Si es esencial a las obras el ser cosas, no le es
menos esencial el negar su propia cosidad.
MARTÍN HEIDEGGER
Hemos sido engañados desde hace siglos. Cuando por la necedad de conocer la historia de las cosas nos metemos en las enciclopedias, los museos o en las redes, no encontramos por ninguna parte lo que yo llamaría “La verdadera historia de los objetos”. Seguramente hay un par o tres de ejemplares escritos clandestinamente, y estoy seguro que Ernesto Marenco o tiene uno, o es coautor en esas páginas.
Desde que conocí las primeras piezas de su autoría comprendí que su trabajo iba mucho más allá de la simple manipulación de los objetos y, por supuesto, de su cándida y aparente perversión. Si en una primera mirada hacían una especie de homenaje al absurdo, era porque esas cosas creadas por él habían entablado con Marenco una conversación secreta y le habían revelado con detalle su intimidad.
Aunque muchas culturas han bordado en las entrañas de sus historias y abundado sobre el animismo y de cómo los objetos pueden cargar determinados simbolismos o significaciones, se han quedado cortas cuando sólo revisten a los objetos de veneración con una carga determinada y circunscrita a denotar la singularidad de un solo pensamiento. La polivalencia aquí queda fuera de la jugada dejando a aquellas cosas significantes expresando sólo ideas indivisas.
Sin estar exentos de un carácter lúdico y juguetón, los trabajos de Marenco sí ponen con inteligencia el acento en las entrañas de los objetos que cotidianamente manipulamos. Su existencia nos deja en jaque reacomodando las cómodas referencias ya probadas. Alteran incluso hasta las leyes de la física más elemental. Lo contradictorio es ahora lo lógico. La vocación de las cosas sigue presente; un cepillo sigue siéndolo, un martillo también y hasta una cuerda para saltar conserva su razón de ser y su utilidad. Las pequeñas alteraciones y sustituciones que han sufrido están, sin embargo, en total consonancia con algunas de las semillas que en su momento fueron las simientes del surrealismo.
Y no bastaba con seleccionar “cosas”, y llevar a cabo modificaciones sobre ellas; había que hacerlo estéticamente. Marenco ha sabido seleccionar cada uno de los objetos con los que ha trabajado. Se trata de piezas sin tiempo, con vigencia total y atadas a su origen primigenio. De ahí que nuestra relación con ellas sea inmediato, aunque nuestra permanencia en cambio, resulte en una batalla por contrastar las funciones originales del objeto contra las nuevas atribuciones que se le han otorgado.
Si las piezas de Ernesto Marenco fueran literatura, seguramente serían Aforismos sucintos e inteligentes despojados, como debe ser, de grandilocuencia fanfarrona. O quizá también una Greguería, donde los juegos de palabras y la astucia conforman, casi siempre con humor, un nuevo corpus de conocimiento y una relectura innovadora.
¿Qué sería de nosotros si no supiéramos que una taza puede tener el asa en su interior, o que un martillo en una acción imposible se ha clavado los clavos a sí mismo? Aquí está abierta la propuesta de lo que podría ser la diversidad de género de los objetos; si ellos lo tuvieran y estuviese en su mandato defenderlo, votaríamos quizá por la nueva diversidad, enriquecida, aumentada. No es escultura, pero sí lo es. No es arte-objeto, pero también lo es. Son Ready Made pero tampoco lo son.
Hablemos más bien de un trabajo cargado de referencias en ocasiones directas, en otras transversales que terminan por formar un cuerpo de obra a la vez que referencial, escapando de los espacios expositivos preeminentes y manteniéndose en una periferia que con su existencia marca el centro, pero en el cual no está. Ahí, en ese centro que no vemos, coexisten con desasosiego las obras que ahora vemos, como si fuese la extraña arqueología de un mundo paralelo.
Curador independiente