Cuerpo, dolor y memoria en el tiempo de lo infantil

Erika Patricia Ciénega Valerio

I

Preámbulo. Trazar un cuerpo

En este ensayo me propongo pensar las conmociones de la violencia y sus efectos para el devenir del cuerpo, del tiempo y la memoria.

Se trata de la escritura de un duelo, y al mismo tiempo para la vida. En palabras de Cragnolini: “La vida la muerte, dos expresiones que se unen sin unión, sin conjunción, ya que no son dos términos de una polaridad sino la indecidibilidad misma del acontecer”.i

El acontecer de un entre, de las huellas y trastocamientos de un entre para dar cuenta del dolor que tiene lugar para que exista otro.

Intentaré pensar, por un lado, si la memoria tiene una condición infantil y por el otro, si cuando existe un avasallamiento de la violencia fáctica sobre un cuerpo y dicha memoria, no alcanza a cimentarse, ¿sería lo infantil lo que queda expuesto y origina el horror?

Para ello, habrá que recuperar los orígenes de la memoria desde la perspectiva freudiana. Si la memoria comienza en el espantoii, ¿qué sucede cuándo el olvido no ha tenido lugar, y lo que insiste es lo crudo que retorna incesantemente sobre el cuerpo?

El encuentro con B fue inesperado y contundente, la escuela la refería porque la agresión hacia sus maestras y compañerxs la desbordaba cada vez de manera más reiterada e intensa.

B tenía heridas en el cuerpo y en el alma. Su cuerpo aquejado por una discapacidad le producía algunas dificultades en el movimiento y crisis convulsivas que con los cambios puberales estaban descontroladas. Sin embargo, las heridas del alma parecían más profundas. B había crecido bajo la tutela de una madre que la golpeaba, en un ambiente de promiscuidad, consumo de alcohol, drogas, y con antecedentes de padecimientos psiquiátricos relevantes en la familia.

Los primeros encuentros con B dieron cuenta de la singularidad de su sufrimiento, de las profundas heridas psíquicas que no alcanzaban a cicatrizar, así como de la complejidad de los avatares transferenciales que irían teniendo lugar.

En el curso de nuestro brevísimo encuentro me demandaría lo imposible, que la amara solo a ella, que no la dejara y que no me muriera nunca.

La última vez que pude verla, intentaba armar en el entre con ella una ficción, yo colocada en ese semblante materno que ella me había asignado para amarla, B era una bebé. En esos instantes en mi regazo en que la arrullaba, me miraba embelesada y me daba besos en las mejillas, sin embargo, la angustia inesperadamente la invadía, subiéndose a una silla para acercarse a una ventana me preguntaría “¿y si me aviento?” La tomé de la mano y le pedí que bajara, que yo quería que siguiera viviendo y fuera feliz. B se negaba a bajar, a partir de ese momento, cualquier persona que intentaba acercarse, se encontraba con patadas, rasguños y fuertes jalones de cabello, pero a mí no me golpeaba, solo miraba mi desconcierto. Le pido que pare, la sostengo de los brazos para que deje de pegarles, pero para ese momento “B” ya se encontraba descontrolada y fuera de sí. Se tiró al piso y comenzó a golpearse en la cabeza, se la sostengo mientras le digo que no voy a dejar que se haga daño, que estaré con ella hasta que se calme.

No hubo tiempo de nada más, un par de días después tendría una crisis más intensa, ante la angustia que este tipo de conductas causaban en el personal de la institución, y no queriendo arriesgarse a que B pudiera lastimarse gravemente, decidieron suspenderla una semana, acto seguido, la madre llamaría para informar que la daría de baja y la inscribiría a otra escuela.

B daba a ver un sufrimiento que insistentemente dejaba marcas en el cuerpo de sus maestras y compañeros, de forma similar a las marcas de la violencia que habían sido grabadas en el suyo. Golpes, rasguños en el cuerpo del otro que daban cuenta de las dificultades de la propia construcción de un cuerpo.

En este punto me parece pertinente traer a la reflexión los interesantes aportes de Sylvie Le Poulichet acerca de su original tesis del tiempo identificante que desarrolla en su excepcional libro La obra del tiempo en Psicoanálisis.

La autora citada retomará dos elaboraciones freudianas para “…situar el advenimiento de la presencia y de la ausencia como fundamento de la temporalidad psíquica.”iii Uno es el de la experiencia primordial de los gritos, que encontramos en El malestar en la cultura, y el segundo es el complejo del prójimo que Freud desarrolla en Proyecto de una Psicología para neurólogos.

Le Poulichet propone que la experiencia primordial de los gritos que describe Freud, da lugar al trabajo del tiempo identificante, distinguiendo un afuera y un objeto; se trata de un trabajo de elaboración de oposiciones recíprocas (presencia-ausencia, afuera-adentro). Dicha experiencia de los gritos delinearía además los lugares pulsionales del cuerpo, a partir “de la repetición de encuentros y de avances recíprocos entre gritos y pecho.”iv Es decir, entre el cuerpo del niño y el cuerpo de la madre se pone en juego la alternancia de la presencia y la ausencia. En este entre dos tendrán lugar las composiciones de objetos, que harán posible la conformación de montajes pulsionales que interpretarán lo real.v

Pero qué pasa cuando, en dicha experiencia primordial, el grito no es escuchado ni interpretado por la madre, cuando el grito no se convierte en llamado para el otro materno, cuando el grito no se traduce y queda en el plano de un permanente “berreo” sin respuesta; cuando en lugar de la alternancia presencia-ausencia queda un lugar vacío, que no es ocupado por el deseo sino por el rechazo materno, como en el caso de B. El cuerpo entonces no se transformaría en superficie de inscripción, ni de deseo, quedando solo fijado en un real de organicidad.

La autora da un paso más en la exposición de su argumentación para abordar el advenimiento de la alteridad en el tiempo, remitiéndonos a lo que Freud denomina “complejo del prójimo”, en el texto citado. Para Le Poulichet en el interior del complejo tiene lugar simultáneamente la percepción de lo extraño en el corazón de lo semejante, la percepción de algo nuevo, no comparable con otra cosa, que sigue siendo de algún modo extraña. Desde este planteamiento, el encuentro con el semejante –como tal y como extraño– precipitaría un doble surgimiento: lo memorable y lo desconocido, gestando el espacio de la alteridad que abriría “la dimensión propia del tiempo humano en el movimiento del deseo como fundamento de la identidad por la alteridad.”vi

¿Qué ocurre cuando el prójimo se torna en un permanente extraño, imposibilitando todo encuentro de apertura al amor, al deseo y a la diferencia, colocándose en una amenaza constante de la propia existencia? ¿Podría ahí hablar el dolor?

Al respecto, Pablo Oyarzun advierte que “…Si ha de hablar el dolor, si ha de hablar el dolor como dolor, ello no ocurre sin que haga colapsar todo el sistema del lenguaje.”vii y citando a Schmidt enfatiza “…el momento en que el dolor interrumpe el lenguaje (…) en el dolor, la ipseidad del cuerpo y el idioma del silencio se encuentran. En última instancia, esta contracción del cuerpo humano que ocurre en el dolor, el momento en que el cuerpo silencia el lenguaje, tiene que ser entendido como un mínimo de la muerte.”viii

Pero si el dolor es entendido como un mínimo de la muerte es porque remite a la finitud, es en el entre que está puesto el dolor, como espacio vacío que señala la imposibilidad del nosotros pero que apertura el surgimiento de la diferencia, del nos-otros. Si el dolor no está situado en el entre, si el dolor no duele al otro, ahí no habla el dolor, sino que adviene lo crudo como herida permanentemente abierta, que, en su mutismo, no da paso a la memoria, “ni a la dimensión propia del tiempo humano en el movimiento del deseo.”ix

Para que el dolor acontezca, un cuerpo habrá de ser delineado. El trazado del cuerpo en tanto psíquico se elaborará en el entre dos (de la madre y el niño), en un tiempo identificante, genésico de la subjetividad. Ese tiempo que – nos dice Le Poulichet- da origen a un lugar para un acontecimiento psíquico.

II

El tiempo de la infancia y el tiempo de lo infantilx

Es necesario hacer la precisión de que la infancia no es equivalente a lo infantil. Concordaré con Mercedes Minnicellixi para plantear infancia como un término polisémico de amplia circulación en nuestros tiempos, al cual puede considerarse como un significante.xii

Desde la argumentación de esta autora, la polisemia de este significante invita a dar cuenta del abanico de distintas significaciones que este término puede adquirir dependiendo de las distintas disciplinas y discursos que lo tomen como objeto de estudio.

A partir de las investigaciones historiográficas de Philippe Arièsxiii, la noción de infancia cobró en el circuito de legitimación académica, de modo hegemónico, el estatuto de “moderna”. El “sentimiento de infancia” que surgió en el siglo XVIII, descrito por este historiador francés, ha impactado de forma contundente en la concepción actual que tenemos de ella, pasando a ser un punto de referencia en multiplicidad de trabajos respecto del tema.xiv

Sentido moderno de la infancia conformado alrededor de tres mitos fundamentales que han sido improntas para la configuración de “significaciones imaginarias sociales” con las cuales la modernidad operó sobre niñas y niños, determinándolos como tales. Tal como lo describe Walter Kohan, al referirse a aquella “tierra patria” de la que partimos para pensar la infancia, desde el mito pedagógico, antropológico y filosófico, que la consideran dentro de una lógica cronológica y evolutiva, como el inicio de las etapas de la vida, caracterizada por una supuesta inocencia, fragilidad, docilidad, en la que el niño solo existe como promesa y esperanza hacia el futuro.xv

A pesar de que el trabajo de P. Ariès ha sido fuertemente cuestionado – entre otros aspectos – por haberse ceñido en su estudio a una limitada parte de la sociedad francesa, carente de representatividad para otras sociedades y comunidades, Minnicelli advierte que con el concepto de infancia moderna, desarrollado por este historiador, han tenido lugar derivas epistémicas contemporáneas que apuntan a considerar que o bien la infancia es moderna o no es infancia y se declara su fin; o bien la infancia no es moderna y hoy asistimos al fenómeno de “nuevas infancias y adolescencias”.xvi

Lo que Minnicelli pone en evidencia es que eso llamado infancia no se deja apresar en concepto unívoco alguno y que adquirirá distintas significaciones dependiendo del ámbito, las disciplinas, y los imaginarios de época, que la tomen como objeto de estudio, de ahí que la autora sostenga que la infancia es un significante en falta de significación.

Ahora bien, para abordar lo infantil, habrá que pensar en la marca identificatoria de lo humano, que no es asimilable a la infancia o a las fases del desarrollo evolutivo.

Como señala Tanis “Lo infantil -siempre sexual desde la perspectiva freudiana presentada en los Tres ensayos de teoría sexual- puede ser aprehendido en la experiencia psicoanalítica como expresión prínceps de la realidad psíquica, de la dimensión inconsciente de la subjetividad humana.”xvii

Lo infantil, con Freud, nos remite a todo lo fundante, a lo originario. La sexualidad es infantil, las fantasías, los deseos, la neurosis es infantil; desde los recuerdos encubridores, pasando por su presencia en los sueños, así como en la potencia de lo sexual infantil y de su fuerza pulsional viva en el presente. Lo infantil como “…eso que se produce en un tiempo mítico y al desaparecer, paradojalmente, se vuelve indestructible.”xviii

Pontalis habla de lo infantil como Este tiempo que no pasa, que “no corresponde a ningún lugar, a ningún tiempo asignable…fuente viva (…) que no cesa de fluir”xix, y que irrumpe en los recuerdos y las reminiscencias.

Es interesante citar las elaboraciones de Robert Lévy para pensar lo infantil como momento de la constitución psíquica de un sujeto del inconsciente. Para este autor, “lo infantil es un concepto de contorno irregular puesto que se define por su momento de construcción en el orden de la represión o, más exactamente, por la constatación de que aún no se ha constituido la represión completamente.”xx Por lo tanto, lo infantil podría pensarse como un momento primario de la constitución subjetiva.

Regresando a Le Poulichet, propongo pensar si este tiempo identificante del que habla, podría aproximarse de alguna manera al tiempo de lo infantil. Intentaré explicar el por qué.

La autora señala que el tiempo identificante se trata de un tiempo anterior al de la identificación con una imagen.xxi Se refiere entonces a un tiempo primigenio, originario de la génesis de la subjetividad. Siguiendo su argumentación, precisa “Todavía no estamos en el inconsciente freudiano; a lo sumo, podríamos suponer la acción de procesos preconscientes o la investidura de huellas inconscientes no reprimidas.”xxii

Un elemento más para el argumento que intento desplegar: el tiempo identificante tiene lugar antes de que se instaure la represión, lo que entraría en consonancia con el planteamiento de Robert Lévy acerca de lo infantil, así como la idea de pensarlo como un tiempo mítico.

Si el tiempo identificante que propone Le Poulichet implica al tiempo de lo infantil como lo he intentado articular, dicho tiempo trastoca el tiempo lineal y de la memoria entendida como rememoración.

III

La condición infantil de la memoria

Retomo aquí el planteamiento de Néstor Braunstein para pensar la memoria como una moneda freudiana de tres caras, conformada por la memoria, el olvido y el espanto.

La memoria, desde una perspectiva psicoanalítica, no se reduce a un mecanismo de almacenamiento y recuperación de información o conocimientos, por el contrario, “no sería un archivo de documentos sino una construcción enriquecida por la imaginación.”xxiii

Pero me pregunto junto con Braunstein, “¿De dónde, desde cuándo, cómo se pone en marcha la máquina de la memoria?”xxiv

Este autor, de la mano de Freud, responderá que habrá un primer recuerdo: el recuerdo de infancia. Fantasmal y mítico. Ese tiempo de lo infantil que no pasa, que aunque se olvida, se torna fuente viva, indestructible.

Freud en el artículo Recuerdos de infancia y recuerdos encubridoresxxv, señala que de los recuerdos más tempranos de infancia no poseemos una “huella mnémica real y efectiva”, sino una elaboración –vía la condensación y el desplazamiento– posterior de ella, llegando a adquirir el carácter universal el significado de unos recuerdos encubridores, entonces ¿qué es lo que se retiene? Si no se retiene la experiencia “real y efectiva”, por lo tanto, no se retiene el hecho en sí, la realidad queda entonces ficcionalizada. De ahí que valga la comparación que hace Freud, de los recuerdos de infancia con las sagas y mitos de los pueblos. Siguiendo este hilo de ideas, ¿la ficcionalización de la experiencia se trata de una elección o de una capacidad infantil? ¿eso que se retiene es lo infantil? ¿lo infantil es lo inconsciente, o lo inconsciente tiene un carácter infantil?xxvi

En el artículo referido, Freud parece desplegar la posibilidad de pensar la condición infantil de la memoria, precisando que es muy posible que el olvido de la infancia pueda proporcionarnos la clave para comprender la formación de todos los síntomas neuróticos. Sin embargo, la forma en que tiene lugar la amnesia infantil queda en el lugar de lo enigmático para él. Se pregunta “¿Cuán atrás en la infancia se remontan los recuerdos? ¿a qué se deben esas diversidades en la conducta de los recuerdos de infancia, y qué significado poseen?”xxvii

Freud sostiene que “los recuerdos de infancia son fabricados como formaciones de compromiso que expresan el deseo a la vez que lo disimulan por el trabajo de la fantasía”xxviii, delatando su condición de artificios. La verdad histórica yace en esos recuerdos pero escondida y deformada. El recuerdo será pues el efecto de una falsificación, la represión; es decir, “el funcionamiento del inconsciente decidiendo qué, cómo y cuánto se recordará y olvidará.”xxix

En estos planteamientos encuentro claves cruciales para seguir desarrollando el tema de lo infantil en psicoanálisis. En el texto citado, Freud remarca la complejidad de los procesos anímicos de la infancia, solo que los desestimamos. Tal es la relevancia que Freud reconoce de estas operaciones olvidadas de la infancia, que incluso enfatiza que dichas operaciones dejan tales huellas que ejercen “un influjo de comando sobre todos los periodos posteriores de la vida”.xxx ¿No es acaso esta una afirmación que Freud realiza -desde un momento muy temprano de su elaboración teórica- del gran valor y peso que tiene lo infantil para la constitución psíquica del sujeto? ¿No podría ser lo infantil eso que se retiene (aunque se desfigure y encubra) y que nos acompaña de por vida?

IV

Lo infantil y el espanto

En una de las articulaciones que Braunstein nos propone acerca de la memoria, destaca la siguiente frase de Julio Cortázar: “la memoria empieza en el espanto”, a propósito de un primer recuerdo de infancia de este escritor, y que para este psicoanalista podemos leer el eco literario de esa memoria en el siguiente fragmento de Rayuela:

Me desperté y vi la luz del amanecer en las mirillas de la persiana. Salía de tan adentro de la noche que tuve un vómito como de mí mismo, el espanto de asomar a un nuevo día con su misma presentación, su indiferencia mecánica de cada vez: conciencia, sensación de luz, abrir los ojos, persiana, el alba…Estoy obligado a tolerar que el sol salga todos los días. Es monstruoso. Es inhumano. (cursivas de Cortázar). xxxi

Para Braunstein, este recuerdo infantil dice algo de ese primer encuentro con el espanto del que Cortázar da cuenta a través de su escritura, como una forma de aplacar la angustia. Se pregunta si ese recuerdo remite al primer recuerdo de todos: “…el del propio grito provocado por la ausencia de la madre.”xxxii Se trataría del terror ante lo pavoroso, la primera marca del desamparo originario (Hilflosigkeit). Pero subraya que lo que seguiría implicaría la articulación del grito. Angustia puesta en un grito como llamado de socorro para que un Otro escuche y le responda con palabras que lo apacigüen.

Por ello es que “…al dolor es mejor olvidarlo…si se puede”, dice Néstor Braunstein leyendo al primer Freudxxxiii, y yo agregaría, si el dolor ha tenido lugar, solo ahí, se recuerda para mejor olvidar o desconocer eso que duele.

Hablar el dolor es hablar de la herida. Para Heidegger, hay herida a partir del dolor. Sin embargo, Oyarzun se pregunta si “la herida (se) ha pensado antes”, si hay una anterioridad indeleble de la herida.xxxiv

Me arriesgaré retomando este planteamiento de Oyarzun para pensar si esta anterioridad indeleble de la herida podría pensarse como algo del orden de lo infantil.

La hipótesis que propongo es pensar que cuando un cuerpo – como el de B – ha sido violentado, lo que queda inscrito no es el del orden del amor ni del deseo, que la furia que B da a ver, no es efecto de la memoria, sino lo infantil que queda expuesto de manera descarnada reiteradamente en el presente, sin posibilidad de artificio ni ficción, una herida permanentemente abierta, que no alcanza a articularse en el dolor para un otro que esté dispuesto a albergarla. El espanto sin tregua.

Si hay Otro que articule el grito, “delimitará que una marca dolorosa se sitúe como diferencia e identidad corporal donde podrá operar como umbral posible, transformándose así en una huella, en una cicatriz capaz de marcar una frontera, un borde al sufrimiento del necesario dolor de existir.”xxxv

V

Del don, la escritura y el por-venir

Para J. Derrida, el don “…precede a todo intercambio y, por tanto, a toda dialéctica…(que) no está nunca en el presente; se da en un pasado que nunca ha sido presente y se recibe en un futuro que tampoco será presente jamás…”xxxvi Por tanto, de ese don no se sabe que existe, ni siquiera que se otorga ni que se recibe. Está más allá incluso del sujeto mismo que es su portador.

Si hay don, lo que se da, lo que es dado, el don como cosa dada o como acto de donación, no debe volver al donante. No debe circular, no debe intercambiarse. El don no debe retornar. Es una ruptura del dar y recibir. El don no implica una relación, llamémosle simétrica, de otro a otro. El don no es simplemente dar para recibir o recibir para dar.

Hay que “pensar” el don desde un pensamiento del ni/ni que nos ubica en ese lugar (no-lugar) indiscernible, inidentificable del entre. Al respecto Mónica Cragnolini explica que frente a la metafísica oposicional, caracterizada por el binarismo, el deconstruccionismo derridiano se halla ubicado en el entre de las oposiciones: ni verdad ni falsedad, ni presencia ni ausencia, sino entre. El entre está signando un ámbito de oscilación del pensar. El entre no es un nuevo lugar sino que es no-lugar, imposibilidad de asentamiento, constante peligro, no presencia.xxxvii

Desde la idea de entre, el otro puede ser pensado como nos-otros: ese otro diferente y a la vez presente en nuestra supuesta mismidad. No se trata aquí del yo cerrado en sí mismo, sino del yo que es, al mismo tiempo, los otros de sí mismo y del nos-otros.

Dar sin ver lo que se da, dar sin saber lo que se da, sin anticipar sobre los efectos del dar, nos dice algo sobre la escritura, sobre el espacio que abre. Ningún autor puede decidir o controlar la manera como su texto acontece en el momento de su recepción; por lo tanto, nada puede anticipar sobre los efectos que es susceptible de producir el don que queda abandonado a su destino-erranza. El texto, en tanto legado, en tanto don, despoja al autor de ese extraño derecho de autoría que le convierte en dueño (centro solar, soberano) de su texto. El don del texto es fuerza de desapropiación.

Cragnolini puntualiza que para Derrida un texto no se puede apropiar pues existe una restance de la marca que no se puede transformar en signo. Un otro incapturable: “…si hay escritura supone una afirmación; es siempre la afirmación de algún otro para el otro, dirigida al otro, afirmando al otro, a algún otro. Siempre es algún otro quien firma…”xxxviii

Me pregunto, ¿por qué ya no se reconoce la huella de la propia escritura? Derrida me responde:

…El timbre de mi voz, el estilo de mi escritura, es lo que para (un)
yo no habrá estado nunca presente. Yo no oigo ni reconozco el
timbre de mi voz. Si mi estilo se marca, es sólo sobre una cara que
me es invisible, ilegible. Nada de speculum; yo soy ciego a mi estilo,
sordo a lo más espontáneo de mi voz…xxxix

Por ello la escritura, señala Cragnolini, es lugar del quiebre de la presencia, que hace patente la alteridad, la contaminación, la imposibilidad de la inmunización.

Cuando se escribe, se constituye lo escrito en sistema de huellas, se da por encima de cualquier destinatario. La escritura es un don que desborda toda fantasía de devolución, entregándose a una diseminación sin retorno, y a la posibilidad también de escribir un duelo.

Importante resaltar la posibilidad que abre la dimensión transferencial en la experiencia de un análisis para dar lugar al dolor, a partir de la experiencia del don.

Dolor y palabra, dolor y sentido, don y dolor. Afirmación de la existencia para el despliegue mismo de la potencia dispersora del dolor –como enuncia Oyarzun–: “Este pensamiento del dolor, este pensamiento que sopesa el dolor como reunión en el desgarro… principio originario de unidad”, para que tal vez otra forma de ser y estar en el mundo, sea en el por-venir.


Referencias

i Cragnolini, Mónica, Adieu, Adieu, remember me. Derrida, la escritura y la muerte, Edición digital de Derrida en castellano. https://redaprenderycambiar.com.ar/derrida/comentarios/derrida_muerte.htm

ii Retomo esta frase del argumento que despliega Néstor Braunstein acerca de, por un lado, el planteamiento freudiano sobre la importancia sustantiva del primer recuerdo en la vida de un ser humano, y por el otro, de un texto poco difundido de Julio Cortázar, de donde deriva el título del libro en donde N. Braunstein presenta dichas elaboraciones. Véase: Braunstein, Néstor, Memoria y espanto o el recuerdo de infancia, Siglo XXI, 2008, p. 288.

iii Le Poulichet, Sylvie, La obra del tiempo en el psicoanálisis, Amorrortu, 1996, pág.26.

iv Ibid., p.28.

v Ibid., p.27.

vi Ibid., p.31.

vii Oyarzun, Pablo, Entre Celan y Heidegger, Ediciones/metales pesados, s/f, p.95.

viii Ibidem.

ix Le Poulichet, Sylvie. Op.Cit.

x En este apartado del ensayo, intento ir introduciendo algunas ideas para pensar la noción de lo infantil en psicoanálisis, las cuales resultarán insuficientes pero importantes para ir avanzado en la construcción de esta noción como uno de los ejes centrales de mi proyecto doctoral.

xi Minnicelli, Mercedes, Infancia, significante en falta de significación, Educação em Revista – UFMG, vol. 25, núm. 1, pp. 179-202 Universidade Federal de Minas Gerais, 2009.

xii Significante, en el sentido que le da J. Lacan a partir de la formulación de su tesis en la década de los 50 de que el inconsciente está estructurado como un lenguaje. En el marco de esta tesis, Lacan reformula el algoritmo de Saussure y lo invierte, dando primacía al Significante, indicando su función activa en la determinación del significado.

xiii Ariès, Philippe, De la familia medieval a la familia moderna, en El niño y la vida familiar en el Antiguo Régimen, Taurus, 2001.

xiv Minnicelli, Mercedes. Op. Cit.

xv Kohan, W. Infancia, política y pensamiento. Ensayos de filosofía y educación, Del estante editorial, 2007.

xvi Minnicelli, Mercedes. Op. Cit.

xvii Tanis, Bernardo, Lo infantil: sus múltiples dimensiones. Calibán. Revista Latinoamericana de Psicoanálisis. Vol.19 (12), 2021, p.14

xviii Killner, Alicia. (2021). Lo infantil, un nombre de la verdad. Calibán. Revista Latinoamericana de Psicoanálisis. Vol.19 (12), p.34.

xix Pontalis, J.-B, Este tiempo que no pasa, Topía, 2005.

xx Lévy, Robert, Lo infantil en psicoanálisis. La construcción del síntoma en el niño., Letra Viva Editorial, 2011, p.20.

xxi Podríamos suponer que la autora se refiere a un tiempo anterior a la constitución del narcisismo primario descrito por S. Freud, y anterior al estadio del espejo descrito por J. Lacan.

xxii Le Poulichet, Sylvie. Op.Cit., p. 21.

xxiii Braunstein, Néstor, Memoria y espanto o el recuerdo de infancia, Siglo XXI, 2008, p.10.

xxiv Ibidem.

xxv Freud, Sigmund, Recuerdos de infancia y recuerdos encubridores, en J. L. Etcheverry (Trad.), OC. Psicopatología de la vida cotidiana: Vol. VI (1901), Amorrortu, 2001, pp. 48-56.

xxvi Ibidem.

xxvii Ibidem.

xxviii Ibidem.

xxix Braunstein, Néstor, Op.cit.p.40.

xxx Ibidem.

xxxi Citado en Braunstein, Néstor. Op.Cit., p. 31.

xxxii Ibídem, p.29.

xxxiii “La economía subjetiva, de acuerdo con el primer Freud, tiende a evitar el displacer y, sirviendo a tal fin, prefiere la represión al recuerdo para no vulnerar ese principio soberano”, en Braunstein, Néstor, Op.cit. p.38.

xxxiv Oyarzun, Pablo, Op.cit., p.104.

xxxv Levin, Esteban, Discapacidad, clínica y Educación, Nueva visión, 2008, p. 79.

xxxvi Bennington Geoffrey y Jacques Derrida, Jacques Derrida, Cátedra,1994, p. 202.

xxxvii Cragnolini, Mónica, Temblores del pensar: Nietzche, Blanchot, Derrida. Publicado en “Pensamiento de los Confines”, Buenos Aires, número 12, junio de 2003, pp.11-119. Edición digital de Derrida en castellano. http://redaprenderycambiar.com.ar/derrida/comentarios/temblores.htm

xxxviii Citado por Cragnolini, Mónica. Adieu, Adieu, remember me. Derrida, la escritura y la muerte. Edición digital de Derrida en castellano. https://redaprenderycambiar.com.ar/derrida/comentarios/derrida_muerte.htm

xxxix Derrida, Jacques, Márgenes de la filosofía, Cátedra, 2006, p. 337.


Bibliografía

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Erika Patricia Ciénega Valerio

Actualmente estudia el programa de doctorado en el Colegio de Saberes.