Con sumo respeto a los familiares, amigos y
compañeros de las personas desaparecidas en nuestro país.
Para la Secretaria de Gobernación se “debe entender por persona desaparecida a toda aquella que, con base en información fidedigna de familiares, personas cercanas o vinculadas a ella, la hayan dado por desaparecida de conformidad con el derecho interno, lo cual puede estar relacionado con un conflicto armado internacional o no internacional, una situación de violencia o disturbios de carácter interno, una catástrofe natural o cualquier situación que pudiera requerir la intervención de una autoridad pública competente.”[1] De acuerdo a las cifras oficiales correspondientes al fuero común[2] de la institución señalada con anterioridad, desde inicios del año 2017 y hasta el mes de julio del mismo año, se denunciaron 2,043 casos de desaparición o extravío. Contabilizando hasta este año un total de 32,277 casos desde el 2007. Sin embargo, en el 2012 el Centro de Investigaciones para el Desarrollo A.C (CIDAC) de México reveló un informe según el cual, basándose en cifras oficiales y de la ONU, en los seis años de gobierno de Felipe Calderón han desaparecido 300,000 personas,[3] dicha inconsistencia no resulta sorprendente.
El escrito que presento a continuación se encuentra enmarcado principalmente por dos acontecimientos, los 43 estudiantes de Ayotzinapa a 3 años de su desaparición y el terremoto del 19 de Septiembre de 2017, en ambos casos encuentro una serie de coincidencias que me parecen pertinentes a pensar, una de ellas es la pregunta ¿Dónde están? En el primer caso se observa la incapacidad del Estado de dar una respuesta derivado de su complicidad en los hechos, la impunidad resalta a la vista de todos, nada alejado de ello se encuentran las consecuencias del terremoto ya mencionado, donde construcciones con permisos irregulares fungían como escuelas, departamentos, oficinas y fábricas; las constructoras se han ocultado, los dueños han huído, no hay quien dé la cara ante estos hechos.
Segunda coincidencia, el retorno de aquello que se vive como superado, del primer caso recordemos la matanza de estudiantes el 2 de Octubre de 1968 en Tlatelolco, el llamado “Halconazo” de 1971; del segundo caso el terremoto de 1985, surge una segunda pregunta ¿Cómo llegamos a lo mismo? Más allá de las circunstancias naturales en las que se da un sismo y en las cuales no tenemos cabida hay una tendencia a vivir tales sucesos como superados, con ello pienso en el olvido y en su potencialidad para repetir, dando lugar al eterno retorno de lo mismo, con dicho olvido negamos la muerte, Heidegger refiere: “el encubridor esquivamiento de la muerte domina tan tenazmente la cotidianidad que, con frecuencia en el convivir, las «personas cercanas» se esfuerzan todavía por persuadir al «moribundo» de que se librará de la muerte y de que en breve podrá volver nuevamente a la apacible cotidianidad del mundo de sus ocupaciones […] El uno procura una permanente tranquilización respecto a la muerte. El uno no tolera el coraje para la angustia ante la muerte.”[4]
Tercera coincidencia, la más macabra, en ambas circunstancias hay personas desaparecidas, en el segundo caso después de un tiempo aparecieron algunas con vida, de otros sólo sus cuerpos o lo que pudo quedar de ellos. Las desapariciones en nuestro país son comunes y éstas generan un estado de indefensión psíquica para aquellos que los buscan, aquellos que nos damos por enterados y que de igual forma quedamos atrapados en la nada ¿Qué se puede hacer ante esto? Busquemos los cuerpos entre escombros, en parajes, en ríos donde sin más aparecen cadáveres[5], en los campos que se han convertido en fosas clandestinas, en basureros que nos dejan perplejos ante la forma en que se puede desechar a alguien; pensemos ¿Qué hacer?; dialoguemos.
Nada creado que no aparezca en la urgencia,nada en la urgencia que no engendre su rebasamiento en la palabra.
Jacques Lacan
En 1935, el físico austríaco Erwin Schrödinger concibió un experimento imaginario, el cual, exponía una paradoja, se trata de un sistema formado por una caja cerrada que contiene un gato, un recipiente de gas con veneno y una partícula radioactiva que tiene una probabilidad de 50% de desintegrarse, de suceder esto último, el gas venenoso produciría la muerte inmediata del gato. De esta forma tal gato tiene 50% de posibilidades de vivir o morir, en tanto la partícula pudiese desintegrarse o conservarse intacta, así, el estado vivo o muerto del gato queda en superposición, es decir, vivo y muerto son estados posibles hasta que la caja se abre y constatamos su estado, hasta entonces, el gato estará vivo o muerto como un estado definido.
En nuestro país, hasta hace poco, el desaparecido tenía 72 horas para ser concebido como tal, actualmente se puede generar una alerta Amber (en caso de niños y adolescentes, hasta los 18 años) o denuncia de desaparición desde que no se ha tenido contacto con la persona a quien se busca, lo anterior aparece cómo una agilización de documentos y trámites, esto me lleva a pensar en la frecuencia de este fenómeno, cuando sabemos de alguien que ha desaparecido la angustia se hace manifiesta a la par de las más macabras fantasías, entre ellas y sobre todas, la muerte, lo anterior no es producto del imaginario, siendo que en México desaparecer es sinónimo de ello.
Una vez que se ha reconocido la desaparición, se comienza el proceso de investigación por parte de elementos policíacos, la cual es en general ruin, fría, culpabilizadora, “¿andaría en malos pasos?”, ¿“a qué se dedicaba?”, “¿por qué iba sola?”, “se iría con el novio”; una carpeta más, un número más en las cifras oficiales, lo anterior en caso de haber levantado una denuncia, lo cual sucede poco, hay miles de casos no contabilizados; hasta aquí, el desaparecido tiene un estatus, lo que sigue es la indeterminación ¿está vivo o está muerto? Se busca siempre vivo, buscarlo muerto implicaría haberlo matado en pensamiento, nada puede doler más, ninguna culpa más grande que esa. Una de las madres de Ayotzinapa gritaba en la marcha del 20 de Noviembre de 2014 “si muere tu esposo, eres viuda; si mueren tus padres, huérfano; ¿qué eres si un hijo muere?”
Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez, once, doce, trece, catorce, quince, dieciséis, diecisiete, dieciocho, diecinueve, veinte, veintiuno, veintidós, veintitrés, veinticuatro, veinticinco, veintiséis, veintisiete, veintiocho, veintinueve, treinta, treinta y uno, treinta y dos, treinta y tres, treinta y cuatro, treinta y cinco, treinta y seis, treinta y siete, treinta y ocho, treinta y nueve, cuarenta, cuarenta y uno, cuarenta y dos, cuarenta y tres ¡JUSTICIA!
Roberto Esposito señala que el lenguaje causa un despojamiento, al poner palabra, el lenguaje vacía la realidad y la convierte en puro signo, generalizando entonces la cosa, transfiriéndola al plano inmaterial.[6]
La justicia como derecho es una práctica de cálculo de las cosas, éstas son atesoradas, la justicia quiere decidir sobre cada caso de igual forma, es decir, la justicia es imposible. No hay justicia para un muerto, ya que ésta parte de una retribución a un daño ¿Cómo se retribuye a alguien que ha salido del mundo de los vivos? Encontramos familias, colectivos, buscando cuerpos, piden el que sienten como propio, en tanto hijo, hermano, amigo, compañero… en los colectivos de buscadores la pena es conjunta, el hijo de uno se vuelve de todos, claman justicia; encontrar el cuerpo es un eslabón de la palabra, la j, de esta justicia fragmentada, imposible, irónica, desbalanceada.
Retomando la paradoja inicial, tanto los desaparecidos, como los sepultados a causa del terremoto se encuentran dentro de la caja (el mundo) ante un estado de superposición en tanto vivos o muertos, adquiriendo un estado al abrir dicha caja, escombros, fosas comunes o incluso al voltear a aquel rinconcito escondido en los parajes, abrir las bolsas o cajas abandonadas. Ante la mirada del vivo el cuerpo adquiere un estado de vida o muerte, saliendo con ello del umbral. Se registra la desaparición como acontecimiento cotidiano, posteriormente, se registra el cadáver, ambos sucesos quedan enmarcados en un archivo, el cual, desde Derrida, remite a la nostalgia, al poder que determina qué hay en ese archivo, que permanece y que no se inscribe, el archivo reprime manteniendo fuera de la memoria los contenidos displacenteros, olvidándolos, para Derrida el archivo sería entonces una maquina censurada, lugar al que llega todo aquello que una sociedad reprime, aquello que duele, de lo que no queremos saber, sin embargo, ya no nos alcanza, no se puede reprimir la cantidad de cadáveres, alertas Amber que sofocan los medios de comunicación, las calles, las redes sociales, no hay represión que alcance para detener lo real; “nada es menos seguro, nada está menos claro hoy en día que la palabra archivo… nada más turbio ni más perturbador. Lo turbio de lo que es aquí perturbador es sin duda lo que perturba y enturbia la vista, lo que impide el ver y el saber […] la turbiedad de los secretos, de los complots, de la clandestinidad, de las conjuras semi-privadas, semi-públicas, siempre en el límite inestable entre lo público y lo privado, entre la familia, la sociedad y el Estado.”[7] Así el archivo, con el mal que le es propio, amenazado por la pulsión de muerte suprime y reprime las huellas inscritas, los nombres inscritos, las personas que esperan por un estatus.
Judith Butler refiere: “La pérdida nos reúne a todos en un tenue nosotros. Y si hemos perdido, se deduce entonces que algo tuvimos, que algo amamos y deseamos, que luchamos por encontrar las condiciones de nuestro deseo […] la pérdida y la vulnerabilidad parecen ser la consecuencia de nuestros cuerpos socialmente constituidos, sujetos a otros, amenazados por la pérdida, expuestos a otros y susceptibles de violencia a causa de esta exposición”[8]
Afrontar la pérdida nos convoca a la colectividad, el terremoto generó esfuerzos sociales impresionantes, unidos buscamos la forma de ayudar, la noción de un país desfragmentado parecía quedarse en un pasado, nos trastoco de una u otra forma dando cuenta de nuestra vulnerabilidad ¿Qué ocurrió con todo aquello? Pareciera fue un momento de luz, cual relámpago, se extinguió, retomando a Heidegger nos volcamos al mundo de nuestras ocupaciones, hubo muertos, sí, pero no yo, no los míos, nos reconocemos ante la muerte, sabemos que no hay nada que hacer ante ella, al verla en otros nos vivimos fuera, a salvo.
“Se dice: ciertamente la muerte vendrá, pero por el momento todavía no. Con este «pero…», el uno deja en suspenso la certeza de la muerte. El «por el momento todavía no» no es un mero decir negativo, sino una interpretación que el uno hace de sí mismo, con la que se remite lo que por ahora sigue todavía siendo inaccesible para el Dasein y el objeto de su ocupación. La cotidianidad nos urge a dedicarnos a los quehaceres, la muerte queda aplazada para un después. De esta manera el uno encubre lo peculiar de la certeza de la muerte, que es posible en cualquier momento junto a la indeterminación de su cúando.”[9]
En el caso de los desaparecidos, más allá de Ayotzinapa, los del día a día pareciera estamos exentos, no nos sacude como un terremoto, pero al igual que este al mover un poco la tierra encontramos la fragilidad de nuestras estructuras de construcción, sociales, corpóreas; aquello que concebimos como sostén no soporta, se cae y nos desbarata. Así, nos detenemos ante el fenómeno natural, nos verificamos, “todos bien”, más adelante nos paralizamos ante la foto que nos aparece como denuncia de uno más, de una más, que no se encuentra, nuevamente verificamos que no sea uno de los nuestros, como si ello nos salvara, sin tener en cuenta que tal podríamos ser alguno de los que estamos aquí, escuchando, leyendo. México produciendo cadáveres, cuerpos arrojados, miles de ellos sin nombre.
El gobierno estatal ha militarizado paulatinamente las calles, desde el 2006, durante el mandato de Felipe Calderón y bajo pretexto de seguridad civil en la denominada “Guerra contra el narco” se presenció el arribo del ejército en algunas zonas del país, aquellas que se consideraban zonas rojas. Actualmente se ha aprobado en nuestro país la Ley de Seguridad Interior que propone al ejército como primer medio de control social en caso de disturbios, ya sean manifestaciones civiles o conflictos de grupos armados, ante lo acontecido en Ayotzinapa, Tlatelolco, Tlatlaya, ¿no pareciera la legislación de la barbarie? A sabiendas de la crisis de derechos humanos del país, con la participación de las policías y el ejército “México es un país de ejecuciones extrajudiciales impunes. Lo han dicho Amnistía Internacional, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y Human Rights Watch (HRW). Y por esa impunidad, sube el grado de brutalidad por parte de los agentes del Estado.”[10]
Achille Mbembe define como máquinas de guerra a las “formaciones armadas que actúan independientemente de toda sociedad políticamente organizada, ya sea bajo la máscara de un Estado o no, éstas se componen de facciones de hombres armados que se escinden o se fusionan según su tarea y circunstancias, mantienen relaciones complejas con las formas estatales (que pueden ir de la autonomía a la incorporación). El Estado puede por sí mismo, transformarse en una máquina de guerra.”[11] La incertidumbre ante las posibilidades del Estado con fines de cuidado hacia los integrantes de la comunidad y el espectro que generan los miles de cadáveres sepultados en nuestro entorno da lugar a la inseguridad e indefensión y con ello a la locura en tanto el vínculo se encuentra escindido.
Los cadáveres, siguiendo a Mbembe, “son reliquias de un duelo perpetuo, corporalidades vacías, desprovistas de sentido, formas extrañas sumergidas en el estupor.”[12] Somos seres ante la muerte y ante la certeza de ella nos constituimos, de esta forma no se trata de evitarla, quizá si de pensar en la forma en la que llegamos a ella, si bien como un proceso detenido por enfermedad, envejecimiento, incluso accidente, sin embargo las muertes a las que me refiero tratan de vidas arrancadas, cuerpos arrancados cual cosas, es decir algo que se posee, Esposito señala: “una cosa no es ante todo lo que es sino lo que alguien tiene, posesión que nadie más puede reclamar, el propietario puede disponer de ellas, usarlas e incluso destruirlas”[13] dejando así el cadáver de las vidas desechadas, testimonio de las vidas lloradas de nuestro tiempo.
El uno espera, la vida la muerte, una respuesta, un trámite que haga sentir cierto avance, a partir de aquel 19S quedaron construcciones desbaratadas, cascajo debajo del cual hay restos de aquello que se consideraba propio, recuerdos e historias de un hogar, un lugar de trabajo, una escuela… “no quedó nada” se escucha entre los que esperan, para Descartes si algo nos horroriza es la nada, similar a ello se encuentran los que esperan su ser querido aparezca, aparecer-desaparecer me recuerda a los actos de magia, atentos quedamos a que algo, lo que se fue, se encuentre nuevamente ante nuestra vista, sin embargo no ocurre y no sabemos si ocurrirá, de ahí quizá la esperanza que se materializa en el sueño, donde aquél que no estaba regresa de pronto; los que se quedan no pueden vivir un duelo, no hay forma de hacer un duelo del vacío, apareciendo con ello la melancolía, para Freud [14]se singulariza en lo anímico por una desazón profundamente dolida, una cancelación del interés por el mundo exterior, la perdida de la capacidad de amar, la inhibición de toda productividad y una rebaja del sentimiento de sí que se exterioriza en autorreproches.
El duelo muestra los mismos rasgos, excepto uno, la perturbación del sentimiento de sí. El duelo genera una pérdida del interés por el mundo exterior (en todo lo que no recuerde al muerto) en la melancolía por su parte el objeto amado no se encuentra necesariamente muerto, se perdió como objeto de amor, habiendo así una perdida de la que no se puede discernir qué se perdió, es decir, se sabe a quién se ha perdido pero no lo que perdió en él, de esta forma la melancolía es para Freud una pérdida de objeto sustraída de la conciencia, a diferencia del duelo en el cual no hay nada inconsciente en lo que atañe a la pérdida. El melancólico muestra una extraordinaria rebaja en su sentimiento yoico, un enorme empobrecimiento del yo.
En el duelo el mundo se ha hecho pobre y vacío, en la melancolía, eso le ocurre al yo mismo. Unos años más tarde Freud refiere que el duelo expira de forma espontánea, el uno genera nuevos vínculos y con ello da lugar a la transitoriedad[15] que se presenta como una oportunidad de iniciar nuevamente, sin embargo aquellos que perdieron un hijo, un familiar, un amigo y no saben de su paradero ¿podrían iniciar nuevamente? Al no haber cuerpo el duelo es imposible, queda suspendido, no hay lugar para los ritos fúnebres; la Antígona de Sófocles nos ilustra la importancia de los ritos funerarios de los griegos, el alma de aquel que no era enterrado estaba condenada a vagar eternamente, actualmente pareciera que el desaparecido no muere y esa es su condena, volverse espectro que habita en la memoria de quien lo busca, memoria que se vuelve colectiva.
El cuerpo del desaparecido deviene posesión de aquel que puede determinar su estatus, tal poder figura, por supuesto, como forma de control social, dos meses después de la desaparición de los 43 se identificaron los restos óseos de Alexander Mora en un basurero de Cocula, Guerrero, dónde presuntamente fueron calcinados, se entregaron así fragmentos de lo que fue una persona; lo cual puede aparecer como reflejo de la fragmentación del lazo social, donde el terror cobra forma. El terror es uno de los medios de control más efectivos, sin embargo no el único, mantener estados de shock, dónde haya amenazas constantes como la probabilidad de desaparecer, la amenaza constante del narco, un terremoto de mayores dimensiones entre otros. Dicho estado justificaría la presencia del ejército en las calles. Entonces ¿a quién conviene mantener a alguien en estado de indeterminación? Estados melancólicos, angustiantes, en incertidumbre, se vuelven deseables para legitimar la posible violencia de Estado.
El psicoanálisis nos ha enseñado la dificultad de asimilar la muerte propia, el inconsciente no admite la finitud, para Freud «muerte» es un concepto abstracto de contenido negativo para el cual no se descubre ningún correlato inconciente[16], de esta forma damos cuenta de la muerte de otros, nos engañamos ante la lejanía de la nuestra; sin embargo esta muerte puede ser vivida por los padres que pierden a un hijo, en tanto los hijos son extensión narcisista de los padres, la muerte de un hijo es inconciliable, una parte del padre-madre muere con él-ella, circunstancia que no puede ser asimilada, de ahí quizá, la melancolía; Freud coloca la muerte de un hijo como un desgarramiento narcisista, rompiendo con ello la idea de la inmortalidad del yo. En el caso de los hijos desaparecidos la muerte ha sido arrancada y con ello el desvalimiento psíquico es mayor, no hay forma de representar la perdida en aquellos que esperan.
El psicoanálisis va siempre más allá del diván, es imposible suponer al individuo separado de las condiciones sociales en las que se encuentra inmerso al igual que el analista; lo psíquico se ve involucrado en todo fenómeno social, por ello considero importante pensar sucesos políticos desde el psicoanálisis, recordar, no olvidar y elaborar con el fin de buscar no repetir, que la conmemoración sea trabajo de reconstrucción y representación, lo anterior lejano a la compulsión de repetir en el vacío. Recordar sucesos tan crudos como las desapariciones, nos lleva a replantear nuestra relación con la muerte, sin embargo el olvidar al desaparecido implicaría re-desaparecerlo, circunstancia que ocurre de forma recurrente, cuando cada año el marcador se coloca en ceros. Gilou García en su texto “Lo social y lo político” en referencia a la dictadura Argentina refiere: “la desaparición sirvió para sembrar el terror y el silencio […] procedimiento que se extendió a toda la ciudadanía, apuntando a matar la muerte, se hizo desaparecer no sólo vidas, cuerpos, sino también la muerte en cuanto núcleo simbólico constituyente.”[17]
El espectro del desaparecido, de los miles de desaparecidos nos plantean la necesidad de aperturar nuevas preguntas, Rene Major menciona: “el psicoanálisis sostiene el futuro de una pregunta tan necesaria como imposible”[18] y, desde la imposibilidad de dicha pregunta nos arriesgamos al equívoco y a la generalización, quizá sin entender todo lo que dejamos fuera al plantearla, sin embargo la pregunta no cesa al igual que la búsqueda y desde el decir del Eduardo Galeano “ojalá podamos merecer que nos llamen locos, como han sido llamadas locas las Madres de Plaza de Mayo, por cometer la locura de negarnos a olvidar en los tiempos de la amnesia obligatoria”[19]
Referencias bibliográficas.
Achille Mbembe, Necropolítica. España: Melusina, 2011.
Carmen Aristegui, Aristegui Noticias: País de masacres, 24 mayo 2015, disponible en:https://aristeguinoticias.com/2405/mexico/pais-de-masacres/.
Eduardo Galeano, Los caminos del viento –fragmento-, 2010 disponible en: http://www.jornada.unam.mx/2010/09/12/opinion/a03a1cul
Gilou García, Lo social y lo político. En: Estados Generales del psicoanálisis. Perspectivas para el tercer milenio. Buenos Aires: Siglo veintiuno, 2005
Jacques Derrida, Mal de archivo, una impresión freudiana. Madrid: Trotta, 1997.
José Luis Barrios, Afecto, archivo, memoria. Territorios y escrituras del pasado. México: Universidad Iberoamericana, 2015.
Judith Butler, Vida precaria, el poder del duelo y la violencia. Buenos Aires: Paidos, 2006.
Martin Heidegger, Ser y tiempo. Madrid: Trotta, 2016.
Rene Major, Al comienzo. La vida la muerte. Buenos Aires: Nueva Visión, 2000.
Roberto Esposito, Personas, cuerpos, cosas. Madrid: Trotta, 2017.
Sigmund Freud, Duelo y Melancolía En J.L. Etcheverry (Traduc.). Obras completas: Sigmund Freud (Vol. 14). Buenos Aires: Amorrortu (Trabajo original publicado en 1917 [1915]).
Sigmund Freud, La transitoriedad En J.L. Etcheverry (Traduc.). Obras completas: Sigmund Freud (Vol. 14). Buenos Aires: Amorrortu (Trabajo original publicado en 1916).
Sigmund Freud, El yo y el ello. En J.L. Etcheverry (Traduc.). Obras completas: Sigmund Freud (Vol. 19). Buenos Aires: Amorrortu (Trabajo original publicado en 1923).
[1] SEGOB, Registro Nacional de Datos de Personas Extraviadas o Desaparecidas, RNPED, 2017. Información disponible en: https://www.gob.mx/pgr/acciones-y-programas/informacion-estadistica-sobre-desaparicion-de-personas?idiom=es
[2] Idem, Estadística disponible en: https://www.gob.mx/sesnsp/acciones-y-programas/registro-nacional-de-datos-de-personas-extraviadas-o-desaparecidas-rnped
[3] Helena Chávez Mac Gregor (curadora académica), Estética y violencia: necropolítica, militarización y vidas lloradas. México: MUAC, 2012, p. 8.
[4] Martin Heidegger, Ser y tiempo. Madrid: Trotta, 2016, p. 270.
[5] José Luis Barrios se refiere a la melancolía como lugar de la escritura como poesía de la ilusión, lugar de la significación imposible o de la muerte como cadáver, es decir, vacío. Un sitio donde el pasado se alimenta de pérdida, pero también un lugar del presente que se inscribe como fatiga. En José Luis Barrios, Afecto, archivo, memoria. Territorios y escrituras del pasado. México: Universidad Iberoamericana, 2015, p.12.
[6] Roberto Esposito, Personas, cuerpos, cosas. Madrid: Trotta, 2017, p. 29.
[7]Jacques Derrida, Mal de archivo, una impresión freudiana. Madrid: Trotta, 1997, p.97.
[8]Judith Butler, Vida precaria, el poder del duelo y la violencia. Buenos Aires: Paidos, 2006, p. 46.
[9] Martin Heidegger, Ser y tiempo. Madrid: Trotta, 2016, p. 274.
[10] Carmen Aristegui, Aristegui Noticias: País de masacres, 24 mayo 2015, disponible en:
https://aristeguinoticias.com/2405/mexico/pais-de-masacres/
[11] Achille Mbembe, Necropolítica. España: Melusina, 2011, p. 58-59
[12] Idem, p. 64.
[13] Roberto Esposito, Personas, cuerpos, cosas. Madrid: Trotta, 2017, p. 36.
[14] Sigmund Freud, Duelo y Melancolía En J.L. Etcheverry (Traduc.). Obras completas: Sigmund Freud (Vol. 14). Buenos Aires:Amorrortu (Trabajo original publicado en 1917 [1915]), p. 242-243.
[15] Sigmund Freud, La transitoriedad En J.L. Etcheverry (Traduc.). Obras completas: Sigmund Freud (Vol. 14). Buenos Aires: Amorrortu (Trabajo original publicado en 1916), p. 310.
[16] Sigmund Freud, El yo y el ello. En J.L. Etcheverry (Traduc.). Obras completas: Sigmund Freud (Vol. 19). Buenos Aires: Amorrortu (Trabajo original publicado en 1923), p. 58.
[17] Gilou García, Lo social y lo político. En: Estados Generales del psicoanálisis. Perspectivas para el tercer milenio. Buenos Aires: Siglo veintiuno, 2005, p.135.
[18] Rene Major, Al comienzo. La vida la muerte. Buenos Aires: Nueva Visión, 2000, p. 9.
[19] Eduardo Galeano, Los caminos del viento –fragmento-, 2010 disponible en: http://www.jornada.unam.mx/2010/09/12/opinion/a03a1cul
Jimena García es psicoanalista especialista en adolescentes, licenciada en Psicología por el Instituto Politécnico Nacional, Maestra en psicología por la Universidad Nacionla Autónoma de México y actualmente cursa el doctorado en Saberes sobre subjetividad y violencia. Su trabajo de investigación gira en relación a los desaparecidos del país, feminicidios y el trauma derivado de ello en el ámbito de lo oscila.