Instalación de Fujiko Nakaya

Aline Lavalle Henaro

Arroja cualquier conocimiento erróneo o comprensión que hayas adquirido ese día. Tras un tiempo (ese proceso) madurará; espontáneamente, lo interior y lo exterior se volverán uno

Arnau

 

Hace unos años en el museo Guggenheim de Bilbao se presentó una escultura de Fujiko Nakaya. La cual ahora me motiva a describir la experiencia que en ese entonces tuve, para amarrar las reflexiones que alientan este segundo número de la revista, la inseparabilidad del sujeto y del objeto.

Lo redacto en presente:

Encaminada hacia una nueva sala del museo mi ojo derecho percibe densidad vaporosa, giro mi cuerpo entero y cambiando el rumbo de mis pasos me acerco hacia las verandas del museo; es niebla lo que se levanta desde las orillas que rodean con agua la obra de Gehry. La vaporización invade casi por completo el panorama: los puentes que forman parte del escenario así como las esculturas externas, a la gente e incluso invade de manera obnubilada la imaginación.

Contemplo esa forma de neblina, y saltándome todas las referencias intelectuales a las que podría acceder, me recuerdo de esos paseos de infancias en los que por primera vez y desde luego sorpresivamente se alzaba de las alcantarillas y de las bocas de las paredes debajo de los puentes esa niebla.

FOG se llama la pieza y con ese pretexto mi mente retoma in situ las reflexiones que no habían cobrado experiencia sobre el Vacío. Mi cuerpo no puede esperar a travesar esa niebla, no pudiendo categorizar si se trata de una instalación o de una escultura mi cuerpo entero hace una inmersión.

En principio, la capacidad de asombro de manera muy alegre con la que la pieza permite reconocer las adherencias sublimes que en la ordinariedad de los fenómenos atmosféricos se arrancan de la vida como pecata minuta. No siéndolo. Esa neblina que intelectualmente ha sido disfrazada con zozobra bajo títulos que han perjudicado la capacidad de nuestra humanidad, en esta ocasión se presenta, desde otra región, menos dual, como contentamiento con la vida.

Y por primera vez en mucho tiempo, -porque son contadas las veces que he podido acceder a una experiencia de un concepto-, desde dentro de un museo he vivido algo que podría llamarse el arte de la vida. Esa neblina que podría parecer un capricho del artista, fue para la mirada que ese día me guiaba, la expresión de, aquél first thought best thought, que mantenía vivo a Allen Ginsberg, de esa continuidad que no se escandaliza, al contrario, que libera. Neblina como sosiego de la mente.

Asimismo FOG es una especie de koan. Una meditación dentro de esa neblina que provocó una lectura de los signos tal como es la C — · — ·  de la clave Morse que advierte de niebla a los barcos. Así, en este caso, la neblina misma fue para mí la clave Morse, esa neblina que fue desde la infancia infundida como algo a traspasar y que encontré en una escultura silenciosa como un asunto unido de sensibilidad e inteligibilidad.

La atmósfera de aquella saturación de gotas de agua, -aquél espacio libre de humo que todos queremos en nuestro entorno-, en esta escultura nos llena de sentido la palabra: contingencia. Ahora concluyo que el encuentro con un koan no tiene que ser ni verdadero ni falso, ergo poiesis.

 

Aline Lavalle Henaro

Aline Lavalle Henaro, historiadora, maestra en filosofía y psicoanalista, tiene una investigación sobre la conformación del cuerpo, y las vías prácticas a las que recurre permiten poner en relación distintos lugares de la reflexión filosófica. Actualmente es doctorante por el colegio de saberes.