Bultos informes.
Siembra de muerte.
Brote de cadáveres encobijados que no reciben abrigo alguno de nuestra parte.
¿Recibirán, siquiera, una mirada?
Unos trazos delimitan el panorama. Las líneas de lo ominoso. Unas pinceladas nos advierten que aquí se esconde a la vez que se expone algo. Se abre a la visión lo que se cierra al pensamiento y, en el peor de los casos, a la afectación. Pero aquello que se esconde mostrándose, que se abre cerrándose, mueve los límites antes conocidos, haciendo brotar de la tierra nuevas escrituras, huellas que quedan por descifrar. “Los fragmentos corporales expuestos a la visión hacen ya parte de una realidad que asumió la abyección como un nuevo orden. Lo que antiguos ritos se empeñaban en guardar bajo tierra, nuevos ritos que hacen voto a la abyección se empeñan en exhibir sobre la tierra.”[i] Este nuevo orden se impone, dominando nuestros cuerpos, nuestra vida y nuestra muerte. Nos amenaza y escarmienta hiriéndonos, encerrándonos, lanzándonos trozos de nuestros amados y también de aquellos que hemos nombrado el enemigo. El nuevo orden –ese, el de la maquinaría productora de cadáveres– nos ha impuesto toques de queda hasta del cuerpo, del sentir, del pensar. Toda afectación queda anestesiada. Es la ley de la apatía, del “en algo andaban”, de los daños colaterales, del muerto como basura arrojada a orillas de la carretera. No es el lenguaje del narco, es nuestro lenguaje, como hábitat en el que moramos y nos movemos creyendo que nos es ajeno, pretendiendo que no lo entendemos, que nos resulta intraducible.
Hay lazos que sostienen (en) la vida, hay otros que perpetúan la violencia. Hay lazos que mantienen cerradas las puertas a través de las cuales podríamos ver el suelo en el que estamos parados, el papel que jugamos en esta guerra y las pilas y fosas de cadáveres que nos rodean. Hay lazos que amarran la muerte, que hacen más fácil deshacer(se de) un cadáver.
Las pinturas de Marleen De Raes nos llevan a mirar el velo, la cubierta, el envoltorio de lo que, sin embargo, ya conocemos. Una tela o un plástico no podrían cubrir jamás la ignominia de la sangre que se derrama por nuestras avenidas, de los huesos que inundan nuestros cerros, de la ceniza que viaja del crematorio improvisado a nuestros pulmones. Es eso oculto lo más evidente. La paradoja de lo ominoso, eso extrañamente familiar. Es un resplandor que atrapa la mirada en un paisaje por demás apacible, como la fotografía de Fernando Brito, sobretodo en Tus pasos se perdieron con el paisaje[ii] que, como el título lo sugiere, el crimen y sus huellas encuentran un lugar que parece difuminarse en el paisaje a no ser por una violencia que irrumpe en la imagen: la tela ensangrentada, el reflejo del sol en el metal de unas esposas, la deformidad de un cuerpo muerto arrojado, la cinta amarilla que anuncia precaución, la paleta de colores de la putrefacción.
Mirar y mirar. Dar la vuelta a la página del periódico de nota roja que me grita y me exige voltear, mirar, fascinarme, atraparme en el espiral de cuerpos cuerpos cuerpos que me ofrece. Cambiar el canal de la televisión que me alarma, me espanta, me advierte de todos los peligros. Ni para que mencionar las redes sociales. Salir a la calle y voltear a todos lados, mirar sin mirar, temer ser el próximo –desaparecido, muerto–, sobrevivir, seguir mirando. Imágenes que como fantasmas nos acechan, nos asedian y también nos velan lo real haciéndolo menos insoportable. Es la representación necrológica. Marleen De Raes nos vela lo ya velado mostrándonos lo que nos rehusamos a ver aunque nos rodee por doquier. Es una puesta en evidencia que (nos) toca, (nos) hiere, (nos) convoca. Es la pregunta insistente, ¿cómo sostenerle la mirada a los muertos? A esos muertos que nos miran de vuelta, que nos interpelan. Es sostenerle la mirada a lo humano. Esa muerte, su brutalidad, su exceso, la fuerza con la que se rebasa a sí misma cada vez, es demasiado humano.
“No nos avergonzamos de mantener fija la mirada en lo inenarrable. Aún a costa de descubrir que lo que el mal sabe de sí, lo encontramos fácilmente también en nosotros.”[iii]
[i] Ileana Diéguez, Cuerpos sin duelo, México, UANL, 2016, p. 65.
[ii] http://v2.zonezero.com/index.php?option=com_content&view=article&id=1235&catid=2&Itemid=7&lang=es#
[iii] Giorgio Agamben, Lo que queda de Auschwitz. El archivo y el testigo. Homo hacer III. España, Pre-Textos, 2005, p. 32
Es licenciada en psicología por la UIA, certificada en tanatología por la Universidad de Maryland, así como maestra y doctorante en saberes sobre subjetividad y violencia por el Colegio de Saberes. Especialista en práctica psicoanalítica, se dedica a la consulta privada. Temas de interés y pasión: psicoanálisis, violencias, narcotráfico, frontera, muerte y cuerpo.