Quetzalcóatl
Las costras de estas calles se desprenden
al menor contacto con el viento,
pero la enfermedad no puede acabar de mudar.
Yo quisiera curar
parte de la piel
lacerada de esta bestia;
desprenderle el cemento,
aliviarle con capas
de diferentes hierbas
y lavar sus heridas.
Por eso,
en cada avenida,
que lleva el nombre de alguno
de sus ríos muertos o entubados,
unto saliva en una piedra o en un árbol
y canto a su mirada insondable
algunas antiguas palabras:
canto
el animal que soy
sin alas ni escamas,
de instintos
oscuros y deteriorados.
“Soy otro”, susurro en el aliento de lumbre,
mientras un sol cicatriza las llagas,
quema la enfermedad y le llena de miel,
hasta que la noche constela
la obsidiana de su memoria.
Actualmente estudia el doctorado en Saberes sobre Subjetividad y Violencia en el Colegio de Saberes.