Episteme y descentramiento del sujeto. Una arqueología posible de la noción de episteme en Michel Foucault

Octavio Patiño García

Con Las Palabras y las Cosas que apareció en el año 1966, Michel Foucault publicaba su tercer libro. En ese entonces contaba con 40 años, tenía algunos seguidores de su obra y no pocos detractores. Jean Paul-Sartre se encontraba entre estos últimos y no sólo no aceptaba sus planteamientos, sino que le realizaba críticas y acusaciones, algunas bastante fuertes, llegando al exceso de tildarlo de fascista. La virulencia desatada por Las palabras y las cosas, entrañaba una noticia escandalosa para el humanismo francés de aquella época, humanismo dominado por un pensamiento marxista-existencialista que ponía como centro de la cultura al “Hombre”, y de quien, en ese momento, Jean Paul-Sartre, era el máximo exponente. La noticia que trajo Foucault al ánimo humanista y revolucionario de su tiempo fue la “desaparición del Hombre.” Un descentramiento del Hombre como protagonista histórico, Hombre que derivaba en un sujeto consecuencia de un juego de relaciones discursivas, un sujeto resultado de discursos, de épocas: el sujeto producto de una episteme.

A partir de lo anterior, en este trabajo intentaré rastrear el desarrollo que Michel Foucault realizó en parte de su obra sobre la noción de episteme. Con ello trataré, además, de exponer la relevancia de tal noción en el descentramiento del sujeto como protagonista de la historia. Le denomino “noción de episteme” porque a lo largo de las definiciones realizadas por Foucault, no alcanza a ubicarla como concepto, o no hay una constante que determine tal atribución. Se verá que Foucault parte de una idea de episteme que podríamos decir unitaria, sistemática, pasando por una relacional, para llegar a la idea de “dispositivo”. Lo que sí se podrá advertir es una insistencia en Foucault, en sus primeros desarrollos, de referir la idea de episteme a lo discursivo. Bien sabemos que Foucault tenía una cierta fascinación por el estudio del lenguaje[1],  esta referencia al lenguaje y más precisamente al régimen de discurso, la podemos ya ubicar en su primer libro La historia de la locura en la época clásica del año 1961. Ahí Foucault nos mostró el modo de operar del discurso sobre la enfermedad mental, una investigación que podemos referir como la elaboración de una historia de la diferencia, de la otredad, opuesta a la dimensión de lo Mismo.  Foucault dirá que: “en una historia de la locura se preguntaba de qué manera podía una cultura plantear en forma maciza y general la diferencia que la limita”[2]. Podemos  sugerir, sin entrar a profundidad al texto, que en esta imponente obra ya se asomaba el interés de Foucault por los discursos. Ello no implica que, posteriormente, se haya desentendido de lo no discursivo, sin embargo, parece que su acento se ubicaba en entender las maneras en cómo la cultura se interrogaba, resolvía, ordenaba la diferencia representada por la figura del “loco”, del “enfermo”, discursos que sostenían una ascesis, un internamiento, un encierro, una “cura”, una administración de la “exterioridad” encarnada por el loco, un juego de fuerzas entre la Razón y la Sin-Razón.

Más adelante en El nacimiento de la clínica, libro de 1963, podemos leer una indagación sobre el surgimiento del discurso médico. Dirá Foucault que su libro “trata del espacio, del lenguaje y de la muerte; trata de la mirada”.[3] Del discurso médico, de la medicalización de la cultura[4], si se quiere, de las prácticas para la cura, pero me resulta muy sugerente que Michel Foucault al término del prefacio nos exponga que: “Lo que cuenta en los pensamientos de los hombres no es tanto lo que han pensado, sino lo no-pensado, que desde el comienzo del juego los sistematiza, haciéndolos para el resto del tiempo indefinidamente accesibles al lenguaje y abiertos a la tarea de pensarlos de nuevo”.[5]

Nuevamente la remisión al lenguaje, pero sobre todo a algo que sistematiza el pensamiento de los hombres, lo no-pensado. Una cierta sistematicidad antecesora del pensar, una especie de a priori al pensamiento de los hombres. Ya desde aquí esto convoca a pensar el descentramiento. ¿Quién piensa? ¿El sujeto es consecuencia de lo no-pensado? ¿Esta figuración de lo no-pensado, es un germen de la noción de episteme?

Si la clínica deja venir silenciosamente las cosas bajo su mirada, es porque para Foucault, no sólo se ha reorganizado un discurso médico, sino que ha sobrevenido un lenguaje sobre la enfermedad. Un discurso que es un espacio de reserva desde donde la clínica puede hablar. Una estructura común que “corta y articula lo que ve y lo que dice.” [6]

Hasta aquí Foucault no había usado la palabra episteme, no obstante, me parece que algo de su atmósfera se deja sentir, un cierto aroma nos seduce a pensar que se cocinaba ya en los hornos de su taller de pensador, en su telar de tejedor de rastros lo que plantearía de manera más clara en Las palabras y las cosas.

1

Michel Foucault nos contagia la risa, el asombro y la inquietud. Inquietud siempre exquisita de leer a Borges, pero también nos asoma a aquello que Freud nombró como lo ominoso, eso que por ser tan extraño resulta muy familiar. De la referencia a una enciclopedia china que a su vez es citada por Borges, se desprenden una serie de enumeraciones, clasificaciones, ordenamientos que por su descabellada, ridícula categorización y rara cualidad terminan por hacernos pensar lo imposible. Pensar en una experiencia del orden que, en Borges, raya en lo absurdo. Se pregunta Foucault sobre lo heteróclito, las heterotopías, la monstruosidad que Borges arroja en su clasificación; la imposibilidad de pensar esto o aquello y se cuestiona sobre lo “que permite llevar a cabo un ordenamiento de los seres, una repartición en clases, un agrupamiento nominal por el cual se designan sus semejanzas y sus diferencias –allí donde, desde el fondo de los tiempos, el lenguaje se entrecruza con el espacio.”[7]

Pregunta fundamental, la que concierne a la posibilidad del orden, ¿cómo es posible el orden? ¿A partir de qué condiciones se puede realizar un ordenamiento? Borges llega a Foucault para, con él, hacer cimbrar los modos en cómo se conciben los sistemas de pensamiento en relación al orden. ¿Pero qué elementos existen en el sistema que hace posible un ordenamiento? Dirá Foucault: “Un ‘sistema de los elementos’ – una definición de los segmentos sobre los cuales podrán aparecer las semejanzas y las diferencias, los tipos de variación que podrán afectar tales fragmentos, en fin, el umbral por encima del cual habrá diferencia y por debajo del cual habrá similitud- es indispensable para el establecimiento del orden más sencillo.[8]

Cuatro similitudes: Semejanza, Aemulatio, Analogía, Simpatía, que Foucault examinará a lo largo del libro, que responden a los planteamientos primeros cuya intención es indagar, analizar en qué marco de saber se producen las irrupciones del orden, los discursos sobre este orden.

“Los códigos fundamentales de una cultura —los que rigen su lenguaje, sus esquemas perceptivos, sus cambios, sus técnicas, sus valores, la jerarquía de sus prácticas— fijan de antemano para cada hombre los órdenes empíricos con los cuales tendrá algo que ver y dentro de los que se reconocerá. (…) En el otro extremo del pensamiento, las teorías científicas o las interpretaciones de los filósofos explican por qué existe un orden en general, a qué ley general obedece, qué principio puede dar cuenta de él, por qué razón se establece este orden y no aquel otro.”[9]

Siguiendo la ruta que se trazaba en la pregunta por lo no-pensado por la posibilidad del discurso, Michel Foucault nos expone una anterioridad, un a priori empírico que fijará el orden, las prácticas, los códigos culturales, las técnicas, los valores. Un espacio dotado de un saber anterior al hombre, dotado de cierta lógica. Pero no sólo en el ámbito del pensamiento cotidiano de una cultura, sino en los sistemas filosóficos, en las teorías científicas. Entre estas dos dimensiones, dirá Foucault hay un espacio difícil de analizar, que es oscuro, confuso, pero determinante, condicionante de posibilidades, de ordenamientos.

El orden bajo el cual se direccionan y se sistematizan las cosas, responde a otro orden, una anterioridad que sólo se puede captar retroactivamente, caminando hacia atrás, un orden que hace ordenables las cosas, que es mudo, no-pensado.

“En nombre de este orden se critican y se invalidan parcialmente los códigos del lenguaje, de la percepción, de la práctica. En el fondo de este orden, considerado como suelo positivo, lucharán las teorías generales del ordenamiento de las cosas y las interpretaciones que sugiere.”[10]

Margen de posibilidad de los discursos, que asigna valor, que establece los criterios de validez de una teoría, los ordenamientos que debe seguir una argumentación filosófica, el carácter que confiere fuerza de verdad a una interpretación. Es una región fundamental, la “más fundamental” que determina los modos de ser de un orden. Es anterior a toda palabra, a las cosas y a los gestos, “más sólida, más arcaica, menos dudosa, siempre más “verdadera” que las teorías que intentan darle una forma explícita, una aplicación exhaustiva o un fundamento filosófico.”[11] Es un fondo de encauzamiento, experiencia primigenia, desnuda, sin modos de ser, en cuya entraña fecunda los códigos sobre los cuales se habrá que proceder.

Michel Foucault analiza los modos en cómo se efectúa este fondo marginal, este marco de posibilidad, este cuadro ortopédico, al adentrarse en la época clásica, rastreando su despliegue en la gramática y en la filología, en la historia natural y en la biología, en el estudio de las riquezas y en la economía política.

Define por primera vez esta experiencia, este fondo de posibilidad de producción de saberes como “episteme, en la que los conocimientos, considerados fuera de cualquier criterio que se refiera a su valor racional o a sus formas objetivas, hunden su positividad y manifiestan así una historia que no es la de su perfección creciente, sino la de sus condiciones de posibilidad.[12] Una historia de las condiciones de posibilidad de los conocimientos, de su positividad, pero más que una historia, dirá Foucault, se tratará de una arqueología.

No es mi intención adentrarme en lo que Foucault analiza en Las palabras y las cosas como consecuencia de la puesta en marcha de una arqueología, del análisis de una historia de la semejanza que es como define la empresa de su investigación. Mi interés radica en las definiciones que da a la episteme. Sólo a grandes rasgos podemos decir que se ocupa en mostrar los cambios, las discontinuidades ocurridas en el paso de la episteme clásica a la episteme de la modernidad. En ello advertirá “dos grandes discontinuidades en la episteme de la cultura occidental: aquella con la que se inaugura la época clásica (hacia mediados del siglo XVII) y aquella que, a principios del XIX, señala el umbral de nuestra modernidad.”[13]

Podemos decir que hasta ahora las referencias de Foucault a la espíteme son de alguna manera, nociones que sugieren cierta unidad. Esto es, sugieren una aproximación a la idea de sistema. “En todo caso, es posible definir la episteme clásica, en su disposición más general, por el sistema articulado de una mathesis, de una taxinomia y de un análisis genético.”[14]

La episteme se asoma aquí como sistema articulado, compuesto por una, mathesis cuyo método es el álgebra, y una taxinomia donde se requiere instaurar un sistema de signos, además de un análisis genético; estas son las configuraciones que han dado lugar a formas del conocimiento empírico en la época clásica. Esta episteme como sistema, muestra el vacío que se abre en la razón protagónica del Hombre, donde no es él, ya más, el ilusionado creador de epistemes, sino su resultado en una época dada. La ilusión de la época clásica se sostenía en la creencia de la existencia soberana y discreta del lenguaje. “Representar es oír en el sentido estricto: el lenguaje representa el pensamiento, como éste se representa a sí mismo.”[15]

A grandes rasgos, en los dos polos de la episteme clásica se encuentran por un lado la mathesis como ciencia calculable del orden, y una génesis donde se revisan las marcas depositadas paulatinamente por la semejanza. Entre ambas, se ubica el tejido de signos que determinan la posibilidad de referencias.

Podemos quizá ya, aproximarnos a una cierta definición de la episteme y entenderla como ese fondo marginal que hace posible el saber en una época determinada, un sistema articulado que opera en el ámbito de lo no-pesado, anterioridad, a priori empírico que determina las posibilidades del conocimiento. Habrá que insistir que la idea deja una impresión de cierta unidad. “En una cultura y en un momento dados, sólo hay siempre una episteme, que define las condiciones de posibilidad de todo saber, sea que se manifieste en una teoría o que quede silenciosamente investida en una práctica.”[16]

Una sola episteme, un cuadro, que llegará a sufrir un agotamiento, una superación o un abandono, producido por sus propios elementos, que sin embargo no son discernibles sino retroactivamente. Por ello, Foucault ve el fin de la episteme clásica en la desaparición del Discurso, donde su reinado monótono, su pérdida de signo absoluto de la representación da paso a una reaparición múltiple de lenguajes, siendo esta última, característica de la episteme de la modernidad. La episteme moderna ubica al hombre en las aberturas, en las grietas de un lenguaje trizado, fragmentado. Y ahí donde el Hombre comenzaría a reconocerse como objeto-sujeto de las ciencias humanas, al momento que se trata de restituir en la palabra el sujeto desaparece. La duda atraviesa el maridaje del sentido con la verdad. En la episteme moderna la representación efectúa su retirada, dejando a lenguaje vivo, multiplicado en relatos. Un nuevo sistema articulado, un nuevo fondo de configuraciones hacen posible otro saber, en la fragmentación del lenguaje se advierte otro campo de acción de la arqueología.

2

En la atmósfera de aparición de Las palabras y las cosas Madeline Chapsal realiza una entrevista a Michel Foucault.[17] Llama la atención la manera en que Madeline aborda la cuestión de la episteme, preguntando a Foucault lo que éste entiende por sistema anónimo sin sujeto. Foucault responde:

“En todas las épocas el modo de reflexionar de la gente, el modo de escribir, de juzgar, de hablar (incluso en las conversaciones de la calle y en los escritos más cotidianos) y hasta la forma en que las personas experimentan las cosas, las reacciones de su sensibilidad, toda su conducta, está regida por una estructura teórica, un sistema que cambia con los tiempos y en las sociedades pero que está presente en todos los tiempos y en todas las sociedades.”[18]

Nuevamente Foucault acude a la idea de sistema, de un sistema referido a lo discursivo.  Reflexión, escritura, juicio, habla, todas estas dimensiones encuadradas en un marco anterior, una estructura teórica, pero además, añade las dimensiones de la sensibilidad, el modo de experimentar las cosas, la conducta, todo ello determinado, condicionado, vehiculizado por un sistema que existe en todas las épocas y que es cambiante. Si Madeline Chapsal le pregunta sobre ese sistema anónimo sin sujeto, es quizá porque así se hacía presente la idea de episteme en las discusiones de la intelectualidad francesa, con su consecuente urticaria para los defensores del Hombre como actor revolucionario, como núcleo del humanismo.    Continúa Michel Foucault“Se piensa en el interior de un pensamiento anónimo y constrictor que es el de una época y el de un lenguaje.[19] Y vuelve a la definición de sistema. He intentado develarlo en Las palabras y las cosas… para pensar el sistema estaba ya mediatizado por un sistema que está tras el sistema, el cual desconozco y que retrocederá a medida que yo lo descubra y se descubra.”[20]

Sistema que está detrás del sistema, algo del orden de lo no-pensado. Otra vez en razón de un a priori como fondo marginal, como estructura que produce un lenguaje. Quien piensa sobre ese sistema, lo piensa atrapado en otro sistema, cuestión que se antoja para pensarse como la noción lacaniana de Otro, una matriz lenguajera, el tesoro de los significantes.

Puede verse que Foucault define su idea con mayor fuerza en esta intervención. El concepto de episteme, ya podemos decirlo, está referido al de sistema. Y es en su característica discursiva donde se implementa el análisis de sus posibilidades.

3

Un poco más adelante en el contexto de las convulsiones del mayo francés, 1968[21],  Foucault vuelve a la idea de episteme y la delimita diciendo que “la episteme de una época no es la suma de sus conocimientos, o el estilo general de sus investigaciones, sino la desviación, las distancias, las oposiciones, las diferencias, las relaciones de sus múltiples discursos científicos: la episteme no es una especie de gran teoría subyacente, es un espacio de dispersión, un campo abierto y sin duda indefinidamente descriptible de las relaciones.”[22]

Nos encontramos ahora con una definición más amplia que sugiere, sobre todo, menos una homogeneidad, menos una totalidad que un juego de relaciones, de contrarios; un entramado de imbricaciones dispares, desniveles, distancias, multiplicidad. Episteme ya no definida como sistema, sino como espacio de dispersión, de apertura. No es ya sumatoria, estratificación de saberes, estilos de investigación, formulación de teorías, de hecho, no es una Gran Teoría como anteriormente se sugirió, sino una urdimbre dispar, dispersa, de discursos científicos. Y he aquí un giro o cambio en su argumentación, la episteme no es una rama de la historia común a todas las ciencias, es un “juego simultáneo de permanencias específicas… no es un estadio general de la razón, es una relación compleja de desniveles sucesivos.”[23]

Insistimos ya en que hay un giro en la definición. La noción de episteme de Las palabras y las cosas se va desdibujando para dar paso a esta nueva descripción. El sistema se torna en juego simultáneo de permanencias. Movilidad, complejidad, sucesión de desniveles. No como una rama de la historia ni como estadio general de la razón. Tampoco se observa aquí la referencia a las discursividades. La episteme se prefigura, así, como un espacio relacional de configuraciones, donde el Hombre, otra vez, tampoco aparece como fundamental.

4

En ¿Qué es un autor? conferencia dictada en el año de 1969, ante la crítica que aún proliferaba hacia sus planteamientos, Michel Foucault, intenta defender su trabajo y veladamente introduce lo que será su próximo libro La Arqueología del Saber. En su desarrollo argumentativo indica los propósitos que guiaron su investigación arqueológica de Las palabras y las cosas donde intentóanalizar masas verbales, especies de capas discursivas, que no estaban escandidas por las acostumbradas unidades del libro, de la obra y del autor.”[24]

Reconoce que en ese momento se enfocó en el análisis de estratos discursivos, masas verbales; quizá por ello nos queda la sensación de totalidad y homogeneidad de la episteme entendida como sistema. “…simplemente buscaba encontrar las reglas según las cuales se habían formado algunos conceptos o conjuntos teóricos que se encuentran en sus textos…simplemente busqué -—lo cual era mucho más modesto— las condiciones de funcionamiento de prácticas discursivas específicas.”[25]

Nuevamente encontramos su referencia a las prácticas discursivas las cuales estarían condicionadas en su funcionamiento por la episteme. Esta episteme sugería reglas de formación, de operación, que reducen al autor a una función. Michel Foucault va tomado distancia de sus primeras definiciones. De esta definición de episteme a la ya abordada párrafos arriba, como juego simultaneo de permanencias, hay una diferencia. Y es una mezcla entre las dos la que se desarrollará aún más en su siguiente libro.

5

Es el año de 1969, La Arqueología del Saber ya circula. Ahí Michel Foucault nos invita a pensar la episteme como formaciones discursivas, positividades y  saberes en relación a las configuraciones epistemológicas y científicas.  “Por episteme se entiende, de hecho, el conjunto de las relaciones que pueden unir, en una época determinada, las prácticas discursivas que dan lugar a unas figuras epistemológicas, a unas ciencias, eventualmente a unos sistemas formalizados; el modo según el cual en cada una de esas formaciones discursivas se sitúan y se operan los pasos a la epistemologización, a la cientificidad, a la formalización.”[26]

Episteme como conjunto de relaciones, ya no se orienta a la definición de sistema, en todo caso ubica los sistemas eventualmente como su consecuencia. Su interés está más circunscrito a la formación de saberes formales, científicos. Es decir, la episteme configura las rutas a seguir en sus interrelaciones, por las que se forjará el saber de una época. Aquí no se remite solo a la unidad y la equivalencia, sino a la disparidad, las relaciones laterales, desfases que propician subordinaciones. Esta episteme se ubica como “conjunto de relaciones entre unas ciencias, unas figuras epistemológicas, unas positividades y unas prácticas discursivas, que permite aprehender el juego de las compulsiones y de las limitaciones que, en un momento dado, se imponen al discurso.” [27]

Se dirá también que no es inmóvil, que tiende a la desaparición, que en ella existen quiebres, desfases, cortes, coincidencias que se forman y desintegran. La episteme es lo que hace posible la aparición de las epistemologías, de las ciencias, de las prácticas discursivas, de las sensibilidades. No es sólo lo que es posible saber en una época, sino lo que hace posible cualquier tipo de saber. Sobre todo implica el dominio del saber, por ello la arqueología adquiere un papel distinto a la historia, es una interrogación en el campo de la episteme. “Lo que la arqueología trata de describir, no es la ciencia en su estructura específica, sino el dominio, muy diferente, del saber.[28]

En estos últimos acercamientos Michel Foucault introduce el asunto del dominio, término que nos sugiere la idea del ejercicio de un poder, de un mecanismo de control que opera desde el saber, desde la epistemología. Se traslada de la intención de sólo analizar los modos en que la epistemología puede darse a partir de un fondo de configuraciones, a la función del saber cómo dominio.

6

Tres años después aparece Los problemas de la cultura un debate entre Michel Foucault y G. Preti. Causa curiosidad como seis años después de Las palabras y las cosas y ya habiendo pasado tres de La Arqueología del Saber” Preti define la episteme como una categoría Kantiana. A lo que Foucault responde “Es allí el problema. Lo que yo, en Las Palabras y las Cosas definí como episteme no tiene que ver nada con las categorías históricas; quiero decir, en suma, con estas categorías que han sido creadas en el cierto momento histórico.[29] Insiste Foucault que lo que le importaba eran los fenómenos de relación entre saberes, entre discursos en los distintos campos de la ciencia, esto es, la episteme de una época. “Es un problema de información y comunicación entre las diferentes ciencias. Eso es lo que he llamado episteme.”[30]

Información y comunicación entre las ciencias, cruces entre los discursos, fenómenos de relación. Ya no sistema, ya no homogeneización aparente, ya no totalidad, sino, insistimos, juegos de relaciones, disparidades, fenómenos que entrañan una configuración de posibilidades para la aparición de discursos científicos.

7

Año 1977. En una entrevista con los miembros de la revista Ornicar?,[31] a los cuestionamientos de si el uso del término dispositivo es ahora una sustitución de la episteme, Foucault reconoce el impase en que quedó atrapado al tratar de historizar la episteme,… “lo que querría hacer es tratar de mostrar que lo que llamo dispositivo es un caso mucho más general de la episteme. O mejor que, la episteme es un dispositivo específicamente discursivo, en lo que se diferencia del dispositivo, que puede ser discursivo o no discursivo, al ser sus elementos mucho más heterogéneos.” [32]

Diferencia de grado mayor, la episteme se reduce a lo discursivo y se subsume en algo más heterogéneo y abarcativo, a saber, un dispositivo. Mejor aún, la episteme es un dispositivo de carácter discursivo. Definición clara, que a los años de distancia de Las palabras y las cosas a pesar de que le sigue causando complicaciones es ubicable ya, como una definición consistente.

Jacques-Alain Miller le sugiere que el término dispositivo es más heterogéneo de lo que llamaba episteme, a lo que Foucault responde: “Absolutamente”. Luego continúa Miller: “Mezclabas u ordenabas en tus epistemes enunciados de tipo muy diferente, enunciados de filósofos, de científicos, enunciados de autores oscuros y de prácticos que teorizaban, de ahí el efecto de sorpresa que obtuviste, pero a fin de cuentas, se trataba siempre de enunciados.”[33] Foucault responde: Ciertamente y se posiciona diciendo:

“Si tú quieres, definiría la episteme, dando un rodeo, como el dispositivo estratégico que permite escoger entre todos los enunciados posibles, los que van a ser aceptables en el interior, no digo de una teoría científica, sino de un campo de cientificidad, y de los que se podrá decir: éste es verdadero o falso. El dispositivo permite separar, no lo verdadero de lo falso, sino lo incalificable científicamente de lo calificable.”[34]

Esta es la definición quizá última que Foucault realiza sobre la idea de episteme. De ser pensada en un comienzo como sistema, totalidad, juego de relaciones, pasa a considerarse en este momento de su producción teórica como dispositivo de carácter discursivo, que permite la selección estratégica de los enunciados que son científicamente calificables.  El dispositivo, más general, implica además las producciones no discursivas, en cambio la episteme es ubicable como campo de trabajo de la arqueología en relación a la producción discursiva.

No nos sorprendamos que nuevamente el asunto del Hombre como protagonista, se haya dejado de lado, si ya con la idea de episteme como sistema Foucault nos mostraba que el sujeto desconocía su propia producción como sujeto y su carácter de dependencia, aún más con la idea de dispositivo no sólo se enfatiza la dependencia, sino el control, el sometimiento del Hombre, y más aún, el descentramiento del sujeto.

Para concluir: si ya el sujeto se encontraba bajo el dominio de un saber configurado en sus propios circuitos, el sujeto descentrado al pretender ver concluido su dibujo realizado con la hebra del lenguaje, observa cómo del otro extremo la hebra es jalada haciendo desaparecer los contornos que fungían de margen para la aparición de su rostro. El dispositivo discursivo llamado episteme, entraña ahora también un dominio, un control, una máquina productora de sujetos. El sujeto no puede ser ya el Hombre de las ciencias humanas, la episteme se agrieta en la fabulación de la lengua. El dispositivo produce sus efectos. El sujeto se desvanece, se borra “como en los límites del mar un rostro de arena.”[35]


Bibliografía y referencias

Foucault M. (1996) De lenguaje y literatura, Paidós Ibérica, Barcelona.

Foucault, M. (1979) Las palabras y las cosas, Siglo XXI Editores, México.

Foucault, M. (2001) El nacimiento de la Clínica. Una arqueología de la mirada médica. Siglo XXI Editores, México.

Foucault, M. (1991) Saber y Verdad. Ediciones la Piqueta, Madrid.

Foucault, M. (1969) ¿Qué es un autor? En Obras esenciales, (2013). Paidós Ibérica, Madrid.

Foucault, M. (1979) La Arqueología del Saber.  Siglo XXI Editores, México.

Foucault, M. “Les problèmes de la culture. Un débat Foucault-Preti”  II Bimestre, nos 22-23, septembre-décembre 1972, pp. 1-4. En Dits et Ecrits: tome II, Texte n° 109. Versión electrónica.

[1]Véase los trabajos maravillosamente escritos, con un lenguaje que raya en lo poético,  que se agrupan en De lenguaje y literatura, Paidós Ibérica, Barcelona, 1996.

[2] Foucault, M. (1979) Las palabras y las cosas, Siglo XXI Editores,México, p. 9.

[3] Foucault, M. (2001) El nacimiento de la Clínica. Una arqueología de la mirada médica. Siglo XXI Editores,México, P. 1.

[4] Hago un comentario de conjunto, asumiendo parecer reduccionista sobre la complejidad y riqueza de este libro.

[5]Ídem, p. 15.

[6]Ibídem p. 15.

[7] Foucault M. (1979) P. 3.

[8] Ídem p. 5.

[9] Ibídem p. 6.

[10] Ibídem p. 6.

[11] Ibídem p. 6.

[12] Ibídem p. 7.

[13] Ibídem p. 7.

[14] Íbidem p. 80.

[15] Íbidem p. 83.

[16] Ibídem p. 166.

[17]Foucault M. 1966 “A propósito de Las palabras y las cosas”.En Saber y Verdad.(1991) Ediciones la Piqueta, Madrid.

[18] Ídem p. 33.

[19] Ibídem p. 33.

[20] Ibídem p. 34.

[21]Foucault, M. 1968. La función política del intelectual. En Saber y Verdad. Op. Cit.

[22] Ídem p. 50.

[23] Ibídem p. 51.

[24] Foucault, M. 1969 ¿Qué es un autor? En Obras esenciales, (2013). Paidós Ibérica, Madrid. p. 293

[25] Ídem 293.

[26] Foucault, M. (1979) La Arqueología del Saber.  Siglo XXI Editores, México. p. 323

[27] Ídem p. 324.

[28] Ibídem p. 330.

[29] Foucault, M. “Les problèmes de la culture. Un débat Foucault-Preti”Il Bimestre, nos 22-23, septembre-décembre 1972, pp. 1-4. Versión electrónica, la traducción es mi responsabilidad.

[30] Ídem.

[31] Foucault, M. 1977, “El juego de Michel Foucault”. En Saber y Verdad, Op. Cit.

[32] Ídem p. 130.

[33] Ídem p. 130.

[34] Ibídem p. 131.

[35] Es la frase con la que concluye Michel Foucault, hablando del hombre, el libro Las palabras y las cosas.


Octavio Patiño García

Doctorante en saberes sobre subjetividad y violencia, maestro en filosofía y licenciado en psicología por la UNAM. Co-editor de la revista electrónica ERRANCIA, psicoanálisis, teoría crítica y cultura. Docente en la FES Iztacala UNAM, en la Universidad del Claustro de Sor Juana y en el Colegio de Saberes. Líneas de trabajo: psicoanálisis, filosofía, política, ciencias sociales, literatura.