Con la huella en el cuerpo. Guerra y memoria.

Alejandra Badillo Sánchez

Hace unos años comencé a investigar el tema de la llamada “Guerra de castas” uno de los conflictos más extensos en tiempo en el México del siglo XIX. Mis fuentes fueron testimonios escritos, evidencia material y algunos descendientes de la gente que vivió la guerra. Este conflicto sucedió en el sureste mexicano, en la península de Yucatán, durante el verano de 1847.

            Un grupo de mayas yucatecos, del norte de la Península, hartos de la explotación, del trabajo forzado, de los altos impuestos que tenían que pagar, de las falsas promesas de las autoridades, de las restricciones de las tierras para cultivar, de los malos tratos de hacendados; y aunado a ello, de la inestable situación política que se venía gestando en Yucatán, iniciaron el movimiento armado. Fue una guerra cruenta que duró poco más de cinco décadas en donde la resistencia indígena llegó a desestabilizar el orden establecido por los gobiernos en curso.

            Durante ese tiempo hubo una serie de acciones bélicas por parte de militares en campaña, pero también del bando de los mayas combatientes. Cincuenta años, se dicen rápido, en este ensayo intento reflexionar sobre cómo esas acciones de defensa y ataque, entre los distintos grupos, afectaron a los individuos y se inscribieron en sus cuerpos.

El paisaje bélico

En ese contexto de hartazgo, un asesinato fue la gota de derramó el vaso, detonando la guerra. El 26 de julio de 1847, las autoridades mataron a Manuel Antonio Ay en el parque de Santa Ana en Valladolid, Yucatán. A ese hecho siguieron otras muertes de dirigentes mayas; muchas batallas entre mayas combatientes y militares; así como, la matanza de civiles, indígenas y no indígenas, en acciones premeditadas y/o por daño colateral.

            En los primeros años de la guerra, el foco de la conflagración se centró en la zona noreste de la Península y posteriormente se desplazó hacia el sur y el oriente del territorio peninsular, en donde los mayas establecieron su cantón principal Chan Santa Cruz Nah Kampocolché, centro religioso y político en el que se mantuvo la resistencia maya a partir de 1850. Fue de tal importancia entre los mayas sublevados, que se convirtió en el principal objetivo militar de todas las acciones bélicas.

            La guerra continuó. Las autoridades intentaron retomar el control del territorio por todos los medios; mientras que, los mayas “rebeldes” luchaban por su autonomía valiéndose de las relaciones que tenían con sus vecinos, ingleses de Honduras británica, hoy Belice.

            Al paso de los años, los bandos en conflicto se fueron separando o conglomerando según sus intereses: en “indios pacíficos” del norte, “indios orientales rebeldes”, e “indios pacificados del sur”   conforme hacían pactos con el gobierno de México, o tratos con colonos ingleses.1 El bando de los militares, en la década de los 90 del siglo XIX, se fue reforzando al integrarse con Guardia Nacional de Yucatán, el Ejército Federal y la Armada Nacional.

Escenario de control

A los “rebeldes” se les hacía la guerra. La última campaña militar se efectuó durante el gobierno del general Porfirio Díaz Mori en 1899. Fue la más larga e intrusiva, en la que la violencia se incrementó y se implantó un ambiente de tensión y hostigamiento que se extendió por toda la Península, con el despliegue de una imponente infraestructura  militar que se apropió del territorio.

            Por su distribución y expansión en le territorio a dicha empresa militar, la percibo como un sistema panóptico punitivo pues fue integrado por distintos tipos de arquitectura: fuertes, baluartes, campamentos, trincheras y puestos de control, por mencionar algunos.  Conectados todos ellos ya fuera por caminos, vías de comunicación o bien, en algunos casos, hasta con vías férreas. Logró cubrir la zona norte, en el centro, sur de la Península y todo lo largo de la costa oriental penetrando así a lugares antes inaccesibles; con lo que se pudo vigilar a toda la población civil y a los mismos militares que estaban en servicio para que cumplieran sus obligaciones y no desertaran de la campaña; y de igual forma, controlar y limitar el desplazamiento de los mayas sublevados.2

Cuerpos  transgredidos

En ese ambiente hubo muchas batallas entre los bandos en conflicto. Sobrevivir fue una ardua y difícil labor, mucha gente decidió dejar todo y migrar, para huir de los ataques a los poblados por parte de militares o de las ofensivas que realizaban los mayas “rebeldes”; en pocas palabras, para alejarse del peligro y de la violencia de la guerra.

            En el combate usaron armas blancas, cortas y largas. Hacia final del siglo XIX, los mayas contaron con fusiles Winchester que obtenían en Honduras Británica; y también, con sus machetes.3 Por su parte, los militares usaron fusiles semiautomáticos Mauser con bayoneta, además de cuchillos y sables. Los lugares que fueron tomando, mayas o militares, se fortificaron con muros y trincheras. En los que ocuparon lo militares se colocaron cañones.

            La muerte estuvo presente, cuando llegaba al campo de batalla o en campaña, los cuerpos eran apilados para incinerarlos. Podemos imaginar ese escenario y cuál era la sensación que causaba ver los cuerpos sin vida en el fuego.

            El trato post mortem dependía del grado del soldado; y si era civil, de la clase social. Si un militar fallecía en algún hospital se localizaba a los familiares para entregarles el cadáver y sus pertenencias. De esa forma, Emilio Tejeda recibió el cuerpo sin vida de su hermano de nombre Pastor. Pereció en el Hospital de Mérida, en donde además le entregaron a Emilio prendas y artículos personales de su hermano: una frazada y una jerga quizá empleadas para dormir, dos toallas que usaba para su aseo personal, dos paños y cuatro pañuelos, tres calzones, una camiseta, una chamarra y unos pantalones; así como, utensilios con los que tomaba sus alimentos como un tarro con tapa de madera, un platoncito enlozado, un caso de lata y una cucharita (Imagen 1).4

            Por otra parte, los cadáveres que no fueron incinerados, fueron inhumados, algunos con honores y otros sin ceremonia alguna. Los que se mantuvieron con vida, tanto civiles como militares, quedaron marcados psicológica y/o físicamente. En su memoria quedó el recuerdo de la guerra y en los cuerpos, las heridas.

            La guerra se incorporó. Se inscribió en los cuerpos con cicatrices, algunos con miembros amputados, desde falanges, hasta extremidades, mientras que otros sufrieron la pérdida de la vista quedando ciegos o tuertos, o la pérdida del sentido del oído. El 30 de julio de 1899 -fecha de duelo anual en donde el Estado conmemoraba a los militares víctimas de la guerra iniciada en 1847- aún cuando continuaba el conflicto, un grupo de 29 individuos que habían participado entre 1847 y 1895 fueron recompensados por el gobierno del estado con una “ayuda monetaria”, en ese tiempo, de un peso con cincuenta centavos (Imagen 2).5 Con sus cuerpos, indispuestos para el gobierno y el servicio de las armas, fueron dados de baja de las acciones militares.

            En el bando opuesto, conformado en su mayoría por mayas, no se tiene un registro específico de personas que hubieran quedado en esas condiciones; aunque, desde luego, abundaron quienes llevaron  de por vida la huella de la guerra. Los individuos más vulnerables, fueron las mujeres y los infantes. Hay testimonios que exhiben la crudeza de la guerra y la manipulación de los cuerpos.

            En ilustraciones del siglo XIX; así como, el narraciones actuales de los descendientes de la guerra se evidencian algunas de las afectaciones que sufrieron. En una circular publicada en 1879, titulada “Cautivos de Chan- Santa Cruz” fue ilustrada con una imagen que mostraba parte de la violencia, en donde un hombre sostenía en el aire a un niño clavado en una bayoneta (Imagen 3).6 Actos como ese se escuchan hoy en día en la tradición oral. Como ejemplo, la señora Silvina M. habitante de San Jose Palmar, Belice y cuya familia huyó de la guerra viajando del sur de la península de Yucatán hasta internarse en la antigua colonia inglesa, recuerda que su abuela de nombre Carlota le contaba que en la época de la guerra “por las calles se paseaba un maya malo de nombre Rafael Medina, quien mataba a los niños lanzándolos al aire y recibiéndolos con su bayoneta. Después de un tiempo, terminada la guerra, se le veía en el pueblo predicando la palabra de Dios mientras, que los niños que sabían la historia le preguntaban si se acordaba cuando hacía esas maldades”.7

            De igual forma en otras narraciones, como la de Abundio Yamá, habitante de Señor en Quintana Roo, se expresan actos como ese. Sus familiares contaban que los militares empleaban sus bayonetas para matar a los hijos de los mayas:Todo cambió cuando llegaron los waches [los militares del centro],ellos vinieron a matarnos a nuestros hijos, los tiraban al aire y los recibían clavándolos en la bayoneta de sus fusiles”.8

                  Vemos como el registro gráfico y los testimonios orales, demuestran que fue una práctica frecuente ejecutada por ambos bandos en combate, pero en cualquiera de los casos, quienes pagaron las consecuencias fueron niños inofensivos.

            Por su parte las mujeres, indígenas o no indígenas, vivieron por igual el acoso. Cuando terminaban presas inventaban que alguno de los prisioneros era su marido -quizá porque el trato que se les daba a las mujeres casadas era distinto al que se daba a mujeres solteras o solitarias,  mentían tratando de evitar los malos tratos de los militares.9 Hostigamientos de los que ni las esposas de los militares estuvieron exentas. El capitán segundo Alfonso Parra narró, en junio de 1899, que su casa en Peto fue allanada por el teniente coronel Fernando Quintero, quien estaba en estado de ebriedad. Al estar en el interior de la morada insultó a la Sra. Parra “por haberse negado acceder torpes deseos, aprovechando aislamiento” pues su marido se encontraba realizando su servicio militar en Ichmul.10

            Este suceso llegó a oídos del Presidente Díaz quien resolvió que se trataba de un delito; no obstante, no especificó si por estar en estado de ebriedad o bien por el allanamiento y el acoso, o  por el conjunto de actos; sin embargo, estipuló que el delito debía ser remitido a la autoridad militar correspondiente y en su defecto al juez del partido.11 No conforme de la resolución, el capitán Parra, exigió plena satisfacción a su esposa ante el tribunal correspondiente, pues el coronel Quintero había burlado la autoridad.

            En este caso la esposa de un militar, de una autoridad, fue acosada en su propia casa. Analizando la situación es  muy probable que las mujeres del bando de los mayas hechas prisioneras o lejos de su gente sufrieran los embates de “torpes deseos” de militares o, en caso contrario, si eran “blancas” podían sufrir el acoso por parte de mayas “rebeldes”.

Guerra y memoria

En esta guerra, como en muchas otras, hubo actos deshumanizados que sin duda causaron algún sentimiento, angustia, repulsión, o generaron algún trauma. No obstante, siguiendo a Michel Manciaux, una persona o un grupo cuando están sometidos a circunstancias difíciles, desarrollan una capacidad para recuperarse frente a la adversidad, para seguir proyectando el futuro a pesar de acontecimientos desestabilizadores, de complicadas condiciones de vida y de traumas, con frecuencia graves.11 Es claro que afectan de manera diferenciada a las personas, que mientras algunas de ellas al enfrentarse a una desgracia permiten que las emociones e infortunios, los superen; pero existen otras que se sobreponen y consiguen continuar de alguna manera con su vida, asimilando cierto grado de afectación, gracias a su resiliencia.

            No obstante, los descendientes, de la gente que vivió el conflicto, estuvieron inmersos en un ambiente bélico; mientras que las siguientes generaciones, del siglo XX y XXI, crecieron escuchando episodios de esaguerra. Incluso, como observamos, a la fecha queda en la memoria de algunos pobladores de la Península y del norte de Belice, el recuerdo de esas narraciones que hacían sus familiares.

            Este tipo de relatos se expresan con sentimientos encontrados: a veces de impotencia, desconcierto; otras, de rencor u odio. Esa guerra iniciada en 1847 oficialmente terminó en 1901 aunque las conflagraciones continuaron y poco a poco fueron amainando hasta que los militares desocuparon el territorio en 1904. Sin embargo, el conflicto, lejos de resolverse, continuó. Ni los problemas, ni las peticiones o descontentos  con los que había empezado la guerra, se solucionaron.

            Así continuó la vida en la península en donde la guerra impactó, dejó una huella que la que aún hoy en día, perduran rastros en la memoria colectiva.


Utensilios ocupados por militares en campaña 1899-1904 (Proyecto CRAS, 2012),
Utensilios ocupados por militares en campaña 1899-1904 (Proyecto CRAS, 2012),
Listado de mutilados y veteranos de la “Guerra de castas” 1899 (AGEY).
Ilustración de 1879, fragmento de escena de la guerra (Paoli Bolio 2015:55).

1    Plano de la Península de Yucatán, 1861 (Mapoteca Orozco y Berra-Sagarpa).

2    Badillo Sánchez Alejandra, Rumbo al corazón de tierra macehual. La “Campaña militar de Yucatán” contra los mayas 1899-1904. Tesis de doctorado en Historia, CIESAS-Peninsular, febrero 2019.

3    Existe en el INAH una colección de 129 rifles que fueron hallados en un cenote aledaño al Ex-Convento de San Bernardino de Siena en Valladolid, Yucatán, que datan de la época de la Guerra de castas. Se sugiere era el arsenal de lo  los mayas Cuevas y cenotes mayas 16 de octubre 2008 https://www.inah.gob.mx/en/boletines/3766-cuevas-y-cenotes-mayas.

4    Teniente Coronel J. A. desde Mérida, 7 y 10 de diciembre de 1902 (AGEY, fondo Poder Ejecutivo, serie No clasificados, sección Guerra y Marina, caja 365).

5    Listado de veteranos y mutilados en la guerra, julio de 1899 (AGEY, Fondo Poder Ejecutivo, serie No clasificados, sección Guerra y Marina, año 1899, caja 329).

6    Sociedad Patriótica de Yucatán 1879 “Cautivos de Santa Cruz” (fragmento de carta circular en Paoli Bolio La Guerra de Castas en Yucatán, 2015, p.55).

7    Comunicación personal de Silvina Moh, en San José Nuevo Palmar, Orange Walk, Belice, 12 de diciembre de 2015.

8    Informante Abundio Yamá, de 96 años oriundo del poblado de Señor en Quintana Roo, Los últimos testigos de la Guerra de Castas 1847-20??, entrevista realizada por Marcos Canté, de la cooperativa Xyaat, 2015.

9    Informante Higinio Kauil Pat, Los últimos testigos de la Guerra de Castas 1847-20??, entrevista realizada por Marcos Canté, de la cooperativa Xyaat, 2015.

10  Cantón Francisco a Porfirio Díaz, Mérida, 1 de junio de 1899b, (CPD-UIA Legajo 58, Caja 4, T. 2041).

11  Ibidem

11  Maniciaux Michel (coomp.), La Resiliencia. Resistir y rehacerse, Editorial Gedisa, 2010.

Alejandra Badillo Sánchez

Historiadora, antropóloga y arqueóloga, ha trabajado en numerosos proyectos arqueológicos en México. Con especial interés en la península de Yucatán, sus lineas de investigación se centran en la Antropología de la violencia; Arqueología del conflicto, del paisaje, y de la arquitectura militar. En la actualidad dedica su investigación en la arqueología histórica y memoria de la llamada “Guerra de castas”; así como, en las repercusiones de la expansión militar y el control de los mayas mediante un “sistema panóptico” desplegado en Yucatán, en las últimas décadas del siglo XIX; entre esas, la migración y el desplazamiento forzado.