“El feminismo es la estrategia contra la opresión,
por razón de género, el racismo y el fascismo.”
Angela Davis
“El feminismo es la idea radical que sostiene
que las mujeres somos personas.”
Angela Davis
En marzo de este año resurgió en México el movimiento MeToo, iniciado cuando en Estados Unidos, en 2017, decenas de mujeres alzaron la voz para denunciar públicamente al productor de cine Harvey Weinstein por abuso y acoso sexual. Esta vez, la ola comenzó su onda expansiva desde la plataforma Twittercon el hashtag: #MeTooEscritoresMexicanos, pasando por muchas y variadas profesiones y alcanzando, paulatinamente, al gremio teatral.
Durante semanas fuimos testigos de cómo más de una centena de testimonios se han vertido desde cuentas personales o anónimas para denunciar toda clase de abusos perpetrados por hombres del medio teatral, en su mayoría contra mujeres.
A pesar de la abrumadora sensación de impotencia que nos queda después de mirar de frente una realidad silenciada de abusos, no pensemos que estamos ante un callejón sin salida, (no permitamos que sea así). Pues lo que ha pasado a más de un mes de que apareciera la primera denuncia, arroja pistas para responder a la pregunta de ¿ahora cómo continuamos y qué hacemos con el trabajo de todas las personas que han sido señaladas?
Una de las cuestiones más importantes que ha puesto de manifiesto el MeToo,es aquella sobre la ética. Si bien, esta no es una categoría que se exija del arte, sí es una directriz de sociabilización importante para posicionarse ante un hecho determinado. El primer cuestionamiento ético viene cuando, al no presentarse pruebas, como es el caso en la mayoría de las denuncias, cada testimonio deja en manos del receptor la decisión de creer o no en lo que ahí se dice, decisiones que vienen acompañadas de muchas preguntas sobre el propio comportamiento. Preguntas que han derivado en decisiones políticas.
Aunque MeToo,no nació para exigir: ni la cancelación de los montajes escénicos que contaran con la participación de alguno de los denunciados, ni el despido de los mismos; ambas cosas han llegado a suceder. Esto, visto desde el imperativo categórico de Kant, manifiesta que, al compartir estas denuncias y testimonios, estamos construyendo una máxima de comportamiento ético, para quienes hacemos Teatro. Las consecuencias son completamente necesarias para que se comience a tomar con seriedad el problema y comiencen a aparecer las soluciones. Si bien, la ética no es una categoría que se le exija al arte, sí debería ser una directriz para las instituciones y espacios que se encargan de su enseñanza y visibilización.
Así bien, no existen consecuencias generalizadas que puedan aplicarse a todos los casos, ya que son tan diversos, que exigen consecuencias distintas: desde la disculpa del agresor para con la víctima; la aceptación y búsqueda de ayuda profesional por las conductas abusivas perpetradas; hasta casos en los que, de existir mecanismos de impartición de justicia que funcionaran correctamente para tales efectos, el abusador debería poder ser juzgado ante un tribunal. De hecho, una clave para entender el por qué de las denuncias anónimas, está en que los organismos legales encargados de casos por violencia de género, son ineficaces y revictimizadores. Lo que sí ha logrado el movimiento es poner, de menos bajo la mira y rechazar generalizadamente, los comportamientos violentos, abusivos y misóginos con los que se ejerce y enseña Teatro.
Pero como era de esperarse, algunas de las criticas le reclaman al movimiento MeToo, el “estar confundiendo el arte con la vida real”, argumento incluso retomado por algunos de los aludidos, para justificar sus actos en pos del proceso artístico. Porque saben que es cierto que para hacer posible el hecho escénico, es vital la interaccion entre colegas mediada siempre por relaciones de poder, mismas que, al volverse aparentemente tan ambiguas para los hombres que han expresado tanto disculpas como justificaciones; hacen necesario que existan organismos por encima de los artistas e incluso de las instituciones, que vigilen que no suceda ningún tipo de violación a derechos, bajo el argumento de la creación. Porque bajo el estandarte de confundir la línea entre la realidad y la ficción, parecemos estar olvidando que, durante los procesos de montaje y aún sobre los escenarios, estamos trabajando con personas reales.
Si bien los actores formados en escuelas de Teatro, recibimos entrenamiento para separar la realidad de la ficción, esta profesionalización ni ha sido pedagógica, ni ha sucedido a la par de los demás roles necesarios para hacer posible el Teatro. De ninguna manera digo que la profesionalización del teatro, como se aplica hoy en día, sea la respuesta para detener abusos, y como ejemplo está que gran parte de las denuncias provienen de ahí, donde el alumno es visto como un diamante en bruto o como un pedazo de carbón. Lugares donde no se aplican pedagogías que impulsen las necesidades de los alumnos hacia nuevos horizontes de la creación teatral.
No hay escuelas de teatro para dejar de ser abusadores, de eso se encargará y responsabilizará cada individuo, y de no ser así, las consecuencias cada vez están mejor estipuladas en el pacto social.
De frente al alarmante escenario de violencia misógina, movimientos como MeToo, coadyuvan para que se tome en serio la urgencia no solo de una pedagogía teatral, sino de observatorios feministas en materia de derechos humanos universales, que garanticen el goce de los mismos, mientras hacemos Teatro; entonces sí podremos hablar de libertad creativa, porque mientras existamos creadoras de segunda, seguiremos viviendo en la era donde solo unos cuantos genios consagrados, absueltos de las leyes humanas por su talento y género, son libres para hacer arte.
Mariana Moyers Creadora Escénica, egresada de la ENAT (2010-2014), fue becaria del programa FONCA, Creadores Escénicos 2018. Resultado de este apoyo se desprenden: “Rutas eléctricas por la Doctores”, proyecto peatonal escénico y “Un mapa de la colonia Doctores o la respuesta a cómo caminar sin miedo”, unipersonal de su autoría. Así mismo dirige el proyecto Obra negra, teatralidades en [de]construcción, dedicado a la investigación y producción escénica de material referente al estudio de la ciudad y desplazamiento forzado a través del mapeo afectivo de los territorios.