[…] Y a las orillas del río San Juan, el viejo poeta me dijo
que a los fanáticos de la objetividad no hay que hacerles ni puto caso:
-no te preocupés- me dijo. Así debe ser. Los que hacen de la
objetividad una religión, mienten. Ellos no quieren ser objetivos, mentira:
quieren ser objetos, para salvarse del dolor humano.
Eduardo Galeano
Todos conocemos al menos a un adolescente, el cual ronda en lo cotidiano, en la familia, en las calles, en nuestro grupo de amigos… frente al espejo, lo encontramos en aquel reflejo, quieto, silente y bullicioso, conforme el tiempo hacemos el esfuerzo de acallarlo, sin embargo el cesar del revuelo no implica necesariamente, que se haya ido ¿por qué esperaríamos que se fuera? Hablamos de infancia y adolescencia como el tiempo ya-no, ajenos a ese que somos.
Pensar en ser tiempo nos aleja de las etapas propiamente dichas y nos acerca a la posibilidad de fluir en nosotros mismos; alejarnos del ser niño, ser adolescente funge como defensa y posiciona al otro como la dificultad, los niños y adolescentes como síntoma de la sociedad desquebrajada, del planeta en guerra, como síntoma del país de muertos y desaparecidos.
Infancia y adolescencia son momentos que pulsan, se hacen presentes con la misma singularidad y destiempo del instante, su persistencia es resultado de trazos hiperintensos que se inscriben en el aparato psíquico volviéndose constitutivos a partir del dolor, marca primera, que marca la existencia; buscamos modular el dolor a través de la vida, intentamos desmarcar y olvidar la tristeza del desvalimiento del infante taponeando con súbitas imágenes de felicidad, sin embargo el retorno de la vivencia de dolor nos convoca a recordar, ¿qué nos duele? Pienso en el desamparo propio del no saber, el perder camino, la necesidad de tener un referente que responda al cuestionamiento “¿qué quiere de mí?” y la imposibilidad del referente de no saberlo en él mismo.
Hace algunos meses Alex de 13 años fue llevado por sus padres a consulta psicológica debido a su bajo rendimiento académico y poca concentración, esto desde su ingreso a la secundaria, con el tiempo y a través de la escucha di cuenta que en general tenía poco apetito y constantes pesadillas cuyo contenido es poco claro, al respecto suele bromear diciendo que lo que soñó “se lo robo el hada de los sueños”, bajo este contexto unos meses después de iniciar su proceso psicoterapéutico mencionó: “no es de aplauso, pero nadie entrega nada” –¿Qué crees que ocurra?- pregunté, después de un largo silencio comenta “se han llevado a 3 chicas desde que entre a la escuela, se las roban, no sabemos dónde están, una maestra nos habló de las desaparecidas” posterior a ello ambos guardamos silencio ¿qué se puede decir después de esto? ¿Se puede pensar en medio de esto? Niños, adolescentes, nosotros nos encontramos sumidos en la ola de violencia e indiferencia que vivimos en lo cotidiano, la forma de posicionarnos es diferente, sin embargo hay matices que nos pueden ayudar a pensar la sistematización de la violencia y el miedo, entre ellos la incertidumbre del porvenir.
En el seminario “La función de lo escrito” Lacan apunta: “Es bien evidente que en el discurso analítico no se trata de otra cosa, no se trata sino de lo que se lee más allá de lo que se ha incitado al sujeto a decir, que no es tanto, decirlo todo, sino decir cualquier cosa, sin vacilar ante las necedades que se puedan decir”.1 En el decir, enmarcado en la cadena de significantes encontramos espacios que sirven de nexos en los cuales aparecen silencios que cortan y anudan, lugar en el que se podría tocar parte del contenido inconsciente pero éste se aleja con la misma rapidez con la que apareció, así se pierde aquello de lo que no queremos saber. Alex no quiere saber y ello se expande al ámbito académico, nosotros ¿querríamos saber? habituados al panorama social negamos lo que ocurre, abrumados por la demanda de producción y consumo nos impedimos pensar, dar cuenta, eso es parte de la exigencia de las instituciones académicas “da buenas notas, a eso te dedicas, tienes que entrar pronto al próximo nivel” quizá entre líneas podríamos leer: termina pronto que hay otra generación detrás de ti y tienen que ocupar tu lugar, ya sea porque termines, abandones o un día sin más no sepamos de ti. En el tiempo propio, cronos no corresponde, siendo el primero cercano a la atemporalidad del inconsciente y por tanto finito, ahí donde la muerte no es posible damos cuenta de la resistencia al no saber.
No resulta sorprendente encontrarnos enchufados a la red, resultado del deseo de saber ligado a no hacerlo, conectados compartiendo las últimas noticias, aquellos lugares que visitamos, lo que comemos, estamos sin estarlo, cual máscara, aparece como un deber, de no haber pruebas de lo que se hace entonces no pasó, lo anterior nos remite a la sociedad positiva a la que hace referencia Han en la cual no se permiten lagunas de información, ni visión, menos aún sentimientos negativos por lo cual se busca olvidar el dolor y sufrimiento,2 campo fértil para el sistema capitalista “consúmete, muéstrate, goza… no sufras”.
Sin embargo, estamos constituidos desde lo negativo y a pesar de la exigencia hay parámetros ocultos que nos salvan de ser consumidos. En la época actual el “tiempo hiper”, figura como la imposibilidad de contacto con aquello que sentimos, incluso lo que pensamos, son pocas las posibilidades de detenernos, el psicoanálisis atenta contra ese tiempo, no da un resultado fáctico, se trata de un proceso constitutivo en el cual se busca que no haya una respuesta, que el analizante y el analista se pierdan, den cabida al silencio. Las infancias actuales poco saben del silencio, han crecido en la agitación, incluso de llegar a tiempo a la guardería, desde muy pequeños se les pide saber por qué de sus actos, el adolescente desafía con sus silencios, con un “no sé” rompe el esquema del adulto posicionado como autoridad que hace exigencia de respuesta y coherencia. Al no haber la respuesta esperada retorna el balbuceo, decires indecibles, no ligados, atravesados e impacientes de una traducción, la impotencia del discurso que no alcanza, a ninguno nos alcanza la palabra. En la adolescencia el sujeto se encuentra ante una encrucijada estructural recreando el estadio del espejo, donde habrá un reconocimiento de lo identitario del yo y el ideal del yo, así como la falta dando lugar a la subjetividad; sabemos que todos estamos marcados por otro y en relación a esas primeras marcas ocuparemos una posición diferente de vida, esto en función de aquello que devuelva el espejo, es decir el plano de lo imaginario, si la marca fue insignificante el espejo devolverá tal imagen al sujeto, si fue invisible, si fue grandiosa… sin embargo siempre hay otra posibilidad, aquella que se genera desde lo propio, contradiciendo a Santiago Ramírez infancia no es necesariamente destino, por lo tanto la marca generará una predisposición más no una condena.
En la cadena de significantes encontramos espacios que anudan y separan al siguiente significante, espacio que pienso como constituyente frente a lo constituido, si bien nos han enmarcado por la lengua materna hay otra lengua siempre propia, siempre ajena que nos lleva a replantear nuestro decir, dicho espacio correspondería a la pregunta, a los silencios, a la perdida siendo posible que la confrontación con ella nos convoque a eliminar dichos espacios que observamos en la necesidad de no parar, de buscar producir siempre algo que se vea, de dar respuestas. El equívoco insiste sobretodo en la adolescencia, se le permite en tanto procura el devenir sujeto, sin que ello implique se comprenda.
No me leerás […]
No subsisto como texto que se leerá
sino por la consumación que lentamente te retiró el ser al escribir
Jamás sabrás lo que has escrito,
aún si has escrito sólo para saberlo.
Maurice Blanchot
“Estuvo con la persona incorrecta” enunciado común que aparece como explicación para dar sentido sobre el por qué aquel ya no está, el 24 de abril de 2018 amanecimos con la noticia de la muerte de 3 jóvenes, estudiantes de cine en la Universidad de Guadalajara que fueron desparecidos, torturados y sus cuerpos consumados en acido, “estaban en el lugar equivocado” se escucha en redes, ¿será que todo lugar y compañía son equivocados? La sistematización de la violencia y su naturalización parecieran normalizar que lo anterior sea un discurso del día a día, creando con ello una duda permanente sobre quien sería alguien confiable, hace algunos años habitantes del municipio de Acapulco mencionaban la dificultad de confiar en las personas de alrededor: “hay cosas de las que no se hablan, no sabes si el que está a lado es de la maña y pueden ser tus últimas palabras”. En Guerrero se registran 6.9 homicidios por día colocándolo en el primer lugar de violencia en el país; se convoca entonces al silencio perpetuo, si se calla entonces se salva. Me pregunto si el silencio será un elemento que trastoca el lazo social, desintegrándolo.
Hace algunos años tuve la oportunidad de trabajar con adolescentes en Acapulco, quienes actualmente están por cumplir la mayoría de edad, el tiempo cronológico me sorprende, han pasado 5 años, sin embargo el recuerdo es fijo, mirar atrás me convoca a un tiempo en suspensión, en el cual se anudan discursos, pero sobre todo silencios, silencio constitutivo que llevaba a esperar algo ocurriera, qué, aún lo ignoro ¿Qué fue de ellos? Pregunta que ronda sin respuesta, hacerla genera incertidumbre en tanto la respuesta es silencio. Posterior a una sesión grupal con estos jóvenes se acercó Ada de 13 años pidiendo un espacio para hablar sobre un evento ocurrido a inicios del año escolar y que le impide ir a la escuela con regularidad; se le pide tome asiento y hable, comienza: “cuando inicie la escuela mi papá dejó de llegar a casa, no sabíamos nada de él y mi mamá me dijo que ya no iba a volver, yo me sentía triste pero no tanto, un día saliendo de la escuela estaba con mis amigos y unos hombres se bajaron de una camioneta y me subieron a fuerza, no recuerdo si grite sólo lloraba, estuve ahí con la cabeza tapada muchas horas, llegamos a un lugar donde hacía mucho frío, me aventaron a un cuartito y después escuche la voz de mi papá, ahí grite que me salvara, pero él solo decía no ella no y lloraba, cuando me destaparon la cabeza lo tenían atado y el hombre que estaba ahí le empezó a cortar cachitos con una sierra, no sé cuáles gritos de mi cabeza son de él y cuales los míos, no puedo dormir profa, no puedo respirar, me quiero morir. Mi mamá me encontró tirada en una calle y me dijo que teníamos que regresar a la casa y olvidar.”
Olvidar imposible, cuando la vivencia queda marcada en el cuerpo, la imposibilidad de diferenciación de la voz de Ada con la del padre representa imposibilidad de diferenciación del yo, si bien la voz es siempre inasible en tanto propia y ajena representa sujeción de los significantes3, de esta forma Ada se enfrenta a la no diferenciación que implica encuentro con el vacío puesto en cuerpo como dolor generalizado, siendo justo los días en que no puede asistir a la escuela aquellos donde tal marca se apodera y no le permite pensar.
Las desapariciones, la tortura, los homicidios, las formas de deshacer cuerpos, nos exponen a lo colosal, al que Kant refirió como un “concepto casi demasiado grande para cualquier exhibición, para nuestra capacidad de aprehensión, es decir de representación”;4 en relación a ello, José Luis Barrios define desde Kant lo colosal como concepto que permite diferenciar y especificar el sentido de las imágenes de terror, implicando un exceso de racionalidad, se concibe lo suficientemente grande para ser representado y explicaría el sentido del terror de la modernidad.5 Desde esta perspectiva los acontecimientos de los que hemos hablado serían irrepresentables en tanto corresponden a un exceso que impide la razón, quedando con ello marca en el ámbito de lo sensible siendo este sobrepasado, dando espacio al dolor, definido desde Freud como aquel que desorganiza el aparato psíquico, rayo que atraviesa las barreras de contacto por lo que deja como secuela facilitaciones duraderas, siendo dolor primordial, la sensación de no ser, tal, avasalla produciendo el pensar delirante.6 Lo anterior puede explicar el terror al que se enfrentan las personas que buscan a nuestros desaparecidos, donde buscando a uno, a cuarenta y tres, a miles, encuentran cientos de fosas clandestinas con innumerables cuerpos, en los reportes y por medio de ellos se busca aprehender lo colosal, estadísticamente dar lugar a la representación imposible, lo cual entiendo como un intento de rescatarnos de aquello que sabemos excedente. Así expuestos a lo colosal constantemente ¿estaremos generando cierta normalización de ello? ¿Cómo se arropa a generaciones que crecen en la posibilidad de ser asesinados, desaparecidos, torturados?
Escucho de forma constante el desamparo de jóvenes que buscan tomar la justicia en sus manos en un imaginario de defensa frente a lo terrible que enfrentan, observo la imposibilidad de llevarlo a cabo y el miedo, en el texto Ser y Tiempo Heidegger habla del miedo como modo de la disposición afectiva, considerando al fenómeno del miedo desde tres puntos: ante qué del miedo, el tener miedo y el por qué del miedo7; en relación al primero refiere que lo temible es algo que comparece en el mundo, tiene carácter de lo amenazante y este tiene movilidad, “la perjudicialidad de lo amenazante apunta hacia un determinado ámbito de las cosas que pueden ser afectadas, en cuanto así determinada, ella misma viene de una zona bien determinada; la propia zona y lo que desde ella viene son experimentados como inquietantes”8 así, el vivir una amenaza o no, esta permeado por el contexto del mundo sobre sí mismo y el espacio que se ocupa, incluyo aquí las redes sociales que se entretejen alrededor del sujeto, en México y en relación a lo expuesto más arriba lo amenazante ha resultado desbordante pareciera rebasó la zona determinada, psíquica y física, de ahí lo colosal, Heidegger continua “acercándose en la cercanía, lo perjudicial es amenazante: puede alcanzarnos, o quizá no. A medida que se acerca, se acrecienta este «puede, pero a la postre quizás no». Es terrible, decimos. Esto significa que lo perjudicial, al acercarse en la cercanía, lleva en sí la abierta posibilidad de no alcanzarnos y pasar de largo, lo cual no aminora ni extingue el miedo, sino que lo constituye”9; hoy más que hace unos años enfermedades psicosomáticas se hacen presentes como representación del vacío y la angustia, en el plano consciente se busca negar el panorama de lo asocial, la palabra engaña, la angustia no, esta es desde Lacan la antesala de lo real, nuestro límite máximo real es la muerte y probablemente lo que rebasa al temor de la muerte es que esta pueda ser arrancada a través de un acto de desaparición forzada, quedando entonces el sujeto en el umbral de vida y muerte10.
Referencias bibliográficas
1 Jacques Lacan, El Seminario. Libro 20. Aún. “La función de lo escrito”. Barcelona: Paidos, 1975, p.38
2 Byung-Chul Han, La sociedad de la transparencia. Barcelona: Herder, 2013.
3 Mladen Dólar, Una voz y nada más. Buenos Aires: Manantial, 2007, p.36
4 Immanuel Kant, Critica del discernimiento. Madrid: Mínimo tránsito-A. Machado Libros, 2003, p.210
5 José Luis Barrios, El cuerpo disuelto. Lo colosal y lo monstruoso. México: UIA, 2010, p.14
6 Sigmund Freud, Proyecto de psicología para neurólogos. En J.L. Etcheverry (Traduc.). Obras completas: Sigmund Freud (Vol. 1). Buenos Aires: Amorrortu (Trabajo original publicado en 1917 [1915]).
7 Martin, Heidegger, Ser y tiempo. Madrid: Trotta, 2016, p.159
8 Idem
9 Ibid, p.160
10 Refiero a un texto de mi autoría anterior sobre la desaparición forzada publicado en Enero del 2018, disponible en http://www.territoriodedialogos.com/desaparecidos-el-umbral-entre-vida-y-muerte/
Jimena García es psicoanalista especialista en adolescentes, licenciada en Psicología por el Instituto Politécnico Nacional, Maestra en psicología por la Universidad Nacionla Autónoma de México y actualmente cursa el doctorado en Saberes sobre subjetividad y violencia. Su trabajo de investigación gira en relación a los desaparecidos del país, feminicidios y el trauma derivado de ello en el ámbito de lo oscila.