Una cuestión fundamental, sobre todo hoy en día, es la función y alcances de la fotografía en la sociedad. La fotografía, en su base etimológica, es la escritura con luz. La fotografía entonces, remite, como el trabajo de Zaid permite apreciar, a su dimensión de imagen y escritura; sobre estos dos ejes hay que pensar este trabajo del autor.
¿Cuál es el efecto de escribir con luz en estos tiempos? Las fotos de Zaid permiten, en un primer momento, pensar el espacio. Para esto hay que seguir a Michel De Certeau1, quien diferencia lugar de espacio. El lugar es la suma total de los elementos y la posición que ocupan, el espacio refiere a la movilidad de esos elementos; el lugar es inanimado, el espacio es animado; el lugar ya está dado, el espacio hay que construirlo activamente; el lugar es fijo, mientras el espacio es cambiante. El lugar puede devenir espacio y viceversa, el espacio devenir lugar, lo que permite que esto ocurra son los movimientos y los símbolos que se elaboren de ese lugar, es decir, la historia, narrativa, discurso, o bien la falta de estos.
Pensar la fotografía desde la imagen remite a algo capturado. Lacan2 trabaja lo Imaginario como algo que fija y da completud; en otro momento llega a pensar el arte como un atrapa-mirada o desde la “función cuadro”. Rolan Barthes3 sigue esa idea en la fotografía como algo que aproxima a lo Real, eso que es solo Eso. Barthes señala la experiencia de la fotografía cercana a lo mortífero, hacer objeto a lo que es fotografiado, la “microexperiencia de muerte”, lo capturado que queda como espectro, y no es una captura neutra, siempre está atravesada por algo, así sea la misma mirada del fotógrafo o espectador. Ya Michel Foucault4 había advertido de la mirada (médica) como instrumento de verificación y verdad, un instrumento que disecciona, corta, captura, atrapa, paraliza, cierra. La fotografía corre este riesgo entonces, crear lugares, pero no espacios. Basta pensar la foto en la actualidad, instantánea, efímera, la red social, la foto digital, fotos de muchos lugares. La foto incluso como saturación y bombardeo neurológico (pensado por Byung-Chul Han5). Sin embargo está la otra opción que Zaid deja ver con su trabajo, que la fotografía haga espacios. ¿Cómo hacer que algo, aparentemente fijo como la imagen, se mueva?
La escritura es la posibilidad de movimiento, es su condición misma. Para Derrida6, siguiendo a Freud, la escritura sólo es posible como huella, el surco abierto. Para Freud7, lo que deja marca en el aparato psíquico es el exceso de tensión frente a las barreras, las cuales abren nuevas vías de facilitación. Derrida retoma esto para hablar de la huella como un abrirse-paso, y si se sigue a ambos autores, el abrirse-paso solo es posible por un movimiento de energías frente a las resistencias. La escritura es entonces registro, lo cual hace pensar en la memoria. En el pensamiento de Freud8, la memoria no no está en la conciencia sino en las huellas mnémicas (en su primera tópica anterior al sistema ICC), estas no se pueden borrar, pero sí modificar, reelaborar. Ya al final de su obra, frente a la repetición (de lo mismo) Freud9 ya no apuesta por recordar o interpretar, sino construir, eso es lo que permite la reelaboración, construcción que solo es posible desde las piezas recabadas, es una arqueología. Construir algo nuevo desde los restos, lo cual solo es posible si hay movilización (libidinal, discursiva), es efecto de un tejido, es un texto. La escritura es movimiento, pulsional, corporal, lingüístico, vocal… No está limitada a la pluma y papel, es toda posibilidad que permita construir desde los restos una narrativa distinta. En este sentido, la escritura, en su forma de abrirse-paso, es repetición pero de lo diferente.
La serie “Calle de negro a blanco” de Zaid enseña sobre estas huellas en la imagen, eso que deja marca, espacio y permite su movilidad. La huella es, estrictamente hablando, lo que abre espacio, la huella posible en lo blanco y negro. Estas fotos, en su aproximación de escritura, invitan a no pensarse sólo como “imágenes en movimiento”, sino a percibir el movimiento de las imágenes (algo que Freud intuyó en el trabajo del sueño). Hay que apreciar también el trabajo del autor no solo foto por foto, también en sucesión, así se hace evidente la narrativa en su secuencia (repetición) de la diferencia. La foto, como escritura, permite esta otra posibilidad: crear espacios, vías. Estas fotos hablan de espacios, de la ciudad, las huellas que el autor percibe y hace hablar.
La fotografía entonces tiene esas dos polaridades, la de la imagen (que cierra) y la de la escritura (que abre). La posibilidad de una u otra es la capacidad del autor para dirigirlo. Freud siempre pensó en dos direcciones pulsionales, yo-objeto, vida-muerte, siempre entrelazadas, y con diferentes destinos. Lo que André Green10 rescata no es pensar en una meta o dirección ideal, sino, de nuevo, en su constante movimiento, sin que quede acotada a una sola dirección, eso es lo vital, el movimiento mismo ante lo mortífero. Esta es la posibilidad que debe buscar cada sujeto, siendo los y las artistas quienes dejan ver estas posibilidades, no quedar en una dirección y abrir diferentes posibilidades. Que la foto pueda crear espacios no es poca cosa, sobre todo llevando esto a su alcance político, contar eso que no pudo ser contado de otra forma, la posibilidad de que las imágenes también hablen y cuenten historias, abran, y salgan de su zona segura de captura. Tal vez así vale la pena el riesgo.
Referencias
Licenciado en psicología con mención honorífica por la Universidad Iberoamericana (CDMX) y maestro en psicoanálisis con mención honorífica por Dimensión Psicoanalítica. Formación en psicoterapia de arte, psicología hospitalaria y sexualidad humana. Estudiante de la especialidad en el Colegio se Saberes. Practicante del psicoanálisis. Interesado en el tejido entre lo clínico y lo social, así como el diálogo entre psicoanálisis, género, arte y pensamiento decolonial.