Si el dolor y displacer pueden dejar de ser advertencias
para constituirse, ellos mismos, en metas, el principio de placer queda paralizado,
y el guardián de nuestra vida anímica, por así decir, narcotizado.i
S. Freud
Precipitarse
En el mar Mediterráneo, en las orillas de Grecia o de Siria, unos hombres se desnudan y se zambullen. Cuando llegan al fondo del agua, cuando sienten sobre su espalda el peso inmenso de la mar, acechan el fondo oscuro del mundo, observan las sombras de las rocas en el abismo, se aproximan a unos cadáveres de animales extraordinariamente antiguos; con un cuchillo les cortan el pie; regresan a la superficie; los dejan pudrir al sol. Los cadáveres de estos extraños animales antiguos, al cabo de algunos días, se han vuelto extrañamente horadados, ligeros, porosos, suaves, blancos. Se les llama esponjas. Se puede decir de una esponja que es una especie de <criatura anterior> que absorbe la muerte sobre la piel de los mortales.ii
La experiencia del cuerpo en el adicto se vive cuasi un cadáver, un esqueleto de una criatura anterior de la que permanece una extraña memoria anterior a sí misma. Un cuerpo que fue, del que quedan fachadas, paredes despostilladas, castillos endebles, vacíos. Un cuerpo que de lejano parece mítico, se vive en ese cuerpo de una manera “anterior”. Hay, sin embargo, una posibilidad de sentir su cuerpo ahora, esa posibilidad es la circulación tóxica en su cuerpo.
Como esponja recupera su forma viva. El adicto, con la sustancia “hace cuerpo presente”, deja atrás el vacío y las fachadas para darse forma. Forma ahora. Forma un tiempo presente y deja de ser anterior, puro instante, pura actualización incesante del presente. Un eterno presente que, aun dejando atrás lo anterior, tampoco avanza. No hay futuro. Una prisión presente en un cuerpo lleno de droga.
Hoy en día la palabra Narcisismo es utilizada para denominar algo que tiene que ver con egoísmo, con vanidad, con ensimismamiento y hasta con violencia. No es extraño escuchar que se diga de alguien que ejerce violencia o comete un delito como un narcisista. En el campo de la psicología criminal hay perfiles al que se le añade el “…narcisista” pero ¿a qué nos referimos cuando decimos Narcisismo? Esta es una pregunta que no estamos cerca de agotar, de ahí que estos sean apuntes preliminares, por lo pronto podemos tantear el camino y decir algo que nos parece clave. Narcisismo no involucra la experiencia de una sola persona sin relación con alguien más, no se es egoísta porque solo se ve por uno mismo, tampoco se trata de una vanidad que busca destacar una presencia por encima de los demás.
Recordemos que el mito de Narciso nos presenta a alguien capturado en la imagen del lago. La función del lago que refleja es realizada, por alguien más que adquiere estatuto de objeto psíquico. Además, cabe aclarar que no se trata de operaciones psíquicas conscientes, la profundidad de lo que nos convoca tiene que ver con lo inconsciente y con las vías de facilitación más antiguas en el sujeto, vías que son labradas en el cuerpo por un prójimo en la infancia más temprana.
El carácter no es un síntoma, es decir una formación de compromiso con lo reprimido. Esto nos dificulta el abordaje del tema, pues si esas vías de facilitación desembocan en la formación del carácter de un sujeto, nos enfrentamos a algo difícil de asir, de definir y localizar en una parte del cuerpo, en un objeto exterior o en una idea. El Narcisismo nos pone tras la pista de una tensión entre un sujeto y un objeto que dan por resultado un posicionamiento, una forma de estar en el mundo.
Es importante aclarar una cosa más. En psicoanálisis es frecuente que al abordar las temáticas nos remontemos a etapas pasadas de la infancia o la adolescencia por su relevancia y contenido. Un error que se suele cometer al momento del análisis es seguir pensando que el paciente está “atorado” en un tiempo pasado o que este sufrió una “regresión”. Al hacer esto olvidamos que una de las características de lo inconsciente es tu atemporalidad.iii Lo que sería mejor es considerar que las experiencias en el inconsciente se actualizan en el presente por motivos azarosos y de coincidencia. Por lo tanto, nadie se atora o regresa en el pasado, sino que este “supuesto pasado” se actualiza en el presente, y con ello, adquiere un nuevo sentido alimentado por las circunstancias del momento, despojándose de su aura de antigüedad. De tal manera que el Narcisismo, como todas las etapas psíquicas, están latentes en nosotros y basta que un día cualquiera, sin ningún motivo, algo inesperado y catastrófico suceda para que “el pasado” reclame su vigencia.
Muy lejos quedan las tentativas de definir al Narcisismo como un egoísmo, que casi invita a imaginar a un sujeto hedonista que es puro placer y divertimento. La tensión y el carácter resultado de esto, puede que resulten placenteras en ocasiones, sin embargo, la dolorosa experiencia de no sostener un vínculo con la alteridad sin reducirla a “lo mismo” es un abismo al que asiste el y la narcisista sin ningún acompañante.
El hombre que salta del cabo Leucate no se zambulle
en el aire o en el vacío o en la mar o en la muerte,
Salta en el tiempo. Salta en la irreversibilidad.
Cuando se precipita es un irreversibilidad la que se acelera.
Es como en el placer. iv
P. Quignard
En el inicio, cada uno de nosotros ha nacido prematuro para la vida, ningún ser humano puede desde su nacimiento ser suficiente por sí mismo. Es por ello que desde muy temprano nos vemos en la situación de ser auxiliados para prolongar la vida. Es este el momento inaugural de la pulsión. Aunque es bien sabido, no está de más recordar que nos distinguimos del resto del reino animal por carecer de instinto, ya que no tenemos un objeto específico que satisfaga nuestro deseo. Lo que impera en nuestra existencia es la dinámica pulsional, sus ires y venires, tránsitos, transferencias, flujos y detenciones. La pulsión es lo que se despierta una vez y solo se apaga con la muerte.
Esta energía pulsional, de la que tanto se habla, tiene un origen. Cuando el ser humano no logra disminuir la tensión causada por el entorno o por su propio cuerpo, requiere de alguien más que le alivie la sensación de malestar, sea con una frazada, con alimento o con un simple tararear. La relajación eventualmente llega, de otra manera, estaríamos muertos. Pero esa intervención que hacen en nuestro cuerpov y que posibilita la vida es, al mismo tiempo, el extravío en nosotros mismos.
A partir de ese momento habrá una permanente falta de coincidencia entre lo que queremos y lo que tenemos, así hayamos conseguido nuestro deseo. Esta falta de concordancia da rienda suelta a toda la creatividad humana para darse metas de satisfacción de la pulsión, los objetos serán intercambiables, tanto como los medios por los cuales los queramos conseguir. Y aún así no lo lograremos.
El motivo por el cual no se puede satisfacer la pulsión es porque en sí misma es un “exceso”, este auxiliador ajeno que posibilitó la vida, instauro el desbordamiento continuo frente al cual existen los mecanismos de defensa. No olvidemos que los mecanismos de defensa se construyen frente a esa excitación que es siempre excesiva, nos defendemos del exterior, sí, pero sobre todo de lo que suscita al interior de nosotros. Freud pensando en cómo introducir a quienes querrían acercarse al psicoanálisis escribió sobre las posibles causas del malestar y hablaba de la posibilidad de
…circunscribirnos a una sola toxina sexual en que discerniríamos el portador de todos los efectos de estimulación de libido. […] los problemas de las neurosis actuales, cuyos síntomas probablemente nacen por un daño tóxico directo.vi
La energía de esa pulsión es también llamada libido. Ella, en sí misma es tóxica, excesiva, adictiva. Nos arroja a la permanente dependencia de lo otro para saciar nuestra tensión. Pascal Quignard dice que “La palabra latina prae-cipitatio significa con la cabeza por delante”vii, cuando pensemos en esa intervención ajena y el exceso, nos sería de utilidad la figura de la precipitación del cuerpo de la madre, de los afectos en el hijo, de la intensidad naciente entre ambos. Esa fuerza excesiva que nace del palpitar sincronizado de ambos, es la excesiva fuente original de la pulsión.
Sin embargo, es poco provechoso detenernos en demasía por el origen de ese exceso, mucho más rico y diverso es indagar en las vicisitudes de esta historia libidinal, en sus desvíos y contradicciones. Sylvie Le Poulichet intenta aproximarse al pensamiento de Freud y dice
La pregunta referida al exceso queda, al mismo tiempo desplazada. Ya no se trata de averiguar el origen exacto del exceso libidinal, sino más bien de reconocer que en los seres humanos lo sexual se manifiesta justamente como exceso irreductible: esa <demasía> que no cesa, que no se resuelve en una armonía natural ni en el funcionalismo de una necesidad, se manifiesta siempre en la superación de un límite. Finalmente, las pulsiones sexuales parciales persisten <por exceso>, porque se elaboran <por defecto> de un objeto adecuado, fijo preformado.viii
El excedente tóxico es pulsional desde siempre, es decir que está entrelazado con el prójimo y las figuras posteriores al primer auxiliador. Nuestros objetos de amor son construidos, no existen previos a nuestra figuración de los mismos. Su presencia y su ausencia puede prescindir de su materialidad, de ahí que muy tempranamente exista el fantaseo como mecanismo de satisfacción pulsional.
.Es como los nombres cuando los nombres todavía no hacen sino resonar el afecto […]
Estos sonidos -y no sus significados- van a hacernos siempre levantar
y dirigirnos hacia aquellos que nos llaman. Nuestros nombres nos reclaman hasta nuestra muerte.
Así es como la voz antigua de un pájaro con senos de mujer llama a Butes.
Lo llama mucho más que por su nombre: lo llama por el pálpito de su corazón.ix
P. Quignard
La inauguración pulsional deja el cuerpo del recién nacido así, pulsando. No obstante, aún no se ha logrado distinguir un adentro y un afuera, habrá de suceder esta separación en la relación con el cuidador. De esta manera es como se llega a la primera elección de objeto, misma que es inconsciente y que tiene como referente esa erotización del cuerpo del bebé durante sus cuidados. Esas primeras huellas son las que quedan registradas sin un significado o concepto, es pura experiencia sensorial que tendrá sentido solo retroactivamente.
Ese primer objeto de amor que se precipita sobre el bebé tiene un deseo sobre él, digamos que al nacer ya es objeto del deseo de alguien más. Narcisismo es tomar por objeto de amor esta prolongación del deseo del otro siendo uno mismo. Sin embargo, entre uno y otro momento, ocurre una sutileza mayor en la historia libidinal. Recordemos que originariamente no hay sujeto y objeto para el recién nacido, solo el observador puede distinguirlo, pues la experiencia es puro continuum. El primer objeto de amor del sujeto es el mismo que el de la madre, es decir, sí mismo. Ahí se dibuja la barrera entre ese yo y el mundo exterior.
Es un supuesto necesario que no esté presente desde el comienzo en el individuo una unidad comparable al yo; el yo tiene que ser desarrollado. Ahora bien, las pulsiones autoeróticas son iniciales, primordiales; por tanto, algo tiene que agregarse al autoerotismo, una nueva acción psíquica, para que el narcisismo se constituya. x
Esa inauguración pulsional y la erotización que conlleva fueron primordiales para lo que se desarrollaba en ciernes, es decir un yo y la relación de tensión que tendrá con su cuerpo y con ese primer objeto de amor. Recordemos que para Freud el narcisismo de los padres es relevante en esta etapa pues buscarán en el hijo la realización de aquello que ellos no pudieron ser. La transmisión de esos ideales es, a fin de cuentas, la herencia social cultural de la que también somos herederos.
Repasemos el camino de la pulsión. En el comienzo no está en el recién nacido y se inicia con la intervención ajena, esta precipitación paternal inscribe en el cuerpo el deseo de alguien ajeno, que a su vez no se distingue como tal de la vivencia del niño. Da comienzo así la historia libidinal o pulsional del sujeto, siempre en un exceso desbordante de excitación. En el desarrollo surge que el adentro y el afuera se delimitan, y con ello la emergencia del yo y de un objeto otro de amor: el primero como otredad, pero el segundo en la historia libidinal, pues en ella, se replica el objeto de amor de la madre, es decir el recién nacido: el primer objeto de amor del sujeto es “yo”, a esta etapa es a la que denominaremos Narcisismo.
Era importante dar esta vuelta por los conceptos para construir el centro de nuestra propuesta, ¿cómo decir algo que se acerque a entender lo que ocurre en la dependencia a las sustancias, que a su vez no caiga en prejuicios o en respuestas tautológicas que despojan al sujeto de su experiencia libidinal? No es algo sencillo pues lo más común es llamar a esto una “adicción”, dicho concepto viene del latín Addictusxi que normalmente querría decir en antigua Roma “esclavo por deudas”, uno se volvía “adicto” cuando sus deudas no podían ser pagadas y por ello se asignaba al acreedor la posibilidad de encerrarlo en una cárcel privada, y pasado un tiempo, si no se pagaba la deuda, se le podía vender como esclavo. Hoy en día la palabra es usada en el campo de la medicina y la farmacología para referirse a alguien que tiene una incapacidad de controlar una conducta por una búsqueda patológica de recompensa a través del uso de una sustancia.xii Pero estas nociones suelen basarse en que la sustancia es la que provoca la adicción, lo cual nos deja sin pistas sobre la historia del sujeto, nosotros preguntaríamos ¿a qué se es adicto? ¿qué es aquello que la sustancia alivia en el sujeto? Sylvie Le Poulichet ha explorado este tema con detenimiento y se pregunta
¿No será este <cuerpo propio> un cuerpo por exceso, desde siempre bajo perfusión? Habrá que seguir hurgando en ese atolladero narcisista en el que se agota este cuerpo por exceso, más aún cuando el recurso al tóxico se escucha muy a menudo como una manera de hacerse cada día un cuerpo extraño.xiii
Curiosa palabra la de “perfusión”, que proviene de perfundir, literalmente significa: una acción que consiste en hacer que un líquido ingrese de manera lenta y continua en el organismo.xiv La relación tóxica más antigua que tenemos es aquella que tiene que ver con nuestra libido, que está siempre en un exceso demandante. El drang freudiano es exigencia de trabajo, el elemento mínimo de la pulsión es su insaciabilidad que rebasa al aparato psíquico. Por otro lado, qué ocurre si lo que impera es una subjetividad narcisista, en la que se ama ese objeto que la madre ha dibujado del sujeto, cuando se ama ese objeto perfecto de la madre, que a su vez se supone que es “yo”. Quizá algo tengan de razón en la deuda de los adictos, pues cómo se puede llegar a ser his majesty the baby, cómo vivir en permanente grandor del yo, si no es con una exigencia de esclavitud y deuda perpetua.
De pronto lo antiguo se precipita.
Lo antiguo cae de las nubes.
Es el rayo mismo.
El trueno es la voz de este animal enorme y
negro que se llama tormenta.
Los relámpagos saltan desde lo alto del cielo
con el deseo de venir a tocar la tierra.xv
P. Quignard
El tóxico es, entre otras cosas, una cuestión de tiempo…
Concretamente, es el lugar de una destrucción
del tiempo y de la confusión de las memorias. xvi
S. Le Poulichet
Lo antiguo en uno mismo, lo anterior a nosotros mismos que somos ahora “veladamente”. Lo antiguo se hace presente. Lo originario, en un tiempo posterior, que nos precipita al instante desconocido del presente. En el momento mismo del “acontecimiento”, se engarza al futuro anterior no visto, pero presentido; al pasado enterrado en el corazón que se levanta de su tumba actualizándose futuramente: ahora. Dejándonos como piedra de toque, diminuta forma angular, fiel de la balanza temporal: frágiles. El acontecimiento anuda ominosamente toda nuestra vida presentida y sepultada. En el “ahora” se siente la tormenta que ha venido a tocar tierra.
¿Qué tiempo puede haber sin memoria? Si la experiencia temporal es el hilo de la experiencia humana, entonces puede haber multiplicidad de formas y direcciones. Una de ellas es la experiencia cronológica del tiempo, sobre ella es que se lleva a cabo convencionalmente lo humano, pero no nos limitemos a esta figura temporal como si fuese la única. Sin duda que es relevante y para ello la memoria es fundamental, el tiempo cronológico es producto de la concatenación de representaciones pasadas. Acumulación de eventos y situaciones, una sobre otra, que da como resultado una memoria del pasado y con ella un tiempo específico. Pero si la memoria se confunde, si colapsa el tiempo, si podemos escribir “memoria del tiempo futuro” y sentir el vértigo de la oración en el papel, si la experiencia fuera un eterno presente que mezcla todas las memorias, entonces, ¿qué tiempo para el Narcisismo?
En los inicios del psicoanálisis Freud ya se topaba con algo que se resistía al análisis y para lo que el aparato teórico que tenía en ese momento no bastaba, estamos hablando de finales de 1896-1898. La histeria era de su interés y se preguntaba por la etiología de la neurosis. Es en ese momento que le da forma a lo que llamó inicialmente “neurosis actuales”.
Lo esencial de mis doctrinas sobre las neurosis actuales, esas doctrinas que formulé en su momento y hoy defiendo, estriba en la tesis, fundada en el experimento, de que sus síntomas no se pueden descomponer analíticamente como los psiconeuróticos […] no consienten su reconducción histórica o simbólica a vivencias eficientes, no se los puede comprender como unos compromisos de mociones pulsionales contrapuestas, al revés de lo que ocurre con los síntomas psiconeuróticos (que llegado el caso pueden parecer de idéntica naturaleza). xvii
Las neurosis actuales lo son en tanto se expresa un atolladero narcisista en el que el yo es objeto/bien del otro. Frente a esta situación, el sujeto se procura por distintas vías un repliegue narcisista que significará en todas ellas una autocronía y autorreferencia. Un tiempo y espacio propios y siempre actuales, donde el tiempo ya no es cronológico sino el de la experiencia de vida, un tiempo Kairos. En otro momento dirá de los síntomas de las neurosis actuales que “no tienen sentido, carecen de significado psíquico. No solo se exteriorizan predominantemente en el cuerpo, sino que ellos mismos son procesos enteramente corporales.”xviii Démosle la importancia a esta cita, pues cuando dice corporales, hemos de suponer correctamente que no se refiere a puramente fisiológicos. La pulsión es ese concepto limítrofe entre el alma y el cuerpoxix; en consecuencia, las neurosis actuales nos traen de vuelta al problema de la pulsión, a la estasis libidinal que se manifiesta en el atolladero narcisista.
No creemos desviarnos de los escritos de Freud si comenzamos a trazar una ruta Narcisista con múltiples estaciones en la que una de ellas tendría que ver con los “tipos” o “carácter” en las subjetividades narcisistas. Así mismo, retomamos lo que Le Poulichet dirá del concepto de “neurosis actual” en tanto, actual es una alusión a la dimensión temporal.
Se trata de una <neurosis actual>, en efecto, porque las condiciones de una transferencia han quedado precisamente abolidas cuando <todo está puesto en la cuenta de otra persona>, reducida a la imagen de un hipnotizador cuyo deseo enigmático no puede ser <interpretado>.xx
Actual, no solo en el sentido de contemporáneo, además de ello en términos de la experiencia temporal determinada por el cuerpo en su imposición actual, siempre del orden del instante presente. La hipótesis que se va esbozando es la de una vivencia del tiempo del deseo del otro, esa deuda del Addictus, de no poder ser el bien del otro. En la que el acto toxicomaníaco sería una tentativa de hacer una autocronía que ya no dependiera del deseo del otro. Le Poulichet habla de “la emergencia de un cuerpo extraño”, esa extrañeza sería frente al deseo del otro. “Hacerse un cuerpo extraño a tu deseo, a tu tiempo, a ese objeto de amor querido y perfecto en el que me quieres convertir, y del que yo mismo me enamoré” quizá diría un paciente, seguido de “y por eso me doy una consistencia despegada de ti y que solo es mía.”
Es preciso volver a examinar aquí las relaciones entre <lo actual> y lo tóxico, especialmente a partir de la clínica de las toxicomanías. ¿No puede entenderse precisamente la toxicomanía como una <neurosis actual>, por lo mismo que atestigua en acto una experiencia de destrucción del tiempo? En efecto, la toxicomanía parece implicar otro modo de <tratamiento> del exceso pulsional, ajeno al trabajo de los tiempos y de las huellas, que refrenda el fracaso del juego de las metamorfosis y se muestra paradójicamente como una enfermedad de la interioridad: el real <cuerpo extraño> del tóxico.xxi
Esa perfusión del deseo del otro, proveniente de la inauguración pulsional que se administra lenta y constantemente en el cuerpo propio y que intoxica. El atolladero narcisista del que se busca salir “siendo uno mismo” pero que, al cabo de un tiempo corto, se cae en noticia de que no se sabe lo que eso significa porque solo se ha sido bajo la mirada de ese otro. La intoxicación de la libido que inunda el cuerpo y nos precipita al instante actual, que se acelera a pesar de nosotros mismos al desfiladero de lo uno, al abismo de lo mismo en el que toda alteridad es diseminada. Este es el lugar de extravío en el que el y la narcisista intentan, a costa de la carne y el sufrimiento, (des) encontrarse.
El simple hecho de lanzarse al vacío implica
que no se puede volver sobre el impulso.
La precipitación, suprimiendo toda regresión física posible,
suprime todo arrepentimiento interno (irrevocabilis praecipitatio abscidit poenitentiam).
Es por ello que no puede por más que llegar allá donde habría podido no ir
(non licet eo non pervenire quo non ire licuisset).xxii
P. Quignard
Imbuido por el fármacon deja de ser una criatura “Anterior”. Es él mismo la presencia de un tiempo no sucedido. Presencia de su negatividad. El supuesto del “habría sido” da fuerza y velocidad al tiempo de la precipitación, del lanzarse al vacío con la cabeza por delante. El tiempo presente es el de la convivencia del <puro ahora> y <si hubiera>. Este hubiera es negado en el acto toxicomaníaco. Lo que se busca restablecer en el sujeto bajo la operación del fármacon va en dos direcciones: temporal y narrativo. Un tiempo futuro anterior en el que “llegar a donde no habría podido no ir” se rasgue y de apertura a la posibilidad de una nueva narración que dé cuenta de su deseo.
En el Narcisismo se ama el yo ideal, esa imagen de la que hemos hablado, dibujada por el deseo de la madre y de la cual el narcisista se enamora también: su primer objeto libidinal de amor es ese yo-ideal tan bello. El paso siguiente al narcisismo es el de la resignación de objeto, la de cambiarle el signo, pues la pulsión no renunciaría a su objeto sin más, hablamos empero de un doble movimiento que tiene poderosas implicaciones. Desinvestir el objeto con el signo que hasta ahora tiene, implica experimentar la pérdida del objeto, un duelo propiamente dicho. No se trata de que muera el objeto sino de que el camino por el cual se llegaba a la obtención del objeto de amor pierda vigencia. Que el camino sea sepultado. El objeto puede aun existir, pero habrá que salir del duelo, es decir, identificarse con el objeto. Hacer de la pérdida de ese objeto un rasgo identificatorio, con la huella en la historia libidinal que esto implica. Para posteriormente volver a arrojarse, a precipitarse sobre ese objeto, pero ahora desde un lugar distinto. En todo este movimiento que Freud llamó “resignación de objeto” cae esa primera elección de objeto, se deja atrás el Narcisismo e inevitablemente se difumina la tensión existente entre la madre y el hijo, dando paso a una alteridad mucho más consistente, donde el otro ya no es uno mismo y se diversifican los medios y los objetos. Lo que queda es una huella de ese yo ideal que se convertirá en promesa al futuro y Freud llamó ideal del yo.
Sobre este ideal recae ahora el amor de sí mismo de que en la infancia gozó el yo real. El narcisismo aparece desplazado a este nuevo yo ideal que, como en el infantil, se encuentra en posesión de todas las perfecciones valiosas. […] lo que él proyecta frente a sí como su ideal es el sustituto del narcisismo perdido de su infancia, en la que él fue su propio ideal.xxiii
La apuesta en la clínica psicoanalítica tiene que ver con la posibilidad de convertir el peso de esa deuda que implica el yo ideal, en algo más ligero. A su vez la postergación es un enorme problema en las toxicomanías, precisamente lo que no se puede es postergar la dosis, esta se revela como la inminencia de un cuerpo anterior, al filo de la existencia. Sería un error impedir el acceso a la sustancia puesto que ya se ha vuelto un pilar en el que se sostiene el sujeto. Es algo así como sin futuro y también sin presente, no es casualidad que se aproveche esta situación endeble del sujeto para in-corporarle el dios cristiano que con mucha eficacia logra dar consistencia al cuerpo de los exadictos. Tampoco es una cuestión de falta de voluntad que solo provoca aumentar la culpa que ya es bastante en los adictos.
Cicerón escribió en Tusculanae disputationes IV 18: buscar un límite al vicio lleva a pensar que el que se ha tirado con la cabeza por delante del cabo Léucate puede dejar de caer cuando quiera […] en ningún caso puede porque la proclividad del impulso es el tiempo. Algo se acelera al final de la espera que es lo propio del tiempo mortal en la fascinación.xxiv
Efectivamente hay algo de fascinante en la caída, quizá sea la propia figuración de la posibilidad la que acelera el impulso “…la última y nos vamos”, el sujeto siempre tienta la última ocasión, se aproxima a la dosis como quien se acerca al borde de un edificio. Las sobredosis, hospitalizaciones y experiencias cercanas a la muerte, terminan por comprobar que el borde no era el borde ¿podrían ser la fascinación de las preguntas el borde y la radicalidad de su cuerpo tan afectado por la sustancia, lo que termina por precipitar al sujeto?
Solo un exilio podría significar el futuro anterior del cuerpo para que se decline por fin en un necesario malentendido: se trata de abrir la distancia gracias a la cual no podría unirse a sí mismo ni responder adecuadamente y este exilio pasa por una separación de las memorias, es decir, por la construcción de <teorías> y <novelas> donde lo sexual encuentre precisamente su lugar de elaboración mediante la invención fantasmática de <cuerpos extraños>, ahí donde se multiplican en la contradicción los tiempos y lugares del cuerpo, merced a una puesta en perspectiva del enigma.xxv
Se trata de pasar de historia como “verdad” a una de “ficción”, a la preparación de una salida puesta en el pasado que desahogaría al sujeto de esa hiper-presencia del primer objeto de amor. Una novela o teoría que desestime esa relevancia e intente resignificar su presencia, lo que representa también un cambio en la posición subjetiva propia, algo que en el campo psicoanalítico actual se tilda muchas veces de imposible dado que tiene que ver con la modificación de las vías de deriva pulsional más antiguas y recorridas en la historia libidinal del sujeto. Renunciar a la posibilidad de una técnica y un pensamiento psicoanalítico sobre las toxicomanías muchas veces lleva a psicologizar el psicoanálisis,xxvi o peor aún, a medicar el alma, como si esta fuera un órgano psíquico el cual se puede curar cuando se enferma, con dosis precisas de un fármaco. Es una decisión ética para el psicoanálisis que hasta ahora es algo marginal.
La <esencia> del fármacon es que, no teniendo esencia estable,
ni carácter <propio>, no es, en ningún sentido de esa palabra
(metafísico, físico, químico, alquímico) una sustancia. xxvii
J. Derrida
Una vía para aproximarse al problema de las toxicomanías es considerarla desde lo excesivo que hay de libidinal en el cuerpo. Esto nos da posibilidades de movimiento en la clínica y puede apuntar a una técnica por venir, que no es otra cosa que una ética construida a partir de cierto posicionamiento ante el saber y el sujeto que tenemos en frente. Llamarlas toxicomanías tiene un sentido que favorece la comprensión desde un punto de vista psicoanalítico mucho más extenso que el de considerar lo maníaco como algo patológico, o lo tóxico como una sustancia elaborada químicamente. Va más lejos que eso, aunque no lo agota.
Una contribución valiosa es el rescate que hizo Jacques Derrida de la noción de fármacon, que prescinde de una esencia propia. De esta manera escapa al encapsulamiento positivista y se instala más que como una sustancia, como una operación, una dinámica compuesta por algo y su negativo. Lo que llena y lo que vacía al mismo tiempo, por poner un ejemplo. La toxicomanía entendida en términos libidinales nos presenta al sujeto en un intento de devenir circular, de sustituir esa perfusión libidinal primera por una que sea extraña a ella.
En este atolladero narcisista se manifiesta la actualidad cruda de un cuerpo obsceno, no afectado por la prohibición, abierto a cualquier instrumentalización por la demanda de otro […] las toxicomanías constituyen una última tentativa de hacerse un cuerpo extraño gracias a una operación autoerótica que realiza una autocronía […] las toxicomanías intentan el autoengendramiento de un cuerpo que quisiera recomponer sus propios bordes y su propio tiempo. El carácter transgresor de las toxicomanías revela en particular cuánto necesitan estos sujetos afirmar un deseo propio bajo la forma de una aspiración a lo negativo, para resistir a someterse al <bien> materno.xxviii
En su momento se intentó pensar las adicciones considerando que cada sustancia daba como resultado un tipo de personalidad, los cocainómanos iguales entre sí, pero distintos de los mariguanos. Un catálogo no tan distante de los DSM, que buscaban explicar la dependencia a la sustancia por efecto de la sustancia misma. Como consecuencia se ha buscado configurar una ciencia (la farmacología) que permita tomar al órgano enfermo que se quiere curar y administrar el medicamento apropiado para ello, solo que en este caso el órgano enfermo sería la psique.xxix
En cambio, explorar la historia libidinal y la narrativa que se tiene de ella por el sujeto, permite vislumbrar posibilidades más complejas para explicar la dependencia, y para darle un tratamiento distinto. Trabajar con ellas desde una perspectiva en la que la sustancia no es solamente algo que intoxica, sino algo a lo que se acude para aliviar, un dolor, una pérdida, etcétera.
La operación del fármacon, más que la sustancia por la que se hace pasar, no es la droga en sí misma sino lo que echa a andar en cada sujeto. Considerar la perfusión como íntimamente ligada al tiempo para pensar no solo la configuración de las vías de descarga libidinal y sus objetos, sino la experiencia temporal de la dosis, de la abstinencia, de la vida misma.
En esta perfusión, el exceso pulsional no cesa de investir una figura del cuerpo cumpliendo en acto un devenir circular. Como si el ritmo de una puesta bajo perfusión hubiese sustituido a cualquier otra forma de tiempo, es cuestión aquí, cada día, de devenir lo que se incorpora a riesgo de desaparecer.xxx
Sustituir cualquier forma de tiempo por una sola, la del tiempo del fármacon, su búsqueda, su ausencia, la introducción en el cuerpo de la sustancia. Una operación que destituye todas las otras temporalidades para encumbrar una sola. ¿Cuáles son las consecuencias de no inscribirse en el tiempo cronológico y la dispersión de las memorias? Este ritmo toxicomaníaco, indispensable para el sujeto, es desconocido para nosotros y solo vemos pinceladas de él con el trabajo clínico. La operación del fármacon actúa en el cuerpo, pero también en el tiempo. ¿Cuáles son los alcances de ella y cómo contribuye al pensamiento de las subjetividades narcisistas?
Referencias
i Freud, Sigmund, El problema económico del masoquismo en Obras completas Tomo XIX, Amorrortu, Buenos Aires, 1924, Pp. 165.
ii Quignard, Pascal, Butes, Sexto piso, Ciudad de México, 2019, Pp. 35.
iii “Los procesos del sistema Icc son atemporales, es decir, no están ordenados con arreglo al tiempo, no se modifican por el transcurso de este ni, en general, tienen relación alguna con él. También la relación con el tiempo se sigue del trabajo del sistema Cc”. Freud, Sigmund. Lo inconsciente en Obras Completas Tomo XIV, Amorrortu, Buenos Aires, 1915, Pp. 184.
iv Op. Cit., Quignard, Pascal, Butes, Sexto piso, Ciudad de México, 2019, Pp 42.
v Freud, Sigmund, Proyecto de psicología para neurólogos, En Obras Completas Tomo I, Amorrortu, Buenos Aires, 1895, Pp. 362.
vi Freud, Sigmund, 24va Conferencia de introducción al psicoanálisis. El malestar neurótico común en Obras Completas Tomo XVI, Amorrortu, Buenos Aires, 1917, Pp. 354.
vii Op. Cit. Quignard, Pascal, Butes, Sexto piso, Ciudad de México, 2019, Pp. 39.
viii Le Poulichet, Sylvie, La obra del tiempo en psicoanálisis, Amorrortu, 1996, Pp. 139.
ix Op. Cit., Quignard, Pascal, Butes, Sexto piso, Ciudad de México, 2019, Pp. 15-16.
x Sigmund, Freud, Introducción del Narcisismo en Obras Completas Tomo XIV, Amorrortu, Buenos Aires, 1914, Pp. 74.
xi Addictus (participio pasado de addicere = asignado); (Esclavo por deudas) era el deudor insolvente quien era atribuido a su acreedor, mediante la asignación del juez, algo típico del derecho romano arcaico.1 El acreedor tiene derecho a mantener el deudor en las cadenas en su cárcel privada y después de sesenta días para que alguien pudiera solventar la deuda y su rescate; si no se le podía vender como esclavo trans Tiberim (más allá del Tíber, es decir, fuera de la ciudad), o incluso matarlo. https://es.wikipedia.org/wiki/Addictus.
xii https://es.wikipedia.org/wiki/Adicci%C3%B3n.
xiii Op. Cit., Le Poulichet, Sylvie, La obra del tiempo en psicoanálisis, Amorrortu, Buenos Aires, 1996, Pp. 137.
xiv https://es.wikipedia.org/wiki/Perfusi%C3%B3n.
xv Op. Cit., Quignard, Pascal, Butes, Sexto piso, Ciudad de México, 2019, Pp. 47.
xvi Op. Cit., Le Poulichet, Sylvie, La obra del tiempo en psicoanálisis, Amorrortu, Buenos Aires, 1996, Pp. 137.
xvii Sigmund, Freud. Contribuciones para un debate sobre el onanismo. En Obras Completas Tomo XII, Amorrortu, Buenos Aires, 1912, Pp. 258.
xviii Op. Cit. Sigmund, Freud. 24va Conferencia de introducción al Psicoanálisis. El estado neurótico común. En Obras Completas Tomo XVI, Amorrortu, Buenos Aires, 1917, Pp. 352.
xix “La pulsión nos aparece como un concepto fronterizo entre lo anímico y lo somático, como un representante {Repräsentant} psíquico de los estímulos que provienen del interior del cuerpo y alcanzan el alma como una medida de la exigencia de trabajo que es impuesta a lo anímico a consecuencia de su trabazón corporal.” Sigmund, Freud. Pulsión y destinos de pulsión en Obras completas Tomo XIV, Amorrortu, Buenos Aires, Pp. 117.
xx Op. Cit., Le Poulichet, Sylvie, La obra del tiempo en psicoanálisis, Amorrortu, Buenos Aires, 1996. Pp. 157.
xxi Ibid, 144.
xxii Op. Cit., Quignard, Pascal, Butes, Sexto piso, Ciudad de México, 2019, Pp. 39.
xxiii Op. Cit. Sigmund, Freud, Introducción del Narcisismo en Obras Completas Tomo XIV, Amorrortu, Buenos Aires, 1914, Pp. 91.
xxiv Op. Cit., Quignard, Pascal, Butes, Sexto piso, Ciudad de México, 2019, Pp. 40. La cita original de Cicerón es “Quien, por consiguiente, busca un límite para el vicio se está comportando del mismo modo que si pensara que quien se se precipita desde la roca Léucade puede detener su caída cuando quiera. Ello no es posible, como tampoco lo es que un alma perturbada y excitada pueda contenerse y detenerse donde quiere […] quien de hecho pone un límite a los vicios asume una parte de ellos, lo cual, además de ser de por sí odioso, es tanto más enojoso por el hecho de que los vicios se mueven en un terreno resbaladizo y, una vez excitados, resbalan hacia abajo y no hay manera de contenerlos.” Cicerón Meditaciones Tusculanas Libro IV, 18, 41-42, Gredos, Madrid, 44 a. C. Pp. 375.
xxv Op. Cit., Le Poulichet, Sylvie, La obra del tiempo en psicoanálisis, Amorrortu, Buenos Aires, 1996, Pp. 157.
xxvi Esta idea es retomada del libro Toxicomanías y psicoanálisis. La narcosis del deseo, De Sylvie Le Poulichet.
xxvii Derrida, Jaques, La farmacia de platón, en La diseminación, Fundamentos, Madrid 1997 Pp. 189.
xxviii Op. Cit., Le Poulichet, Sylvie, La obra del tiempo en psicoanálisis, Amorrortu, Buenos Aires, 1996. Pp. 148.
xxix Esto es tomado del libro “Toxicomanías y psicoanálisis”, en el que Sylvie Le Poulichet hace una exhaustiva revisión del tema.
xxx Op. Cit., Le Poulichet, Sylvie, La obra del tiempo en psicoanálisis, Amorrortu, Buenos Aires. 1996. Pp. 137.
Bibliografía
Chamizo, Octavio, Las sombras de Narciso, 2019.
Cicerón, Meditaciones Tusculanas Libro IV, 18, 41-42, Gredos.
Derrida, Jacques, La farmacia de Platón en La diseminación, 1997.
Freud, Sigmund, Proyecto de psicología para neurólogos, 1895.
Freud, Sigmund, Contribuciones para un debate sobre el onanismo, 1912.
Freud, Sigmund, Introducción en el narcisismo, 1914.
Freud, Sigmund, 24ª Conferencia. El estado neurótico común, 1917.
Freud, Sigmund, El problema económico del masoquismo, 1924.
Le Poulichet, Sylvie, La obra del tiempo en psicoanálisis, 1996.
Le Poulichet, Sylvie, Toxicomanías y psicoanálisis: la narcosis del deseo, 2019.
Quignard, Pascal, Butes, Sexto piso, 2019.
Séneca, Sobre la ira, Libro I, 7, 4, Gredos.
Es licenciado en psicología por la UAM-X y cuenta con un certificado en Teoría Crítica por Instituto 17 de Estudios Críticos. Es maestro y doctorante en saberes sobre subjetividad y violencia por el Colegio de Saberes. Realizó una especialidad en práctica psicoanalítica y actualmente se dedica a la consulta privada. Sus temas de interés son psicoanálisis, narcisismo y violencia.