¿Qué es lo infantil? Conjeturas entre Friedrich Schelling y Sigmund Freud

Mariela Flores Acosta

La relación de lo finito con lo infinito en el absoluto no es,
por ello, la de causa y efecto, sino la que tiene una parte
del cuerpo con las demás.

Friedrich Schelling

El presente texto se inscribe en dos territorios, uno filosófico y otro psicoanalítico, para abordar el tema de lo infantil, tomando para esto, el concepto de fuerzas de Schelling, propuesto en su obra Escritos sobre Filosofía de la Naturaleza y los conceptos psicoanalíticos: pulsión, lo ominoso, y la angustia de la obra freudiana; aunque también, se retomaran otros autores que contribuyen a pensar el tema.

De esta manera, tejer un diálogo entre los autores resulta fundamental, en la medida en que nos conducen a problematizar el tema del que a su vez se deriva la pregunta por lo infantil; es decir, la perversión.

Cabe aclarar que Freud ya mencionaba el término perversión en otros escritos como: la Carta 52 y Sobre el mecanismo psíquico de fenómenos histéricos; sin embargo, el desarrollo del concepto aparece por primera vez en: Tres Ensayos de Teoría Sexual, en donde Freud aborda el tema de perversión a través de la sexualidad tomando como referente lo infantil, lo que nos lleva a cuestionarnos: ¿qué es lo infantil?

Comencemos.

Schelling en Estudios sobre la Naturaleza, menciona: “La materia tiene fuerzas (..) dichas fuerzas son de atracción y repulsión. La materia no puede concebirse sin fuerzas y las fuerzas sin materia” (Schelling,1996:80-81).

Existe por lo tanto una relación entre materia y fuerza. Postulado importante, porque implica que las fuerzas habitan en la materia.

Pero, ¿de dónde proviene la materia? Schelling en el mismo texto, menciona: “La materia debe ser algo real. Pero, que sea real, es algo que solo se puede sentir” (Ibid:82).

Con esto, Schelling nos plantea que lo real es lo que se puede sentir, pero a su vez, para que algo se pueda sentir, es necesario que algo propicie tal sensación en el encuentro con lo que eso provoca, entonces ¿dónde está eso que causa tal sensación?

Schelling plantea:

Llamamos cualidad a lo que sentís de la materia y sólo en la medida en que tenga una cualidad determinada la llamáis real. Que la materia tenga alguna cualidad en general es necesario, pero que tenga esa cualidad determinada os parece contingente. Si esto es así, la materia no puede en absoluto tener una única y misma cualidad: así pues, debe haber una multiplicidad de propiedades, todas las cuales son conocidas por vosotros únicamente a través de la mera sensación (Ibid:84).

 ¿Qué es la cualidad? y ¿qué es eso que tiene cualidad?  Vayamos lento… Schelling plantea que algo que sucede, lo captamos solo en la medida en que lo sentimos y, si lo sentimos, es porque algo de eso que sucede me afecta al ser también materia; eso quiere decir que, el hombre es parte de la materia. Por lo tanto, no está separado de la naturaleza, sino que es parte de la naturaleza, donde aquello que permite que entren en relación lo externo con lo interno, es el cuerpo, ya que el cuerpo será esa cualidad por medio de lo cual se puede sentir. Sin embargo, ¿cómo esa sensación adquiere el entendimiento de que es una sensación?

En el cuerpo vivo tiene que haber un principio que lo sustraiga a las leyes de la química y a ese principio le damos el nombre de fuerza. Sin embargo, ninguna fuerza es finita por naturaleza, excepto en la medida en que se ve limitada por una fuerza opuesta, por eso donde pensamos una fuerza, también tenemos que imaginar una fuerza opuesta a ella. Pero, para que el conflicto entre fuerzas se mantenga tiene que haber un tercer elemento que haga que el conflicto perdure y mantenga la obra de la naturaleza en ese conflicto de fuerzas, ese tercer elemento, pensado como principio de vida, se llama alma (Ibid:105-106).

El alma posibilita la conexión del hombre con la naturaleza y de la naturaleza con el hombre a través del conflicto de fuerzas que operan en la relación que establece con el cuerpo. Sin embargo, ¿cómo el hombre puede dar cuenta de que, en él, opera esta dinámica? “Desde el momento en que soy inmediatamente consciente de mi propio ser, la deducción de que existe un alma en mí por mucho que la consecuencia pueda ser falsa, descansa por lo menos, sobre una premisa indudable, la que soy yo, vivo, represento, quiero” (Ibid: 107).

Lo anterior, indica que es la consciencia lo que hace al hombre ser, representar, querer, vivir; sin embargo, ¿cómo es posible tal consciencia?

Tengo que verme obligado en la práctica a reconocer la existencia de seres iguales a mí fuera de mí. Si no supiera que seres que se me asemejan en su apariencia externa no tienen más motivos para reconocer en mi libertad y espiritualidad de los que yo tengo para reconocerlos en ellos, es claro que podría dudar si acaso se esconde alguna humanidad detrás de cada rostro y si habita libertad en cada pecho (Ibid: 108).

Esta postulación es importante porque Schelling nos plantea que, para que el hombre pueda ser consciente y de esa forma, logre distinguir entre mundo exterior e interior, necesita del semejante, a través del cual, puede identificarse y a la vez, diferenciarse, sabiéndose otro.

“El psicoanálisis define a la identificación como la más temprana exteriorización de una ligazón afectiva con otra persona (…) La identificación aspira a configurar el yo propio a semejanza del otro, tomado como <<modelo>>” (Freud, 1921: 99-100). Lo que implica que, el yo, es lo que posibilita al hombre ser consciente, por eso resulta importante conocer, cuál es la relación que existe entre el postulado sobre las fuerzas (de las cuales nos habla Schelling) y el yo en la teoría psicoanalítica.

Para Freud, el aparato psíquico, está conformado por tres instancias a las cuales denominó: yo, superyó y ello. De acuerdo con Freud, cada instancia tiene una función, sin embargo, no son instancias separadas.“ El yo es aquella parte del ello que fue modificada por la proximidad y el influjo del mundo exterior” (Freud, 1932-1933:70).

Freud, postula que, el yo, es una instancia que tiene nexo con el sistema percepción-conciencia, donde el yo, realiza una mediación entre el mundo exterior e interior, debido a que es la instancia encargada de la recepción de las sensaciones que vienen de fuera y dentro del aparato anímico. El ello, en cambio, es esa instancia que no obedece al sistema percepción-conciencia, sino, por el contrario, establece una relación con el sistema inconsciente.

De esta forma, Freud en su texto, Esquema del psicoanálisis, menciona: “Llamamos pulsiones a las fuerzas que suponemos tras las tensiones de necesidad del ello. Representan los requerimientos que hace el cuerpo a la vida anímica. Tratándose de dos pulsiones: Eros y pulsión de destrucción (Freud, 1938-1940: 146).

Postulado interesante para pensar la relación entre Schelling y Freud, ya que, las fuerzas no están separadas de la naturaleza, la naturaleza es un juego de fuerzas. Debido a esto, la puntualización de Freud, de que el yo no es ajeno al ello, sino que es parte de él, resulta de suma importancia, porque tiene que ver con lo que Schelling denomina Filosofía trascendental: “La filosofía plantea que la actividad inconsciente o, si queremos llamarla de otra manera, la actividad real, es idéntica a la actividad consciente o ideal, su tenencia originaria, será remitir siempre lo real o lo ideal y de ahí surge lo que se llama filosofía trascendental” (Op. Cit. Schelling, 2012:119).

Donde ello era, yo debo advenir, planteamiento que Freud sostiene y que pareciera que, desde su texto, Lo inconsciente, algo se vislumbra: “Dentro del psicoanálisis no nos queda, pues, sino declarar que los procesos anímicos son en sí inconscientes y comparar su percepción por la conciencia con la percepción del mundo exterior por los órganos sensoriales” (Freud, 1915:167).

Schelling trata de pensar el mundo desde el mundo; mientras que Freud, no ajeno a los postulados de Schelling, sostiene que hay algo (naturaleza) que pulsa en el cuerpo e insiste.

Aquello que llamamos razón es un mero juego de fuerzas de la naturaleza más elevadas y que nosotros necesariamente desconocemos. Porque, puesto que todo pensamiento acaba reduciéndose en última instancia a un producir y reproducir, no hay nada imposible en el pensamiento de que la misma actividad por la que la naturaleza se reproduce nuevamente a sí misma en cada momento solo sea reproductiva en el pensar por medio del organismo (Op. Cit. Schelling, 2012: 122).

Con esto, Schelling no solo nos hace referencia a que, a través del conflicto entre fuerzas (repulsión y atracción) es como se produce la posibilidad de pensar, sino que la dinámica entre esas fuerzas, se constituye bajo una repetición.

En el texto, Lo ominoso, Freud cita a Schelling mencionando que este filósofo alemán otorga a la palabra unheimlich una definición nueva: “Unheimlich es todo lo que, estando destinado a permanecer en secreto, en lo oculto, ha salido a la luz” (Schelling citado en Freud, 1919: 225).

¿Qué es aquello que está destinado a permanecer oculto? ¿qué es lo que, estando destinado a permanecer en secreto, sale a la luz? Estas preguntas no solo nos abren camino para tratar de aproximarnos a lo que Schelling está tratando de plantear, también, permite cuestionarnos, ¿por qué para Freud es tan relevante la definición del filósofo alemán? ¿será acaso que lo unheimlich obedece a la misma lógica de operación que la relación entre yo y ello; en tanto, algo insiste por salir, pero hay algo que no le permite salir, pero en el momento en que eso es revelado, ¿produce un desencuentro?

“Para que se produzca el sentimiento ominoso debe surgir una incertidumbre intelectual acerca de si algo es inanimado o inerte y que la semejanza de lo inerte con lo vivo llegue demasiado lejos. Entonces, la fuente del sentimiento ominoso no sería aquí una angustia infantil, sino un deseo o aun apenas una creencia infantil” (Ibid: 233). ¿Lo unheimlich es el encuentro del hombre, por un instante, con lo que, a su vez, lo constituye, es decir, la naturaleza?

En el texto antes citado, Freud sostiene que lo ominoso también puede explicarse por la presencia de dobles y que habría que cuestionarnos si tal situación también podría guardar sus derivados de fuentes infantiles: “La presencia de dobles se da en la identificación con otra persona hasta el punto de equivocarse sobre el propio yo o situar el yo ajeno, en el lugar del propio-o sea-duplicación, división, permutación del yo-, y, por último, en el permanente retorno de lo igual” (Ibid:234).

Bajo este postulado ¿el yo es el doble del alma? O bien, como sostiene Otto Rank1 ¿el alma es el doble del cuerpo? Recordemos con Schelling que, las fuerzas de atracción y repulsión deben operar a modo de conflicto, pero ese conflicto solo puede ser posible gracias a un tercer elemento, al cual denomina: alma.

“En el paradigma del doble, se trata de un proceso a fases singulares de la historia de desarrollo del sentimiento yoico, de una regresión a épocas en que el yo no se había deslindado aun netamente del mundo exterior, ni del Otro” (Ibid: 236). El doble como ese retorno de lo igual, ¿es el encuentro-desencuentro constante con aquello más primitivo que nos constituye: naturaleza? Porque, como sostiene Schelling, la naturaleza es un permanente juego de fuerzas entre logos y cosmos. Para él, la naturaleza está viva, observa al hombre (he ahí lo ominoso).

En Sistema del idealismo trascendental, Schelling plantea: “La naturaleza comienza sin conciencia y termina con conciencia” (Schelling, 2012: 411). Este postulado nos remite a pensar el planteamiento freudiano: Donde ello era, yo debo advenir, dando lugar a pensar la dinámica de las pulsiones en el aparato psíquico.

La pulsión de vida y muerte, producen efectos una contra la otra o se combinan entre sí. Esta acción conjugada y contraria de las pulsiones produce toda la variedad de las manifestaciones de la vida. Y más allá del reino de lo vivo, la analogía de nuestras pulsiones lleva a la pareja de contrarios atracción y repulsión, que gobierna en lo inorgánico (Op. Cit. Freud, 1938-1940: 147).  

El hombre es parte de la naturaleza, las fuerzas que operan en ella, operan también en el hombre. Sin embargo, ¿por qué Freud menciona que la fuente del sentimiento ominoso es una creencia infantil? ¿qué es lo infantil?

De acuerdo con el diccionario de la Real Academia Española, lo infantil hace referencia a lo que es perteneciente o relativo a la infancia, comportamiento parecido al del niño en un adulto. Es decir, que hay algo del niño que opera en el adulto,2 pero ¿qué es un niño?

Para Freud, el niño es un perverso polimorfo, debido a que en él aún no opera la castración, por ende, disfruta de su cuerpo; por lo que, habría que preguntarnos: ¿lo infantil tiene relación con la perversión?

En la infancia, el niño no tiene un control de la pulsión sexual, es decir, vive una total satisfacción. De esta manera, el niño a través de su sexualidad pone en acto lo no reprimido; ¿lo infantil tiene que ver con la no represión? ¿lo infantil es lo ominoso de la perversión? o ¿lo infantil y la perversión son lo mismo?

“Lo ominoso del retorno de lo igual puede deducirse de la vida anímica infantil. En lo inconciente anímico, en efecto, se discierne el imperio de una compulsión de repetición que probablemente depende, a su vez, de la naturaleza más íntima de las pulsiones” (Freud, 1919: 238). Sin embargo, la pregunta insiste: ¿qué es lo infantil? En Tres ensayos sobre teoría sexual, Freud menciona: “El niño se comporta como el adulto, tan pronto como no puede satisfacer su libido, la muda en angustia; y a la inversa, el adulto, cuando se ha vuelto neurótico por una libido insatisfecha, se comporta en su angustia como un niño” (Freud, 1905: 204).

La libido es esa energía contenida en el yo-ello, cuando aún no se da la operación de la castración, es decir, es una energía que antecede a la represión. Puntualización importante, porque libido es pulsión sexual. En ese sentido, Freud, nos menciona que la energía sexual es transmudada en angustia y esta crea la represión.

Por esta razón, si el niño es un perverso polimorfo, lo es, en el sentido en que la perversión se articula al cuerpo, pero no a un cuerpo reprimido, sino a un cuerpo que siente. Recordemos con Schelling, que el hombre no está separado de la naturaleza, sino que es parte de la naturaleza, donde aquello que permite que entren en relación lo externo con lo interno, es el cuerpo.

En el mismo texto, Freud nos dice lo siguiente: “La zona erógena es el órgano cuya excitación confiere a la pulsión carácter sexual” (Ibid:153). El cuerpo entonces, es el medio de expresión de la pulsión. “Los neuróticos han conservado el estado infantil de su sexualidad o han sido remitidos a él” (Ibid:156).

Lo que implica que, aquello que retorna, se vuelve ominoso en la medida en que causa angustia y horror al establecer una relación con el cuerpo ¿no es acaso por esto que debe operar la represión?

La sexualidad es siempre infantil, en tanto lo infantil es aquello que retorna y tiene lugar en el cuerpo, insiste, pulsa. Debido a esto, podríamos decir que lo infantil es lo ominoso de la perversión, en la medida en que es a través del cuerpo que viene a cobrar lugar lo consabido de antiguo, pues el cuerpo, manifiesta lo que ha sido negado, reprimido, de ahí lo familiar en lo no familiar.

“Lo ominoso sería siempre, en verdad, algo dentro de lo cual uno no se orienta, por así decir” (Op. Cit. Freud, 1919: 221). Lo ominoso no tiene que ver con lo racional, no obedece a la razón ni a la voluntad; y, sin embargo, retorna a través del doble. Lo que nos abre la pregunta ¿la perversión es un doble de lo infantil?

El carácter de lo ominoso solo puede estribar en que el doble es una formación oriunda de las épocas primordiales del alma ya superadas, que en aquel tiempo poseyó sin duda un sentido más benigno. El doble ha devenido una figura terrorífica del mismo modo como los dioses, tras la ruina de su religión, se convierten en demonios (Ibid: 236).

El doble no solo se articula a lo que es terrorífico sino también a lo que es benigno, demoniaco.

El dios Pan-el comedor, el devorador al que Rosette Dubal identifica como Satán en su notable Psychanalyse du Diable, es el símbolo de la libido, del aliento vital, de todas las fuerzas de la naturaleza desbordante de la vida, frente a la cual el hombre-niño se siente impotente, aunque haya intentado dominar por la magia y la ciencia esas energías que también representan sus instintos reprimidos (Villeneuve, 1980: 8).

La perversión, entonces, es un doble de lo infantil, en la medida en que el doble da cuenta de lo clandestino, de lo que se busca ocultar, de lo que no debe revelarse, pero que, adquiere su carácter ominoso cuando a pesar de todo, se manifiesta.

No es extraño que Freud al hablar de perversión, tomará como eje al niño; ya que si bien, por un lado, el niño representa la pureza, la inocencia, es un ángel; el niño a través de su sexualidad, representa también lo benigno, lo demoniaco, ya que es aquel que está por fuera de la ley, pues aún no opera en él la represión. Mientras que, en el adulto, algo insiste, algo retorna como compulsión a la repetición y eso es lo infantil. “Aquel que es capaz (o se pretende capaz) de entrar en contacto con un mundo ignorado, reflejo de éste o astral, poblado de elementos crueles y maléficos, se sitúa más allá de las costumbres y de las leyes” (Ibid: 10).

El niño, es aquel que se sitúa más allá de las costumbres y las leyes, debido a que representa la manifestación de lo pulsional que antecede a la represión. “Que yo sepa, ningún autor ha reconocido con claridad que la existencia de una pulsión sexual en la infancia posea el carácter de una ley” (Op. Cit. Freud, 1905: 157).

Las pulsiones no pueden ser gobernadas, no se les puede dominar, manipular, las pulsiones habitan como fuerzas (siguiendo a Schelling) permitiendo dar cuenta de la relación del hombre con la naturaleza y de la naturaleza con el hombre, donde el cuerpo es la cualidad por medio de la cual, esa relación se puede sentir. “Durante siglos el diablo -o satán si se prefiere-será perseguido; andrógino, oscuro y difuso, se convertirá en el símbolo de las pasiones malditas de las tinieblas y de la muerte” (Villeneuve, 1980: 16).

Así entonces, el mal es cada uno, porque la perversión es el ejercicio de la sexualidad sin fines reproductivos, donde el cuerpo es el medio a través del cual es posible tal fin. Por esta razón, Si el cuerpo es el lugar donde retorna lo infantil, solo lo es en la medida en que el cuerpo es el medio a través del cual, lo secreto se revela para volverse traumático.

Lo ominoso entonces, tiene que ver con el retorno de lo infantil que se inscribe a través de las zonas erógenas donde la pulsión se revela. De esta manera, podríamos decir que la angustia es del cuerpo, lo que se angustia es el cuerpo.

En la conferencia 32. Angustia y vida pulsional, Freud menciona:

“Cuando se provoca una excitación libidinosa, pero no se satisface, no se aplica; entonces, en remplazo de esta libido desviada de su aplicación emerge el estado de angustia” (Freud, 1932-33:76).

La libido no puede gobernarse, sino que se muda en angustia. “La angustia estalla cuando esa animalidad que creíamos haber sometido, reaparece, se impone con todo lo que tiene de extraño, de inquietante” (Op. Cit. Villeneuve, 1980: 8).

La angustia entonces, es una señal que se manifiesta en el encuentro del hombre con lo más antiguo de sí, es decir, con aquello que también lo constituye: la naturaleza.

No hay angustia sin el juego de fuerzas del cual nos hablaba Schelling, como tampoco lo hay sin investidura de la pulsión.

Una pulsión se distingue de un estímulo, pues, en que proviene de fuentes de estímulo situadas en el interior del cuerpo, actúa como fuerza constante y la persona no puede sustraérsele mediante la huida, como es posible en el caso del estímulo externo. En la pulsión pueden distinguirse fuente, objeto y meta. La fuente es un estado de excitación en lo corporal; la meta, la cancelación de esa excitación, y en el camino que va de la fuente a la meta la pulsión adquiere eficacia psíquica (Op. Cit. Freud, 1932-33:89).

Como podemos dar cuenta, la pulsión se manifiesta a través del cuerpo. Sin embargo, aquello que hace que la pulsión adquiera su eficacia psíquica, obedece a su vez, a la relación entre ello y yo, pero para que dichas instancias operen, debe existir un elemento que haga que se mantengan en constate conflicto, ese elemento es la represión.

El yo es la parte del ello mejor organizada, orientada hacia la realidad. El yo consigue a la vez influir sobre los procesos del ello. El yo ejerce ese influjo cuando por medio de la señal de angustia pone en actividad al casi omnipotente principio de placer-displacer. Es verdad que inmediatamente vuelve a mostrar su endeblez, pues mediante el acto de la represión renuncia a un fragmento de su organización, se ve precisado a consentir que la moción pulsional reprimida permanezca sustraída a su influjo de manera duradera (Ibid:86).

Si la represión es un mecanismo que impide que algo del ello salga a la luz, pero a su vez, la angustia es aquello que produce la represión, entonces, la angustia se anuda a lo inconsciente.

Lo que resulta importante, debido a que Rafael Argullol, en su texto La atracción del abismo, un itinerario sobre el pasaje romántico, menciona: “El inconsciente es la expresión subjetiva que designa aquella misma cosa que conocemos objetivamente bajo el nombre de Naturaleza” (Argullol,1987: 71).

Lo que implica pensar que el inconsciente es producido por el juego de fuerzas y que, por lo tanto, rige la vida anímica.  

“El inconsciente se constituye en el intermediario más idóneo entre el hombre y la Naturaleza” (Ibid: 80).

Postulado interesante, porque las fuerzas (en Schelling), pulsiones (en Freud) son la relación del hombre con la naturaleza y de la naturaleza con el hombre, donde dichas fuerzas, buscan constantemente volver a un estado anterior, de ahí lo que conocemos como compulsión a la repetición. “Sólo el factor de la repetición vuelve ominoso algo en sí mismo inofensivo y nos impone la idea de lo fatal, inevitable” (Freud, 1919: 237).

¿Qué es aquello que la repetición vuelve ominoso? Freud, en su texto, Mas allá del principio del placer, menciona: “Se advierte que los niños repiten en el juego todo cuanto les he hecho gran impresión en la vida; pero, por otro lado, es bastante claro que todos sus juegos están presididos por el deseo dominante en la etapa en que ellos se encuentran: el de ser grandes y poder obrar como los mayores” (Freud, 1920: 16).

Si retomamos el hecho de que lo infantil, de acuerdo con su definición más simple es lo perteneciente o relativo a la infancia, comportamiento parecido al del niño en un adulto. Entonces, lo infantil es aquello que la repetición vuelve ominoso. En ese sentido, lo infantil se liga a la compulsión a la repetición. “Las más de las veces, lo que la compulsión de repetición hace revivenciar no puede menos que provocar displacer al yo, puesto que saca a la luz operaciones de mociones pulsionales reprimidas” (Ibid:20). Si lo que se repite es lo infantil, podríamos pensar entonces que, lo infantil tiene que ver con lo más primitivo del hombre.  

Lo ominoso del vivenciar se produce cuando unos complejos infantiles reprimidos son reanimados por una impresión, o cuando aparecen ser reafirmadas por unas convicciones primitivas superadas. Las convicciones primitivas se relacionan de la manera más íntima con los complejos infantiles y, en verdad, tienen su raíz en ellos (Op. Cit. Freud, 1919: 248).

Lo que implica que, las huellas mnémicas como impresiones, son las encargadas de remontarnos a lo infantil. “Todos los procesos excitatorios dejan como secuela huellas permanentes que son la base de la memoria, vale decir, restos mnémicos” (Op. Cit. Freud, 1920: 25). Así entonces, las huellas se producen por los procesos excitatorios y estas a su vez, son la base de la memoria; eso implica que hay un recuerdo de vivencias placenteras pero que es sofocado por la represión. “La conciencia surge en reemplazo de la huella mnémica” (Ibidem).

En ese sentido, la compulsión a la repetición busca que lo olvidado y lo reprimido retornen.

Las vivencias olvidadas y reprimidas de la primera infancia se reproducen en el trabajo analítico en sueños y reacciones, en particular las de la transferencia, y ello no obstante que su despertar contrarie el interés del principio del placer y nos hemos dado la explicación de que en estos casos una compulsión de repetición se impone incluso más allá del principio de placer. También fuera del análisis es posible observar algo semejante. En tales casos adscribimos a la compulsión de repetición el carácter de lo demoniaco (Freud, 1932-33: 99).

Si lo que retorna es lo infantil, la compulsión a la repetición obedece también a la naturaleza más íntima de las pulsiones; adscribiéndosele a su vez un carácter demoniaco. Puntuación importante en la medida en que, lo demoniaco, en el ideario común se relaciona con lo malo, lo perverso, bajo la figura del diablo o también conocido como Satán.

“Schelling veía en Satán un principio cósmico, una potencia anterior a todas las realidades, aunque funcionando en orden a la economía divina (…) Por ello exista o no exista el diablo, el mal permanece inherente a nuestra naturaleza” (Op. Cit. Argullol, 1987: 25-26). La perversión como doble de lo infantil, se trata de aquello que se busca sofocar, mantener oculto, reprimir. Ya desde Freud podemos dar cuenta de esta idea, en la medida en que lo perverso es considerado como el reverso de las neurosis.

Luego entonces, en el texto, Una neurosis demoniaca del siglo XVII, Freud menciona:

Las neurosis de esas épocas tempranas se presentaron con una vestidura demonológica, puesto que las de nuestra época psicológica aparecen con vestidura hipocondriaca, disfrazadas de enfermedades orgánicas (…). Los demonios son para nosotros deseos malos, desestimados, retoños de mociones pulsionales rechazadas, reprimidas (Freud,1922-23: 73).

De esta manera, lo que una vez fue demonológico, posteriormente se desplazará a una enfermedad orgánica, donde lo demoniaco será puesto en el cuerpo, como lugar donde aquello que se busca reprimir, aparecerá primero como angustia. En la conferencia 25 sobre la angustia Freud menciona:

La angustia es un afecto y un afecto incluye, en primer lugar, determinadas inervaciones motrices o descargas; en segundo lugar, ciertas sensaciones, que además son de dos clases: las percepciones de las acciones motrices ocurridas, y las sensaciones directas de placer y displacer que prestan al afecto, su tono dominante, donde lo que mantiene unido todo ese sistema es la repetición de una determinada vivencia significativa. Esta sólo podría ser una impresión muy temprana de naturaleza muy general, que ha de situarse en la prehistoria, no del individuo sino de la especie. Para que se comprenda mejor: el estado afectivo tendría la misma construcción que un ataque histérico y sería, como este, la decantación de una reminiscencia (Freud,1916-17: 360).

Así entonces, la angustia suscita la represión, porque la represión es la condición necesaria para que lo infantil pueda retornar como algo ominoso. Debido a que la represión rechaza toda representación, idea, recuerdo que pulsa por salir a la consciencia, manteniéndolo así en el inconsciente.

Aspecto que resulta interesante si pensamos que lo infantil, siempre está precedido por el artículo “lo”, donde “lo” de acuerdo con la Real Academia Española designa a alguien o algo mencionado en el discurso, distinto de quien lo enuncia y el destinatario3. Es decir, se trata de algo que habla por sí mismo=eso habla.

Puntualización importante porque nos remite a pensar en ese “lo” como la misma forma de decir: lo inconsciente. Freud en su texto La negación, menciona: “Un contenido de representación o de pensamiento reprimido puede irrumpir en la conciencia a condición de que se deje negar. La negación es un modo de tomar noticia de lo reprimido, en verdad es ya una cancelación de la represión” (Freud,1925: 253).

Para que algo aparezca primero se le tiene que negar, de manera que, cuando lo reprimido sale a la conciencia, aparece como desconocimiento para ese que lo enuncia, pero, para que algo sea desconocido, primero tuvo que ser conocido, solo que, bajo el influjo de la represión, se manifiesta como desconocido. “La afirmación-como sustituto de la unión- pertenece al Eros, y la negación-sucesora de la expulsión-, a la pulsión de destrucción. El gusto de negarlo todo debe comprenderse probablemente como indicio de la desmezcla de pulsiones por débito de los componentes libidinosos” (Ibid: 256-257).  

Por lo tanto, si la negación se relaciona a la pulsión de destrucción y a esta a su vez, como lo hemos mencionado, a la compulsión a la repetición; entonces, lo infantil es aquello que se manifiesta a través del síntoma, de los sueños, del lapsus, del chiste. Por lo que, a partir de las teorizaciones realizadas podríamos plantear que lo infantil es lo inconsciente de la vida anímica. Lo infantil es estructural.


Notas

  1. Otto Rank, citado en: Freud, Sigmund, Lo ominoso (1919), Amorrortu, 2012, p. 235. ↩︎
  2. “Infantil”, Diccionario de la Real Academia Española, 13 de octubre de 2023, consultado en: https://dle.rae.es/infantil ↩︎
  3. “Lo”, Diccionario de la Real Academia Española,13 de octubre de 2023, consultado en: https://dle.rae.es/lo ↩︎

Bibliografía

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Mariela Flores Acosta

Estancia de Estudios de Pregrado en Psicología en la Universidad Cooperativa de Colombia, sede Bogotá. Licenciatura en Psicología por la FES-Iztacala UNAM. Especialidad y Maestría en Psicoanálisis por Dimensión psicoanalítica. Doctorando en Saberes sobre subjetividad y violencia. Docente en la Carrera de Psicología de la FES-Iztacala UNAM, adscrita al Ámbito Clínico, Tradición Psicoanálisis y Teoría Social. Miembro del Foro del Campo Lacaniano de México (FCLM).  Práctica el psicoanálisis en la Ciudad de México.