Entró en una tienda para comprar una cerveza. La terraza daba la espalda al pacífico que siempre amenazaba con sus irregulares olas, pero siempre reaparecía como una isla en el lugar donde menos se le esperaba. Un olor pestilente ascendía de un montón de desperdicios de basura que era limpiado por perros y gaviotas. Era un ajedrez de miseria. Demetrio era conocido de Zeferino, quien ya se encontraba en la tienda tomando una cerveza para atacar el calor, mientras éste se espantaba las moscas que adornaban el espacio. Se refugiaban del sol en la pequeña sombra de la marquesina pintada con la espuma de la cerveza. Recordaba desde lejos una gruesa franja revolcada flotando en el mar.
Zeferino se dejó caer pesadamente en el machuelo. -¿Qué hiciste ayer en la barra, luego de andar viendo el motor de la panguita?- Nada- dijo Demetrio-. Aparte de echar una ojeada al motor… nada, sólo me dediqué a imaginarme cosas en medio del mar y en lo que puede haber en los manglares. Ya ves que en los manglares siempre se encuentra algo y la vez pasada que anduve por allá me encontré algunos ladrillos deslavados, de esos que parecen pitayas. Pero las marejadas le han venido robando lo que tiene. Las piedras y las conchas las toman los del pueblo para ir adornando sus lienzos y sus paredes.
Por cierto, hablando de estas cosas, ¿Tú tienes la suerte de poseer una buena madre?- Preguntó Demetrio- ¡¿Por qué preguntas eso?! Ya sabes que mi madre es buena, y aunque me tuvo muy joven todavía se mantiene delgada, sus carnes son tan prietas y duras como una piedra de obsidiana ¿Qué quieres que te diga? Cuando salimos juntos creen que es mi novia. –Eso es- contesta Demetrio- Tú ves a tu madre como nosotros. Todavía es posible encontrar la belleza en cosas que uno ni se imagina. Es más, cuando menos se lo espera, la belleza siempre lo espanta a uno. Cuando estoy comiendo los frijoles refritos con la tortilla recalentada, me acuerdo de las cosas que anuncian en la radio. Son cosas extrañas. No las puedo explicar bien, no tengo las palabras para decir lo raro de sus comidas, de las cosas que anuncian. Me imagino que sus pescados son de plástico y que sus almejas son tan ácidas que se parecen a esas botellas que vienen con el mar. Pero ya ves, uno acá sigue siendo criado con la leche de su mamá. –Te pasas pinche Demetrio- y saca una carcajada como sorprendido por lo escuchado-. De veras! Nada más piensa un poco Zefe, para que veas que a pesar de las cosas uno parece vivir en medio de esos lugares retrasados donde todavía se pueden encontrar criaturas ricas en lágrimas y en colores, mujeres con piernas de palmera y vientre con sabor a miel. Con una mujer así, uno se siente orgulloso de ser hijo, o nada más fíjate, en una ocasión me encontré a uno que se me parecía y me puse a pensar si su mamá se parecía a la mía, o si su papá se había sido el mío en una noche de sus borracheras. Me puse a imaginar si había estado enamorado o si se parecía a Juliana, la esposa de don Chema, luego me puse imaginar si me hubiera gustado tenerla como madre jajaja. Me imaginé que su mamá era una bruja que se hacía pasar por la mía para poder darme pecho ¿o al revés?- y suelta una carcajada que hizo voltear a otros clientes de la tienda.
– Te pasas, puras mensadas te imaginas- le dijo Zeferino mientras Demetrio se acomodaba en la banqueta para protegerse un poco más del sol, – Es como te decía hace un rato, en el manglar de la boquita hay veces que me encuentro piedritas, y me imagino que se antes había una casa que los tatarabuelos habían construido para vivir ahí. La habían hecho ellos mismos porque los albañiles cobran bien caro, pero también porque nada más confían en lo que sus manos pueden hacer, y mientras ellos trabajaban en la construcción sus mujeres preparaban la comida para llevársela. Pero cada vez que conseguían levantar un poco la casa, el viento y la marejada la derribaban, como si las brujas de la noche la tumbaran. Zeferino toma un trago largo de cerveza y se acaricia la frente con el lomo del brazo izquierdo, mientras Demetrio lo ve con los ojos entrecerrados por la fuerte resolana, -Es que le hizo falta un muertito- dijo Zeferino- ya sabes que una construcción siempre lo pide, el difunto en la construcción hace que los cimientos queden bien macizos, sus huesos hacen que la piedra se pegue como si les hubieran echado un montón de cemento. Así pasó con la parroquia. Pues hasta que se cayó don Filemón, fue que el templo comenzó construirse sin mayor contratiempo, porque hasta las casas más pequeñas siempre hay un accidente, como si fuera un sacrificio para la construcción.
Yo creo que es lo que pasó en el manglar- dijo Demetrio-, y como nadie se mató, pues nada más quedaron algunos pedazos del trabajo.- ¿Y cómo es que hicieron el hotel de allá del puerto?-preguntó Zeferino-¿A poco no sabes?-devolvió la pregunta Demetrio, moviendo un poco la cabeza para sacudirse las moscas- pues dicen que los ingenieros que llegaron de la ciudad trajeron los planos para hacer el edificio, pero no avanzaban como ellos esperaban, y pues comenzaron a culpar a los trabajadores de flojos, pero ya ves que el trabajo en la playa siempre es complicado, y así pasaron casi dos años de construcción, sin que hubiera avances en la obra. Por eso, los ingenieros encargados comenzaron a mirarse con desconfianza, pues pensaban que uno de ellos estaba echando a perder la obra, o que habían pactado un contrato con otra constructora. Pero uno de ellos, que caminaba a veces en la noche por la construcción, se topó con el velador que lo vio preocupado y el velador le dijo que era necesario darle un alma a la construcción, que no se iba a levantar ni un muro de manera sólida hasta que un alma no tuviera su tumba en ella, y si no le daban el alma, la construcción se iba a vengar tomando más almas que de costumbre, sobre todo de las personas que proyectaban la sombra de su cuerpo por la luz de la luna. Ya ves que los ingenieros no creen en nada pero, desde esa noche ese ingeniero ponía gran cuidado de no proyectar su sombra sobre los muros, no pasaba tampoco por los cimientos que apenas estaban comenzados, ni por las varillas, ni por los cuartos en obra negra y poco a poco fue dejando de aparecerse en su lugar de trabajo. Ya sabes, las leyendas son leyendas por algo, y pues a falta de algo mejor ya no quería ir a la obra porque comenzó a darle miedo que lo cimientos o las paredes se tragaran su sombra en una noche de luna llena. ¿Qué tal si su sombra es su alma y la construcción se la tragaba?
Pues quién sabe-dijo Zeferino-, ¿Cómo que quién sabe?-, contestó Demetrio- la otra vez que fui al puerto me encontré al velador y me comenzó a platicar que al ingeniero se lo llevaron de urgencia al hospital, porque se le comenzó a caer el pelo y a ponerse bien arrugado de la cara, pues una vez que fue a la obra por la noche lo encontró platicando con una revolvedora y lo escuchó decir cosas sobre el bautismo y la leche con sangre que debían revolverse bien para que pegara el ladrillo en las paredes y luego comenzó a hacer un pozo y con la tierra que sacó hizo una revoltura para pegar la promesa del pan futuro, para que nadie pudiera violar a su hija y que su estrella estaba agolpada en la montaña del desierto. El velador me lo contó con los ojos bien abiertos y con los labios descoloridos, y luego me dijo que al ingeniero lo vieron varias veces desnudo en la playa por las noches, esa playa que está cerca de la construcción, cerca del manglar, pero por el lado del puerto, y que llevaba una corona de palmas con un palo como si fuera su bastón. Y luego gritaba que los mares se iban a tragar a los cocos y palmeras, para que las casas protegieran bien a sus cargas y no pudieran sacrificar las hojas de las aguas que salieran de los tubos en el cielo. Luego decía que se arrancaba corriendo gritando que iban a quemar el agua y a secar el fuego y que los huertos cerca de la arena se iban a quedar sin un trébol del sol y que estaba embarazado de un rayo que había bajado de la luna y que ésta lo había poseído y amado desde esa noche. Que ya estaba cansado de tanta caricia de la luna y que sus besos ya le habían hecho sangrar su boca y que por eso tenía pegado los dientes al paladar.
Demetrio hizo una pausa para tomar la cerveza, al tiempo que Zeferino tenía los ojos de un incrédulo, se sonrío mientras le daba un cariñoso empujón a Demetrio, -Te pasas Demetrio, yo no sé de dónde sacas tantas cosas- ¿Cómo que de dónde?- contestó Demetrio- pues de lo que me contó el velador, pues esas cosas no es que no pasen, sino que no se dicen porque nadie las cree. Es como lo que me decías de tu mamá, así como la gente no cree que es tu mamá, tampoco creen algunas cosas que pasan.- Pues sí,- contestó Zeferino- pero esa situación me da cierta pena por ella.-Pues a mí no me da pena-repuso Demetrio- porque es como la casa en el manglar que necesita un sacrificio para que se pueda hacerse, ya ves que toda construcción necesita un muertito, pues también tu mamá necesitó a uno, pues cuando estabas todavía entre sus brazos se llevó a tu padre al manglar para sacar unas almejas, y mientras se metió a buscarlas entre el lodo, le amarró el ancla y lo enredó con la cuerda para que no regresara y se quedara buscando almejas para siempre. Por eso se mantiene firme como una casa, donde vivimos juntos desde hace tiempo.
Calla, el polvo de tus pasos sin baile por tu recuerdo, y el calor de lo que abrasa se guarda como destello, de ayeres por hoy tomados y el canto, desde el desierto, sin los galopes de sal, las olas de torpe vuelo. Toca la piel esa cuerda que impregnan el medio día, las playas, son mares rotos, que sin violencia oxidan, el rostro de tanto cuerpo que bajo su techo habitan | [su sexo desenfrenado se estrella con esa iglesia, para quedar en la espera de una mujer que lo habita]. La panga, sin mar se vuelve, un porvenir sin sentido, en fuga por unas tierras que ignoran algunos dichos. Calla, y el polvo de tus pasos, te llevará algún sitio, que espera, sin mar ni pueblo, la fuerza de tus gemidos. |