De la escritura como desorientación

(o cómo desorientar[se] desde la escritura)

Norma Angélica Silva Gómez

Escribo como si fuese a salvar la vida de alguien. Probablemente mi propia vida. Vivir es una especie de locura que la muerte comete.

Clarice Lispector

Un soplo de vida[1]

… Estoy buscando, estoy buscando. Intento comprender. Intento dar a alguien lo que he vivido y no sé a quién, pero no quiero quedarme con lo que he vivido. No sé qué hacer con ello, tengo miedo de esa desorganización profunda. Desconfío de lo que me ocurrió. ¿Me sucedió algo que quizá, por el hecho de no saber cómo vivir, viví como si fuese otra cosa? A eso querría llamarlo desorganización, y tendría yo la seguridad para aventurarme, porque sabría después a dónde volver: a la organización en lo que viví: en la conformación de mi perdería el mundo tal como lo tenía, y sé que no tengo capacidad para otro […] Ayer, sin embargo, perdí durante horas mi montaje humano. Si tuviese valor, me dejaría seguir perdida. Pero temo lo que es nuevo y temo vivir lo que no entiendo; quiero siempre tener la garantía de, al menos, pensar que entiendo, no sé entregarme a la desorientación.

Clarice Lispector

La Pasión según G.H.[2]

La escritura como desorientación o de las posibilidades para desorientar[se] desde la escritura, es el tema que me interesa abordar. ¿Cómo lograr un ejercicio de [IN]Disciplina que desarme – al menos cuestione-  su propio sistema de enunciación? Para dicho fin, acaso deba pensar primero ¿qué vínculos encuentro posibles entre “desorientación” y “escritura”?. Toda ocasión que leo a Clarice Lispector, aprecio una escritura que deriva de un decir propio, íntimo. Al mismo tiempo, me siento profundamente afectada, de esa otra intimidad tan próxima a la mía y tan ajena al mismo tiempo. ¿Cómo es posible esta identificación con una escritura que se coloca en lo que Clarice reconoce como: “nacida del vacío”, “nacida de la fatalidad de voz” y que propone para “ liberarse de la difícil carga de ser una persona”. Escritura donde una palabra desenmascara a otra sin tregua alguna.

La escritura que no acaba, ni concluye y menos aún delimita, sino que más bien deriva y apertura; también es una provocación a pensar desde lo que desborda o hace borde. La narrativa escritural que apuesta por las posibilidades de un pensar sin destino, sino más bien como búsqueda (acaso acontecimiento) donde la desorientación se enuncie como posibilidad, que promueva el extravío, estrategia estética y vital, para desenmascarar lo que el discurso legitimado niega, paraliza u oculta y que al mismo tiempo, impide que esa intensidad del decir – vivir – afecto, pueda devenir en puro flujo de escritura.

¿Qué implicaría escribir desde la desorientación? En un primer momento, asumiendo la intuición e incertidumbre por el arribo de algo desconocido que está por enunciarse y aceptar que no se estará preparado. La apuesta, es cómo resistir a inmediatamente asumir posicionamientos frente a ello y retardar el momento, intentando favorecer la contemplación de eso extraño y ajeno, que aún no ha sido atrapado por el discurso. La inclinación inicial, será pretender resolver de la forma más próxima o común, aquello que inquieta; ya sea dudando, cuestionándolo, descifrándolo desde algún territorio que resulte familiar o ajustándolo a las normas de la gramática o del saber académico. Aún con esto ¿existe algo próximo a un “escribir desorientado”?

Considero que Clarice Lispector invita a dos acciones cuando propone: “Perderse también es camino” y “Escribir es una piedra lanzada en lo hondo del pozo”. Lo que encuentro en estas dos oraciones es la condición misma del extravío, la desorientación e incertidumbre como posibilidades de la escritura.

La escritura también se enriquece de nuestra narración, de la forma en la que nos apropiamos -mediante el lenguaje-, de las experiencias del deseo, el duelo, el miedo y la infinita gama de sensaciones que nos habitan. En este tenor, me arriesgaré a proponer un primer escenario que – en mi caso- favorece la “desorientación” como posibilidad del saber y cuya traducción en el modo de la escritura podría salvar algo del misterio [aún] por develar.

Pienso en el [mi] lugar en el gabinete –como analizante- donde mi hablar ha dejado de ser solamente un “contar”, cercano a la narrativa de un cuento, sino también un “contar” como cifra y como algo que está por ser descifrado y que hace uso de extravíos para espaciarse y dar lugar a otras formas de descontar, regresar sobre sus propias afirmaciones y en la resonancia, encontrar vacíos, quiebres en la narrativa, inconsistencias, discontinuidades. En la repetición inexacta del relato, algo se ha “descifrado”, se ha desgastado a fuerza de su reiteración, de su inexacto retorno desde la palabra, los olvidos, cambios en la secuencia y aparición u ocultamiento de personajes, que favorecen su inexactitud. El relato fracturado, los extravíos, dudas, silencios, promueven la pérdida. Y entonces, ¿qué pérdida he dejado atravesar y debilitar mi discurso? ¿qué desorientación ha llevado a mi decir por caminos inesperados?.

En este momento pienso la negatividad de mis equívocos como lo que resta – o es resto- y cuya pérdida, ha favorecido el desgaste que desmonta y [des]cuenta mi narrativa o al menos la que asumía como propia. La palabra y el extravío como cuña y golpe que desbasta, lo que en apariencia ya estaba formado. ¿Y cómo llevar eso a la escritura?, ¿cómo ir al eso que se pueda vislumbrar como propio?

La escritura y la memoria, como ese par de amantes que sostienen nuestro deseo en un permanente: “ni aquí contigo, ni allá con él”. ¿Cómo negociar la traición del la traducción de nuestros recuerdos inexactos, intensidades afectivas, frente a la demanda del dar sentido desde la estructura del discurso? ¿Acaso sea necesaria una suerte de negatividad y “perdidas” que desenmascaren la unicidad monolítica del relato fundante?

El discurso científico (del que de alguna forma somos herederos), intenta secuenciar, estructurar y generar un encadenamiento de los datos que no permiten lo aleatorio. En este tenor, suponer algún extravío o desorientación, sería la posibilidad misma que permita el flujo diferencial de intensidades, espaciamientos erráticos que filtren otras formas de enunciación. Lo equívoco, como esa posibilidad aún no explorada pero siempre latente en toda forma de relato.

El extravío y la desorientación, invitan a un “no estar en solo un lado”; es la posibilidad misma del umbral, de la transitoriedad, impermanencia y transformación, lo inexacto e inasible. El escribiente desorientado como actitud estética y el extravío, como apertura que luego será reorganizada (no sin algunas pérdidas) por las reglas de la escritura y estilo; serán las encargadas de reorientar aquellas derivas. De alguna forma, ese primer descolocamiento, hará diferencia entre hacer un reporte de mundo y rehacerse desde una escritura, donde flujos e intensidades, generen contradicciones, silencios y posibilidades.

El momento de la incertidumbre inicial de la escritura, es el que va a la búsqueda de lo aún no dicho, del misterio y no a la transcripción. Es un ir y regresar, ese andar sin rumbo determinado, perderse, sabiendo caminar, pero no haciendo de la caminata un destino trazado, deleitarse con los tropiezos, recuperar el sentido vital del balbuceo, del caminar errático, de la destinerrancia que invite a lo imprevisible o que no cancele la infinita posibilidad del “quizá”.

¿Cómo desorientarse entonces y no perderse del todo? Derrida nos dirá de la posibilidad imposible, que acaso sea, pensar en clave del enigma, del por/venir  y de la Necesidad. Me resulta inevitable, en este momento, traer a cuenta aquella repuesta que le daría a su entonces tutor Jean Hyppolite “Si viese claramente, y por anticipado, a dónde voy, creo realmente que no daría un paso más para llegar allí […]  ¿Para qué ir adonde se sabe que se va y a donde se sabe uno destinado a llegar?[3] Si ese lugar no hace enigma en el pensar, entonces ¿pará que acudir a su falso llamado?. Acaso para ello tocará ser valientes y amar lo inesperado, la apertura, lo inacabado, inexacto, lidiar con las formas y discursos que nos ha modelado y dejar que el acontecimiento de lo inestable, la pérdida, el azar, el extravío y la desorientación, nos habite.

La soledad como territorio de la escritura ya había sido enunciada por Marguerite Duras en su texto “Escribir” anunciaba que : Alrededor de la persona que escribe libros siempre debe haber una separación de los demás. Es una soledad. Es la soledad del autor, la del escribir. Para empezar, uno se pregunta qué es ese silencio que lo rodea. Y prácticamente a cada paso que se da en una casa y a todas horas del día, bajo todas la luces, ya sean del exterior o de la lámparas encendidas durante el día. Esta soledad real del cuerpo se convierte en la, inviolable, del escribir. Nunca hablaba de eso a nadie. En aquel período de mi primera soledad ya había descubierto que lo que tenía que hacer era escribir. Raymond Queneau me lo había confirmado. El único principio de Raymond Queneau era éste: <<Escribe, no hagas nada más>>. Escribir: era lo único que llenaba mi vida y la hechizaba. La escritura nunca me ha abandonado”. [4]

Y qué resultaría de una escritura nacida del encuentro de varias plumas, suma de intensidades narrativas, personajes, temas, momentos que se trenzan en lo que se hace glifo. Lo que aparece como trazo -y ordenamiento- mediante la tinta que hace cicatriz en la hoja; código que aparece como letra en una página electrónica o en la escritura que habita nuestra piel en el modo del tatuaje, escarificación: la cicatriz. ¿Quién le dará lugar a ese orden de la escritura que nace desde el cuerpo y habita en la piel?.

Escritura encarnada que narra sin palabras, código, glifo viviente. La memoria en ocasiones se llena de recuerdos indecibles, momentos de impunidad, recuerdos llenos de goce que no pueden ser narrados pero que están latentes, silentes. La escritura, también invita a este diálogo silencioso, pero no necesariamente solitario.

¿Para qué pensar desde una escritura que busque el extravío? Esta forma de exploración, anhelará más la pregunta que la respuesta; lo contingente, lo que siempre está en transformación aceptando que dejarse ir es vértigo, dar lugar a lo que se coloca en un tercer valor: lo indeterminado. Escribir desde la desorientación, va más allá del que escribe y lo vivido; será el lugar del “misterio”. Descolocarse. También invita a echar una ojeada al lo que ha quedado en punto ciego, lo negado y lo oculto. Así que la escritura desorientada, celebrará el misterio, lo indeterminado, el enigma.

La escritura como desorientación es la pregunta que cuestiona: ¿desde qué relato y racionalidad estamos escriturando el mundo? ¿qué es lo que ha quedado fuera? ¿se escribe de lo ausente, lo olvidado, suprimido?

El extravío que deviene en escritura hará uso de su desorientación para formular aquellas preguntas que no encontrarían espacio de formulación, de ahí que su belleza recaiga en ese forma del pensar desde la diferencia, no dando cuenta de lo probable, si no de lo posible y haciendo de la duda el detonador que libere a la imaginación, para que habite los terrenos áridos de una escritura – del escribir de lo imposible-, de aquello que aún estamos en deuda por avanzar.

Posiblemente por ello escribir de la guerra se ha hecho en forma de cifra, de dato, de relato limitado desde el discurso histórico o científico. Por otra parte, la posibilidad de este decir de los ausentes como intensidad, fue aún más potente cuando irrumpió Paul Celan desde la poesía, la danza butoh, la pintura, la música, la escritura. ¿Cómo entonces hacer posible esta escritura desorientada? Acaso un primer tiento sea, como anuncia Clarice, considerar que eso que se escribe, bien podría estar salvando nuestra vida (de una suerte de borradura por olvido) o la de otro ser que al leernos, se reconcilie con lo ausente, eco de un dolor compartido,  del goce de lo prohibido o del sentimiento de soledad que se abisma como posibilidad para un escritura a varias manos: las de nuestros difuntos, los que aún están por llegar, los que no hemos visto, los que nos han dejado y los que dejaremos; aquellos con los que tejeremos nuestros cuerpos y los que están por ser narrados en las escrituras que cada uno quiera presentar como su huella en el mundo. Escribir, si bien es un acto de muerte, también es posibilidad de hablar desde la vida de los ausentes y de estar presente desde la intensidad del narrador. Escribir también es acto de vida, es potencia creativa. ES.

 

BIBLIOGRAFÍA

Derrida, Jacques. El tiempo de una tesis. Deconstrucción e implicaciones conceptuales. Proyecto A Ediciones, Barcelona, 1997. Pp. 11 – 11. Edición digital de Derrida en Castellano. Fuente: https://redaprenderycambiar.com.ar/derrida/textos/tesis.htm

Duras, Marguerite. Escribir. Barcelona: Tusquets Ed, 2000

LISPECTOR, Clarice. Un soplo de vida: Pulsaciones.  Madrid: Siruela, 2008

LISPECTOR, Clarice. La  pasión según G.H. Versión electrónica. ESPA PDF. Pp. 7 – 8 Fuente: https://libroschorcha.files.wordpress.com/2017/12/la-pasion-segun-g-h-clarice-lispector.pdf

[1] LISPECTOR, Clarice. Un soplo de vida: Pulsaciones.  Madrid: Siruela, 2008

[2] LISPECTOR, Clarice. La  pasión según G.H. Versión electrónica. ESPA PDF. Pp. 7 – 8 Fuente: https://libroschorcha.files.wordpress.com/2017/12/la-pasion-segun-g-h-clarice-lispector.pdf [Consultado el 30/05/2018]

[3] Derrida, Jacques. El tiempo de una tesis. Deconstrucción e implicaciones conceptuales. Proyecto A Ediciones, Barcelona, 1997. Pp. 11 – 11. Edición digital de Derrida en Castellano.  Fuente: https://redaprenderycambiar.com.ar/derrida/textos/tesis.htm [Consulado el 03/06/2018]

[4] Duras, Marguerite. Escribir. Barcelona: Tusquets Ed, 2000

Norma Angélica Silva Gómez

Historiadora del Arte y Arqueóloga. Investigadora y docente. Ha trabajado para el INAH, Secretaría de Cultura, CENART, INBAL, FONCA y para diversas instancias educativas. Interesada en los saberes diversos, las derivas creativas y las indisciplinas del pensar. Ha enfocado su práctica al estudio del cuerpo y el arte contemporáneo, desde la escritura y la gestión de proyectos creativos. Actualmente realiza una investigación de doctorado en el Colegio de Saberes sobre la poética del andar, el cuerpo, territorio y afectos, desde diversos poetas, filósofos y artistas.