Reemplazar lo dado por lo construido.[41] Empresa que exigía el máximo de su tiempo, esfuerzo y actividades. La soledad, ahora se acompañaba por el deseo, imaginación, palabra y memoria que se entremezclaban.

Tendido en la playa, el contacto directo de la arena con su piel, detona un nuevo estado de sensibilidad del que su cuerpo pedía participar. La experiencia le resultaba parecida a eso que reconocía como “lo erótico”. La contemplación del paisaje y la belleza de la orografía de la isla, incrementaba seriamente su contenido sensual, su corporalidad respondía a ese llamado.  En ese momento, “la presencia casi carnal de la isla contra él le calentaba, le emocionaba. Estaba desnudo, aquella tierra que le envolvía. El se desnudó a su vez”[42]. La tierra respondió entonces a su llamado erótico con aromas, que re-significadas, se convertían en el reflejo más cercano que tenía de la idea de lo femenino. En ese momento, deja de resistirse y se abandona al éxtasis que le genera la isla, hundiéndose en un sueño profundo.

Durante el sueño se cuestiona su percepción del mundo, dando cuenta de como los hombres posibilitan la existencia de Dios. El lugar de la duda, la fractura e incertidumbre, donde: “lo que no existe insiste en existir”[43]. En este estado, preso de la distancia y el silencio, habitaba exiliado en aquella isla, sin miedo alguno, da lugar a lo que temía pero también deseaba. En ese momento reconoció que su “nuevo hogar”, si bien le había alejado de todo lo familiar para él, también le otorgaba la posibilidad de repensarse desde un nuevo acontecer, entonces ¿qué haría con su inesperada y aún utópica libertad?

La isla catártica y mortífera, le había apresado en la misma intensidad que le había liberado. Y en ese ritual de paso, reflexiona: “esta semimuerte  me ayuda al menos a comprender la profunda relación, sustancial y como fatal, que existe entre el sexo y la muerte. Al hallarme más cerca de la muerte que ningún otro hombre, me encuentro a la vez más cerca de las fuentes mismas de la sexualidad”[44] donde el deseo se tornaba en “el enemigo abatido”.

La naturaleza genera un sentimiento poético, donde la necesidad primaria del orden, horarios, lo domesticado y premeditado; se fractura ante el aura desinteresado del deseo. La tierra con la que se había unido con una fuerza insólita, sería el refugio de su angustia y deseo. De  esta relación con la tierra, nació una planta de flores blancas, que sería su vínculo con Speranza. Abandonado en el punto limítrofe de la vigilia, el extravío se presentó como único destino, donde la muerte no parece tan lejana, de alguna forma su debate consigo mismo le había preparado para llegar a ese momento tan temido, en donde: Quizá se durmió. No habría sabido decirlo. Hasta tal punto la diferencia entre la vigilia y el sueño se había borrado en el estado de inexistencia en que se encontraba.”[45]  Pero aún desde su extravío, experimentó que algunos naufragios posibilita la irrupción de la clandestina y cotidiana resistencia para enfrentar aquello que nos ha sido dado como un don: la certeza angustiante de sabernos mortales, finitos. ¿Entonces por qué huir del extravío?; Acaso se oportuno recordar a Clarice Lispector cuando anuncia que “Perderse también es camino”.

La invitación será desde el naufragio y el extravío, acontecer, devenir, desde nuestras múltiples derivas, ser los sin rumbo, parías del destino.

 

Bibliografía

Tournier, Michel. Viernes o los limbos del pacífico. España: Alfaguara, 1999. Págs. 271

De Certeau, Michel. “El espacio del deseo o el “fundamento” de los Ejercicios espirituales” en: El lugar del otro. Historia religiosa y mística. Buenos Aires: Katz; 2007. (Col. Conocimiento) Pp. 257 – 267

_____________________. “Historia y antropología en Lafitau” “Montaigne Caníbales” en: El lugar del otro. Historia religiosa y mística. Buenos Aires: Katz; 2007. (Col. Conocimiento) Pp. 99 – 123

_____________________. La posesión de Loudun. México: UIA, 2012 (Departamento de Historia) Pp. 270

_____________________. Lo que Freud hace con la historia. A propósito de una neurosis demoníaca en el siglo XVII en:  La escritura de la Historia, México: UIA, 1993. Pp. 273 – 291

_____________________. “Los magistrados ante los brujos del siglo XVII” en: El lugar del otro. Historia religiosa y mística. Buenos Aires: Katz; 2007. (Col. Conocimiento) Pp. 323 – 346

_____________________.“Montaigne Caníbales” en: El lugar del otro. Historia religiosa y mística. Buenos Aires: Katz; 2007. (Col. Conocimiento) Pp. 269 – 284

 

[1] De Certeau , Michel. “El espacio del deseo o el “fundamento” de los Ejercicios espirituales” en: El lugar del otro. Historia religiosa y mística. Buenos Aires: Katz; 2007. (Col. Conocimiento) Pp. 260

[2] Tournier, Michel. Viernes o los limbos del pacífico. España: Alfaguara, 1999. Pp. 58

[3] Ibíd. p. 24.

[4] Ídem.

[5] De Certeau, Michel. Op. Cit. Pág. 260

[6] Este es el nombre de la embarcación.

[7] Ibíd. Pág. 261

[8] Ibíd. Pág. 262

[9] Tournier, Michel. Op. Cit; P. 25

[10] De Certeau, Op. Cit. Pág. 263

[11] Ibíd., Pág. 265

[12] Tournier, Michel., Op. Cit. p. 37

[13] Ídem.

[14] De Certeau., Op. Cit. Pág.266

[15] Íbid., Pág. 267

[16] Tournier, Michel., Op. Cit. p.43

[17] Ibíd. Pág. 46

[18] Ibíd. Pág. 29.

[19] De Certeau, Michel. “El espacio del deseo o el “fundamento” de los Ejercicios espirituales” en: El lugar del otro. Historia religiosa y mística. Buenos Aires: Katz; 2007. (Col. Conocimiento) Pp. 274

[20] Tournier, Michel.,Op. Cit. p. 51

[21] De Certeau, Michel.”Historia y Antropología en Laftau” en: El lugar del otro. Historia religiosa y mística. Buenos Aires: Katz; 2007. (Col. Conocimiento) Pp. 105

[22] Ibíd., Pág. 113

[23] Tournier, Michel.Op. Cit. Pág. 61.

[24] De Certeau, Michel. “Montaigne: Caníbales” en: El lugar del otro. Historia religiosa y mística. Buenos Aires: Katz; 2007. (Col. Conocimiento) Pág. 269

[25] Tournier, Michel, Op. Cit. p. 53

[26] De Certeau, Michel “Montaigne…” Op. Cit., Pág. 271

[27] Ibíd. Pág. 273

[28] Tournier, Michel. Op. Cit. p. 105.

[29] Ídem.

[30] Ídem.

[31] Ibíd. Pág. 106.

[32] Ibíd. Pág. 107.

[33] Ídem.

[34] Ibíd. Pág. 108 – 109.

[35] Ibíd. Pág. 102.

[36] De Certeau, Michel. “Montaigne….” Op. Cit., Pág. 273

[37] Tournier, Michel., Op. Cit., p. 113.

[38] Ibíd. Pág. 118 – 119.

[39] Ibíd. Pág. 121.

[40] Ídem.

[41] Ibíd. Pág. 125.-

[42] Ibíd. Pág. 135

[43] Ibíd. Pág. 138.

[44] Ibíd. Pág. 139

[45] Ibíd. Pág. 115.

Norma Angélica Silva Gómez

Historiadora del Arte y Arqueóloga. Investigadora y docente. Ha trabajado para el INAH, Secretaría de Cultura, CENART, INBAL, FONCA y para diversas instancias educativas. Interesada en los saberes diversos, las derivas creativas y las indisciplinas del pensar. Ha enfocado su práctica al estudio del cuerpo y el arte contemporáneo, desde la escritura y la gestión de proyectos creativos. Actualmente realiza una investigación de doctorado en el Colegio de Saberes sobre la poética del andar, el cuerpo, territorio y afectos, desde diversos poetas, filósofos y artistas.